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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Invitado Mar Ago 21, 2012 5:53 pm

Su sonrisa sardónica casi brillaba en la oscuridad, con sus dientes blanquísimos, antinaturales, iluminados como si se tratara de pequeñas luciérnagas en su boca cruel. Sus ojos saltaban de sus cuencas, vacíos y verdes como grillos, y su piel macilenta parecía bailar una danza de luces y sombras bajo el caprichoso influjo de la tea encendida que nos daba luz. Él reía, y yo le hacía los coros.

Sabe algo, Alchemilla, lo sabes... ¡Tienes que sonsacárselo, da igual lo que cueste!

– Eres una bruja traviesa, pequeña, y encima una asesina... ¿Sabes lo que opina la Santa Inquisición sobre monstruos como tú? ¡Te lo puedo decir, sin un Auto de Fe! ¡Morirás condenada, repudiada por Él, por nuestro Señor, y presa de terribles sufrimientos! Y a mí me recompensarán ricamente... – me decía, relamiéndose y con un cuchillo en la mano, como un cerdo cualquiera.

Me tenía atada de pies y manos, débilmente apresada contra una pared en un calabozo de piedras perfectamente alineadas tras las que se escondían ellos, omnipresentes, testigos sonoros y cómplices secretos de aquella captura voluntaria.

– ¿Dónde están mis hermanos? ¿Qué ha hecho mi padre con ellos? – le espeté, y él me devolvió la gentileza con una bofetada sonora, rabiosa, rápida, intensa. Tiñó mi piel de rojo, y mi visión de bermellón; me hizo apretar los puños con fuerza y escupir delante de él, que me miraba con auténtico odio.

– Tú los mataste, ¡monstruo! Ahogaste a tu hermano, hiciste arder a tu hermana, asesinaste a tu padre a sangre fría, ¡incluso mataste a tu madre! – exclamó, y yo sólo pude reírme de manera fría, despiadada, cruel.

Acaba con él, princesa... Haz que sufra, desángralo como a un cerdo, ¡entierra esas mentiras inmundas bajo una capa de sangre, de vísceras y de piel! ¡Haz que ese inquisidor pruebe de su propia medicina!

– No, a ellos no los maté, ¡nunca podría! A ti, en cambio... – murmuré, con una sonrisa amplia, llena de dientes, y antes de que él tuviera tiempo de amenazarme salté sobre él.

Lo ataqué como un animal a su presa. Mordiscos, arañazos, patadas, golpes con la cuerda que me apresaba parcialmente: cualquier cosa con tal de herirlo, cualquier recurso con tal de ver la sangre correr, cualquier estrategia con tal de destrozarlo... ¡y lo hice! Me dio igual que su cabeza se estrellara una vez contra la fría piedra, ¡quería verla más, y lo repetí hasta que quedó de él un amasijo de sangre y seso entre la pared y mis manos!

Sus huesos estaban quebrados en posiciones que lo dejaban como un muñeco roto, en el suelo, antaño fuerte pero vencido por alguien que no comprendía y que era más débil... ¡Salvo cuando hechizaba las cuerdas para rasgarlas y poder tener el factor sorpresa necesario para alcanzar la victoria! Con eso no había contado, y eso que me había llamado bruja como si fuera un insulto... no lo era. Pero era un no iniciado, nunca entendería que era lo único que me quedaba para encontrar a mi familia.

Una sombra corpórea se despegó de la pared. Evaluó el cuerpo y sus heridas; juzgó la sangre en mis manos y en mis rasgadas vestiduras, que apenas cubrían lo esencial y dejaban a la vista los cortes que portaba en brazos y piernas, mi castigo por dejar que mis hermanos sufrieran tanto. Después, asintió.

Enhorabuena, Alchemilla, lo has hecho muy bien.

– ¿Quién es el siguiente que podría saber algo? ¡Lo necesito, dímelo, que sea ya! – exclamé, con la mirada clavada en la oscuridad deslizante que eran las cuencas vacías de sus ojos.

Paciencia... Tus esfuerzos se verán recompensados, ¡ya lo verás!

Y se esfumó. Tan pronto como había venido desapareció, dejando el aire cargado a su alrededor. ¡Me dejaba sin una triste respuesta! La ira me obligó a apretar los puños con tanta fuerza que me clavé las uñas en las manos y empecé a sangrar; la ira impulsó mis piernas para salir corriendo de aquel calabozo, pasillo abajo, hacia el espíritu, ¡al que veía tan claramente como si fuera de día bajo la luz de las antorchas!

– ¿Por qué huyes, cobarde? ¡Dímelo! ¡Dímelo ahora mismo! – gritaba, con el eco de mis palabras reverberando en la pared y fundiéndose con mis pasos agigantados hacia lo que pareció ser la salida del calabozo, donde la luna me dio la bienvenida y dotó de una consistencia especial a la sangre que me cubría de pies a cabeza, a mis cabellos revueltos, a mis ojos enloquecidos, a la ira que casi parecía emanar de mí, a mi figura expectante, en busca de un espectro que se había esfumado frente a mí... ¡Maldito!
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Mensaje por Crowley Missös Miér Ago 29, 2012 12:26 am


«¿Qué demonios hago aquí?» Se despertó sin tener uso de sus completas facultades mentales. La cabeza le daba vueltas y había en su cuerpo una extraña sensación de insomnio. Al ponerse de pie, notó como los tobillos intentaban ceder ante el peso de su propio cuerpo. Se sacudió sosteniéndose con la mano de uno de esos muros. Cuando pasó la confusión, pegó la oreja a la pared para poder escuchar lo que había del otro lado. Silencio. Nada más que un rotundo y mortífero silencio. Torció los labios en una mueca poco agradable. ¿Qué había ocurrido con él la noche anterior? Lo único que puede recordar es haber estado detrás de una liebre la cual cazaría para saciar su apetito y después la espesa bruma. Sus sentidos aún se encontraban dormidos, no sabía si era de día, de noche… Tampoco pudo calcular la orientación en la que se encontraba la puerta de su aparente celda. Simplemente salió de ahí. Su andar era vacilante, se movía en zigzag, golpeando contra todo lo que se encontraba a su paso. La visión le fallaba. No podía distinguir con exactitud la profundidad de las cosas, razón por la cual tropezó en más de una ocasión. La última vez que visitó el suelo, se quedó sentando pensando profundamente sobre su situación.

Por encima de sus viejas, sucias y rotas, ropas palpó su cuerpo asegurándose de no tener ninguna herida. No le dolía nada más que la cabeza por lo cual dedujo encontrarse bien. Se sobó la cien durante un minuto, esforzándose por recuperar parte de su memoria. Las lagunas mentales no le gustaban. No era la primera vez que despertaba en un lugar extraño a donde se encontraba y, seguramente no sería la última. Entonces se dio cuenta. Los ojos se le abrieron como platos al sopesar la idea. Su palma viajó rápidamente hasta su rostro. «¡La máscara! ¿Dónde demonios está la máscara?» Aterrado al haberla perdido, regreso a gatas hasta la celda de donde salió. Las manos se movieron desesperadas por todo el lugar, apartaron rocas, derribaron piedras de los muros. Sentirse desnudo ante el mundo, era la sensación que golpeaba en su rostro, esa idea lo dejaba sofocado, sin poder respirar, acunando la locura de haberlo extraviado todo en una noche en la que ni siquiera supo dónde putas había metido la pata. Comenzó a desesperarse. La respiración se alteró. Los latidos de su corazón fueron más y más rápido. Podía dar fe y testimonio que aquellas cuatro paredes daban vueltas alrededor de él y cada vez se encontraban más cerca de él. La cripta se hacía pequeña. Exasperado, las uñas de sus manos se clavaron en su rostro arañando la piel. Se sacudió cual incauto poseído por el demonio. La presión aumentaba sobre su espalda, poco a poco se arrodillo hasta quedar resumido a un ovillo en la esquina más alejada de la puerta. Sus ojos se volvieron cristalinos, su mirada vacía no reflejaba otra cosa que no fuese la demencia misma. La mandíbula subía y bajaba a una velocidad inverosímil. «¡Pagaras por esto Zacarías!» Exclamó meciéndose sobre su lugar. ¿A quien le pertenecía ese nombre? ¿Lo recordaba de alguna parte? La verdad es que sólo fue el primero eco que vino a su cabeza en un momento de crisis «Máscara, máscara, máscara… ¡quiero mí máscara!»

La mano estaba a punto de ser devorada por sus dientes cuando de pronto viró sus pupilas hasta la escasa luz que se filtraba por la rendija de una diminuta ventanilla. La máscara estaba en el suelo. Se arrastró con tanto desespero que fue similar al impaciente trato de un hambriento frente a un festín digno de los reyes. La tomó con sumo cuidado entre sus palmas. Acarició su superficie y checó que no se encontrase maltratada. –Oh, mi amor, no me vuelvas a dar este susto- La pegó a su rostro y le hizo un par de mimos como si se tratase de una mascota y no de algo tan repulsivo como un pedazo de piel humana. La besó y la colocó en su lugar. Una vez que volvió a la normalidad, porque para Crowley aquel objeto era una armadura y la devolución a su retorcido mundo, se puso de pie con la sensación fresca de haber despertado después de un letargo. Estiró los músculos, hizo tronar los huesos de su cuello y emprendió el camino hacia la salida de esa cueva. Sin embargo, aún quedaban misterios por resolver ¿Qué demonios hacía ahí? ¿Quién carajo le hizo eso? –Te encontraré- Susurró advirtiendo a quien quiera que fuese que lo estuviese escuchando en ese momento. No importa si se trataba del mismísimo demonio o peor aún, de Dios.


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Mensaje por Invitado Miér Ago 29, 2012 11:25 am

El espíritu corría, casi volaba, como si en lugar de pies tuviera unas sandalias aladas, ¡como las de Hermes!, que lo hacían ser más rápido que yo... ¡Pero no, no iba a permitírselo, no podía hacerlo! Él era el único que sabía algo de mi familia, de lo que les había pasado a mis hermanos, y por eso no podía dejar que huyera, pese a que fuera lo que estaba haciendo... ¡Vuelve aquí!

Y él sólo reía, se carcajeaba de mis intentos, de mi respiración costosa, de los calambres que sentía en las piernas por lo apresurado de la carrera, de mi corazón palpitándome con fuerza en el pecho, con tanta intensidad que me daba pinchazos... ¡No dejaba de reírse, lo odiaba, quería matarlo y destrozarlo, quería iluminar las sombras para exponer su mugrienta pestilencia a la luz del día y bañarme en su sangre! Sí... Lo torturaría, y así hablaría. Eso si conseguía atraparlo.

Pero el condenado era veloz, ¡vaya que si lo era! Había perdido la cuenta de cuántos corredores había recorrido; había olvidado las esquinas que había doblado, las marcas de sangre que había grabado en la pared cuando las tocaba para recuperar el equilibrio que casi perdía, casi lo había olvidado todo porque estaba cegada por un espíritu de sombras que se detuvo frente a mí y me hizo frenar la carrera con tanta brusquedad que caí de bruces al suelo.

¿Tanta impaciencia tienes, Alchemilla? ¿Tantas ansias corren por tus venas que estás dispuesta a destruirte a ti misma en mi busca...? ¿Y si la verdad no es lo que quieres oír?

– ¡Cállate, yo sólo quiero saber dónde están, y quién los tiene! – exclamé, con el ceño fruncido y la voz ronca y rasposa de quien apenas puede respirar. Él, en un principio, sólo se rió, pero después señaló hacia la boca más iluminada del corredor, esa a la que me dirigía, con uno de sus fluidos dedos.

Él.

¿Él? ¿Qué se suponía que significaba eso? No lo sabía, pero en cuanto vi al guarda aparecer, armado hasta los dientes y apuntándome con una lanza, lo comprendí a la perfección: él era quien sabía algo, sí. Y, como parecía una muñeca rota en el suelo, apenas peligrosa, más una víctima que un verdugo, su primer instinto, el de ayudarme, fue su perdición.

Me aferré a su mano con fuerza, dejé que me levantara del suelo y me preguntara si estaba bien, y en vez de responder cogí su lanza, la partí sobre uno de mis muslos hasta reducirla a la mitad de su tamaño y con una de las mitades, la que era sólo madera, lo clavé contra la pared, mientras jugueteaba con la otra en la mano.

Adelante, hazlo, ¡bebe de su sangre! Queremos nuestro tributo, ¡páganos!

– ¿Dónde está? – espeté, rabiosa, y él tragó saliva por el terror que le producía mi amenaza latente, escondida tras las palabras, expuesta en la lanza partida que lo remataría.

– Allí... – susurró, mirando en la dirección a la que se dirigía, y entonces fue cuando le corté el cuello con el filo de la lanza. Poco me importó que la sangre de su cuello, impulsada por su moribundo corazón, me salpicara en la cara y se sumara a la que ya tenía; poco me importó mancharme cuando saqué la lanza de su cadáver y la reuní con su otra mitad en mis manos. Tenía una dirección, y eso era más de lo que hacía muchos años que tenía.

Aquella vez no salí corriendo: no quería asustar a mis hermanos. Caminé despacio, desandando todo el camino que había recorrido hasta llegar allí sin hacer ruido, y cuando por fin escuché algo no fue lo que esperaba oír, sino lo que parecía... ¿una declaración de amor? ¿Qué se suponía que era aquello?

Me detuve, con las armas en la mano, a la espera. ¿Sería su carcelero? ¿Estaría corrompiendo las mentes de mis hermanos con basura carnal? Se lo haría pagar, ¡una y mil veces además!, y en cuanto escuché su amenaza, cercana por el eco, volví a tomar esa dirección con una nueva resolución que imprimía fuerza y sonido a mis pasos. Hasta que terminé frente a eso.

Vestía una máscara de algo que se parecía demasiado a la piel de un cerdo arrugado y marchito, además de harapos, y fruncí el ceño mientras lo miraba, con los ojos entrecerrados. No se parecía en nada al guardia de antes.

– ¿Qué se supone que eres tú? ¿Dónde están Alessa y Joshua? – pregunté, mordiéndome el labio inferior y con las manos que aún mantenían mis armas improvisadas blancas por la fuerza con la que las estaba apretando, a la espera... Porque cualquier movimiento que hiciera significaría que lo atacaría, ¡sí!

No confíes en eso, Alchemilla, ni en ninguna palabra de las que diga por esa boca pestilente... ¡Él sabe algo, eso es seguro!

Volví la cabeza, que había estado inclinada hacia mi hombro derecho como si ellos me hubieran hablado estando sentados en él, y clavé la mirada de nuevo en aquel extraño ser, que me parecía más animal que humano, más fiero que pacífico, más peligroso que nada... Y al que seguramente me tendría que enfrentar.
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Mensaje por Crowley Missös Lun Sep 17, 2012 10:16 pm


El dolor de cabeza no desaparecía, por el contrario, era jodidamente absorbente. Sus sentidos permanecían a la espera en que ese grito sordo desapareciera de ahí. Llevó una de sus manos hasta la altura de sus ojos y la deslizó con soberana pereza. Bostezó, tenía sueño o quizá la faena de la noche anterior lo había dejado agotado. Pensar en eso sólo lo embrutecía más y más, porque al no saberse dueño de sus propios actos se convierte e el títere de alguien más, eso es algo que a la mayoría de las personas les molesta y Crowley no se quedaba atrás. Las ideas volaron por su cabeza, generando miles de posibilidades absurdas de las que él mismo se carcajeaba sin consideración alguna. Dividió los hechos. Las imágenes que consideró ser reales, las colocó por encima de su hombro derecho y las demás, esas que presumían verse con una espesa capa de bruma, las depositó sobre el hombro izquierdo, las analizaría de regreso a ¿Casa? ¡Mierda! Ni siquiera tenía un hogar al cual devolverse y descansar de toda esa jodida parafernalia. Pensó en hacerse hasta la guarida de algunos de los suyos, pero con ese aspecto de monstruo ¿Quién carajo lo querría ahí como aliado? Hizo un mohín con los brazos, pateó el suelo y se mordió la lengua enardecido por la patética realidad. «¡Oh, Jeremías!» Exclamó dentro de su cabeza haciendo una invocación a ese lugar casi perene a mitad del bosque, justo donde nadie se atreviese a molestarle. Sí, hablaba de la cabaña en donde mantenía encerrado al último licántropo con el que se topó, el mismo perro que había mutilado la noche en la que ese maldito vampiro lo visitó por casualidad.

Ensimismado, no sintió el arrastre de pies de esa chica y, para cuando ella habló, el susto de saberse acompañado lo tomó por sorpresa y logró hacer que brincase de la impresión. Maldijo entre dientes mirando de soslayo la amenaza de la mujer. Le pareció chistoso tener que lidiar con otra hembra. Ellas, siempre despreocupadas, se creían que el mundo caía a sus pies sólo por el hecho de ser mujeres; los hombres, debían rendirles caballerosidad pues su aspecto de mustia en desgracia sólo provocaba la lástima y el inquietante deseo por protegerlas y ayudarles…. Eso aparentaban las desgraciadas, eran débiles, pero él nunca ha sido un caballero y mucho menos un estúpido. Crowley sabía lo que ellas eran capaces de hacer si se les daba una maldita oportunidad. Asomó la cabeza por encima de la fémina y lo comprobó. El guardia yacía en el suelo con la garganta destrozada. La sangre manchó el rostro de la bruja, dándole un aspecto grotesco, parecido al del cazador. Si se tratase de un homenaje a las pesadillas del hombre, seguro ambos se disputarían el primer lugar al más aterrador de los entes. Ante semejante actuación, no pudo hacer otra cosa más que explotar en carcajadas. Echó su cabeza hacia atrás y después contrajo el abdomen doblando debido al esfuerzo que ese estallido le causaba. Se sacudió negando solo con el movimiento de su cuello, sostuvo su frente con la palma de su mano y con la otra le advirtió quedarse en su lugar hasta que pudiese recobrar la compostura. Una vez que la risa cesó, suspiró con calma. Recogió el aire de su alrededor haciendo ademanes con ambos brazos como quien practica algo de yoga. –No sé de qué hablas. ¡Le partiste la cabeza al guardia! Eso me da escalofrío, pero no te confundas, no es miedo.- Hizo un puchero.

Las cosas con ese cazador no siempre resultaban ser simples. En ocasiones, ni él mismo lograba comprender lo que quería decir y en ese instante la confusión lo había tomado como su juguete. Dedujo que la mujer era otro más de los prisioneros dada su desesperación por encontrar a.... ¿Cómo fue que los llamó? Bueno, en realidad sus nombres no importan. Además, el guardia estaba hecho añicos por ¿Ella? Uhmm. Bastante peligrosa para ser una simple chica. La lanza en su mano estaba partida, convirtiéndola en dos armas potenciales. Con una podía atravesar su esternón llegando hasta su corazón o quizá a la salida de su espalda, con la otra tal vez cortaría su cabeza, quien sabe, había tantas cosas que se podían hacer con aquellos remedos de armas. –No quieres saber qué soy, tampoco quién soy así que apártate de mi camino ¿sí?- Ladea la cabeza de la misma forma en la que ella lo hizo. Sus labios esbozaron esa sonrisa perturbadora y se encaminó hasta la joven sin ningún temor. Si quería respuestas a las preguntas, entonces no lo mataría a la primera oportunidad, es muy probable que lo golpee, lo mancille y torture. ¿Eso es lo que quería Crowley? Habría que averiguarlo…


FDR: Lamento la demora.


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Mensaje por Invitado Miér Sep 19, 2012 9:31 am

Monstruo, un monstruo, era un monstruo, sólo podía ser un monstruo, ¡sí! Su cara de piel, pero no suya sino ajena, mostraba una expresión de inmóvil advertencia, de peligro contenido, pero me daba igual. Yo estaba armada, él no. Yo tenía ventaja, él no. Podría sonsacarle fácilmente lo que quería saber, y él no podría hacer nada por evitarlo, ¡nada! Por mucho que se negara, yo ganaría. Sí, yo ganaría. Y todo porque los tenía a ellos.

No te confíes, Alchemilla, no va a ser sencillo.

No, claro que no va a serlo, ¿en qué pensáis? ¡Con los monstruos nunca es fácil! Esas criaturas son tan escurridizas... De sombras o de piel, daban igual los materiales que los formaban, porque siempre escapaban, siempre, a no ser que hicieras algo para evitarlo, y esa era exactamente mi intención... Detenerlo. No matarlo, no aún, pues antes quería que hablara. ¡Que contara todos los secretos referidos a mis hermanos! Lo demás me daba igual, como si quería atragantarse con ello, no importaba. Pero Alessa y Joshua...

Él sabe algo... ¡Sabe más de lo que te ha querido decir! ¿Ves cómo te evita? ¡Te está subestimando, Alchemilla!

Y yo no se lo iba a permitir, no. Sus bravuconadas me daban igual; parecía más fuerte que yo, pero yo tenía mis secretos escondidos bajo la manga, unos que él no podía prever y que me daban ventaja. Yo estaba mejor preparada, y por eso sonreí, con las armas afianzadas en mis manos.

– No. No voy a apartarme de tu camino hasta que no me digas lo que quiero saber. – respondí, jugando con las dos partes de la lanza en mis manos y mirándolo a los ojos... o a donde se suponía que los tenía. Era tan complicado, con aquella máscara de rasgos difícilmente humanos...

Ten cuidado. Es una fiera rabiosa, no dejes que se mueve ni que te ataque. Si lo hace, será tu fin.

¡Pero no puede ser mi fin! Ellos... ¡Ellos me necesitan!

Entonces ya sabes lo que hacer, Alchemilla. Demuéstrale que no te vas a andar con tonterías ni delicadezas impropias.

Rápidamente, me acerqué a ella criatura. Más que eso, prácticamente me lancé sobre él, lo obligué a que se diera con la espalda en la pared y apoyé la mitad de la lanza que tenía la punta de metal en su cuello. Aquello era una amenaza, ¡y tanto que lo era!, mucho más obvia que mis palabras. Pero, por si acaso, se lo aclararía. Quizá era estúpido y no lo entendía... ¡pobre desgraciado!

– Sí, le he partido la cabeza a ese guardia. Sí, puedo hacer lo mismo contigo. No, no te molestes en reírte o en decirme que no, sabes tan bien como yo que puedo. Y si no lo sabes, al menos lo intuyes. Algo te dice que no subestimes a tus enemigos, ¿no? Bueno... pues no lo hagas. ¡No lo hagas! – exclamé, con los ojos casi saliéndose de sus órbitas y expresión rabiosa, furibunda.

Así, Alchemilla. Demuéstrale que no puede bromear con nosotros.

Hice más fuerza con la punta de la lanza; el metal rozó su tierna carne, y una lágrima de sangre cayó por su cuello. La recogí con la mano libre y la lamí. ¡Estaba deliciosa! Debería estar prohibido que supiera tan bien... Sólo por eso quizá le daría una oportunidad. Pero sólo quizá.

– Dime dónde están y me iré. Es un trato generoso hasta para alguien como tú. Olvida que he preguntado lo que eras, no quiero saberlo ya, no me interesa. Centrémonos en lo importante: ellos. Puede que tú no me tengas miedo, pero yo a ti tampoco, y estoy dispuesta a lo que sea con tal de recuperarlos. Así que habla. ¿Sabes algo de Alessa y Joshua Pendleton? – inquirí, separándome un poco, lo suficiente para no tocar su cuerpo pero, a la vez, seguir en la misma posición ofensiva de antes.

Haz lo que sea necesario para que hable... Ya lo sabes. Nosotros te guiaremos.

OFF: No te preocupes, tengo toda la paciencia que necesites (:
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Mensaje por Crowley Missös Vie Oct 12, 2012 5:05 pm


Inmune, inescrutable y avasalladoramente inmutable. Crowley dejó que esa mujer hiciera con él lo que se le viniera en gana. Le sorprendió encontrar una fuerza casi tan sedienta como la propia. Alguien –o más bien dicho algo- la impulsaba a mantener la vista al frente, alcanzaría su objetivo sin importar nada ni nadie. Pero se topó con un obstáculo más grande del que pudiese imaginar. Él no era un caballero y a pesar de que no tenía nada en contra de aquella chica, el sólo hecho de que lo buscase y lo amenazara, ya era un motivo por el cual debía exterminarla, claro eso si no fuese por la jodida pereza que se cargaba a cuestas. Suspiró al sentir como la navaja se adentraba en su piel. –Provecho- susurró cuando ella se atrevió a tragarse la sangre. ¿Repulsivo? ¡Jáh! Podría jurar que eso es suficiente para encender el libido de Crowley, pero no ahora que sólo estaba buscando la justificación perfecta del por qué se encontraba ahí. Cada vez lo hacía más seguido y siempre despertaba en problemas. No lograba comprenderlo y las ideas demenciales cruzaban por su razón a tal punto de creerse un vehículo para los demonios que buscan desesperadamente cobrar su venganza sobre la humanidad. Esto le causaba una fatalista emoción, porque significaba que él era un ente poderoso, más allá de lo que cualquiera pudiese imaginarse, pero por otro lado, también existía la posibilidad que aquel demonio cometiera los más atroces crímenes jamás insospechados y lo desplazara a tal punto que el mito de Missös fuese sólo eso, una jodida leyenda quedada en la memoria de un viejo loco. No podía permitirse eso o ¿sí?

-No tengo ni puta idea de lo que hablas- Habló con toda la sinceridad del mundo. Esa mujer lo estaba jodiendo y él tenía que responderle de la misma forma ¿No? Estiró la mano y la puso en su cuello asfixiándole, con la otra dio un golpe en su costilla obligándole a soltarlo. Se movía rápido, los años que tenía cazando a toda clase de criatura, le dejaron la experiencia suficiente para ser casi impredecible. Logró patear su pierna y, en una fracción de segundo, le arrebató el bastón de la lanza rompiéndolo con la rodilla. Aquella arma se redujo trizas, sólo pedazos inservibles de madera. –Para ser quien amenaza, hablas demasiado y no estoy de humor para soportar el escándalo de una vaca agonizante- Elevó la mano por encima de su cabeza, tomó el vuelo suficiente y le propició una fuerte bofetada. Él era uno de esos hombres que, cuando alguien o algo los fastidia, no pueden detenerse a pensar las cosas con una mejor resolución. Simplemente actuarán como mejor les plazca para hacer callar el estridente sonido que los vuelve locos. Sí, así era él. Esa pequeña tenía que mantener la boca cerrada y sólo hablar cuando él se lo pedía o de lo contrario el hombre enmascarado, no titubearía como los guardias y le arrancaría el corazón con el filo de la navaja que ella misma había utilizado para defenderse ¿De quién exactamente? -¿Acaso no vez que soy un puto preso como tú? No me jodas, niña- Sintió el impulso de aproximarse hasta ella y aplastar su rostro con el pie, pero no creía que valiese la pena semejante acto con alguien tan desgraciado como él. Simplemente no se lo merecía.

Dando un grito sobre sus talones, se alejó de ella. El cuerpo del guardia los esperaba afuera de la celda y, si alguien lo veía tirado, seguramente alertaría a los demás. Crowley necesitaba ser honesto consigo mismo. En esas condiciones en las que se encontraba, hambriento, desorientado y sin armas. No podría escapar de ese lugar por más que pelease. Rugió para sus adentros. Sentirse vulnerable es una cosa que a nadie le gusta, pero para ese hombre, es la sensación más terrorífica que el cuerpo pudiese llegar a experimentar. Cogió el cuerpo por los hombros y lo arrastró hasta el interior de la celda. El rastro de su pesadez, quedó grabado en la tierra del pasillo. El enmascarado se quejo debido al desastre de la sangre y todo lo demás. Era una perfecta señal de batalla. Así que lo meditó mejor. «Si cambio mi ropa por la de él, creerán que soy uno de los suyos y que el tipo asesinado soy yo» Brillante, Crowley pero había una cosa que no consideró. «¡Demonios! ¡La máscara! Tendría que quitármela y, si me la quito ellos…. Ella…» Redireccionó su vista hasta la bruja -¡Eso es!- Exclamó con tanto entusiasmo que lo que parecía un pensamiento terminó por ser una frase. La utilizaría para escapar –¿te quedarás aquí a esperar a los otros o irás conmigo a buscar a Alessa y Joshua- Bajo un análisis más cercano a lo que ella era y dada su histeria al hablar. Crowley intentó apoderarse de ese estado y utilizarlo a su favor –Anda, ellos te esperan. No querrás defraudarlos o… ¿Sí?-


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Mensaje por Invitado Sáb Oct 13, 2012 7:09 am

La ira me quemaba en las venas con la fuerza de un volcán; el odio fluía por mi cuerpo a oleadas, movido por mi corazón, que latía de manera acelerada... Casi lo sentía agujerearme el pecho, igual que notaba la energía rebosarme en exceso. ¿Cómo se llamaba esa sensación como de estar en lo más alto de tus capacidades? ¿Qué clase de motivación tendría? Su causa la conocía: era él... Era aquel cuyo nombre desconocía y que se atrevía a herirme, ¡a mí!

No, no le detengas, sabes que mereces todo el daño que te pueda causar... ¡Lo mereces por no ser capaz de sonsacarle dónde están tus hermanos!

¡Eso no era verdad! Sin embargo, hice lo que ellos me decían y no reaccioné a sus golpes salvo con una sonrisa que con cada nuevo ataque de violencia por parte de mi agresor se ampliaba. ¡Y qué sonrisa! Era de esas en las que enseñas todos los dientes, aunque la sangre manchara lo blanco habitual de ellos; era una de esas sonrisas que si mostraban sinceridad eran bonitas... pero la mía no lo era. No se me daba bien sonreír sinceramente, ¡no tenía motivos para hacerlo!, y en lugar de eso lo que me salió fue una mueca. Exactamente lo que él merecía...

Mirad, mirad, la princesa va a sacar las garras... ¿Empezarás a ser una pantera, Alchemilla, o seguirás siendo una gata necesitada de cuidados?

¡No! Puedo cuidarme sola... y más de alguien que me infravaloraba. ¡Debía de pensar que todos éramos tan estúpidos como lo era él, un monstruo que ni siquiera lo era tanto! Porque los monstruos no sangraban... los monstruos segregaban sustancias viscosas y asquerosas, pero no sangre, nunca sangre, y era eso lo que manchaba mi piel. Bueno, eso y también mi propia sangre. Me había herido... ¡Me había herido y yo le había dejado! Bueno, podía devolvérselo, a fin de cuentas era una hechicera poderosa...

Eres la digna heredera de tu madre, Alchemilla.

Sí, pero eso él no lo sabía... ¡Yo tenía ventaja, claro! Y por eso sonreía. Bueno, no, por eso empecé a reírme con sus palabras, que me parecían el mejor chiste que me hubieran contado en mucho tiempo... ¡Porque lo era!

– Piensas que soy idiota... ¿En serio? Me decepcionas, ¿sabes? Alguien tan fiero que ha conseguido herirme no sabe ni controlar sus palabras... Si no tienes ni... ¿cómo has dicho? puta idea de qué hablo, no intentes hacerme creer que sabes dónde están ellos... ¡Eres patético! No sabes ni manipular... – le dije, negando con la cabeza, visiblemente defraudada.

Me palpé las heridas con las manos, que se llevaron la impresión del dolor. De algunos de los golpes salía sangre; de otros, simplemente se acumulaba bajo mi piel en una amalgama de tonos que empezaban a parecerse al morado... Genial, cardenales, eso bastaría para complacer a Robbie, ¿no? ¡Era sangre, a fin de cuentas, aunque no saliera de forma líquida al exterior!

Oh, vamos, ¿crees que con un truco tan viejo engañarás al conejo?

Me estremecí al darme cuenta de que tenían razón, aunque él aún no había aparecido... Todavía estaba a salvo, pese a que escuchara sus pisadas resonar en la lejanía. ¡Tenía que irme de allí cuanto antes! Y aquel ser, a quien no conocía, era la clave para irme... Tenía un plan. Se le veía en la manera de moverse, pero sobre todo en su intento de manipularme. Podríamos llegar a un acuerdo... ¡Sí!

– Quieres usarlo. Quieres de alguna manera pretender que eres él para escapar, pero tendrás que quitarte la cara. – añadí, señalando la máscara que ocultaba su rostro, uno que me producía tal curiosidad que me acerqué a él y la acaricié como quien toca a un animal. Sin embargo, me aparté rápidamente, para evitar que me atacara, como estaba casi segura de que haría.

– Y no quieres porque estoy yo aquí... ¿Si te prometo que no miraré me sacarás de aquí? Tengo cosas mejores que hacer que ser golpeada por ti, debo encontrarlos. – propuse, y crucé los brazos sobre el pecho.

¿Estás loca! ¡Él tiene algo que ocultar, sabe algo de tus hermanos, tienes que...!

Oh, ¡callad de una vez! Aunque él supiera algo de mis hermanos, podía sonsacárselo fuera de allí, donde la luna me devolviera parte de mi poder... ¡Donde pudiera encontrar elementos para practicar mi magia! Era mejor negociar... Aunque odiaba hacerlo, y odié proponérselo, pero había algo en él que me resultaba interesante, quizá que era una bestia parda como las que acostumbraba a ver o quizá que era raro... ¡y eso me gustaba, me gustaba mucho! Aunque en él... No lo sé.
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Mensaje por Crowley Missös Miér Dic 26, 2012 8:34 pm


Absurda, patética y ridícula. Así es la mentalidad de los humanos, así es como su vida se desenvuelve en la misma tierra que los ha visto crecer; corren libres en los campos y los valles pero nunca sabrán lo que significa la libertad en su mejor concepto. Para Crowley las cosas se movían completamente diferente. -¿Terminaste ya?- Le cansaban las palabras, las enfermedades mentales, el uso apropiado del tiempo…. Absolutamente todo le fastidiaba a sobre manera. El tiempo corre y mientras más segundos permanecía encerrado en ese mugroso agujero, se reducían las probabilidades de salir de ahí, y lo haría con o sin ella. Rodó los ojos cuando la mujer logró develar las intenciones que guardaba su mirada. Se mofó delante de ella clavando sus férreos orbes en el rostro ajeno –No. Estúpida sí. ¿Dime cuándo carajo dije que sabía dónde estaban? Sólo mencioné su nombre porque podría ayudarte a buscarlos, pero eres una puta demente.- Cada vez se escucharon más cerca los pasos, así que le restó importancia a lo que esa chica pudiese o no decirle. -¿Importa lo que yo piense de ti?-Había llegado lo suficientemente lejos como para malgastar sus energías discutiendo con una mujer que no vale la pena. Pudiera ser que, como hombre, la libido se instalara en su entrepierna con un idílico deseo por poseerla, pero lo único que podría significar una distracción con esa hembra es, desollarla viva y guardar su piel para una nueva máscara.

Caminó hacia la salida. Su cabeza se asomó sólo no necesario para localizar por medio del oído a los guardias. Sus voces corrían a través de los pasillos como tenues murmullos en las ánimas del cementerio. El eco regresaba hasta ellos y, precisamente el tiempo en que tardaba en recorrer la distancia en segundos, eran los metros que le faltaba a la guardia en llegar hasta ahí. Crowey esbozó una sonrisa ladina por debajo de su máscara. La función estaba a punto de comenzar –Sólo lo diré una vez. La máscara se queda en donde está y ni siquiera intentes volver a tocarla o te destazaré la mano- Su voz resonó ronca cual amenaza felina. Él podría estar completamente loco pero sabía perfectamente lo que hacía o ¿No? Se acuclilló. Con el dedo índice garabateó los trazos del laberinto. Si su memoria no le fallaba, se encontraban varados en una de las celdas finales del complejo. A quinientos metros de la trampa principal. No, no recordaba como carajo fue que llegó hasta ahí mucho menos el porque su máscara se encontraba arrancada del rostro, pero no era la primera vez que visitaba los calabozos. Los monstruos, las ratas e incluso los hombres, se adentran hasta ese sitio para conseguir información con los delincuentes.

Gruñó. No le gustaba hablar porque no le encantaba el tono de su voz, él es un hombre de acción y las palabras sobran, no obstante, en una situación como la que se pintaba para ambos en ese momento, supuso sería apropiado romper el silencio articulando palabras que no hiriesen la sensibilidad de la bruja ¡Jáh! Como si le pudiese importar dicha cosa. –Uno, dos… tres. Sí, son tres. Setenta, uno cojea… y el otro sesenta y cinco- Se puso de pie. Los pasos en las lejanías y la resonancia del sonido, le sugirieron la cantidad de hombres, el peso y un par de características más. Crowley no es un cazador, un mercenario sólo porque carece de sentimientos, él era eso por la simple y sencilla razón que se trata de un individuo jodidamente astuto, con la capacidad de desarrollar habilidades nuevas que, sumadas a los atributos que ya posee, lo vuelven un arma imparable. –¿Y bien?- Se colocó detrás del umbral de la puerta como quien se oculta de sus padres en la habitación. Miró a la chica de reojo -¿Lo harás o te quedarás como imbécil concediéndome la razón?- Aunque no se alcanzaba a observar por la máscara, arqueó una ceja de forma arrogante. Ella podría ser peligrosa, la peor de todas, pero al final es mujer y las palabras siempre las hieren ¿Cierto? Es su ego el que habría que atacar. –Son tres guardias, uno podría ser más lento que los otros dos, pero si son como yo. Eso no nos da mucha ventaja.- Colocó su dedo índice sobre los labios haciendo la seña de silencio. Uno de los hombres entró en la habitación observando a la muchacha y señalándole con el dedo. Corrió para atacarla, en seguida entraron los otros dos.


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Mensaje por Invitado Jue Ene 03, 2013 8:25 am

Sus insultos provienen de su miedo... Tiene tanto que perder como lo tienes tú, princesa, no dejes que te afecten sus injurias hacia ti.

Para que me afectaran tendrían que importarme, y él no lo hacía. Lo único que quería era salir de allí, y si me resultaba útil para averiguar algo de mis hermanos aprovecharía ese conocimiento, pero nada más. Lo que pensara de mí...

¿De ti?

Perdón, de nosotros... Lo que pensara de nosotros no importaba. Como si quería revolcarse en su sangre con aquella máscara puesta, ¡allá él! Lo único que nos unía era que estábamos atrapados en el mismo calabozo y que se nos acercaba la misma amenaza en forma de unos guardias cuyas características resumió en unas pocas palabras, las únicas a las que presté atención.

Son tres, ¿estás segura de que puedes con ellos?

Puedo con cualquiera que se interponga entre mis hermanos y yo... Y no estoy sola. Lo que nos unía a ese ser enmascarado y a mí entró rápidamente en la habitación, y mientras hacia él se aproximaron dos, por mi débil constitución sólo se me acercó uno, que además decía que quería parlamentar... Oh, sí, parlamentaríamos.

– Ayúdeme, por favor. – supliqué, con un tono cercano a las lágrimas que hizo que se acercara rápidamente, guiado por un instinto protector que contaba con que tuviera. Gracias a él, me sostuvo por los hombros y comenzó a decir palabras de ánimo destinadas a calmar a la niña que había sido atrapada por el hombre malo... a mí. Cuán equivocado estaba.

Ahora es tu momento.

Sí, ahora lo es. Deslicé mis manos, hábiles en hurtos, hacia el interior de su abrigo. Él, pensando que lo iba a abrazar, soltó su agarre, y me permitió robarle el machete que llevaba encima. Como si pensara que una niña no era capaz de algo así, se quedó bloqueado, y aproveché ese momento para clavar el arma en su corazón, sin titubear.

Su cuerpo cayó al suelo, y el movimiento fue lo que me permitió extraer el machete robado de su cuerpo. La sangre lo teñía y hacía de su filo una superficie brillante, carmesí y sumamente hermosa, que reflejaba la luz de las antorchas de la estancia y arrancaba formas curiosas al metal... Formas de caras, que me hablaban y me susurraban lo que tenía que hacer.

Mata, mata, mata, mata, mata, mata, mata, mata, mata...

Y eso era exactamente lo que iba a hacer. Mi extraño compañero ya había eliminado a uno de los guardas, pero quedaba todavía uno en pie, muy ocupado en su lucha particular contra el enmascarado para darse cuenta de que su compañero encargado de eliminarme a mí no había sido capaz de hacerlo. Suficiente tenía con defenderse de los ataques de aquel ser que parecía de pesadilla como para atender a mi sonrisa sádica y sedienta de sangre. Su sangre.

No hagas ruido. No dejes que eso te traicione.

Asentí lentamente, y sin hacer un sonido me acerqué hasta el atacante, que me daba la espalda en aquel momento. Con el machete en la mano, también llena de sangre, me puse un dedo en los labios para que el enmascarado lo viera y no dijera nada, al menos por el momento. Necesitaba que el guardia siguiera fanfarroneando como lo estaba haciendo, y su orgullo tomó las riendas. ¡Continuó hablando!

Y con su voz venían las gesticulaciones y las exageraciones. En un momento, alzó los brazos y la cabeza; su cuello quedó a la vista. Desde detrás, pues supe que era mi oportunidad, deslicé el filo del machete por la piel de su pescuezo, y la sangre manó a borbotones, manchando la pared y la máscara de la otra persona que quedó viva en la celda, aparte de mí, cuando la vida abandonó al guarda.

No tiré el arma, pese a que quisiera arrojarla al suelo, porque podía serme útil más adelante, cuando me fuera. O cuando nos fuéramos, porque yo no sabía la ubicación de la salida y él sí. Lo necesitaba... por desgracia.

– ¿Vas a seguir quejándote de que miro a tu máscara o vamos a salir de aquí de una vez? – pregunté, ladeando la cabeza y mirándolo con cierto interés. Podían darme igual sus palabras; podía ignorar lo que dijera para intentar insultarme, pero no podía ignorar que quería saber lo que se ocultaba bajo su cara, y cada vez que decía que no se la quitara más aún. ¿Qué tenía que ocultar...?
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Mensaje por Crowley Missös Dom Feb 03, 2013 12:50 am


Poder, una palabra insignificante que encierra millones de alteraciones y emociones, se nubla el pensamiento y se confunde la razón; es fácil caer en los laberínticos callejones de sus entrañas, con tan sólo probar un poco, ya se es suficiente para pedir y gozar las ventajas que eso acarrea. Ella lo tenía. ¡Una mujer! Una simple hembra con la esquizofrenia encendida en sus orbes y esa tonta pero insistente paranoica que le enloqueció hasta el punto de enfrentar los miedos. ¿Miedos? ¡Pero si sólo eran hombres! Guardias enfrentándose a una fuerza que desconocían. El propio Crowley pudo quedar fascinado con el encanto sanguinario de la pelinegra a no ser que, perras asesinas, las había en cada esquina, proliferándose como malditos virus con escasa imaginación para asesinar a alguien como lo merece. El cazador terminó con el hombre que atacó al verlo retraído al lado de la puerta, un golpe de este en el estómago de Crowley le provocó vómito. Inclinándose para escupirlo, el hombrecillo creyó sería todo, pero se equivocó. El enmascarado había tomado fuerza desde su posición para golpear su pelvis y retirar la lanza que llevaba en la mano. Lo empaló. Al igual que Vlad Tepes en los siglos pasados, Crowley metió la lanza por el orto del individuo hasta que salió por su vientre, despilfarrando la sangre y goteando hasta el suelo. Después, giró el arma hacia los lados para hacer el agujero más grande. Lo sacó y lo volvió a meter en repetidas ocasiones, la última vez, la salida de la punta fue directa hasta la garganta del hombre. El baño de sangre fue brutal, el brazo del cazador se había impregnado con el olor de la sangre, un hedor que le fascinaba pescar mientras hacía sus labores. Era líquido humano y por supuesto era tan común como el resto, pero no por ello de menor valor, para la sangre y la piel siempre hay un valor. Sólo pudo quejarse al ver todo el desperdicio que se había hecho con ese hombre ¡Como no, si podía enfrascar el líquido escarlata y venderlo a un vampiro estúpido y sin ánimos de cazar! La hipocresía cuando se trata de dinero está presente hasta en las almas más arraigadas al señor.

El hombre cayó muerto frente a Crowley y el segundo entraba por la puerta observando el desastre que los prisioneros habían ocasionado, le restó importancia a la mujer, cosa que el cazador nunca dejó de hacer. La había estado observando con una maldita sonrisa debajo de esa máscara, sus ojos destellaron al ver sus hazañas, la habilidad del hurto, y su jodida capacidad para penetrar el pecho del hombre con el filo del machete. ¿Había en el mundo algo más bello que quitarle la vida a alguien? Quizá sí y lo estaba viendo por si mismo, una maldita demente que disfruta el arte de la muerte tanto o más que él. ¿Amor a primera vista? ¡No! ¡Que tonterías! El único centinela con vida se aproximó a él, sus palabras fueron ofuscadas por los pensamientos del varón, no le prestaba atención y la verdad es que tampoco le interesaba escuchar la verborrea de una vida a punto de acabar. Deslizó la mirada hasta su compañera donde ella le señaló se callase, Crowley hizo una mueca, un mohín burlón al guardia. Se miraron fijamente y en la última exclamación se le fue la vida. El cazador lo había ignorado por completo lo cual hizo que su desesperación aumentara y se sintiese algo torpe, por lo cual fue necesario recobrar su puesto y dejar en claro quien mandaba ahí. Sus últimas palabras “En esta cárcel yo decido quien vive y quien mue…”

La sangre golpeó la máscara. Con los dedos quitó parte de las manchas que le impedían ver y después las probó. Lamió sus dedos como si hubiesen sido sumergidos en una capa de dulce sabor a chocolate o miel. Uno a uno, la sangre fue devorada por el instinto animal de su lengua, labios y boca. A los pocos segundos, no quedó nada. Disfrutando de su festín, la mujer lo interrumpió con su voz. Crowley abrió los ojos de golpe sólo para verla completamente ensangrentada y con machete en mano, de no ser un maldito enfermo la vería atemorizante, quizá adorable, pero la mentalidad del cazador es muy diferente y, aún cuando es hematofilico, no siempre se excita al ver una linda mujer bañada de color carmín. Suspiró. Quería estamparla contra la pared, hacer que su lindo rostro se destruyera con las irregularidades de la piedra y que parte de su piel quedase impregnada en el filo de las mismas, robar sus órganos y tragárselos o venderlos a alguien que los quiera. Quitarle la ropa, hacerse de un par nuevo de camisas, sacarle los ojos y guardarlos en ese sucio y maloliente frasco que guarda en la parte más desolada de su pequeña choza… ¡Pero la necesitaba viva! Ella podría matar a más guardias adelante y ayudarle a salir, después se desharía de ella. Sí, sí, sí. Lindo plan.

Arrastró los cuerpos de los guardias y buscó entre sus ropas las llaves que abrirían las demás puertas. Los apiló juntos y salió de allí esperando que ella lo siguiese detrás. Cerró olfateando el cambio en el aire. Los demás presos se asomaron por las rendijas advirtiendo el escape de ellos dos. Gritaban y se retorcían implorando los ayudasen. Las manos de los hombres Salían por los agujeros de las puertas, las rendijas y espacios entre las piedras en los muros. El largó pasillo se extendió frente a ellos como un sendero infernal. Cada que lo veía, más lejos se veía la salida. Quizá se debía al cansancio o por el veneno que le dieron a beber la noche que fue encerrado ahí, tal vez era un truco barato de la bruja, no lo sabía y tampoco le importaba. Sentirse mareado no es algo alarmante y tampoco lo tirará al punto de no poder dar su última pelea. Uno de los brazos lo atrapó por el pie y Crowley para soltarse tuvo que patearlo. El brazo se dobló de tal forma que el hueso traspasó la dermis del hombre haciéndole gritar agónicamente. El eco recorrió las cavernas hasta advertir a los demás guardias. –Brillante- Susurró maldiciéndose a si mismo por su torpeza. Pero un poco de acción no le hace mal a nadie o ¿Si? Los encerraron, tres hombres delante, tres detrás de ellos. Una bruja con un machete y un cazador con la lanza asesina. No. Crowley ya no tiene esa lanza, ha sido arrojada contra los hombres que aparecieron detrás de ellos y atravesó la cuenca de un ojo hasta salir del otro lado de su cráneo. Un hombre menos, quedan cinco.


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Mensaje por Invitado Dom Feb 10, 2013 10:33 am

¿De verdad creías que iba a ser tan fácil?

Él me ha hecho caso, ha empezado a moverse por fin, ¡ha apartado su extraña cara de mi vista para ponerse en movimiento! Claro que va a ser fácil, ¿cómo podría no serlo? Ser rápidos nos beneficiaba a los dos para salir de la prisión en la que nos encontrábamos, y una vez lo hubiera utilizado para salir de allí me iría a buscar a mis hermanos por mi cuenta y ya está, solucionado. Así que sí, lo creo.

No estés tan segura...

¿A qué os referís? ¡Nos estábamos moviendo, por el amor del cielo! Sí, habíamos abandonado los cadáveres de los guardas a su suerte; sí, los presos nos reclamaban para que los dejáramos salir con nosotros y les diéramos una libertad injusta... ¡No! La única que merecía ser libre era yo porque tenía una misión, y en cuanto a él... Bueno. Lo necesitaba. No había más motivo que ese.

¡Vuelve a la realidad, Alchemilla!

¿Qué había sido eso? Un grito, ¿no? ¿Alguien había gritado? Atisbé un hueso atravesando la piel de un hombre cuando miré, vi a mi compañero forzoso con aspecto de ser el culpable. ¿Brillante? ¡Ya le daría yo brillante, pedazo de...! Pero no había tiempo para eso; enseguida nos volvieron a rodear, y mi machete volvería a brillar con la sangre derramada de los villanos que nos recluían al otro y a mí.

Él atacó primero, y yo lo seguí. Los tres hombres que no se estaban encargando de él se lanzaron a por mí, y empecé a asestar golpes a diestra y siniestra. Bueno, yo no lo hice, en realidad era mi arma quien guiaba mis movimientos, porque su filo cantaba la canción de la sangre. ¡Él era quien pedía más, no yo! Y yo no tenía ningún control de lo que hacía, era todo cosa del metal de mi arma y su sonrisa maliciosa.

¿Así es como explicas que estés fallando?

¿Qué...? ¡Eso no podía ser! Pero realmente así era. Mi machete rasgaba el aire, pero no hacía lo propio con la piel de quienes esquivaban mis movimientos. Eso nos enfadaba a un tiempo a mi arma y a mí, y permitía que me hirieran varias veces. Sentí sus aceros cortando mi piel, en los brazos y en mi vientre, incluso en mi mejilla. Los sentí antes de que viniera el dolor, que fue lo que realmente me enfadó. Y, por fin, acero y yo fuimos uno y empecé a acertar.

Más vale tarde que nunca, ¿no es eso lo que se dice?

¡Callaos! Atravesé la garganta de uno de ellos y la sangre me salpicó el brazo primero y la cara después. En el tiempo que tardé en sacar mi arma del cuello de aquel desgraciado, a otro le dio tiempo a sujetarme mientras el tercero me atacaba. Pero no fue tan fácil, porque me escurrí como una serpiente y le hinqué el machete en las tripas. Hasta el fondo. Y sus intestinos se enredaron con mi arma, así que cuando la saqué tuve una bonita visión de sus tripas alrededor del filo como las serpientes del bastón de Esculapio. Irónico que significaran lo contrario a la salud.

Vuelve a la realidad, niña.

Y lo hice... pero tarde. Mientras estaba ocupada fijándome en la forma en que las tripas se habían enganchado a mi arma, el más robusto (y único vivo de los tres) me atrapó por detrás y no pude moverme. Susurró palabras estúpidas en mi oído de cómo pagaría por todo aquello, y de cómo me la metería hasta por donde nunca me la habían metido. Me dio tanto asco que tuve auténticas arcadas, pero no pude vomitar porque estaba ocupada intentando escurrirme de su férreo abrazo. En vano, por cierto.

Patética, Alchemilla, verdaderamente patética. ¿Así es como quieres encontrar a tus hermanos?

Quise mandaros callar, pero teníais razón. Me habían atrapado tan fácilmente que mi arma estaba en el suelo y no tenía oportunidad de usarla para defenderme. Lo único que podía hacer era ver al loco de la máscara defenderse con éxito, porque quien me había atrapado pensaba que le importaría lo suficiente para que dejara de hacerlo. Estúpido...

Y aún así te ha atrapado. ¿Quién es el más tonto de los dos...?

Él, porque estaba viendo cómo masacraban a sus compañeros en vano, intentando usarme como rehén. Patético. Pero tenía que reconocer que el enmascarado tenía talento para matar. Lo hacía parecer casi un arte, algo con ritmo propio, en lo que si hubiera un premio se lo llevaría sin dudar. Supongo que en el fondo es halagador que te mate alguien así... ¡Ja! No, no lo haría. No lo permitiría.

¿Cómo piensas intentarlo?

En voz muy baja, susurré las palabras en latín de un conjuro que creía haber olvidado entre los muchos que había leído en el libro de hechizos de mi madre. Ese, en particular, sólo necesitaba un sacrificio de sangre, y ya estaba sangrando mucho, así que esa parte la tenía en abundancia. Él no notó el momento en el que empezó a brotar con más intensidad, pero yo sí, porque la vista se me nubló apenas un momento. Pero sólo fue eso, unos segundos, porque después los brazos que me apresaban me soltaron y él cayó como un saco vacío al suelo, fulminado.

Acabas de cometer un error. Le has mostrado lo que eres.

Si eso me garantiza sobrevivir, que así sea.
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Mensaje por Crowley Missös Lun Mar 04, 2013 1:31 am


La fina estampa de la sangre cubriendo los rincones del suelo, es la visión que todo cazador en su mente ha divagado en más de una ocasión. Cualquiera es digno de utilizar una espada, defender su honor, disfrutar de la muerte y llevar a cabo la más sangrienta de las batallas, pero no todos pueden presumir de haberlo hecho tal y como sus pensamientos lo dibujaron en lo más alejado del subconsciente. Sin importan en qué sentido, en cual aspecto luciese el escenario, para Crowley es épicamente excitante la pelea, la sangre, la piel… ¡Oh, sí la piel! Frunce el ceño observando lo desastrosa que resulta ser la dermis de los guardias. Las cicatrices cubren casi todo su cuerpo y los vellos hacen su aparición en lugares que hasta a él le resultan más que repugnantes. Gruñe. ¿Cómo podría tomar ventaja de eso? Resopla los labios menando la cabeza de un lado a otro. ¿Su compañera? ¡Que se la jodan! Intenta girarse para correr hacia la salida idealizando la estrategia en su cabeza. Los hombres inquietos por regresarlos a sus celdas, aparecen por todas partes abalanzándose sobre él. Golpea a uno en el estómago mientras el segundo intenta sujetar sus brazos. Error. Los centinelas y los guerreros en general, son estúpidos, al menos para el cazador así lo son. Siempre corren a por las extremidades e inmovilizarlas en una desesperada táctica para detener el ataque del enemigo ¡Patético! El cuerpo de Crowley se inclina hacia delante, utiliza la fuerza de su contrario para poder bajar hasta el suelo y arrojarlo con el mínimo de los esfuerzos contra el piso y por encima del hombre al que acaba de patear en el abdomen. Es liberado.

Una de las cualidades de su esbelto cuerpo, es el poder escabullirse por diminutos espacios. Nunca se ha preguntado el por qué de esa flexibilidad para hacerlo y la verdad es que tampoco le importa, siempre y cuando los resultados sean a su favor, lo demás se va al carajo. Se arrastra lo suficiente como para llegar hasta el hombre con la lanza atravesada en su cráneo. Se pone de pie con un ágil movimiento y aparta el objeto. La salida del metal rosando nuevamente la carne desencajada, es una melodía fatalista y en extremo llena de sensaciones repulsivas. Puede observar parte de sus sesos embarrados en la madera del objeto ¡Se ve delicioso! Pero duda en probar. Hace una mueca. Las masacres son su afición, sin embargo, aún le hace falta un poco de… picardía. Se ajusta la máscara para poder ver a través de los agujeros a la altura de sus ojos. Está sudoroso y el ritmo cardiaco comienza causar estragos en su cuerpo. Está cansado. Se marea. Sosteniéndose en uno de los muros espera incorporarse lentamente, pero alguien golpea su cabeza y lo deja soberanamente aturdido. Levanta la mirada para encontrarse con uno de sus verdugos. Esboza aquella sonrisa cargada de ironía. El poderoso cazador es resumido a la mierda en compañía de ¿Qué cosa era ella? Cierra el puño sobre la lanza y la mete en un ángulo de noventa grados a través del tórax del hombre, lo sube con lentitud disfrutando del baño de sangre que cae sobre su rostro. ¡Espectacular! Las gotas escarlatas tocan efímeramente sus labios y es su lengua la que osa deliberadamente con probar la sangre de sus enemigos. Por si no fuese suficiente el desollarlos, ahora también se le cruza por la cabeza el drenar su sangre. Ha escuchado que es particularmente una atractiva fuente de poder tanto para vampiros como para brujos. ¿Cuánto vale un frasco de sangre fresca en el mercado negro?

Se distrae, el rostro de ese hombre es de color. ¿¡Un guardia de color?! No, hay algo mucho más importante que la estúpida cuestión de la política, el estatus y toda esa maldita parafernalia aristócrata. ¿Cómo se verá él en una máscara de color? Arroja una estruendosa carcajada, desecha el pensamiento al ver que las cicatrices en ese sujeto han quedado más que marcadas no sólo en su rostro, si no a lo largo de sus brazos y espalda. Pero ya conocía la clase de piel que utilizaría para su siguiente máscara… Al final termina por matarlo sacándole el corazón con su propia mano. Sin apartar sus ojos de los ajenos observa como la vida se esfuma lentamente del cuerpo. Lo arroja a un lado del camino sólo para enfocar su vista en la mujer ¿Pero qué dem…? Si la mujer hubiese muerto ahí, sería lo mejor, pero la desgraciada posee trucos que el cazador desconocía. La maldice, la maldice mil veces por haberlo hecho sacarla de su celda y arrastrarla con él como escudo. Gruñe encaminándose hasta ella, sus ojos hacen eco del rechinido de los dientes en la mandíbula del cazador. Colérico. ¡La odia! Su mano derecha se cierra sobre el cuello de la mujer con las ganas de quebrarlo… ¡Le sacaría los ojos y se los arrojaría al primer cuervo de la noche! ¡Le arrancaría el corazón y se lo tragaría él mismo! ¡Usaría su piel como cubierta a su bitácora!

-¿Por qué mierda me ocultaste el hecho de que eres una bruja?- Su voz resuena en cada rincón de los pasillos, se pierde en las lejanías y regresa hasta ellos junto con la distorsión del viento. Aprieta más el cuello de la joven. –No debí…-Levanta la otra mano y clava con furia un puño en la fría pared al lado de su cabeza. Todos los instintos del cazador crepitan una única palabra «¡Mátala!» Pero no lo hará… aunque su naturaleza sea quien se lo pide, Crowley es más inteligente que el arrebato bestial de sus primitivos instintos. La suelta. –Si quieres seguir con vida en esta puta aventura, es mejor que te reserves los trucos baratos mujer. Tenemos suficiente con que ellos sepan de nuestra huida como para sumar que se enteren de tu hechicería- Escupe girándose sobre los talones para ver a uno de los hombres arrastrarse por el suelo en dirección puesta. Intenta advertir a los demás. Crowley corre hasta él para aplastar su cabeza con su pie. “Crack” y la sangre brota por su oído y boca. Regresa hasta ella y la hala de la mano –Vamos- Le advierte con fuerza para atraerla hasta él y hacer la siga en el recorrido. Antes de dar cualquier paso, se aparta de ella pegándose a la pared. Cierra los ojos concentrándose para escuchar alguna corriente del viento, sin embargo, los prisioneros no se lo permiten. Corre hasta la esquina del pasillo para observar a ambos lados, no hay una sola señal de vida mucho menos la cercanía de la salida. Estará metido ahí otros treinta minutos aproximadamente. El complejo de laberintos es bastante grande así que no se puede dar el lujo de perderse. Se muerde el labio rascándose la cien y un mechón de cabello rojizo se escapa de la red en su máscara. Gira su cabeza para ver a la bruja de nuevo, le hace una seña y se pierde hacia la izquierda del pasillo, si ella desea acompañarlo bienvenida, si no… después la buscaría para matarla, eso es un hecho. Primero debe salir de ahí con o sin ella.


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Mensaje por Invitado Dom Mar 10, 2013 1:05 pm

Luego no digas que no te hemos avisado, Alchemilla...

¡Lo he hecho por sobrevivir, por ayudarnos a los dos! Si no hubiera recurrido al regalo de mi madre, habríamos muerto, y entonces me habría echado la culpa en el Infierno... No, porque yo no iba a ir a ese lugar malo, yo me quedaría aquí siempre hasta que encontrara a mis hermanos, vagaría sin rumbo, una y otra vez, enfrentándome a mi padre porque él los escondía... Pero yo los encontraría. Con o sin ayuda del cazador.

Nosotros creemos que será sin su ayuda. Mírate; míralo.

Era fuerte, tanto que en apenas un momento me agarró del cuello y me inmovilizó. Entonces vinieron los gritos, y me echó en cara que no le hubiera dicho que era una bruja. Casi quise reírme en su cara... oh, no, es que me reí en su cara, ¡qué tonta, casi lo olvidaba! ¿Por qué narices iba a ir pregonando por ahí que era una bruja, eh, para que los inquisidores me impidieran encontrar a mi familia? Ni loca. Por ahí sí que no pasaba.

Pero él no parecía haberse dado cuenta de eso, porque me lo exigió, primero, pero después me dijo que guardara los trucos baratos. ¿Baratos? Le habían costado la vida a mi madre, ¿cómo se atrevía...!

Ignóralo, no es más que una bestia sedienta de tus dones y ahora tenéis que salir del calabozo antes de que os atrapen.

Sentí un escalofrío recorrerme la espina dorsal cuando me di cuenta de que, si no abandonaba el laberinto en el que nos encontrábamos, no encontraría a mis hermanos, o a lo mejor fue porque cuando él me agarró de la mano para arrastrarme por allí olí su determinación. No lo sé; la cuestión fue que tuve la certeza de que tenía que salir de allí, y lo haría costara lo que costase, aunque tuviera que recurrir a “trucos baratos”, como el pelirrojo lo había llamado.

La llamarada escapa de su máscara de carne, ¿qué secretos ocultará bajo ella? Nosotros lo sabemos, sólo tienes que arrancarle esa cara falsa y postiza para averiguarlo...

¿Es que os habéis vuelto locos? Tenía cosas mejores que hacer que averiguar la identidad de mi acompañante, fuera la que fuera, y entre ellas estaba asegurarme de que no me mataba o tendría que terminar yo con él. Era así de sencillo, nadie se interpondría entre mis hermanos y yo como que me llamaba Alchemilla, y mucho menos alguien que parecía ser incapaz de encontrar el camino entre los pasillos del laberinto. No pude evitar sonreír, o más bien hacer una mueca que pareció una sonrisa, al darme cuenta de ese detalle.

– Te has perdido, no sabes salir de aquí, estás atrapado... – canturreé, divertida pero incapaz de reflejar en el rostro aquel sentimiento. Bah, ¿a quién le importaba? Antes de que pudiera perseguirme, me escabullí y salí corriendo, acariciando las paredes con las manos, en dirección contraria a la que habíamos seguido hasta aquel momento. ¿Sería aquella? Bueno, ¿y por qué no tenía que serla? Nadie me lo aseguraba.

Usa tus sentidos, Alchemilla. Sabes la dirección, y ni siquiera necesitas recurrir a un hechizo para saber que tenemos razón.

Frené en seco, cerré los ojos e inspiré con fuerza. Me quedé quieta unos segundos, y cuando una reveladora corriente de aire fresco proveniente de la dirección en la que iba me golpeó el cuerpo, inmóvil en medio de un pasillo sin celdas y sin prisioneros que gritaran como locos, ¡dementes!, supe que tenía razón.

– ¿Vas a venir conmigo o no? Pensaba que querías salir... – murmuré, pero como los pasillos hacían rebotar y reverberar el sonido supe que el enmascarado me había escuchado, aunque no sabía si me había seguido en la carrera. Bah, allá él, yo saldría y su máscara y su pelo rojo se quedarían allí atrapados. ¿Cuánto darían por algo así quienes capturaban a los que no éramos humanos? ¡El rojo es símbolo de la brujería!

Pero tú eres morena... O lo fuiste, si es que no sales de aquí, ¡no digas que no te lo hemos advertido, Alchemilla!

Oh, ya voy, ¡ya voy! Ahora que empezaba a divertirme... Daba igual, y como tampoco me importaba mucho saber si el otro, el de la máscara (pero es más rápido decir el otro, y como su nombre no lo conocía lo bautizaría así, “el otro”), me seguía, yo continué avanzando, guiándome por esa corriente de aire que cada vez soplaba con más fuerza.

No sé el tiempo que caminé, suavemente mecida por sus voces y las de los prisioneros, entrelazadas todas en lo que parecía una nana, pero al final llegué a lo que era una puerta y de la que venía el airecillo fresco de la noche, al menos fresco comparado con el calor humano de los laberintos. Cómo no, el acceso estaba cerrado y la corriente se colaba por una verja que dejaba ver el exterior, así que habría que conseguir abrirla antes de que vinieran los guardias.

Mira, resulta que no estás sola.

Claro que no, ¡estáis vosotros!

Nos referimos al otro.

Ah, sí, el otro había hecho por fin acto de presencia. Ya le había costado...

– Hay que abrirla. – indiqué, acariciando la madera con la mano y sintiendo las astillas que querían clavárseme en la tierna piel pero que no lo harían porque me aparté antes. ¿Quién gana ahora, puerta?
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Mensaje por Crowley Missös Vie Mar 29, 2013 1:08 am


Desesperado, la sensación recorre cada maldito y miserable rincón de su cuerpo, como si el oxígeno no le fuera suficiente e intentara abrirse paso por cada poro de su piel. Estaba aturdido por las extrañas emociones que se abrían paso en su interior. Sacude la cabeza en varias ocasiones tratando de despejar los pensamientos, las alucinaciones que se encargan en cada esquina del interminable laberinto del calabozo. El mechón rojo que atraviesa su vista, golpea algún estúpido rincón de su cabeza y dispara imágenes sobre algún muerto en sus memorias. El grito desgarrador de una mujer se encarna en su cabeza como si quisiera taladrar sus sentidos con el agudo sonar de su garganta. Jadea sólo para darse cuenta del abatimiento de su cuerpo. Ya no piensa bien y ni siquiera está seguro de a donde carajo corrió la bruja. Siguiendo sus instintos, caminó por el largo pasillo sosteniéndose de la pared. El sudor de su frente –debajo de la máscara- trata de nublar su vista, pero el lo limpia con el puño ennegrecido de suciedad de su manga derecha. La mancha obscura de la humedad se queda marcada en la tela. Crowley la observa con detenimiento, frunce el ceño. Cierra los ojos y pega la espalda al muro se acuclilla arrojando la cabeza hacia atrás. Por un segundo se sintió mareado. No se había alimentado en días y el cuerpo comienza a traicionarlo. Rugió por debajo de la máscara y se pone de pie.

A lo lejos, en algún rincón del complejo, escuchó la voz de la bruja. Como lo pensaba, los pasillos estaban comunicados, la dirección que el tomó es la más larga, sin embargo, una de las más importantes, pues la ruta conduce hasta la sala en donde los centinelas se reúnen para descansar. Camina un par de metros más hacia delante, gira hacia la derecha y se encuentra de frente al amplio cuarto. No tiene puertas, sin barrotes que atrapen a los prisioneros, pero completamente atiborrado de armamento. Hachas, espadas, flechas y dagas. Un paraíso terrenal para cualquier cazador, menos para él. El único objeto que le importa, es la llave. Sí, esa típica llave que abre todas las malditas puertas y que pesa medio kilo aproximadamente, un poco oxidada por el escaso uso que le dan y que… ¡Excelente! El objeto cuelga de una esquina, sólo tiene que ir hasta ahí y reclamarla como suya. Increíblemente, no hay ningún guardia que pueda detenerlo. Todos corrieron a contener a los prisioneros que lograron escapar, sin embargo, ahí estaba él. Toma la llave sin miramiento alguno y camina en dirección opuesta por donde llegó. Juega con el pesado objeto de metal, lanzándola hacia arriba y atrapándola con una sola mano. Muy pocos lo saben, pero Crowley tiene una extraña manía por contar las cosas que lo entretienen, así que comienza por susurrar el número de veces en que ha atrapado la llave. Justo iba en el doce cuando la voz de la mujer lo interrumpe. Levanta el rostro y esboza una mueca completamente disgustado.

Sacude la cabeza como negándose algo a si mismo, quizá alguna frase del subconsciente o más probablemente el rechazo a dejarse vencer por el cansancio justo ahora. Su boca está reseca, sus labios son blancos. Sus manos vacilan en la último lanzamiento y la llave cae al suelo. -¡Hey!- En lo más profundo del pasillo, un hombre grita señalando en su dirección. Crowley se agacha para tomar la llave en sus manos y se aproxima a la puerta. Una flecha rosa su hombro hiriéndole en la superficie de la piel. En momentos así se cuestiona el ser tan estúpido. ¿Por qué mierda no tomó un arma de ese cuarto? Suspira. El candado vence entre sus manos mientras su brazo sangra a manera de cascada. Retrocede un paso girando la vista hasta el hombre que corre en dirección a ambos. Esta apuntando nuevamente. Abre la puerta y, sin esperar a que ella salga primero, Crowley se aventura al exterior. Se queja, cierra los ojos y trastabilla debido a la intensidad de la luz. Crea una sombra con la palma de sus manos sobre sus ojos y los abre esperando recuperar la visión. Corre hacia el bosque ignorando completamente si la chica va detrás suyo o no, pero logra escuchar los pasos de alguien detrás de él. Tiene que ser ella. Gira la cabeza para confirmarlo y, efectivamente se trata de ella. Se detiene frente a una roca para apoyarse en ella y tomar la mayor cantidad de aire posible. Exhala completamente exhausto. Si ella decidiera atacarlo ahora, seguramente perdería.


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Mensaje por Invitado Sáb Abr 06, 2013 4:25 am

Te atacan, ¡te están atacando!

No, a mí no, a nosotros. El loco de la máscara, para que luego me lo dijeran a mí, había tardado una eternidad en venir conmigo, pero por fin lo había hecho. ¿Conmigo? Bueno, y con la puerta. Eso es importante, porque al final ni ella con sus astillas ni yo con mis intentos habíamos ganado; lo había hecho él con una llave. ¡Una maldita llave! ¿Cómo no se me había ocurrido antes?

¿Quizá porque tenías otras cosas más importantes en la cabeza?

Ah, sí, claro, sobrevivir, eso que él parecía no saber hacer porque enseguida le rozó una flecha en el hombro y se puso a sangrar. Mmm, sangre... Su olor era delicioso y penetrante, como también lo fue el del aire de la calle que nos dio de lleno cuando se abrió la puerta, por fin, impulsada por aquel maldito trozo de metal oxidado. ¡Calle! ¿Éramos libres, por fin?

¿Y ahora hablas en plural? ¡Mira a tu nuevo amigo!

¿Pero qué...? ¡El muy cabrón se había largado sin esperarme, dejándome a merced de los estúpidos guardias de aquella estúpida prisión! Quise gritar, y ellos lo hicieron por todas partes con tanta fuerza que creí que los iban a atraer hacia nosotros. ¡No, parad ya, no quiero que me atrapen! Eso fue lo que impulsó mi cuerpo para salir hacia delante, por la apertura que la puerta nos había regalado, y escapar por fin de allí.

¿No vas a hacérselo pagar?

Sí, claro que sí, pero primero tenía que salir de allí, y por eso no me detuve. Ni siquiera me esforcé en seguir su rastro aunque tenía las palabras del conjuro en la punta de la lengua, tan a mano que casi me picaban. Era una sensación parecida a cuando me colaba en las huertas y cogía cebollas que rabiaban en la boca, pero resistí al impulso de utilizarlo porque eso me distraería. Y no podía permitírmelo, ¿verdad que no? No, claro que no.

Él corrió hacia el bosque y se apoyó en una roca, exhausto. Yo también me detuve cuando ya no pude seguir corriendo y me faltaba el aliento, pero antes le di un golpe con el puño cerrado donde tenía la herida de la flecha. Eso lo hizo trastabillar un poco y yo fruncí el ceño, no por su herida, sino por lo demás.

– Esa heridita no es ninguna excusa, vienen a por nosotros. Ven, tienes que correr. – ordené, lo cogí de la muñeca y estiré de él. Pesaba mucho, el condenado, pero la adrenalina y el peligro eran más intensos que mi fuerza, y quizá algo de magia ayudó a que pudiera con él, pero el caso era que enseguida lo tuve de pie y pude arrastrarlo a través de los árboles. Ya me lo agradecería. O quizá no, y tendría que obligarle yo misma a hacerlo.

¿Qué se supone que es todo esto, Alchemilla? ¡Eres libre, olvídate de él!

Soy libre gracias a él, le debo que no lo maten. O, al menos, le debo herirlo yo a él por intentar dejarme atrás. ¿No es evidente? Y por eso continué nuestra marcha forzada (y lenta. Sumamente lenta, he de añadir) a través de aquel lugar hasta llegar a una pequeña cabaña que parecía abandonada y, seguramente, lo estaba. A no ser que hubiera algún fantasma, pero no me lo parecía. Bueno, poco importaba; lo conduje al interior y arranqué un trozo de mis ropas para que le sirviera de vendaje.

– Si fuera por ti, estaría muerta. – expuse, y después me encogí de hombros. Quería herirlo... Pero un enemigo debilitado no era tan satisfactorio como uno en plena forma. Y él ya no lo estaba... Bueno, yo tampoco. Maldito fuera.
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Mensaje por Crowley Missös Sáb Mayo 11, 2013 2:10 am


Asco, sentía cierta repugnancia a si mismo, más de la que pudiese desear. No había nada más humillante que el hecho de ver a tu posible enemigo estirándote la mano para ayudarte a escapar de una grita interminable de infiernos. Tragó saliva para aminorar la tempestad que crecía dentro de su cabeza, todas las voces de sus víctimas gritando al unísono su patetismo. En un solo abrir y cerrar de ojos, había envejecido más de diez años. Podía sentir como sus pies pesaban y sus manos deseando dejarse caer a sus costados sin realizar otro esfuerzo más en la vida. La máscara se cerró en su rostros, impidiendo su visión, casi queriéndolo asfixiar de forma inmediata. Cada uno de sus músculos se contrajo para después expandirse con lentitud. Dolían. No sabía con exactitud si eran las vertebras, los huesos, la carne, pero todo él dolía. Se quejó. ¿Y qué pasaría si en verdad estuviese viejo? Nunca se había visto en un espejo, no conocía su rostro, ni siquiera estaba completamente seguro del color de sus ojos. ¿Existía?... Sacudió la cabeza desechando los pensamientos que acudían a él como una catarsis cuando un golpe en su herida atizó el dolor de la carne. Le interesaba una mierda a las respuestas de esas voces, de la misma manera, en que le restaba importancia a las súplicas de sus víctimas. ¡Él era ¡Crowley Missös! Un asesino despiadado, un conocedor de torturas y pionero en incurrir a la ciencia moderna para provocar dolor. No permitiría que una chiquilla estúpida lo manejase como vil marioneta.

Corrió detrás de ella observando el camino. Le resultó bastante familiar, casi como si fuese un hogar para él, algo que ya lleva impreso en la sangre. Olfateando las cercanías se da cuenta del origen de sus sospechas. Estaba confundido y completamente desorientado, pero no lo suficiente como para evitar que hasta él llegase aquel olor característico de los cuerpos en putrefacción. Sí, estaban bastante cerca. Siguió corriendo. En algunas ocasiones haló al lado contrario a la joven para que no cayese presa de las trampas escondidas en el bosque. La re dirigió y le hizo creer tener la ventaja en el momento. Aspiró profundamente al encontrar la perfección hecha realidad. A lo lejos, su cabaña se ceñía sobre la tierra como un imperio abandonado y lleno de fantasmas. Probablemente esa era la razón por la cual no todos se atrevían a adentrarse en su interior. Se podían escuchar a la distancia, las desgarradoras oraciones de algunos hombres e incluso el sollozo desmedido de los niños. No, no eran espectros, sólo prisioneros. Sus prisioneros.

Le pareció extraño que la mujer no se diera cuenta que la fachada inhóspita de la casa, fuese sólo un señuelo para alejar a los intrusos. Observó el momento justo en que ella se destroza el vestido para ofrecerle un vendaje temporal. No era necesario, ya estaban en su casa. Además, la herida no era demasiado profunda, no obstante, sangraba demasiado. Frunció el ceño debajo de la máscara. Arrebató el trozo de tela y se dirigió hasta lo que antes fue una cocina. Sacó de la alacena un frasco con alcohol, introdujo el trozo de tela en él y limpió con ella la laceración. Sintió el ardor adormecer todo su brazo, como si millones de hormigas hubiesen atrapado entre su mandíbula la carne del cazador al mismo tiempo. Al cabo de varios segundos, el escozor desapareció y se ató la pieza en el brazo a manera de vendaje improvisado. Varias gotas descoloridas de sangre cayeron sobre la repisa en la que se apoyaba. Entrecerró los ojos. –Tienes que irte de aquí- Dijo asomándose por la ventana más cercana. El rastro de sangre podía conducir a los soldados hasta su guarida en cualquier momento. Crowley no confiaba en que ellos pudiesen rastrear las marcas que dejaron desperdigadas por todo el bosque, no obstante, tampoco subestimaba al enemigo. –Vendrán en cualquier momento y no puedes quedarte. Si me debes algo, lárgate ahora- Se dirigió hasta una de las múltiples puertas cerradas y sacó su dote de armas. ¿Cuál sería la más apropiada para un posible batallón? Nunca le gustaron las armas de fuego, tampoco las blancas y ostentosas, por ello es que el machete, de nombre Romina, era el mejor aliado que tenía. Lo desplegó en su mano para observar el poderoso filo de su hoja. Una de las campanillas al lado de la puerta resonó. –Uno menos- Dijo sonriendo en una mueca.



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Mensaje por Invitado Mar Mayo 28, 2013 3:09 pm

Él quiere que nos vayamos. El monstruo no te quiere aquí. No nos quiere aquí. ¿Qué vas a hacer?

Pues... ¡me quedaría! Claro, él no era quién para decirme lo que tenía que hacer. Además, nos perseguían, no sólo a él sino a mí también. Y si salía corriendo, me atraparían y me volverían a meter a la prisión. Una vez dentro, no podría encontrar a mis hermanos ni hacérselo pagar a mi padre. No, no podían atraparme. Tenía que quedarme. Por mucho que él quisiera lo contrario.

¿Desde cuándo te importa lo que alguien que te ha herido piense?

¡Cierto, muy cierto! Y por eso cogí un madero de los que había por allí y, cuando la puerta se abrió, comencé a golpear con él. Pero no habían mandado a muchas personas detrás de nosotros, eso o no habían sabido seguir bien nuestro rastro. No lo sabía, tampoco me importaba. Total, ¿qué más daba? Estaba luchando. Estaba ocupada. No era una situación en la que pudiera pensar demasiado.

Y aun así lo haces demasiado, ¿te has dado cuenta?

¡Callad! Cerré los ojos un momento, y eso bastó para que me atraparan. ¡No...! Los golpes vinieron muy rápido, ellos no callaban y yo no podía esquivarlos, no cuando mi madero había caído al suelo. Mi espalda chocó contra la pared, sus puños contra mis frágiles huesos. Me estaba haciendo daño. Me hería, y yo no podía ni moverme porque ellos me lo impedían. ¡Serían desgraciados...!

¡Estás pensando! ¡No dejas de pensar! Hazlo, para de una vez, simplemente actúa. No te controles. Deja de hacerlo. Escúchanos, y podrás moverte. Deja de pensar, y podrás defenderte.

Lo hice. Entonces sí que lo hice. Y me vi devolviendo los golpes, mordiendo y arañando como si fuera Robbie el conejo. Me vi atacando como si en vez de Alchemilla fuera Murphy. Y no me importaba. Me daba absolutamente igual. Y menos me importó cuando el primero de los cuerpos cayó al suelo y yo, como un animal, me lanzaba a por los otros. No debía pensar, no lo estaba haciendo, no lo haría.

Eso, Alchemilla, es exactamente lo que tenías que hacer desde el principio...

Más cuerpos, más golpes, más sangre. Perdí la cuenta de cuántos llevaba. Podían ser tanto cien como dos. Poco importaba. Yo sólo atacaba, desgarraba, mordía y golpeaba. A veces también arañaba, pero eso era menos efectivo. Pronto quedamos sólo el cazador enmascarado y yo, pero ni siquiera eso bastó para frenarme. No cuando iba demasiado rápida y directa hacia él.

No, eso no deberías, para quieta, detente...

No. Ya no iba a hacerlo, ni quería ni podía. Iba demasiado directa hacia él, con un solo objetivo en mente: su máscara. Eso fue lo primero que agarré cuando conseguí tocarlo y de lo que estiré para ver lo que se escondía debajo. Ni siquiera recordaba que me interesara tanto el tema. Y entonces fue cuando me controlé.

Pero es demasiado tarde.

Y lo era, porque aunque volví a poner la máscara en su sitio ya había visto algo de lo que se ocultaba debajo. Apenas un instante, un momento, un flash de su rostro, pero lo había visto. Era hermoso. Era suave, era delicado. Estaba enmarcado por cabellos rojos como el fuego. Y era indudablemente femenino.
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Mensaje por Crowley Missös Jue Jul 11, 2013 1:15 am


Aberrantes, las mujeres siempre lo son. Es por ello que no las toleraba demasiado y ni siquiera se le había pasado por la cabeza la atracción física por una de ellas, por supuesto, no se puede decir lo mismo de la fascinación depravada que encuentra en la resistencia de estos seres, mejor aún su capacidad de pelea. La bruja le fue de lo más repulsiva al principio, poco a poco se fue acostumbrando a su compañía como si en verdad le hiciese falta. Tenía que reconocérselo, sabía moverse, actuar y defender su territorio. Los guardias cerraron el paso de Crowley y Alchemilla a los pocos segundos de haberse incorporado por completo. Debajo de la máscara, la seguridad del hombre corría en sus pupilas como un proyectil que encuentra su blanco, extasiado, sublime, explosivo. Por su parte, la bruja se encontraba haciendo una cosa extraña, Crowley supuso era algo referente a su naturaleza sí que le restó importancia y salió de la choza para ponerle fin a los hombres que iban a por ellos. Su error consistió en creer que la mujer le haría caso, por supuesto no fue así y la infeliz salió detrás de él en busca de acción. Si poner los ojos en blanco ayudase un poco a eliminar enemigos, la mayoría de ellos habría estado en el suelo antes de llegar hasta ellos, pero no era así, las cosas no funcionan de esa manera, así que lo único que quedaba era pelear. El cazador se preparó, golpeó el machete contra el umbral de la puerta y espero…

Uno a uno los hombres fueron cayendo, les faltaban trozos de carne y la sangre emanaba de sus heridas como un yacimiento de agua dulce, un tesoro único e inimaginable; no fue la maestría de Crowley la que logró exterminar a los adefesios, a decir verdad, él no tuvo que hacer nada para acabar con ellos. La bruja, ella había enloquecido por completo y él no supo en qué momento exacto, se volvió en su contra. No lo vio venir y fue demasiado tarde para cuando ella, la mujer que le salvó la vida y la misma que había protegido él, le sacó la máscara de encima y vio su rostro.

La tensión entre ellos creció como si el alma de los muertos estuviese levantándose para ceñirse sobre ambos y devorar a sus asesinos entre sombras y penurias; Crowley se quedó pasmado durante un par de segundos. Meditabundo, ignoró cuando ella regresó el trozo de piel a su rostro, él estaba en otra parte. Un punto bastante lejano de la realidad, su mundo esquizofrénico y paranoico. Cerró los ojos con suma rapidez, no podía siquiera verse reflejado en los orbes de la bruja, no deseaba reconocer su rostro en ninguna superficie y sin su máscara. La costura malhecha, los tonos violetas, las marcas de los cortes, la putrefacción de la carne y la cantidad de arañazos sobre su vieja máscara, eso era Crowley Missös y sin ella no es nada, no es nadie. Una bruja lo había visto sin su escudo, ella había cometido la peor falta en contra del cazador. El estado catatónico de Crowley, pareció ser una eternidad dentro de si mismo, pero sólo habían pasado un par de segundos desde que ella regresó la máscara a su lugar, era la primera vez que eso ocurría y, si pasó, volvería a ocurrir. No puede confiar en nadie. -¡Tú!- La apuntó con el machete. Enfadado, colérico, hambriento. Gruñó por debajo de la piel mal puesta de su máscara y con la mano libre la sacó por completo de su rostro. Ya no le servía, estaba rota. Ella la rompió. –Pagarás con tu carne lo que haz hecho- Un rugido aterrador emanó desde su estómago. Bajó el machete y lo chocó contra el suelo para atizar el chillante sonido del filo. –Mejor aún bruja, ¿Qué te parece si te mato aquí, busco a tus hermanos y con su piel remendo lo que destruiste?- Le muestra la máscara desecha y la arroja hacia un lado. Pese a su condición femenina, la voz y sus toscos movimientos, pertenecen al de un varón. La cabellera de fuego tampoco influye en la actitud del cazador, Crowley Missös, es y siempre será un mercenario despiadado…. Eso sólo hasta que le den un golpe en la cabeza y lo manden a dormir.


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Mensaje por Invitado Mar Jul 16, 2013 5:08 pm

En lugar de sentirme amenazada, simplemente sonreí. Fue una sonrisa amplia, llena de dientes, y llena de burla. Y ellos sonreían conmigo; mejor, ellos se reían a carcajada limpia. Sabía que era capaz de hacer eso con mis hermanos, lo había visto matar y no tenía piedad. ¿Entonces por qué sonreía? Ah, porque antes tendría que encontrarlos, y cuando lo hiciera lo haría yo y los protegería. Era bastante sencillo, fuera mujer u hombre, entenderlo.

Mírala, Alchemilla, la mujer-vestida-de-hombre está rabiosa, grita como esos borrachos que encuentras en las tabernas a medianoche. Y grita contra ti, contra nosotros. Te ha devuelto ese trozo de carne que le has arrancado...

Oh, era cierto... Cogí la máscara del suelo y la acaricié. Olía a podrido, y se sentía como cuando se acaricia la cara de un viejo, aunque yo no las acariciaba, sino que las arañaba mucho y muy fuerte porque me repugnaban, exactamente igual que esa. Por eso clavé los dedos con fuerza en la carne que había tapado otra carne y estiré y estiré y estiré hasta que ¡se partió en dos!

Ya estás cansada, Alchemilla, y puedes ser presa fácil para él.

Ella.

Es una mujer pero se comporta como un hombre. Es un hombre pero su cuerpo es el de una mujer. Y va a matarte, a ti y a tus hermanos.

Oh... ¡oh! Claro, eso era lo que... ¡Oh! Pagaría por lo que había hecho, ¿por atrapar a un mentiroso? ¡Ja, antes muerta! Aunque eso era lo que él (ella) quería... ¡Qué complicado! Y ellos no ayudaban, me embotaban la mente y me hacían llevarme las manos a la cabeza. ¡Iros, iros de una vez! Quería silencio para poder pensar, y a cada segundo sus voces se amplificaban más, como si estuviera en un teatro y ellos gritaran más y más y... ¡Basta!

No vamos a callar, no, no, qué va, nos oirás, nos escucharás, te volverás loca, loca, loca, loca, loca, ¡LOCA!

¡No, no estoy loca! Pero había dejado de controlar mi cuerpo porque ellos lo hacían. ¿Qué estaba pasándome! Me vi pisar la máscara y darle una patada hasta que rodó a la otra punta de la habitación. Me vi, rápida, correr hacia donde había un cuchillo largo de cocina. Me vi luchar contra el cazador (la cazadora) con el cuchillo. Y por último, antes de ser consciente de mí misma, me vi mirándola a los ojos.

– Tú no puedes matarme. Pero yo a ti tampoco. Soy la horma de tu zapato. – murmuré, y fue entonces cuando, para evitar su locura, ¡la suya y no la mía porque yo estaba cuerda, perfectamente sana!, le di un golpe con el mango del cuchillo en la cabeza con mucha fuerza, la suficiente para tirarla al suelo, presa de la inconsciencia. ¿La habría matado?

Probablemente. Cuando la has golpeado, su cabeza ha sonado a hueco.

Oh, ¡callaos!
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Mensaje por Crowley Missös Sáb Ago 10, 2013 7:07 pm


Crowley había perdido la cabeza. Siempre fue un hombre frío y calculado que pensaba antes de actuar, moviéndose entre las sombras y esperando el momento oportuno para atacar; aquello con la máscara lo había cambiado todo. La rabia se subió a su cabeza siendo en lo único en lo que podía llegar a pensar, alborotando esos recuerdos que mantenía comprimidos en su subconsciente. Los resquicios de su primer asesinato, reverberaron en su mente. Se proyectaron imágenes de los hombres siendo perseguidos por una figura que se escapaba de su imaginación, era una sombra borrosa moviéndose a través de las paredes como un fantasma imperioso, travieso. No sólo los iba matando poco a poco y con el sumo dolor que pudiese ocasionarles, también lo estaba disfrutando como un jodido demente. Amó la primer gota de sangre que salpicó contra su rostro, la había probado y le había gustado enormemente; pero la piel fue sin duda alguna su fijación con la muerte, el fetiche perfecto.

El cuchillo rasgó con delicadeza aquel rostro viejo y ya salpicado por algunas cicatrices de la vida, empezó como un coleccionista, con lo más bajo, lo más fácil de conseguir; tras varios años logró perfeccionar su propia técnica hasta conseguir que la piel fuese ‘donada’ por víctimas más jóvenes, más hermosas, con texturas más finas, mucho más perfectas. ¡Ella! ¡Esa zorra mágica! ¡Lo ha arruinado todo! Y vaya que lo había jodido, aunque esa máscara no era la primera y tampoco la segunda, cuando estas se arruinaban, Crowley no las desechaba, las guardaba en un pequeño baúl junto con todos los instrumentos, que con el paso del tiempo, se habían vuelto inservibles. Había perdido una de sus colecciones. Gruñó por debajo, lanzándose al ataque. Esquivó los golpes de la bruja y maniobró con el machete para poder cortarle la garganta. La sonrisa en su rostro se curvó al advertir que la desgraciada no se lo haría fácil. Se mordió la lengua con tanta fuerza que logró herirse. El sabor de la sangre en ese momento, le recordó la mirada fría y muerta de su padre, aunque Crowley no sabía quién era, Rhoswen sí y, por ello, se descontroló perdiendo la puntería, el equilibrio y el enfoque en la batalla. Esto produjo una ventaja bastante considerable para la bruja, quien sin pensarlo dos veces le atizó un golpe certero y mortífero en la cabeza.

El cazador retrocedió dos pasos sintiendo como sus ojos se iban cerrando, los párpados le pesaban y su respiración comenzaba a disminuir. Las tinieblas lo consumieron como si se tratasen de una garra gigantesca que aparece emanar desde las profundidades del sepulcro, lo devoró y hundió en la tierra para no dejarlo salir. Crowley se sumergió en la oscuridad total, sus demonios lo masticaban, el dolor era insoportable, se sintió roto. Él no podía sentir temor, los miedos eran una debilidad y el cazador no las tenía, sin embargo, en el momento en que las tinieblas conspiraban a su alrededor, marchando y carcajeándose de él, pudo sentirlo. Lo vivió, era el miedo a la muerte. Cerró sus ojos y no lo volvió a abrir. No como Crowley.

Los minutos transcurrieron en el exterior, tiempo en el que la mente del cazador iba mutando en la inconsciencia. Entre sus recuerdos más oscuros, los gritos de una niña emergieron del fondo. Su melena rojiza, su piel pálida, sus lágrimas… El cuerpo sabía que se trataba de ella, así que empezó a moverse de un lado a otro. Dormía pero su piel ardía como el metal al rojo vivo. La temperatura de su cuerpo subió hasta el punto en que el sudor se alojó en el arco de su cuello y sus mejillas tomaron un color rosado. Sus pies se torcieron, sus manos se crisparon en puños, su respiración se aceleró, su pecho subía y bajaba en un vaivén frenético. Cuando no pudo más, abrió los ojos gritando lo más fuerte que pudo -¡NO!- La nota armoniosa de su voz ya no era más la de un hombre grotesco y salvaje, ahora resultaba ser una mujer quien hablaba, quien sufría, quien emergía desde el punto sin retorno. Sus ojos se movieron por toda la habitación, desesperados, perdidos. Parpadeó un par de veces para acostumbrarse a la luz. Intentó levantarse pero todo le daba vueltas, se sobó la cabeza y sintió la humedad viscosa de la sangre. La observó con el terror marcado en sus ojos, jadeó. Siguió el rastro y los cadáveres se unieron a su grito aterrador. Se arrinconó en la esquina y después posó sus ojos en la bruja -¿Quién eres tú?- Preguntó. Su voz temblorosa chocó contra los menesteres que colgaban del techo, partes de cuerpos mutilados. –Por favor, no me hagas daño… no sé qué....- Tomó un poco de aire, se encontraba realmente aterrada. –Yo… yo- Cubrió su rostro con ambas manos –Lo último que recuerdo es el calabozo…- Se hundió en sus memorias intentando rastrear el punto en el que sus recuerdos se pierden.


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