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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Etháin Dom Ago 05, 2012 5:38 am

Recuerdo del primer mensaje :

Tras más de doce intensas horas de trayecto, logré al fin atisbar la famosa Notre Dame de París, lo que me aseguraba que había llegado a mi destino. La voraz tempestad con su niebla impedía que los paisajes se mostraran nítidos y hermosos ante mi mirada curiosa y extrañada, pues nunca antes había estado en semejante ciudad.

- Por ser la famosa Ciudad de la Luz, la encuentro muy oscura. - comenté bromeando al conductor de aquél carruaje, quién rió mis palabras antes de detenerse bajo la copa de un árbol que adornaba los campos elíseos.- Gael, debemos ir al... burdel.- carraspeé cuando sus ojos se desorbitaron.- Mejor no preguntes... tampoco tendría respuestas que ofrecerte.- suspiré, sintiendo la ley de la inercia que incitó a mi espalda a recostarse contra el asiento en cuanto las ruedas y los corceles que él guiaba retomaron el paso, mostrándome por la ventana un tibio anochecer de tormenta, de calles amplias y solitarias, con luces tartamudeando y algunos búhos que osaban ulular pese al furioso temporal.

Desplegué la carta que me había llegado a mi nombre y en el que se me anunciaba la posesión del veinte y cinco por ciento de la fortuna que Roxanne Lautrec había almacenado gracias a su talento artístico y las propinas que supuestamente recibía de algunos de sus más fervientes admiradores. ¡Já! No me hizo falta investigar demasiado sobre su vida para percatarme de que todo aquello no era más que una burda tapadera, pues ella en realidad era una cortesana de lujo, una prostituta, una ramera.

Meneé la cabeza, un tanto malhumorada ante la idea de que mi hermana menor hubiera tenido semejante vida, probablemente a disgusto. De haber sabido de su existencia, le hubiera ofrecido trabajo en mi castillo, un nombre que respetar y un buen marido que cuidara de sus intereses. Lo que me recordó a mi progenitor... ¿cómo había logrado dar conmigo? Si mi madre lo había ocultado a la sociedad, ¿cómo pudo saber el gobierno francés que Roxanne Lautrec era la hermanastra de un distinguida dama de la corte italiana como yo?

El motivo de mi presencia en París iba más allá de cobrar mi parte de la herencia. Deseaba descubrir la verdad de mi madre, de cómo pudieron dar conmigo si nada me había atado a los Lautrec antes. Y por otro lado... ¿desaparecida? ¿Cómo desaparecía así sin más una estrella de la prostitución como lo era Roxanne? ¿Por qué la daban por muerta sólo diez años después de su desaparición? ¿Tendría la policía la respuesta a mi pregunta aunque no quisieran admitirla?

- Hemos llegado, signorina.- anunció Gael, volteando su rostro empapado hacia mí antes de quitarse el sombrero como pequeña reverencia.

- Gracias, mi buen amigo. ¿Serías tan amable de esperarme? Serán sólo unos minutos.- le pedí, depositando sobre su mejilla un efímero beso risueño, pues ambos nos conocíamos desde que yo era una niña y la confianza era mutua aunque el anciano siempre respetara las distancias.

Él asintió un tanto sonrojado y tras carraspear, se acercó a la puerta para ayudarme a bajar, pues la amplia falda del vestido me impedía ver los pies y mucho menos, la calle húmeda. Extendí el paraguas sobre mis cabellos cobrizos recogidos en un moño que dejaba caer unos rebeldes rizos a la altura de mis hombros, pinté sobre mis labios la más amable de mis sonrisas y alcé el mentón mientras mis pasos se apresuraban hacia la entrada del local, atestado de gentío, risas, gemidos y aromas.

- ¿Podemos ayudarla, madame? Tenemos una amplia gama de cortesanos que estarían dispuestos a llevarla a lo más alto del cielo por unas pocas monedas.- rió una mujer cuyo rostro parecía quebrarse ante la gran cantidad de maquillaje que ocultaba sus más de cincuenta años de edad.

- En realidad, deseo hablar con madame Bouvier, tenía una cita con ella ésta noche.-le susurré al oído, manteniendo la firmeza de mis facciones inalterables, esperando pacientemente cuando la mujer desapareció tras unas cortinas en busca de la susodicha, la cuál apareció con el semblante tenso e incluso un tanto malhumorado, llevándome, con escuetas palabras de bienvenida, hacia la que había sido la residencia de mi hermanastra hasta su desaparición, explicándome que nadie más osó entrar allí desde su marcha.

Me dejó a solas con las llaves de la residencia y frente a una casa con forma de manzana. Arqueé una ceja, un tanto confundida. ¿Por qué una manzana? Al entrar, lo comprobé. Aquello era un templo dedicado a la lujuria, al sexo, al desenfreno, a la mentira del que desea escuchar amor por boca de una extraña en cuya mente sólo aparecen las monedas que cobrará al finalizar la noche y el precio que cuesta cada uno de sus besos. Hice una mueca que se tornó en un grito cuando comprobé la casa revuelta, con los cajones volcados sobre las alfombras, los jarrones y cuadros rotos, la ropa tirada por doquier, el olor a quemado y la gélida percepción que erizó mi piel al saber que alguien se había dedicado a destruir cuanto de Roxanne pudiera quedar en pie. ¿Quién desearía semejante destino? ¿Por qué querría alguien borrar cada recovenco de su memoria?

Su dormitorio era el más destrozado de la residencia y las manchas de sangre sobre las sábanas, secas y a penas visibles en la oscuridad de la casa, me alarmaron. ¿Y si tenía razón? ¿Y si los vampiros estaban implicados en su desaparición? Al moverme a tientas, escuché el sonido de algo que crujía bajo mis pies, acuclillándome para tomar una de aquellas piezas y acercarla a la ventana, contemplando a la contraluz de la luna, que se trataba de un diminuto hueso. Por suerte, juraría que no era humano, quizás animal. Guardé en una pequeña bolsa de cuero marrón alguno de aquellos huesos, así como parte de la tela en la que se podía reflejar las muestras de sangre, aunque bien podía ser del mismo animal cuyos restos descansaban extrañamente junto al lecho.

Salí de la residencia y corrí entre la lluvia para reencontrarme con la encargada del burdel, preguntándole ahora, pese a sus contestaciones un tanto repelentes, el motivo por el que no se había investigado el caso de Roxanne. Pareció que mi pregunta la desarmó, pues se cuestionó el motivo por el que pensaba de aquél modo.

- Hay restos óseos en aquella casa, madame. De haberse investigado mínimamente, la policía hubiera dado con ellos y los hubiera investigado.- respondí un tanto jadeante por la anterior carrera.- Por otro lado, vos me aseguró que nadie había pisado la residencia de Roxanne desde su desaparición, por lo que el aspecto del interior de dicha vivienda sólo me da dos motivos que pensar: o bien fue saqueada después de su marcha, o bien está relacionado con la misma desaparición.

Tragué saliva un momento, contemplando los ojos atónitos de la mujer que no parecía poder responder a mis acusaciones. Lo cierto es que hacía frío y mis ropas seguían empapadas, por lo que no podía quedarme allí mucho más tiempo. No, si no deseaba preocupar a Gael.

- Dígame, ¿recuerda cuando fue la última vez que Roxanne fue vista? ¿Estaba con alguien? ¿Esperaba quizás a algún cliente?- insistí, acorralándola contra la pared por la misma ansiedad que me recorría fruto de la incertidumbre y la sospecha.

- Desapareció tras la función nocturna de su espectáculo.- respondió al fin, con cierto temblor en su labio inferior, quizás producido por el frío o quizás por el temor que sin querer, a veces despertaba.- Un cliente la esperaba en su casa, pero ella se quedó en el escenario junto a otro hombre...

- ¿Puede describirmelo?

- Pelirrojo... de cabellos por la altura del hombro, sus rasgos eran alargados y sus ojos pequeños, claros, diría, pero no estoy segura... ¡hace diez años!- vociferó, visiblemente alterada por aquél interrogatorio.

- ¿Y se quedó con él toda la noche?

- No lo sé, es probable... Roxanne pidió a un cortesano que se deshiciera del cliente que la esperaba, por lo que supongo que se llevaría a ese amigo a su casa. A la mañana siguiente, ella ya no estaba.- suspiró apenada.

- ¿Qué dictaminó la policia?

- Bueno... les conté la enfermedad que sufría Roxanne. Aquella misma mañana, la de la función, el médico había anunciado que su estado de salud era demasiado frágil para soportar una noche más de locura como la del show. El doctor aseguró que no le quedaban más de dos semanas de vida.-susurró un tanto compungida.- La policía creyó que Roxanne se había marchado para que no la viésemos fallecer, puesto que era la joya de nuestro burdel, la más deseada y admirada. Puede que quisiera que todos la recordásemos así, como lo fue en su último espectáculo.

- Por eso se la dio por muerta y no se investigó exhaustivamente su caso.- concluí con el ceño fruncido, justo cuando la figura alargada de mi chófer se dirigía a pasos agigantados hacia mí, posicionándose a mi lado y mirando un tanto confuso el rostro de Bouvier.- Lo dejaremos aquí por esta noche, madame. Pero nos volveremos a ver, no lo dude.-me despedí con una sonrisa, girándome para volver al carruaje cuando, de lejos, la voz de ella resonó en aquél patio cuadrado, llamando mi atención.

- ¡Jerarld! ¡Busque a un tal Jerarld!

Y cuando quise acercame a ella de nuevo, ésta cerró una puerta tras de sí y quedé desamparada bajo la lluvia y la duda, con el único apoyo de Gael.

Tiziano, mi fiel mayordomo, se encontraba ya en la habitación reservada para mí en uno de los más lujosos hoteles parisinos. Allí, pasé la noche aunque no durmiendo, precisamente, pues no cesaba de dar vueltas a todo lo acontecido aquella noche. La tormenta seguía descargando con ira contra el cristal de la única ventana de la sala, robándome el sueño. Las últimas palabras de Bouvier volvían a mí una y otra vez, hasta que, aunque bien entrada la madrugada, salté del lecho y aun vestida con el escueto camisón, dejé una nota a Tiziano y Gael, anunciando mi partida en busca del enigmático Jerarld. Les prometí noticias mías en cuanto le encontrara, pidiéndoles que no se preocuparan por mí si tardaba algunos días.

Tomando uno de los caballos que me había llevado hasta París, cabalgué entre la espesa tempestad hacia una oficina de la policia, la más cercana al hotel. Allí, los caballeros, muy amablemente, me ofrecieron toda la información que les requerí, mostrándome la dirección de aquél hombre en cuyos registros aparecía como Jerarld.

Sin más, volví a partir hacia la dirección señalada, aventurándome en soledad hacia los frondosos bosques de las afueras de París, contemplando maravillada un precioso y gigantesco castillo que se extendía majestuoso ante mí, dándome la bienvenida con la mejor de sus galas.

Até el corcel al tronco de uno de los árboles que flanqueaban la residencia y corrí hacia la puerta principal, usando el picaporte con forma de león que salvaguardaba la casa para mostrar mi presencia a sus dueños. Cuando los pasos se acercaron a la puerta, intenté lidiar con mis cabellos ahora sueltos, alborotados y húmedos que caían por mi espalda, así como con aquél escueto camisón blanco que tan ceñido a mis curvas poco dejaba a la imaginación. Cuando al fin la puerta se abrió y un hombre de cabello canoso me saludó extrañado, amplié mi sonrisa de oreja a oreja.

- ¿Se encuentra el señor Jerarld Délvheen?


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Mensaje por Etháin Dom Sep 23, 2012 8:04 pm

Inspiré el aroma que de sus ropas emanaba, sintiendo cómo mis pulmones la recogían y distribuían por mis venas, impregnando así mi alma de su olor a almendras tostadas, un aroma embriagador que me hacía sentir segura entre sus pétreos brazos, inundada de una calidez paradógica si tenemos en cuenta la frialdad de su piel, contrarrestando con la mía.

Con mi oreja pegada a su pecho no escuché más que silencio en él y sólo entonces, comprendí el significado del vacío que él habría sentido al vivir tantos años sin cambiar un ápice, preguntándome qué tan triste le parecería contemplar la vida sin formar parte de ella realmente. Y supe, que Jerarld y yo no éramos tan distintos como creía, pues aunque mi corazón latiese, solía percibirme como una mujer fría, vacía, triste y cuya existencia carecía ya de sentido, limitándome a ver la vida pasar sin deleitarme con cada momento que la misma nos ofrece, cegada por una venganza que no conocía fin ni razón. Una venganza que me había arrebatado lo poco que había quedado en pie tras la pérdida de mi familia.

Mi familia... pensaba en ellos todos los días de mi vida, negándome a olvidar cuántas pecas adornaban el semblante de mi hija, qué tonalidad cromática destellaba en los ojos de Joris cuando el atardecer se reflejaba en ellos. No quería olvidarles, pero en ese momento, envuelta en el abrazo más acogedor jamás recibido, comprendí que era momento de plantar cara a la vida y al tiempo, deteniendo su paso sinsentido entre mis dedos. Ellos no volverían a mí por mucha sangre que derramara, por muchos llantos que les brindara. Jerarld me ofrecía una vida plena a su lado, feliz y sosegada, sin un ápice de dolor o tristeza. Él era el bálsamo que sanaría mis heridas. El único por el que sería capaz de volver a sonreír.

Haciéndome un poco la remolona, decidí deshacerme de su abrazo, enlazando mis dedos con los suyos, guiándole mediante un tirón a su mano izquierda hacia el espacioso lecho de sábanas moradas y cortinas blancas que ocultaban los secretos de alcoba. Entonces, sin soltar su mano, me tumbé en el colchón y con otro tirón y una sonrisa tímida, le hice saber que deseaba su compañía, respondiéndole al fin con voz melódica.

- Me quedaré con vos. Le permitiré velar por mi, dejarle entrar en mi vida.-murmuré, dejando que la cortina lateral cayera suavemente en cuanto su cuerpo quedó sobre el mío, momento en el que sus ojos me hipnotizaron por unos largos segundos en los que me sumí en el más hermoso de los silencios, añadiendo al fin, susurrándole al oído:- Le permitiré ser parte de mi, así como vos formáis parte de todo mi mundo.

Le dediqué una sonrisa sincera y mis manos soltaron al fin las suyas, vagando lentamente por sus brazos hasta reencontrarse a la altura de su nuca, entrelazándose, estrechando el cerco que mis brazos habían creado alrededor de su cuello y por el que, irremediablemente, se veía obligado a acercar su rostro unos centímetros más hacia mí.


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Mensaje por Jerarld Délvheen Jue Oct 11, 2012 2:28 pm

Apoyé la cabeza sobre su pecho, cerrando los ojos un instante, inhalando el aroma de sus ropajes y también el que emanaba de su piel, una esencia suave y dulce que recordaba a la fragancia de una delicada flor y a la vez al sutil y encandilante aroma del algodón de azúcar, tan dulce y sugerente, como el más tentador de los caramelos.
Sus dedos se enredaron en mis cabellos en una caricia suave, que me hizo olvidar por un instante que el mundo existía o que había algo más que ella o su compañía aquella noche, y es que incluso sus latidos pausados, parecían guiar un tranquilo compás, en el que sus latidos eran la música que creaba la melodía perfecta, la única e incansable melodía que guiaba mis sentidos entumecidos despertandolos al fin.

Me erguí poco a poco, rodeando su cintura con mis brazos, deslizando mi nariz por su cuello hasta que mi mejilla quedo contra la suya, tan cálida y suave, que por un momento temí dañarla con mi cercanía.

No me despertéis…Si es un sueño, no me despertéis. Comente sonriendo, alzándome para mirarla y contemplar su sonrisa tierna. Os quedareis conmigo…¿O quedareis conmigo pase lo que pase? Pregunte como un niño ilusionado ante algo demasiado grande para él. Observandole y conteniendo el aliento, viendo cómo asentía lentamente, sintiendo como algo daba un vuelco en mi pecho. Algo que me hizo apretarle contra mí, y reír mientras le abrazaba, rodando con ella sobre la cama, sin poder evitarlo ante la alegría que sentía en aquel momento. Y es que ahí estaba ella, dándole una segunda oportunidad a la vida, dejando que el invierno se fuese al fin de su pecho. Mientras que yo intentaba buscar el verano y la calidez con fervor, intentando sacar el invierno y la muerte de mi corazón silencioso...
Ella escapando de la vida, y yo buscándola con fervor, agarrándome a ella…y de pronto, en un punto medio, ambos, aparentemente tan distintos, pero en realidad tan semejantes y similares como jamás imaginé.

Entonces, una vez más encima suyo, aparte los mechones de cabello que cruzaban su frente de porcelnana, situándolos a un lado de sus perfectas facciones con delicadeza, sintiendo que suspiraba al contemplar las largas pestañas que adornaban aquella mirada profunda de aquel color vivaz, que parecía resplandecer con luz propia.

Quiero…quiero saberlo todo sobre vos, ¿qué os agrada comer? ¿Qué os gusta hacer? ¿por qué sois tan tremendamente hermosa?-…. Sonreí enternecido y divertido al observar su ligero sonrojo, oh bueno, eso quizás no lo sabéis… será uno de los misterios de la vida, aunque quizás vuestro rostro refleja vuestra alma… Eso explicaría que me sienta hipnotizado cada vez que os miro… Indique sincero, sin saber si mis palabras podrían ofenderle u molestarla. Pero es que me sentía tan pletórico, que ya no sabía si hablaba con propiedad o no. Después de todo ella acababa de grabar su nombre en la última tuerca decente que me quedaba.

Acerque mis dedos hacia sus labios carmesíes, entreabriendolos ligeramente, notando de pronto como mi cuerpo se tensaba y mi respiración se acababa, y es que tenia que devorar esos labios como fuese, los necesitaba para vivir... sin embargo, ahora, después de todo, de forma un tanto tonta, me avergoncé ante aquello y ante la idea de robárselo. Como si aun temiera que el mundo se desvaneciera a mi alrededor y todo volviese a convertirse en las sombras que rodeaban mis sueños mas oscuros...




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:♦️♦️♦️:
Y entonces se la agarré y se la arranqué de cuajo. ¿Y sabes que le dije?:
¿Salud mental? ¿Se come?:
Y no. No tengo nada mas que decir:
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Mensaje por Etháin Dom Oct 14, 2012 10:29 am

Sonreí dulcemente, distraída con un cabello suyo que se empeñaba en no abandonar su frente, volviendo mis ojos a los suyos cuando sus palabras despertaron más que mi interés o aquella chispa sentimental que había creido extinta en mí. Entonces, mientras el dorso de mi mano derecha acariciaba su mejilla con ternura, le canté entre susurros una canción que bien coincidía con la respuesta a su primera pregunta, pues un solo asentimiento de mi cabeza no era suficiente para mí.

- Never knew I could feel like this like I´ve never seen the sky before. I want to vanish inside your kiss... -reí un tanto avergonzada y sonrojada ahora.- Every day I love you more and more; listen to my heart, can you hear it sings telling me to give you everything. Seasons may change, winter to spring, but I love you until the end of time. Come what may, come what may...I will love you until my dying day.

Besé la punta de su nariz y Jerarld rió, girando aferrados el uno contra el otro hasta que él quedó de nuevo sobre mi cuerpo, quedándome hipnotizada ante aquél mirar que siempre me desnudaba el alma y me hacía sentir pequeña ante él, frágil y a su merced, no con temor por ello, de un modo bueno, cálido, pues me sentía protegida entre sus brazos, tan cerca del mar de su mirar y de aquella boca que...

Tragué saliva cuando sus dedos se deslizaron por mis labios, percibiendo cómo mi corazón se detenía por un segundo antes de iniciar una marcha vertiginosa, sintiendo cómo la sangre ahora cabalgaba feroz por mis venas y coloreaba mis mejillas hasta sonrosarlas.

Él me había hablado, o eso creía... ¿Qué había dicho? Lo cierto es que no lo recordaba. Todo me sonaba lejos y tan confuso como un sueño. Todos mis sentidos se habían focalizado en aquello que tenía en frente y es que no podía evitar morderme los labios, pues algo dentro de mí me lanzaba a su boca para perderme en ella de un modo casi desesperado. Pero por otro lado se encontraba mi buen juicio, que me detenía en seco con palabras sueltas en mi cabeza que no por ser escasas me torturaban menos: "Joris", "vampiro", "luto", "peligro", "cazadora", "traición", "sangre", "locura"... pero poco a poco, esas palabras fueron adoptando otras connotaciones: ..."deseo", "cariño", "dulzura", "sinceridad", "atractivo", "bueno"... "amor".

No sé en qué momento mis ojos se volvieron más nítidos que nunca, captando sin esfuerzo alguno pese a la penumbra que nos envolvía, detalles ínfimos de su persona. Sus largos cabellos pelirrojos caían como una cortina alrededor de mi rostro, como si buscara un escondite entre ambos, reducir aquél mágico rincón a lo que ahora eran nuestros cuerpos, más unidos que nunca. Volví a tragar saliva, un tanto nerviosa por aquella cercanía. Mis manos se amoblaron sobre su mandíbula inferior, contorneando su rostro con cuidado, sonriéndole como una tonta enamorada. Sus ojos, ahora más grandes y claros, centelleaban de un modo que me robaba el aliento, como si buscara en mis ojos algo con ansiedad, una luz, una señal. Su nariz rozaba a veces la mía cuando respiraba sobre mi rostro, adueñándome de su oxígeno, compartíendolo, inhalando aquella esencia que de sus pulmones emanaba, una fragancia dulce que me recordaba al aroma de las almendras tostadas, tan cálido y relajante, un aroma que te hacía sentir como en casa, a salvo, en un lugar que ya conocías aunque nunca hubieras estado en él. Tal y como me ocurría con Jerarld, pues por más que jamás antes le hubiera visto o tocado, ahora, bajo su cuerpo, compartiendo más que los roces de nuestra respectiva piel, me sentía como si él siempre hubiera estado allí, apegado a mi alma. Quizás porque absurdamente, él era mi alma.

Sus labios se despegaron y como si con ello me hubiera devuelto la vida, mi pecho se llenó de aire y con él, de una sensación renovada, haciendo latir mi corazón de un modo nuevo, mejor. Su simple gesto había despertado en mí, las ganas de vivir de nuevo. Y mis manos recorrieron entonces su cuello, mezclándose entre los cabellos de él, arqueando mi espalda levemente para acercar mi rostro al suyo, buscándole con la mirada, completamente hipnotizada por él, deseando que hiciera de mí, lo que a sus manos les apeteciera. Me detuve pues en el roce de sus labios con los míos, a un milímetro que a veces recortaba para acariciar su boca efímeramente, respirando sobre ésta muy pausadamente.

- Bésame.


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