AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Al Filo Del Amanecer [Privado Emerick]
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Al Filo Del Amanecer [Privado Emerick]
Recuerdo del primer mensaje :
Por fin estaba lista. La falta de práctica por tanto tiempo no había sido impedimento para conseguir que aquel mango y hoja relucieran ante los ojos cansados de la pelinegra, quien había sacrificado su (ya nulo) horario de sueño para trabajar sin interrupciones que no fueran casos fortuitos. Bostezó y terminó de limpiar ese metro metálico a lo largo, dejándolo de tal forma que el reflejo de sus llamas azules podía verse en ellos. Sonrió. – Seguro papá estaría orgulloso…-susurró empuñando el objeto, maniobrándolo de forma similar a como lo hizo con el que le dio Dagmar en la Liberación. Simplemente escuchaba música, perfección disfrazada de música. Negó con la cabeza y miró por la ventana que le anunciaba que ya estaba pasada la medianoche, recordándose una y mil cosas en pocos segundos; algunas buenas y otras malas. – Nah, sí lo está.
Se dio una ducha fría para despertar y quitarse los restos de ceniza y carbón, cambiándose a ropa igual de limpia y “decente”, hecha por Jeanne hace unos cuantos meses “para que no sigas vistiendo harapos”, según palabras de la misma anciana que ahora dormía con un par de sus queridos niños acurrucados tal y como la Loba Milanesa pudo constatar antes de marcharse por la ventana de su habitación, manteniendo envuelto su preciado trabajo para que nadie notase nada. ¿Y quién iba a notarlo si era plena madrugada y su lugar de destino eran los callejones que conocía como la palma de su mano?
Miró el reloj de una de las tiendas cercanas y confirmó que estaba dentro del tiempo requerido para ser puntual, como le había enseñado, para variar, esa querida anciana que era capaz de sacrificarlo todo por sus niños y sus protegidos con tal de que estuvieran bien y pudieran surgir, y ser alguien. Gianella sentía ese deber como suyo, y por eso estaba la Casa de la Esperanza ya con un par de días de vida, para extender ese deber no sólo a los desvalidos que encontraban en sus recorridos diarios, sino que también a todo quien lo quisiera. Después de todo, de eso se trataba la Igualdad.
Se apoyó en una de las frías paredes y miró al cielo unos momentos, sintiendo ese aroma acercarse y llegar hasta sí al tiempo en que las campanadas daban las una de la mañana. – La puntualidad es una muy buena primera impresión de una persona. O criatura, en tu caso. – Sonrió ladina sacándose la capucha de la cabeza, dejándola caer en su espalda cubierta por el abrigo. Se rascó la pierna izquierda bajo el pantalón con el zapato y observó a quien estaba cada vez a menos distancia. – Emerick Boussingaut.
Por fin estaba lista. La falta de práctica por tanto tiempo no había sido impedimento para conseguir que aquel mango y hoja relucieran ante los ojos cansados de la pelinegra, quien había sacrificado su (ya nulo) horario de sueño para trabajar sin interrupciones que no fueran casos fortuitos. Bostezó y terminó de limpiar ese metro metálico a lo largo, dejándolo de tal forma que el reflejo de sus llamas azules podía verse en ellos. Sonrió. – Seguro papá estaría orgulloso…-susurró empuñando el objeto, maniobrándolo de forma similar a como lo hizo con el que le dio Dagmar en la Liberación. Simplemente escuchaba música, perfección disfrazada de música. Negó con la cabeza y miró por la ventana que le anunciaba que ya estaba pasada la medianoche, recordándose una y mil cosas en pocos segundos; algunas buenas y otras malas. – Nah, sí lo está.
Se dio una ducha fría para despertar y quitarse los restos de ceniza y carbón, cambiándose a ropa igual de limpia y “decente”, hecha por Jeanne hace unos cuantos meses “para que no sigas vistiendo harapos”, según palabras de la misma anciana que ahora dormía con un par de sus queridos niños acurrucados tal y como la Loba Milanesa pudo constatar antes de marcharse por la ventana de su habitación, manteniendo envuelto su preciado trabajo para que nadie notase nada. ¿Y quién iba a notarlo si era plena madrugada y su lugar de destino eran los callejones que conocía como la palma de su mano?
Miró el reloj de una de las tiendas cercanas y confirmó que estaba dentro del tiempo requerido para ser puntual, como le había enseñado, para variar, esa querida anciana que era capaz de sacrificarlo todo por sus niños y sus protegidos con tal de que estuvieran bien y pudieran surgir, y ser alguien. Gianella sentía ese deber como suyo, y por eso estaba la Casa de la Esperanza ya con un par de días de vida, para extender ese deber no sólo a los desvalidos que encontraban en sus recorridos diarios, sino que también a todo quien lo quisiera. Después de todo, de eso se trataba la Igualdad.
Se apoyó en una de las frías paredes y miró al cielo unos momentos, sintiendo ese aroma acercarse y llegar hasta sí al tiempo en que las campanadas daban las una de la mañana. – La puntualidad es una muy buena primera impresión de una persona. O criatura, en tu caso. – Sonrió ladina sacándose la capucha de la cabeza, dejándola caer en su espalda cubierta por el abrigo. Se rascó la pierna izquierda bajo el pantalón con el zapato y observó a quien estaba cada vez a menos distancia. – Emerick Boussingaut.
Gianella Massone- Licántropo Clase Baja
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Re: Al Filo Del Amanecer [Privado Emerick]
Gianella se conocía muy bien esa taberna. Había hecho el intento de trabajar allí en unas cuantas ocasiones, pero siempre salía con la cola entre las piernas por sus constantes fallas, casi todas producidas por su carácter tan peculiar. Eso hasta que los dueños cambiaron y el local pasó al susodicho que se había prestado para el juego de Gianella e, inesperadamente, de un “molestoso” Emerick, que también parecía saber de ese tipo de ambientes y jugarretas. Y la integrante del reducido –por no decir nulo- grupo de féminas presentes entre esas cuatro paredes que rebosaban alcohol y múltiples arreglos por las peleas que la Loba Milanesa protagonizó no pocas veces sólo atinó a rodar los ojos controlándose un poco de fingir algo de autoridad frente al duque, quien ahora le trataba forzosamente como una mujer ofreciéndole la silla para que se recostara primero en ella. ¿Qué honor había en hacer sentir mal a una mujer que desde siempre se había sentido más hombre que incluso varones reales? - ... – El suspiro terminó en una mueca de incomodidad mientras se sentaba – Pero no te acostumbres – Le replicó mirándole de reojo mientras él observaba el lugar, quizás analizándolo, vigilándolo o recordando viejos tiempos…de todas formas a ella no le interesaba.
Llegó el dueño de la joda y del local y tomó los pedidos con normalidad, dirigiéndose a buscar los brebajes escocés y alemán para la pareja. En aquel momento no dijo nada para no despertar la curiosidad del más que respetable trabajador, y Emerick tampoco, esperando el momento preciso para tomar un aire de más confianza y privacidad dentro de ese lugar público. Las miradas se cruzaron como cómplices de un crimen y el oído de la italiana actuó cual filtro para distinguir lo que quería escuchar de lo que no. ¿Qué le importaban las apuestas de una pelea o lo buena que estaba una mujer del burdel? ¡A la mierda con eso!
- ¿Y me preguntas eso en una taberna? Podrías haberlo hecho en el callejón…me esperaba algo menos importante – Le dijo con un evidente tono que contrastaba con sus palabras, contagiándosele parte del ambiente bromista que casi siempre había en aquel negocio. Suspiró apoyando un codo en la mesa de la manera específicamente contraria que pedían los modales y descansó su cabeza en su palma, como un soporte para esos recuerdos incómodos y gloriosos al mismo tiempo, y que le tenían ahí con una Casa de Acogida y con una fama bastante mayor que la inicial por su habilidad casi milagrosa de nunca haber sido capturada por la policía en cuanto a travesuras en casas y mercados tomando prestado lo ajeno sin permiso y sin devolución.
Sin embargo, y a pesar del reclamo inicial su semblante se puso serio como ameritaba la situación, después de la llegada del cantinero con sus pedidos, a los cuales Gianella agradeció pasándole unas cuantas monedas más del verdadero valor de lo solicitado – Quédate el cambio – Le dijo como para que se fuera pronto y se privó de probar el delicioso contenido por el momento: la respuesta apremiaba ser pronunciada – Sí, lo de la Revolución fue algo muy importante, de esas cosas que te dejan marcada de por vida…- Y cómo no hacerlo, si su sacrificio –presente para la eternidad en su espalda- había permitido la recuperación de las fuerzas revolucionarias hasta conseguir ese triunfo brillante en Notre Dame. Ni un abuelo tenía una mejor historia para contar a sus nietos que esa, pero lástima que Gianella no sería abuela por motivos biológicos y mentales – No me preocupa que hayan quedado enemigos, porque en efecto no quedó ninguno. Los aniquilamos a todos en el momento. – Explicó cogiendo la botella de cerveza alemana y la cató al estilo del vino, más bien jugando con ella para sacarle más espuma – Sin embargo, tenemos guardias en la Casa. Y yo también soy parte de la vigilancia, así que no hay problema con eso. – Sonaba algo arrogante a la vez que despreocupada, pero la ausencia de represalias en el tiempo que llevaban daba a entender una tranquilidad y una confianza que iba creciendo a medida que ese mismo transcurso de días y meses aumentaba. – Después de lo que sucedió con la Hermandad, me he ganado un respeto. Nadie se le acerca tan fácilmente a alguien que sobrevivió seis meses bajo torturas, sin comida ni agua; y que mató a más de treinta hombres aún en ese estado.
El pecho se le hinchó metafóricamente, y una sonrisa de nostálgico orgullo se posó en su rostro. Se veía como si estuviera contemplando a una mujer de su gusto desvestirse. Y es que el recordar esa adversidad le provocaba un gran placer…
Llegó el dueño de la joda y del local y tomó los pedidos con normalidad, dirigiéndose a buscar los brebajes escocés y alemán para la pareja. En aquel momento no dijo nada para no despertar la curiosidad del más que respetable trabajador, y Emerick tampoco, esperando el momento preciso para tomar un aire de más confianza y privacidad dentro de ese lugar público. Las miradas se cruzaron como cómplices de un crimen y el oído de la italiana actuó cual filtro para distinguir lo que quería escuchar de lo que no. ¿Qué le importaban las apuestas de una pelea o lo buena que estaba una mujer del burdel? ¡A la mierda con eso!
- ¿Y me preguntas eso en una taberna? Podrías haberlo hecho en el callejón…me esperaba algo menos importante – Le dijo con un evidente tono que contrastaba con sus palabras, contagiándosele parte del ambiente bromista que casi siempre había en aquel negocio. Suspiró apoyando un codo en la mesa de la manera específicamente contraria que pedían los modales y descansó su cabeza en su palma, como un soporte para esos recuerdos incómodos y gloriosos al mismo tiempo, y que le tenían ahí con una Casa de Acogida y con una fama bastante mayor que la inicial por su habilidad casi milagrosa de nunca haber sido capturada por la policía en cuanto a travesuras en casas y mercados tomando prestado lo ajeno sin permiso y sin devolución.
Sin embargo, y a pesar del reclamo inicial su semblante se puso serio como ameritaba la situación, después de la llegada del cantinero con sus pedidos, a los cuales Gianella agradeció pasándole unas cuantas monedas más del verdadero valor de lo solicitado – Quédate el cambio – Le dijo como para que se fuera pronto y se privó de probar el delicioso contenido por el momento: la respuesta apremiaba ser pronunciada – Sí, lo de la Revolución fue algo muy importante, de esas cosas que te dejan marcada de por vida…- Y cómo no hacerlo, si su sacrificio –presente para la eternidad en su espalda- había permitido la recuperación de las fuerzas revolucionarias hasta conseguir ese triunfo brillante en Notre Dame. Ni un abuelo tenía una mejor historia para contar a sus nietos que esa, pero lástima que Gianella no sería abuela por motivos biológicos y mentales – No me preocupa que hayan quedado enemigos, porque en efecto no quedó ninguno. Los aniquilamos a todos en el momento. – Explicó cogiendo la botella de cerveza alemana y la cató al estilo del vino, más bien jugando con ella para sacarle más espuma – Sin embargo, tenemos guardias en la Casa. Y yo también soy parte de la vigilancia, así que no hay problema con eso. – Sonaba algo arrogante a la vez que despreocupada, pero la ausencia de represalias en el tiempo que llevaban daba a entender una tranquilidad y una confianza que iba creciendo a medida que ese mismo transcurso de días y meses aumentaba. – Después de lo que sucedió con la Hermandad, me he ganado un respeto. Nadie se le acerca tan fácilmente a alguien que sobrevivió seis meses bajo torturas, sin comida ni agua; y que mató a más de treinta hombres aún en ese estado.
El pecho se le hinchó metafóricamente, y una sonrisa de nostálgico orgullo se posó en su rostro. Se veía como si estuviera contemplando a una mujer de su gusto desvestirse. Y es que el recordar esa adversidad le provocaba un gran placer…
Gianella Massone- Licántropo Clase Baja
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Re: Al Filo Del Amanecer [Privado Emerick]
"Toda la gama de la experiencia humana es tuya, y puedes disfrutarla, si decides aventurarte en territorios que no te ofrecen garantías."
Wayne Dyer
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Enarcó una ceja cuando le hizo aquella pregunta ¿Qué tenía de malo preguntarle cosas en una taberna, donde cada quien estaba pendiente de sus asuntos y no de sus casi imperceptibles voces? De todos modos, quizás tenía razón y por eso intentó excusarse, pero ¿Qué decirle? ¿Que no era importante? Pues no, mala idea, así que cerró la boca que antes había abierto y mantuvo es expresión natural e involuntaria de no saber que decir, mas aún cuando notó que su tono de voz adquiría el rintintín del ambiente fiestero de la taberna, que le hacía dudar aún más de si hablaba en serio o simplemente se divertía con él. Como fuese, debía de admitir que tratándose de ella, nada de eso le molestaba.
Le observó apoyar la cabeza en la mano y el codo en la mesa, y no pudo evitar el recordarse a su madre y sus lecciones de modales básicos, entregados cada día en aquella casa que tanto extrañaba y a la que muchas veces había querido volver, aun cuando ya no fuese lo mismo. Le faltaban las sonrisas de su madre, las bromas de su padre y la ingenuidad de su niñez, en donde no sabía ni de guerras, ni conflictos políticos o racistas como en los que ambos presentes estaban inmiscuidos. Fue entonces, cuando el cantinero regresó a su mesa con los pedidos y les sacó a ambos de toda ensoñación individualista en la cual pudieron estar metidos.
— La siguiente ronda la invito yo — se apresuró a decir al darse cuenta que había sido su compañera quien le había ganado la paga de los bebestibles — Claro, si acaso aguantáis para una segunda ronda — agregó con una sonrisa retadora, aun cuando estaba seguro de que ella no se quedaría atrás.
Sólo bebió de su vaso cuando ella comenzó con su relato. Le observaba a cada palabra salida de su boca, como si no solamente se conformara con escucharlas sino que además quería verlas; ver en ella lo que su relato era capaz de provocarle, ver las reacciones de sus ojos al soltar cada uno de esos fragmentos del pasado que le habían llevado a ser la mujer que era hoy en día. La dilatación de sus pupilas o cualquier indicio de sentimientos que no hacía falta saber interpretar para darse cuenta de la profundidad y veracidad de sus emociones. Tanto que incluso tuvo ganas de abrazarla, pero supuso que eso sería dejarla en vergüenza delante de todos aquellos hombres que rondaban en esa taberna, pues tampoco se necesitaba ser adivino para caer en cuanta de la reputación que la loba milanesa tenía en el ya mencionado lugar.
— ¿Aniquilaron a todos los enemigos y no hay problemas de seguridad porque vos sois parte de la guardia? — preguntó entre incrédulo y divertido, mientras dejaba escapar una sonrisa ladina y posaba la botella de cerveza encima de la mesa — No es que dude de vuestras capacidad, mi querida Gianella, pero a veces la vida nos castiga por pecar de confiados. La precaución nunca está demás y bien lo sabéis, tampoco quiero que os volváis una paranoica, simplemente quiero que sepáis que contáis conmigo y mi gente para cualquier eventualidad. Aun cuando esté seguro de que a vos no os agrade mucho la idea de ser defendida por un hombre — rió nuevamente — También os pongo a vuestra disposición la Corporación y los médicos que ahí trabajan, creo que un poco de salud avanzada y gratuita nunca está demás.
Volvió a beber de su botella y supuso que sería conveniente presionar a la loba con una respuesta tan delicada, así que simplemente le dejó su espacio para que lo pensara con calma mientras él se apresuraba en cambiar el tema, a uno más relajado como el ambiente en el cual se encontraban. Mas cuando se sacó la botella de la boca, un pequeño chorro de cerveza le chorreó por la barbilla hasta ensuciar parte de su muy costosa y fina ropa. Sin embargo, no pudo más que echarse a reír un poco avergonzado.
— Está bien, lo admito, nunca en mi vida había bebido de una botella, excepto por un vez que quise impresionar, pero era vino y no espumaba de esta manera — se excusó entre risas mientras se limpiaba con una servilleta — Soy el niñito de bien que juega a ser un niñito de mal. Quizás deba pediros un par de clases — le sonrió de costado — Iniciemos por como tomar una botella y... ¿Qué es lo primero que miráis en el cuerpo de una mujer?
Le observó apoyar la cabeza en la mano y el codo en la mesa, y no pudo evitar el recordarse a su madre y sus lecciones de modales básicos, entregados cada día en aquella casa que tanto extrañaba y a la que muchas veces había querido volver, aun cuando ya no fuese lo mismo. Le faltaban las sonrisas de su madre, las bromas de su padre y la ingenuidad de su niñez, en donde no sabía ni de guerras, ni conflictos políticos o racistas como en los que ambos presentes estaban inmiscuidos. Fue entonces, cuando el cantinero regresó a su mesa con los pedidos y les sacó a ambos de toda ensoñación individualista en la cual pudieron estar metidos.
— La siguiente ronda la invito yo — se apresuró a decir al darse cuenta que había sido su compañera quien le había ganado la paga de los bebestibles — Claro, si acaso aguantáis para una segunda ronda — agregó con una sonrisa retadora, aun cuando estaba seguro de que ella no se quedaría atrás.
Sólo bebió de su vaso cuando ella comenzó con su relato. Le observaba a cada palabra salida de su boca, como si no solamente se conformara con escucharlas sino que además quería verlas; ver en ella lo que su relato era capaz de provocarle, ver las reacciones de sus ojos al soltar cada uno de esos fragmentos del pasado que le habían llevado a ser la mujer que era hoy en día. La dilatación de sus pupilas o cualquier indicio de sentimientos que no hacía falta saber interpretar para darse cuenta de la profundidad y veracidad de sus emociones. Tanto que incluso tuvo ganas de abrazarla, pero supuso que eso sería dejarla en vergüenza delante de todos aquellos hombres que rondaban en esa taberna, pues tampoco se necesitaba ser adivino para caer en cuanta de la reputación que la loba milanesa tenía en el ya mencionado lugar.
— ¿Aniquilaron a todos los enemigos y no hay problemas de seguridad porque vos sois parte de la guardia? — preguntó entre incrédulo y divertido, mientras dejaba escapar una sonrisa ladina y posaba la botella de cerveza encima de la mesa — No es que dude de vuestras capacidad, mi querida Gianella, pero a veces la vida nos castiga por pecar de confiados. La precaución nunca está demás y bien lo sabéis, tampoco quiero que os volváis una paranoica, simplemente quiero que sepáis que contáis conmigo y mi gente para cualquier eventualidad. Aun cuando esté seguro de que a vos no os agrade mucho la idea de ser defendida por un hombre — rió nuevamente — También os pongo a vuestra disposición la Corporación y los médicos que ahí trabajan, creo que un poco de salud avanzada y gratuita nunca está demás.
Volvió a beber de su botella y supuso que sería conveniente presionar a la loba con una respuesta tan delicada, así que simplemente le dejó su espacio para que lo pensara con calma mientras él se apresuraba en cambiar el tema, a uno más relajado como el ambiente en el cual se encontraban. Mas cuando se sacó la botella de la boca, un pequeño chorro de cerveza le chorreó por la barbilla hasta ensuciar parte de su muy costosa y fina ropa. Sin embargo, no pudo más que echarse a reír un poco avergonzado.
— Está bien, lo admito, nunca en mi vida había bebido de una botella, excepto por un vez que quise impresionar, pero era vino y no espumaba de esta manera — se excusó entre risas mientras se limpiaba con una servilleta — Soy el niñito de bien que juega a ser un niñito de mal. Quizás deba pediros un par de clases — le sonrió de costado — Iniciemos por como tomar una botella y... ¿Qué es lo primero que miráis en el cuerpo de una mujer?
Emerick Boussingaut- Licántropo/Realeza
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Re: Al Filo Del Amanecer [Privado Emerick]
Un “Pffff” seguido de una sonrisa llena de espíritu de lucha fue toda la respuesta que recibió el lobo de la loba cuando le lanzó aquel desafío. Obviamente no iba a rechazar aquella puesta a prueba, sino no estaría al frente de aquella mujer de carácter rebelde y espíritu indomable, con unos puños más fuertes –si eso llegaba a ser posible- que su propia perseverancia. – Esa advertencia debería hacértela yo a ti – dijo riendo, disponiéndose a acomodarse en el lugar haciendo un par de saludos rápidos a punta de mano alzada para luego comentarle la respuesta que tanto quería.
Emerick parecía incrédulo con la respuesta que le había dado, y era algo perfectamente posible de suceder - ¡No por ser rico no iba a ser susceptible de ser sorprendido!-. Su respuesta le hizo alzar una ceja mientras se echaba un poco del espumoso brebaje a la boca para relajar y refrescar la garganta, preparando las garras para un contraataque que fue menos duro de lo que se podría haber esperado, considerando lo cerrada que solía ser en ciertas ocasiones a las críticas y a las ideas nuevas. Solía, ya que de seguirlo siendo no sería la dueña de una Casa de Acogida, sino que estaría todavía entre los cartones y las sábanas sucias de su improvisado refugio en ese callejón que le cobijó por tantos años después de tantos problemas. Sin embargo, esas risas no le caían bien. Lo sentía como una burla, aunque no fuera así de ninguna forma.
El Duque se quedó callado esperando obviamente la respuesta de ella, y Gianella se hizo esperar con otro trago de su cerveza, el cual quedó a medias cuando le vio manchar esa ropa que seguro valía más de diez veces las suyas con una serie de gotas de la Scottish Ale que había solicitado. Ahí sí que se vengó riéndose a todo dar, pero la señorita piedad hizo lo suyo y aquello sólo duró unos segundos, secándose la incipiente lágrima que había querido escaparse de su ojo derecho.- La única forma de impresionar a alguien es siendo uno mismo. No hay de otra. – Le dijo como consejo y tomó aire para luego botarlo en un suspiro que trajo a colación la seriedad que requería para la respuesta que el licántropo estaba esperando – Lo sé a la perfección, Emerick. Sé que la seguridad que tiene la Casa actualmente no es la ideal, ni es lo que yo querría tener…pero dentro de lo que tenemos, nos lo hemos arreglado muy bien. Y no, no estoy acostumbrada a que un hombre me defienda – Entrecerró los ojos sabiendo de la intencionalidad de Emerick con aquel pequeño detalle, sin embargo la risa de éste le hizo en parte distender su porte serio – Sé que están a mi disposición, quiero decir…sabía que me ibas a ofrecer la ayuda de tu Corporación, y siempre lo he tenido en cuenta para lo que vaya a suceder; tal y como tú debes de tenerme en cuenta para ciertas situaciones, ¿no? Ya te dije que no es mi intención andarte salvando el pellejo cuando éste peligre – Volvió a reír y tomó un nuevo trago de la cerveza, chasqueando la lengua ya que el alivio había sido mucho más evidente y placentero. Tan o más placentero que la pregunta que le había dejado hecha. Vaya cambio de tema…
Cogió la botella desde el tercio superior con los dedos enseñándole de paso la forma correcta para beber llevándose el utensilio a la boca, mirándole de reojo para que prestara atención, porque estaba dándole una clase silente a la medida que pensaba aparentemente lo que debía responder. ¿Quién le había preguntado eso antes? No se acordaba, y por eso tenía que meditarlo. Sin embargo le bastó ver a una cantinera bastante atractiva para responderle con sinceridad – Lo primero que le veo a una mujer…-repitió como si no hubiera escuchado, fijándose en la chica que tomaba pedidos a unas tres mesas de distancia – Es su mirada, lo que reflejan en ella. Te confieso que las mujeres de ojos claros me prenden como imanes – rió algo coqueta y se relamió, continuando con el análisis de la chica como si ella fuera su modelo ideal para responder – Luego de eso, cómo no, el cuerpo. Esas curvas que provocan acariciarlas y tomarlas para uno mientras están bajo tu cuerpo…-Tosió a propósito descubriendo que había llegado quizás demasiado lejos en la respuesta y miró a Emerick con una sonrisa que no tenía vergüenza alguna. – Perdón…me prendo muy fácil…- Le mencionó como si nada y se terminó la botella, suspirando de gusto – Estoy lista para la segunda ronda, cachorrito.
Emerick parecía incrédulo con la respuesta que le había dado, y era algo perfectamente posible de suceder - ¡No por ser rico no iba a ser susceptible de ser sorprendido!-. Su respuesta le hizo alzar una ceja mientras se echaba un poco del espumoso brebaje a la boca para relajar y refrescar la garganta, preparando las garras para un contraataque que fue menos duro de lo que se podría haber esperado, considerando lo cerrada que solía ser en ciertas ocasiones a las críticas y a las ideas nuevas. Solía, ya que de seguirlo siendo no sería la dueña de una Casa de Acogida, sino que estaría todavía entre los cartones y las sábanas sucias de su improvisado refugio en ese callejón que le cobijó por tantos años después de tantos problemas. Sin embargo, esas risas no le caían bien. Lo sentía como una burla, aunque no fuera así de ninguna forma.
El Duque se quedó callado esperando obviamente la respuesta de ella, y Gianella se hizo esperar con otro trago de su cerveza, el cual quedó a medias cuando le vio manchar esa ropa que seguro valía más de diez veces las suyas con una serie de gotas de la Scottish Ale que había solicitado. Ahí sí que se vengó riéndose a todo dar, pero la señorita piedad hizo lo suyo y aquello sólo duró unos segundos, secándose la incipiente lágrima que había querido escaparse de su ojo derecho.- La única forma de impresionar a alguien es siendo uno mismo. No hay de otra. – Le dijo como consejo y tomó aire para luego botarlo en un suspiro que trajo a colación la seriedad que requería para la respuesta que el licántropo estaba esperando – Lo sé a la perfección, Emerick. Sé que la seguridad que tiene la Casa actualmente no es la ideal, ni es lo que yo querría tener…pero dentro de lo que tenemos, nos lo hemos arreglado muy bien. Y no, no estoy acostumbrada a que un hombre me defienda – Entrecerró los ojos sabiendo de la intencionalidad de Emerick con aquel pequeño detalle, sin embargo la risa de éste le hizo en parte distender su porte serio – Sé que están a mi disposición, quiero decir…sabía que me ibas a ofrecer la ayuda de tu Corporación, y siempre lo he tenido en cuenta para lo que vaya a suceder; tal y como tú debes de tenerme en cuenta para ciertas situaciones, ¿no? Ya te dije que no es mi intención andarte salvando el pellejo cuando éste peligre – Volvió a reír y tomó un nuevo trago de la cerveza, chasqueando la lengua ya que el alivio había sido mucho más evidente y placentero. Tan o más placentero que la pregunta que le había dejado hecha. Vaya cambio de tema…
Cogió la botella desde el tercio superior con los dedos enseñándole de paso la forma correcta para beber llevándose el utensilio a la boca, mirándole de reojo para que prestara atención, porque estaba dándole una clase silente a la medida que pensaba aparentemente lo que debía responder. ¿Quién le había preguntado eso antes? No se acordaba, y por eso tenía que meditarlo. Sin embargo le bastó ver a una cantinera bastante atractiva para responderle con sinceridad – Lo primero que le veo a una mujer…-repitió como si no hubiera escuchado, fijándose en la chica que tomaba pedidos a unas tres mesas de distancia – Es su mirada, lo que reflejan en ella. Te confieso que las mujeres de ojos claros me prenden como imanes – rió algo coqueta y se relamió, continuando con el análisis de la chica como si ella fuera su modelo ideal para responder – Luego de eso, cómo no, el cuerpo. Esas curvas que provocan acariciarlas y tomarlas para uno mientras están bajo tu cuerpo…-Tosió a propósito descubriendo que había llegado quizás demasiado lejos en la respuesta y miró a Emerick con una sonrisa que no tenía vergüenza alguna. – Perdón…me prendo muy fácil…- Le mencionó como si nada y se terminó la botella, suspirando de gusto – Estoy lista para la segunda ronda, cachorrito.
Gianella Massone- Licántropo Clase Baja
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