AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Una fábula de luna y de sol {Doreen Caracciolo}
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Una fábula de luna y de sol {Doreen Caracciolo}
Recuerdo del primer mensaje :
"En el bosque de amor, soy cazador furtivo; te acecho entre dormidos y tupidos follajes."
Ramon Lopez Velarde
Ramon Lopez Velarde
Un halcón peregrino volaba bajo el claro de luna y por sobre la tenue luminaria de las calles parisinas que a esas horas de la madrugada se cubrían de espesa bruma, llevaba entre sus fuertes y afiladas garras un ato de ropa ligera, listo para cualquier emergencia. Pero esta vez no volaba sobre los montes, ni tampoco cuidaba de un solo licántropo, pues bajo sus alas se daba espacio a una encarnizada persecución.
Tres vampiros volaban casi a ras de los tejados, ocultándose entre las sombras para vigilar de cerca a sus aliados y salvarse así de las estacas de madera que de vez en cuando salían disparadas por las ballestas asesinas de los inquisidores y surcaban el aire con sonidos silbantes y amenazadores. Su función no era luchar, ellos vigilaban y distraían, eran la carnada para la Inquisición mientras los más letales les asechaban desde las sombras, cobijados por la noche. Silenciosos y astutos asesinos que ni siquiera podían controlarse a sí mismos, pues habían perdido toda su cordura y piedad junto con la salida de la luna llena, y eso les hacía aún más letales y temerarios, mas con su inteligencia e instintos lobunos de acorralar en grupo a una única presa para hacerse de ella por absoluta sorpresa.
Nada parecía evidenciar lo que ocurría entre la niebla, el silencio parecía imperturbable, pues hasta las aves nocturnas se negaban a cantar. Era una noche de asesinos sin piedad.
Un breve grito humano, que fue extinguido casi antes de escapar por la desgarrada garganta, rompió brevemente aquel silencio sepulcral. Los vampiros escucharon atentos y fueron tentados por aquel aroma a sangre tan peculiar. Todo indicaba que uno de los licántropos había alcanzado a uno de los eclesiásticos y cínicos enemigos; «Uno menos» fue el pensamiento común de los no vivos, que gracias gracias al azar en la evolución de sus especies, habían logrado mantener su conciencia, sin embargo habían perdido la capacidad de tener hijos y disfrutar de la calidez de los rayos del sol. Ojo por ojo, decía la sádica naturaleza.
— Cómanselo — ordenó en un siseo uno de los vampiros, quien bajó a corroborar la identidad del caído.
No hizo falta entenderlo, estaba en sus instintos lobunos, pues los hijos de Lycaon inmediatamente se ensañaron contra aquel cuerpo ya inerte para hacer un festín de su carne de la cual poco dejarían para sepultar. Los vampiros se relamieron tentados de participar, pero acercarse era peligroso incluso para ellos; su tarea en aquella misión no era más que velar que no se metiesen humanos inocentes en el cuadrante de cacería, atacar si acaso tenían el camino libre y arrear a los lobos hacia el bosque antes de la escapada de la luna llena. Todo estaba perfectamente coordinado, pero siempre se podían equivocar.
Un disparo, un aullido...
Una bala de plata había rozado la pata trasera de uno de los licántropos, lastimándole y haciéndole aullar de dolor, antes de que la manada temporal volteara furiosa en busca de su agresor, pero él cazador no estaba solo y, el también trío de inquisidores, comenzó a disparar ciegamente en el nombre de Dios. La niebla jugaba en favor de los sobrenaturales, cegando a los inquisidores que sólo podían guiarse por su oído perspicaz y la agudeza de instinto.
Los lobos se dispersaron, huyendo cada uno en una dirección propia, mientras los vampiros se apresuraban en seguirlos para no perderles la pista, pero un lobo en huida corre aún más deprisa y entre las sombras se pierden con mayor facilidad. Todos, excepto el licántropo blanco que sólo se favorecía por el vaho tupido de la niebla y era vigilado con mas viabilidad.
Aún hambrientos y tentados por el aroma de la sangre que ellos mismos habían derramado, no se alejaron mucho del lugar, mas uno de ellos pronto descubrió a una nueva víctima a quien asechar. Un gruñido gutural se esparció a través de las delicadas ondas sonoras en medio de la neblina, pronto amanecería y el escuadrón de batalla se tendría que retirar. Todos tenían los minutos contados; vampiros, licántropos, inquisidores y aquella dulce mujercita de dorados cabellos. Sólo era cuestión de segundos para ver quien caía primero.
El lobo gris se lanzó a la casería y, sólo al verle correr, el vampiro que le vigilaba se dio cuenta de la presencia de esa nueva humana a quien su aliado perseguía. Voló rápidamente para intentar detenerlo y una nueva carga de estacas le hizo tener que desviar su dirección para ponerse a resguardo y desde ahí contraatacar con un ataque sorpresa.
El licántropo persiguió a la mujer libremente y no fue el único, otro más se unió a la cacería por una calle aledaña de los suburbios, y le hicieron correr hacia el bosque que rodeaba aquel lado de la ciudad como si jugaran con ella, como si fuese la presa matar, aquella que asesinarían solo por entretención y el placer de hacerle sudar con ese aroma tan exquisito del miedo.
La mujer se internó en el bosque, podían sentir sus pasos, oler su aroma, escuchar los latidos asustados y galopantes de su corazón desbocado. Ya casi, ya casi, y de pronto... desapareció. Era como si repentinamente pareciera que se la hubiese tragado la tierra, como si la misma Madre Tierra la hubiese cubierto con su manto invisible para resguardarla de una muerte prematura.
Los frustrados depredadores olisquearon en aire en busca de su presa, pero no encontraban más que el aroma de su entorno; musgo, humus en descomposición, hojarasca y tierra humedecida por el rocío de la noche, madera mojada, el aroma característico de las pinaceas, uno que otro animalejo asustadizo, y de pronto... sangre...
Los lobos se lanzaron de nuevo a la carrera y el tercero también se les sumaba, perseguido de cerca por su vampiro vigía que también fue atraído por el irresistible y peculiar aroma a oxido de tan exquisito afluente humano. Todos corrían y gruñían con fiereza, quien llegaba primero, quien cogía la mejor parte, quien disfrutaba de los últimos latidos de su corazón con el cuello de ella partido entre sus fauces, quien.
Pobre y delicioso postre de aquella movida velada al que demasiado pronto se le acabaría la vida.
Tres vampiros volaban casi a ras de los tejados, ocultándose entre las sombras para vigilar de cerca a sus aliados y salvarse así de las estacas de madera que de vez en cuando salían disparadas por las ballestas asesinas de los inquisidores y surcaban el aire con sonidos silbantes y amenazadores. Su función no era luchar, ellos vigilaban y distraían, eran la carnada para la Inquisición mientras los más letales les asechaban desde las sombras, cobijados por la noche. Silenciosos y astutos asesinos que ni siquiera podían controlarse a sí mismos, pues habían perdido toda su cordura y piedad junto con la salida de la luna llena, y eso les hacía aún más letales y temerarios, mas con su inteligencia e instintos lobunos de acorralar en grupo a una única presa para hacerse de ella por absoluta sorpresa.
Nada parecía evidenciar lo que ocurría entre la niebla, el silencio parecía imperturbable, pues hasta las aves nocturnas se negaban a cantar. Era una noche de asesinos sin piedad.
Un breve grito humano, que fue extinguido casi antes de escapar por la desgarrada garganta, rompió brevemente aquel silencio sepulcral. Los vampiros escucharon atentos y fueron tentados por aquel aroma a sangre tan peculiar. Todo indicaba que uno de los licántropos había alcanzado a uno de los eclesiásticos y cínicos enemigos; «Uno menos» fue el pensamiento común de los no vivos, que gracias gracias al azar en la evolución de sus especies, habían logrado mantener su conciencia, sin embargo habían perdido la capacidad de tener hijos y disfrutar de la calidez de los rayos del sol. Ojo por ojo, decía la sádica naturaleza.
— Cómanselo — ordenó en un siseo uno de los vampiros, quien bajó a corroborar la identidad del caído.
No hizo falta entenderlo, estaba en sus instintos lobunos, pues los hijos de Lycaon inmediatamente se ensañaron contra aquel cuerpo ya inerte para hacer un festín de su carne de la cual poco dejarían para sepultar. Los vampiros se relamieron tentados de participar, pero acercarse era peligroso incluso para ellos; su tarea en aquella misión no era más que velar que no se metiesen humanos inocentes en el cuadrante de cacería, atacar si acaso tenían el camino libre y arrear a los lobos hacia el bosque antes de la escapada de la luna llena. Todo estaba perfectamente coordinado, pero siempre se podían equivocar.
Un disparo, un aullido...
Una bala de plata había rozado la pata trasera de uno de los licántropos, lastimándole y haciéndole aullar de dolor, antes de que la manada temporal volteara furiosa en busca de su agresor, pero él cazador no estaba solo y, el también trío de inquisidores, comenzó a disparar ciegamente en el nombre de Dios. La niebla jugaba en favor de los sobrenaturales, cegando a los inquisidores que sólo podían guiarse por su oído perspicaz y la agudeza de instinto.
Los lobos se dispersaron, huyendo cada uno en una dirección propia, mientras los vampiros se apresuraban en seguirlos para no perderles la pista, pero un lobo en huida corre aún más deprisa y entre las sombras se pierden con mayor facilidad. Todos, excepto el licántropo blanco que sólo se favorecía por el vaho tupido de la niebla y era vigilado con mas viabilidad.
Aún hambrientos y tentados por el aroma de la sangre que ellos mismos habían derramado, no se alejaron mucho del lugar, mas uno de ellos pronto descubrió a una nueva víctima a quien asechar. Un gruñido gutural se esparció a través de las delicadas ondas sonoras en medio de la neblina, pronto amanecería y el escuadrón de batalla se tendría que retirar. Todos tenían los minutos contados; vampiros, licántropos, inquisidores y aquella dulce mujercita de dorados cabellos. Sólo era cuestión de segundos para ver quien caía primero.
El lobo gris se lanzó a la casería y, sólo al verle correr, el vampiro que le vigilaba se dio cuenta de la presencia de esa nueva humana a quien su aliado perseguía. Voló rápidamente para intentar detenerlo y una nueva carga de estacas le hizo tener que desviar su dirección para ponerse a resguardo y desde ahí contraatacar con un ataque sorpresa.
El licántropo persiguió a la mujer libremente y no fue el único, otro más se unió a la cacería por una calle aledaña de los suburbios, y le hicieron correr hacia el bosque que rodeaba aquel lado de la ciudad como si jugaran con ella, como si fuese la presa matar, aquella que asesinarían solo por entretención y el placer de hacerle sudar con ese aroma tan exquisito del miedo.
La mujer se internó en el bosque, podían sentir sus pasos, oler su aroma, escuchar los latidos asustados y galopantes de su corazón desbocado. Ya casi, ya casi, y de pronto... desapareció. Era como si repentinamente pareciera que se la hubiese tragado la tierra, como si la misma Madre Tierra la hubiese cubierto con su manto invisible para resguardarla de una muerte prematura.
Los frustrados depredadores olisquearon en aire en busca de su presa, pero no encontraban más que el aroma de su entorno; musgo, humus en descomposición, hojarasca y tierra humedecida por el rocío de la noche, madera mojada, el aroma característico de las pinaceas, uno que otro animalejo asustadizo, y de pronto... sangre...
Los lobos se lanzaron de nuevo a la carrera y el tercero también se les sumaba, perseguido de cerca por su vampiro vigía que también fue atraído por el irresistible y peculiar aroma a oxido de tan exquisito afluente humano. Todos corrían y gruñían con fiereza, quien llegaba primero, quien cogía la mejor parte, quien disfrutaba de los últimos latidos de su corazón con el cuello de ella partido entre sus fauces, quien.
Pobre y delicioso postre de aquella movida velada al que demasiado pronto se le acabaría la vida.
Última edición por Emerick Boussingaut el Mar Ene 08, 2013 8:34 pm, editado 2 veces
Emerick Boussingaut- Licántropo/Realeza
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Re: Una fábula de luna y de sol {Doreen Caracciolo}
"El dolor está en nuestra vida cotidiana, en el sufrimiento escondido, en la renuncia que hacemos y culpamos al amor por la derrota de nuestros sueños."
Paulo Coelho
Paulo Coelho
Sintió que pronto le tomaban de la cara para hacerle a subir la mirada como si de ese modo pudiese volver a respirar. Le miró a los ojos verdes, con los suyos empañados y vio ahí su sonrisa compasiva y sincera. Quiso abrazarle, quiso llorar con ella, pero Doreen tenía otra idea y de pronto fueron sus propios labios los encargados de consumir sus lágrimas para limpiar sus mejillas de cualquier rastro de dolor, y él, él simplemente se dejó hacer. Se entregó a sus actos y confió ciegamente en sus delicados métodos como un regalo de fe hacia ella, porque finalmente la salvada se había convertido en la salvadora.
De pronto comenzaba a sentirse un poco más tranquilo, como si ya hubiese pasado lo peor, como si ya hubiese sacado a flote lo que más le ahogaba, y ella, siempre ahí, siempre serena, le esperaba y le alentaba a su propia manera para que no se rindiera y siguiera adelante sin importar que fuera ella la destinada a compartir sus triunfos.
Un sólo abrazó bastó para que él también le rodeara con sus brazos, aferrándose a ella cual naufrago recatado de las aguas turbulentas de la melancolía y, respirando sobre su hombro, le escuchó. Escuchó sus historias de aquel que se le asemejaba en sufrimiento pero que le superaba en voluntad y superación, escuchó con la esperanza de alguna vez lograr el mismo entendimiento.
Y la separación llegó después, para volver a encontrarse con su mirada que buscaba sostenerle en alto del mismo modo en que esa mano en su pecho buscaba regresarle el reconocimiento para que se encontrase consigo mismo y recordase quien era realmente y porque aún seguía con vida. Negó con la cabeza ante sus preguntas, ya conocía las respuestas, pues ya muchas veces se había preguntado lo mismo, y se había preguntado también, qué era lo que querían de él. Muchas veces tuvo la curiosidad de consultar a nigromante, pero aquello sería perturbar a sus almas y quizás arruinar lo único que hasta ahora se les hacía grato en el desconocido mundo de la muerte. No lo sabía y probablemente jamás tuviera todas las respuestas, pero al menos sabía esa, la que ella le preguntaba.
Y volvió a encontrarse con sus ojos y aquella mirada decidida que le decía que no se iría y luego flaqueaba al preguntar lo que él realmente quería. Inevitablemente le causó una sensación de ternura, como muchas veces lo había hecho durante ese día que aún no acababa.
— Abrázame — le dijo de pronto, volviendo a buscar de su abrazo y olvidándose de ese lenguaje aristocrático para usar aquel guardado para su más reservada intimidad — Abrázame y sujétame fuerte porque ahora yo soy el débil, porque no quiero que me sueltes y porque aún tengo tanto que aprender de ti — agregó con los párpados y estrechándole contra el pecho custodio de su corazón.
— Perdóname... — susurró con su aliento perdido en medio de sus dorados cabellos en donde aspiró de su aroma como aire puro para sus desgastados pulmones — una vez más — sonrió un poco avergonzado antes de volver a soltarle para mirarle a la cara — No te diré que puedes quedarte, voy a pedirte que lo hagas... quédate, por favor.
Aquella había una petición verdadera, una que había salido del alma y que le había hecho bajar de todos sus títulos de nobleza hasta ese lenguaje íntimo de tú a tú del que disfrutaban los criados, del que sólo se había reservado para su familia. Quería que se quedara a pesar de los miedos y de los rencores, quería que se quedara porque quería estar con ella y poderle compartir algo más que pequeñísimo trozo de su vida en la claudicación más intima de todos sus años de licantropía.
De pronto comenzaba a sentirse un poco más tranquilo, como si ya hubiese pasado lo peor, como si ya hubiese sacado a flote lo que más le ahogaba, y ella, siempre ahí, siempre serena, le esperaba y le alentaba a su propia manera para que no se rindiera y siguiera adelante sin importar que fuera ella la destinada a compartir sus triunfos.
Un sólo abrazó bastó para que él también le rodeara con sus brazos, aferrándose a ella cual naufrago recatado de las aguas turbulentas de la melancolía y, respirando sobre su hombro, le escuchó. Escuchó sus historias de aquel que se le asemejaba en sufrimiento pero que le superaba en voluntad y superación, escuchó con la esperanza de alguna vez lograr el mismo entendimiento.
Y la separación llegó después, para volver a encontrarse con su mirada que buscaba sostenerle en alto del mismo modo en que esa mano en su pecho buscaba regresarle el reconocimiento para que se encontrase consigo mismo y recordase quien era realmente y porque aún seguía con vida. Negó con la cabeza ante sus preguntas, ya conocía las respuestas, pues ya muchas veces se había preguntado lo mismo, y se había preguntado también, qué era lo que querían de él. Muchas veces tuvo la curiosidad de consultar a nigromante, pero aquello sería perturbar a sus almas y quizás arruinar lo único que hasta ahora se les hacía grato en el desconocido mundo de la muerte. No lo sabía y probablemente jamás tuviera todas las respuestas, pero al menos sabía esa, la que ella le preguntaba.
Y volvió a encontrarse con sus ojos y aquella mirada decidida que le decía que no se iría y luego flaqueaba al preguntar lo que él realmente quería. Inevitablemente le causó una sensación de ternura, como muchas veces lo había hecho durante ese día que aún no acababa.
— Abrázame — le dijo de pronto, volviendo a buscar de su abrazo y olvidándose de ese lenguaje aristocrático para usar aquel guardado para su más reservada intimidad — Abrázame y sujétame fuerte porque ahora yo soy el débil, porque no quiero que me sueltes y porque aún tengo tanto que aprender de ti — agregó con los párpados y estrechándole contra el pecho custodio de su corazón.
— Perdóname... — susurró con su aliento perdido en medio de sus dorados cabellos en donde aspiró de su aroma como aire puro para sus desgastados pulmones — una vez más — sonrió un poco avergonzado antes de volver a soltarle para mirarle a la cara — No te diré que puedes quedarte, voy a pedirte que lo hagas... quédate, por favor.
Aquella había una petición verdadera, una que había salido del alma y que le había hecho bajar de todos sus títulos de nobleza hasta ese lenguaje íntimo de tú a tú del que disfrutaban los criados, del que sólo se había reservado para su familia. Quería que se quedara a pesar de los miedos y de los rencores, quería que se quedara porque quería estar con ella y poderle compartir algo más que pequeñísimo trozo de su vida en la claudicación más intima de todos sus años de licantropía.
Última edición por Emerick Boussingaut el Mar Ene 08, 2013 9:04 pm, editado 1 vez
Emerick Boussingaut- Licántropo/Realeza
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Re: Una fábula de luna y de sol {Doreen Caracciolo}
- ¿Y cómo quiere acaso que sea mi abrazo? Puede ser de forma física, dónde sentirás el frío de mi cuerpo, pero también puede ser un abrazo del alma, entrelazando la luminosidad de ambas, podría ser también un abrazo del corazón, palpitando los dos, formando una melodía de sentimientos… O quizás mi abrazo lleve todo eso juntos, sabré hacerlo, para ti, por ti… - Le susurró al oído, mientras su cuerpo se inclinaba un poco, estirando los brazos para poder abrazarle. Permanecer de pie no le costaba mucho trabajo, de hecho ya había ignorado de nueva cuenta el dolor. Lo abrazó con fuerza, recargando su cabeza en la ajena, envolviéndolo con ternura, con suavidad, una de las manos de la rubia se enredó en sus cabellos, dándole caricias suaves, inocentes, haciéndole un ligero masaje en la cabeza. Así estuvo un rato, disfrutando de su cercanía, disfrutando de poder olisquear sus cabellos, su cuello. Emerick tenía un olor particular, para la joven era una especie de tierra mojada, con esencia de flores, quizás lo relacionaba con eso porque eran de sus olores favoritos, porque le recordaba aquellas mañanas cuando salía a caminar con su hermano, lejos de la mira de sus padres, de esas pocas veces en las que se sentía segura, en paz, y realmente ella. En ese momento se dio cuenta que Doreen en realidad no era la insegura de todo el tiempo. Estaba siendo la Doreen que amaba( sin importar lo que decían) el simple hecho de vivir, esa Doreen que no creía en las coincidencias, sino en el destino, estaba siendo la chica que creía que el amor si existía, y que todo podía pasar, era la que deseaba vivir, y hacer vivir a los demás. Simplemente estaba siendo ella con ese abrazo.
- Palabras absurdas han salido de su boca, mi señor… Usted nunca ha sido débil, siempre ha sido fuerte, pues sigue de pie, soportando un dolor que no cualquiera resistiría, ayudando a quienes ni siquiera saben que exista, mostrando la sensibilidad que todo un caballero debería tener… Usted mi señor, es más fuerte que cualquier batallón, pero no se lo cree, no se lo cree y mi corazón sufre ahora por eso, pero estoy segura lo haré entender, estoy segura podré ayudarle, si usted me lo permite, a borrar todo ese mal, todas esas ideas erróneas, porque usted mi señor, es vida misma, fortaleza, y todo aquello que deseamos tener en nuestras vidas - Doreen soltaba palabras que el corazón le dictaba, le valía todo, si alguien los llegaba a él, si el mundo quisiera desmoronarse, todo eso le valía, pues en ese momento se sentía completa, plena y animada. Le costó trabajo la separación, aunque sólo fuera para verle a los ojos, le costaba porque se sentía amoldada para estar en sus brazos. Suspiró repetidas veces, y después negó - No me pida perdón, no por favor - Le suplicó ella, pero si él necesitaba escucharle que si lo hacía, entonces no se callaría. Doreen movió su rostro, y dejó que sus labios rozaran la oreja del caballero - Claro que le perdono - Le susurró, de forma muy suave, muy tranquila, deseando que nadie escuchara sólo ellos dos, porque las cosas eran perfectas, y nadie más podría meterse.
- Me quedaré hasta que crea sea prudente - Lo soltó, pero se quedó frente a él. La chica busco las manos ajenas hasta que se enredaron sus pequeñas y delicadas manos con las grandes y masculinas. Hizo que pudieran estar parados frente a frente. Fue entonces que recordó la gran diferencia de estaturas. Doreen era como una pequeña y delicada muñeca a comparación de él. Era cómo ver la interpretación perfecta de la bella y la bestia, pero para la rubia era claro que él no era una bestia, pues no podría catalogarlo como tal. Doreen no sabía con exactitud que era lo que sentía en esos momentos, pero si estaba consiente de llegar a sentirse temblar por él. Era demasiado pronto para pensar en cosas relacionadas con un amor de cuentos de hadas, pero se estaba asemejando, y no podía negarlo, ninguno de los dos podría hacerlo. Suspiró, desviando la mirada hacía la puerta, preguntándose que habría del otro lado, ¿mucha gente de un lado a otro? Todo le daba curiosidad, y de cierta manera se sentía emocionada por conocerle del todo.
- Quisiera pedirle algo, aunque está en todo su derecho de negarse después de darme tanto - Dijo de forma muy delicada y suave - ¿Podría pedir que nos dejen solos? - Le miró de reojo mordisqueando su labio inferior nerviosa - No sé usted, pero hemos pasado mucho tiempo sin alimento, y quisiera ser yo la que le prepare aquello que coma después de tantas emociones juntas… Bien dicen que se empieza a querer con el estomago ¿No lo cree? - Y se dio cuenta que estaba siendo excesivamente arrojada. ¿Ella hablando de querer? ¿Ella pensando en complacer de forma coqueta? Porque de cierta manera le estaba coqueteando, de una forma dulce, pero a fin de cuentas coqueteaba. Negó, debía dejar de lado esas cosas. Le daba miedo que el joven cambiara de parecer de nuevo, que la dejara a un lado, que le pidiera que se fuera, todo podría cambiar de un momento a otro, le daba miedo, de verdad lo tenía, quizás le vendría muy bien crear algunas barreras, no ilusionarse. La desesperación comenzó a invitarla, por eso le soltó, sintiendo que le dolía la separación. Se acercó a la puerta de la entrada. Cuando Doreen la abrió, una gran cantidad de mujeres, y aquel hombre que le había hablado al inicio estaba parados con una sonrisa amplia, todos de forma ordenada. Cuando notó aquellas miradas analíticas sobre ella, giró su cuerpo y estiro sus manos hacía para tomar nerviosas las de Emerick, y cuando lo sintió tomarla, se abrazó con fuerza, intentando que su cuerpo y los brazos de Emerick la protegieran de esas miradas que la ponían nerviosa e incomoda.
- Por favor, solos - Le volvió a pedir, sintiendo que sus mejillas se habían encendido; al poco tiempo escuchó pasos alejarse de él lugar, todos, pero no había escuchado que Emerick dijera una sola palabra. Parpadeó y alzó su mirada, ya no había nadie - Lo siento - Musitó, pero su alma seguía desnuda, y sólo estaba dispuesta a compartida con él en ese momento. Doreen camino por el lugar. Le había pedido una pequeña guía a la cocina a su ahora conocido licántropo. Mientras caminaban no dejaba de verlo atenta, maravillada y contenta, el trayecto le pareció largo, el lugar lo era. Cuando la joven se adentró a la cocina, pudo observar que era tan grande como el resto del lugar, había incluso una mesa con dos sillas el fondo, lo cual le pareció muy conveniente. Se atrevió a arrojar un vistazo a todo el lugar, y reconoció una vitrina con velas, la porcelana en una vajilla, y también algunas otras cosas más como sartenes, frutas y verduras, cuchillos, cucharas. Todo estaba limpió y ordenado. Un pequeño tirón la trajo de vuelta de su ensueño. - Y le prometo, mi lord, tendrá el alimento más delicioso que haya probado - Se encogió de hombros. Doreen se había paseado por la cocina, reconociendo el lugar y sacando todo tipo de cosas para preparar algo de comer. Le haría una pasta, pero también le daré algo de verduras y carne, mucha carne. No sabía bien la alimentación de los licántropos, pero sin duda haría de todo para poder tenerlo contento, y así tener una idea de que tipo de alimentos eran de su preferencia.
- Mi madre era una excelente cocinera - Le comentó, para romper el silencio - De hecho era la mejor ama de casa existente - Volvió a comentar, con un aire de tristeza. - Ella me enseñó todo lo que se, pero también me quería vender… - No quería verlo, centraba su mirada en lo que sus manos hacían, el olor era bueno - Mi padre siempre dijo que era lo mejor que le había pasado, que era hermosa, la más hermosa de todas, y que le darían grandes cantidades de dinero… que sería más rico que el mismísimo rey de Francia por venderme, y estaba decidido a hacerlo - A Doreen se le entrecortó la voz, pero estaba dispuesta a confesarle sus dolores así cómo él lo había hecho momentos atrás - Cuando quería aprender a leer, y tomaba un libro me castigaba de la peor manera, me dejaba días enteros sin comer, alegando que yo solo servía para procrear, y para ser un excelente adorno… - Seguía en lo suyo, sin perder el tiempo, deseaba alimentarlo y hacerle feliz de otra manera, para que el notara que incluso las cosas más "insignificantes" podrían hacerle grato el día, quería que sonriera con ella porque el corazón se los pedía - Mi hermano me ayudó a escapar… - Sollozó - Esa noche fue cuando me atacaron por primera vez aquellos que comparten su condición… Mi cuerpo está marcado, y soy tan imperfecta y poco digna - El rostro de Doreen se vio lleno de lagrimas, pero lo volteó a ver ignorándolas, sonriéndole de forma amplia - Y ahora tengo la fortuna de estar con usted, mis penurias tienen recompensas - Le afirmó.
- Palabras absurdas han salido de su boca, mi señor… Usted nunca ha sido débil, siempre ha sido fuerte, pues sigue de pie, soportando un dolor que no cualquiera resistiría, ayudando a quienes ni siquiera saben que exista, mostrando la sensibilidad que todo un caballero debería tener… Usted mi señor, es más fuerte que cualquier batallón, pero no se lo cree, no se lo cree y mi corazón sufre ahora por eso, pero estoy segura lo haré entender, estoy segura podré ayudarle, si usted me lo permite, a borrar todo ese mal, todas esas ideas erróneas, porque usted mi señor, es vida misma, fortaleza, y todo aquello que deseamos tener en nuestras vidas - Doreen soltaba palabras que el corazón le dictaba, le valía todo, si alguien los llegaba a él, si el mundo quisiera desmoronarse, todo eso le valía, pues en ese momento se sentía completa, plena y animada. Le costó trabajo la separación, aunque sólo fuera para verle a los ojos, le costaba porque se sentía amoldada para estar en sus brazos. Suspiró repetidas veces, y después negó - No me pida perdón, no por favor - Le suplicó ella, pero si él necesitaba escucharle que si lo hacía, entonces no se callaría. Doreen movió su rostro, y dejó que sus labios rozaran la oreja del caballero - Claro que le perdono - Le susurró, de forma muy suave, muy tranquila, deseando que nadie escuchara sólo ellos dos, porque las cosas eran perfectas, y nadie más podría meterse.
- Me quedaré hasta que crea sea prudente - Lo soltó, pero se quedó frente a él. La chica busco las manos ajenas hasta que se enredaron sus pequeñas y delicadas manos con las grandes y masculinas. Hizo que pudieran estar parados frente a frente. Fue entonces que recordó la gran diferencia de estaturas. Doreen era como una pequeña y delicada muñeca a comparación de él. Era cómo ver la interpretación perfecta de la bella y la bestia, pero para la rubia era claro que él no era una bestia, pues no podría catalogarlo como tal. Doreen no sabía con exactitud que era lo que sentía en esos momentos, pero si estaba consiente de llegar a sentirse temblar por él. Era demasiado pronto para pensar en cosas relacionadas con un amor de cuentos de hadas, pero se estaba asemejando, y no podía negarlo, ninguno de los dos podría hacerlo. Suspiró, desviando la mirada hacía la puerta, preguntándose que habría del otro lado, ¿mucha gente de un lado a otro? Todo le daba curiosidad, y de cierta manera se sentía emocionada por conocerle del todo.
- Quisiera pedirle algo, aunque está en todo su derecho de negarse después de darme tanto - Dijo de forma muy delicada y suave - ¿Podría pedir que nos dejen solos? - Le miró de reojo mordisqueando su labio inferior nerviosa - No sé usted, pero hemos pasado mucho tiempo sin alimento, y quisiera ser yo la que le prepare aquello que coma después de tantas emociones juntas… Bien dicen que se empieza a querer con el estomago ¿No lo cree? - Y se dio cuenta que estaba siendo excesivamente arrojada. ¿Ella hablando de querer? ¿Ella pensando en complacer de forma coqueta? Porque de cierta manera le estaba coqueteando, de una forma dulce, pero a fin de cuentas coqueteaba. Negó, debía dejar de lado esas cosas. Le daba miedo que el joven cambiara de parecer de nuevo, que la dejara a un lado, que le pidiera que se fuera, todo podría cambiar de un momento a otro, le daba miedo, de verdad lo tenía, quizás le vendría muy bien crear algunas barreras, no ilusionarse. La desesperación comenzó a invitarla, por eso le soltó, sintiendo que le dolía la separación. Se acercó a la puerta de la entrada. Cuando Doreen la abrió, una gran cantidad de mujeres, y aquel hombre que le había hablado al inicio estaba parados con una sonrisa amplia, todos de forma ordenada. Cuando notó aquellas miradas analíticas sobre ella, giró su cuerpo y estiro sus manos hacía para tomar nerviosas las de Emerick, y cuando lo sintió tomarla, se abrazó con fuerza, intentando que su cuerpo y los brazos de Emerick la protegieran de esas miradas que la ponían nerviosa e incomoda.
- Por favor, solos - Le volvió a pedir, sintiendo que sus mejillas se habían encendido; al poco tiempo escuchó pasos alejarse de él lugar, todos, pero no había escuchado que Emerick dijera una sola palabra. Parpadeó y alzó su mirada, ya no había nadie - Lo siento - Musitó, pero su alma seguía desnuda, y sólo estaba dispuesta a compartida con él en ese momento. Doreen camino por el lugar. Le había pedido una pequeña guía a la cocina a su ahora conocido licántropo. Mientras caminaban no dejaba de verlo atenta, maravillada y contenta, el trayecto le pareció largo, el lugar lo era. Cuando la joven se adentró a la cocina, pudo observar que era tan grande como el resto del lugar, había incluso una mesa con dos sillas el fondo, lo cual le pareció muy conveniente. Se atrevió a arrojar un vistazo a todo el lugar, y reconoció una vitrina con velas, la porcelana en una vajilla, y también algunas otras cosas más como sartenes, frutas y verduras, cuchillos, cucharas. Todo estaba limpió y ordenado. Un pequeño tirón la trajo de vuelta de su ensueño. - Y le prometo, mi lord, tendrá el alimento más delicioso que haya probado - Se encogió de hombros. Doreen se había paseado por la cocina, reconociendo el lugar y sacando todo tipo de cosas para preparar algo de comer. Le haría una pasta, pero también le daré algo de verduras y carne, mucha carne. No sabía bien la alimentación de los licántropos, pero sin duda haría de todo para poder tenerlo contento, y así tener una idea de que tipo de alimentos eran de su preferencia.
- Mi madre era una excelente cocinera - Le comentó, para romper el silencio - De hecho era la mejor ama de casa existente - Volvió a comentar, con un aire de tristeza. - Ella me enseñó todo lo que se, pero también me quería vender… - No quería verlo, centraba su mirada en lo que sus manos hacían, el olor era bueno - Mi padre siempre dijo que era lo mejor que le había pasado, que era hermosa, la más hermosa de todas, y que le darían grandes cantidades de dinero… que sería más rico que el mismísimo rey de Francia por venderme, y estaba decidido a hacerlo - A Doreen se le entrecortó la voz, pero estaba dispuesta a confesarle sus dolores así cómo él lo había hecho momentos atrás - Cuando quería aprender a leer, y tomaba un libro me castigaba de la peor manera, me dejaba días enteros sin comer, alegando que yo solo servía para procrear, y para ser un excelente adorno… - Seguía en lo suyo, sin perder el tiempo, deseaba alimentarlo y hacerle feliz de otra manera, para que el notara que incluso las cosas más "insignificantes" podrían hacerle grato el día, quería que sonriera con ella porque el corazón se los pedía - Mi hermano me ayudó a escapar… - Sollozó - Esa noche fue cuando me atacaron por primera vez aquellos que comparten su condición… Mi cuerpo está marcado, y soy tan imperfecta y poco digna - El rostro de Doreen se vio lleno de lagrimas, pero lo volteó a ver ignorándolas, sonriéndole de forma amplia - Y ahora tengo la fortuna de estar con usted, mis penurias tienen recompensas - Le afirmó.
Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
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Re: Una fábula de luna y de sol {Doreen Caracciolo}
"La decisión del primer beso es la más crucial en cualquier historia de amor, porque contiene dentro de sí la rendición."
Emil Ludwig
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¿Qué cómo quería que fuera su abrazo? Así mismo, tal y como se lo entregaba, tal y como nacía y fluía de forma natural, como todos en ellos. Sus palabras parecían poesía, una poesía bella e improvisada, dedicada solamente a él y que hacía que hasta se le erizara la piel, pues eran palabras profundas y delicadas, quizás demasiado para dos extraños que apenas comenzaban a conocerse. Por otro parte, el aroma de sus cabellos era como un concentrado de los mismos aromas de su piel, un aroma dulce como su propia esencia, pero que por nada del Mundo llegaba a ser empalagoso. Su piel era suave y rosácea, como si el sol apenas le tocara a través de sus caricias, y ella, ella se entregaba a él, por medio de que aquel abrazo en donde acariciaba sus cabellos, dejando a su cabeza descansar junto a la suya para permitirle disfrutar de su de su apoyo y compañía en un abrazo cálido y envolvente que, finalmente, había sido mucho mejor de lo que él había esperado.
Y así ella le perdonó finalmente, aunque sólo le dijo que se quedaría hasta que fuera prudente ¿y cuándo era prudente? Aquella era una palabra muy relativa, que bien referirse a horarios, como a su propio estado o quien sabe a que cosas, no preguntaría, por él que ella se olvidara del tema y simplemente se quedase hasta cuando quisiera, él no le echaría, no otra vez.
Dejó que le tomase ambas manos, y bajó su mirada hasta ellas mientras se entrelazaban, delicadas y finas, cómplices y complementarias hasta que ella misma le exigió que se parase. Dejó la cama y se dejó llevar, por ella, mirándole de frente. Se dio cuenta entonces, que lo que quería era llevarle hacia afuera y se preguntó también que estarían haciendo sus criados, si hace un momento parecían estar todos curiosos por conocer a la joven que él tan celosamente había guardado. Afinó el oído, entrecerrando los ojos a causa de la concentración, no bastó demasiado para escuchar los murmullos detrás y sonrió levemente, justo cuando ella le hacía aquella extraña petición.
— ¿Qué nos dejen solos? ¿En la casa? — le preguntó un tanto sorprendido cuando ella se explicó un poco mejor — Oh, en la cocina... Claro — le respondió con una sonrisa que no pudo esconder al escucharle decir aquello del querer.
En cualquier otro momento, o mejor dicho, con cualquier otra persona, habría pensado un supuesto interés por su posición económica, pero no con ella. Algo tenía esa mujer que le hacía imposible relacionar lo malo con ella, tal vez la bondad que destilaba a cada segundo o la simpleza y profundidad de sus palabras, no lo sabía, sólo sentía que podía confiar en ella y eso le hacía volver a temer por la fragilidad de su cuerpo humano, pero aún había mucho tiempo por delante y muchos sucesos por ocurrir antes de preocuparse por ello. Al menos por ahora, procuraría disfrutar de su compañía y comenzar a poner en practica sus consejos.
Cuando Doreen abrió la puerta, Emerick miró por sobre su cabeza y vio a todos esperando atentos, no tan sólo movidos por la curiosidad que les provocaba la joven, sino también por sus ganas de servir a quien, creían, podía ser una invitada de la casa por un largo tiempo, pero repentinamente la chica se asustó y regresó tras sus pasos para refugiarse en sus brazos y rogar por un poco de soledad. El Duque nuevamente se sorprendió y no pudo evitar de manera silenciosa, pues no quería que ella se enterase, ya que lo que menos quería era hacerle sentir mal, pero esas salidas suyas le descolocaban al grado de hacerle reír nervioso. Doreen era, definitivamente, muy diferente a todo lo que él acostumbraba conocer. Hizo entonces, un gesto a sus criados, para salieran del lugar, y entre medio de un murmullo para hacerles entender que se alejaran de la cocina, antes de volver a apretar el abrazo de Doreen y besarle en los cabellos mientras ellos se iban.
— No os preocupéis — le dijo luego de que ella pidiese las disculpas.
Le dejó avanzar por el lugar, de manera libre, para que se tomara el tiempo que ella quisiera para recorrer y curiosear — Recordad que esto es sólo el ala médica — señaló y estiró su mano hacia ella para que la tomase y poder guiarle hasta el vestíbulo y luego hacia el lado habitable de la mansión, en donde estaban sus propios aposentos y la cocina particular. La diferencia entre ambas partes era notoria, lo que antes parecía un lujoso hospital, había pasado a ser una flamante mansión de estilo anglosajón. Había armaduras, enormes ventanales, costosas alfombras, candelabros de cristal, mullidos sillones de cuero y muebles de nobles maderas. Todo olía a nuevo, y también a flores, pues éstas tampoco faltaban. Era un lugar grande y espacioso, pero muy iluminado y lleno de colores cálidos que ni de cerca permitirían que se convirtiera en una fría mansión.
Finalmente en la cocina, soltó su mano para dejarle libre, aunque no sin antes darle un pequeño resumen de donde podía encontrar cada cosa, pues al parecer el Duque estaba más enterado del manejo de la cocina de lo que cualquier otro noble esperaría, y es que Emerick comía ahí con sus propios empleados, pues la mesa del comedor le parecía demasiado solitaria y grande para una sola persona con ocho años acuesta de desolada viudez.
No se queso sentar, ni quedarse de brazos cruzados, pero se sentía demasiado curioso pera querer interferir en el inicio de su trabajo, primero deseaba ver que tan bien se desenvolvía y luego le ofrecería su ayuda. Por eso se quedó apoyado en una de las encimeras, mientras le observaba comenzar a trabajar. Por un momento tuvo la intención de preguntarle más de su vida, pues él ya había hablado demasiado para lo poco que sabía de ella, y apenas había abierto su boca cuando sus palabras le hicieron callar, tal y como si ella le hubiese estado leyendo la mente.
Le escuchó con atención devota, imaginándose de cierto modo, lo que sería para él esa realidad que hasta ahora desconocida, vender a los hijos era algo que jamás se le hubiera pasado por la cabeza para la sociedad como él la conocía. Si sabía de los matrimonios por acuerdo para la preservación de los bienes familiares, pues incluso el suyo había sido uno de esos, pero vender a un hijo para él seguía sonando demasiado fuerte. Se sorprendió con su historia respecto a la lectura y asumió de inmediato que no había conseguido aprender a leer, y entonces pensó que ese sería su aporte; obviamente estaba equivocado.
Abandonó su apoyo en el mueble cuando le sintió sollozar y se acercó a ella por la espalda, a paso temeroso, sin estar muy seguro de si de llegar a consolarle, le haría sentir mejor o peor. Fue en ese momento cuando la historia de los licántropos le dejó perplejo ¿Cómo es que había logrado sobrevivir a un ataque de ellos si incluso había sido alcanzada? Era magnifico y sorprendente al mismo tiempo, pero se aguantaría su curiosidad hasta que ella decidiese hablar de ello, sin ellegar a provocarle el dolor que ahora parecía sentir.
Silenciosamente se ubicó por detrás de su espalda y coló sus manos por encima de sus hombros para deslizarlas a través de sus brazos hasta llegar a las manos mismas en donde le ayudó a amasar entrelazando sus dedos con los suyos mientras apoyaba en rostro en el derecho de sus hombros para poder observar lo que hacía.
— Eres perfecta — le susurró rozar con su oreja su nariz — Así, tal y como eres — agregó en el mismo susurro y besó el costado de su frente, de forma lenta y tan premeditadamente que cada partícula liberada de su aliento llevaba un propósito determinado. Y continuó besándole hacia la parte alta de la mejilla para seguir descendiendo por ella hasta el costado de sus comisuras desde donde entreabrió sus ojos para buscar los suyos en la necesidad absurda de obtener su consentimiento, y entonces, le besó.
Le besó olvidándose de la masa, le besó estrechando aún más sus manos entrelazadas que luego soltó para seguirle besando y acariciando hasta hacerle girar y quedar de frente, hasta hacerse de su cintura y engancharse a sus labios, estrechándola hacia su propio cuerpo para consumir de sus besos como la cura perfecta de todos sus miedos, para olvidarse de todo y de todos y sólo ser ellos, que sin importar ser presa y depredador se deseaban con locura. Le besó con calma y con ternura, como para ella debía de ser ese primer beso, le besó con ganas, con la espera, con las ansias y la protección que ella necesitaba, le besó entregándole todo, le besó...
Y así ella le perdonó finalmente, aunque sólo le dijo que se quedaría hasta que fuera prudente ¿y cuándo era prudente? Aquella era una palabra muy relativa, que bien referirse a horarios, como a su propio estado o quien sabe a que cosas, no preguntaría, por él que ella se olvidara del tema y simplemente se quedase hasta cuando quisiera, él no le echaría, no otra vez.
Dejó que le tomase ambas manos, y bajó su mirada hasta ellas mientras se entrelazaban, delicadas y finas, cómplices y complementarias hasta que ella misma le exigió que se parase. Dejó la cama y se dejó llevar, por ella, mirándole de frente. Se dio cuenta entonces, que lo que quería era llevarle hacia afuera y se preguntó también que estarían haciendo sus criados, si hace un momento parecían estar todos curiosos por conocer a la joven que él tan celosamente había guardado. Afinó el oído, entrecerrando los ojos a causa de la concentración, no bastó demasiado para escuchar los murmullos detrás y sonrió levemente, justo cuando ella le hacía aquella extraña petición.
— ¿Qué nos dejen solos? ¿En la casa? — le preguntó un tanto sorprendido cuando ella se explicó un poco mejor — Oh, en la cocina... Claro — le respondió con una sonrisa que no pudo esconder al escucharle decir aquello del querer.
En cualquier otro momento, o mejor dicho, con cualquier otra persona, habría pensado un supuesto interés por su posición económica, pero no con ella. Algo tenía esa mujer que le hacía imposible relacionar lo malo con ella, tal vez la bondad que destilaba a cada segundo o la simpleza y profundidad de sus palabras, no lo sabía, sólo sentía que podía confiar en ella y eso le hacía volver a temer por la fragilidad de su cuerpo humano, pero aún había mucho tiempo por delante y muchos sucesos por ocurrir antes de preocuparse por ello. Al menos por ahora, procuraría disfrutar de su compañía y comenzar a poner en practica sus consejos.
Cuando Doreen abrió la puerta, Emerick miró por sobre su cabeza y vio a todos esperando atentos, no tan sólo movidos por la curiosidad que les provocaba la joven, sino también por sus ganas de servir a quien, creían, podía ser una invitada de la casa por un largo tiempo, pero repentinamente la chica se asustó y regresó tras sus pasos para refugiarse en sus brazos y rogar por un poco de soledad. El Duque nuevamente se sorprendió y no pudo evitar de manera silenciosa, pues no quería que ella se enterase, ya que lo que menos quería era hacerle sentir mal, pero esas salidas suyas le descolocaban al grado de hacerle reír nervioso. Doreen era, definitivamente, muy diferente a todo lo que él acostumbraba conocer. Hizo entonces, un gesto a sus criados, para salieran del lugar, y entre medio de un murmullo para hacerles entender que se alejaran de la cocina, antes de volver a apretar el abrazo de Doreen y besarle en los cabellos mientras ellos se iban.
— No os preocupéis — le dijo luego de que ella pidiese las disculpas.
Le dejó avanzar por el lugar, de manera libre, para que se tomara el tiempo que ella quisiera para recorrer y curiosear — Recordad que esto es sólo el ala médica — señaló y estiró su mano hacia ella para que la tomase y poder guiarle hasta el vestíbulo y luego hacia el lado habitable de la mansión, en donde estaban sus propios aposentos y la cocina particular. La diferencia entre ambas partes era notoria, lo que antes parecía un lujoso hospital, había pasado a ser una flamante mansión de estilo anglosajón. Había armaduras, enormes ventanales, costosas alfombras, candelabros de cristal, mullidos sillones de cuero y muebles de nobles maderas. Todo olía a nuevo, y también a flores, pues éstas tampoco faltaban. Era un lugar grande y espacioso, pero muy iluminado y lleno de colores cálidos que ni de cerca permitirían que se convirtiera en una fría mansión.
Finalmente en la cocina, soltó su mano para dejarle libre, aunque no sin antes darle un pequeño resumen de donde podía encontrar cada cosa, pues al parecer el Duque estaba más enterado del manejo de la cocina de lo que cualquier otro noble esperaría, y es que Emerick comía ahí con sus propios empleados, pues la mesa del comedor le parecía demasiado solitaria y grande para una sola persona con ocho años acuesta de desolada viudez.
No se queso sentar, ni quedarse de brazos cruzados, pero se sentía demasiado curioso pera querer interferir en el inicio de su trabajo, primero deseaba ver que tan bien se desenvolvía y luego le ofrecería su ayuda. Por eso se quedó apoyado en una de las encimeras, mientras le observaba comenzar a trabajar. Por un momento tuvo la intención de preguntarle más de su vida, pues él ya había hablado demasiado para lo poco que sabía de ella, y apenas había abierto su boca cuando sus palabras le hicieron callar, tal y como si ella le hubiese estado leyendo la mente.
Le escuchó con atención devota, imaginándose de cierto modo, lo que sería para él esa realidad que hasta ahora desconocida, vender a los hijos era algo que jamás se le hubiera pasado por la cabeza para la sociedad como él la conocía. Si sabía de los matrimonios por acuerdo para la preservación de los bienes familiares, pues incluso el suyo había sido uno de esos, pero vender a un hijo para él seguía sonando demasiado fuerte. Se sorprendió con su historia respecto a la lectura y asumió de inmediato que no había conseguido aprender a leer, y entonces pensó que ese sería su aporte; obviamente estaba equivocado.
Abandonó su apoyo en el mueble cuando le sintió sollozar y se acercó a ella por la espalda, a paso temeroso, sin estar muy seguro de si de llegar a consolarle, le haría sentir mejor o peor. Fue en ese momento cuando la historia de los licántropos le dejó perplejo ¿Cómo es que había logrado sobrevivir a un ataque de ellos si incluso había sido alcanzada? Era magnifico y sorprendente al mismo tiempo, pero se aguantaría su curiosidad hasta que ella decidiese hablar de ello, sin ellegar a provocarle el dolor que ahora parecía sentir.
Silenciosamente se ubicó por detrás de su espalda y coló sus manos por encima de sus hombros para deslizarlas a través de sus brazos hasta llegar a las manos mismas en donde le ayudó a amasar entrelazando sus dedos con los suyos mientras apoyaba en rostro en el derecho de sus hombros para poder observar lo que hacía.
— Eres perfecta — le susurró rozar con su oreja su nariz — Así, tal y como eres — agregó en el mismo susurro y besó el costado de su frente, de forma lenta y tan premeditadamente que cada partícula liberada de su aliento llevaba un propósito determinado. Y continuó besándole hacia la parte alta de la mejilla para seguir descendiendo por ella hasta el costado de sus comisuras desde donde entreabrió sus ojos para buscar los suyos en la necesidad absurda de obtener su consentimiento, y entonces, le besó.
Le besó olvidándose de la masa, le besó estrechando aún más sus manos entrelazadas que luego soltó para seguirle besando y acariciando hasta hacerle girar y quedar de frente, hasta hacerse de su cintura y engancharse a sus labios, estrechándola hacia su propio cuerpo para consumir de sus besos como la cura perfecta de todos sus miedos, para olvidarse de todo y de todos y sólo ser ellos, que sin importar ser presa y depredador se deseaban con locura. Le besó con calma y con ternura, como para ella debía de ser ese primer beso, le besó con ganas, con la espera, con las ansias y la protección que ella necesitaba, le besó entregándole todo, le besó...
Última edición por Emerick Boussingaut el Mar Ene 08, 2013 9:06 pm, editado 1 vez
Emerick Boussingaut- Licántropo/Realeza
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Re: Una fábula de luna y de sol {Doreen Caracciolo}
La necesidad que sentía en ese momento por contarle de su vida, la había sorprendido. Desde que había escapado de casa, había contado una vez esa historia, y todo por petición de las personas con las que había llegado a vivir, pero no lo había hecho desde el fondo de su corazón, se limitó a decir que escapaba porque quería construir su propio cuento de hadas, y conocer a su príncipe salvador, nunca decía con exactitud que había sido por miedo a ser vendida, como ya se había ordenado en casa, nunca había comentador aquellos castigos que la terminaron enfermando en algunas ocasiones, tampoco que su hermano había sido quien la liberó de toda cadena, y toda condena. Su corazón había hecho que su dolor también fuera parte del dolor ajeno, y no buscando que fueran mutuamente una carga, todo aquello era parte de una unión especial, no puedes aceptar a alguien sino conoces su pasado, pues al dejarlo inconcluso en el futuro llegará al acecho. La chica se quedó en sus pensamientos recordando a Kreigh su hermano, un joven que tenía sus mismos cabellos dorados, pero a diferencia de Doreen, él era alto, fornido y muy atractivo, o al menos ella lo veía así. Una pequeña sonrisa salió de sus labios recordando al último. Se preguntó ¿Cómo podría estar? ¿Qué seria de su vida? ¿Seguiría en Toulouse? La joven sintió una necesidad infinita de ir corriendo hasta su pueblo, llegar a casa y abrazar a su hermano, contarle que estaba feliz, que en ese momento todo la hacía la mujer más inmensamente feliz, y que todo tenía un porqué, pero lo principal era el por quién ella era feliz.
Su ensimismamiento se fue por un acantilado cuando sintió el cuerpo masculino en su espalda, el calor que Emerick emanaba le parecía (aunque seguramente para muchos no) un alivio, algo delicioso, y encantador. El cuerpo de la rubia era frágil y por eso mismo era excesivamente friolenta, así que el calor del licántropo era un complemento extraño y exquisito para ella. Dejó de mover sus manos cuando el joven paseó con destreza las propias por sus hombros, y las escabulló con habilidad hasta tomar las femeninas, los movimientos suaves del joven la hicieron sonreír, al menos era un hombre nacido en cuna de oro, y que sabía perfectamente cosas básicas como la cocina. Siguió con el movimiento de sus manos, y por momentos soltaba el agarre de una de las ajenas para subir sus manos de forma delicada hasta colocarse encima de las masculinas y proporcionarle "inocentes" caricias. Ella se sentía complacida, emocionada, y ligeramente juguetona, pero para el joven no bastó eso. Sino acompañó la perfección del momento con palabras que ella nunca pensó llegar a escuchar ¿Qué era perfecta? ¡Seguramente le estaría bromeando! Si, era una broma cruel, o quizás no. Doreen sintió ese beso en la frente, pero no le pareció uno común. Cerró los ojos dejando que los labios del joven le trasmitieran algo que quizás le costaría identificar en más personas. Aquella cadena de besos parecían una especie de declaración. Estaba perpleja por el rumbo que las comisuras ajenas iban tomando. Cuando sintió su calor cerca de su boca, abrió los ojos, y le miró con confusión, con mucho pánico por lo que estaban haciendo, pánico por no entender como los caminos de cada uno se habían vuelto ahora uno.
Un beso significa un sentimiento y un deseo. El sentimiento proveniente de la necesidad del corazón. El deseo proviene de la atracción, de las ganas infinitas de una unión, quizás más casta, pero a fin de cuentas una unión. El pecho de la rubia se paralizó, dejó de respirar unos instantes cuando la boca masculina la reclamaba de una manera muy apropiada como suya, ¿por qué le estaba haciendo eso? ¿Por qué primero la corría y ahora la besaba? La chica que ya se encontraba frente a él, apenas y había movido los labios, estaba rígida y sorprendida, su figura se había hecho para atrás, pues deseaba retarle con mil de preguntas antes del beso, pero el momento le fue traicionero, y su espalda quedó atrapada entre el miele donde estaban amasando, pero también acorralada por la imponente figura masculina. La chica tenía mil ideas sueltas, pero también mil preguntas, y sin embargo de un momento a otro dejó caer los hombros, rendida, entregada, y sonriente. Doreen se dio cuenta que quizás después de ese día no lo volvería a ver, no sabía con exactitud cuando él joven regresaría a sus tierras. ¿Por qué quedarse las ganas de besarlo? La chica cedió, y sus labios se abrieron de a poco dando pequeños y castos besos sobre la comisura ajena, haciendo que el momento fuera ligeramente desesperante, pues ambos necesitaban más. Fue entonces cuando ladeó ligeramente el rostro, no pudo evitar soltar una risita traviesa, separa los labios para tomar los ajenos con sumo cariño, porque ella también temía romperle el alma, pues seguían desnudos de esa forma. Así estuvo un tiempo hasta que la confianza se apoderó de su cuerpo.
Doreen subió una de sus manos, colocándola en la curvatura del cuello masculino, lo atrajo un poco hacía ella, dejando que la comodidad la ayudara, pues no tenía una pierna del todo bien para mantenerse de puntitas mucho tiempo. Ladeo el rostro una vez más, pero está vez su lengua salió de su boca, ejerciendo ligera presión en los labios ajenos, se dio permiso de entrar, y poco a poco esculcó cada rincón de la cavidad ajena, hasta que por fin acarició la masculina. Cuando eso pasó, la rubia soltó una especie de jadeó cómplice, ¿Qué más les hacía falta compartir? Su lengua comenzó a luchar con la ajena en una especie de baile muy erótico, o al menos así lo veía ella, subió la otra mano enredando sus dedos en el cabello sedoso de Emerick, la mano que tenía en el cuello se movió y acarició parte del mismo, hasta subir y tomarlo de las mejillas. Doreen lo estaba besando cómo si no hubiera mañana, como si de ese beso dependiera su vida misma. Sintió su pecho inflarse, subir y bajar a causa de la necesidad infinita de aire, pero no le importó, ella quería seguir ahí, porque sus labios le habían parecido cálidos y dulces, porque su sabor era atrayente y ahora una necesidad personal. Se sentía sorprendida de todo lo que podía pasar gracias a una escapada, se sentía bendecida. Su pecho inflado rozaba el ajeno, y el beso parecía no tenía fin, o al menos eso habría deseado ella, pero recordó que sus manos estaban manchadas de masa, y abrió los ojos notando cómo había manchado el rostro masculino. Bajó la intensidad del beso, y comenzó a reír entre sus labios, al final muy a regañadientes se separó.
- ¿Nunca le dijeron que besar señoritas que se rescatan en medio del bosque es peligroso? - Le preguntó, sintiendo que sus mejillas a esas alturas ya estaban más que sonrojadas. Doreen estaba nerviosa, pero no por eso menos feliz. Quiso terminar el beso entre risas, intentando verle esa sonrisa, porque necesitaba observarle feliz, necesitaba saber que al menos un momento podría hacerlo feliz. - ¿Por qué lo ha hecho? - Por fin soltó, con una necesidad infinita de escuchar algo que su corazón le hiciera dar brincos de alegría. Desvió la mirada a las hornillas encendidas, y notó el agua para la pasta hervir, y la carne ya perfectamente cocida. ¿Cuánto tiempo se habrían besado? La joven negó sin poder dejar de sonreír, y se giró de nuevo, aunque sin empujarlo, pues lo quería cerca para seguir su trabajo - No me distraiga, quiero terminarle el alimento - Le pidió, aunque en realidad si eran distracciones de ese tipo, sólo con él, y por él las tendría. Doreen había sacado dos platos, en ellos colocó los trozos de carne, termino por hacer las tiras delgadas de pasta y las coloco en el agua, y así estuvo terminando por fin, para su buena suerte todo lo de la cena, había sido demasiado hábil y rápida, pues no quería distraerse, pues necesitaba prestarle atención a él.
- Usted escoge las bebidas - Le indicó con una sonrisa amplia mientras avanzaba hasta la mesa, fruncíó el ceño al notar lo superado de las sillas, y las movió dejándolas una alado de la otra. Así estaba mucho mejor. Doreen se quedó estática unos momentos, y sus demonios llegaron para molestarla. ¿Y si había sido atrevida? ¿Y si había sido muy arrojada? ¿Qué estaría pensando él en ese momento? Le entró un gran miedo que la hizo temblar, se sintió avergonzada y mal. ¡No quería que él la creyera una cualquiera! ¿Se habría dado cuenta que lo había besado con el corazón? La joven suspiró para voltearlo a ver avergonzada, y dudosa. Ella no era así, no era de besar a desconocidos, pero notó que Emerick ya no era un desconocido, ambos sabían del otro más que cualquiera. Intentó sonreír. - Ojalá le gusten mis alimentos - Le comentó, girando su cuerpo para verlo acercarse. Doreen sentía la necesidad de volver a besarle, aunque tuviera la pelea interna de no hacerse ver como una cualquiera. Sentía sus labios palpitar a causa del beso. Quería saber si le había gustado, si lo había hecho bien, quiso abrazarlo y esconderse entre sus brazos de todos sus temores, porque en los brazos de él se sentía bien, segura, pero sobretodo… Querida. No dijo más porque incluso el silencio era su amigo y cómplice, además por la necesidad infinita de escucharlo decir algo por primera vez después de ese beso.
Su ensimismamiento se fue por un acantilado cuando sintió el cuerpo masculino en su espalda, el calor que Emerick emanaba le parecía (aunque seguramente para muchos no) un alivio, algo delicioso, y encantador. El cuerpo de la rubia era frágil y por eso mismo era excesivamente friolenta, así que el calor del licántropo era un complemento extraño y exquisito para ella. Dejó de mover sus manos cuando el joven paseó con destreza las propias por sus hombros, y las escabulló con habilidad hasta tomar las femeninas, los movimientos suaves del joven la hicieron sonreír, al menos era un hombre nacido en cuna de oro, y que sabía perfectamente cosas básicas como la cocina. Siguió con el movimiento de sus manos, y por momentos soltaba el agarre de una de las ajenas para subir sus manos de forma delicada hasta colocarse encima de las masculinas y proporcionarle "inocentes" caricias. Ella se sentía complacida, emocionada, y ligeramente juguetona, pero para el joven no bastó eso. Sino acompañó la perfección del momento con palabras que ella nunca pensó llegar a escuchar ¿Qué era perfecta? ¡Seguramente le estaría bromeando! Si, era una broma cruel, o quizás no. Doreen sintió ese beso en la frente, pero no le pareció uno común. Cerró los ojos dejando que los labios del joven le trasmitieran algo que quizás le costaría identificar en más personas. Aquella cadena de besos parecían una especie de declaración. Estaba perpleja por el rumbo que las comisuras ajenas iban tomando. Cuando sintió su calor cerca de su boca, abrió los ojos, y le miró con confusión, con mucho pánico por lo que estaban haciendo, pánico por no entender como los caminos de cada uno se habían vuelto ahora uno.
Un beso significa un sentimiento y un deseo. El sentimiento proveniente de la necesidad del corazón. El deseo proviene de la atracción, de las ganas infinitas de una unión, quizás más casta, pero a fin de cuentas una unión. El pecho de la rubia se paralizó, dejó de respirar unos instantes cuando la boca masculina la reclamaba de una manera muy apropiada como suya, ¿por qué le estaba haciendo eso? ¿Por qué primero la corría y ahora la besaba? La chica que ya se encontraba frente a él, apenas y había movido los labios, estaba rígida y sorprendida, su figura se había hecho para atrás, pues deseaba retarle con mil de preguntas antes del beso, pero el momento le fue traicionero, y su espalda quedó atrapada entre el miele donde estaban amasando, pero también acorralada por la imponente figura masculina. La chica tenía mil ideas sueltas, pero también mil preguntas, y sin embargo de un momento a otro dejó caer los hombros, rendida, entregada, y sonriente. Doreen se dio cuenta que quizás después de ese día no lo volvería a ver, no sabía con exactitud cuando él joven regresaría a sus tierras. ¿Por qué quedarse las ganas de besarlo? La chica cedió, y sus labios se abrieron de a poco dando pequeños y castos besos sobre la comisura ajena, haciendo que el momento fuera ligeramente desesperante, pues ambos necesitaban más. Fue entonces cuando ladeó ligeramente el rostro, no pudo evitar soltar una risita traviesa, separa los labios para tomar los ajenos con sumo cariño, porque ella también temía romperle el alma, pues seguían desnudos de esa forma. Así estuvo un tiempo hasta que la confianza se apoderó de su cuerpo.
Doreen subió una de sus manos, colocándola en la curvatura del cuello masculino, lo atrajo un poco hacía ella, dejando que la comodidad la ayudara, pues no tenía una pierna del todo bien para mantenerse de puntitas mucho tiempo. Ladeo el rostro una vez más, pero está vez su lengua salió de su boca, ejerciendo ligera presión en los labios ajenos, se dio permiso de entrar, y poco a poco esculcó cada rincón de la cavidad ajena, hasta que por fin acarició la masculina. Cuando eso pasó, la rubia soltó una especie de jadeó cómplice, ¿Qué más les hacía falta compartir? Su lengua comenzó a luchar con la ajena en una especie de baile muy erótico, o al menos así lo veía ella, subió la otra mano enredando sus dedos en el cabello sedoso de Emerick, la mano que tenía en el cuello se movió y acarició parte del mismo, hasta subir y tomarlo de las mejillas. Doreen lo estaba besando cómo si no hubiera mañana, como si de ese beso dependiera su vida misma. Sintió su pecho inflarse, subir y bajar a causa de la necesidad infinita de aire, pero no le importó, ella quería seguir ahí, porque sus labios le habían parecido cálidos y dulces, porque su sabor era atrayente y ahora una necesidad personal. Se sentía sorprendida de todo lo que podía pasar gracias a una escapada, se sentía bendecida. Su pecho inflado rozaba el ajeno, y el beso parecía no tenía fin, o al menos eso habría deseado ella, pero recordó que sus manos estaban manchadas de masa, y abrió los ojos notando cómo había manchado el rostro masculino. Bajó la intensidad del beso, y comenzó a reír entre sus labios, al final muy a regañadientes se separó.
- ¿Nunca le dijeron que besar señoritas que se rescatan en medio del bosque es peligroso? - Le preguntó, sintiendo que sus mejillas a esas alturas ya estaban más que sonrojadas. Doreen estaba nerviosa, pero no por eso menos feliz. Quiso terminar el beso entre risas, intentando verle esa sonrisa, porque necesitaba observarle feliz, necesitaba saber que al menos un momento podría hacerlo feliz. - ¿Por qué lo ha hecho? - Por fin soltó, con una necesidad infinita de escuchar algo que su corazón le hiciera dar brincos de alegría. Desvió la mirada a las hornillas encendidas, y notó el agua para la pasta hervir, y la carne ya perfectamente cocida. ¿Cuánto tiempo se habrían besado? La joven negó sin poder dejar de sonreír, y se giró de nuevo, aunque sin empujarlo, pues lo quería cerca para seguir su trabajo - No me distraiga, quiero terminarle el alimento - Le pidió, aunque en realidad si eran distracciones de ese tipo, sólo con él, y por él las tendría. Doreen había sacado dos platos, en ellos colocó los trozos de carne, termino por hacer las tiras delgadas de pasta y las coloco en el agua, y así estuvo terminando por fin, para su buena suerte todo lo de la cena, había sido demasiado hábil y rápida, pues no quería distraerse, pues necesitaba prestarle atención a él.
- Usted escoge las bebidas - Le indicó con una sonrisa amplia mientras avanzaba hasta la mesa, fruncíó el ceño al notar lo superado de las sillas, y las movió dejándolas una alado de la otra. Así estaba mucho mejor. Doreen se quedó estática unos momentos, y sus demonios llegaron para molestarla. ¿Y si había sido atrevida? ¿Y si había sido muy arrojada? ¿Qué estaría pensando él en ese momento? Le entró un gran miedo que la hizo temblar, se sintió avergonzada y mal. ¡No quería que él la creyera una cualquiera! ¿Se habría dado cuenta que lo había besado con el corazón? La joven suspiró para voltearlo a ver avergonzada, y dudosa. Ella no era así, no era de besar a desconocidos, pero notó que Emerick ya no era un desconocido, ambos sabían del otro más que cualquiera. Intentó sonreír. - Ojalá le gusten mis alimentos - Le comentó, girando su cuerpo para verlo acercarse. Doreen sentía la necesidad de volver a besarle, aunque tuviera la pelea interna de no hacerse ver como una cualquiera. Sentía sus labios palpitar a causa del beso. Quería saber si le había gustado, si lo había hecho bien, quiso abrazarlo y esconderse entre sus brazos de todos sus temores, porque en los brazos de él se sentía bien, segura, pero sobretodo… Querida. No dijo más porque incluso el silencio era su amigo y cómplice, además por la necesidad infinita de escucharlo decir algo por primera vez después de ese beso.
Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
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Re: Una fábula de luna y de sol {Doreen Caracciolo}
"Dar gracias a dios por lo que se tiene, allí comienza el arte de vivir."
Doménico Cieri Estrada
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Pudo ver un poco del miedo en su mirada, pero también vio parte de ese anhelo al que jamás podría negarse ni resistir, por eso le besó. Le besó haciendo detener el tiempo y el espacio, haciendo que por un momento ambos se olvidaran de los temores pasados y que ambos dejasen de lado todos aquellos fantasmas irascibles que atormentaban sus cabezas y lo mas profundo de su corazón, que ahora palpitaba desbocado. Y lo que en un principio ella había demostrado como duda, ahora se convertía en afirmación.
Ella le besó por su propia cuanta, uniéndose a su baile de labios y besos que ya no era personal, pues ella se acoplaba a su ritmo, haciendo ambos un mismo beso. Le sintió sonreír y él hizo lo mismo ¿Cómo evitar la sonrisa cuando en verdad comienzas a sentirte lleno de felicidad? Eso era Doreen para él, felicidad, de la más pura y cristalina felicidad; aquella que nace de la nada y se instala pegándose de todos lados para que nadie se la pueda llevar, es misma que no conoce pasado, ni temores, esa a la que no le importa quien fuiste o con quien estuviste, esta que te hace olvidar hasta de tus mas recientes pecados y juramentos, con el alivio de no saberte culpable por nada ni nadie, pues así era ella, como el soplo de aire fresco dispuesto a llenar los pulmones del naufrago al salir de la tempestad.
Pronto le sintió subir una de sus manos y comenzar a tomar posesión de su cuello para hacerle agachar un poco más y no parar de besarle. Pudo sentir su lengua llamar a la entrada de su boca, como un invitado inesperado, pero deseado, al que dejó entrar sin siquiera preguntarle su nombre para dejarle recorrer al interior de su templo hasta por fin encontrar a su pareja, que le recibió con verdadera ternura. Así le besó con ansias, con las ganas de saberle inquilina de esa boca que le pertenecía y sin querer detenerse nunca, pero fue su propia risa la que le detuvo, y nada había más hermoso que la sonrisa en sus labios, por eso, probablemente aquella era la única interrupción que hubiese perdonado.
Vio entonces el motivo de su risa y él mismo se llevó las manos a las mejillas para poder sentir ahí los restos de masa, pegados como cómplices evidencias de ese ameno rato de felicidad. Rió con ella , mas no quiso separarse mas de lo justo y necesario para mirarle a sus brillantes esmeraldas que en lenguaje común recibían el nombre de ojos. Se sentía completo, por primera vez en su vida podía decir que nada le faltaba, que nada quería más que poder seguir disfrutando de ese momento y de esa compañía.
— ¿Nunca le dijeron que besar señoritas que se rescatan en medio del bosque es peligroso? — le preguntó ella con las mejillas sonrosadas.
— ¿Por qué? ¿Acaso la señorita temía de que le saliera el lobo? — preguntó divertido, al mismo tiempo que volvía a tomarle de la cintura y entrelazar sus propias manos por detrás. — ¿Qué porqué lo he hecho? — se preguntó a sí mismo y le miró — Porque lo sentí, porque ya me era imposible resistir, porque... — se quedó con la palabra en la boca al notar que las hornillas se comenzaban a subir, amenazantes de dejar algún desastre por lo que ella les tuvo que dedicar su atención.
— No me distraiga, quiero terminarle el alimento — le regañó ella en medio de una sonrisa que sólo le invitaba a desobedecer.
Le abrazó por detrás nuevamente, concediéndole el favor de dejar sus manos libres, mas no le soltó en ningún momento, teniendo que coordinar ambos sus pies para poder avanzar juntos, como dos niños pequeños jugando a una extraña carrera de tres pies, que en este caso sólo se reducían a dos. Incluso le tomó por un momento, para subirle sobre sus propios pies, teniendo que ella indicarle hacia donde querían ir mientras entre medio de las risas se divertían por su propio desastre, hasta que ella le pidió que se hiciera cargo de los bebestibles. Sólo en ese momento se alejó de ella, dejándole trabajar tranquila para ir a la bodega de los vinos en busca de una vieja botella de reserva.
Cuando regresó, le sorprendió volviendo a acomodar las sillas de la mesa, para dejarlas juntas la una al lado de la otra, pero entonces pareció sentirse observada y se giró lentamente, como si su rostro no tuviese ya semejante expresión de espanto.
— Ojalá le gusten mis alimentos — le dijo ella, como si quisiera evadir el tema de las sillas, pero él se acercó sin despegar la mirada de sus ojos hasta llegar frente a ella. Dejó la botella de vino y un par de copas de cata sobre la mesa, y luego volvió a mirarle de manera directa, mientras tomaba ambas sillas y las juntaba aún más, regalándole una sonrisa que pronto se difuminó al curvarse su boca en un nuevo beso.
Le tomó de las mejillas y le besó de manera más precisa, más intensa, más posesiva, pero de todos modos atenta, tierna y delicada, como los labios femeninos le invitaban. Le besó tan intenso como pudo, pues aquel beso debía de ser breve o todo el esfuerzo femenino en la cocina se vería truncado por el paso de los fríos minutos que enfrían la comida. Por ello acabó besándole breve e intermitentemente, en montones de besitos pequeños tan poco precisos que hasta acabaron metidos por su nariz sólo para hacerle reír y, antes que ella pudiera hacer nada, Emerick tomó su silla para deslizársela y ofrecérsela como a toda una dama. Fue así como también sirvió su copa de vino, dándose él todo ese porte de caballero que a ella deseaba atender.
Se sentó a su lado y puso la servilleta sobre su regazo antes de mirarle una vez más y sonreír. Tomó entonces, su primer trozo de comida, aunque se detuvo con él casi a la entrada de su boca, para mirarle con preocupación.
— ¿Oráis? — le preguntó, esperando el no haberse adelantado demasiado, pero ella pareció dudar por un momento su respuesta por lo que Emerick agregó — ¿Queréis hacedlo? — y entonces ella contestó con una afirmación a lo que el Duque volvió a responder con la llamada señal de la cruz por delante de su rostro y luego tomar su mano para mirarle a los ojos.
— Bendice, Señor, estos alimentos, de los que sois testigo arduo de que han sido preparados con mucho amor y os doy también infinitas gracias por ello, por haber cruzado a Doreen en mi vida y por haberle hecho parte de ella, como si fuese un bendito regalo caído de vuestro cielo que llega con toda su magia a sanar mis heridas. Por ello, gracias Señor... Gracias Doreen — susurró aquello último, acercándose a sus labios para robarle un nuevo beso, mucho mas breve y casto por estar sentados en la mesa y aún en oración: era más bien un beso de gracias y de reconocimiento que uno de pasión. Y en ese momento, Emerick le preguntó — ¿Queréis decir algo?
Esperó a que fue ahora quien dijera todo lo que quería decir y compartir con aquel Dios de quien a veces dudaba, pero casi siempre creía, aunque de manera muy diferente a la que enseñaba la doctrina de la Iglesia del 1800, y sólo entonces le soltó la mano, para volver a persignarse y comenzar a comer, probando por primera vez la mano cocinera de esa mujer. Debía reconocerlo, estaba exquisito y se notaba el esmero, por lo que se apresuró en apurar aquello que tenía en la boca para poder felicitarla.
— Está deliciosa, realmente lamento que no se pueda guardar con el mismo sabor a través de los días u os pediría que dejarais un poco para los que vienen — rió brevemente y volvió a tomar su mano para besarle en los nudillos — Lo mejor que he probado en mi vida, aunque sin duda prefiero el sabor de vuestros besos — le sonrió una vez más antes de continuar comiendo con unas ganas que afirmaban realmente sus palabras.
Ella le besó por su propia cuanta, uniéndose a su baile de labios y besos que ya no era personal, pues ella se acoplaba a su ritmo, haciendo ambos un mismo beso. Le sintió sonreír y él hizo lo mismo ¿Cómo evitar la sonrisa cuando en verdad comienzas a sentirte lleno de felicidad? Eso era Doreen para él, felicidad, de la más pura y cristalina felicidad; aquella que nace de la nada y se instala pegándose de todos lados para que nadie se la pueda llevar, es misma que no conoce pasado, ni temores, esa a la que no le importa quien fuiste o con quien estuviste, esta que te hace olvidar hasta de tus mas recientes pecados y juramentos, con el alivio de no saberte culpable por nada ni nadie, pues así era ella, como el soplo de aire fresco dispuesto a llenar los pulmones del naufrago al salir de la tempestad.
Pronto le sintió subir una de sus manos y comenzar a tomar posesión de su cuello para hacerle agachar un poco más y no parar de besarle. Pudo sentir su lengua llamar a la entrada de su boca, como un invitado inesperado, pero deseado, al que dejó entrar sin siquiera preguntarle su nombre para dejarle recorrer al interior de su templo hasta por fin encontrar a su pareja, que le recibió con verdadera ternura. Así le besó con ansias, con las ganas de saberle inquilina de esa boca que le pertenecía y sin querer detenerse nunca, pero fue su propia risa la que le detuvo, y nada había más hermoso que la sonrisa en sus labios, por eso, probablemente aquella era la única interrupción que hubiese perdonado.
Vio entonces el motivo de su risa y él mismo se llevó las manos a las mejillas para poder sentir ahí los restos de masa, pegados como cómplices evidencias de ese ameno rato de felicidad. Rió con ella , mas no quiso separarse mas de lo justo y necesario para mirarle a sus brillantes esmeraldas que en lenguaje común recibían el nombre de ojos. Se sentía completo, por primera vez en su vida podía decir que nada le faltaba, que nada quería más que poder seguir disfrutando de ese momento y de esa compañía.
— ¿Nunca le dijeron que besar señoritas que se rescatan en medio del bosque es peligroso? — le preguntó ella con las mejillas sonrosadas.
— ¿Por qué? ¿Acaso la señorita temía de que le saliera el lobo? — preguntó divertido, al mismo tiempo que volvía a tomarle de la cintura y entrelazar sus propias manos por detrás. — ¿Qué porqué lo he hecho? — se preguntó a sí mismo y le miró — Porque lo sentí, porque ya me era imposible resistir, porque... — se quedó con la palabra en la boca al notar que las hornillas se comenzaban a subir, amenazantes de dejar algún desastre por lo que ella les tuvo que dedicar su atención.
— No me distraiga, quiero terminarle el alimento — le regañó ella en medio de una sonrisa que sólo le invitaba a desobedecer.
Le abrazó por detrás nuevamente, concediéndole el favor de dejar sus manos libres, mas no le soltó en ningún momento, teniendo que coordinar ambos sus pies para poder avanzar juntos, como dos niños pequeños jugando a una extraña carrera de tres pies, que en este caso sólo se reducían a dos. Incluso le tomó por un momento, para subirle sobre sus propios pies, teniendo que ella indicarle hacia donde querían ir mientras entre medio de las risas se divertían por su propio desastre, hasta que ella le pidió que se hiciera cargo de los bebestibles. Sólo en ese momento se alejó de ella, dejándole trabajar tranquila para ir a la bodega de los vinos en busca de una vieja botella de reserva.
Cuando regresó, le sorprendió volviendo a acomodar las sillas de la mesa, para dejarlas juntas la una al lado de la otra, pero entonces pareció sentirse observada y se giró lentamente, como si su rostro no tuviese ya semejante expresión de espanto.
— Ojalá le gusten mis alimentos — le dijo ella, como si quisiera evadir el tema de las sillas, pero él se acercó sin despegar la mirada de sus ojos hasta llegar frente a ella. Dejó la botella de vino y un par de copas de cata sobre la mesa, y luego volvió a mirarle de manera directa, mientras tomaba ambas sillas y las juntaba aún más, regalándole una sonrisa que pronto se difuminó al curvarse su boca en un nuevo beso.
Le tomó de las mejillas y le besó de manera más precisa, más intensa, más posesiva, pero de todos modos atenta, tierna y delicada, como los labios femeninos le invitaban. Le besó tan intenso como pudo, pues aquel beso debía de ser breve o todo el esfuerzo femenino en la cocina se vería truncado por el paso de los fríos minutos que enfrían la comida. Por ello acabó besándole breve e intermitentemente, en montones de besitos pequeños tan poco precisos que hasta acabaron metidos por su nariz sólo para hacerle reír y, antes que ella pudiera hacer nada, Emerick tomó su silla para deslizársela y ofrecérsela como a toda una dama. Fue así como también sirvió su copa de vino, dándose él todo ese porte de caballero que a ella deseaba atender.
Se sentó a su lado y puso la servilleta sobre su regazo antes de mirarle una vez más y sonreír. Tomó entonces, su primer trozo de comida, aunque se detuvo con él casi a la entrada de su boca, para mirarle con preocupación.
— ¿Oráis? — le preguntó, esperando el no haberse adelantado demasiado, pero ella pareció dudar por un momento su respuesta por lo que Emerick agregó — ¿Queréis hacedlo? — y entonces ella contestó con una afirmación a lo que el Duque volvió a responder con la llamada señal de la cruz por delante de su rostro y luego tomar su mano para mirarle a los ojos.
— Bendice, Señor, estos alimentos, de los que sois testigo arduo de que han sido preparados con mucho amor y os doy también infinitas gracias por ello, por haber cruzado a Doreen en mi vida y por haberle hecho parte de ella, como si fuese un bendito regalo caído de vuestro cielo que llega con toda su magia a sanar mis heridas. Por ello, gracias Señor... Gracias Doreen — susurró aquello último, acercándose a sus labios para robarle un nuevo beso, mucho mas breve y casto por estar sentados en la mesa y aún en oración: era más bien un beso de gracias y de reconocimiento que uno de pasión. Y en ese momento, Emerick le preguntó — ¿Queréis decir algo?
Esperó a que fue ahora quien dijera todo lo que quería decir y compartir con aquel Dios de quien a veces dudaba, pero casi siempre creía, aunque de manera muy diferente a la que enseñaba la doctrina de la Iglesia del 1800, y sólo entonces le soltó la mano, para volver a persignarse y comenzar a comer, probando por primera vez la mano cocinera de esa mujer. Debía reconocerlo, estaba exquisito y se notaba el esmero, por lo que se apresuró en apurar aquello que tenía en la boca para poder felicitarla.
— Está deliciosa, realmente lamento que no se pueda guardar con el mismo sabor a través de los días u os pediría que dejarais un poco para los que vienen — rió brevemente y volvió a tomar su mano para besarle en los nudillos — Lo mejor que he probado en mi vida, aunque sin duda prefiero el sabor de vuestros besos — le sonrió una vez más antes de continuar comiendo con unas ganas que afirmaban realmente sus palabras.
Última edición por Emerick Boussingaut el Mar Ene 08, 2013 9:06 pm, editado 1 vez
Emerick Boussingaut- Licántropo/Realeza
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Re: Una fábula de luna y de sol {Doreen Caracciolo}
Sólo existía un "pretexto" para que ella permaneciera en ese lugar, o al menos el que su boca había pronunciado. "Deseo verlo sonreír". Ese pensamiento rondaba por su cabeza, y quizás ya habían notado unas cuantas sonrisas en el rostro ajeno, pero se hacía la indiferente con tal de volver a arrancarle no solo una, sino todas aquellas que había dejado de lado después del dolor que le había conllevado su estado lobuno. La joven ahora no sólo podía ver un tipo de sonrisa, también en esa forma de estirar sus labios se veía mezclada la esperanza, la paz, la ilusión, pero sobretodo, y quizás se estaba adelantando, también el amor que el caballero podía llegar a sentir por ella ¿Acaso se estaba engañando al ver demás? ¿Y si estaba viendo dónde no era? Ella debía dejar esas inseguridades por su bien, dejar que su corazón se dejara querer, y que las manos ajenas lo sostuvieran para poderle abrazar, pero sin truncar nunca más ese gesto tan único. La joven de rubios cabellos ya tenía más pretextos para quedarse, quizás no eran pretextos, sino realidades que no estaba dispuesta a dejar pasar. El corazón de Doreen se había quedado dentro del corazón de Emerick, pues los sentía uno mismo, no había mucha ciencia al respecto, cuando se conoce a quien verdaderamente va a marcar tu vida, hace maravillas, cómo la milagrosa unión, el amor infinito que ellos estaban por sentir, pero que poco a poco estaba probando. Se sentía bien. Muy bien para ella, lo que nunca antes imaginó, y que ahora sería su día a día. Doreen no marcharía, no lo haría por su propia cuenta, sólo si él se lo pedía.
El silencio se hizo presente mientras ambos cuerpo se acomodaban uno frente al otro. La hora del día, cualquiera que fuera estaba siendo complaciente con la joven pareja. Pues el crepúsculo estaba en su momento, y por las ventanas el color rojizo del cielo se traspasaba, aquello daba un toque romántico a su primer alimento después de "La noche". Ya no podía ser cualquier recuerdo, esa sería la noche que cambió sus vidas. La joven tenía esperanzas, esas que se habían muerto, esas que habían sido pisoteadas. Podría aspirar a la felicidad, al amor de un hombre que había sufrido, pero que también estaba dispuesto a dejar todo dolor, para entregarse al amor, porque si aquellos que estaban uno frente al otro llegaban a amarse, nada ni nadie le impediría a ella buscar la manera para tenerlo feliz, por siempre y para siempre, como cuando un sacerdote pronuncia aquellas benditas palabras al finalizar una unión matrimonial. Doreen no necesitaba a ningún sacerdote para poder prometer con el corazón, con el alma, a quien estuviera allá arriba, su Dios por ejemplo, pero también le prometía con el alma a ese hombre que tenía en la tierra. Se dio cuenta que todo miedo a un hombre lobo, sin importar si estuviera transformado o no, se había esfumado, porque Emerick Boussingaut jamás le haría daño, al contrario, simplemente la hacía sentir plena, amada, y protegida.
- Señor - Dobló un poco el cuerpo, logrando que se quedaran frente a frente. - Te abandoné, muchas veces lo hice por miedo, por tristeza, y por injusta, muchas veces te busqué compartiendo mis dolores, pero también mis alegrías, ¿Estás ahí? No lo sé, pero me aferro a creer que nunca has soltado mi camino, te doy gracias por estos alimentos, que hoy son fuente de abundancia, salud y tranquilidad en nuestras vidas, te doy gracias por devolverme las esperanzas, pero mi Dios, también hoy te doy gracias por haber vuelto a nacer, con porque me has mandado unos brazos fuertes que me recogieron del dolor, porque sus brazos me brindaron protección y por su boca se ordenó mi curación, pero principalmente mi señor, te doy gracias por dejarme sentir de nuevo con el corazón, gracias por traerme aquí, por dejarme creer que él es mi verdadera bendición. - Doreen terminó carraspeando la garganta. Le sonrió con suma dulzura, y luego estiró las manos para llevarse las de Emerick hasta sus labios, depositando dos besos en cada una, como en señal de una promesa que no necesitaba palabras, pero que quedaba muy explícita. Ella le estaba haciendo la promesa de su corazón, la que, quien la conociera, debía estar cien por ciento seguro era más valida que cualquier otra que hubiera hecho. Le soltó las manos dejándolo degustar de sus alimentos, y luego, poco a poco comenzó a comer en silencio, sintiendo que todo a su alrededor estuviera bien. Doreen no recordaba el dolor de haber perdido a grandes amigos, no recordaba extrañar a su hermano, no recordaba en que algún momento la iban a vender, tampoco se sentía menos, simplemente se sentía ella, feliz, radiante, viviendo su propio cuento de hadas.
La comida había sido un verdadero éxito, Doreen se había terminado todo el plato, y eso era demasiado que decir, por lo regular se quedaba a medias, impidiendo que la vieran seguir aliméntandose, pero se sentía tan en confianza, y había gastado tanta energía que todo había terminado dentro de su diminuto cuerpo. Soltó risitas cómplices, y cuando lo vio terminar también, se puso con rapidez de pie, levantando ambos platos, y llevando las cosas al fregadero. Antes incluso que él pudiera objetar algo, abrió el grifo de la llave, y dejó caer el agua para comenzar a lavar todo aquello utilizado, Doreen era hábil, demasiado en la cocina, pero mucho más en los deberes, por eso todo lo dejó impecable en menos de quince minutos. Con una pequeña toalla de mano, secó las mismas, y lo volvió a acomodar. Su cuerpo se movió en dirección a la mesa, pero chocó contra Emerick, sin darse cuenta que lo había tenido a su lado todo ese tiempo. Sólo quería limpiar los desastres y las molestias que estaba ocasionando, porque como siempre, se sentía una molestia.
- Ahora si mi señor, estoy a su entera disposición, ya lo he traído a su hogar - Eso la hizo soltar una risita llena de diversión y burla, recordando como es que habían llegado hasta ahí. - Ya lo hice sonreír, y ahora lo he alimentado, creo que es momento de darle el espacio suficiente para seguir sus deberes diarios, y quizás yo deba volver a casa - Le miró, aunque estaba deseosa de quedarse. ¿Qué más podría ofrecerle ese día - A menos, que usted tenga otros planes y deseos, cómo le he dicho, le debo la vida, le debo más que eso, y estoy dispuesta a hacer cualquier otra cosa por usted, lo que me pida - Le dijo con una sonrisa amplia, sincera y animosa - ¿Qué desea hacer, mi señor? - Preguntó con el tono de voz más alto. Doreen estaba disfrutando de los espacios que tenían, de la tranquilidad, de las confesiones, y de la completa unión que habían formado, pero consiente estaba que cómo siempre todo debía terminar de ser tan perfecto, y así fue. Un grupo de sirvientes se adentraron al lugar, algunos parecían alterados. Lo miraron con sorpresa, como quien estuviera viendo un fantasma, la joven se asombró, y no supo que decir, que aquellos hombres comenzaron a susurrar cosas, cosas que no entendía y que solo la confundían, lo único que pudo entender fue "Sigue con vida". Doreen no prestó mucha importancia, quizás se trataba de que todos aquellos estaban consiente de su condición de licántropo, y quizás por eso las preocupaciones. Los hombres al verse más relajados se disculparon, y le dedicaron una sonrisa amable, y otras coquetas a Doreen, la cual la hicieron sentir incomoda, pero pronto lo ignoró.
- ¿Y bien mi señor? ¿Algo que desee hacer conmigo? - Preguntó, como queriéndose animar, queriendo ver que él la deseaba consigo más tiempo, que no sólo ella sentía aquello. Doreen necesitaba saberse querida, necesitaba saberse que ahora era parte de ese lugar, pero sobretodo de él.
El silencio se hizo presente mientras ambos cuerpo se acomodaban uno frente al otro. La hora del día, cualquiera que fuera estaba siendo complaciente con la joven pareja. Pues el crepúsculo estaba en su momento, y por las ventanas el color rojizo del cielo se traspasaba, aquello daba un toque romántico a su primer alimento después de "La noche". Ya no podía ser cualquier recuerdo, esa sería la noche que cambió sus vidas. La joven tenía esperanzas, esas que se habían muerto, esas que habían sido pisoteadas. Podría aspirar a la felicidad, al amor de un hombre que había sufrido, pero que también estaba dispuesto a dejar todo dolor, para entregarse al amor, porque si aquellos que estaban uno frente al otro llegaban a amarse, nada ni nadie le impediría a ella buscar la manera para tenerlo feliz, por siempre y para siempre, como cuando un sacerdote pronuncia aquellas benditas palabras al finalizar una unión matrimonial. Doreen no necesitaba a ningún sacerdote para poder prometer con el corazón, con el alma, a quien estuviera allá arriba, su Dios por ejemplo, pero también le prometía con el alma a ese hombre que tenía en la tierra. Se dio cuenta que todo miedo a un hombre lobo, sin importar si estuviera transformado o no, se había esfumado, porque Emerick Boussingaut jamás le haría daño, al contrario, simplemente la hacía sentir plena, amada, y protegida.
- Señor - Dobló un poco el cuerpo, logrando que se quedaran frente a frente. - Te abandoné, muchas veces lo hice por miedo, por tristeza, y por injusta, muchas veces te busqué compartiendo mis dolores, pero también mis alegrías, ¿Estás ahí? No lo sé, pero me aferro a creer que nunca has soltado mi camino, te doy gracias por estos alimentos, que hoy son fuente de abundancia, salud y tranquilidad en nuestras vidas, te doy gracias por devolverme las esperanzas, pero mi Dios, también hoy te doy gracias por haber vuelto a nacer, con porque me has mandado unos brazos fuertes que me recogieron del dolor, porque sus brazos me brindaron protección y por su boca se ordenó mi curación, pero principalmente mi señor, te doy gracias por dejarme sentir de nuevo con el corazón, gracias por traerme aquí, por dejarme creer que él es mi verdadera bendición. - Doreen terminó carraspeando la garganta. Le sonrió con suma dulzura, y luego estiró las manos para llevarse las de Emerick hasta sus labios, depositando dos besos en cada una, como en señal de una promesa que no necesitaba palabras, pero que quedaba muy explícita. Ella le estaba haciendo la promesa de su corazón, la que, quien la conociera, debía estar cien por ciento seguro era más valida que cualquier otra que hubiera hecho. Le soltó las manos dejándolo degustar de sus alimentos, y luego, poco a poco comenzó a comer en silencio, sintiendo que todo a su alrededor estuviera bien. Doreen no recordaba el dolor de haber perdido a grandes amigos, no recordaba extrañar a su hermano, no recordaba en que algún momento la iban a vender, tampoco se sentía menos, simplemente se sentía ella, feliz, radiante, viviendo su propio cuento de hadas.
La comida había sido un verdadero éxito, Doreen se había terminado todo el plato, y eso era demasiado que decir, por lo regular se quedaba a medias, impidiendo que la vieran seguir aliméntandose, pero se sentía tan en confianza, y había gastado tanta energía que todo había terminado dentro de su diminuto cuerpo. Soltó risitas cómplices, y cuando lo vio terminar también, se puso con rapidez de pie, levantando ambos platos, y llevando las cosas al fregadero. Antes incluso que él pudiera objetar algo, abrió el grifo de la llave, y dejó caer el agua para comenzar a lavar todo aquello utilizado, Doreen era hábil, demasiado en la cocina, pero mucho más en los deberes, por eso todo lo dejó impecable en menos de quince minutos. Con una pequeña toalla de mano, secó las mismas, y lo volvió a acomodar. Su cuerpo se movió en dirección a la mesa, pero chocó contra Emerick, sin darse cuenta que lo había tenido a su lado todo ese tiempo. Sólo quería limpiar los desastres y las molestias que estaba ocasionando, porque como siempre, se sentía una molestia.
- Ahora si mi señor, estoy a su entera disposición, ya lo he traído a su hogar - Eso la hizo soltar una risita llena de diversión y burla, recordando como es que habían llegado hasta ahí. - Ya lo hice sonreír, y ahora lo he alimentado, creo que es momento de darle el espacio suficiente para seguir sus deberes diarios, y quizás yo deba volver a casa - Le miró, aunque estaba deseosa de quedarse. ¿Qué más podría ofrecerle ese día - A menos, que usted tenga otros planes y deseos, cómo le he dicho, le debo la vida, le debo más que eso, y estoy dispuesta a hacer cualquier otra cosa por usted, lo que me pida - Le dijo con una sonrisa amplia, sincera y animosa - ¿Qué desea hacer, mi señor? - Preguntó con el tono de voz más alto. Doreen estaba disfrutando de los espacios que tenían, de la tranquilidad, de las confesiones, y de la completa unión que habían formado, pero consiente estaba que cómo siempre todo debía terminar de ser tan perfecto, y así fue. Un grupo de sirvientes se adentraron al lugar, algunos parecían alterados. Lo miraron con sorpresa, como quien estuviera viendo un fantasma, la joven se asombró, y no supo que decir, que aquellos hombres comenzaron a susurrar cosas, cosas que no entendía y que solo la confundían, lo único que pudo entender fue "Sigue con vida". Doreen no prestó mucha importancia, quizás se trataba de que todos aquellos estaban consiente de su condición de licántropo, y quizás por eso las preocupaciones. Los hombres al verse más relajados se disculparon, y le dedicaron una sonrisa amable, y otras coquetas a Doreen, la cual la hicieron sentir incomoda, pero pronto lo ignoró.
- ¿Y bien mi señor? ¿Algo que desee hacer conmigo? - Preguntó, como queriéndose animar, queriendo ver que él la deseaba consigo más tiempo, que no sólo ella sentía aquello. Doreen necesitaba saberse querida, necesitaba saberse que ahora era parte de ese lugar, pero sobretodo de él.
Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
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Re: Una fábula de luna y de sol {Doreen Caracciolo}
"Es asombroso como le sabes hablar a mi corazón y sin decir una palabra puedes iluminar la oscuridad. Por mucho que lo intente, nunca podría explicar lo que oigo cuando no dices nada."
Ronan Keating
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Le miró tal y como ella le miraba a él a través de su oración, y supo a través de ésta que al igual que él, Doreen había llegado a renegar de sus creencias y ahora se mostraba tan arrepentida como agradecida y eso, nuevamente, le hizo sentir comprendido. Las palabras siguientes, aquellas de agradecimiento que llevaban por motivo la existencia de su persona, le hicieron volver a sentirse emocionado y, a saber de ese modo, que estaba con la persona correcta.
Era todo tan repentino, pero curiosamente ni siquiera podía sentir que era extraño, era como si supiera que era lo normal, lo correcto, aquello que tenía pasar. Como si su destino hubiese estado escrito para encontrarse con ella en ese lugar, en ese momento que les uniría de manera irrevocable para hacerles estar juntos. Podía sentirlo en los besos que daba a sus manos, en aquella sonrisa dulce y esa mirada tan emocionada como la suya que, de cierto modo, le permitía llegar a comunicarse directamente con su corazón.
Se alegró de verle comer todo, de que no fuera de aquellas señoritas a las que siempre les importaba dar una buena impresión, de que se sintiera cómoda a su lado y que se notara verdaderamente, y por ello rió con ella y sin motivos, rió porque estaba contento y feliz, porque estaba completo y lleno de luz. Tal vez por mirarle de aquel modo es que no alcanzó a atinar para recoger siquiera su plato, pues se había perdido en sus ojos y su sonrisa y, cuando se dio cuenta, su plato ya iba de camino al fregadero.
Se levantó para ir detrás de ella, pero al estar cerca, se detuvo a observarle movido por la curiosidad. Realmente parecían haberle entrenado sumamente bien en sus quehaceres de ama de casa y aquello le llamó mucho la atención, pues no supo con exactitud hacia que estrato social estaban destinando su venta o los planes retorcidos de sus padres que quizás lo que buscaban era exhibirle en todas sus facetas. Le observó de cerca y, cuando iba a tomar el paño para ayudarle a secar las cosas, ella se apresuró en ganárselo y hacer así el trabajo completo, así que por un momento pensó en regresar a la mesa y esperarle en uno de los asientos, pero se detuvo a medio camino y se quedó ahí hasta que ella chocó con él, haciéndole reír nuevamente.
Realmente esperaba oír otra cosa cuando comenzó a escuchar sus palabras que sonaban a despedida, no era algo que se había esperado, ni tampoco lo deseado, y por eso fue tal vez que no puso muy buena cara hasta que ella misma le dio la posibilidad de rebatir a su partida, mas de sólo pensarlo, sintió que tal vez le estaría obligando y, estuvo a punto de preguntarle sus deseos, cuando se abrió la puerta, dando paso a un tropel de empleados que al parecer sólo le estaban buscando.
Era la primera vez que llegaba a casa una completa desconocida que, a simple vista, no resultaba ser más que una simple humana y mas aún comenzaba pidiendo la retirada de los criados. Todo, absolutamente todo, les causaba sospechas a aquellos que defendían los secretos que en la Corporación se escondían, incluyendo la vida de su propio amo a quien defendían tan ciegamente que no dudarían en asesinar si fuera necesario. Emerick siempre había sido bueno con ellos, y la mayoría de los que ahí trabajaba, también poseían algún grado de sobrenatural o poca aceptación por parte de la sociedad; jorobados, tuertos, mancos, negros, de todo había entre ellos y más de alguno había pensado en que tal vez la muchacha era un tipo de cazadora encubierta que deseaba hacer presa a su amo a cambio de una buena recompensa.
— Estoy bien — les dijo Emerick al notar que las dudas seguían y que incluso un par de ellos había entrado armado con cuchillas — Estoy bien — volvió a repetir y miró a Dereen, quien ahora volvía a preguntarle si deseaba hacer algo con ella.
— Presentaros a mis empleados — se disculpó con una sonrisa de circunstancias y le tomó de los hombros para hacerla voltear hacia ellos — Ella es Doreen, y será nuestra invitada de honor por tanto tiempo como ella desee quedarse. Es de absoluta confianza, no es ninguna cazadora ni espía de la Inquisición... ¿O si? — le preguntó a la mujer, con una sonrisa divertida, antes de volver a tomarle de una mano y sacarle de la cocina.
Sabía que habría podido pedirle a ellos que se fueran, pero deseaba permitirle conocer un poco más de la casa, sobre todo después de lo que ella le había contado, referente a sus intentos de lectura en donde sus padres le castigaban rigurosamente porque ella no aprendiese aquello que algunos pensaban que correspondía a los hombres. Por eso le llevó a la biblioteca; una gran sala con enormes ventanales y mullidos sillones que invitaban a sentarse cómodamente, mientras todas las pareces estaban tapizadas en libros desde el mismo techo hasta el piso.
Le observó para ver y grabar en su memoria la expresión de su rostro al ver todos aquellos libros, pues sabría entonces si acaso sus deseos de la infancia seguían aún en pie.
— Podéis tomar el que queráis — le indicó mientras se sentaba en uno de los sillones y le soltaba su mano, permitiéndole la libertad de moverse por el lugar y descubrir por sí misma, todo aquel universo escondido de la lectura.
Esperó a que escogiera cuanto quisiera, tal vez sólo uno, tal vez una pila, no importaba, sabía que tarde o temprano volvería para sentarse a su lado en donde él sonreiría antes de hacerle aquella pregunta que aún tenía presente.
— ¿De verdad tenéis que iros? — le preguntó de manera directa y, para muchos los de su sociedad, imprudente — Sé que no es bien visto que una dama se quede en la casa del caballero con quien sale hasta el mismo matrimonio, pero si es por mi, he de reconocer que ojalá no os marcharais nunca — le tomó de ambas manos y le miró entonces a los ojos — Ni siquiera sé si podría explicaros todo aquello que vos me hacéis sentir, pues para mi es algo tan nuevo como desconocido, no sabría deciros si es amor o no es amor, pero os deseo a mi lado por todo el tiempo que vos estéis dispuesta a entregar. Tengo mucho que contaros aun, mucho que deciros y mucho que expresaros; quiero deciros quien soy, quiero saber de vos, quiero que me digáis quien sois, lo que hacéis y con quien debo batirme en duelo para conseguid vuestro noviazgo porque... espero fervientemente que no seáis una mujer comprometida — le sonrió una breve mueca de dolor, como si tuviera tantas ganas y miedos de escuchar aquella respuesta.
Era todo tan repentino, pero curiosamente ni siquiera podía sentir que era extraño, era como si supiera que era lo normal, lo correcto, aquello que tenía pasar. Como si su destino hubiese estado escrito para encontrarse con ella en ese lugar, en ese momento que les uniría de manera irrevocable para hacerles estar juntos. Podía sentirlo en los besos que daba a sus manos, en aquella sonrisa dulce y esa mirada tan emocionada como la suya que, de cierto modo, le permitía llegar a comunicarse directamente con su corazón.
Se alegró de verle comer todo, de que no fuera de aquellas señoritas a las que siempre les importaba dar una buena impresión, de que se sintiera cómoda a su lado y que se notara verdaderamente, y por ello rió con ella y sin motivos, rió porque estaba contento y feliz, porque estaba completo y lleno de luz. Tal vez por mirarle de aquel modo es que no alcanzó a atinar para recoger siquiera su plato, pues se había perdido en sus ojos y su sonrisa y, cuando se dio cuenta, su plato ya iba de camino al fregadero.
Se levantó para ir detrás de ella, pero al estar cerca, se detuvo a observarle movido por la curiosidad. Realmente parecían haberle entrenado sumamente bien en sus quehaceres de ama de casa y aquello le llamó mucho la atención, pues no supo con exactitud hacia que estrato social estaban destinando su venta o los planes retorcidos de sus padres que quizás lo que buscaban era exhibirle en todas sus facetas. Le observó de cerca y, cuando iba a tomar el paño para ayudarle a secar las cosas, ella se apresuró en ganárselo y hacer así el trabajo completo, así que por un momento pensó en regresar a la mesa y esperarle en uno de los asientos, pero se detuvo a medio camino y se quedó ahí hasta que ella chocó con él, haciéndole reír nuevamente.
Realmente esperaba oír otra cosa cuando comenzó a escuchar sus palabras que sonaban a despedida, no era algo que se había esperado, ni tampoco lo deseado, y por eso fue tal vez que no puso muy buena cara hasta que ella misma le dio la posibilidad de rebatir a su partida, mas de sólo pensarlo, sintió que tal vez le estaría obligando y, estuvo a punto de preguntarle sus deseos, cuando se abrió la puerta, dando paso a un tropel de empleados que al parecer sólo le estaban buscando.
Era la primera vez que llegaba a casa una completa desconocida que, a simple vista, no resultaba ser más que una simple humana y mas aún comenzaba pidiendo la retirada de los criados. Todo, absolutamente todo, les causaba sospechas a aquellos que defendían los secretos que en la Corporación se escondían, incluyendo la vida de su propio amo a quien defendían tan ciegamente que no dudarían en asesinar si fuera necesario. Emerick siempre había sido bueno con ellos, y la mayoría de los que ahí trabajaba, también poseían algún grado de sobrenatural o poca aceptación por parte de la sociedad; jorobados, tuertos, mancos, negros, de todo había entre ellos y más de alguno había pensado en que tal vez la muchacha era un tipo de cazadora encubierta que deseaba hacer presa a su amo a cambio de una buena recompensa.
— Estoy bien — les dijo Emerick al notar que las dudas seguían y que incluso un par de ellos había entrado armado con cuchillas — Estoy bien — volvió a repetir y miró a Dereen, quien ahora volvía a preguntarle si deseaba hacer algo con ella.
— Presentaros a mis empleados — se disculpó con una sonrisa de circunstancias y le tomó de los hombros para hacerla voltear hacia ellos — Ella es Doreen, y será nuestra invitada de honor por tanto tiempo como ella desee quedarse. Es de absoluta confianza, no es ninguna cazadora ni espía de la Inquisición... ¿O si? — le preguntó a la mujer, con una sonrisa divertida, antes de volver a tomarle de una mano y sacarle de la cocina.
Sabía que habría podido pedirle a ellos que se fueran, pero deseaba permitirle conocer un poco más de la casa, sobre todo después de lo que ella le había contado, referente a sus intentos de lectura en donde sus padres le castigaban rigurosamente porque ella no aprendiese aquello que algunos pensaban que correspondía a los hombres. Por eso le llevó a la biblioteca; una gran sala con enormes ventanales y mullidos sillones que invitaban a sentarse cómodamente, mientras todas las pareces estaban tapizadas en libros desde el mismo techo hasta el piso.
Le observó para ver y grabar en su memoria la expresión de su rostro al ver todos aquellos libros, pues sabría entonces si acaso sus deseos de la infancia seguían aún en pie.
— Podéis tomar el que queráis — le indicó mientras se sentaba en uno de los sillones y le soltaba su mano, permitiéndole la libertad de moverse por el lugar y descubrir por sí misma, todo aquel universo escondido de la lectura.
Esperó a que escogiera cuanto quisiera, tal vez sólo uno, tal vez una pila, no importaba, sabía que tarde o temprano volvería para sentarse a su lado en donde él sonreiría antes de hacerle aquella pregunta que aún tenía presente.
— ¿De verdad tenéis que iros? — le preguntó de manera directa y, para muchos los de su sociedad, imprudente — Sé que no es bien visto que una dama se quede en la casa del caballero con quien sale hasta el mismo matrimonio, pero si es por mi, he de reconocer que ojalá no os marcharais nunca — le tomó de ambas manos y le miró entonces a los ojos — Ni siquiera sé si podría explicaros todo aquello que vos me hacéis sentir, pues para mi es algo tan nuevo como desconocido, no sabría deciros si es amor o no es amor, pero os deseo a mi lado por todo el tiempo que vos estéis dispuesta a entregar. Tengo mucho que contaros aun, mucho que deciros y mucho que expresaros; quiero deciros quien soy, quiero saber de vos, quiero que me digáis quien sois, lo que hacéis y con quien debo batirme en duelo para conseguid vuestro noviazgo porque... espero fervientemente que no seáis una mujer comprometida — le sonrió una breve mueca de dolor, como si tuviera tantas ganas y miedos de escuchar aquella respuesta.
Última edición por Emerick Boussingaut el Mar Ene 08, 2013 9:07 pm, editado 1 vez
Emerick Boussingaut- Licántropo/Realeza
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Re: Una fábula de luna y de sol {Doreen Caracciolo}
Doreen entre sus temores e inseguridades, volvió a sentir un poco de tranquilidad, luz y esperanza, incluso aunque creía no podría sentir más de eso, lo llegó a experimentar, Emerick le estaba pidiendo de una manera muy sutil que permaneciera un rato más a su lado, y no con palabras, sólo con acciones, pues la conducía por un pasillo muy lejano a la puerta, o al menos a dónde creía estaba la puerta. Aquello le arrancó una sonrisa amplia, pero escondida, pues su corazón era el más feliz en ese momento. La joven rubia no tenía miedo de sonreír, de sentirse merecedora, tampoco estaba teniendo miedo a disfrutar, ¿Miedo a los silencios? Claro que no, eso les daba cierto espacio personal a ambos para acomodar tanto ideas como pensamientos. La comodidad que le hacía sentir ir de su brazo era impresionante, por esa razón había enredado el propio en el ajeno, y se permitía sentir con la cercanía completa de dos personas ya conocidas de mucho tiempo atrás. Como dos amantes cómplices intentando marcar cierta "distancia" para no ser descubiertos, pero ellos no eran amantes, y tampoco les molestaba el hecho de ser vistos. Fue entonces cuando alzó la mirada, encontrándose con unos ojos hermosos que no dejaban de mirarla. Doreen se preguntó ¿Por qué Emerick la miraba tanto? ¿Acaso ella tenía algo en el rostro para llamar tanto su atención? Por eso volvió a mirar al frente, y de manera "discreta", tanteó su rostro de un lado a otro impidiendo se le notara algo, o borrar lo existente.
Se olvidó por completo de todo cuando entraron a esa hermosa habitación. La joven se quedó pasmada a observar ese lugar, ni siquiera quiso avanzar más de la cuenta por temor a lograr que desapareciera de su vista. Pestañeó un par d veces, y miró por todos lados girando el cuerpo de forma pausada. Sus manos subieron a su rostro, como queriendo truncar un poco la visibilidad de su emoción y sorpresa. Se limitó a suspirar, a sonreír con ganas. Doreen no entendía por qué ese chico que tenía a su lado la complacía con todos esos detalles, era como si Emerick hubiera pasado un lector en su interior, y de eso sacará todo cuanto fuera para hacerla feliz, aunque claro, algunas cosas ella misma comenzaba a confesarlas. Se había acordado de ese detalle dicho tiempo atrás, y en vez de dejar el recuerdo de Doreen cómo algo triste, y maldito, lo tomó como suyo, y lo volvió un cuento de hadas que jamás creyó alguien le podría dar. Ella no dejaba de mirar de un lugar a otro, pero después se sintió mal e insignificante por no apreciarlo a lado de él. Fue entonces, en ese glorioso momento cuando notó que nada en la vida lo querría disfrutar ya sin él, y entonces sus mejillas volvieron a jugarle malas pasadas, exponiendo su temor, y también y alegría y dicha por saberse alguien importante para él, así como ella misma sentía en su interior la necesidad de no apartarse jamás.
- Muchas gracias pero no puedo aceptar tomar un libro, se ve todo tan perfecto aquí, que llevarme una pieza sería una obscenidad - Le sonrió de forma amplia - Pero… Y antes que insista, podría decirle, si me permite claro el atrevimiento, que me agradaría más poder tener el privilegio de darles lectura aquí mismo… - Aquello era una necesidad para ella, no volver para leer un libro, sino regresar para verle a él, sólo a él, aunque los libros eran un gran pretexto; se giró al escucharle pronunciar aquella interrogante. Su rostro se endureció, pero pronto se relajó intentando no parecer muy dura - ¿Cree acaso usted que yo deseo marchar de sus brazos? - Negó y se camino con lentitud hasta sentarse a su lado. - Si de mi dependiera todo que estuviera alrededor, intentaría que no existieran injusticias, pobreza, y discriminación, pero no tengo tales privilegios, y tampoco puedo abusar de aquello que me ha dado con el corazón - Se encogió de hombros - Tengo que marchar a regañadientes, porque no puedo dejar a los míos intranquilos al no saber de mi, le apuesto han de estar buscándome - Le sonrió a penas de medio lado. ¿Qué pensaría su licántropo si le confesaba que había sido revolucionaria? Y que gracias al poco tiempo en que eso había acontecido, aun cuidaban su cabeza. En algún momento se lo tendría que decir, además de que no podía preocupar a sus amistades. - Además, ¿Acaso usted me cree capaz de dormir en la casa de un caballero que deseo enamorar? - Y Doreen parpadeó, sin entender cómo había tenido el valor de decir aquello de forma tan natural, que incluso le pareció imposible haber sido ella la que pronuncio aquellas palabras. - ¿Qué pensará de mi si me quedo? No quiero quedar como alguien… Usted sabe - Le sonrió apenas de forma torpe.
- Venga acá, suficiente ha hecho por mi, venga - Doreen corrió su cuerpo un poco en el sillón, dejando un gran espacio para que él pudiera recostarse, o al menos eso era lo que ella quería - Recuéstese en mi regazo - Le pidió de forma muy suave, y guardó silencio, dejando el tema inconcluso, ese que se relacionaba con noviazgos y alguien más, no porque lo tuviera, más bien porque deseaba darle tiempo a él, pues ¿Y si sólo estaba teniendo un impulso? Ella no deseaba ilusionarse y después terminar botada, porque hasta ese momento lo deseaba a su lado, sin importar que, pero lo necesitaba. Observó a Emerick recostarse, y sintió de forma amplia al notar que cedía, bendito era él para ella, quien no era con hombre machista o lleno de prejuicios, de ser otro seguramente le daría un buen golpe en la boca por pedirle hacer algo que él no quisiera. Cuando sintió la cabeza en sus piernas, bajó la mirada sonriéndole de forma amplia y agradecida - ¿Está cómodo, mi lord? - Eso último lo dijo de forma muy suave y aterciopelada. - ¿Qué hago con usted? ¿Qué puedo hacer para que simplemente sonreía de hoy en adelante? ¿Quiere conocerme? El tiempo le dejará saber todo de mi, si quiere incluso conocer mucho más que mis ojos desnudos - Suspiró, y sus dedos se enredaron entre su cabello, haciendo caricias suaves - ¿A usted le gusta que lo mimen así? ¿Cómo si fuera un cachorro? - Soltó risitas traviesas - No se vaya a ofender, es sólo que conozco a un par que parece lleva algún instinto a su forma humana, y yo busco comprender y hacerle feliz con otros detalles - Le dijo, para luego mover un poco su cuerpo, y quedar detrás de él, pero sin moverle la cabeza de su regazo, las delicadas manos de Doreen viajaron de su cabeza hasta sus hombros, los cuales identificó con la ayuda de sus dedos, pero luego fue creando un suave masaje, uno que lo llegara a relajar más de la cuenta, ya que acababan de comer. Así estuvo un rato hasta que inclinó su cuerpo hacía adelante, dando ahora masajes por los brazos, bajando más y más hasta que giró su rostro, quedándose completamente a la par del masculino. Sus ojos se volvieron a encontrar, y ella simplemente le sonrió, escondiendo los rostros y la cercanía de cada uno gracias a sus hebras doradas que caían a sus costados, no se movió, simplemente ahí permaneció, pues tenerlo tan cerca, y en esa forma tan peculiar, le pareció incluso más intima. Doreen se mordisqueó el labio inferior, aguantando el impulso se bajar sus labios y besarlo, sin importar aquella posición, así que resistió, o al menos eso intentaba hacer.
Se olvidó por completo de todo cuando entraron a esa hermosa habitación. La joven se quedó pasmada a observar ese lugar, ni siquiera quiso avanzar más de la cuenta por temor a lograr que desapareciera de su vista. Pestañeó un par d veces, y miró por todos lados girando el cuerpo de forma pausada. Sus manos subieron a su rostro, como queriendo truncar un poco la visibilidad de su emoción y sorpresa. Se limitó a suspirar, a sonreír con ganas. Doreen no entendía por qué ese chico que tenía a su lado la complacía con todos esos detalles, era como si Emerick hubiera pasado un lector en su interior, y de eso sacará todo cuanto fuera para hacerla feliz, aunque claro, algunas cosas ella misma comenzaba a confesarlas. Se había acordado de ese detalle dicho tiempo atrás, y en vez de dejar el recuerdo de Doreen cómo algo triste, y maldito, lo tomó como suyo, y lo volvió un cuento de hadas que jamás creyó alguien le podría dar. Ella no dejaba de mirar de un lugar a otro, pero después se sintió mal e insignificante por no apreciarlo a lado de él. Fue entonces, en ese glorioso momento cuando notó que nada en la vida lo querría disfrutar ya sin él, y entonces sus mejillas volvieron a jugarle malas pasadas, exponiendo su temor, y también y alegría y dicha por saberse alguien importante para él, así como ella misma sentía en su interior la necesidad de no apartarse jamás.
- Muchas gracias pero no puedo aceptar tomar un libro, se ve todo tan perfecto aquí, que llevarme una pieza sería una obscenidad - Le sonrió de forma amplia - Pero… Y antes que insista, podría decirle, si me permite claro el atrevimiento, que me agradaría más poder tener el privilegio de darles lectura aquí mismo… - Aquello era una necesidad para ella, no volver para leer un libro, sino regresar para verle a él, sólo a él, aunque los libros eran un gran pretexto; se giró al escucharle pronunciar aquella interrogante. Su rostro se endureció, pero pronto se relajó intentando no parecer muy dura - ¿Cree acaso usted que yo deseo marchar de sus brazos? - Negó y se camino con lentitud hasta sentarse a su lado. - Si de mi dependiera todo que estuviera alrededor, intentaría que no existieran injusticias, pobreza, y discriminación, pero no tengo tales privilegios, y tampoco puedo abusar de aquello que me ha dado con el corazón - Se encogió de hombros - Tengo que marchar a regañadientes, porque no puedo dejar a los míos intranquilos al no saber de mi, le apuesto han de estar buscándome - Le sonrió a penas de medio lado. ¿Qué pensaría su licántropo si le confesaba que había sido revolucionaria? Y que gracias al poco tiempo en que eso había acontecido, aun cuidaban su cabeza. En algún momento se lo tendría que decir, además de que no podía preocupar a sus amistades. - Además, ¿Acaso usted me cree capaz de dormir en la casa de un caballero que deseo enamorar? - Y Doreen parpadeó, sin entender cómo había tenido el valor de decir aquello de forma tan natural, que incluso le pareció imposible haber sido ella la que pronuncio aquellas palabras. - ¿Qué pensará de mi si me quedo? No quiero quedar como alguien… Usted sabe - Le sonrió apenas de forma torpe.
- Venga acá, suficiente ha hecho por mi, venga - Doreen corrió su cuerpo un poco en el sillón, dejando un gran espacio para que él pudiera recostarse, o al menos eso era lo que ella quería - Recuéstese en mi regazo - Le pidió de forma muy suave, y guardó silencio, dejando el tema inconcluso, ese que se relacionaba con noviazgos y alguien más, no porque lo tuviera, más bien porque deseaba darle tiempo a él, pues ¿Y si sólo estaba teniendo un impulso? Ella no deseaba ilusionarse y después terminar botada, porque hasta ese momento lo deseaba a su lado, sin importar que, pero lo necesitaba. Observó a Emerick recostarse, y sintió de forma amplia al notar que cedía, bendito era él para ella, quien no era con hombre machista o lleno de prejuicios, de ser otro seguramente le daría un buen golpe en la boca por pedirle hacer algo que él no quisiera. Cuando sintió la cabeza en sus piernas, bajó la mirada sonriéndole de forma amplia y agradecida - ¿Está cómodo, mi lord? - Eso último lo dijo de forma muy suave y aterciopelada. - ¿Qué hago con usted? ¿Qué puedo hacer para que simplemente sonreía de hoy en adelante? ¿Quiere conocerme? El tiempo le dejará saber todo de mi, si quiere incluso conocer mucho más que mis ojos desnudos - Suspiró, y sus dedos se enredaron entre su cabello, haciendo caricias suaves - ¿A usted le gusta que lo mimen así? ¿Cómo si fuera un cachorro? - Soltó risitas traviesas - No se vaya a ofender, es sólo que conozco a un par que parece lleva algún instinto a su forma humana, y yo busco comprender y hacerle feliz con otros detalles - Le dijo, para luego mover un poco su cuerpo, y quedar detrás de él, pero sin moverle la cabeza de su regazo, las delicadas manos de Doreen viajaron de su cabeza hasta sus hombros, los cuales identificó con la ayuda de sus dedos, pero luego fue creando un suave masaje, uno que lo llegara a relajar más de la cuenta, ya que acababan de comer. Así estuvo un rato hasta que inclinó su cuerpo hacía adelante, dando ahora masajes por los brazos, bajando más y más hasta que giró su rostro, quedándose completamente a la par del masculino. Sus ojos se volvieron a encontrar, y ella simplemente le sonrió, escondiendo los rostros y la cercanía de cada uno gracias a sus hebras doradas que caían a sus costados, no se movió, simplemente ahí permaneció, pues tenerlo tan cerca, y en esa forma tan peculiar, le pareció incluso más intima. Doreen se mordisqueó el labio inferior, aguantando el impulso se bajar sus labios y besarlo, sin importar aquella posición, así que resistió, o al menos eso intentaba hacer.
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Re: Una fábula de luna y de sol {Doreen Caracciolo}
"El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos."
William Shakespeare
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Se sentía sumamente satisfecho con la expresión de sus ojos al ver ahí la biblioteca, toda libre y dispuesta para ella, para ser leída y descubierta hoja a hoja. Inevitable fue el mirarle desde su asiento, esa cara y esa expresión realmente no tenía precio. Supo entonces, a través de sus ojos, que en verdad ya sabía leer, pues si no hubiese alcanzado a aprender aún, sería otra la expresión en su mirar.
Las palabras que siguieron, cuando al fin recobró el habla, parecieron ser tan certeras en sus reacciones y deseos que parecía que le conocía ya de hace mucho ¿Cómo sabría de otro modo que él le iba a reclamar? ¿Cómo sabía que iba a ser mucho más feliz con su propuesta? Era lo que se cuestionaba entre otras miles de preguntas que se agolpaban en su cabeza, como peleando por querer salir por su lengua, expedidas a gran velocidad.
— Por supuesto que podéis venir cuando queráis — fue lo primero que dijo, mas valía asegurarse su presencia antes de seguir invadiéndola a preguntas.
Sin embargo, ella no le dio el tiempo de que lo hiciera, pues se sentó a su lado mientras respondía a sus interrogantes anteriores, una que en particular, le interesaba escuchar; si finalmente se quedaría a su lado, pero ella comenzó a hablar de las injusticias, de la pobreza y los privilegios, lo que en un principio no entendió hasta que finalmente lo relacionó con aquello que él mencionó eran sus deseos. Por un momento pensó que la chica intentaba darle una clase de valores, pues él había sido sumamente egoísta al decirle que lo que más quería era tenerle a su lado, pero en el siguiente se regañó a sí mismo quizás porque había sonado demasiado atrevido.
Se mordió los labios y asintió al escucharle que debía partir de todos modos, por respeto a aquellos que se preocupaban de ella, información que le hizo darse cuenta que, a pesar de haber escapado de su casa, no vivía sola. Tuvo miedo, en ese momento tuvo miedo, pero se quedó callado para ocultarlo ¿Y qué si realmente era una mujer casada o comprometida? Por muy respetables que fuesen las damas de la época, siempre habían algunas que no les importaba nada su familia a la hora de toparse con un mozo dispuesto al romance, y así mismo lo había corroborado en carne propia hace un mes atrás.
— Además, ¿Acaso usted me cree capaz de dormir en la casa de un caballero que deseo enamorar? — soltó ella de pronto, ganándose nuevamente toda su atención.
De seguro que si hubiese estado comiendo algo en ese momento, habría expedido esa comida de forma muy poco decorosa. Por eso le quedó mirando pasmado, sin entender en verdad, el porqué no respondía entonces a sus preguntas, porqué no se quedaba, si en verdad ella le quería enamorar.
— ¿Qué pensará de mi si me quedo? No quiero quedar como alguien… Usted sabe — volvió a preguntar ella, haciéndole imposible el no darle la razón.
En la época victoriana en la que vivían, incluso haberse besado en la primera cita, como ellos ya habían hecho, era un verdadero atrevimiento. De pronto se sintió preocupar, al parecer había perdido todo su temple y desvergüenza, y en el caso de Doreen, tampoco deseaba darle una mala impresión.
— Claro, tiene vuestra merced mucha razón — se disculpó con un poco de pesar, mientras fruncía el entrecejo y se regañaba a sí mismo por aquel mes acababa de terminar.
¿Cuántas veces había pensado en buscar alguna mujer desconocida, o incluso una cortesana, para poder convencerse a sí mismo capaz de desear otra mujer? ¡¿Pero qué tontería había sido esa?! ¡Y cómo se daba cuenta ahora de que lo acontecido con Jîldael no había sido más que un error! Un error pasional, puramente carnal e intenso, que finalmente le había afectado más por el hecho de haber faltado a la memoria de su difunta esposa que por haberle echado en falta, y así lo había dejado claro desde el primer momento, desde que había salido en la búsqueda de otras mujeres que le confirmasen que la cambiaformas no era la única que le provocaba deseos, deseos... nuevamente la palabra deseos, y es que en verdad no había otra cosa en esa familia que por poco y había estado a punto de romper.
— Venga acá, suficiente ha hecho por mi, venga... Recuéstese en mi regazo — le pidió ella, acomodándose en el sillón para que él lo hiciera.
Dudó por un momento, pero enseguida se recostó y le observó desde su lugar, dándose cuenta, de que si no hubiese sido por Jîldael, ahora no estaría ahí, con ella, con la mujer que ahora le daba a conocer la verdadera felicidad; de seguro habría seguido interesado en cumplir su celibato, en no interesarse por ninguna mujer por miedo a deshonrar la memoria de la mujer asesinada. Pero ahí estaba Doreen, por fin todo lo que siempre había buscado en una mujer, algo mucho más que pasión, que cuerpo; Doreen era alma y era vida, ella le traía sonrisas y alegría, le hacía dejar de sentirse culpable, le hacía valorarse a sí mismo, le hacía sentirse afortunado; afortunado de poder estar con ella, una verdadera dama, una mujer de principios y con un rostro hermoso, alguien que se notaba tan fina y soñadora como todo el ideal de las mujeres de la época, pero a la vez con la determinación e inteligencia que sólo era atribuible a los hombres. Doreen era, sin duda, la mujer perfecta, aquella por la que sería capaz de dejar de lado todos sus deseos y proyectos, sólo por tener la esperanza de convertirle en su mujer.
Su mujer... que extraña y que fuerte le sonaba esa palabra ¿Realmente estaba dispuesto a volver a formar una familia después de lo que había vivido? Se preguntó internamente, pero sólo le bastó volver a mirarle a los ojos para saber que así es como era.
— ¿Está cómodo, mi lord? — preguntó la mujer de sus ojos.
— No tenéis idea — respondió él con una sonrisa plena.
Cerró los ojos y rió divertido ante sus preguntas ¿Cómo no estar contento y feliz con semejantes atenciones? ¿Cómo se atrevía a preguntarlo si quiera? ¿Acaso no era suficiente ya con lo que le decían sus ojos? Sin duda, Doreen no tenía idea de cuan bien le hacía sentir, y aquello le hizo volver a pensar, pensar en otra mujer, en aquella que había sido su esposa y a quien sus padres le impusieron desde su propio nacimiento; una mujer por la que jamás sintió rechazo, ni recelo, pues sentía que sus padres habían hecho lo correcto, era lo que les tocaba por ser de la realeza y probablemente lo que debería hacer él también con sus hijos si acaso los tenía, buscarles la mejor opción de entre las familias escocesas para seguir manteniendo sus títulos nobiliarios que tan sacramente había pasado de generación en generación. Isobelle, aquella mujer que había sido su esposa y a la cual nunca amó como un hombre ama a una mujer; le amó como amiga y como su compañera, pero... Dejó de pensar en el momento en que abrió los ojos y volvió a mirarle a ella, a esa mujer sin apellido que ahora le acariciaba la cabeza, preguntándole si acaso eso le agradaba.
— Pues... Sí, la verdad es que sí — reconoció entre risas y con un poco de vergüenza — Como si fuera un cachorro — repitió sus palabras y volvió a cerrar los ojos con una sonrisa.
¿Se estaba él enamorando? Jamás en su vida se había sentido de esa manera, ni con su esposa, ni con la mujer que había estado después; con la primera había sentido cariño, con la segunda deseo, pero con Doreen, con Doreen lo sentía todo. Cariño, deseo, preocupación, ansias, seguridad, comodidad, necesidad, ganas de estar con ella, de saberle a su lado, ganas de tocarla, de conocerla, de saber de ella, de saberse necesario, de sentir aquella necesidad absurda de sentir por medios de sus palabra el cuan importante era, y esa felicidad inexplicable de haberle escuchado confesar que en verdad le deseaba enamorar. Así fue como sonrió otro par de veces, sin motivo alguno, mientras sentía sus caricias, sus manos, su cuerpo moviéndose alrededor del suyo, cerca, íntimo.
Fue su aliento sobre su propio rostro el que le hizo volver a abrir los ojos, y le vio ahí, muy cerca y en la posición inversa. Ella le saludó con una sonrisa mientras los mechones de sus cabellos hacían un par de cortinas intimas que les ocultaban como dos verdaderos amantes, y entonces no se aguantó. Se soltó de agarre de sus brazos y le tomó del rostro para volver a besarla, así en aquella misma extraña posición en la que su nariz le acariciaba la frente. Le besó con calma y sin prisas, pues aunque tenía ganas de hacerlo de otro modo, no quería que se fuera, no quería espantarla, así que se aguantó las ganas y le ofreció lo caballero, o al menos el intento.
— ¿Doreen? — le llamó apenas acabado el beso, y buscó el mirarle nuevamente a los ojos — He estado pensando... Dios, destino... o como sea que se llame, siempre he creído que todas las cosas suceden por algo y quisiera pensar que yo estaba destinado a encontrarme con vos y cruzarme en vuestro camino. Quizás tuve que pasar todo esto para finalmente encontrarme con vos, quizás mi licantropía finalmente es una bendición ¿Será verdad? — le preguntó sin dejar de observarle — Yo estaba destinado a administrar las riquezas del ducado de mi reino, de un país muy diferente al vuestro, al que jamás hubiese recurrido de no haber sucedido aquello. Mis padres me tenían prometido en matrimonio desde antes de mi nacimiento, me casé a los dieciséis años por acuerdo patriarcal, luego fui mordido y mi mujer esperaba al primero de nuestros hijos, fue entonces cuando acabé con sus vidas, pero fue eso lo que me ha hecho la persona que soy ahora, la culpa y la maldición que recayó en mi haciéndome diferente, haciéndome huir de mi patria en la búsqueda de respuestas y encontrándome con un mundo muy diferente, un mundo de discriminaciones y pobrezas, un mundo donde yo soy menos que el resto, un mundo que me ha enseñado a ser humilde y preocuparme de los demás. Eso sin contar que la culpa me hizo mantenerme alejado de toda mujer por miedo a mi mismo y no ser perdonado jamás, eso hasta hace un mes atrás donde conocí a otra mujer por la cual no sentí ni un octavo de lo que siento por vos ahora, pero... consiguió que dejase mis promesas detrás — le miró — No me mal interpretéis, no estoy ni estuve con ella en el plano sentimental, ni tampoco en el carnal, sin embargo siento que todos los errores, pesares y maldiciones que han pasado en mi vida, finalmente han sido los que me han traído hasta vos, vos que sois, realmente, la mujer que siempre soñé.
Las palabras que siguieron, cuando al fin recobró el habla, parecieron ser tan certeras en sus reacciones y deseos que parecía que le conocía ya de hace mucho ¿Cómo sabría de otro modo que él le iba a reclamar? ¿Cómo sabía que iba a ser mucho más feliz con su propuesta? Era lo que se cuestionaba entre otras miles de preguntas que se agolpaban en su cabeza, como peleando por querer salir por su lengua, expedidas a gran velocidad.
— Por supuesto que podéis venir cuando queráis — fue lo primero que dijo, mas valía asegurarse su presencia antes de seguir invadiéndola a preguntas.
Sin embargo, ella no le dio el tiempo de que lo hiciera, pues se sentó a su lado mientras respondía a sus interrogantes anteriores, una que en particular, le interesaba escuchar; si finalmente se quedaría a su lado, pero ella comenzó a hablar de las injusticias, de la pobreza y los privilegios, lo que en un principio no entendió hasta que finalmente lo relacionó con aquello que él mencionó eran sus deseos. Por un momento pensó que la chica intentaba darle una clase de valores, pues él había sido sumamente egoísta al decirle que lo que más quería era tenerle a su lado, pero en el siguiente se regañó a sí mismo quizás porque había sonado demasiado atrevido.
Se mordió los labios y asintió al escucharle que debía partir de todos modos, por respeto a aquellos que se preocupaban de ella, información que le hizo darse cuenta que, a pesar de haber escapado de su casa, no vivía sola. Tuvo miedo, en ese momento tuvo miedo, pero se quedó callado para ocultarlo ¿Y qué si realmente era una mujer casada o comprometida? Por muy respetables que fuesen las damas de la época, siempre habían algunas que no les importaba nada su familia a la hora de toparse con un mozo dispuesto al romance, y así mismo lo había corroborado en carne propia hace un mes atrás.
— Además, ¿Acaso usted me cree capaz de dormir en la casa de un caballero que deseo enamorar? — soltó ella de pronto, ganándose nuevamente toda su atención.
De seguro que si hubiese estado comiendo algo en ese momento, habría expedido esa comida de forma muy poco decorosa. Por eso le quedó mirando pasmado, sin entender en verdad, el porqué no respondía entonces a sus preguntas, porqué no se quedaba, si en verdad ella le quería enamorar.
— ¿Qué pensará de mi si me quedo? No quiero quedar como alguien… Usted sabe — volvió a preguntar ella, haciéndole imposible el no darle la razón.
En la época victoriana en la que vivían, incluso haberse besado en la primera cita, como ellos ya habían hecho, era un verdadero atrevimiento. De pronto se sintió preocupar, al parecer había perdido todo su temple y desvergüenza, y en el caso de Doreen, tampoco deseaba darle una mala impresión.
— Claro, tiene vuestra merced mucha razón — se disculpó con un poco de pesar, mientras fruncía el entrecejo y se regañaba a sí mismo por aquel mes acababa de terminar.
¿Cuántas veces había pensado en buscar alguna mujer desconocida, o incluso una cortesana, para poder convencerse a sí mismo capaz de desear otra mujer? ¡¿Pero qué tontería había sido esa?! ¡Y cómo se daba cuenta ahora de que lo acontecido con Jîldael no había sido más que un error! Un error pasional, puramente carnal e intenso, que finalmente le había afectado más por el hecho de haber faltado a la memoria de su difunta esposa que por haberle echado en falta, y así lo había dejado claro desde el primer momento, desde que había salido en la búsqueda de otras mujeres que le confirmasen que la cambiaformas no era la única que le provocaba deseos, deseos... nuevamente la palabra deseos, y es que en verdad no había otra cosa en esa familia que por poco y había estado a punto de romper.
— Venga acá, suficiente ha hecho por mi, venga... Recuéstese en mi regazo — le pidió ella, acomodándose en el sillón para que él lo hiciera.
Dudó por un momento, pero enseguida se recostó y le observó desde su lugar, dándose cuenta, de que si no hubiese sido por Jîldael, ahora no estaría ahí, con ella, con la mujer que ahora le daba a conocer la verdadera felicidad; de seguro habría seguido interesado en cumplir su celibato, en no interesarse por ninguna mujer por miedo a deshonrar la memoria de la mujer asesinada. Pero ahí estaba Doreen, por fin todo lo que siempre había buscado en una mujer, algo mucho más que pasión, que cuerpo; Doreen era alma y era vida, ella le traía sonrisas y alegría, le hacía dejar de sentirse culpable, le hacía valorarse a sí mismo, le hacía sentirse afortunado; afortunado de poder estar con ella, una verdadera dama, una mujer de principios y con un rostro hermoso, alguien que se notaba tan fina y soñadora como todo el ideal de las mujeres de la época, pero a la vez con la determinación e inteligencia que sólo era atribuible a los hombres. Doreen era, sin duda, la mujer perfecta, aquella por la que sería capaz de dejar de lado todos sus deseos y proyectos, sólo por tener la esperanza de convertirle en su mujer.
Su mujer... que extraña y que fuerte le sonaba esa palabra ¿Realmente estaba dispuesto a volver a formar una familia después de lo que había vivido? Se preguntó internamente, pero sólo le bastó volver a mirarle a los ojos para saber que así es como era.
— ¿Está cómodo, mi lord? — preguntó la mujer de sus ojos.
— No tenéis idea — respondió él con una sonrisa plena.
Cerró los ojos y rió divertido ante sus preguntas ¿Cómo no estar contento y feliz con semejantes atenciones? ¿Cómo se atrevía a preguntarlo si quiera? ¿Acaso no era suficiente ya con lo que le decían sus ojos? Sin duda, Doreen no tenía idea de cuan bien le hacía sentir, y aquello le hizo volver a pensar, pensar en otra mujer, en aquella que había sido su esposa y a quien sus padres le impusieron desde su propio nacimiento; una mujer por la que jamás sintió rechazo, ni recelo, pues sentía que sus padres habían hecho lo correcto, era lo que les tocaba por ser de la realeza y probablemente lo que debería hacer él también con sus hijos si acaso los tenía, buscarles la mejor opción de entre las familias escocesas para seguir manteniendo sus títulos nobiliarios que tan sacramente había pasado de generación en generación. Isobelle, aquella mujer que había sido su esposa y a la cual nunca amó como un hombre ama a una mujer; le amó como amiga y como su compañera, pero... Dejó de pensar en el momento en que abrió los ojos y volvió a mirarle a ella, a esa mujer sin apellido que ahora le acariciaba la cabeza, preguntándole si acaso eso le agradaba.
— Pues... Sí, la verdad es que sí — reconoció entre risas y con un poco de vergüenza — Como si fuera un cachorro — repitió sus palabras y volvió a cerrar los ojos con una sonrisa.
¿Se estaba él enamorando? Jamás en su vida se había sentido de esa manera, ni con su esposa, ni con la mujer que había estado después; con la primera había sentido cariño, con la segunda deseo, pero con Doreen, con Doreen lo sentía todo. Cariño, deseo, preocupación, ansias, seguridad, comodidad, necesidad, ganas de estar con ella, de saberle a su lado, ganas de tocarla, de conocerla, de saber de ella, de saberse necesario, de sentir aquella necesidad absurda de sentir por medios de sus palabra el cuan importante era, y esa felicidad inexplicable de haberle escuchado confesar que en verdad le deseaba enamorar. Así fue como sonrió otro par de veces, sin motivo alguno, mientras sentía sus caricias, sus manos, su cuerpo moviéndose alrededor del suyo, cerca, íntimo.
Fue su aliento sobre su propio rostro el que le hizo volver a abrir los ojos, y le vio ahí, muy cerca y en la posición inversa. Ella le saludó con una sonrisa mientras los mechones de sus cabellos hacían un par de cortinas intimas que les ocultaban como dos verdaderos amantes, y entonces no se aguantó. Se soltó de agarre de sus brazos y le tomó del rostro para volver a besarla, así en aquella misma extraña posición en la que su nariz le acariciaba la frente. Le besó con calma y sin prisas, pues aunque tenía ganas de hacerlo de otro modo, no quería que se fuera, no quería espantarla, así que se aguantó las ganas y le ofreció lo caballero, o al menos el intento.
— ¿Doreen? — le llamó apenas acabado el beso, y buscó el mirarle nuevamente a los ojos — He estado pensando... Dios, destino... o como sea que se llame, siempre he creído que todas las cosas suceden por algo y quisiera pensar que yo estaba destinado a encontrarme con vos y cruzarme en vuestro camino. Quizás tuve que pasar todo esto para finalmente encontrarme con vos, quizás mi licantropía finalmente es una bendición ¿Será verdad? — le preguntó sin dejar de observarle — Yo estaba destinado a administrar las riquezas del ducado de mi reino, de un país muy diferente al vuestro, al que jamás hubiese recurrido de no haber sucedido aquello. Mis padres me tenían prometido en matrimonio desde antes de mi nacimiento, me casé a los dieciséis años por acuerdo patriarcal, luego fui mordido y mi mujer esperaba al primero de nuestros hijos, fue entonces cuando acabé con sus vidas, pero fue eso lo que me ha hecho la persona que soy ahora, la culpa y la maldición que recayó en mi haciéndome diferente, haciéndome huir de mi patria en la búsqueda de respuestas y encontrándome con un mundo muy diferente, un mundo de discriminaciones y pobrezas, un mundo donde yo soy menos que el resto, un mundo que me ha enseñado a ser humilde y preocuparme de los demás. Eso sin contar que la culpa me hizo mantenerme alejado de toda mujer por miedo a mi mismo y no ser perdonado jamás, eso hasta hace un mes atrás donde conocí a otra mujer por la cual no sentí ni un octavo de lo que siento por vos ahora, pero... consiguió que dejase mis promesas detrás — le miró — No me mal interpretéis, no estoy ni estuve con ella en el plano sentimental, ni tampoco en el carnal, sin embargo siento que todos los errores, pesares y maldiciones que han pasado en mi vida, finalmente han sido los que me han traído hasta vos, vos que sois, realmente, la mujer que siempre soñé.
Última edición por Emerick Boussingaut el Mar Ene 08, 2013 9:33 pm, editado 1 vez
Emerick Boussingaut- Licántropo/Realeza
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DATOS DEL PERSONAJE
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Re: Una fábula de luna y de sol {Doreen Caracciolo}
Doreen sintió en un abrir y cerrar de ojos los labios ajenos sobre los propios, disfrutó de nueva cuenta el calor que el hombre expedía, el sabor no se comparaba con nada, todo era tan… Tan él que simplemente se dejó llevar. Sus manos que se encontraban en los brazos del caballero, subieron a toda prisa para tomarle del rostro, aquella posición tan extraña pero sin duda tan única y divertida. Le encantaba sentirlo se cierta manera suyo, cómo ella era suya. Todo había sido tan rápido entre ambos, que ni siquiera tenía una etiqueta para ambos. ¿Pero acaso necesitaban etiqueta? No, no necesitaban eso, ni nada más, pues cuando el corazón guía, cuando manda, no necesita tener títulos. La chica se atrevió a juguetear un poco con la lengua de Emerick, se atrevió a darle un vuelco diferente a la situación, donde le dejaba en claro con acciones que no estaba con nadie más, y que no necesitaba estarlo, pues al único que deseaba en su vida era a él, si el caballero había aprendido a conocerle, entonces notaría que no era la joven que besara a cualquiera, o por cualquier motivo, ella era completamente sentimental, y con eso le bastaba, pues lo más importante venía del corazón, no del cuerpo. La joven lo había entendido al notar el amor de sus abuelos, quienes incluso ya de viejos, se seguían observando con el mismo amor de toda la vida, porque eso era lo que importaba, el cuerpo se desgasta, de arruga y se maltrata de tal forma que sale sobrando al cabo de unos años, pero los sentimientos, los verdaderos sentimientos no cambian, se refuerzan.
Se separó sintiendo como poco a poco su respiración estaba acelerándose. ¿Por qué su cuerpo la traicionaba de esa manera? ¿Por qué su cuerpo la delataba de esa forma? Por más sentimental que la chica fuera, no era tonta, y debía reconocer que el hombre que tenía en su regazo, le despertaba deseos que creía inexistentes, o quizás ya enterrados. Le parecía extraño que alguien le cambiara el mundo de la noche a la mañana, pero no se quejaba, estaba verdaderamente feliz. Su pierna por el momento no molestaba, para su buena suerte no había tenido fractura, sólo heridas que en su momento parecieron graves por lo reciente del accidente, pero ahora simplemente parecían superficiales, o al menos de eso se había intentado convencer, y lo logró, pues ignoraba todo desperfecto, o todo dolor. Si es que lo había.
Cuando su nombre fue pronunciado de esa forma tan amorosa, la chica parpadeó sorprendida. Se acomodó de tal manera que ambos pudieran verse frente a frente, pero se apresuró para tomar sus manos, haciendo del momento, de las palabras ajenas algo único. Así estuvo, guardando silencio, dejando que el sonido armónico de su voz dejara de lado al mundo, y sólo les permitiera concentrarse en aquel que se encontraba enfrente. No pudo evitar soltar algunas sonrisas al escuchar sus primeras palabras. Nunca pensó admitirlo a causa de sus miedos, pero era cierto, si él no hubiese adquirido esa "maldición", ninguno estaría en aquella situación. De forma interna lo agradeció, y sintió entonces que no debía juzgar a todos, no debía colocarlos en el mismo costal, pues siempre habían quienes marcaban la diferencia, cómo el hombre que tenía enfrente.
La sonrisa se borró, pero no por dolor, más bien para no dar a entender burla, u otros detalles que podrían mal interpretarse. La rubia se sentía incluso más afortunada de lo que ya se sentía. Escuchar parte de lo que fue su vida. Fue atando cabos poco a poco de todo aquello que él con el paso del día le había comentado, comprendió el dolor de Emerick, peor no sólo eso, quizás el joven también se sentía mal por decepcionar a sus padres, a su ex esposa, y a ese pueblo que lo había esperado para hacer las cosas bien. En varias ocasiones Doreen le dio pequeños apretones a sus manos, para darle muestras de confort y cariño. Ella deseaba supiera estaba haciendo bien al contarle, deseaba que nunca en su vida tuviera el arrepentimiento al haberle confesado su historia, su pasado. Quiso hablar, pero todo se limitó a silencios pausados que eran interrumpidos por él, esa era la razón del porqué no decía nada, pues le estaba dejando que limpiare poco a poco su alma, sin interrupciones, pues para ella el ser truncado de la confesión, al intentar volver a retomar el camino del secreto expuesto, jamás sería lo mismo.
Le fue inevitable sentir una especie de punzada en el pecho cuando mencionó a otra mujer, y fue entonces hasta ese momento, que Doreen no pudo sostener más su mirada. La bajó, sintiéndose poco privilegiada para verle, sintiéndose la mujer más insignificante del mundo. La rubia quiso decirle que se detuviera, que no pronunciara más palabras, quiso decirle que ella habría sido capaz de cargar con sus promesas, con sus errores, con sus dolores, con sus temores, con todo aquello y más con tal de liberarlo, y arrancarle, aunque fuera solo una sonrisa, porque ella estaba dispuesta a eso y mucho más por él. Quiso decirle que no le hablara de nadie más porque quizás ese alguien podría volver para reclamarlo, porque sabía, o al menos eso creía, que todas las demás mujeres podrían estar muy por encima de ella. La rubia seguía sin entender su importancia, o el brillo que lograba mostrar frente a los demás, pero el tiempo sería su buen amigo para recobrar su valor propio, y su autoestima, quizás Emerick estaría dispuesto a ayudarle en eso, tanto cómo ella hubiera estado dispuesta a arrancarle todos esos miedos, aunque incluso él no la hubiera escogido a ella, porque si de algo estaba segura, podría haber sacrificado su amor por él, para darle todo, pues ella estaba consiente que el licántropo lo merecía todo, e incluso más.
- Mi señor… - Hizo una pausa, no sabia que decirle, tampoco por donde empezar, estaba pasmada, sin poder comprender toda aquella información que le había soltado. Era como verlo todo enfrente, tener piezas de un rompecabezas e ir acomodando cada pieza poco a poco. Se acercó, dejando de lado toda regla de aquella sociedad, se acercó tanto que ignoró tener sus piernas rozándose, sus brazos se estiraron, y entonces se dejó cubrir por los brazos masculinos, mientras ella lo abrazaba con mucha fuerza, escondiendo su delicado rostro blanco sobre su pecho - ¿Sabe lo feliz que sus palabras me han hecho sentir? Porque en las solo puedo escuchar la sinceridad, y la pureza de un corazón que estaba escondido entre pilares de piedra, porqué su corazón a sabiendo vencer todas esas barreras, porqué su corazón late con fuerza, y es más grande que todo aquello que he conocido, percibo amor en sus palabras, del más puro, del que nunca creí ser afortunada en conocer… - Hizo una pausa - Bendigo su pasado, bendigo a sus padres, y a su difunta esposa, bendigo a su hijo, y a su forma lobuna, bendigo a esa mujer que ha conocido tiempo atrás, todo lo bendigo porque eso lo trajo conmigo, todo y más lo bendigo porque gracias a ello usted… Usted se ha vuelto mi destino… Si mi señor, usted no es de esas personas que llegan a tu vida y se van… No mi señor, dígame por favor que no lo es - Negó con fuerza sin poderse soltar - Dígame mi señor que se quedará conmigo, en las buenas y en las malas, y que si tenemos ratos malditos, los volveremos bendiciones - Doreen alzó su rostro para permitirse tener la fortuna de su mirada, pero sus orbes dejaron caer lagrimas de alegría. - Dígame que siente ahí en su pecho lo mismo que el mío al tenerlo…- Suspiró, pero sus ojos no dejaban de soltar las lagrimas del alma.
- Su pasado nunca se irá, y le debo ser sincera, no pretendo que se vaya, pero si algo estoy consiente, es que deseo que juntos podamos alejarle esos dolores que cargaba en sus hombros, estoy dispuesta a darle incluso lagrimas con tal de verlo liberado, permita que sane su alma con usted, por favor concédame eso, prometo nunca defraudarlo, no se sienta comprometido, yo lo haré sin pedir nada a cambio… - Doreen estaba consiente que estaba por meterse con fuego, pero eso no le importaba - Hagamos que su pasado le arranque sonrisas por los hermosos recuerdos vividos, y formemos de nuestro presente una gloria, y de nuestro futuro una unión - Le soltó, separándose por completo de él. Se puso de pie con sumo cuidado, debía dejarle procesar sus palabras, pues le había soltado tanta información cómo el momentos atrás. Al ponerse de pie ella dejó un beso delicado en su mejilla, y avanzó intentando librarse de ese embrujo en el que sentía se encontraba. Quizás si marcaba distancia su corazón se calmaría, pero no, se dio cuenta que alejarse lo aceleraba más, pues su presencia era el bálsamo que había buscado no a sus heridas físicas, sino a las internas. Emerick era lo que necesitaba en su vida, Emerick era el hombre de sus cuentos de hada, Emerick era el hombre al que buscaba, el sueño que siempre había anhelado, la esperanza que la había impulsado para escapar de casa.
La joven caminó por aquella gran biblioteca, situándose frente a un gran ventanal, observó a través de los cristales la hermosa noche estrellada. Hace mucho tiempo no la apreciaba de esa manera, de forma tan natural y sincera. Amaba la noche, siempre la amó, y ahora la amaba más. Ya llevaban un día entero juntos, desde su encuentro con su forma animal, hasta ese instante. Simplemente suspiró. ¿Después de lo acontecido la noche anterior sería capaz de salir de ahí? Debía hacerlo, antes de que fuera demasiado tarde.
- Demasiadas acciones, pero sobretodo demasiadas emociones vividas el día de hoy - Susurró, todo en ese salón estaba obscuro ya, nadie, ni siquiera un sirviente se había atrevido a interrumpir, o hacerles perder tiempo encendiendo velas. Se podían ver gracias a las ventajas, gracias al manto de luz que la luna les regalaba para dejarles ver más allá de lo negro de la noche. - Quizás sea momento de descansar ¿No lo cree? - Soltó una sonrisa un poco desanimada, muy fingida para no preocuparle, la rubia sabía que de demostrarle su tristeza, Emerick se preocuparía, y ya no deseaba causarle alguna molestia - Si desea, puedo contarle un cuento para hacerlo de dormir - Le comentó de forma muy dulce - Si, debería hacer que logre descansar un poco, se lo merece - Volvió a susurrar, comenzando a girar el rostro para poder encararle. ¿Acaso él deseaba un cuento para dormir?
Se separó sintiendo como poco a poco su respiración estaba acelerándose. ¿Por qué su cuerpo la traicionaba de esa manera? ¿Por qué su cuerpo la delataba de esa forma? Por más sentimental que la chica fuera, no era tonta, y debía reconocer que el hombre que tenía en su regazo, le despertaba deseos que creía inexistentes, o quizás ya enterrados. Le parecía extraño que alguien le cambiara el mundo de la noche a la mañana, pero no se quejaba, estaba verdaderamente feliz. Su pierna por el momento no molestaba, para su buena suerte no había tenido fractura, sólo heridas que en su momento parecieron graves por lo reciente del accidente, pero ahora simplemente parecían superficiales, o al menos de eso se había intentado convencer, y lo logró, pues ignoraba todo desperfecto, o todo dolor. Si es que lo había.
Cuando su nombre fue pronunciado de esa forma tan amorosa, la chica parpadeó sorprendida. Se acomodó de tal manera que ambos pudieran verse frente a frente, pero se apresuró para tomar sus manos, haciendo del momento, de las palabras ajenas algo único. Así estuvo, guardando silencio, dejando que el sonido armónico de su voz dejara de lado al mundo, y sólo les permitiera concentrarse en aquel que se encontraba enfrente. No pudo evitar soltar algunas sonrisas al escuchar sus primeras palabras. Nunca pensó admitirlo a causa de sus miedos, pero era cierto, si él no hubiese adquirido esa "maldición", ninguno estaría en aquella situación. De forma interna lo agradeció, y sintió entonces que no debía juzgar a todos, no debía colocarlos en el mismo costal, pues siempre habían quienes marcaban la diferencia, cómo el hombre que tenía enfrente.
La sonrisa se borró, pero no por dolor, más bien para no dar a entender burla, u otros detalles que podrían mal interpretarse. La rubia se sentía incluso más afortunada de lo que ya se sentía. Escuchar parte de lo que fue su vida. Fue atando cabos poco a poco de todo aquello que él con el paso del día le había comentado, comprendió el dolor de Emerick, peor no sólo eso, quizás el joven también se sentía mal por decepcionar a sus padres, a su ex esposa, y a ese pueblo que lo había esperado para hacer las cosas bien. En varias ocasiones Doreen le dio pequeños apretones a sus manos, para darle muestras de confort y cariño. Ella deseaba supiera estaba haciendo bien al contarle, deseaba que nunca en su vida tuviera el arrepentimiento al haberle confesado su historia, su pasado. Quiso hablar, pero todo se limitó a silencios pausados que eran interrumpidos por él, esa era la razón del porqué no decía nada, pues le estaba dejando que limpiare poco a poco su alma, sin interrupciones, pues para ella el ser truncado de la confesión, al intentar volver a retomar el camino del secreto expuesto, jamás sería lo mismo.
Le fue inevitable sentir una especie de punzada en el pecho cuando mencionó a otra mujer, y fue entonces hasta ese momento, que Doreen no pudo sostener más su mirada. La bajó, sintiéndose poco privilegiada para verle, sintiéndose la mujer más insignificante del mundo. La rubia quiso decirle que se detuviera, que no pronunciara más palabras, quiso decirle que ella habría sido capaz de cargar con sus promesas, con sus errores, con sus dolores, con sus temores, con todo aquello y más con tal de liberarlo, y arrancarle, aunque fuera solo una sonrisa, porque ella estaba dispuesta a eso y mucho más por él. Quiso decirle que no le hablara de nadie más porque quizás ese alguien podría volver para reclamarlo, porque sabía, o al menos eso creía, que todas las demás mujeres podrían estar muy por encima de ella. La rubia seguía sin entender su importancia, o el brillo que lograba mostrar frente a los demás, pero el tiempo sería su buen amigo para recobrar su valor propio, y su autoestima, quizás Emerick estaría dispuesto a ayudarle en eso, tanto cómo ella hubiera estado dispuesta a arrancarle todos esos miedos, aunque incluso él no la hubiera escogido a ella, porque si de algo estaba segura, podría haber sacrificado su amor por él, para darle todo, pues ella estaba consiente que el licántropo lo merecía todo, e incluso más.
- Mi señor… - Hizo una pausa, no sabia que decirle, tampoco por donde empezar, estaba pasmada, sin poder comprender toda aquella información que le había soltado. Era como verlo todo enfrente, tener piezas de un rompecabezas e ir acomodando cada pieza poco a poco. Se acercó, dejando de lado toda regla de aquella sociedad, se acercó tanto que ignoró tener sus piernas rozándose, sus brazos se estiraron, y entonces se dejó cubrir por los brazos masculinos, mientras ella lo abrazaba con mucha fuerza, escondiendo su delicado rostro blanco sobre su pecho - ¿Sabe lo feliz que sus palabras me han hecho sentir? Porque en las solo puedo escuchar la sinceridad, y la pureza de un corazón que estaba escondido entre pilares de piedra, porqué su corazón a sabiendo vencer todas esas barreras, porqué su corazón late con fuerza, y es más grande que todo aquello que he conocido, percibo amor en sus palabras, del más puro, del que nunca creí ser afortunada en conocer… - Hizo una pausa - Bendigo su pasado, bendigo a sus padres, y a su difunta esposa, bendigo a su hijo, y a su forma lobuna, bendigo a esa mujer que ha conocido tiempo atrás, todo lo bendigo porque eso lo trajo conmigo, todo y más lo bendigo porque gracias a ello usted… Usted se ha vuelto mi destino… Si mi señor, usted no es de esas personas que llegan a tu vida y se van… No mi señor, dígame por favor que no lo es - Negó con fuerza sin poderse soltar - Dígame mi señor que se quedará conmigo, en las buenas y en las malas, y que si tenemos ratos malditos, los volveremos bendiciones - Doreen alzó su rostro para permitirse tener la fortuna de su mirada, pero sus orbes dejaron caer lagrimas de alegría. - Dígame que siente ahí en su pecho lo mismo que el mío al tenerlo…- Suspiró, pero sus ojos no dejaban de soltar las lagrimas del alma.
- Su pasado nunca se irá, y le debo ser sincera, no pretendo que se vaya, pero si algo estoy consiente, es que deseo que juntos podamos alejarle esos dolores que cargaba en sus hombros, estoy dispuesta a darle incluso lagrimas con tal de verlo liberado, permita que sane su alma con usted, por favor concédame eso, prometo nunca defraudarlo, no se sienta comprometido, yo lo haré sin pedir nada a cambio… - Doreen estaba consiente que estaba por meterse con fuego, pero eso no le importaba - Hagamos que su pasado le arranque sonrisas por los hermosos recuerdos vividos, y formemos de nuestro presente una gloria, y de nuestro futuro una unión - Le soltó, separándose por completo de él. Se puso de pie con sumo cuidado, debía dejarle procesar sus palabras, pues le había soltado tanta información cómo el momentos atrás. Al ponerse de pie ella dejó un beso delicado en su mejilla, y avanzó intentando librarse de ese embrujo en el que sentía se encontraba. Quizás si marcaba distancia su corazón se calmaría, pero no, se dio cuenta que alejarse lo aceleraba más, pues su presencia era el bálsamo que había buscado no a sus heridas físicas, sino a las internas. Emerick era lo que necesitaba en su vida, Emerick era el hombre de sus cuentos de hada, Emerick era el hombre al que buscaba, el sueño que siempre había anhelado, la esperanza que la había impulsado para escapar de casa.
La joven caminó por aquella gran biblioteca, situándose frente a un gran ventanal, observó a través de los cristales la hermosa noche estrellada. Hace mucho tiempo no la apreciaba de esa manera, de forma tan natural y sincera. Amaba la noche, siempre la amó, y ahora la amaba más. Ya llevaban un día entero juntos, desde su encuentro con su forma animal, hasta ese instante. Simplemente suspiró. ¿Después de lo acontecido la noche anterior sería capaz de salir de ahí? Debía hacerlo, antes de que fuera demasiado tarde.
- Demasiadas acciones, pero sobretodo demasiadas emociones vividas el día de hoy - Susurró, todo en ese salón estaba obscuro ya, nadie, ni siquiera un sirviente se había atrevido a interrumpir, o hacerles perder tiempo encendiendo velas. Se podían ver gracias a las ventajas, gracias al manto de luz que la luna les regalaba para dejarles ver más allá de lo negro de la noche. - Quizás sea momento de descansar ¿No lo cree? - Soltó una sonrisa un poco desanimada, muy fingida para no preocuparle, la rubia sabía que de demostrarle su tristeza, Emerick se preocuparía, y ya no deseaba causarle alguna molestia - Si desea, puedo contarle un cuento para hacerlo de dormir - Le comentó de forma muy dulce - Si, debería hacer que logre descansar un poco, se lo merece - Volvió a susurrar, comenzando a girar el rostro para poder encararle. ¿Acaso él deseaba un cuento para dormir?
Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
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Re: Una fábula de luna y de sol {Doreen Caracciolo}
"El amor auténtico se encuentra siempre hecho. En este amor un ser queda adscrito de una vez para siempre y del todo a otro ser. Es el amor que empieza con el amor."
José Ortega Y Gasset
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Aún estaba mirándole a los ojos cuando ella decidió llamar su atención. No había dejado de observarle en ningún momento, quería que sus propios ojos fuesen cómplices para decirle lo que pasaba por la cabeza femenina, lo que Doreen sentía y vivía por cada una de sus palabras. Quería saber que estaba contenta, que su relato y sinceridad le satisfacía, que ella también tenía parte de las esperanzas que él poseía, pero todo aquello se truncó cuando en sus ojos vio parte del miedo y tal vez la tristeza que significase el nombrarle a otra mujer, por ello fue que intentó explicarle a grandes rasgos, sabía que entrar en detalles no sería lo correcto, sólo quería que entendiera que en verdad ahora lo veía como un error, pero un error necesario para poder hoy estar con ella.
Sin embargo, ella se le acercó aún más, abandonando su posición anterior en la que él había descansado la cabeza sobre su regazo, pues en ese momento le tenía de frente y recostada sobre aquel mismo sillón, como si ya no importasen, en lo absoluto, las normas sociales. Sintió todo el roce de sus piernas, el calor de su mirada y el como ella se acercaba a él, suplicante por un poco de protección que él no dudó en entregarle, ni siquiera por un momento. Le abrazó como la mujer frágil que era, le abrazó como a su propia mujer, como si ella le rogase por ser su protegida. Le besó los cabellos y apoyó su mejilla contra ellos, disfrutando se su aroma, de su esencia y la suavidad de su existencia.
Escuchó a sus palabras con atención devota y pudo entender a través de éstas que era realmente correspondido y que, de verdad, ya no había nada que temer, que ella se quedaría a su lado aun cuando no estuvieran bajo el mismo techo, que su corazón sería suyo si acaso él lo deseaba recibir, que sus besos no se repartirían en otros labios si él así lo decidía, que ella sería suya, suya y de nadie más, porque en verdad le quería. No obstante, a pesar de todo lo antes dicho, ella aún parecía temerosa de sus decisiones, de estar viviendo un sueño y de despertar mañana dándose cuenta que en verdad no existía ¿Qué no pensaba ella que en verdad él sentía lo mismo? ¿Qué él también tenía miedo de quedarse dormido y que ella huyera sin dejarle una señal? Por que sí, estaba cansado.
No había dormido en más de veinticuatro horas, había gastado mucha de sus energías en ambas transformaciones —de hombre a licántropo y viceversa—, había asechado, había atacado y había huido en su forma lobuna tanto como había huido en la humana, había corrido con ella a cuestas y había luchado por limpiar sus heridas, había vivido un par de días intensos y aún no dormía siquiera una hora. Sabía y temía el que no resistiría mucho más y ella parecía no querer aceptar su invitación a quedarse, mas tampoco había sido realmente clara, por ello pensó en que quizás sería bueno ofrecerse para ir a dejarle, pues así al menos sabría ya en donde ubicarle, pero no por ahora.
Le escuchó hasta el final de sus palabras y limpió las lágrimas de sus mejillas con sus propias manos, pues besarlas en ese momento, como ella le había enseñado, sería prácticamente como callarle la boca, y aun deseaba escucharla, deseaba escucharla hasta el final de sus palabras, hasta que ella se liberara de todas sus ataduras y expulsara todo aquello que sentía y temía hasta el punto de hacerle llorar. Le escuchó y se guardó sus palabras en la memoria imborrable que le había regalado su licantropía; el sonido de su voz, el roce de las lágrimas sobre su piel, el mirar de sus ojos suplicantes, el lenguaje de sus rostro.
Ni siquiera tuvo tiempo de responder, ella se levantaba de su lado para huir junto al ventanal, único lugar en el cuarto por donde ahora entraba la luz, dibujando sus siluetas tenues en medio de la penumbra. Entonces se puso también de pie y se acercó a ella, mientras observaba paso a poso el costado de su rostro humedecido. Ella pareció percibirle, notar su cercanía, y habló a susurros cómplices y de cierto modo temerosos de escuchar su respuesta, de querer huir por el miedo a percibir el rechazo y con ello, la finalización total de sus sueños, pero hele ahí; junto a ella, cerca de ella, era cuando él también se hacía un soñador.
No dijo nada, las palabras no eran necesarias. Simplemente llegó hasta ella y se paró de frente, como si quisiera de ese modo enfrentar a todos sus miedos y combatirlos a través de un beso. Sólo le tomó del rostro y le besó, le besó como hasta ahora se había contenido de hacerlo, le besó como el hombre que era, el pasional, el entregado, ese que no le importaba la gente o el que dirán, ese que sólo le importaba ella, su bien estar, su seguridad, pero sobre todo su esencia. Le besó sin ataduras, le besó con vehemencia, le besó arrancando de sus labios el sabor dulce de su boca y le tomó entre sus brazos, como si esa cintura y su espalda fueran realmente suyas, le tomó con posesión hasta disminuir totalmente la distancia entre sus cuerpos, pues le besó y le tomó hasta dejarle en claro que le reclamaba como suya.
— ¿Puedes sentirlo? — le preguntó por vez primera sobre el roce de su boca, con aquel lenguaje tan intimo y personal de dos dos amantes — Soy tuyo — susurró nuevamente y cogió una de sus manos para ponerla sobre su pecho y que ella pudiese ahí sentir los latidos de su corazón — Tú eres mía — y le besó nuevamente, enganchándose a sus besos y jugando con su lengua cual serpiente encantada se desliza sinuosa, hipnotizante y peligrosa a través de su boca para atraerle consigo y arrebatarle el alma hasta sacarla de su cuerpo para guardarla en el interior de su propio corazón.
— No iré a ningún lado — susurró en medio de sus besos, sin querer detenerse, sin querer poner freno a la fortaleza de sus sentimientos o a lo delirante de sus deseos. Le quería, le quería entera, le deseaba, le deseaba suya como a nadie había deseado, pues era sólo ella, por siempre y para siempre ella. Pero fueron aquellos mismos pensamiento los que le hicieron frenar, los que le hicieron detenerse y volver a buscar su mirada, con sus ojos entrecerrados por el poder arrebatador del deseo — Te quiero, te quiero entera, te quiero mía, te quiero conmigo y sin mi, pero te quiero — se mordió los labios y se alejó de ella un paso, para respirar de otro aroma que no fuera el suyo, antes de volver a sonreír.
— No iré a ningún lado — volvió a repetirle — estaré aquí, parado en mi puerta, esperando a que vengas con todas tus penas y alegrías para hacerte mi mujer — tomó de su mano y sujetó entonces su dedo anular, cual prometido coge la mano de su novia para enlazar a su dedo el anillo — Esa mujer — le miró.
Sin embargo, ella se le acercó aún más, abandonando su posición anterior en la que él había descansado la cabeza sobre su regazo, pues en ese momento le tenía de frente y recostada sobre aquel mismo sillón, como si ya no importasen, en lo absoluto, las normas sociales. Sintió todo el roce de sus piernas, el calor de su mirada y el como ella se acercaba a él, suplicante por un poco de protección que él no dudó en entregarle, ni siquiera por un momento. Le abrazó como la mujer frágil que era, le abrazó como a su propia mujer, como si ella le rogase por ser su protegida. Le besó los cabellos y apoyó su mejilla contra ellos, disfrutando se su aroma, de su esencia y la suavidad de su existencia.
Escuchó a sus palabras con atención devota y pudo entender a través de éstas que era realmente correspondido y que, de verdad, ya no había nada que temer, que ella se quedaría a su lado aun cuando no estuvieran bajo el mismo techo, que su corazón sería suyo si acaso él lo deseaba recibir, que sus besos no se repartirían en otros labios si él así lo decidía, que ella sería suya, suya y de nadie más, porque en verdad le quería. No obstante, a pesar de todo lo antes dicho, ella aún parecía temerosa de sus decisiones, de estar viviendo un sueño y de despertar mañana dándose cuenta que en verdad no existía ¿Qué no pensaba ella que en verdad él sentía lo mismo? ¿Qué él también tenía miedo de quedarse dormido y que ella huyera sin dejarle una señal? Por que sí, estaba cansado.
No había dormido en más de veinticuatro horas, había gastado mucha de sus energías en ambas transformaciones —de hombre a licántropo y viceversa—, había asechado, había atacado y había huido en su forma lobuna tanto como había huido en la humana, había corrido con ella a cuestas y había luchado por limpiar sus heridas, había vivido un par de días intensos y aún no dormía siquiera una hora. Sabía y temía el que no resistiría mucho más y ella parecía no querer aceptar su invitación a quedarse, mas tampoco había sido realmente clara, por ello pensó en que quizás sería bueno ofrecerse para ir a dejarle, pues así al menos sabría ya en donde ubicarle, pero no por ahora.
Le escuchó hasta el final de sus palabras y limpió las lágrimas de sus mejillas con sus propias manos, pues besarlas en ese momento, como ella le había enseñado, sería prácticamente como callarle la boca, y aun deseaba escucharla, deseaba escucharla hasta el final de sus palabras, hasta que ella se liberara de todas sus ataduras y expulsara todo aquello que sentía y temía hasta el punto de hacerle llorar. Le escuchó y se guardó sus palabras en la memoria imborrable que le había regalado su licantropía; el sonido de su voz, el roce de las lágrimas sobre su piel, el mirar de sus ojos suplicantes, el lenguaje de sus rostro.
Ni siquiera tuvo tiempo de responder, ella se levantaba de su lado para huir junto al ventanal, único lugar en el cuarto por donde ahora entraba la luz, dibujando sus siluetas tenues en medio de la penumbra. Entonces se puso también de pie y se acercó a ella, mientras observaba paso a poso el costado de su rostro humedecido. Ella pareció percibirle, notar su cercanía, y habló a susurros cómplices y de cierto modo temerosos de escuchar su respuesta, de querer huir por el miedo a percibir el rechazo y con ello, la finalización total de sus sueños, pero hele ahí; junto a ella, cerca de ella, era cuando él también se hacía un soñador.
No dijo nada, las palabras no eran necesarias. Simplemente llegó hasta ella y se paró de frente, como si quisiera de ese modo enfrentar a todos sus miedos y combatirlos a través de un beso. Sólo le tomó del rostro y le besó, le besó como hasta ahora se había contenido de hacerlo, le besó como el hombre que era, el pasional, el entregado, ese que no le importaba la gente o el que dirán, ese que sólo le importaba ella, su bien estar, su seguridad, pero sobre todo su esencia. Le besó sin ataduras, le besó con vehemencia, le besó arrancando de sus labios el sabor dulce de su boca y le tomó entre sus brazos, como si esa cintura y su espalda fueran realmente suyas, le tomó con posesión hasta disminuir totalmente la distancia entre sus cuerpos, pues le besó y le tomó hasta dejarle en claro que le reclamaba como suya.
— ¿Puedes sentirlo? — le preguntó por vez primera sobre el roce de su boca, con aquel lenguaje tan intimo y personal de dos dos amantes — Soy tuyo — susurró nuevamente y cogió una de sus manos para ponerla sobre su pecho y que ella pudiese ahí sentir los latidos de su corazón — Tú eres mía — y le besó nuevamente, enganchándose a sus besos y jugando con su lengua cual serpiente encantada se desliza sinuosa, hipnotizante y peligrosa a través de su boca para atraerle consigo y arrebatarle el alma hasta sacarla de su cuerpo para guardarla en el interior de su propio corazón.
— No iré a ningún lado — susurró en medio de sus besos, sin querer detenerse, sin querer poner freno a la fortaleza de sus sentimientos o a lo delirante de sus deseos. Le quería, le quería entera, le deseaba, le deseaba suya como a nadie había deseado, pues era sólo ella, por siempre y para siempre ella. Pero fueron aquellos mismos pensamiento los que le hicieron frenar, los que le hicieron detenerse y volver a buscar su mirada, con sus ojos entrecerrados por el poder arrebatador del deseo — Te quiero, te quiero entera, te quiero mía, te quiero conmigo y sin mi, pero te quiero — se mordió los labios y se alejó de ella un paso, para respirar de otro aroma que no fuera el suyo, antes de volver a sonreír.
— No iré a ningún lado — volvió a repetirle — estaré aquí, parado en mi puerta, esperando a que vengas con todas tus penas y alegrías para hacerte mi mujer — tomó de su mano y sujetó entonces su dedo anular, cual prometido coge la mano de su novia para enlazar a su dedo el anillo — Esa mujer — le miró.
Última edición por Emerick Boussingaut el Mar Ene 08, 2013 9:34 pm, editado 1 vez
Emerick Boussingaut- Licántropo/Realeza
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Re: Una fábula de luna y de sol {Doreen Caracciolo}
Sintió su pecho rozar contra el ajeno. Aquella sensación le despertó el deseo que su cuerpo había acumulado. Si, Doreen podría reconocerse deseosa de ese hombre. Quien lo besaba de una forma acelerada y pasional. La joven enredó sus manos de nueva cuenta en su cabello, y aunque fuera raro, la verdad es que sentía como si estuviera haciéndolo por primera vez. Dejó que su lengua se entregará deseosa de la ajena, y succionó de forma arrojada la de su licántropo, porqué era suyo, sólo suyo, y ambos lo sabían, todo el mundo lo sabría. Entonces tuvo el valor, se vio con la suficiente fuerza para poder tallar con ligereza su cuerpo con el ajeno. Se sintió perdida en su beso, en sus abrazos, por lo que se dejó llevar por el momento perfecto. Ella estaba segura, que de ser alguien más desde hace mucho habría salido corriendo a casa, pero era él, sólo él, y por esa razón se atrevía a dejarle tomar a su antojo. Doreen separaba sus labios, poco a poco mordisqueaba el labio inferior lo succionaba. La joven movía su cabello de un lado a otro, dejaba que su rostro fuera presa del baile pasional, de esa primera entrega a lo que, quizás en algún momento de sus vidas, se volvería más que simples besos. Quizás en algún momento les vendría seguidas las caricias, y la desnudez de un alma y un cuerpo. Todo aquello podía ser posible, y más, y por eso la joven no se detuvo, por eso siguió lo que su cuerpo y su corazón le dictaban. ¡No más Doreen que se encendía bajo las barreras! ¡No más Doreen que no se permitía seguir por miedo! No, esa Doreen había quedado atrás, porqué no deseaba esconderse de Emerick, porque ya era de Emerick.
- Uhmm… - Soltó de forma muy suave en medio de los besos, y después de forma inevitable soltó un gemido, que se ahogo a causa de los labios unidos. Volvió a gemir de nueva cuenta, pero ahora la biblioteca llevó en eco delatando su estado. Doreen Caracciolo estaba comenzando a excitarse, si, ya había aguantado demasiado, pero para su buena suerte él se detuvo. La joven tenía su rostro enrojecido, su pecho subía y bajaba de forma acelerada, ella abría la boca en forma de círculos para tomar grandes bocanas de aire, y poder así, poco a poco tranquilizarse. - Puedo sentirlo - Le contestó a su pregunta de forma desbocada. Sin poder aún controlar su deseo. - Mi cuerpo lo siente - Confesó aun con ese deseo que buscaba salir de alguna manera. - Mi corazón me lo grita - Volvió a mencionar de forma suave - Si, lo soy, soy tuya, desde este día hasta el final de mis días - Mencionó de forma suave pero muy decidida. Doreen era una persona amorosa, siempre había tratado bien a los demás, colocaba los deseos ajenos antes de los suyos, pero si algo estaba segura, es que sus palabras no salían simplemente porqué si, sus palabras salían porque su corazón las gritaba, y aquello que le mencionaba nunca antes lo había sentido, y menos comentado, pudo diferenciar que había querido, pero nunca amado. ¡Estaba enamorada! Doreen lo estaba, y no tenía ya duda, no era cuestión, era afirmación.
- No irás a ningún lado - Meditó - ¿pero entonces a dónde iremos juntos? No me quiero quedar aquí, quiero seguir un camino contigo, quiero formar todo contigo, y dejar atrás la nada - Le sonrió, mirándolo a los ojos, su respiración ya se había tranquilizado, ahora la paz estaba reinando. Los grillos hicieron una especie de canto de fondo. La rubia adoraba la naturaleza, se sentía parte de ella, por eso le debía a la misma el haberle cruzado con aquel lobo. Suspiró. Doreen sintió una especie de hueco en el estomago, y que su garganta le raspaba, eran reacciones de impresión a aquello que su amado le estaba diciendo. Parpadeó sorprendida, observó de sus ojos a la unión de sus manos, y de sus manos a sus labios para confirmar que él lo estaba diciendo, y que no eran alucinaciones suyas, al final volvió de nuevo a observar sus ojos. Se quedó en silencio unos momentos, negó repetidas veces intentando despejar su mente, al final simplemente sonrió. - Me esperarás en tú puerta, sean algunos días, o algunas noches, pero me esperaras… Pero no vendré con penas ni alegrías, vendré con mi entrega, con mi corazón, con mi amor, vendré dejando atrás todo aquello que me impide quedarme está noche, vendré con la sonrisa más grande, con el propósito de enamorarte por completo, con el deseo de hacerte sonreír, vendré por que necesito tus brazos, tus besos, y tus ojos, vendré porque quiero que me necesites incluso en tus silencios, vendré porque te pertenezco, porque en éste lugar siempre tuve que estar, pero que ahora estaré, porque compensaré mi ausencia de años atrás, vendré porque te amaré por siempre - Silencio, aceptando aquello que momentos atrás él le acababa de dar a entender. Guardó silencio para que Emerick comprendiera que si, que aceptaba ser su mujer porque ya lo era.
- Ahora vamos… - Se separó, giró su cuerpo y caminó fuera del lugar. - Te pondré a descansar, así entre sueños no sentirás mi ausencia - Le sonrió, pero intentó convencerse ella misma, pues sabia que incluso su cama, sus sueños, nada borraría su tormento por no tenerlo a su lado. Cuando salieron de la biblioteca, varias antorchas, y lamparas de parafina estaban encendidas. La joven sonrió, pues el lugar le parecía mágico, místico y hermoso. - Guíeme a su habitación por favor - La rubia avanzaba con timidez, pues nunca antes había estado en la habitación de un caballero, mucho menos de alguien que había hecho su cuerpo encenderse de esa forma. Avanzó por pasillos, pasó cuartos, y subió escaleras, todo lo hizo en silencio.
Doreen encontró una hermosa puerta, grande, imponente y fina, se veía sumamente pesada. La miró por unos momentos sin dejar de tomar las manos de Emerick, se sentía nerviosa. ¿Acaso sería correcto entrar? Si, era lo correcto, pues su corazón la invitaba a seguir, y no parar. La joven soltó las manos para empujar la gran puerta. La habitación de una persona suele ser sumamente personal, no por ser el simple dormitorio, sino porque escondía muchos secretos, y modismos, en una habitación se desnuda el alma para poder ser sin ataduras. La puerta se movió apenas, y entonces se impulso con el cuerpo hacía adelante, así pudo por fin dejar entrar la luz de las lamparas, y se adentró, mirando hacía el suelo. Sin atreverse a ver más.
- Le dejaré dormir, le dejaré tranquilo, y prometo volver, prometo regresar cómo le he dicho antes, pero por favor, no se olvide de mi, no deje de pensar en mi, que necesito saber que no me borrará de sus pensamientos, pues yo no lo borraré ninguna de mi mente, y mucho menos de mi corazón - Se giró con lentitud, colocando la mano del licántropo sobre su pecho, sobre su palpitante y acelerado corazón. - Por favor… ¿Me lo promete? - Le sonrió, entre la oscuridad, y la intimidad de una habitación que tal vez en poco tiempo también se volvería la suya.
- Ahora a la cama - Le soltó, comenzó a empujarle de forma graciosa hasta colocarlo a un lado de su lecho. La gabardina que traía el licántropo sobre su cuerpo, la rubia la comenzó a retirar, desde su espalda, pues jaló poco a poco hacía abajo la tela fina. No quiso verle, desvió la mirada para no parecer atrevida. Le soltó cuando dejó la prenda en un sillón, y regresó a la cama, jalando las cobijas gruesas, y aplastando ligeramente las almohadas para que se recostara cómodo. Dejó que se acomodará, y lo arropó. Las manos de Doreen viajaron hasta su rostro - Mi querido licántropo… - Susurró, y estando en esa posición, tan cerca, se atrevió a tomar sus labios, de manera pasional, de manera posesiva, cómo en la biblioteca, sería el beso de despedida, al menos por aquella noche, al menos por aquel primer encuentro.
- Uhmm… - Soltó de forma muy suave en medio de los besos, y después de forma inevitable soltó un gemido, que se ahogo a causa de los labios unidos. Volvió a gemir de nueva cuenta, pero ahora la biblioteca llevó en eco delatando su estado. Doreen Caracciolo estaba comenzando a excitarse, si, ya había aguantado demasiado, pero para su buena suerte él se detuvo. La joven tenía su rostro enrojecido, su pecho subía y bajaba de forma acelerada, ella abría la boca en forma de círculos para tomar grandes bocanas de aire, y poder así, poco a poco tranquilizarse. - Puedo sentirlo - Le contestó a su pregunta de forma desbocada. Sin poder aún controlar su deseo. - Mi cuerpo lo siente - Confesó aun con ese deseo que buscaba salir de alguna manera. - Mi corazón me lo grita - Volvió a mencionar de forma suave - Si, lo soy, soy tuya, desde este día hasta el final de mis días - Mencionó de forma suave pero muy decidida. Doreen era una persona amorosa, siempre había tratado bien a los demás, colocaba los deseos ajenos antes de los suyos, pero si algo estaba segura, es que sus palabras no salían simplemente porqué si, sus palabras salían porque su corazón las gritaba, y aquello que le mencionaba nunca antes lo había sentido, y menos comentado, pudo diferenciar que había querido, pero nunca amado. ¡Estaba enamorada! Doreen lo estaba, y no tenía ya duda, no era cuestión, era afirmación.
- No irás a ningún lado - Meditó - ¿pero entonces a dónde iremos juntos? No me quiero quedar aquí, quiero seguir un camino contigo, quiero formar todo contigo, y dejar atrás la nada - Le sonrió, mirándolo a los ojos, su respiración ya se había tranquilizado, ahora la paz estaba reinando. Los grillos hicieron una especie de canto de fondo. La rubia adoraba la naturaleza, se sentía parte de ella, por eso le debía a la misma el haberle cruzado con aquel lobo. Suspiró. Doreen sintió una especie de hueco en el estomago, y que su garganta le raspaba, eran reacciones de impresión a aquello que su amado le estaba diciendo. Parpadeó sorprendida, observó de sus ojos a la unión de sus manos, y de sus manos a sus labios para confirmar que él lo estaba diciendo, y que no eran alucinaciones suyas, al final volvió de nuevo a observar sus ojos. Se quedó en silencio unos momentos, negó repetidas veces intentando despejar su mente, al final simplemente sonrió. - Me esperarás en tú puerta, sean algunos días, o algunas noches, pero me esperaras… Pero no vendré con penas ni alegrías, vendré con mi entrega, con mi corazón, con mi amor, vendré dejando atrás todo aquello que me impide quedarme está noche, vendré con la sonrisa más grande, con el propósito de enamorarte por completo, con el deseo de hacerte sonreír, vendré por que necesito tus brazos, tus besos, y tus ojos, vendré porque quiero que me necesites incluso en tus silencios, vendré porque te pertenezco, porque en éste lugar siempre tuve que estar, pero que ahora estaré, porque compensaré mi ausencia de años atrás, vendré porque te amaré por siempre - Silencio, aceptando aquello que momentos atrás él le acababa de dar a entender. Guardó silencio para que Emerick comprendiera que si, que aceptaba ser su mujer porque ya lo era.
- Ahora vamos… - Se separó, giró su cuerpo y caminó fuera del lugar. - Te pondré a descansar, así entre sueños no sentirás mi ausencia - Le sonrió, pero intentó convencerse ella misma, pues sabia que incluso su cama, sus sueños, nada borraría su tormento por no tenerlo a su lado. Cuando salieron de la biblioteca, varias antorchas, y lamparas de parafina estaban encendidas. La joven sonrió, pues el lugar le parecía mágico, místico y hermoso. - Guíeme a su habitación por favor - La rubia avanzaba con timidez, pues nunca antes había estado en la habitación de un caballero, mucho menos de alguien que había hecho su cuerpo encenderse de esa forma. Avanzó por pasillos, pasó cuartos, y subió escaleras, todo lo hizo en silencio.
Doreen encontró una hermosa puerta, grande, imponente y fina, se veía sumamente pesada. La miró por unos momentos sin dejar de tomar las manos de Emerick, se sentía nerviosa. ¿Acaso sería correcto entrar? Si, era lo correcto, pues su corazón la invitaba a seguir, y no parar. La joven soltó las manos para empujar la gran puerta. La habitación de una persona suele ser sumamente personal, no por ser el simple dormitorio, sino porque escondía muchos secretos, y modismos, en una habitación se desnuda el alma para poder ser sin ataduras. La puerta se movió apenas, y entonces se impulso con el cuerpo hacía adelante, así pudo por fin dejar entrar la luz de las lamparas, y se adentró, mirando hacía el suelo. Sin atreverse a ver más.
- Le dejaré dormir, le dejaré tranquilo, y prometo volver, prometo regresar cómo le he dicho antes, pero por favor, no se olvide de mi, no deje de pensar en mi, que necesito saber que no me borrará de sus pensamientos, pues yo no lo borraré ninguna de mi mente, y mucho menos de mi corazón - Se giró con lentitud, colocando la mano del licántropo sobre su pecho, sobre su palpitante y acelerado corazón. - Por favor… ¿Me lo promete? - Le sonrió, entre la oscuridad, y la intimidad de una habitación que tal vez en poco tiempo también se volvería la suya.
- Ahora a la cama - Le soltó, comenzó a empujarle de forma graciosa hasta colocarlo a un lado de su lecho. La gabardina que traía el licántropo sobre su cuerpo, la rubia la comenzó a retirar, desde su espalda, pues jaló poco a poco hacía abajo la tela fina. No quiso verle, desvió la mirada para no parecer atrevida. Le soltó cuando dejó la prenda en un sillón, y regresó a la cama, jalando las cobijas gruesas, y aplastando ligeramente las almohadas para que se recostara cómodo. Dejó que se acomodará, y lo arropó. Las manos de Doreen viajaron hasta su rostro - Mi querido licántropo… - Susurró, y estando en esa posición, tan cerca, se atrevió a tomar sus labios, de manera pasional, de manera posesiva, cómo en la biblioteca, sería el beso de despedida, al menos por aquella noche, al menos por aquel primer encuentro.
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Re: Una fábula de luna y de sol {Doreen Caracciolo}
"Lo que más nos aproxima a una persona es esa despedida, cuando acabamos separándonos, porque el sentimiento y el juicio no quieren ya marchar juntos; y aporreamos con violencia el muro que la naturaleza ha alzado entre ella y nosotros."
Friedrich Nietzsche
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Sus palabras de entrega, llegaban hasta sus oído de manera tan decidida, que sólo escucharle bastó para dar respuesta a todas sus dudas. Ella estaba segura, podía verlo en el brillo de sus ojos, aún más allá de la impresión provocada, pero todo lo que vino tras su propuesta, hizo que sonriera aún más. Entonces ya estaba dicho, prácticamente estaban comprometidos y de la noche a la mañana, lo cual para cualquier mente cabal podría sonar a locura pero ¿qué es locura?
Emerick nunca se había enamorado, eso lo tenía claro aún a pesar de haber formado una familia bien constituida y haber vivido una situación demasiado intensa y pasional, pues en ambas situaciones se había entregado de manera dividida, la primera de ellas había sido por la cabeza y la segunda por el cuerpo, esta, la que no era la tercera, sino que el todo, no sólo se estaba entregando por el corazón, sino que también por la cabeza, también por el cuerpo e incluso por el alma. Era, realmente, algo que no tenía comparación. Era, en palabras simples, aquello que siempre quiso y nunca lo supo hasta que lo conoció; y ahora que lo sabía, que lo vivía ¿Para qué esperar? Ya suficiente había esperado toda su vida, sintiendo a medias, viviendo a medias.
Sonrió, inevitablemente sonrió y volvió a tomar el rostro de la chica, para depositar sobre sus labios, un beso breve y casto, que contrastaba de sobremanera con aquel más reciente que les había robado hasta el aliento. Era un beso puro y cargado de buenas intenciones, un beso de saludo, de bienvenida a su vida, aquel por el cual le abría las puertas para que entrase a su existencia y jamás se marchara de ahí.
— Ahora vamos… Te pondré a descansar, así entre sueños no sentirás mi ausencia — le dijo ella de sopetón, como si los ojos propios le hubiesen evidenciado aquel cansancio que se guardaba.
— ¿Por qué? — reclamó de todos modos como un niño pequeño, mientras tomaba la mano femenina, con ambas suyas — No quiero que os vayáis, pero sé que no puedo reteneros después que me habéis explicado el motivo de vuestra partida. Pero por favor, permitid que uno de mis criados os lleve hasta vuestra casa, al menos así, podré tener la idea de a donde ir a buscaros si es que os arrepentís — le sonrió de forma traviesa — No vais a escapar de mi.
Entonces le guió hasta su cuarto, pensando al igual que ella y sin siquiera saberlo, que tampoco había llevado jamás a una mujer hasta su propia habitación y que sus sabanas tampoco habían sido tocadas por nadie más que él y sus sirvientes personales. El camino estaba bien iluminado, tal parecía que se habían encargado de alumbrar a propósito el camino desde la biblioteca hacia fuera de la casa y también hacia la habitación; las dos alternativas que se le habían ocurrido a sus siervos y eso le pareció divertido.
Ya era completamente noche, la luz de la luna se filtraba por las ventanas, iluminando un poco más que lo que ya lo hacían las velas y candelabros. Los grillos cantaban y una familia de lechuzas ululaba fue de las ventanas del salón, era temporada de crías y cada año llegaba hasta el mismo árbol, la misma hembra y el mismo macho. Los pasillos alfombrados parecían titilear de vez en en cuando al movimiento irregular de las llamas que les hacían visibles y las murallas con algunas pinturas de paisajes semejaban moverse entre las penumbra misteriosa del anochecer.
La gran puerta de roble, apareció imponente en medio de la nada y Emerick abrió sólo una de sus hojas para invitarle a pasar. Era un cuarto amplio, con grandes espacios entre sus muebles, pues parecía gobernar el espacio abierto a la acumulación de pertenencias. El piso es de madera, había una chimenea grande y la enorme cama estaba justo al frente, tenía ventanales hacia ambos costados y un par de repisas con libros diferentes a los que había en la biblioteca. La cama poseía cuatro grandes pilares de madera y los doseles combinaban con las cortinas. Estaba iluminada por sólo tres velas, una en cada velador y otra sobre la chimenea, lo que parecía darle aún un ambiente más intimo.
Le observó ante sus palabras, aquellas peticiones que no necesitaban de ser pedidas pues él sentía que difícilmente le olvidaría y por eso sonrió, sin embargo, cuando ella le hizo poner la mano sobre su pecho, él le miró impresionado, pues supo apreciar entonces que ella compartía su miedo, aquel de no verle más, aquel de que el uno se olvidase del otro o le encontrara reemplazo; ambos sentían lo mismo y sin duda, eso le dejaba mucho más tranquilo.
— Os lo prometo con el lado más oscuro e iluminado de mi corazón — le respondió, regresándole la sonrisa — Pero no os tardéis demasiado, pues os aseguro que jamás podría olvidarme de vuestro rostro, pero es mi corazón el que os necesita y el mismo que llorará vuestra ausencia por cada hora, cada segundo que sin vuestra presencia. No quiero dejar de saber de vos.
Dejó que le sacara la chaqueta, mientras él le miraba a los ojos, divirtiéndose con su timidez y sonriendo a sus expensas, aunque no de manera burlesca. Se rascó la cabeza, mirándole un tanto confundido entretanto ella acomodaba las mantas y las cobijas, pues eso era algo a lo que él no estaba acostumbra, pues era de las personas que solía valorar mucho más su privacidad que las atenciones que pudiesen darle sus empleados y acostarse era algo que solía hacer por su propia cuenta. Comenzó a sacarse también la camisa y los zapatos, preguntándose incluso si, como una madre, le exigiría ir al baño y lavarse los dientes antes de dormir. Se sentía curioso, y por eso sólo asumió sin decir nada, le analizaba en silencio, deseaba saber hasta que punto llegaba con todos sus cuidados.
Se sacó también los zapatos y le observó mordiéndose los labios cuando ella pareció ya estar completamente lista, por lo que se recostó entre las mantas, y volvió a sonreír cuando ella le arropó, y ya casi esperaba un beso en la frente cuando ella le besó en los labios de una manera totalmente diferente; una manera pasional, atrevida e incluso posesiva a la que él respondió del mismo modo. Fue entonces cuando le molestó el acomodo de las mantas, pues sus brazos estaban debajo y como pudo los sacó para sujetarle del rostro y después de la espalda, en donde le hizo girar por encima suyo hasta dejarle acostada en la cama, del otro costado de donde estaba, para seguirle besando.
Le besó con malicia, con la intención de hacerle creer que no se detendría, aunque en verdad ganas tenía. Le besó con pasión multiplicada y con caricias más atrevidas, le tenía ahí a su costado y bajo él que le presionaba con su propio cuerpo mientras sus manos le recorrían, le recorrían sin miedo y sin vergüenza a través de su cintura y el escote de su ceñido vestido. Mordió de sus labios y en algún momento besó también su cuello hasta acabar en su oído, mordiéndolo y devorándolo con cuidado devoto y pasión desmesurada, pues en sus intenciones estaba disfrutarla pero también intimidarla ¿Quería tentarle? ¿Quería jugar con fuego y salir sin quemarse?
— Malvada — gruñó de regreso sobre sus labios — No juguéis en la boca del lobo si en verdad tenéis miedo a resultar mordida — señaló pasando sus dedos por encima de sus labios agitados antes de volver a besarle la última vez, de forma tan pasional y posesiva como la vez anterior — Ahora vete... Marchaos o quedaos de una vez — le advirtió dejándole en claro y de una vez que a la siguiente ya no le perdonaría. Pero aún así, si ella en verdad se marchaba, esperaría a que se levantara y enseguida le tomaría de una mano para obligarle a volver a sus labios y darle ahí un beso mas tierno y mas casto para entonces decirle que le quería y, de una vez por todas, dejarle marchar.
Emerick nunca se había enamorado, eso lo tenía claro aún a pesar de haber formado una familia bien constituida y haber vivido una situación demasiado intensa y pasional, pues en ambas situaciones se había entregado de manera dividida, la primera de ellas había sido por la cabeza y la segunda por el cuerpo, esta, la que no era la tercera, sino que el todo, no sólo se estaba entregando por el corazón, sino que también por la cabeza, también por el cuerpo e incluso por el alma. Era, realmente, algo que no tenía comparación. Era, en palabras simples, aquello que siempre quiso y nunca lo supo hasta que lo conoció; y ahora que lo sabía, que lo vivía ¿Para qué esperar? Ya suficiente había esperado toda su vida, sintiendo a medias, viviendo a medias.
Sonrió, inevitablemente sonrió y volvió a tomar el rostro de la chica, para depositar sobre sus labios, un beso breve y casto, que contrastaba de sobremanera con aquel más reciente que les había robado hasta el aliento. Era un beso puro y cargado de buenas intenciones, un beso de saludo, de bienvenida a su vida, aquel por el cual le abría las puertas para que entrase a su existencia y jamás se marchara de ahí.
— Ahora vamos… Te pondré a descansar, así entre sueños no sentirás mi ausencia — le dijo ella de sopetón, como si los ojos propios le hubiesen evidenciado aquel cansancio que se guardaba.
— ¿Por qué? — reclamó de todos modos como un niño pequeño, mientras tomaba la mano femenina, con ambas suyas — No quiero que os vayáis, pero sé que no puedo reteneros después que me habéis explicado el motivo de vuestra partida. Pero por favor, permitid que uno de mis criados os lleve hasta vuestra casa, al menos así, podré tener la idea de a donde ir a buscaros si es que os arrepentís — le sonrió de forma traviesa — No vais a escapar de mi.
Entonces le guió hasta su cuarto, pensando al igual que ella y sin siquiera saberlo, que tampoco había llevado jamás a una mujer hasta su propia habitación y que sus sabanas tampoco habían sido tocadas por nadie más que él y sus sirvientes personales. El camino estaba bien iluminado, tal parecía que se habían encargado de alumbrar a propósito el camino desde la biblioteca hacia fuera de la casa y también hacia la habitación; las dos alternativas que se le habían ocurrido a sus siervos y eso le pareció divertido.
Ya era completamente noche, la luz de la luna se filtraba por las ventanas, iluminando un poco más que lo que ya lo hacían las velas y candelabros. Los grillos cantaban y una familia de lechuzas ululaba fue de las ventanas del salón, era temporada de crías y cada año llegaba hasta el mismo árbol, la misma hembra y el mismo macho. Los pasillos alfombrados parecían titilear de vez en en cuando al movimiento irregular de las llamas que les hacían visibles y las murallas con algunas pinturas de paisajes semejaban moverse entre las penumbra misteriosa del anochecer.
La gran puerta de roble, apareció imponente en medio de la nada y Emerick abrió sólo una de sus hojas para invitarle a pasar. Era un cuarto amplio, con grandes espacios entre sus muebles, pues parecía gobernar el espacio abierto a la acumulación de pertenencias. El piso es de madera, había una chimenea grande y la enorme cama estaba justo al frente, tenía ventanales hacia ambos costados y un par de repisas con libros diferentes a los que había en la biblioteca. La cama poseía cuatro grandes pilares de madera y los doseles combinaban con las cortinas. Estaba iluminada por sólo tres velas, una en cada velador y otra sobre la chimenea, lo que parecía darle aún un ambiente más intimo.
Le observó ante sus palabras, aquellas peticiones que no necesitaban de ser pedidas pues él sentía que difícilmente le olvidaría y por eso sonrió, sin embargo, cuando ella le hizo poner la mano sobre su pecho, él le miró impresionado, pues supo apreciar entonces que ella compartía su miedo, aquel de no verle más, aquel de que el uno se olvidase del otro o le encontrara reemplazo; ambos sentían lo mismo y sin duda, eso le dejaba mucho más tranquilo.
— Os lo prometo con el lado más oscuro e iluminado de mi corazón — le respondió, regresándole la sonrisa — Pero no os tardéis demasiado, pues os aseguro que jamás podría olvidarme de vuestro rostro, pero es mi corazón el que os necesita y el mismo que llorará vuestra ausencia por cada hora, cada segundo que sin vuestra presencia. No quiero dejar de saber de vos.
Dejó que le sacara la chaqueta, mientras él le miraba a los ojos, divirtiéndose con su timidez y sonriendo a sus expensas, aunque no de manera burlesca. Se rascó la cabeza, mirándole un tanto confundido entretanto ella acomodaba las mantas y las cobijas, pues eso era algo a lo que él no estaba acostumbra, pues era de las personas que solía valorar mucho más su privacidad que las atenciones que pudiesen darle sus empleados y acostarse era algo que solía hacer por su propia cuenta. Comenzó a sacarse también la camisa y los zapatos, preguntándose incluso si, como una madre, le exigiría ir al baño y lavarse los dientes antes de dormir. Se sentía curioso, y por eso sólo asumió sin decir nada, le analizaba en silencio, deseaba saber hasta que punto llegaba con todos sus cuidados.
Se sacó también los zapatos y le observó mordiéndose los labios cuando ella pareció ya estar completamente lista, por lo que se recostó entre las mantas, y volvió a sonreír cuando ella le arropó, y ya casi esperaba un beso en la frente cuando ella le besó en los labios de una manera totalmente diferente; una manera pasional, atrevida e incluso posesiva a la que él respondió del mismo modo. Fue entonces cuando le molestó el acomodo de las mantas, pues sus brazos estaban debajo y como pudo los sacó para sujetarle del rostro y después de la espalda, en donde le hizo girar por encima suyo hasta dejarle acostada en la cama, del otro costado de donde estaba, para seguirle besando.
Le besó con malicia, con la intención de hacerle creer que no se detendría, aunque en verdad ganas tenía. Le besó con pasión multiplicada y con caricias más atrevidas, le tenía ahí a su costado y bajo él que le presionaba con su propio cuerpo mientras sus manos le recorrían, le recorrían sin miedo y sin vergüenza a través de su cintura y el escote de su ceñido vestido. Mordió de sus labios y en algún momento besó también su cuello hasta acabar en su oído, mordiéndolo y devorándolo con cuidado devoto y pasión desmesurada, pues en sus intenciones estaba disfrutarla pero también intimidarla ¿Quería tentarle? ¿Quería jugar con fuego y salir sin quemarse?
— Malvada — gruñó de regreso sobre sus labios — No juguéis en la boca del lobo si en verdad tenéis miedo a resultar mordida — señaló pasando sus dedos por encima de sus labios agitados antes de volver a besarle la última vez, de forma tan pasional y posesiva como la vez anterior — Ahora vete... Marchaos o quedaos de una vez — le advirtió dejándole en claro y de una vez que a la siguiente ya no le perdonaría. Pero aún así, si ella en verdad se marchaba, esperaría a que se levantara y enseguida le tomaría de una mano para obligarle a volver a sus labios y darle ahí un beso mas tierno y mas casto para entonces decirle que le quería y, de una vez por todas, dejarle marchar.
Última edición por Emerick Boussingaut el Mar Ene 08, 2013 9:34 pm, editado 1 vez
Emerick Boussingaut- Licántropo/Realeza
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Re: Una fábula de luna y de sol {Doreen Caracciolo}
Ni siquiera le rapidez de un parpadeo fue suficiente para no entender cómo había llegado a la cama, su cuerpo se encontraba sintiendo la figura, cierto peso del hombre. La chica se mordisqueó el labio inferior, pero pronto interrumpió ese acto cuando la boca ajena la reclamó. Doreen sintió su cuerpo comenzar a hervir, sintió como su sangre poco a poco se movía de forma cada vez más acelerada, pasando cada parte de su cuerpo sin detenerse, sintió también su corazón acelerado, cual caballo galopando, y sintió una especie de palpitar distinto a lo ya conocido y normal en una zona intima de su cuerpo. Emerick verdaderamente estaba cambiando el panorama de Doreen, estaba haciéndola sentir no sólo hermosa y amada, también deseada, y aquello era un paso definitivamente gigantesco. Nunca, incluso teniendo una gran cantidad de pretendientes, la rubia fue capaz de aceptar que era una mujer atractiva, capaz de encender el libido de cualquier hombre. El licántropo le estaba enseñando que su cuerpo era hermoso, y que no era indiferente ante nadie, pero sobretodo ante sus ojos. La rubia aceleró el movimiento de su cabeza, el de sus labios, y el de su lengua, todo al mismo tiempo intentando darle guerra a aquel beso pasional y arrojado. Dejaba ir toda la tensión, pasión y deseo de su cuerpo en aquel acto de intimidad y amor. Sentir sus manos sobre su cuerpo la hizo tensarse, y por un momento detenerse, pero al poco tiempo se acostumbró, pues las caricias la hacían sentir segura, nada tenía que ver con aquel intento de violación que tuvo tiempo atrás con un vampiro, todo era distinto, y se llenaba la cabeza de ideas, por ejemplo creyendo que no merecía todo aquello, pero si lo merecía por eso lo estaba teniendo. Cuando ambas bocas por fin se separaron, su rostro se había tornado rojizo, a causa del deseo y también de esa vergüenza que siempre llegaba a sentir, tomaba grandes bocanas de aire sin dejar de mirar el techo, se estaba intentando tranquilizar.
- ¿A usted quien le dijo que quería me recostara en su cama? - Le dijo entre sonrisas cómplices. Estiró su mano para poder acariciar la mejilla masculina. - Quizás las mordidas de mi lobo ya no me dan miedo, sino confianza y seguridad - Aquello lo soltó sin dejar de mirarle a los ojos, sin dejar de sonreír de manera cómplice. Doreen sintió otro beso, la cabeza le comenzó a dar vueltas de nuevo, él la hacía nublarse, marearse, y desear más y más. Lo empujó de forma suave, y se puso de pie, no sin antes sentir su tacto confortar el suyo. - Debo marchar, es mi deber, no puedo dejar de lado todo lo que tengo, lo haría, pero no puedo, hay muchos intereses de por medio, muchas cosas de mi pasado que tengo que cerrar, muchos círculos tristes que debo dejar ir, y también necesito ver a aquellos por los que velaba, niños huérfanos que han sonreído por los tratos que puedo ofrecerles, niños que han sufrido y que deseo borrar esa cara de tristeza en el rostro… Tiempo es lo que le dedicaré a usted, para que sepa que he hecho, para que sepa que hago, y para que formemos un que haremos juntos - Sonrió de forma amplia, y se agachó para dejar un beso casto, pero está vez si en su frente, pues sabía de llegar a sus labios, no saldría nunca más, de esa boca, de esa cama, de ese cuarto. Suspiró y negó divertida, al mismo tiempo que se alejaba de él - Buena noche, amado mío, buena noche, recuerde que te estaré pensando, y que volveré - Se dio la vuelta, y no quiso escuchar más, Doreen también estaba muy cansada, incluso por desfallecer, pero debía ser fuerte. Cerró la pesada puerta detrás de ella, y caminó de regreso al primer sitió dónde estuvo al llegar, el lugar dónde había despertado, el cuartito de enfermería.
Cuando llegó a la entrada del lugar. Observó a la fila de empleados verla con una sonrisa cómplice, las mujeres se acercaron, y notó que deseaban hacerle mil y un preguntas. Escuchó un "es realmente hermosa", pero no identificó quien había dicho tales halagos. Se dedicaron a escoltarla a la entrada, y cuando notó que estaban por seguirla, se disculpó, y pidió la dejaran marchar sola. Doreen suspiraba de forma profunda, su pierna comenzaba a doler de nueva cuenta, pero le importó poco, ella siguió su camino, notando cómo le observaban con tristeza. ¿Sería acaso que los empleados estaban contentos con ella y su patrón? No lo sabía, ella tenía muchas dudas en la cabeza, el tiempo sería quien le daría respuestas, y el mismo Emerick. Se sentía extraña, pero a fin de cuentas feliz, se sentía perdida pero al mismo tiempo encontrada, se sentía triste de marchar, pero enamorada. Aquella última palabra era una especie de milagro, se había rendido ante el amor, y el amor llegaba a su corazón sin tocar la puerta, ni pedir permiso para entrar. Doreen suspiró, recortando todas las caras de Emerick le había regalado, desde la preocupación, la molestia, hasta la felicidad, y la necesidad. Lo amaba, si estaba segura que aunque sonara acelerado, lo amaba con todo su ser.
Mientras caminaba, pudo sentir muchos pasos correr, aproximarse, no se espantó pues iba en una calle principal, y en cualquier esquina había seguridad. Le fue extraño ver caras conocidas, caras cristalinas a causa de la preocupación. Ella lo sabía, sus guardias y amigos habían estado preocupados buscándole, la abrazaron y también le regañaron, pero Doreen se disculpó, Doreen les contó su encuentro, cómo si aquello fuera la suficiente excusa para perdonar su desconsideración. La chica soltó ligeras risas nerviosas, pero no contó la parte del amor, aquello lo guardaría, al menos en su corazón, llegaría el momento en que ella lo contaría, pero de la mano de Emerick, orgullosa de enseñar a ese hombre que en sólo una noche, y después de un accidente la había enamorado.
Se adentró al pequeño molino, sintiendo por primera vez que el lugar no le era suficiente, sintió que ya no pertenecía a aquel lugar, y que su cama era demasiado fría. Se cambió de ropajes, y cuando una de sus amigas, y criadas del lugar se adentró, mandó a lavar el vestido, pues al día siguiente lo mandaría a dejar, pues le recordaría a Emerick que seguía pensando en él, sin importar que se vieran o no, tenía planes, muchos para su próximo encuentro, no podía ser uno cualquiera, y le daría algo importante, que le enseñaría más de lo que se encontraba en el interior de la rubia. Después de un rato cerró los ojos, y por fin, había caído dormida. ¿Qué les depararía? Ella confiaba en que su corazón está vez no se equivocaba.
- ¿A usted quien le dijo que quería me recostara en su cama? - Le dijo entre sonrisas cómplices. Estiró su mano para poder acariciar la mejilla masculina. - Quizás las mordidas de mi lobo ya no me dan miedo, sino confianza y seguridad - Aquello lo soltó sin dejar de mirarle a los ojos, sin dejar de sonreír de manera cómplice. Doreen sintió otro beso, la cabeza le comenzó a dar vueltas de nuevo, él la hacía nublarse, marearse, y desear más y más. Lo empujó de forma suave, y se puso de pie, no sin antes sentir su tacto confortar el suyo. - Debo marchar, es mi deber, no puedo dejar de lado todo lo que tengo, lo haría, pero no puedo, hay muchos intereses de por medio, muchas cosas de mi pasado que tengo que cerrar, muchos círculos tristes que debo dejar ir, y también necesito ver a aquellos por los que velaba, niños huérfanos que han sonreído por los tratos que puedo ofrecerles, niños que han sufrido y que deseo borrar esa cara de tristeza en el rostro… Tiempo es lo que le dedicaré a usted, para que sepa que he hecho, para que sepa que hago, y para que formemos un que haremos juntos - Sonrió de forma amplia, y se agachó para dejar un beso casto, pero está vez si en su frente, pues sabía de llegar a sus labios, no saldría nunca más, de esa boca, de esa cama, de ese cuarto. Suspiró y negó divertida, al mismo tiempo que se alejaba de él - Buena noche, amado mío, buena noche, recuerde que te estaré pensando, y que volveré - Se dio la vuelta, y no quiso escuchar más, Doreen también estaba muy cansada, incluso por desfallecer, pero debía ser fuerte. Cerró la pesada puerta detrás de ella, y caminó de regreso al primer sitió dónde estuvo al llegar, el lugar dónde había despertado, el cuartito de enfermería.
Cuando llegó a la entrada del lugar. Observó a la fila de empleados verla con una sonrisa cómplice, las mujeres se acercaron, y notó que deseaban hacerle mil y un preguntas. Escuchó un "es realmente hermosa", pero no identificó quien había dicho tales halagos. Se dedicaron a escoltarla a la entrada, y cuando notó que estaban por seguirla, se disculpó, y pidió la dejaran marchar sola. Doreen suspiraba de forma profunda, su pierna comenzaba a doler de nueva cuenta, pero le importó poco, ella siguió su camino, notando cómo le observaban con tristeza. ¿Sería acaso que los empleados estaban contentos con ella y su patrón? No lo sabía, ella tenía muchas dudas en la cabeza, el tiempo sería quien le daría respuestas, y el mismo Emerick. Se sentía extraña, pero a fin de cuentas feliz, se sentía perdida pero al mismo tiempo encontrada, se sentía triste de marchar, pero enamorada. Aquella última palabra era una especie de milagro, se había rendido ante el amor, y el amor llegaba a su corazón sin tocar la puerta, ni pedir permiso para entrar. Doreen suspiró, recortando todas las caras de Emerick le había regalado, desde la preocupación, la molestia, hasta la felicidad, y la necesidad. Lo amaba, si estaba segura que aunque sonara acelerado, lo amaba con todo su ser.
Mientras caminaba, pudo sentir muchos pasos correr, aproximarse, no se espantó pues iba en una calle principal, y en cualquier esquina había seguridad. Le fue extraño ver caras conocidas, caras cristalinas a causa de la preocupación. Ella lo sabía, sus guardias y amigos habían estado preocupados buscándole, la abrazaron y también le regañaron, pero Doreen se disculpó, Doreen les contó su encuentro, cómo si aquello fuera la suficiente excusa para perdonar su desconsideración. La chica soltó ligeras risas nerviosas, pero no contó la parte del amor, aquello lo guardaría, al menos en su corazón, llegaría el momento en que ella lo contaría, pero de la mano de Emerick, orgullosa de enseñar a ese hombre que en sólo una noche, y después de un accidente la había enamorado.
Se adentró al pequeño molino, sintiendo por primera vez que el lugar no le era suficiente, sintió que ya no pertenecía a aquel lugar, y que su cama era demasiado fría. Se cambió de ropajes, y cuando una de sus amigas, y criadas del lugar se adentró, mandó a lavar el vestido, pues al día siguiente lo mandaría a dejar, pues le recordaría a Emerick que seguía pensando en él, sin importar que se vieran o no, tenía planes, muchos para su próximo encuentro, no podía ser uno cualquiera, y le daría algo importante, que le enseñaría más de lo que se encontraba en el interior de la rubia. Después de un rato cerró los ojos, y por fin, había caído dormida. ¿Qué les depararía? Ella confiaba en que su corazón está vez no se equivocaba.
TEMA FINALIZADO
Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 01/03/2011
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DATOS DEL PERSONAJE
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