Caminos cruzados

_Al llegar a París, Puse en marcha la búsqueda de un lugar provisional para alojarme, pero sobre todo para ubicar mi taller. Estaba ansiosa por empezar a trabajar... El ajetreo constante de la ciudad, con sus carrozas transitando constantemente, sus ferias ambulantes y su tecnología floreciente me inspiraba sobremanera.

Todo era muy distinto a la vida tranquila y monótona de las villas, donde nadie se preocupaba por nada más allá de las cosechas y el clima. Y una yunta de bueyes y las aspas de un molino eran la tecnología más avanzada.

Estaba claro que lo que realmente necesitaba era un hogar, porque no pensaba partir pronto de esta ciudad.Pero eso requería un poco más de cuidado.Por ahora me conformaba con alquilar una modesta casa, en la que podría iniciar mi vida en la ciudad, en espera de un lugar más cómodo.
Una vez instalada, necesitaba también contratar algunos empleados.

Necesitaba en primer lugar una persona que pudiera hacer las compras de la casa, que buscara las piezas mecánicas en la relojería y en fin, que hiciese por mí todas aquellas cosas que no podía realizar a la luz del día y por supuesto que se encargara del polvo de cuando en cuando.

También necesitaba un ayudante para mi taller, alguien que me ayudara con los inventos y las investigaciones pertinentes y que además fuera un catedrático que se dedicara a registrar nuestra experiencia científica, por escrito.

También necesitaba un mayordomo o ama de llaves y una doncella que se ocupara de mi cuidado personal.

Puse un aviso de solicitud en la puerta de la casa y dejé uno más en la zona comercial, donde supuse que los interesados en buscar un empleo, pasarían a averiguar, también le encomendé al tendero que me enviara a los solicitantes, a cambio de una pequeña cantidad de dinero.

A mis empleados siempre les decía que sufría de una intolerancia aguda a la luz del día, denominada fotofobia. Aunque por mis constantes salidas nocturnas siempre terminaban inventando sórdidas historias, que agraciadamente se alejaban bastante de la realidad. Sin embargo, a un buen empleado debía importarle poco la moral de sus amos. Había tenido en el pasado sirvientes tan leales, que habían llegado a conocer la verdad y me habían prestado un gran servicio hasta el fin de sus días.

Me encontraba sumida en estos pensamientos cuando tocaron a la puerta, debía ser alguien interesado en alguno de los empleos. Todavía o había anochecido, Sin embargo la estancia se encontraba en penumbras, iluminada por lámparas a gas, que generaban una atmósfera cálida y acogedora.

Me levanté del sillón en el que reflexionaba y fui a abrir la puerta.

Habían pasado ya un par de semanas desde que había perdido su trabajo en la fábrica. A su padrastro no le había gustado nada la noticia, pero ella no necesitaba sus gritos ni amenazas como incentivo para ponerse a buscar un nuevo empleo. Sabía que tenía que hacerlo. No por él, claro, pues el hombre era una de las personas que menos le importaban en el mundo y si no fuera porque vivían en su casa, hubiese preferido que desapareciera del mapa.

No, lo que hacía lo hacía por sus hermanos y por su madre. Había sido así desde hace tiempo.
Desde aquel día en que el encargado le había advertido que nunca más volviese a aparecerse por la fábrica, Cosette había estado buscando sin cesar un nuevo trabajo. Había conseguido tareas pequeñas que no iban más allá de uno o dos días, pero nada fijo. Y lo que necesitaba ella en ese momento era algo que le diera seguridad.

Así que encontrarse con ese anuncio mientras paseaba por la zona comercial de París fue como un milagro caído del cielo. Decidió que ese mismo día se aparecería en la dirección señalada, no quería perder más tiempo y sabía que muchas otras personas estarían en la busca de algo como eso, así que cada segundo contaba.

Se apresuró en volver a casa para cambiarse de ropa; naturalmente quería dar una buena impresión en aquella primera visita, pero tampoco tenía mucho de donde elegir. Optó por uno de sus vestidos menos desgastados, que aunque era sencillo estaba limpio y olía muy bien. Se acomodó un poco el cabello, tomó un mandil blanco que usaba para trabajar, pues no sabía si acaso empezaría ese mismo día o no, y finalmente salió para dirigirse al lugar indicado en el anuncio.

En el camino empezó a plantearse qué decir y cómo actuar, nunca había trabajado de sirvienta para alguien pues la gente parecía no estar muy convencida de contratar a personas tan jóvenes. Pero ella ya no era una niña y desde pequeña había aprendido a lidiar con los quehaceres del hogar. Debía tener confianza y esperar que todo saliera bien.

Finalmente encontró el número de la casa que aparecía en el aviso, no era una de esas mansiones que había visto en los barrios ricos pero se veía bonita. Bueno, cualquier casa se vería bonita si se comparaba con la de ella. Tomó aire, se alisó la tela del vestido y estiró la mano para tocar la puerta. Una mujer de cabellos oscuros le abrió, y juzgando su apariencia supuso que ella sería la dueña de la casa y la que había dejado el anuncio.

-Buenas tardes, Madame –le saludó con una sonrisa.
-He visto el anuncio que dejó en la zona comercial y me preguntaba si aún estaría libre el puesto de trabajo –le comentó mientras, por detrás de su espalda, cruzaba los dedos con esperanza.

Abrí la pesada puerta labrada, permaneciendo semi oculta en la sombra que esta proyectaba, ya que todavía brillaba el débil resplandor del ocaso. Invité a pasar a la chica que esperaba en el umbral y que a primera vista me causó una muy buena impresión.
Era joven y hermosa, se veía bastante pulcra, con un mandil almidonado e impecable, sobre un vestido sencillo y limpio. Lo que era algo muy raro entre la clase trabajadora.
-Buenas tardes, Madame –le saludó con una sonrisa.
-He visto el anuncio que dejó en la zona comercial y me preguntaba si aún estaría libre el puesto de trabajo
Su voz era dulce y tenía una nota de humildad, su mirada limpia delataba que realmente necesitaba el trabajo.
-Buenas tardes, saludé, por favor sigame.
La conduje hasta la cocina y sentándome frente a una mesa de madera le indiqué que tomará asiento frente a mí, mientras empezaba a explicar las condiciones del empleo:
_El empleo es sencillo, solo se trata de mantener un poco el orden en la casa y salir a hacer las compras y algunos recados. También pienso contratar un ama de llaves y un ayudante para mi taller.
Mientras hablaba, veía a la joven que la observaba muy atentamente. Sin duda se trataba de una chica discreta. No se había notado extrañada por las ventanas cerradas y la semipenunbra que reinaba en todo el recinto.
_EL salario es básico, pero ofrezco comida y alojamiento. Si aceptas el empleo te daré algunas indicaciones...Que me dices chiquilla?
Estaba consciente de que era mucho menos quisquillosa que la mayoría de las señoras, que hacían miles de preguntas y desconfiaban hasta el ultimo minuto, del intruso que entraría en su hogar, prometiendole represalias al menor problema y advirtiendo que permanecerían bajo estricta vigilancia....Toda esa cháchara intimidatoria me parecía sencillamente ridícula.
Sonreí a la jovencita, en espera de una respuesta, aunque sabía muy bien que esta sería positiva, sin embargo estábamos en una época donde el protocolo era sumamente importante para todos.

Entró a la casa cuando la mujer le permitió la pasada, siguiéndola en silencio. En el camino se percató de que las cortinas estaban cerradas y que ni un solo rayo de sol parecía poder entrar en el recinto, aunque tampoco es que estuviera a oscuras. Las lámparas iluminaban muy bien el ambiente y le daban un aire más acogedor y cálido. Cosette no imaginaba por qué a alguien no le gustaría dejar entrar la luz del sol, pero sólo le resultó algo curioso y no demasiado importante, así que no hizo ningún comentario al respecto. Quizás más adelante tendría la oportunidad de preguntar.

Llegaron a la cocina y Cosette esperó a que la mujer tomara asiento para luego hacer lo mismo cuando ella se lo indicó. Suponía que ese era el momento en el que empezaban las preguntas: de dónde vienes, cuántos años tienes, qué sabes hacer, sabes leer y escribir… pero en cambio la mujer pareció ir directo al grano y simplemente le explicó de qué se trataba el trabajo. Salir a hacer las compras y mantener la casa en orden, eso no era una tarea difícil. Además para su suerte la casa tampoco parecía ser tan grande, no dudaba de que si conseguía el empleo, se las arreglaría sin problemas.

Finalmente ella le preguntó qué pensaba. ¿Eso era todo? ¿No iba a preguntarle nada más? Se sintió aliviada por dentro, la señora no parecía ser desconfiada ni demasiado exigente, quizás realmente necesitaba a alguien que trabajase para ella con urgencia.
-Me parece perfecto –dijo asintiendo con la cabeza y sonrió.
-Si usted no tiene problemas, preferiría pasar algunas noches en casa, obviamente llegaría puntual a la mañana siguiente –le explicó.
-Es que tengo hermanos pequeños y mi mamá está enferma, no me gustaría dejarlos solos tantos días seguidos…

Ese era un punto muy importante para ella y quería dejarlo claro. Creía que llegar a un acuerdo no sería difícil, podría quedarse a dormir en aquella casa un par de días a la semana, y el resto de los días ir a la suya y así poder asegurarse de que su madre y sus hermanos estuviesen bien.
-Mi nombre es Cosette Renaud –dijo después, cayendo en cuenta de que aún no se habían presentado. Como mínimo debía saber el nombre de la persona para la cual trabajaría.
-Mucho gusto –añadió esperando a que ella también se presentara. Empezaba a entusiasmarle la idea de trabajar ahí; tendría algo estable, alimento y alojamiento y además podría conocer a otras personas, ya que la mujer había dicho que estaba buscando también a un ama de llaves y un ayudante.

-Me parece perfecto –dijo la chica asintiendo con la cabeza dejando entrever una dulce sonrisa. 
-Si usted no tiene problemas, preferiría pasar algunas noches en casa, obviamente llegaría puntual a la mañana siguiente –le explicó.
-Es que tengo hermanos pequeños y mi mamá está enferma, no me gustaría dejarlos solos tantos días seguidos…
-No hay ningún problema por mi parte. Puedes ir a casa a cuidar de tus hermanos y tu madre.
En realidad, el que la chica tuviese que ausentarse algunas noches era perfecto. Así no notaría las ausencias nocturnas de su ama y todo resultaría mas tranquilo.
-Mi nombre es Cosette Renaud  –dijo percatándose de que no nos habíamos presentado aún.
-Mucho gusto 
-Mucho gusto, soy Bruma Moonblack y bienvenida, puede empezar por la mañana. Por cierto, hay algunas normas que debe tener en cuenta: Padezco de una intolerancia aguda a la luz intensa...Fotofobia, creo que es como le han denominado... Así que le agradecería mantener las ventanas cerradas durante el día. Si quiere sigame y le mostraré la casa, no es muy grande...
Acto seguido se levantó y se dirigió a un pasillo que se hallaba junto a la cocina. Abrió una de las primeras puertas que daba paso a una habitación sencilla, con una cama individual, un escritorio y una silla, también había un armario con espejo. La habitación estaba decorada con tonos lavanda y era muy bonita.
_Este será su dormitorio, hay dos más en este pasillo que mas adelante ocuparan la cocinera y el mayordomo. Y un cuarto de baño que deberán compartir los tres.
Luego, siguió hasta el salón principal, detrás de este había un gran comedor de ocho puestos. Y un salón de té en el que reinaba un imponente piano de cola.
En la otra ala de la casa había un par de puertas, una de ellas daba al taller y la puerta siguiente a la habitación del ayudante.
_De el taller se ocupará exclusivamente el encargado. No es necesario que entres a limpiar .
Luego subieron las escaleras. Había un salón de estar que daba a un pasillo amplio con cuatro habitaciones dos a cada lado y una al fondo.
_La habitación del fondo es la mía, tampoco es necesario que te ocupes de ella, más adelante será tarea de la doncella. Que ocupará la habitación pequeña que está al lado. Hay un cuarto de baño y dos de huéspedes. No espero huéspedes pronto así que de momento están vacías. La otra habitación sirve como estudio y cuarto de costura.
Esta era una habitación muy amplia, todas sus paredes estaban cubiertas de bibliotecas en las que había muchos libros y objetos, algunos muy antiguos. También había instrumentos musicales y en el centro un escritorio de madera labrada, muy grande y macizo.
_Debe tener especial cuidado con está habitación ya que hay cosas muy viejas y delicadas aquí, del Ático y del sótano no se preocupe.... Es más, le recomiendo que no entre a esos lugares. Luego pagaré para que los acondicionen , pero están hechos un desastre.
_Eso es todo, espero que pronto llegue la ayuda. No es mucho, sobre todo considerando que no hay mucho ajetreo por acá, básicamente se trata de mantener el orden. Mientras llega la cocinera deberá prepararse algo de comer...Por mí no se preocupe, generalmente como fuera.
Finalizado el recorrido llegaron nuevamente al salón principal.
_Alguna, duda? Algo que desee preguntar?

Se sintió aliviada cuando la señora le dijo que no habría problemas en que volviera a su casa por las noches para visitar a su familia. Escuchó el nombre de la mujer y lo que le dijo respecto a las ventanas, entendiendo entonces porqué todas las cortinas estaban cerradas. “Fotofobia”, aquella era una palabra nueva de la cual intentó apoderarse para no olvidarla jamás. El vocabulario de la gente como ella era bastante básico, por lo tanto siempre que escuchaba palabras desconocidas trataba de aprenderlas de inmediato, incluso si jamás llegaría a utilizarlas.

Nunca había escuchado de nadie que tuviese intolerancia a la luz de esa manera. Debía de ser incómodo no poder estar en contacto con la luz solar, al menos lo sería para ella. ¿Significaba que la mujer no podía salir de día a la calle? Supuso que así era. Qué aburrido debía ser quedarse todo el día dentro de la casa y poder salir sólo de noche… Pero bueno, ese no era asunto suyo y a la mujer parecía no molestarle de todas formas. Seguramente ya estaría acostumbrada.

Le siguió por el pasillo y observó los detalles de la casa con atención y curiosidad. La habitación que le había tocado a ella le parecía muy bonita, y de lejos mucho mejor que la suya propia. En su casa ni siquiera tenía una cama para ella sola, pues tenía que compartirla con su hermana. Pensó que no le costaría nada acostumbrarse a esa nueva habitación color lavanda y disfrutar de la privacidad que le proporcionaría. Empezaba a pensar que aceptar aquel trabajo le traería más beneficios a ella que a la señora.

Volvió a seguirla hasta que llegaron a lo que seguramente era el salón principal. Observó la gran mesa para ocho personas y un poco más allá un hermoso piano que logró apoderarse de toda su atención por un momento. Qué diferente era su vida comparada a la de ella.
Asintió con la cabeza cuando le dijo que no necesitaría limpiar el taller. Subieron las escaleras y escuchó las explicaciones pertinentes a las otras habitaciones, al parecer la casa estaría ocupada por pocas personas.

Siguieron avanzando y Cosette se vio asombrada frente a la gran cantidad de libros que se encontraban en los estantes de la siguiente habitación. Le encantaban los libros a pesar de que en su vida apenas había leído unos cuantos. Su padrastro siempre le decía que los libros no servían de nada, que para aprender algo de verdad tenías que hacerlo y no leerlo, ¡pero qué poco sabía él de esas cosas!
Se percató de otros objetos extraños y antiguos, muchos de los cuales no conocía ni sabía para qué servirían. Aquella era una habitación bastante curiosa y hasta ahora había sido su favorita.

Escuchó las últimas indicaciones de la mujer, al parecer el trabajo ahí no sería demasiado. No tenía que limpiar el taller, el ático ni el sótano, y también le había dicho que no era necesario que se ocupara de su habitación. Incluso parecía que la señora no solía comer en casa, así que aparentemente ni siquiera tendría que cocinar para ella.

Finalizaron el recorrido en el salón principal y Cosette se quedó pensativa durante un momento cuando ella le preguntó si tenía dudas. Le había quedado claro todo lo que le había explicado respecto a cómo mantener la casa, pero aún tenía otra pregunta.
-¿Puedo preguntarle a qué se dedica? –le dijo esperando que no le molestara, después de todo supuso que se enteraría tarde o temprano. La mujer había mencionado el taller varias veces, pero ¿taller de qué?

Al finalizar el recorrido por las habitaciones de la casa la chica parecía pensativa. Podía notar que era una joven inteligente y con afinidad hacia el conocimiento. Había mirado los libros de la biblioteca con verdadero interés.
Eso me gustó, me gusta reconocer en los jóvenes el deseo de aprender. Más aún cuando se trata de personas humildes, ya que con el paso de los años, había notado que la vida de la gente humilde la dominaba la ignorancia, y creía que al solventar este detalle mejoraría notablemente la calidad de vida de toda la sociedad.
-¿Puedo preguntarle a qué se dedica?
Me preguntó, con lógica curiosidad.
_Soy inventora.
Respondí con orgullo.
_me dedico a crear objetos utilitarios, cosas nuevas que ayuden a mejorar o hacer mas fáciles ciertas tareas. Pero sabes cual es mi sueño? Inventar una maquina voladora...Puedes imaginarlo?

Inventora… nunca antes había conocido a alguien que se dedicara a esa profesión. Y mucho menos una mujer, que en esa época se esperaba que se quedara en casa y se encargara de otro tipo de tareas.

Cosette pensó que la señora debía de ser una mujer poco convencional ya que se dedicaba a hacer algo que probablemente se hubiese esperado más de un hombre. Aunque ella era de la opinión que cualquier persona era capaz de conseguir lo que se proponía sin importar cual fuera su sexo, y debía admitir que admiraba a la gente que iba más allá de lo esperado y rompía los patrones establecidos.

-¿Una máquina voladora? –preguntó con cierta incredulidad, como cuando te cuentan algo que te resulta prácticamente imposible.

-Se refiere a… ¿una máquina en la que la gente pueda volar? –le costaba imaginarse aquello, a lo mucho podía hacerse la idea de una maquinita pequeña que tras darle cuerda pudiese dar unas vueltas en el aire y nada más. ¿Cómo podías hacer volar algo más grande y que fuese capaz de llevar una o más personas dentro?

-¿Y usted trabaja sola o está asociada a alguna otra persona? –le preguntó con renovada curiosidad, pues creía que si tenía proyectos tan ambiciosos seguramente no sería fácil conseguirlos sin algo de ayuda. Suponía que tampoco era la primera persona a quien se le hubiese ocurrido ese tipo de ideas, quizás incluso tenía competencia en París.

-¿Hace cuánto se dedica a eso? –esperaba que sus constantes interrogantes no le incomodaran, después de todo trabajaría para ella y pensaba que no estaría mal empezar a conocerse un poco mejor.

Spoiler:

-¿Una máquina voladora?–preguntó incrédula.
-Así es.
-Se refiere a… ¿una máquina en la que la gente pueda volar?
-Exactamente. Cuesta un poco imaginárselo cierto? Sin embargo las investigaciones al respecto están bien avanzadas. Incluso varios hombres del renacimiento hicieron bocetos de maquinas voladoras aparentemente muy eficientes.

-¿Y usted trabaja sola o está asociada a alguna otra persona? –Preguntó. Como era lógico, nadie podía concebir una empresa como aquella sin la ayuda de uno o varios hombres que llevaran a cabo el proyecto y que seguramente también se llevarían el crédito. Ya había aprendido a dejarlo pasar, en realidad lo más sensato era que algún otro se coronara con los laureles de sus invenciones y descubrimientos científicos, puesto que era necesario mantenerse bajo perfil.
-Hasta ahora he trabajado sola, pero justamente he conversado con un joven que ha aceptado venir a echarme una mano. Fingal Kinnaird, es su nombre, si no me equivoco. Es un estudiante aventajado en la facultad de ciencias, un chico realmente brillante.
-¿Hace cuánto se dedica a eso?–La jovencita parecía verdaderamente ávida de respuestas y era normal, entrar al servicio de una mujer inventora era algo casi insólito. Aunque ya había pequeños brotes de mujeres que promulgaban la independencia femenina, estas eran vistas como verdaderos fenómenos.
-Hace más tiempo del que puedo recordar, respondí de manera enigmática pero sin darle mucha importancia al asunto. Creo que de niña ya me gustaba inventar cosas...Hay alguna actividad que te haya gustado desde siempre? Creo que esos son los llamados que hay que seguir, nunca dejarlos pasar...

Asintió con la cabeza cuando ella coincidió en que costaba imaginarse esas cosas. Era más difícil aun cuando nunca antes en tu vida habías visto siquiera uno de esos bocetos de los cuales hablaba la mujer. Quizás si hubiese visto un dibujo de aquellas máquinas se las podría haber imaginado mejor, pero como no era el caso, no le quedaba más que tratar de formar sus propias imágenes mentales incluso si para el resto del mundo pudiesen resultar ridículas o totalmente ilógicas. Pero bueno, esas eran las ventajas de mantener cosas así en tu cabeza; nadie más podía verlas ni juzgarlas.

Escuchó decirle que un estudiante vendría a ayudarle. El nombre del joven no le sonaba para nada, como era de esperarse. Siempre que Cosette pasaba por fuera de los colegios y las universidades de París no podía evitar sentir una gran envidia por los estudiantes que entraban y salían de los recintos, cargados de libros y otros materiales. Ella habría podido ser uno de ellos si su vida hubiese sido un poco diferente. Cómo le habría gustado poder aprender un poco más acerca de todas esas cosas que probablemente jamás entendería.

Le resultaba casi insólito que la mujer se hubiese dedicado a sus negocios de manera independiente, pues era algo poco común en la sociedad en la que vivían. De seguro que aquello no le había resultado fácil, pensó, pues no dudaba que allá afuera había mucha competencia y que los hombres siempre terminaban dominándolo todo. Sin embargo también creía que aquello no podía durar para siempre, así fuera poco a poco tendría que cambiar la situación para que en algún futuro las mujeres también pudiesen tener su rol en la historia del mundo. Ya habían pasado demasiado tiempo viviendo en las sombras de los hombres.

La pregunta de la mujer la dejó un tanto pensativa. De niña había pasado una infancia normal, jugando como cualquier niño y sorprendiéndose cada día con las pequeñas maravillas de la vida. Pero las cosas habían cambiado hace tiempo y desde que su padre había muerto y habían perdido la casa, Cosette había empezado a hacer las cosas únicamente por deber y no por placer. Claro que aún realizaba algunas actividades por la satisfacción de hacerla, después de todo sin algo así terminaría volviéndose loca. Pero debido a su situación le costaba encontrar una respuesta adecuada para la pregunta que le acababan de hacer.

-Pues… me gusta leer. Y escribir también –añadió con cierta inseguridad. No es que eso fuera algo a lo que pudiese dedicarse en el futuro, ¿o acaso creía que una persona de su condición podría llegar a escribir un libro o algo parecido? No, por muy interesante que sonara, no era realista.
-También me gustan los niños… quizás podría hacer algo con ellos en el futuro –le comentó sin saber muy bien la dirección que tomaban sus palabras, pues le costaba pensar en algún oficio de ese tipo que no requiriese una formación académica.
-Usted no es de aquí, ¿verdad?

-Pues… me gusta leer. Y escribir también–añadió con cierta inseguridad.
-Es maravilloso que te guste la lectura y la escritura. Con la lectura, puedes penetrar en nuevos mundos y con la escritura puedes crearlos. Además de que son la puerta al conocimiento. Y el conocimiento Cossete, no importa en manos de quien esté, siempre es poder.
-También me gustan los niños… quizás podría hacer algo con ellos en el futuro.
Cada vez resultaba mas sorprendida ante esta jovencita humilde que sin embargo poseía características, increíbles entre sus iguales. Parecía más la hija única de una familia acaudalada, que una joven domestica con hermanos pequeños que cuidar. Era limpia, tenía modales excelentes, no solo sabía leer y escribir sino que le gustaba hacerlo. Y como si todo esto fuera poco, además tenía aspiraciones!!! Era una verdadera joya.
En general la clase trabajadora Parisina eran personas analfabetas o con una educación muy básica, puesto que se veían obligados a trabajar desde muy temprana edad. Sus modales y hábitos de aseo, tampoco eran los mas óptimos. Pero eran personas sumisas y trabajadoras, que aguantaban cualquier abuso por parte de sus empleadores.
-Que tal si fueras maestra o mejor aún escritora de libros infantiles...Realmente me resulta sumamente emocionante ver a una chica con aspiraciones. Eres una en un millón querida.
-Usted no es de aquí, ¿verdad?
Sonreí ante la contradicción de la muchacha. Yo debía ser la persona mas extraña que había conocido en su vida, pero se notaba que su mente era ágil y sin muchos prejuicios. Y que podía tener una visión progresista en cuanto a las mujeres y su entorno.
-No, no soy Parisina, nací en Escocia, pero he viajado tanto que ya no pertenezco a ninguna parte y sin embargo a todas. Hagamos algo Cossete, te doy pleno permiso para que leas cualquiera de los libros que hay en mi biblioteca. Hay algo de literatura infantil, ilústrate y trata de escribir una historia, si considero que vale la pena, podría educarte para que te conviertas en una escritora en el futuro. Eso si, nada de descuidar los deberes de la casa. Y no es muy realista que sueñes con ser famosa o algo así, aunque hay varias escritoras ejerciendo, la mayoría de ellas usan seudónimos masculinos. Yo misma he tenido que hacerlo un par de veces.

Le agradaba que aquella mujer pensara como ella en cuanto a la lectura y la escritura. No faltaban las personas como su padrastro, quien insistía en que a una chiquilla de su clase de nada le servían los libros, y que su tarea era trabajar y no perder el tiempo con letras o números. Siempre había sospechado que lo decía más que nada por envidia, pues él era un iletrado y suponía que debía ser extraño y hasta vergonzoso que su propia hijastra supiera escribir y leer cuando él no era capaz.

Ella tenía razón. Dominar las letras le abría las puertas a muchas oportunidades, el problema se presentaba cuando no tenías los recursos necesarios para hacerte de libros. Ella había tenido algunos cuando era niña, y los había atesorado como si fuesen lo más importante de su colección, más importante incluso que sus muñecas y otros juguetes. Pero lo habían perdido todo cuando quemaron su casa. Ahora sólo quedaban los vestigios de aquella educación que gracias al esfuerzo de sus padres pudo disfrutar de pequeña.

Sus ojos se llenaron de ilusión y no pudo evitar sonrojarse un poco cuando la mujer le dijo que podría ser maestra o quizás escritora de libros infantiles. Claro, tampoco es que contara con un vocabulario muy desarrollado como para optar a más. Pero aquellas palabras la alentaban incluso si pudiese resultar ridículo para alguien como ella el plantearse ideas como esas. Crear sus propias historias o enseñarles a los pequeños lo que ella sabía… sin duda era algo en extremo atrayente.

Casi había empezado a soñar despierta pero volvió a concentrarse en las palabras de la señora, cuando luego de haberle dicho que venía de Escocia le permitió leer los libros de su biblioteca. Y no sólo eso, sino que también se estaba ofreciendo a educarla para ser una escritora… ¿Ella, una escritora? Aquello era más de lo que jamás hubiese podido soñar. Sus ojos se abrieron de par en par sin poder dar crédito a lo que estaba escuchando, y una sonrisa emocionada se dibujó en su rostro de inmediato.

-¿De verdad? –le preguntó entusiasmada, como si quisiera asegurarse de que no había escuchado mal.
-No, claro que no –dijo al instante cuando la mujer mencionó lo de descuidar los deberes de la casa.
-No me distraeré, lo prometo, leeré sólo cuando haya terminado con todo el trabajo de la casa… ¡Gracias, muchas gracias! –estaba tan emocionada que sentía que no podía hablar con claridad, ni siquiera podía dejar de sonreír. Nunca nadie le había hecho un ofrecimiento como aquel, y lo cierto es que era simplemente perfecto.

Tendría los libros a su disposición en el mismo lugar donde trabajaba, y le vendría perfecto empezar con libros infantiles pues tampoco es que fuese una ilustrada ni mucho menos. Realmente tendría que agradecerle a esa mujer de alguna forma, pues aunque no lo supiera estaba haciendo mucho más por ella de lo que habría esperado.
Finalmente pareció volver a la calma, aunque por dentro aún se regocijaba con la propuesta de la señora. Le resultó curioso que mencionara aquello de los seudónimos masculinos.

-Para ser sincera, no entiendo por qué las mujeres deberían ocultarse bajo la sombra de nombres masculinos –en realidad era consciente de que aquello no era bien visto, pero ¿por qué?
-Creo… creo que los hombres tienen miedo –ahí estaba, lo había dicho. Esas eran las ideas que surgían cuando la sociedad machista se hacía tan difícil de entender por parte de una mujer. Si eras capaz de crear algo, y en especial algo tan hermoso como un libro, ¿por qué no podías tener el derecho de dejar tu propia firma en tu creación?

¿De verdad? – Dijo incrédula, sin poder ocultar la gran emoción que la embargaba.
-No, claro que no–dijo al instante cuando mencioné lo de descuidar los deberes de la casa.
-No me distraeré, lo prometo, leeré sólo cuando haya terminado con todo el trabajo de la casa… ¡Gracias, muchas gracias!

La chica estaba sinceramente agradecida, y no era para menos, acababa de conocer a su nueva ama y esta no solo resultaba inusualmente amable, sino que además se ofrecía a instruirla y ponía a su disposición una biblioteca que resultaba ser un verdadero tesoro, por su gran colección de libros antiguos y valiosos. Claro, esto probablemente la chica no lo sabía. Es más, la mayoría de la población, incluso la educada, no encontraría la biblioteca de la señora Moonblack nada especial. De hecho la mayoría de las casas de clase alta, burguesa o noble, tenían una biblioteca bastante extensa. Pero la mayoría de estas bibliotecas, cumplían una función básicamente ornamental.
Lo que hacía especial, la biblioteca de Bruma Moonblack, era que muchos de esos libros eran verdaderas reliquias, poseía incluso algunos códices muy antiguos y escritos en lenguas perdidas y remotas.
Pude notar la expresión de la joven un poco ensombrecida, cuando le mencioné lo de los seudónimos y para mi deleite, la escuché murmurar casi con indignación:

-Para ser sincera, no entiendo por qué las mujeres deberían ocultarse bajo la sombra de nombres masculinos...Y al cabo de una pequeña lucha personal no pudo reprimir continuar:
-Creo… creo que los hombres tienen miedo.
­-Has dado justo en el blanco Cossete. Ese es justamente el meollo del asunto, los hombres, o por lo menos muchos de ellos, tienen miedo...Miedo de ser remplazados o disminuidos. Y tienes mucha razón, es injusto e ilógico que una mujer no pueda firmar sus obras con su propio nombre. Al fin y al cabo, es su merito. Pero los editores y catedráticos, muchas veces son hombres con miedo...Y lamentablemente jamás publicarían una obra escrita por una mano femenina...Es más, ni se molestarían en leerla...
Por eso es que las mujeres han recurrido a los seudónimos...Así puede que sus identidades queden en el anonimato, pero sus ideas nutrirán a las nuevas generaciones y tal vez, puedan contribuir a que tanto hombres, como mujeres, dejen de vivir a la sombra del miedo y algún día lo importante sea, el talento y no el genero.
Miré el reloj que colgaba como un medallón de mi pecho y le dije amablemente a la chica:
-Por Ahora, es mejor que vuelvas con tus hermanos, ya a anochecido y deben extrañarte. Mañana, te espero a primera hora del día. Te daré esta llave, porque probablemente estaré dormida a esa hora de la mañana. No es necesario que me despiertes. Dejaré una lista de deberes en la mesa de la cocina. También es probable que mañana nos visite el joven Kinnaird, en ese caso, hazlo pasar y sube a avisarme. Desde mañana puedes empezar a traer tus cosas. Que pases buenas noches Cossete, ha sido un placer conocerte.

La idea de los seudónimos y las desigualdades de género aún le daba vueltas la cabeza cuando la señora pareció percatarse de la hora. Escuchó sus indicaciones y aceptó la llave que le ofrecía, guardándosela de inmediato en el bolsillo.
-Gracias, el placer ha sido mío –le dijo educadamente mientras se disponía a abandonar el salón.
-Hasta mañana –se despidió con una breve sonrisa y finalmente se dirigió hacia la puerta principal para salir de la casa y dirigirse a la suya.

En el camino fue pensando en lo afortunada que había sido con aquella oferta de trabajo; la mujer que a partir de ese día sería su patrona no sólo parecía amable y comprensiva sino que también había dejado claro que las tareas que debería realizar tampoco serían tan extenuantes como había imaginado. Y no había que olvidar su última propuesta, la de permitirle leer los libros de su llamativa biblioteca. Ese punto sin duda era el que más le entusiasmaba. Sí, definitivamente había tenido suerte.

Cuando llegó a su casa sus hermanas ya estaban durmiendo, pero Julien y Hervé aún estaban despiertos y también lo estaba su madre, quien a pesar de su debilidad se alegró enormemente al recibir la noticia de que su hija había conseguido un nuevo empleo.
Su padrastro, quien llegó unas cuantas horas después, se mostró prácticamente indiferente cuando ella le informó sobre su trabajo, pero no esperaba menos. Para él Cosette sólo representaba una fuente de ingresos y era su obligación cooperar si quería seguir viviendo bajo su techo.

Al día siguiente se levantó antes del amanecer para lavarse y prepararse para lo que quedaba del día. Se puso su ropa de trabajo y juntó las cosas que se llevaría consigo a casa de su señora, aunque tampoco es que contara con muchas pertenencias.
Se despidió de su madre y sus hermanos y realizando el mismo recorrido del día anterior, llegó a la casa poco después de la salida del sol. Utilizando la llave que le había dejado, abrió la puerta principal y se dirigió a la que sería su habitación. Dejó sus cosas ahí y luego volvió a la cocina, donde encontró la nota que la señora le había dejado.

Tal como ella le había pedido, no pensó siquiera en despertarla. En cambio se concentró en la lista de deberes que se encontraba escrita en aquel trozo de papel, y luego empezó a tratar de familiarizarse con la cocina. Pronto encontró los utensilios que necesitaría para cumplir con las tareas del día, y así empezó con su trabajo tratando de ser lo más silenciosa posible y preocupándose siempre de dejar bien cerradas las cortinas que impedían la entrada de la luz del día.

El atardecer es una hora confusa, se acerca el ocaso y el ajetreo del final del día es cada vez más intenso. Todo debe quedar dispuesto para la llegada de la noche, cada farol de gas debe iluminar el espacio que le corresponde, cada ventana debe cerrarse convenientemente y sólo los sectores menos acomodados mantienen la vigilia al momento de dejar el Sol el firmamento para darle cabida a sus primas, las otras estrellas.

Definitivamente es más cómodo estar en el bosque con una confortable pala de mano en la diestra y el cepillo en la siniestra, pero justamente hoy a su profesor se le ocurre enviarlo a darle un mensaje urgente a una colega. En la Universidad le indican que se ha tomado una jornada libre y que es más conveniente dirigirse a su domicilio, muchas callejuelas y recovecos después se halla frente a la puerta.

Mira hacia todos lados, tratando siempre de mantener oculto su semblante, escucha ruidos al interior como si alguien se acercara desde adentro de la casa. Decide correr rápidamente por la vereda lateral hacia donde están los botes de basura para tener una buena vista y poder verificar que efectivamente es la dirección que le indicaron.

Deja escapar un supiro y susurra hablando para sí.

"¿En qué estaría pensando monsieur Stukeley? ¿qué puede enviarme a entregar su correspondencia? Si de mí dependiera buscaría un trabajo para pagar mi carrera, pero nadie me lo daría. Ciertamente es un hombre complicado y quisquilloso; aunque bastante menos para alguien de su edad y; sin embargo, nadie posee tanta sabiduría y el talento para entregar su conocimiento. Los monjes, bastante eruditos, eran algo parcos a la hora de explicarse y silenciosos a la hora de enfrentarse a una pregunta complicada para la que debía buscar la respuesta"

Sumido en sus pensamientos, apenas nota que nadie sale a la calle, pero huele un suave aroma a pescado descompuesto que proviene de su espalda. La puerta lateral se ha abierto y se halla de frente con una niña que deja caer la bolsa que carga al verlo. En un reflejo, baja la cabeza y trata de explicarse.

"Disculpe, mademoiselle. Sé que pensará que soy algún pilluelo que escarba en sus restos, pero créame que soy estudiante de la Universidad de París. Pretendo ser arqueólogo y mi profesor me encargó entregarle un mensaje personalmente a mademoiselle Bruma Moonblack, su colega. Esperaba a que ella saliera por la puerta principal, por eso es que me he ubicado en esta posición. Jamás pensé que me encontraría con usted".

Mantiene la compostura como puede, lleno de nervios y temblor de las rodillas, pues es poco dado a relacionarse con mujeres de su edad. Siempre le complican la existencia y le resultan incomprensibles en su deseo de preguntarle por sus vendas para terminar encariñándose con él.

"Mi nombre es Fingal, mademoiselle".

Extrae desde el bolso el sobre con el sello de la Universidad y de su profesor para mostrárselo.

Había estado barriendo, trapeando, desempolvando, moviendo muebles, lavando y cocinando durante todo el día, pero no se sentía verdaderamente agotada. Aquello no era muy diferente de lo que hacía en su propia casa, y ya tenía la experiencia de varios años realizando ese tipo de tareas.
Ya estaba atardeciendo y Cosette había decidido sacar la basura acumulada; tomó la bolsa de papel llena de restos de alimentos y otros desperdicios y salió por la puerta dirigiéndose a la zona de los basureros. No se hubiese sorprendido si habría encontrado ahí algún animal escarbando entre los restos en descomposición, quizás una rata o un gato callejero. Pero no esperaba encontrarse con una persona.

Dio un respingo al distinguir aquella presencia humana entre los botes de basura y la bolsa que llevaba se le resbaló de las manos, cayendo al suelo con un ruido sordo. Y antes de que pudiese preguntarle o reclamarle nada, el chico empezó a hablar para explicarle quién era y qué hacía ahí.
-¿Fingal? ¿Fingal Kinnaird? –preguntó extrañada al escuchar su presentación. ¿Ese era el estudiante del cual su señora le había hablado? Se lo había imaginado diferente, debía admitirlo. No debía ser mayor que ella y no se parecía a uno de esos ricachones de clase alta que había visto saliendo o entrando de las universidades.

Tras una respuesta positiva de su parte, Cosette se agachó para recoger la bolsa y acercarse hacia él, o más bien hacia los botes de basura que se encontraban a sus espaldas. Arrojó ahí los desperdicios y luego volvió a mirar a Fingal y al sobre que le mostraba.
-Sí, la señora Moonblack me habló de usted –dijo observándole cuidadosamente.
-Soy Cosette, su criada –aquello le sonó extraño pues era la primera vez que lo decía en voz alta, pero supuso que se acostumbraría en poco tiempo.
Recordó entonces las palabras de su señora, “es probable que mañana nos visite el joven Kinnaird, en ese caso hazlo pasar y sube a avisarme”. Eso era precisamente lo que pretendía hacer.

-Sígame, por favor –le pidió haciendo un gesto con la mano para que le siguiera.
-Apuesto que estará más cómodo dentro de la casa que entre la basura –sonrió por un momento y se dirigió hacia la puerta por la cual había salido, asegurándose de que el chico la siguiera.
Una vez adentro lo guió hasta el salón principal, donde señaló con la mano uno de los sillones.
-Tome asiento, le avisaré a la señora Moonblack de su llegada –le dijo para luego dirigirse hacia las escaleras y subir hasta la habitación de la mujer.
Se detuvo frente a la puerta y dio dos golpes.
-¿Mi señora? –esperaba que no estuviese durmiendo o haciendo algo importante, no quería interrumpirla.
-El joven Kinnaird ha llegado. Está esperando en el salón –le informó manteniéndose donde estaba y sin abrir la puerta, esperando alguna respuesta de su parte.

La sorpresa de ser recibido de tan buena manera le provoca un escalofrío y un leve desvanecimiento que le obliga a apoyarse contra la puerta abierta por unos segundos.

"Disculpádme por el exabrupto, mademoiselle Cosette"

Se asegura que las vendas estén en su lugar antes de reincorporarse

"Con permiso, espero que todo esté en orden con mi presencia... en ningún caso pretendo importunar. Ya sabéis, ésto de ser estudiante implica muchas responsabilidades..."

Se interrumpe a sí mismo al contemplar la decoración. Su mandíbula inferior se cae de la impresión.

"¡Vaya, qué maravilloso es todo! Podría indicaros a que período corresponde cada objeto y su historia, pero seguramente os aburriría..."

Se queda de pie junto a uno de los sillones hasta que mademoiselle Cosette le autoriza a sentarse.

"Disculpad nuevamente mis malos modales, la verdad es que paso demasiado tiempo en mis labores académicas..."

Se quita finalmente el sombrero, sintiéndose muy tonto de haberlo recordado recién en ese instante.

"Aquí esperaré. Podría pasar aquí mucho tiempo"

-¿Mi señora? 
-El joven Kinnaird ha llegado. Está esperando en el salón.
Estaba leyendo un tratado de Mecánica avanzada a la luz de las velas, cuando escuché el llamado de la chica.
-Gracias Cossete.
Le dije a la chica sin abrir la puerta.
-Ofrecele algo de beber y atiende al joven mientras estoy lista.
Me levanté del escritorio, la verdad es que ya estaba vestida y arreglada. Pero era mejor dejar pasar un tiempo prudencial. No era decoroso para una señora decente, atender a sus visitantes con demasiada premura. En realidad lo que era decoroso o no tenía sin cuidado a Bruma. Pero le parecía prudente dar señales de descanso, durante el día, ya que muy pronto la joven Cossete y si tenía suerte también el joven estudiante descubrirían que no solía descansar mucho por las noches. Siguió leyendo unas lineas más antes de bajar al salón.

-Sí, señora –dijo inmediatamente tras haber escuchado las palabras de la mujer. Luego se dio media vuelta para desandar el camino recorrido y volver a bajar al salón principal, donde Fingal le esperaba sentado en el sillón. Parecía un tanto nervioso, pero a la vez maravillado de los objetos que se encontraban a su alrededor.

-La señora Moonblack no tardará en bajar –le comunicó observándole con mayor detenimiento. Llevaba unas extrañas vendas que le cubrían parte del rostro, y naturalmente en ese momento la curiosidad empezó a picarle. Pero no podía preguntarle, al menos no ahora. Sería una falta de educación por su parte y tampoco quería quedar mal con su señora.

-¿Le gustaría beber alguna cosa? –le preguntó mientras de forma distraída se alisaba el vestido. Si el joven terminaba por quedarse para ayudar a su patrona no le cabía duda de que tendría mucho tiempo para preguntarle cosas y empezar a relacionarse de manera más suelta y relajada, sin tantas reglas de protocolo de por medio.

Tras darse cuenta que ha estado hablando durante mucho rato consigo mismo y que la niña se ha alejado a buscar a mademoiselle Moonblack, decide guardar silencio... pero sigue absorto en su contemplación de tan maravillosa colección de objetos antiguos.

Le toma unos momentos escuchar la voz de mademoiselle Cosette que le consulta algo.

"¿Me habéis dicho algo? Lo lamento, me he perdido en mis pensamientos. Ya sabéis, mi curiosidad, me es imposible controlarla la mayor parte de las ocasiones. Supongo que ya sabéis todo sobre los que hay en esta sala, por lo que agradecería me comentarais más acerca de esta mesita estilo sumerio"

Se queda mirando embobado a la niña a la espera de que le haya entendido algo de sus palabras. Su mente, de todos modos, sigue pensando en que todo ésto está tomando demasiado tiempo. Ya quisiera estar de regreso en la universidad.