AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Lullaby (Privado)
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Lullaby (Privado)
Recuerdo del primer mensaje :
I had a dream my life would be
So different from this hell I'm living
So different now from what it seemed
Now life has killed the dream I dreamed.
So different from this hell I'm living
So different now from what it seemed
Now life has killed the dream I dreamed.
Se fue al mismo tiempo que se extinguía la luz del día, trémula y cansada como una hoja seca forzada por el viento a desprenderse de la rama de la que pendía. Sus facciones se veían hundidas bajo la luz del quinqué que Edouard, solícito, mantenía encendido para velarla todo el día y toda la noche desde hacía mucho, tanto que ya había perdido la cuenta. Sabía que daba cabezadas a ratos porque de vez en cuando se despertaba sobresaltado, temiendo haber desatendido algún ruego de la enferma por haberse despistado. Pero madre no pedía nada: no tenía hambre, ni sueño, ni sed... en ese sentido los brazos de la parca no parecían un lugar tan desapacible para descansar, sobre todo cuando una era tan anciana y artrósica como Betrice Carrouges. La señora podía presumir de tener una bonita historia que contar al final de su camino, pues se había labrado una vida que le había dado en la vejez el consuelo de algo parecido a un hijo. El muchacho que permaneció sentado a su lado desde que enfermó hasta el final fue siempre su mayor orgullo, pero no tuvo la oportunidad de recordárselo antes de marchar. Edouard sabía que había personas que llegaban lúcidas al último momento de su existencia, que se comunicaban con sus seres queridos y se despedían de ellos, pero él no tuvo ni siquiera ese ligerísimo alivio. Madre se apagó como una vela y falleció con los párpados cerrados, sin hacer ademán ni de reconocerlo, y entonces el chico se dio cuenta de que hasta ese momento no había sabido realmente lo que era la soledad. Sí, no tenía la vida plena que anhelaba, pero demasiado tarde se percató de que el amor de una figura maternal era mucho más de lo que cualquiera podría necesitar. Aquella vieja nodriza había ido poniendo nudos al tronco joven y verde para que creciera más o menos recto y se convirtiera en un árbol fuerte y recio. Y el criado nunca se lo agradecería lo suficiente.
Supo que se había ido porque exhaló un suspiro que indicaba que estaba en reposo al final, sin grandes aspavientos ni lloros, solo la ausencia. El muchacho se quedó en su banqueta encorvado un lapso de tiempo que podría haber sido un minuto o una hora antes de que entrase la doncella a llevarle la sopa y se diera cuenta de lo que sucedía. Después todo fue rápido, porque ya estaba decidido de antemano: Madame no había querido llamar al médico para que restableciera la salud de los pulmones de Betrice y Edouard tampoco le pidió nada para el funeral. Ni siquiera dijo que se despedía, pero la señora debió de ver algo en sus ojos porque se hizo a un lado y le dejó marchar sin osar ponerse en medio. Si hubiera hecho siquiera un gesto el chico la habría matado. Empacó sus cosas mientras llegaba el carro y encargó el ataúd esa misma tarde, los preparativos estuvieron listos al anochecer. El cochero fue el único testigo del traslado de ese extraño joven que miraba al frente como ido y de su peculiar equipaje: una maleta gastada y una gran caja de madera de pino. Tener solo veinte años y perder a la única persona en el mundo a la que uno se siente ligado es como recibir un golpe del que resulta arduo levantarse. El sirviente ni siquiera lo intentó, estaba demasiado anonadado, ni siquiera pareció consciente del hecho de que el sepulturero se cobró las monedas requeridas para encontrarle a madre un agujero, meter dentro su féretro y echar encima un montón de tierra.
Y después nada.
No llovía, no se oyó un trueno desgarrador, nadie cantó un salmo ni ofició una misa. Edouard se quedó solo con su maleta parado al lado de la parcela de suelo removido como si fuera una estación de ferrocarril por la que hace años que no pasa el tren. ¿Qué hacer? Se sentó sobre la grava y tembló, porque de pronto tenía frío. ¿Había cogido algo de abrigo? ¿Qué llevaba puesto? No lo sabía. No sabía nada. No sabía quién era ni qué iba a hacer a continuación. Cuando Madame había ido a buscarle al hospicio a los ocho años él lloró desconsolado al principio, al separarse de las monjas y de los niños con los que había crecido, pero entonces Betrice lo acogió sin reservas y le secó las lágrimas, y desde entonces jamás había vuelto a derramar ninguna. Ahora, doce años después, el joven se abrazó las piernas y enterró la cara en las rodillas sollozando como un infante desconsolado. Tenía una pena tan honda que ni siquiera los hipidos le aligeraban el nudo del pecho.
La vida se ensañaba de nuevo con los que tenían menos para perder.
Supo que se había ido porque exhaló un suspiro que indicaba que estaba en reposo al final, sin grandes aspavientos ni lloros, solo la ausencia. El muchacho se quedó en su banqueta encorvado un lapso de tiempo que podría haber sido un minuto o una hora antes de que entrase la doncella a llevarle la sopa y se diera cuenta de lo que sucedía. Después todo fue rápido, porque ya estaba decidido de antemano: Madame no había querido llamar al médico para que restableciera la salud de los pulmones de Betrice y Edouard tampoco le pidió nada para el funeral. Ni siquiera dijo que se despedía, pero la señora debió de ver algo en sus ojos porque se hizo a un lado y le dejó marchar sin osar ponerse en medio. Si hubiera hecho siquiera un gesto el chico la habría matado. Empacó sus cosas mientras llegaba el carro y encargó el ataúd esa misma tarde, los preparativos estuvieron listos al anochecer. El cochero fue el único testigo del traslado de ese extraño joven que miraba al frente como ido y de su peculiar equipaje: una maleta gastada y una gran caja de madera de pino. Tener solo veinte años y perder a la única persona en el mundo a la que uno se siente ligado es como recibir un golpe del que resulta arduo levantarse. El sirviente ni siquiera lo intentó, estaba demasiado anonadado, ni siquiera pareció consciente del hecho de que el sepulturero se cobró las monedas requeridas para encontrarle a madre un agujero, meter dentro su féretro y echar encima un montón de tierra.
Y después nada.
No llovía, no se oyó un trueno desgarrador, nadie cantó un salmo ni ofició una misa. Edouard se quedó solo con su maleta parado al lado de la parcela de suelo removido como si fuera una estación de ferrocarril por la que hace años que no pasa el tren. ¿Qué hacer? Se sentó sobre la grava y tembló, porque de pronto tenía frío. ¿Había cogido algo de abrigo? ¿Qué llevaba puesto? No lo sabía. No sabía nada. No sabía quién era ni qué iba a hacer a continuación. Cuando Madame había ido a buscarle al hospicio a los ocho años él lloró desconsolado al principio, al separarse de las monjas y de los niños con los que había crecido, pero entonces Betrice lo acogió sin reservas y le secó las lágrimas, y desde entonces jamás había vuelto a derramar ninguna. Ahora, doce años después, el joven se abrazó las piernas y enterró la cara en las rodillas sollozando como un infante desconsolado. Tenía una pena tan honda que ni siquiera los hipidos le aligeraban el nudo del pecho.
La vida se ensañaba de nuevo con los que tenían menos para perder.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Lullaby (Privado)
Qué importaba el desayuno en ese momento. Eso habría podido preguntarle Edouard al rumano, pero si se había propuesto dejar de ser arisco no sería un buen comienzo increparle así. Además, por mucho que el alma quisiera elevarse en propósitos más trascendentales, el cuerpo seguía pidiendo por sus necesidades más básicas y el chico realmente necesitaba comer. Daba igual que hubiera montado una escena de lo más pintoresca llorando, gritando, arrojando cosas al suelo y corriendo como perseguido por el diablo. Ahora todo eso había quedado atrás y tal vez el bueno de Anuar, tan compasivo, le haría el favor de achacarlo a su duelo y no recordárselo nunca más. Podían considerarlo olvidado, o eso preferiría el francés. Resuelto aquel punto tocaba centrarse en cuestiones como la del desayuno, así que acababa por llegar a la misma conclusión que su anfitrión aunque media hora más tarde que él. Tenía la sensación de que siempre pasaba igual entre ellos dos: Edouard siempre le corría a la zaga.
- Gracias.
No se sabía bien a cuál de todos sus comentarios estaba respondiendo, pero en realidad no lo estaba haciendo a ninguno. Era un agradecimiento general por todo y por nada, por algo mucho más hondo que unas simples palabras.
Se miró la mano como si quisiera asegurarse de que era suya y no de un extraño, y luego la tendió hacia la de Anuar. La estrechó entre sus dedos. Tiró de él para levantarse procurando no causarle demasiada molestia con su peso y una vez en bipedestación no la soltó. Le gustaba el tacto cálido de su piel y la firmeza que desprendía toda su extremidad, como si en lugar de ser un gesto tan sencillo se tratara de algo más complejo. Como si Dutuescu le estuviera ofreciendo mucho más que un brazo en el que apoyarse, literal y simbólicamente. Qué le importaba si su otro yo - el orgulloso y terco - le censuraba por estarse comportando como un colegial amanerado. ¿No era hora de hacer algo que le apeteciera sin tener en cuenta sus propias normas? Se jactaba de estar por encima de todas las reglas, pero en realidad actuaba ciñéndose a un protocolo muy rígido que se había autoimpuesto a sí mismo desde pequeño. Ahora escogió no hacerle caso. Entrelazó sus dedos con los del otro y echó a andar como si allí no hubiera ocurrido nada, y como si él fuera una persona completamente diferente.
- Me gustaría bañarme. - Suspiró, sabiendo que aquello era un deseo irrealizable en sus condiciones actuales. - Podrías enseñarme la letra que va después de la eme.
En los momentos importantes siempre sienta mejor hablar de cosas triviales. De otro modo se corre el riesgo de empañar la solemnidad del instante, y además no le hacía falta conversar. Tenía bastante entretenimiento tratando de identificar y catalogar todas las cosas nuevas que estaba experimentando y a las que tendría que acostumbrarse. ¿Qué era aquello? No estaba mal.
- Gracias.
No se sabía bien a cuál de todos sus comentarios estaba respondiendo, pero en realidad no lo estaba haciendo a ninguno. Era un agradecimiento general por todo y por nada, por algo mucho más hondo que unas simples palabras.
Se miró la mano como si quisiera asegurarse de que era suya y no de un extraño, y luego la tendió hacia la de Anuar. La estrechó entre sus dedos. Tiró de él para levantarse procurando no causarle demasiada molestia con su peso y una vez en bipedestación no la soltó. Le gustaba el tacto cálido de su piel y la firmeza que desprendía toda su extremidad, como si en lugar de ser un gesto tan sencillo se tratara de algo más complejo. Como si Dutuescu le estuviera ofreciendo mucho más que un brazo en el que apoyarse, literal y simbólicamente. Qué le importaba si su otro yo - el orgulloso y terco - le censuraba por estarse comportando como un colegial amanerado. ¿No era hora de hacer algo que le apeteciera sin tener en cuenta sus propias normas? Se jactaba de estar por encima de todas las reglas, pero en realidad actuaba ciñéndose a un protocolo muy rígido que se había autoimpuesto a sí mismo desde pequeño. Ahora escogió no hacerle caso. Entrelazó sus dedos con los del otro y echó a andar como si allí no hubiera ocurrido nada, y como si él fuera una persona completamente diferente.
- Me gustaría bañarme. - Suspiró, sabiendo que aquello era un deseo irrealizable en sus condiciones actuales. - Podrías enseñarme la letra que va después de la eme.
En los momentos importantes siempre sienta mejor hablar de cosas triviales. De otro modo se corre el riesgo de empañar la solemnidad del instante, y además no le hacía falta conversar. Tenía bastante entretenimiento tratando de identificar y catalogar todas las cosas nuevas que estaba experimentando y a las que tendría que acostumbrarse. ¿Qué era aquello? No estaba mal.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Lullaby (Privado)
Nadie podría adivinar si el rumano decidía ignorar sus perdones y agradecimientos o si realmente no los escuchaba, como enfermo de alguna extraña falta de audición selectiva. Planto sus piernas sobre el suelo cuando el peso del francés lo obligo a tensar su brazo para levantarle, fue quizás el cansancio lo que le hizo creer que su cuerpo no era tan liviano como antes lo había pensado. La promesa de una cama le deleito los pensamientos, no, ya habría tiempo de dormir cuando regresara a su abandonad piso, ya su cama le estaría aguardando con toda su rigidez y pulcritud, adornada con tersas sabanas que dejaban entrever las posiciones de su preferencia a la hora de dormir.
Su actuar le sorprendió y no pudo evitar mirar de soslayo la mano que no le soltó, los dedos magullados que se aferraban a los suyos con una falta de fuerza que dejaba adivinar la falta de tensión. Observo a ambos lados del camino, Anuar jamás se había preocupado por la percepción que tuviera la sociedad de él, tachado por orate y hereje había aprendido a sobrellevar las miradas acusadoras que clavaban en su alma dagas de cristal. Ser tachado por homosexual sin embargo, y aunque llegase a ser el caso, resultaba en un escenario menos complaciente que implicaba una soga al cuello o una decena de disparos. Y aunque seguramente Edouard siquiera había iluminado la posibilidad no dudaba que las personas que los llegasen a ver dedujeran no lo que era pero lo que parecía ser.
¿Cómo apartar su mano ahora que el otro la aceptaba con tanta tranquilidad? Ya tendría tiempo de explicarle las cosas que nadie le había enseñado aun, sus palabras le hicieron regresar a la realidad, a la realidad en que aun sujetaba su mano y no se vislumbraba ninguna persona en su camino –Quizás más tarde- si el francés acedia a irse a vivir con el ¿Qué dirían las personas al enterarse que dos hombres vivían bajo el mismo techo sin compañía de una mujer? Bufó, porque inclusive cuando no pecaba lo hacía –Ene- pronuncio –como en Anuar- sintió de pronto que necesitaba seguir hablando –Es un trazo parecido a la eme pero en lugar de dos jorobas tiene una- se imagino a los animales que usaban en Asia y África para transportar. Serían un buen ejemplo.
Regreso los pasos que había corrido y resultaron ser menos de los esperado, presa de la falta de orientación había perdido la noción de las distancias. Había olvido cerrar la puerta a su salida y la bolsa se encontraba sobre el suelo con la naranja invertida a varios pasos de la entrada, por lo menos el pan seguía resguardado dentro de la tela –Escuche en cierta ocasión que las naranjas son buenas para la salud- contuvo unos instantes la respiración por los incesantes fantasmas que de tanto en ves decidían recordarle su partida. Apretó con suavidad su mano para soltarla y depositar la valija a los pies de la cama. Recogió la bolsa con la comida ofreciéndosela a Carrouges –Se de primera mano que es el mejor pan de por aquí- sonrió de medio lado intentando no olvidar lo que debía pagarle a Marie.
Su actuar le sorprendió y no pudo evitar mirar de soslayo la mano que no le soltó, los dedos magullados que se aferraban a los suyos con una falta de fuerza que dejaba adivinar la falta de tensión. Observo a ambos lados del camino, Anuar jamás se había preocupado por la percepción que tuviera la sociedad de él, tachado por orate y hereje había aprendido a sobrellevar las miradas acusadoras que clavaban en su alma dagas de cristal. Ser tachado por homosexual sin embargo, y aunque llegase a ser el caso, resultaba en un escenario menos complaciente que implicaba una soga al cuello o una decena de disparos. Y aunque seguramente Edouard siquiera había iluminado la posibilidad no dudaba que las personas que los llegasen a ver dedujeran no lo que era pero lo que parecía ser.
¿Cómo apartar su mano ahora que el otro la aceptaba con tanta tranquilidad? Ya tendría tiempo de explicarle las cosas que nadie le había enseñado aun, sus palabras le hicieron regresar a la realidad, a la realidad en que aun sujetaba su mano y no se vislumbraba ninguna persona en su camino –Quizás más tarde- si el francés acedia a irse a vivir con el ¿Qué dirían las personas al enterarse que dos hombres vivían bajo el mismo techo sin compañía de una mujer? Bufó, porque inclusive cuando no pecaba lo hacía –Ene- pronuncio –como en Anuar- sintió de pronto que necesitaba seguir hablando –Es un trazo parecido a la eme pero en lugar de dos jorobas tiene una- se imagino a los animales que usaban en Asia y África para transportar. Serían un buen ejemplo.
Regreso los pasos que había corrido y resultaron ser menos de los esperado, presa de la falta de orientación había perdido la noción de las distancias. Había olvido cerrar la puerta a su salida y la bolsa se encontraba sobre el suelo con la naranja invertida a varios pasos de la entrada, por lo menos el pan seguía resguardado dentro de la tela –Escuche en cierta ocasión que las naranjas son buenas para la salud- contuvo unos instantes la respiración por los incesantes fantasmas que de tanto en ves decidían recordarle su partida. Apretó con suavidad su mano para soltarla y depositar la valija a los pies de la cama. Recogió la bolsa con la comida ofreciéndosela a Carrouges –Se de primera mano que es el mejor pan de por aquí- sonrió de medio lado intentando no olvidar lo que debía pagarle a Marie.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Lullaby (Privado)
Él no había cogido la mano de Anuar porque estuviera enamorado del rumano, ni porque le pareciera atractivo, ni porque quisiera atraerlo con artimañas de damisela casadera para tener un techo bajo el que guarecerse hasta encontrar un nuevo hogar. No. Todo eso implicaría que Edouard tenía una estrategia, un plan, y lo cierto era que estaba actuando de manera espontánea. No era un muchacho normal de veinte años puesto que desconocía el básico abecé de las emociones que todo ser humano experimenta rondando los doce. Su deseo sexual había sido totalmente subyugado de una forma tan cruel que jamás había asociado la excitación a algo positivo. Le daban terror las insinuaciones de esa índole, y cualquiera que le dirigiera un comentario que le hiciera pensar que se burlaban de su condición de calientacamas de su señora - aunque tal intención solo estuviera en su imaginación - despertaba inmediatamente su odio. Un odio alimentado por la humillación, de igual forma que una hoguera es alimentada por la leña. Edouard se había visto privado de su figura materna siendo todavía joven, pero se daba cuenta de que para determinadas cosas ya era demasiado mayor. Se veía viejo para aprender desde cero qué eran la amistad y el afecto, el cariño, la confianza... todo eso le asustaba.
Si quiso caminar de la mano de Dutuescu fue porque su corazón, ese órgano que sentía como recién estrenado, así lo ansiaba. Hacía tan solo doce horas que era huérfano de nuevo y ya se daba cuenta de que no podría seguir como hasta entonces. Muchas cosas iban a cambiar, empezando por él mismo y sus emociones, y la forma que tendría de canalizarlas ahora que no podía escudarse entre los brazos protectores de Betrice. La nodriza había tenido un papel remarcable en la educación del chico, pero también cierta influencia nociva en cuanto a que no le había permitido nunca - por ser demasiado compasiva y permisiva con él - afrontar sus fantasmas y aprender de los errores y tropiezos de la vida. No quería tampoco delegar esa responsabilidad en Anuar, que casi tenía su edad, pero parecía que de momento le iba a tocar al pintor encargarse de que Carrouges digiriera sus rabietas y atravesara esos días difíciles de autoconocimiento. Si todo iba bien el francés podría salir del episodio fortalecido y siendo el hombre que estaba destinado a ser. Si no iba tan bien... bueno. Sucumbiría a su espiral autodestructiva, se defendería con uñas y dientes del mundo y acabaría vencido por él. Y en la batalla heriría colateralmente al rumano, que por alguna razón había decidido hacerle un hueco en su paz de espíritu y empezar a preocuparse por él.
- Edouard. - Dijo deletreando con atención. - No tiene ene. ¿Verdad?
En cierta forma resultaba casi tierno el modo en que preguntaba a Anuar sobre ortografía con la misma mirada dubitativa que un crío pequeño que temía cometer faltas ante el maestro. El artista iba a tener que armarse de paciencia en lo sucesivo si iban a pasar tiempo juntos. Juntos. Era una palabra que sonaba bien.
Tomó el pan que le ofrecía y partió un pedazo, que comenzó a devorar con avidez sin molestarse en disimular su hambre. Estaba cansado después de sus fiebres por la carrera que se había echado, así que se sentó en la esquina inferior del camastro y allí comió en silencio, como si aquella hogaza fuera todo un manjar digno de reyes. Estaba tragando a tal velocidad que se puso a hipar sin poder evitarlo. Miró a su anfitrión para ver si tal situación le estaba divirtiendo y lo encontró algo perdido en sus pensamientos, en el laberinto de su mente, con una expresión en los ojos que lo llevó a pensar en su primer encuentro. En aquel jardín el criado había tenido la certeza de que Anuar, a diferencia de él, había conocido el amor antes y lamentaba su pérdida. En aquella ocasión, ante tal descubrimiento, Edouard solo sintió la satisfacción de poseer valiosa información sobre el desconocido. Ahora notó una punzada de origen desconocido en la boca del estómago. Tal vez, al igual que él siempre añoraría a Betrice, el rumano estaba condenado a echar de menos a alguien que no iba a regresar. En ese sentido el artista y el ausente compartían un vínculo en el que él, el intruso recién llegado, no tendría cabida nunca. ¿Celos, tal vez?
Si quiso caminar de la mano de Dutuescu fue porque su corazón, ese órgano que sentía como recién estrenado, así lo ansiaba. Hacía tan solo doce horas que era huérfano de nuevo y ya se daba cuenta de que no podría seguir como hasta entonces. Muchas cosas iban a cambiar, empezando por él mismo y sus emociones, y la forma que tendría de canalizarlas ahora que no podía escudarse entre los brazos protectores de Betrice. La nodriza había tenido un papel remarcable en la educación del chico, pero también cierta influencia nociva en cuanto a que no le había permitido nunca - por ser demasiado compasiva y permisiva con él - afrontar sus fantasmas y aprender de los errores y tropiezos de la vida. No quería tampoco delegar esa responsabilidad en Anuar, que casi tenía su edad, pero parecía que de momento le iba a tocar al pintor encargarse de que Carrouges digiriera sus rabietas y atravesara esos días difíciles de autoconocimiento. Si todo iba bien el francés podría salir del episodio fortalecido y siendo el hombre que estaba destinado a ser. Si no iba tan bien... bueno. Sucumbiría a su espiral autodestructiva, se defendería con uñas y dientes del mundo y acabaría vencido por él. Y en la batalla heriría colateralmente al rumano, que por alguna razón había decidido hacerle un hueco en su paz de espíritu y empezar a preocuparse por él.
- Edouard. - Dijo deletreando con atención. - No tiene ene. ¿Verdad?
En cierta forma resultaba casi tierno el modo en que preguntaba a Anuar sobre ortografía con la misma mirada dubitativa que un crío pequeño que temía cometer faltas ante el maestro. El artista iba a tener que armarse de paciencia en lo sucesivo si iban a pasar tiempo juntos. Juntos. Era una palabra que sonaba bien.
Tomó el pan que le ofrecía y partió un pedazo, que comenzó a devorar con avidez sin molestarse en disimular su hambre. Estaba cansado después de sus fiebres por la carrera que se había echado, así que se sentó en la esquina inferior del camastro y allí comió en silencio, como si aquella hogaza fuera todo un manjar digno de reyes. Estaba tragando a tal velocidad que se puso a hipar sin poder evitarlo. Miró a su anfitrión para ver si tal situación le estaba divirtiendo y lo encontró algo perdido en sus pensamientos, en el laberinto de su mente, con una expresión en los ojos que lo llevó a pensar en su primer encuentro. En aquel jardín el criado había tenido la certeza de que Anuar, a diferencia de él, había conocido el amor antes y lamentaba su pérdida. En aquella ocasión, ante tal descubrimiento, Edouard solo sintió la satisfacción de poseer valiosa información sobre el desconocido. Ahora notó una punzada de origen desconocido en la boca del estómago. Tal vez, al igual que él siempre añoraría a Betrice, el rumano estaba condenado a echar de menos a alguien que no iba a regresar. En ese sentido el artista y el ausente compartían un vínculo en el que él, el intruso recién llegado, no tendría cabida nunca. ¿Celos, tal vez?
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Lullaby (Privado)
Negó tranquilamente conforme las letras tomaban un orden en sus pensamientos, trazadas por una tinta invisible se exponían sobre un fondo nebuloso que dispersaba con rapidez todo lo que transitaba por ahí, su mente era un lugar peligroso, con tantos pasadizos, con tantas cuestiones, ocultando entre la bruma los demontres que antes de habitar en el exterior se habían acunado en sus entrañas. Seres tan grotescos que se equiparaban solo con aquellos lupinos que asechaban en los bosques ¿Seria momento de enseñarle también esas doctrinas que la mayoría de las personas desconocían? Quizás le tachase por orate y desapareciera nuevamente de su vida –No, no tiene- concluyó, decidiendo que no era momento de hablar de nada más. Suficiente tenía el francés con tener que llevar un duelo interno con la muerte de la anciana como para atormentarlo con nada más.
Recordó la noche en el bosque, la torpeza ajena que los llevo al encuentro, la prepotencia con que le había hablado y la pasividad con que el otro contestaba a sus palabras disfrazadas de defensa. Una muralla se alzaba frente a él y de a poco, sin creerlo, alguien había decidido cruzarla, se aventuraba un alma ajena a leer su interior, aquel herido y maltrecho que había poseído tanto tiempo. Y cuando menos lo espero la muralla se había venido abajo, aquella capa de hielo que se cernía a su corazón se había evaporado dejando tras de si un lugar apacible donde vivir. Y ahora, le quedaba solo el recuerdo del ayer y un mañana incierto. Alzó la mirada para encontrarse con los ojos del francés y sus mejillas abultadas por el pan que parecía engullir. Sonrió, soltando el recuerdo que lo mantenía observando sobre su hombro sin poder avanzar –Hay suficiente para que te llenes-.
Tomo la naranja fregándola contra su camisa en un intento en vano de limpiar la cascara que había estado previamente en contacto con el sucio suelo del lugar. No quería imaginar las clase de lugares en los que habían estado los calzados de los hombres que pasaban por ahí, no solo entre muertos y tumbas sino, entre las calles mas deplorables de la afamaba París. Se cuestiono la clase de lujos a los que estaba acostumbrado Carrouges, en su piso, por ejemplo, la cocineta estaba en el mismo lugar que la habitación y el baño no poseía mayor encanto que agua fría y un agujero entre los cimientos que dejaba colarse una ventisca refrescante en calor y mortal durante el invierno. La galería ahora vacía tenía una puerta que daba al balcón y el barandal de madera se caía a pedazos por los años, sin dudas, una vivienda falta de cualquier encanto más allá que el de poseer un techo. Y aunque el rumano agradecía la benevolencia del rentero no podía suponer que pudiese ser del agrado de nadie más.
Se dejo caer a un lado de Edouard mientras mantenía la atención en despojar al fruto de su vestimenta. Desgajo su interior introduciendo un pedazo en su boca para ofrecerle el resto al francés quien, seguramente, no se acostumbraba aun a la falta de alimentación. Anuar recordaba lo difícil que había sido los primeros meses, recordaba haber caído en una extrema delgadez y haberse tenido que acostumbrar, no por placer si por necesidad, a una hogaza diaria. Se prometió que, no dejaría que eso volviese a ocurrir -¿Te ha gustado?-.
Recordó la noche en el bosque, la torpeza ajena que los llevo al encuentro, la prepotencia con que le había hablado y la pasividad con que el otro contestaba a sus palabras disfrazadas de defensa. Una muralla se alzaba frente a él y de a poco, sin creerlo, alguien había decidido cruzarla, se aventuraba un alma ajena a leer su interior, aquel herido y maltrecho que había poseído tanto tiempo. Y cuando menos lo espero la muralla se había venido abajo, aquella capa de hielo que se cernía a su corazón se había evaporado dejando tras de si un lugar apacible donde vivir. Y ahora, le quedaba solo el recuerdo del ayer y un mañana incierto. Alzó la mirada para encontrarse con los ojos del francés y sus mejillas abultadas por el pan que parecía engullir. Sonrió, soltando el recuerdo que lo mantenía observando sobre su hombro sin poder avanzar –Hay suficiente para que te llenes-.
Tomo la naranja fregándola contra su camisa en un intento en vano de limpiar la cascara que había estado previamente en contacto con el sucio suelo del lugar. No quería imaginar las clase de lugares en los que habían estado los calzados de los hombres que pasaban por ahí, no solo entre muertos y tumbas sino, entre las calles mas deplorables de la afamaba París. Se cuestiono la clase de lujos a los que estaba acostumbrado Carrouges, en su piso, por ejemplo, la cocineta estaba en el mismo lugar que la habitación y el baño no poseía mayor encanto que agua fría y un agujero entre los cimientos que dejaba colarse una ventisca refrescante en calor y mortal durante el invierno. La galería ahora vacía tenía una puerta que daba al balcón y el barandal de madera se caía a pedazos por los años, sin dudas, una vivienda falta de cualquier encanto más allá que el de poseer un techo. Y aunque el rumano agradecía la benevolencia del rentero no podía suponer que pudiese ser del agrado de nadie más.
Se dejo caer a un lado de Edouard mientras mantenía la atención en despojar al fruto de su vestimenta. Desgajo su interior introduciendo un pedazo en su boca para ofrecerle el resto al francés quien, seguramente, no se acostumbraba aun a la falta de alimentación. Anuar recordaba lo difícil que había sido los primeros meses, recordaba haber caído en una extrema delgadez y haberse tenido que acostumbrar, no por placer si por necesidad, a una hogaza diaria. Se prometió que, no dejaría que eso volviese a ocurrir -¿Te ha gustado?-.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Lullaby (Privado)
En circunstancias habituales le irritaría que alguien le tratara con esa paciencia infinita de Anuar, porque lo podría haber confundido fácilmente con condescendencia. Todavía no tenía el raciocinio suficiente para preguntarse si no sería que él era demasiado suspicaz en lugar del resto del mundo demasiado agresivo, pero sí comenzaba al menos a percatarse de que había malinterpretado algunas cosas. Una de ellas eran los ofrecimientos sinceros del rumano, que desde el principio no había hecho más que tenderle una mano amiga que él se había empeñado en ver como un arma de doble filo. Ahora era el comienzo de un sentimiento nuevo que le venía rondando, y que a otros más sensatos les habría asaltado desde el primer minuto: ¿y si era un joven amable de verdad? No había mucho altruismo entre los pobres que apenas sí tenían para comer - menos aún para compartir el pan con otros - pero en todos lados se daban excepciones. Anuar podía ser una de esas almas puras. A Edouard le había costado dos meses entrar en razón, pero cuando se permitía a sí mismo hacerlo sentía que se quitaba un peso de los hombros. Ir siempre creyendo que los demás estaban buscando el punto débil que tenía para atacarle era francamente agotador. En cambio era tan reconfortante dejarse cuidar... estar allí con los carrillos llenos sin molestarse por el hecho de que el otro lo encontrase divertido. Por una vez sus rasgos aniñados no le parecían un obstáculo a obtener lo que quería, es más, le agradaba tener un rostro ligeramente infantil y ni sombra de barba porque parecía que así el rumano tendía más a protegerlo. Nunca lo admitiría en voz alta, pero era un gusto que le mimaran y se preocuparan por él.
- Come tú también. - Le pidió.
No quería seguir zampando sin antes asegurarse de que su anfitrión hacía otro tanto. Ya cargaba con bastante culpa sabiendo que a partir de ahora el sepulturero tendría que dividir su sueldo entre dos si de veras pretendía acogerlo de emergencia hasta que encontrase otro empleo.
Solo sabía hacer una cosa: servir. Había oído hablar de algunos hombres que no vivían mal dedicándose al oficio más antiguo del mundo, que parecía monopolio exclusivo de mujeres, pero la sola idea le repugnaba. Se estremeció sin darse cuenta de que Anuar podía verlo y pensar que volvía a tener escalofríos por la fiebre. Dejar que otros desconocidos le tocaran... no, no podría hacerlo. No había estado doce años ansiando la libertad para luego ir a venderse como un pescado en el puerto. Volvió a la realidad cuando el rumano le tendió la naranja. Sonrió. Hacía no mucho tiempo otro muchacho le había ofrecido otra naranja en condiciones muy diferentes, y antes de esa no había probado ninguna. Era curioso que de pronto la vida le pusiera delante dos frutas exactamente iguales. La cogió entre sus manos y la partió por la mitad, ofreciéndole una parte al artista. Después desgajó con delicadeza su porción y se la fue comiendo despacio, disfrutando del zumo y de la acidez que notaba en la boca. Estaba deliciosa, dulce y tersa, de las primeras de la temporada.
Miró a Anuar, que estaba sentado a su lado tan cerca que le bastaba con girar la cara para observarlo al detalle. Asintió como respuesta a su pregunta. Pensó que no era justo, por mucho asco que le dieran las opciones que tenía, quedarse allí viviendo a su costa mientras el otro se deslomaba.
- ¿Cuánto tiempo puedes estirar el dinero que tienes? - Quiso saber, yendo directamente al grano. Siempre había sido un chico práctico. - Sé sincero, yo buscaré trabajo en otra casa para servir mientras te lleguen los francos para comer. Cuando se terminen, si no he encontrado nada... buscaré alternativas. Hay que tener imaginación.
Dibujó una sonrisa torva y bajó la mirada para fijarla en el hombro de Anuar en lugar de en sus ojos. Esperaba que el otro fuera al menos la mitad de sensato que estaba siendo él, porque si no acabarían ambos muertos de hambre.
- Come tú también. - Le pidió.
No quería seguir zampando sin antes asegurarse de que su anfitrión hacía otro tanto. Ya cargaba con bastante culpa sabiendo que a partir de ahora el sepulturero tendría que dividir su sueldo entre dos si de veras pretendía acogerlo de emergencia hasta que encontrase otro empleo.
Solo sabía hacer una cosa: servir. Había oído hablar de algunos hombres que no vivían mal dedicándose al oficio más antiguo del mundo, que parecía monopolio exclusivo de mujeres, pero la sola idea le repugnaba. Se estremeció sin darse cuenta de que Anuar podía verlo y pensar que volvía a tener escalofríos por la fiebre. Dejar que otros desconocidos le tocaran... no, no podría hacerlo. No había estado doce años ansiando la libertad para luego ir a venderse como un pescado en el puerto. Volvió a la realidad cuando el rumano le tendió la naranja. Sonrió. Hacía no mucho tiempo otro muchacho le había ofrecido otra naranja en condiciones muy diferentes, y antes de esa no había probado ninguna. Era curioso que de pronto la vida le pusiera delante dos frutas exactamente iguales. La cogió entre sus manos y la partió por la mitad, ofreciéndole una parte al artista. Después desgajó con delicadeza su porción y se la fue comiendo despacio, disfrutando del zumo y de la acidez que notaba en la boca. Estaba deliciosa, dulce y tersa, de las primeras de la temporada.
Miró a Anuar, que estaba sentado a su lado tan cerca que le bastaba con girar la cara para observarlo al detalle. Asintió como respuesta a su pregunta. Pensó que no era justo, por mucho asco que le dieran las opciones que tenía, quedarse allí viviendo a su costa mientras el otro se deslomaba.
- ¿Cuánto tiempo puedes estirar el dinero que tienes? - Quiso saber, yendo directamente al grano. Siempre había sido un chico práctico. - Sé sincero, yo buscaré trabajo en otra casa para servir mientras te lleguen los francos para comer. Cuando se terminen, si no he encontrado nada... buscaré alternativas. Hay que tener imaginación.
Dibujó una sonrisa torva y bajó la mirada para fijarla en el hombro de Anuar en lugar de en sus ojos. Esperaba que el otro fuera al menos la mitad de sensato que estaba siendo él, porque si no acabarían ambos muertos de hambre.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Lullaby (Privado)
Cuando el rumano termino de degustar toda la pulpa y la acidez de la naranja las semillas quedaron sobre su lengua, dándole un sabor amargo que pocas veces llevaba a sentí. Termino sacando las diminutas semillas con sus dedos, depositándolas en un pedazo de la cascara que se asemejaba a una cuna de bordes irregulares ubicada sobre la cama a un lado de él, el lado contrario al que Carrouges se encontraba. Observo de soslayo las piezas de pan y escucho el ofrecimiento del francés, podría haberse negado con la excusa de falta de hambre pero si debía ser sincero tendría que confesar que, con los años había aprendido a inhibir e ignorar las arcadas y sensaciones incomodas que producía la hambruna.
Acepto una hogaza arrancando con los dedos un pedazo antes de introducirlo en su boca –Gracias- murmuro, con la boca medio llena y la atención vertida sobre el color de trigo y cebada del pan, recubierto con harina por motivos que desconocía. Con los gajos de naranja en una mano y la pieza de pan en la otra se vio obligado a decidir entre una y otra, dejo el pan sobre su regazo para engullir otro gajo de la fruta que le había perjurado Marie estaba deliciosa.
La franqueza de la pregunta le sorprendió aunque por su semblante sereno aquello era algo que nadie podría adivinar, viro el rostro para ver a su interlocutor, el joven que ahora parecía armarse de valor para seguir con su nueva vida alejado de Beatrices y Madame, deseo conocer a aquella mujer, saber con claridad la clase de arpía de la que se trataba para así, poder odiarla también –Acabo de pagar la renta- acallo que debía tres meses más de piso –Así que esta semana estaríamos viviendo a base de pan y frutas. Quizás para fin de mes alcance para comprar algo de carne- se encogió de hombros sin mayor preocupación, sabía que encontraría la manera de salir de pie, había emergido ya de situaciones más adversas.
Negó girando el rostro para depositar nuevamente las semillas en la cascara de naranja que de a poco se llenaba con el augur de la nueva vida –Preocúpate por conseguir un trabajo pero no porque yo necesite el dinero, ahorra lo que consigas- y quizás un día sería capaz de aspirar a algo mejor que compartir un piso con un artista sin futuro. Lo pensó unos instantes antes de continuar, percatándose del desvió en la mirada del francés –Tengo ya varias ideas en mente- podría regresar a cargar cajas en el puerto durante la mañana, continuar de velador por la noche y prostituir su escaso talento con la cuna afortunada. La señora amiga de Madame siempre se había interesado en sus cuadros y aunque sus manos aun temblaban ante el esfuerzo parecía su mejor opción.
-Cualquier cosa que vayas a hacer, hazla para ti- Anuar no necesitaba que se preocupara por su bienestar, de momento, se sentía con la fortaleza necesaria para seguir en pie. Además, no necesitaba ser el motivo de martirizarse del francés aunque llegaba a creer que, Carrouges no haría nada que no deseara o necesitara en su totalidad. El rumano no era quien para decirle que hacer y que dejar de hacer, se limitaría a estar ahí para el -¿Has aceptado entonces mi invitación?- no encontró palabra más exacta para terminar su oración porque no se trataba de una oferta ni una proposición.
Acepto una hogaza arrancando con los dedos un pedazo antes de introducirlo en su boca –Gracias- murmuro, con la boca medio llena y la atención vertida sobre el color de trigo y cebada del pan, recubierto con harina por motivos que desconocía. Con los gajos de naranja en una mano y la pieza de pan en la otra se vio obligado a decidir entre una y otra, dejo el pan sobre su regazo para engullir otro gajo de la fruta que le había perjurado Marie estaba deliciosa.
La franqueza de la pregunta le sorprendió aunque por su semblante sereno aquello era algo que nadie podría adivinar, viro el rostro para ver a su interlocutor, el joven que ahora parecía armarse de valor para seguir con su nueva vida alejado de Beatrices y Madame, deseo conocer a aquella mujer, saber con claridad la clase de arpía de la que se trataba para así, poder odiarla también –Acabo de pagar la renta- acallo que debía tres meses más de piso –Así que esta semana estaríamos viviendo a base de pan y frutas. Quizás para fin de mes alcance para comprar algo de carne- se encogió de hombros sin mayor preocupación, sabía que encontraría la manera de salir de pie, había emergido ya de situaciones más adversas.
Negó girando el rostro para depositar nuevamente las semillas en la cascara de naranja que de a poco se llenaba con el augur de la nueva vida –Preocúpate por conseguir un trabajo pero no porque yo necesite el dinero, ahorra lo que consigas- y quizás un día sería capaz de aspirar a algo mejor que compartir un piso con un artista sin futuro. Lo pensó unos instantes antes de continuar, percatándose del desvió en la mirada del francés –Tengo ya varias ideas en mente- podría regresar a cargar cajas en el puerto durante la mañana, continuar de velador por la noche y prostituir su escaso talento con la cuna afortunada. La señora amiga de Madame siempre se había interesado en sus cuadros y aunque sus manos aun temblaban ante el esfuerzo parecía su mejor opción.
-Cualquier cosa que vayas a hacer, hazla para ti- Anuar no necesitaba que se preocupara por su bienestar, de momento, se sentía con la fortaleza necesaria para seguir en pie. Además, no necesitaba ser el motivo de martirizarse del francés aunque llegaba a creer que, Carrouges no haría nada que no deseara o necesitara en su totalidad. El rumano no era quien para decirle que hacer y que dejar de hacer, se limitaría a estar ahí para el -¿Has aceptado entonces mi invitación?- no encontró palabra más exacta para terminar su oración porque no se trataba de una oferta ni una proposición.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Lullaby (Privado)
No le importaba comer pan y frutas, eso quería decir al menos que comería. Ya era más de lo que había esperado para su primera semana de vagabundeo. Se reprendía amargamente por tener un orgullo que le limitaba tanto actividades como la mendicidad, la prostitución y otras poco recomendables que le permitirían tener un acceso más o menos rápido a algo de dinero para gastos. No sabía cuánto tiempo más podría pretender tener moral, pero parecía que de momento Anuar iba a evitarle el mal trago de tener que humillarse o venderse, y ya solo por eso Edouard tenía con él una deuda mucho más grande de la que jamás había contraído con otras personas. Incluso Betrice, porque la nodriza lo había querido y cuidado pero siempre habían vivido en una casa que no les pertenecía, alimentándose de la comida que pagaban otros.
Como para reforzar aún más la opinión que el chico tenía de él, el rumano le pidió que ahorrase lo que consiguiera. Prácticamente le aseguró que iba a mantenerlo mientras él se dedicaba a buscar sin prisas otro empleo. ¿Qué le pasaba? En la mente del criado solo había una pregunta que lo mortificaba, ¿por qué yo? ¿Por qué a mí? No entendía qué había visto alguien como Dutuescu en un muchacho inmaduro y egoísta como él. A sus ojos el pintor se tornaba cada vez más en un ángel salvador, y si bien eso le llenaba de alivio al mismo tiempo le generaba cierta desazón. Saber que no era merecedor de tales atenciones le carcomía y le hacía sentirse aún peor por comparación con su benefactor. La dualidad tan característica de Carrouges amenazaba con poner en peligro una vez más la relación entre ambos amigos. ¿Eran amigos? No sabría decirlo. Términos como amistad se le escurrían entre los dedos cuando intentaba atraparlos para estudiarlos de cerca, como si fueran arena de la más fina. ¿Había aceptado su invitación? Sí, naturalmente, no podría vivir en ninguna otra parte. Se encontraba mal consigo mismo, estaba extraño en su cuerpo, con una suerte de inquietud que nunca antes había experimentado. Era un hormigueo no del todo molesto que le nacía en algún punto interno del abdomen y le recorría las piernas.
Se acomodó ligeramente sobre la cama, dejando las piernas colgar por un borde y con los pies apoyados sobre el suelo, y su brazo quedó en contacto con el del dueño de la cabaña. Edouard se dijo a sí mismo que de algún modo debía retribuir todo lo que estaba recibiendo. Su vida, que podría ser un completo infierno si se encontrase desamparado, enfermo y solo entre las calles de la gran ciudad, no parecía ir tan a la deriva después de todo. ¿Pero qué podía darle a cambio a aquel joven excepcional? Solo había una forma en la que le habían enseñado a pagar, es más, una forma de pago que le habían exigido. Sin pararse a considerar si aquello era buena o mala idea dejó que una de sus manos descansara sobre la rodilla del rumano, tímida al principio y más firme a continuación. No sabía si estaba haciendo aquello - llevando a cabo esa secuencia concreta de movimientos - por obligación o por deseo propio, o mejor dicho no quiso preguntárselo por miedo a descubrir una repuesta que no le agradara. No estaba seguro de qué sería peor. Su mano derecha estaba posada sobre la pierna de Anuar y la izquierda le servía de punto de apoyo atrás, sobre el colchón. Se inclinó lentamente hacia la izquierda - que era donde tenía sentado al rumano - y acarició la piel de su cuello con los labios hasta depositar un beso en el ángulo de su mandíbula.
No estaba reflexionando en absoluto, era como si alguien le hubiera apagado el circuito neuronal y dejado el mando a su sistema automático, pero percibió el olor de Dutuescu y su pulso en la carótida, y supo que aquello no se parecía en nada a sus encuentros íntimos anteriores. El hormigueo en sus manos así se lo indicaba también. Estiró un poco más el cuello y su nariz quedó enterrada entre los cabellos rojizos y sedosos del otro hombre. No sabía qué demonios estaba haciendo, pero le atraía y le aterraba a partes iguales. Su corazón empezó a latir desbocado como el galope de un caballo de carrera.
Como para reforzar aún más la opinión que el chico tenía de él, el rumano le pidió que ahorrase lo que consiguiera. Prácticamente le aseguró que iba a mantenerlo mientras él se dedicaba a buscar sin prisas otro empleo. ¿Qué le pasaba? En la mente del criado solo había una pregunta que lo mortificaba, ¿por qué yo? ¿Por qué a mí? No entendía qué había visto alguien como Dutuescu en un muchacho inmaduro y egoísta como él. A sus ojos el pintor se tornaba cada vez más en un ángel salvador, y si bien eso le llenaba de alivio al mismo tiempo le generaba cierta desazón. Saber que no era merecedor de tales atenciones le carcomía y le hacía sentirse aún peor por comparación con su benefactor. La dualidad tan característica de Carrouges amenazaba con poner en peligro una vez más la relación entre ambos amigos. ¿Eran amigos? No sabría decirlo. Términos como amistad se le escurrían entre los dedos cuando intentaba atraparlos para estudiarlos de cerca, como si fueran arena de la más fina. ¿Había aceptado su invitación? Sí, naturalmente, no podría vivir en ninguna otra parte. Se encontraba mal consigo mismo, estaba extraño en su cuerpo, con una suerte de inquietud que nunca antes había experimentado. Era un hormigueo no del todo molesto que le nacía en algún punto interno del abdomen y le recorría las piernas.
Se acomodó ligeramente sobre la cama, dejando las piernas colgar por un borde y con los pies apoyados sobre el suelo, y su brazo quedó en contacto con el del dueño de la cabaña. Edouard se dijo a sí mismo que de algún modo debía retribuir todo lo que estaba recibiendo. Su vida, que podría ser un completo infierno si se encontrase desamparado, enfermo y solo entre las calles de la gran ciudad, no parecía ir tan a la deriva después de todo. ¿Pero qué podía darle a cambio a aquel joven excepcional? Solo había una forma en la que le habían enseñado a pagar, es más, una forma de pago que le habían exigido. Sin pararse a considerar si aquello era buena o mala idea dejó que una de sus manos descansara sobre la rodilla del rumano, tímida al principio y más firme a continuación. No sabía si estaba haciendo aquello - llevando a cabo esa secuencia concreta de movimientos - por obligación o por deseo propio, o mejor dicho no quiso preguntárselo por miedo a descubrir una repuesta que no le agradara. No estaba seguro de qué sería peor. Su mano derecha estaba posada sobre la pierna de Anuar y la izquierda le servía de punto de apoyo atrás, sobre el colchón. Se inclinó lentamente hacia la izquierda - que era donde tenía sentado al rumano - y acarició la piel de su cuello con los labios hasta depositar un beso en el ángulo de su mandíbula.
No estaba reflexionando en absoluto, era como si alguien le hubiera apagado el circuito neuronal y dejado el mando a su sistema automático, pero percibió el olor de Dutuescu y su pulso en la carótida, y supo que aquello no se parecía en nada a sus encuentros íntimos anteriores. El hormigueo en sus manos así se lo indicaba también. Estiró un poco más el cuello y su nariz quedó enterrada entre los cabellos rojizos y sedosos del otro hombre. No sabía qué demonios estaba haciendo, pero le atraía y le aterraba a partes iguales. Su corazón empezó a latir desbocado como el galope de un caballo de carrera.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Lullaby (Privado)
Sus siguientes acciones no fueron sino desconcertantes, el joven que rehuía del tacto de su mano sobre su rostro sujetaba ahora su rodilla con la tangible promesa de proseguir, el rumano agradeció silenciosamente haberse construido un temple indiscutible ante aquellas situaciones. El, quien había profesado los últimos años aberrar la sevicia del hombre y que sin embargo había aprendido que era parte natural y no por ello menos desagradable de su persona, titubeaba ahora ante su proximidad. No fue el tacto sobre su rodilla sino sus labios sobre su cuello y sus rizados cabellos tan próximos a él lo que le provoco aquella conocida sensación en la parte baja del estomago. Una contracción que se extendió por todo su cuerpo hasta erizarle el nulo vello de los brazos.
Bien podría haberse girado, atrapando los labios ajenos con los suyos y permitirle a aquella parte irracional guiar su actuar, no se atrevía y más allá de eso, no deseaba que fuese el instinto lo que le indicase que dirección seguir –Edouard- llamó en un susurro que se le escapo de los labios, sin comprender si aquella sensación se debía sencillamente a la naturaleza humana o a algo más, algo que había decidido llevar lejos de su pecho, en lo hondo de su ser, a donde iban a dar todas las cosas que prefería ignorar. Dejo la hogaza a un lado sin atreverse a volver el rostro sobre el francés por temor a permitirle adivinar en su mirada lo que no comprendía con claridad, apoyo su mano sobre la de Edouard entrelazando sus dedos con los ajenos, entrelazándose con aquel tacto que no le daba tregua a sus pensamientos –No tienes que hacerlo- el rumano había adquirido desde temprana edad un desagrado por el actuar carente de sentimientos.
Y al no comprender los motivos que llevaban al menor a dichas acciones, el pensar que podía estar siendo objeto de caridad le impedía a prosperar la situación por ser contraria a lo que se había obligado a creer desde corta edad, lo que había afianzado después de haber perdido a su familia. Había adivinado tiempo atrás, por la manera en como Carrouges se expresaba de su Madame y la mirada tristeza e iracunda que se formaba cuando se colaba en la conversación, de los abusos que seguramente la mujer había cometido contra el ¿Y si lo veía ahora a él como aquella mujer? ¿No le ofrecía su casa, no le otorgaba de su comida? Y todo aquello sin exigirle dinero a cambio, quizás el francés llegaba a pensar que sus intensiones no eran diferentes, que era el precio de su cuerpo lo que debía pagar.
Nada le habría costado corresponder su actuar, y se encontraba sin embargo aplazando el momento de tener que voltear para encontrarse con la realidad, aquella que le gritaba con las cartas que le proporcionaba sin hablar, encontraría en su mirada la razón y casi podía jurar, prefería seguir desconociendo –Ya no tienes que hacer nada que no quieras- disfrazada de una simple oración le supo a promesa, giro el rostro para apoyar sus labios sobre la mejilla del francés en un prolongado beso que dejaba entrever la dilección que comenzaba a sentir por el.
Bien podría haberse girado, atrapando los labios ajenos con los suyos y permitirle a aquella parte irracional guiar su actuar, no se atrevía y más allá de eso, no deseaba que fuese el instinto lo que le indicase que dirección seguir –Edouard- llamó en un susurro que se le escapo de los labios, sin comprender si aquella sensación se debía sencillamente a la naturaleza humana o a algo más, algo que había decidido llevar lejos de su pecho, en lo hondo de su ser, a donde iban a dar todas las cosas que prefería ignorar. Dejo la hogaza a un lado sin atreverse a volver el rostro sobre el francés por temor a permitirle adivinar en su mirada lo que no comprendía con claridad, apoyo su mano sobre la de Edouard entrelazando sus dedos con los ajenos, entrelazándose con aquel tacto que no le daba tregua a sus pensamientos –No tienes que hacerlo- el rumano había adquirido desde temprana edad un desagrado por el actuar carente de sentimientos.
Y al no comprender los motivos que llevaban al menor a dichas acciones, el pensar que podía estar siendo objeto de caridad le impedía a prosperar la situación por ser contraria a lo que se había obligado a creer desde corta edad, lo que había afianzado después de haber perdido a su familia. Había adivinado tiempo atrás, por la manera en como Carrouges se expresaba de su Madame y la mirada tristeza e iracunda que se formaba cuando se colaba en la conversación, de los abusos que seguramente la mujer había cometido contra el ¿Y si lo veía ahora a él como aquella mujer? ¿No le ofrecía su casa, no le otorgaba de su comida? Y todo aquello sin exigirle dinero a cambio, quizás el francés llegaba a pensar que sus intensiones no eran diferentes, que era el precio de su cuerpo lo que debía pagar.
Nada le habría costado corresponder su actuar, y se encontraba sin embargo aplazando el momento de tener que voltear para encontrarse con la realidad, aquella que le gritaba con las cartas que le proporcionaba sin hablar, encontraría en su mirada la razón y casi podía jurar, prefería seguir desconociendo –Ya no tienes que hacer nada que no quieras- disfrazada de una simple oración le supo a promesa, giro el rostro para apoyar sus labios sobre la mejilla del francés en un prolongado beso que dejaba entrever la dilección que comenzaba a sentir por el.
{Felicidades por el award!}
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Lullaby (Privado)
Había cerrado los ojos para grabar mejor en su recuerdo el olor de Anuar, esa mezcla de aire fresco y aroma a hogar, cálido, como la hogaza de pan tierno que acababan de compartir. Oírle susurrar su nombre le hizo regresar a ese mundo donde efectivamente existía alguien llamado Edouard, un jovencito perdido en sus propias acciones contradictorias y en sus dilemas de pensamientos. No sabía qué había esperado. ¿Que Anuar correspondiera positivamente a sus avances? Tal vez, sí, sería lo más lógico. Pero en realidad sabía que se habría sentido decepcionado si el rumano solo hubiera interpretado sus acciones como algo que estaba esperando, porque eso querría decir que efectivamente buscaba que el criado se entregara a él como pago del alquiler y la manutención. Dutuescu estaba actuando conforme era, fiel a sí mismo, recordándole que ahora era libre de escoger a quién abrazar y a quién no.
Pero debía leer más allá, buscar signos claros de rechazo, o por el contrario intentar encontrar en su anfitrión el mismo deseo reprimido que lo impulsaba a él a actuar de aquella manera tan osada. La mano del pintor enlazada con la suya lo retenía, pero de un modo mucho más gentil que si se hubiera apartado de su lado. Se refugió en la idea de que tenía que seguir el hilo de los sentimientos de Anuar porque así se evitaba bucear en los suyos propios. No estaba listo para ahondar en su alma y preguntarse por qué estaba haciendo aquello. La contestación, fuera cual fuera, le asustaría. Había vivido asustado demasiado tiempo y ya no quería continuar así. Por una vez prefería arrepentirse de algo que había hecho que de algo que se había quedado con ganas de realizar. No entraba en líos de si su conducta estaba bien o mal a ojos de quien gobernaba, porque todo el mundo de afuera le quedaba muy lejos estando en esa pequeña cabaña dentro del limbo, que era la tierra de los muertos.
Quería mirar aquellos ojos melados que responderían sus dudas al instante, puesto que a Dutuescu le costaba tantísimo ocultar sus verdaderos pensamientos, los que se reflejaban en sus iris, pero su dueño no se lo permitió. Esquivó todo el rato su rostro como si tuviera miedo también, aunque Edouard no sabría decir a qué. ¿Sería porque no quería traicionar la confianza de alguien? Otra vez ese tercero en discordia, el amante ausente, al que el criado conscientemente decidió ignorar. No estaba allí y no tenía derecho a inmiscuirse en un momento que les pertenecía solo a ellos dos.
- ¿No te gusta? - Le preguntó.
El beso en su mejilla le daba una contestación, pero quería evitar hablar abiertamente sobre sus motivos para hacer aquello y se le ocurrió que esquivarlo sería buena opción. Anuar le había dicho que no tenía que hacer nada que no quisiera y él se daba por enterado, pero no podía decirle en voz alta que lo hacía porque le apetecía. Ni siquiera podía admitirse eso a sí mismo. Separó la cabeza una distancia ínfima para atrapar de una vez esos ojos en línea directa con los suyos, y lo miró esperando su respuesta.
FdR: Muchas gracias, aunque ya sabes que yo voté por ti. Ojalá nos hubieran dado dos, lo merecías
Pero debía leer más allá, buscar signos claros de rechazo, o por el contrario intentar encontrar en su anfitrión el mismo deseo reprimido que lo impulsaba a él a actuar de aquella manera tan osada. La mano del pintor enlazada con la suya lo retenía, pero de un modo mucho más gentil que si se hubiera apartado de su lado. Se refugió en la idea de que tenía que seguir el hilo de los sentimientos de Anuar porque así se evitaba bucear en los suyos propios. No estaba listo para ahondar en su alma y preguntarse por qué estaba haciendo aquello. La contestación, fuera cual fuera, le asustaría. Había vivido asustado demasiado tiempo y ya no quería continuar así. Por una vez prefería arrepentirse de algo que había hecho que de algo que se había quedado con ganas de realizar. No entraba en líos de si su conducta estaba bien o mal a ojos de quien gobernaba, porque todo el mundo de afuera le quedaba muy lejos estando en esa pequeña cabaña dentro del limbo, que era la tierra de los muertos.
Quería mirar aquellos ojos melados que responderían sus dudas al instante, puesto que a Dutuescu le costaba tantísimo ocultar sus verdaderos pensamientos, los que se reflejaban en sus iris, pero su dueño no se lo permitió. Esquivó todo el rato su rostro como si tuviera miedo también, aunque Edouard no sabría decir a qué. ¿Sería porque no quería traicionar la confianza de alguien? Otra vez ese tercero en discordia, el amante ausente, al que el criado conscientemente decidió ignorar. No estaba allí y no tenía derecho a inmiscuirse en un momento que les pertenecía solo a ellos dos.
- ¿No te gusta? - Le preguntó.
El beso en su mejilla le daba una contestación, pero quería evitar hablar abiertamente sobre sus motivos para hacer aquello y se le ocurrió que esquivarlo sería buena opción. Anuar le había dicho que no tenía que hacer nada que no quisiera y él se daba por enterado, pero no podía decirle en voz alta que lo hacía porque le apetecía. Ni siquiera podía admitirse eso a sí mismo. Separó la cabeza una distancia ínfima para atrapar de una vez esos ojos en línea directa con los suyos, y lo miró esperando su respuesta.
FdR: Muchas gracias, aunque ya sabes que yo voté por ti. Ojalá nos hubieran dado dos, lo merecías
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Lullaby (Privado)
Se disponía a formular una verdad a medias para su cuestionamiento, aquel que hacía que las voces de su interior gritaran histéricamente un centenar de respuestas reprimidas, podría explicarle todos los pensamientos que cual estrella fugaz atravesaban su mente dejando tras de sí estelas de sentimientos encontrados, podría darse el tiempo de confesarle todo lo que se ocultaba en su interior y aun así ninguno de los dos sería capaz de entender nada con claridad. Aquellas clases de preguntas iban mucho más allá de la capacidad de razonar u observar con ojo crítico los sucesos. El rumano creía con firme convicción que los sentimientos más sinceros eran los que no encontraban definición en el lenguaje humano, por lo menos no en el verbal.
Se disponía a convencerlo de una falacia cuando la mirada del francés alcanzo sus melados orbes y todo lo que había pensado estaba bien se derrumbo. No habría manera de convencerlo de lo contrario si sus ojos hablaban con la verdad, aquellos testarudos que se negaban en aprender el arte de mentir, se rehusaban a aceptar la mutilación de la única realidad que existía en sus adentros. Carrouges había aprendido a leerle con aterradora facilidad, había buscado su respuesta directo en su mirada, le conocía mejor de lo que se hubiera atrevido a apostar –Eso no es lo que importa- se intento convencer desviando la mirada, dirigiéndola a un punto distante donde no causara más problemas.
Anuar no deseaba que Carrouges llegase a formularse una idea errónea, no le había ofrecido su piso para dormir con alguna maliciosa intención de cobrarle el refugio por las noches. Si había pronunciado tal invitación se debía exclusivamente a la preocupación que causaba en él el menor, una preocupación que sin padre ni madre había encontrado un nacimiento con extraña prontitud. Y aun ahora no sabía asegurar cual de todos los sentimientos había sido el primero en retoñar. Permitió que su denso flequillo creara una sombra sobre su rostro, una que ocultara todo aquello que amenazaba con exponerse a viva voz ante el francés, todo aquello que se había ocultado a sí mismo para avanzar sin titubear.
Se trago el único cuestionamiento que no lo dejaría en paz, la única duda que mermaría en su interior y comenzaría por devorar lo que se encontraba en su camino, como una fiera insaciable lo dejaría vacio. La única respuesta que podría haberle suscitado a rechazar su actuar, la única pregunta que no se atrevería a formular. Inspiro profundamente sabiendo que debía soltar su mano pues a pesar de su voluntad no dejaba de ser un hombre como cualquier otro, aunque le costase admitir, y aquella proximidad aunque le agradaba le impedía pensar con claridad. Le disuadía a no pensar en los trabajos que debía conseguir, a no preocuparse por el doble de dinero que gastaría para comer, le invitaba a olvidarse del mundo entero y concretarse en ese lugar.
Extendió su mano escurriendo sus dedos entre los del francés para poder ser nuevamente el autor de sus propios pensamientos.
Se disponía a convencerlo de una falacia cuando la mirada del francés alcanzo sus melados orbes y todo lo que había pensado estaba bien se derrumbo. No habría manera de convencerlo de lo contrario si sus ojos hablaban con la verdad, aquellos testarudos que se negaban en aprender el arte de mentir, se rehusaban a aceptar la mutilación de la única realidad que existía en sus adentros. Carrouges había aprendido a leerle con aterradora facilidad, había buscado su respuesta directo en su mirada, le conocía mejor de lo que se hubiera atrevido a apostar –Eso no es lo que importa- se intento convencer desviando la mirada, dirigiéndola a un punto distante donde no causara más problemas.
Anuar no deseaba que Carrouges llegase a formularse una idea errónea, no le había ofrecido su piso para dormir con alguna maliciosa intención de cobrarle el refugio por las noches. Si había pronunciado tal invitación se debía exclusivamente a la preocupación que causaba en él el menor, una preocupación que sin padre ni madre había encontrado un nacimiento con extraña prontitud. Y aun ahora no sabía asegurar cual de todos los sentimientos había sido el primero en retoñar. Permitió que su denso flequillo creara una sombra sobre su rostro, una que ocultara todo aquello que amenazaba con exponerse a viva voz ante el francés, todo aquello que se había ocultado a sí mismo para avanzar sin titubear.
Se trago el único cuestionamiento que no lo dejaría en paz, la única duda que mermaría en su interior y comenzaría por devorar lo que se encontraba en su camino, como una fiera insaciable lo dejaría vacio. La única respuesta que podría haberle suscitado a rechazar su actuar, la única pregunta que no se atrevería a formular. Inspiro profundamente sabiendo que debía soltar su mano pues a pesar de su voluntad no dejaba de ser un hombre como cualquier otro, aunque le costase admitir, y aquella proximidad aunque le agradaba le impedía pensar con claridad. Le disuadía a no pensar en los trabajos que debía conseguir, a no preocuparse por el doble de dinero que gastaría para comer, le invitaba a olvidarse del mundo entero y concretarse en ese lugar.
Extendió su mano escurriendo sus dedos entre los del francés para poder ser nuevamente el autor de sus propios pensamientos.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Lullaby (Privado)
No estaba acostumbrado a ser él el rechazado, a tener que insistir, pero esa reticencia de Anuar a dejarse conquistar obró en Edouard el efecto contrario al que cabría esperar. Cualquiera se desanimaría al no encontrar en el compañero la reacción esperada a una caricia como la suya, pero si el francés tenía algo bueno era precisamente que no esperaba un sí que le diera permiso para hacer las cosas, sino que solo se detenía cuando oía un no. Era terco como un mulo, y si bien eso resultaba un defecto en la mayoría de casos había situaciones en las que le aseguraba la victoria. No creía que las cosas fueran a terminar en un resultado concreto si seguía insistiendo, porque para ser sinceros no tenía muy claro qué era lo que quería. Qué sorpresa. Edouard estaba tan confundido como siempre lo había estado respecto a los temas que tenían que ver con el corazón y los sentimientos, pero las secuelas de su duelo, su fiebre y su cansancio habían debilitado esa voz dentro de su mente que normalmente se burlaba de antemano de todo cuanto el chico se proponía emprender. La proximidad de Anuar ejercía sobre él un efecto casi combustible, y ahora que había descubierto por primera vez esa sensación cosquilleante no quería dejarla escapar tan pronto. No sabía cómo llamaban otros a ese anhelo - ni siquiera estaba convencido de que el resto de personas sintieran como él - pero de cualquier manera era nuevo para él y le gustaba. No hacía falta profundizar mucho en la psicología para saber que era agradable.
El rumano no debía de pensar de la misma forma porque se batió en retirada, con el cabello cubriéndole cobardemente la cara y la mano lejos de la suya. El criado se quedó unos segundos mirándolo como si a pesar de todo aún pudiera intuir lo que le decían sus ojos, y después de un lapso que se antojó al mismo tiempo breve y eterno sonrió elevando solo la comisura derecha de los labios.
- Es lo único que importa. - Habló, con un ardor desconocido hasta entonces para él. - Porque después no queda nada.
La muerte de madre le había hecho darse cuenta de muchas cosas, y de ese modo la nodriza le hacía un último regalo a su ahijado. Sólo hay una vida, y vivirla significa algo más que conseguir comida y un techo. Ya no hablaba de amor, ni de poesía, ni de nada remotamente romántico. Todos esos eran términos relacionados con la mente, con la manía de la gente de definir las sensaciones, y Edouard tenía ahora que dejar hablar a su cuerpo.
Sin perder el tiempo subió la mano que tenía apoyada en la pierna de Anuar hasta la cintura del joven. No hizo presión, no lo atrajo hacia su cuerpo, solo la puso allí como una declaración de intenciones. Se permitió a sí mismo un único intento más y se inclinó de nuevo, haciendo caso omiso del rechazo del otro, a buscar esta vez con los labios el hueco entre su cuello y su clavícula. Sus besos no eran muy dulces ni suaves, pero tenían una intensidad indiscutible como todo lo que hacía Edouard. La intensidad de un preso que rompe sus cadenas y no sabe si tendrá un día o cien años para ejercer su libertad.
El rumano no debía de pensar de la misma forma porque se batió en retirada, con el cabello cubriéndole cobardemente la cara y la mano lejos de la suya. El criado se quedó unos segundos mirándolo como si a pesar de todo aún pudiera intuir lo que le decían sus ojos, y después de un lapso que se antojó al mismo tiempo breve y eterno sonrió elevando solo la comisura derecha de los labios.
- Es lo único que importa. - Habló, con un ardor desconocido hasta entonces para él. - Porque después no queda nada.
La muerte de madre le había hecho darse cuenta de muchas cosas, y de ese modo la nodriza le hacía un último regalo a su ahijado. Sólo hay una vida, y vivirla significa algo más que conseguir comida y un techo. Ya no hablaba de amor, ni de poesía, ni de nada remotamente romántico. Todos esos eran términos relacionados con la mente, con la manía de la gente de definir las sensaciones, y Edouard tenía ahora que dejar hablar a su cuerpo.
Sin perder el tiempo subió la mano que tenía apoyada en la pierna de Anuar hasta la cintura del joven. No hizo presión, no lo atrajo hacia su cuerpo, solo la puso allí como una declaración de intenciones. Se permitió a sí mismo un único intento más y se inclinó de nuevo, haciendo caso omiso del rechazo del otro, a buscar esta vez con los labios el hueco entre su cuello y su clavícula. Sus besos no eran muy dulces ni suaves, pero tenían una intensidad indiscutible como todo lo que hacía Edouard. La intensidad de un preso que rompe sus cadenas y no sabe si tendrá un día o cien años para ejercer su libertad.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Lullaby (Privado)
Tuvo que agudizar el oído para colaborar que era Edouard el que hablaba, el mismo niño triste que contestaba a sus cuestionamientos como movido por una pesada obligación que le producía un profundo malestar, un dolor que lo orillaba a punta de pie hasta el enojo mismo. Comprendió que, algo en el francés había comenzado a cambiar producto quizás de la muerte de la anciana o cualquier otro factor que llegaba a desconocer en ese preciso instante. Podría haber abierto la boca e intervenir con sus usuales esquivas palabras, las que llevaban en direcciones contrarias, las que obligaban a cuestionar. El rumano estaba acostumbrado a pretender decir mucho sin decir nada, dejando mezquinos rastros de pan para los cuervos.
Decidió, no expresar nada que pudiese arruinar el momento de intimidad que se gestaba con el cuidado de un neonato. El miedo latente de Anuar se resumía en la última oración del francés, le aterraba en una medida que desconocía, que después de decidir dejar de razonar las cosas y permitirse llevarse meramente por lo que sentía no fuese a quedar nada de lo que existió, Anuar no creía que después de aquello pudiesen consolidarse en alguna especie de relación, no aspiraba a ser amado ni aguardaba ninguna especie de celoso afecto. Temía que después de aquello Edouard decidiera suponer que olvidarlo sería mejor, pasar de una relación rocosa y hostil a la indiferencia. No era el miedo de no avanzar sino el temor de retroceder.
Se vio obligado a cerrar los parpados y contener la respiración cuando los labios de Edouard encontraron nuevamente su piel, y habría terminado besando el fino corte alargado que había comenzado a sanar si se hubiera encontrado del otro lado. Termino por inclinar su rostro en una acción inducida por el placer, conocía su cuerpo lo suficiente como para comprender de la sensibilidad que llegaba a poseer en aquel recoveco de su piel. Su mano termino por viajar ligera hasta la mata de rizos castaños que poseía el francés, ahí donde sus dedos se perdieron entre su cabellera y le pareció no haber sentido nada igual con anterioridad.
Alejo su cuello de los labios ajenos buscando ahora él el contacto con su piel. Beso la zona aledaña a su oído exhalando su cálido aliento cargado de cítrico sobre su oído. No sabía si Edouard había estado antes con alguien más que no fuese Madame, no sabía si había estado antes con un hombre porque no eran temas que se hubiesen dignado en tocar. Siendo ambos tan reservados no era difícil imaginar la cantidad de cosas que llegaban a desconocer y sin embargo la facilidad con que podían adivinarlas. Recorrió su mandíbula con un camino de erráticos besos que lo dejo respirando agitadamente frente a los labios del francés, en aquellos instantes no le importo si había estado con cien perendecas o diez hombres a la vez.
Decidió, no expresar nada que pudiese arruinar el momento de intimidad que se gestaba con el cuidado de un neonato. El miedo latente de Anuar se resumía en la última oración del francés, le aterraba en una medida que desconocía, que después de decidir dejar de razonar las cosas y permitirse llevarse meramente por lo que sentía no fuese a quedar nada de lo que existió, Anuar no creía que después de aquello pudiesen consolidarse en alguna especie de relación, no aspiraba a ser amado ni aguardaba ninguna especie de celoso afecto. Temía que después de aquello Edouard decidiera suponer que olvidarlo sería mejor, pasar de una relación rocosa y hostil a la indiferencia. No era el miedo de no avanzar sino el temor de retroceder.
Se vio obligado a cerrar los parpados y contener la respiración cuando los labios de Edouard encontraron nuevamente su piel, y habría terminado besando el fino corte alargado que había comenzado a sanar si se hubiera encontrado del otro lado. Termino por inclinar su rostro en una acción inducida por el placer, conocía su cuerpo lo suficiente como para comprender de la sensibilidad que llegaba a poseer en aquel recoveco de su piel. Su mano termino por viajar ligera hasta la mata de rizos castaños que poseía el francés, ahí donde sus dedos se perdieron entre su cabellera y le pareció no haber sentido nada igual con anterioridad.
Alejo su cuello de los labios ajenos buscando ahora él el contacto con su piel. Beso la zona aledaña a su oído exhalando su cálido aliento cargado de cítrico sobre su oído. No sabía si Edouard había estado antes con alguien más que no fuese Madame, no sabía si había estado antes con un hombre porque no eran temas que se hubiesen dignado en tocar. Siendo ambos tan reservados no era difícil imaginar la cantidad de cosas que llegaban a desconocer y sin embargo la facilidad con que podían adivinarlas. Recorrió su mandíbula con un camino de erráticos besos que lo dejo respirando agitadamente frente a los labios del francés, en aquellos instantes no le importo si había estado con cien perendecas o diez hombres a la vez.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Lullaby (Privado)
No tenía forma de saber cómo había tomado Anuar sus palabras ni el temor que comenzaba a germinar en su interior. Ambos se parecían mucho en la manera de expresarse que tenían, que consistía básicamente en no decir nada y dejar que los demás adivinaran lo que les diera la gana. Aquello, en el caso de Edouard, estaba justificado tras el hecho de que en realidad no quería que nadie sacara conclusiones acertadas sobre su persona, sobre sus motivaciones, gustos y sueños. ¿Pero el rumano? No estaba seguro aún de qué era lo que había hecho que el pintor se encerrara en su cáscara como una ostra, exctamente de igual manera que el francés. Ahora sin embargo no importaba. Podría decirse que el tiempo estaba detenido, pendido en algún lugar del espacio donde el universo pasaba a su través sin dañarlo ni alterarlo. Para el chico, en aquel instante, el sistema planetario no era geocéntrico ni heliocéntrico. El punto exacto del medio de todo se encontraba en la cabaña.
No tardó nada Dutuescu en corresponder a sus avances del modo esperado, y Edouard se sorprendió ante cada uno de los gestos del otro porque realmente nunca había estado en una situación así. No sabía lo que era ser acariciado de verdad. Madame nunca había enredado los dedos en su pelo con aquella suavidad con la que ahora lo hacía su nuevo anfitrión. Sus encuentros hasta la fecha habían consistido en apretones rápidos llenos de órdenes, como una marcha militar. Ponte así, abre las piernas, cógeme de esta manera. Ni siquiera recordaba que hubiera habido besos, cosa que en realidad el chico agradecía. En ese instante las maneras bruscas de su antigua patrona le permitían disfrutar de todo por primera vez. Su piel se erizó involuntariamente cuando los labios de Anuar recorrieron el ángulo de su mandíbula. No se preguntó con cuántos hombres y mujeres podría haber estado antes el artista, en su burbuja eso no tenía cabida.
Tomó el relevo allí donde Anuar lo había dejado, impulsándose un poco hacia un lado y tomando por fin su boca como estaba deseando. Sí, eso era, ahora se percataba de que era el deseo lo que le empujaba a actuar, llenándolo de electricidad con cada bocanada de aire que inspiraba. Podría decirse que en sentido estricto fue su primer beso, porque los juegos en el hospicio con otras niñas de siete años no contaban. La mano que no tenía sobre la cama mesó los cabellos del otro joven, acercándolo más a él desde la nuca, al tiempo que sus labios se apretaban contra los homónimos del contrario. Desde allí sus dedos fueron resbalando por el cuerpo del rumano hasta llegar a su pecho, donde sin necesitar del apoyo del sentido de la vista comenzaron a desabrocharle botones de la camisa. Sus maneras denotaban seguridad, pero también estaban imbuidas de una torpeza ingenua que darían pistas a Anuar sobre la escasa experiencia previa de la que Carrouges disponía en aquel campo.
No tardó nada Dutuescu en corresponder a sus avances del modo esperado, y Edouard se sorprendió ante cada uno de los gestos del otro porque realmente nunca había estado en una situación así. No sabía lo que era ser acariciado de verdad. Madame nunca había enredado los dedos en su pelo con aquella suavidad con la que ahora lo hacía su nuevo anfitrión. Sus encuentros hasta la fecha habían consistido en apretones rápidos llenos de órdenes, como una marcha militar. Ponte así, abre las piernas, cógeme de esta manera. Ni siquiera recordaba que hubiera habido besos, cosa que en realidad el chico agradecía. En ese instante las maneras bruscas de su antigua patrona le permitían disfrutar de todo por primera vez. Su piel se erizó involuntariamente cuando los labios de Anuar recorrieron el ángulo de su mandíbula. No se preguntó con cuántos hombres y mujeres podría haber estado antes el artista, en su burbuja eso no tenía cabida.
Tomó el relevo allí donde Anuar lo había dejado, impulsándose un poco hacia un lado y tomando por fin su boca como estaba deseando. Sí, eso era, ahora se percataba de que era el deseo lo que le empujaba a actuar, llenándolo de electricidad con cada bocanada de aire que inspiraba. Podría decirse que en sentido estricto fue su primer beso, porque los juegos en el hospicio con otras niñas de siete años no contaban. La mano que no tenía sobre la cama mesó los cabellos del otro joven, acercándolo más a él desde la nuca, al tiempo que sus labios se apretaban contra los homónimos del contrario. Desde allí sus dedos fueron resbalando por el cuerpo del rumano hasta llegar a su pecho, donde sin necesitar del apoyo del sentido de la vista comenzaron a desabrocharle botones de la camisa. Sus maneras denotaban seguridad, pero también estaban imbuidas de una torpeza ingenua que darían pistas a Anuar sobre la escasa experiencia previa de la que Carrouges disponía en aquel campo.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Lullaby (Privado)
Los labios de Carrouges se estrecharon con los suyos y fue lo único que necesito para sentir aquella marejada de sensaciones alzándose precipitadamente en su interior, reptando por su estomago para invadir cada recoveco de su piel con una especial sensibilidad. Se permitió comenzar un vaivén de besos que carecían de profundidad, porque el rumano era incapaz de tomar algo por la fuerza, Anuar invitaba, inducia, guiaba con paciencia y suavidad pero su propia moral le incitaba a no decidir nada por los demás. Eran mentes autónomas y con autonomía debían elegir, fue ese y tantos otros motivos los que le impedían desbordar su humana naturaleza como su cuerpo le dictaminaban a gritos eufóricos desde su interior, el día que dejase todos esos pensamientos flotando sin dueño en el aire, dejaría de ser él y quizás se sorprendería de lo que se escondía dentro de sí.
No le incomodo la mano del francés recorriendo su cuerpo, comenzaba a anhelar aquel íntimo contacto que le resulto familiar, cargado de deseo por experimentar y titubeo de no saber los pasos a seguir ¿No había sido así su primera vez? Sonrió sin poder contenerse, una sonrisa diminuta que dejo sus dentadura sobre los labios del francés por una fracción de segundos, desconocía los limites de Carrouges y hasta donde deseaba llegar. Anuar suponía que para un primer encuentro no era correcto avanzar demasiado pero era consciente también de la dificultad que encontraría en negarse si el francés se lo llegaba a pedir. Acción que creía no solo improbable sino imposible por la ausencia de peticiones y cuestionamientos en que estaban inmersos y lo creía mejor así, sin tener que atenerse a las palabras para poderse comunicarse. El rumano creía poder escribir un libro entero con todo aquello que sus taciturnos orbes le confesaban al francés.
Su mano que no se encontraba perdida entre los crespos cabellos del francés se apoyo sobre la cintura del otro con la firmeza necesaria para explayar su presencia, contraria y de la mano iba su terso tacto, aquel que le era imposible esconder o erradicar en su obrar ¿Qué decían sus labios en esos momentos? Y si el resto de su cuerpo era tan rehúso a mentir Edouard debía haberse enterado ya de aquellas verdades sigilosas que se escondían entre sus ambiguas palabras y eternos silencios, era el personaje triste del cuento deplorable, el destinado a no encontrarse en su propia vida. En aquel instante, sin embargo, le parecía haber cambiado de historia para convertirse en un hombre afortunado que sin conocer el mañana experimentaba el presente con la intensidad y fervor con que antaño había existido.
Se reclino sobre el francés empujando su cuerpo hacia atrás con suavidad, desviando nuevamente sus labios sobre la extensión de su cuello para darse el tiempo de conocer y sentir, sus mejillas antes pardas se encontraban ahora ígneas por la estimulación. El día que Carrouges le permitiera le haría conocer los placeres de un amante con verdadera dilección.
No le incomodo la mano del francés recorriendo su cuerpo, comenzaba a anhelar aquel íntimo contacto que le resulto familiar, cargado de deseo por experimentar y titubeo de no saber los pasos a seguir ¿No había sido así su primera vez? Sonrió sin poder contenerse, una sonrisa diminuta que dejo sus dentadura sobre los labios del francés por una fracción de segundos, desconocía los limites de Carrouges y hasta donde deseaba llegar. Anuar suponía que para un primer encuentro no era correcto avanzar demasiado pero era consciente también de la dificultad que encontraría en negarse si el francés se lo llegaba a pedir. Acción que creía no solo improbable sino imposible por la ausencia de peticiones y cuestionamientos en que estaban inmersos y lo creía mejor así, sin tener que atenerse a las palabras para poderse comunicarse. El rumano creía poder escribir un libro entero con todo aquello que sus taciturnos orbes le confesaban al francés.
Su mano que no se encontraba perdida entre los crespos cabellos del francés se apoyo sobre la cintura del otro con la firmeza necesaria para explayar su presencia, contraria y de la mano iba su terso tacto, aquel que le era imposible esconder o erradicar en su obrar ¿Qué decían sus labios en esos momentos? Y si el resto de su cuerpo era tan rehúso a mentir Edouard debía haberse enterado ya de aquellas verdades sigilosas que se escondían entre sus ambiguas palabras y eternos silencios, era el personaje triste del cuento deplorable, el destinado a no encontrarse en su propia vida. En aquel instante, sin embargo, le parecía haber cambiado de historia para convertirse en un hombre afortunado que sin conocer el mañana experimentaba el presente con la intensidad y fervor con que antaño había existido.
Se reclino sobre el francés empujando su cuerpo hacia atrás con suavidad, desviando nuevamente sus labios sobre la extensión de su cuello para darse el tiempo de conocer y sentir, sus mejillas antes pardas se encontraban ahora ígneas por la estimulación. El día que Carrouges le permitiera le haría conocer los placeres de un amante con verdadera dilección.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Lullaby (Privado)
My ma tells me no
But my feet tell me go!
It's like a drummer inside my heart
Oh, oh, oh
Don't make me wait
one more moment for my life to start.
But my feet tell me go!
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Edouard iba descubriendo todo sin preocuparse por su aparente falta de práctica. No era un muchacho como los demás, y tampoco actuaba como tal en ese momento donde cualquier persona normal se reprendería por tener intimidad con alguien de su mismo sexo. Sus pensamientos no iban en esa línea, y si es que seguían alguna se centraban más bien en traducir lo que percibía su tacto a sentimientos que luego catalogaba y guardaba. Estaba creándose un registro de cosas nuevas, como si fotografiara colores hasta entonces desconocidos, y esa continua innovación le evitaba el temor a no parecer lo bastante bueno a ojos de Anuar. Los besos del otro le invitaban a continuar, así que ya se replantearía su actitud si llegado un momento el pintor lo apartaba o se quejaba. De momento todo iba bien, los besos que estaban compartiendo sellaban una realidad a la que ya no podrían dar marcha atrás.
Notar la mano del rumano en su cintura y dejarse caer hacia atrás fue todo una. No le importaba ser dominado en ese momento, y eso ya era decir para alguien que saltaba con acritud ante el menor atisbo de un carácter fuerte que intentara su subyugación. Sabía que en aquel terreno las reglas estándar no valían, que jugaban con otras normas, y que como todo en esta vida tendría que aprenderlas a base de práctica. Se acostó sobre la cama subiendo las piernas a la misma y esperando que su compañero se inclinara también, porque de ese modo le era más difícil seguir con su tarea de luchar con los botones. Tras algunos intentos fallidos consiguió vencer a la camisa, que quedó abierta descubriéndole parte de un cuerpo que le despertaba sentimientos muy diferentes a todo lo que había experimentado con anterioridad. Puede que el nombre fuese igual, pero la situación no tenía que ver ni de lejos con sus noches con Madame. En esta ocasión sus manos se lanzaron sin reparos a recorrer la piel del torso ajeno, leyendo cada poro y cada pliegue con las yemas de los dedos.
Dobló las rodillas para estar más cómodo y estiró los brazos para terminar de sacarle a Dutuescu la pieza de ropa superior. Luego deslizó las manos por debajo de sus brazos hacia su espalda, hasta abarcar sus omóplatos, y sin decir nada le pidió que se apretara contra él. No sabía si quería ir más allá o si eso era todo lo que necesitaba, pero le urgía tener su piel contra la suya. Edouard todavía estaba vestido pero no importaba, lo que buscaba no era tanto sexo como comenzar a cubrir esa falta crónica de cariño que arrastraba. Qué diferente sería si hubiera encontrado antes a alguien que le acariciara el pelo como lo estaba haciendo ahora el rumano.
Notar la mano del rumano en su cintura y dejarse caer hacia atrás fue todo una. No le importaba ser dominado en ese momento, y eso ya era decir para alguien que saltaba con acritud ante el menor atisbo de un carácter fuerte que intentara su subyugación. Sabía que en aquel terreno las reglas estándar no valían, que jugaban con otras normas, y que como todo en esta vida tendría que aprenderlas a base de práctica. Se acostó sobre la cama subiendo las piernas a la misma y esperando que su compañero se inclinara también, porque de ese modo le era más difícil seguir con su tarea de luchar con los botones. Tras algunos intentos fallidos consiguió vencer a la camisa, que quedó abierta descubriéndole parte de un cuerpo que le despertaba sentimientos muy diferentes a todo lo que había experimentado con anterioridad. Puede que el nombre fuese igual, pero la situación no tenía que ver ni de lejos con sus noches con Madame. En esta ocasión sus manos se lanzaron sin reparos a recorrer la piel del torso ajeno, leyendo cada poro y cada pliegue con las yemas de los dedos.
Dobló las rodillas para estar más cómodo y estiró los brazos para terminar de sacarle a Dutuescu la pieza de ropa superior. Luego deslizó las manos por debajo de sus brazos hacia su espalda, hasta abarcar sus omóplatos, y sin decir nada le pidió que se apretara contra él. No sabía si quería ir más allá o si eso era todo lo que necesitaba, pero le urgía tener su piel contra la suya. Edouard todavía estaba vestido pero no importaba, lo que buscaba no era tanto sexo como comenzar a cubrir esa falta crónica de cariño que arrastraba. Qué diferente sería si hubiera encontrado antes a alguien que le acariciara el pelo como lo estaba haciendo ahora el rumano.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Lullaby (Privado)
Observo a Edouard cuando este se separo para encontrar una postura más cómoda sobre la cama, el rumano nunca había tenido cualidades dominantes y aunque aparentemente poseía mayor experiencia estaba seguro que detrás de su actuar era Carrouges quien llevaba los hilos sin siquiera llegarlo a sospechar. Eran sus miradas, sus besos y sus caricias las que le señalaban por donde andar y que caminos no recorrer, tardo algunos segundos en subir a la cama también y la base crujió quejumbrosamente por el peso que debía ahora soportar. El lugar que usaban los veladores para descansar profanado ahora por dos hombres en un acto que la sociedad en que vivían no lograría comprender.
Se arrodillo frente al francés ubicándose entre sus piernas, sin apuro de ser despojado de su camisa. Observo las manos de Carrouges cuando estas se enfrentaron con los botones que parecían dar una digna batalla a su novatez, una segunda sonrisa deformo sus alargados labios, no pretendía burlarse de el y no era aquel el motivo de su muestra de alegría, era el rastro infantil que encontraba como trozos perdidos en su persona lo que lo inducia a permitir a sus labios crisparse en un gesto franco y tangible de confianza. Sus manos se apretaron contra el cuerpo del francés cuando sus frenéticos dedos recorrieron su torso, un torso delgado que dejaba entrever los músculos poco tonificados, no le interesaba agrandar cada musculo de su cuerpo, era el trabajo diario lo que le otorgaba aquella complexión.
La camisa resbalo sin mayor resistencia cayendo a sus espaldas en un acto mudo que le paso inadvertido, eran las manos del francés donde se centraba ahora su atención. La petición que le hizo la entendió con claridad, debía ser alguna clase de estúpido si no. Y sin llegarlo a analizar se inclino sobre el cuerpo de Edouard apoyando sus codos a ambos lados de sus hombros para no dejar todo su peso sobre el. Y conforme su torso caía sobre el cuerpo de Carrouges sintió como su pronunciada respiración oprimía la piel censurada del francés, mentir seria decir que no comenzaba a sentir los estragos del deseo alimentado pero sabía perfectamente como ignorar aquella incesante voz, su cuerpo sin embargo, se negaba a dejárselo pasar por alto.
Apartó los crespos cabellos de la frente de Carrouges para poder observar su rostro entero y así lograr recordarlo después con claridad, como si en verdad lo pudiese olvidar. Besó su frente, descendiendo en un camino irregular conforme la punta de su nariz acariciaba su piel y sus labios dejaban un rastro invisible tras de sí, beso sus labios recibiendo su piel con la húmeda de su lengua, una caricia externa que no profanaba su aparente castidad, no ultrajaría su boca como un usurpador. Exhalo su cálido aliento sobre sus labios, enredando entre sus dedos los finos rizos que se formaban de manera natural ¿Qué les quedaba ahora que obedecían a sus deseos?
Se arrodillo frente al francés ubicándose entre sus piernas, sin apuro de ser despojado de su camisa. Observo las manos de Carrouges cuando estas se enfrentaron con los botones que parecían dar una digna batalla a su novatez, una segunda sonrisa deformo sus alargados labios, no pretendía burlarse de el y no era aquel el motivo de su muestra de alegría, era el rastro infantil que encontraba como trozos perdidos en su persona lo que lo inducia a permitir a sus labios crisparse en un gesto franco y tangible de confianza. Sus manos se apretaron contra el cuerpo del francés cuando sus frenéticos dedos recorrieron su torso, un torso delgado que dejaba entrever los músculos poco tonificados, no le interesaba agrandar cada musculo de su cuerpo, era el trabajo diario lo que le otorgaba aquella complexión.
La camisa resbalo sin mayor resistencia cayendo a sus espaldas en un acto mudo que le paso inadvertido, eran las manos del francés donde se centraba ahora su atención. La petición que le hizo la entendió con claridad, debía ser alguna clase de estúpido si no. Y sin llegarlo a analizar se inclino sobre el cuerpo de Edouard apoyando sus codos a ambos lados de sus hombros para no dejar todo su peso sobre el. Y conforme su torso caía sobre el cuerpo de Carrouges sintió como su pronunciada respiración oprimía la piel censurada del francés, mentir seria decir que no comenzaba a sentir los estragos del deseo alimentado pero sabía perfectamente como ignorar aquella incesante voz, su cuerpo sin embargo, se negaba a dejárselo pasar por alto.
Apartó los crespos cabellos de la frente de Carrouges para poder observar su rostro entero y así lograr recordarlo después con claridad, como si en verdad lo pudiese olvidar. Besó su frente, descendiendo en un camino irregular conforme la punta de su nariz acariciaba su piel y sus labios dejaban un rastro invisible tras de sí, beso sus labios recibiendo su piel con la húmeda de su lengua, una caricia externa que no profanaba su aparente castidad, no ultrajaría su boca como un usurpador. Exhalo su cálido aliento sobre sus labios, enredando entre sus dedos los finos rizos que se formaban de manera natural ¿Qué les quedaba ahora que obedecían a sus deseos?
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Lullaby (Privado)
No se sintió ofendido en absoluto por la sonrisa de Anuar. Lo miró con una fijeza diferente a la que siempre había esgrimido, con la misma intensidad con la que siempre lo observaba todo pero con cierto deje de afecto tras sus pupilas. Sus gestos, que estaban empapados con la urgencia que su cuerpo le imprimía, parecieron calmarse notablemente en cuanto el rumano se acostó sobre él. Así estaba bien, ahora todo parecía ocupar su lugar. De alguna manera Edouard sabía que acababa de encajar dos piezas de puzzle que hasta ese instante habían estado sueltas y separadas. Sus caricias pasaron de apremiantes a tranquilas, siguiendo todo el recorrido de la columna vertebral de Dutuescu y recreándose en los recovecos, en las curvas y la suavidad de la piel de su espalda.
Cerró los ojos arrullado por esas manos que le mesaban el cabello, los rizos que debían de estar ya crespos, y no los abrió para corresponder a los besos que después de vagar erráticos habían acabado por llegar hasta su boca. Separó cuanto apenas los labios permitiendo que la timidez le asaltara de forma consciente por primera vez desde que había comenzado con esa locura. Nunca le había importado besar bien o mal hasta ese momento. Dejando uno de sus brazos rodeando el cuerpo de Anuar dejó resbalar el otro por uno de sus costados hasta quedar libre, y de ese modo pudo emplear la mano en hacer cosquillas a los mechones que nacían de la nuca del pintor. Le había embargado una cierta pereza plácida, como el sueño de los bebés que acaban de saciarse del pecho de su madre.
- Tú ya habías hecho esto antes. - Comentó sin alzar la voz en demasía.
No era una pregunta porque no necesitaba una confirmación, pero tampoco era una afirmación acusadora. Solo lo constataba, dejándolo en el aire, invitando a Anuar a contarle más sobre el particular si le apetecía. Edouard quería saber quién había sido antaño el receptor de sus atenciones, dónde estaba ahora y si había peligro de que regresara cualquier día. El francés no tenía intención de establecer entre ellos una continuidad - si ni siquiera sabía si seguiría vivo en tres meses - pero no podía evitar rebelarse ante la idea de que otro acudiera a reclamar el terreno que él creía haber conquistado. Puede que no comprendiera ni le interesaran conceptos como relación, posesión o celos, pero sí estaba seguro de que el mundo era un poco mejor cuando el artista sonreía para él.
Cerró los ojos arrullado por esas manos que le mesaban el cabello, los rizos que debían de estar ya crespos, y no los abrió para corresponder a los besos que después de vagar erráticos habían acabado por llegar hasta su boca. Separó cuanto apenas los labios permitiendo que la timidez le asaltara de forma consciente por primera vez desde que había comenzado con esa locura. Nunca le había importado besar bien o mal hasta ese momento. Dejando uno de sus brazos rodeando el cuerpo de Anuar dejó resbalar el otro por uno de sus costados hasta quedar libre, y de ese modo pudo emplear la mano en hacer cosquillas a los mechones que nacían de la nuca del pintor. Le había embargado una cierta pereza plácida, como el sueño de los bebés que acaban de saciarse del pecho de su madre.
- Tú ya habías hecho esto antes. - Comentó sin alzar la voz en demasía.
No era una pregunta porque no necesitaba una confirmación, pero tampoco era una afirmación acusadora. Solo lo constataba, dejándolo en el aire, invitando a Anuar a contarle más sobre el particular si le apetecía. Edouard quería saber quién había sido antaño el receptor de sus atenciones, dónde estaba ahora y si había peligro de que regresara cualquier día. El francés no tenía intención de establecer entre ellos una continuidad - si ni siquiera sabía si seguiría vivo en tres meses - pero no podía evitar rebelarse ante la idea de que otro acudiera a reclamar el terreno que él creía haber conquistado. Puede que no comprendiera ni le interesaran conceptos como relación, posesión o celos, pero sí estaba seguro de que el mundo era un poco mejor cuando el artista sonreía para él.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Lullaby (Privado)
Las caricias que le otorgaba el menor lo dejaron en un estado de somnolencia indefinida, se mecía con falta de equilibrio era la realidad y la ensoñación sin yacer en ninguno de los dos. Acomodo su cuerpo para apoyar su mejilla en el ángulo de su cuello, acariciando distraídamente los sedosos cabellos del francés que contrastaban con su lacia mata de rojizos y opacos cabellos. La urgencia por conciliar el sueño se apodero de él volviéndolo más pesado sobre el cuerpo de Carrouges, aun así suponía que su peso no era suficiente para inducirle alguna clase de pesar. El rumano estaba acostumbrado a no tenerse que preocupar por la fragilidad de los demás, Soren habría podido llevarlo a cuestas sin mayor problema aun con su extrema delgadez. Con Edouard, sin embargo, esos conocimientos quedaban inservibles.
Entonces la voz de Edouard inundo la cabaña con una simple oración que resonó una y otra vez en su cabeza, colándose por la madera para acunarse en las entrañas de la estancia –Hace algún tiempo- confesó, y aunque desconocía con exactitud los años transcurridos podía asegurar que había pasado ya dos inviernos en soledad. No sabía si había llegado a hablar del vampiro con alguna persona después de su precipitada ausencia –Se marcho sin despedirse- sin ninguna explicación que definiera el motivo exacto de su desaparición. Anuar había pasado meses enteros creyendo que regresaría, inclusive lo había esperado en Rumania y había regresado cuando los días dejaron de tener valor y el tiempo parecía no transcurrir. Un día más para esperar se convirtió pronto en un mes. Descubrió un extraño sentimiento al pronunciar aquellas palabras en voz alta, un tumulto que se aglutinaba en su pecho, un malestar nacido en la incapacidad de decir adiós.
-Hace mucho que perdí la esperanza de volverlo a ver- resultaba ser una memoria nítida que de vez en vez le recordaba que había carecido de la importancia para recibir una explicación, si había hecho algo mal o si los rayos del astro rey habían alcanzado su marfilada piel eran opciones que en realidad no llegaría a saber jamás. El afecto que seguía guardándole se basaba en lo que habían compartido, se resumía en memorias pasadas –Pero te equivocas- aseveró de pronto acariciando la piel de su cuello conforme las palabras emergían livianas de su interior –Nunca antes te había besado y mis manos no conocían tu tacto- Edouard no era Soren y la calidez de su cuerpo, y el sol colándose por la ventana se lo recordaban –No importa que haya hecho con el Edouard, cada persona es una historia diferente- no lo decía en el sentido literario de la oración. El rumano sabía que no era factible devolver una virginidad y que la incertidumbre de una primera vez era suplida con rapidez. Hablaba de una manera más amorfa.
Sin importar si seguía los mismos pasos sabia que los resultados no serian iguales, no volvería a sentir su gélida piel bajo su manos, sus cabellos de trigo maduro no se perderían tras su cuello, las gafas no estorbarían nunca más porque el vampiro y el francés no eran iguales y sin importar cuantas cosas parecidas hiciera jamás sería lo mismo. Sin embargo no lo pensaba con tristeza y melancolía sino con un agrado que calentaba sus mejillas.
Entonces la voz de Edouard inundo la cabaña con una simple oración que resonó una y otra vez en su cabeza, colándose por la madera para acunarse en las entrañas de la estancia –Hace algún tiempo- confesó, y aunque desconocía con exactitud los años transcurridos podía asegurar que había pasado ya dos inviernos en soledad. No sabía si había llegado a hablar del vampiro con alguna persona después de su precipitada ausencia –Se marcho sin despedirse- sin ninguna explicación que definiera el motivo exacto de su desaparición. Anuar había pasado meses enteros creyendo que regresaría, inclusive lo había esperado en Rumania y había regresado cuando los días dejaron de tener valor y el tiempo parecía no transcurrir. Un día más para esperar se convirtió pronto en un mes. Descubrió un extraño sentimiento al pronunciar aquellas palabras en voz alta, un tumulto que se aglutinaba en su pecho, un malestar nacido en la incapacidad de decir adiós.
-Hace mucho que perdí la esperanza de volverlo a ver- resultaba ser una memoria nítida que de vez en vez le recordaba que había carecido de la importancia para recibir una explicación, si había hecho algo mal o si los rayos del astro rey habían alcanzado su marfilada piel eran opciones que en realidad no llegaría a saber jamás. El afecto que seguía guardándole se basaba en lo que habían compartido, se resumía en memorias pasadas –Pero te equivocas- aseveró de pronto acariciando la piel de su cuello conforme las palabras emergían livianas de su interior –Nunca antes te había besado y mis manos no conocían tu tacto- Edouard no era Soren y la calidez de su cuerpo, y el sol colándose por la ventana se lo recordaban –No importa que haya hecho con el Edouard, cada persona es una historia diferente- no lo decía en el sentido literario de la oración. El rumano sabía que no era factible devolver una virginidad y que la incertidumbre de una primera vez era suplida con rapidez. Hablaba de una manera más amorfa.
Sin importar si seguía los mismos pasos sabia que los resultados no serian iguales, no volvería a sentir su gélida piel bajo su manos, sus cabellos de trigo maduro no se perderían tras su cuello, las gafas no estorbarían nunca más porque el vampiro y el francés no eran iguales y sin importar cuantas cosas parecidas hiciera jamás sería lo mismo. Sin embargo no lo pensaba con tristeza y melancolía sino con un agrado que calentaba sus mejillas.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Lullaby (Privado)
El peso de otro cuerpo sobre el suyo le resultó raro y reconfortante. Seguro que se engañaba mejor al insomnio en pareja porque uno no combatía solo. ¿Eso tenía sentido? Desde que había conocido a Anuar se descubría pensando muchas cosas que de inmediato tachaba de absurdas. Sus dogmas se convertían en quizás y todo era relativo, nuevo, negociable. Siguó con las dos manos sobre la espalda desnuda de Dutuescu al tiempo que éste le acariciaba el pelo. Ambos empleaban una cadencia de gestos descansada, sin prisas, obedeciendo a la placidez que parecían experimentar al unísono. Incluso sus respiraciones parecían haberse acompasado, y fuera de la cabaña no se oía nada que viniera a interrumpir esa paz. Cualquiera habría pensado después de las emociones del día anterior y de esa misma mañana que terminarían de esa manera.
Edouard escuchó sin querer cortar el hilo de pensamientos en voz alta del pintor. Al fin estaba abriéndose un poco y contándole cosas de él, de su pasado, algo que el sirviente agradecía porque le permitía aferrarse más al hombre que recién empezaba a conocer. Perdía su atributo de sombra y se iba definiendo con matices más precisos. La historia de las personas era importante porque resumía la antesala de lo que habían llegado a ser. En el caso de Anuar se trataba de un amor truncado, alguien que desapareció un día y que no le dio tiempo a su compañero a decirle adiós. Tenía que ser horrible. Al menos él había podido despedirse de madre, ¿pero qué le quedaba a uno cuando sus seres queridos se esfumaban sin previo aviso? Sin querer ser consciente estrechó un poco más entre sus brazos al rumano, queriendo consolar algo que a lo mejor ya estaba curado con creces.
- Una historia diferente. - Repitió.
Sí, tenía razón, no importaba cuántos hubiera conocido antes, en ese momento allí solo estaban ellos dos. Cerró los ojos y se llenó de aire los pulmones, exhalando después en forma de suspiro. Cuanto más acariciaba Anuar su cuello más sueño le entraba a él, y eso que en las últimas doce horas no había hecho más que dormir. Era absurdo pensar eso en aquel instante, pero una de las cosas que más lo retenía atado a la vigilia era la certeza de que cuando despertara nada sería igual. No importaba lo que habían compartido en esa caseta de madera, cuando el sentido común volviera a invadirles y se dieran cuenta de la inconveniencia que era haber estado abrazándose como adolescentes una barrera invisible se alzaría entre ellos. Edouard sabía que gran parte de la culpa sería suya, porque él era el que más orgullo esgrimía de los dos y el que más mutilada tenía la capacidad de ser cariñoso, pero aun así lo lamentaba de antemano. Ojalá pudieran desaparecer en ese instante y volar a otro lugar donde nada más importase.
- Yo no había estado antes así con nadie que pudiera elegir.
Anuar había sido sincero y él quería corresponder. Seguramente ya lo sabría, no estaba contando nada nuevo, porque al igual que el francés leía en los ojos del otro casi todo cuanto quería saber, a la inversa ocurría otro tanto. Pero podía decirse a las claras que carecía de experiencia. No sabía cómo llamar a lo que había tenido que hacer durante tantos años varias noches a la semana en casa de Madame, pero desde luego no era lo mismo que compartía ahora con el pintor de cabellos rojos que descansaba sobre su pecho.
Edouard escuchó sin querer cortar el hilo de pensamientos en voz alta del pintor. Al fin estaba abriéndose un poco y contándole cosas de él, de su pasado, algo que el sirviente agradecía porque le permitía aferrarse más al hombre que recién empezaba a conocer. Perdía su atributo de sombra y se iba definiendo con matices más precisos. La historia de las personas era importante porque resumía la antesala de lo que habían llegado a ser. En el caso de Anuar se trataba de un amor truncado, alguien que desapareció un día y que no le dio tiempo a su compañero a decirle adiós. Tenía que ser horrible. Al menos él había podido despedirse de madre, ¿pero qué le quedaba a uno cuando sus seres queridos se esfumaban sin previo aviso? Sin querer ser consciente estrechó un poco más entre sus brazos al rumano, queriendo consolar algo que a lo mejor ya estaba curado con creces.
- Una historia diferente. - Repitió.
Sí, tenía razón, no importaba cuántos hubiera conocido antes, en ese momento allí solo estaban ellos dos. Cerró los ojos y se llenó de aire los pulmones, exhalando después en forma de suspiro. Cuanto más acariciaba Anuar su cuello más sueño le entraba a él, y eso que en las últimas doce horas no había hecho más que dormir. Era absurdo pensar eso en aquel instante, pero una de las cosas que más lo retenía atado a la vigilia era la certeza de que cuando despertara nada sería igual. No importaba lo que habían compartido en esa caseta de madera, cuando el sentido común volviera a invadirles y se dieran cuenta de la inconveniencia que era haber estado abrazándose como adolescentes una barrera invisible se alzaría entre ellos. Edouard sabía que gran parte de la culpa sería suya, porque él era el que más orgullo esgrimía de los dos y el que más mutilada tenía la capacidad de ser cariñoso, pero aun así lo lamentaba de antemano. Ojalá pudieran desaparecer en ese instante y volar a otro lugar donde nada más importase.
- Yo no había estado antes así con nadie que pudiera elegir.
Anuar había sido sincero y él quería corresponder. Seguramente ya lo sabría, no estaba contando nada nuevo, porque al igual que el francés leía en los ojos del otro casi todo cuanto quería saber, a la inversa ocurría otro tanto. Pero podía decirse a las claras que carecía de experiencia. No sabía cómo llamar a lo que había tenido que hacer durante tantos años varias noches a la semana en casa de Madame, pero desde luego no era lo mismo que compartía ahora con el pintor de cabellos rojos que descansaba sobre su pecho.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Lullaby (Privado)
Si unía su soledad y la de Edouard ¿Conseguía una más grande o ninguna? Sopeso el cuestionamiento entre ensoñaciones, con el cuerpo ahora carente de oposición y la tersa voz de Morfeo acunándose en sus oídos. Había pasado la noche en vela y el día anterior no había sido mucho mejor, su cuerpo reclamaba ahora las horas necesarias de consolación y descanso, esos espacios casi efímeros que llegaban después de un día de trabajo. Sintió sus brazos más estrechos y su cercanía le reconforto, el rumano estaba acostumbrado a que las personas salieran de su vida sin previo aviso, lo habían hecho su madre y hermana, el vampiro y tantos más. La recurrencia en los acontecimientos de su vida lo habían llevado a pensar que quizás estaba en su destino, como un sino sobre su frente, la soledad.
-Ahora puedes hacerlo- no supo si fue producto del letargo o sus palabras en realidad sonaron más ambiguas de lo normal –Elegir, me refiero a que ahora puedes elegir- explicó, no esperaba que el francés fuese a profesarle alguna clase de amor eterno y tantos años se había perdido bajo el mandato de aquella arpía que ahora, se veía en la incapacidad de negarle de forma clara o entre líneas la capacidad de experimentar su vida. Más aun, Anuar esperaba que algún día llegase a conocer esas emociones que hacían a los hombres moverse aun cuando la adversidad dejaba obscuro el horizonte, que conociera alguna persona que hiciera vibrar su pecho en la sinfonía que solo los amantes son capaces de entonar, con aquellos versos entre caricias y sonrisas que pactaban la complicidad de dos almas. Y aunque había quedado en el pasado el rumano sabía bien de que hablaba.
Una ulcera escoció en su estomago cuando concibió la posibilidad de tener que dejarlo ir, se preparaba de manera inconsciente para lo inminente y aunque no se atrevió a pronunciarlo sabia que cuando Edouard comenzara a descubrir el mundo el rumano dejaría de tener cabida en el. Restregó su rostro contra la piel del cuello del francés, el conjunto de acciones en que se veían inmersos le otorgaba al rumano cierta plenitud que lo arrullaba pasiblemente. Comprendía que no era el lugar indicado para quedarse dormido en aquella posición , valoraba demasiado la integridad de Carrouges, lo suficiente para desear evitarle la lluvia de problemas que se abalanzarían sobre el si alguno de los demás veladores los encontraban en aquella escena en la que nada podrían negar.
Alzó su rostro nuevamente, luchando contra el sueño que se apoderaba de él. Observó sus ojos por un tiempo que se le antojo eterno y resultaron ser no más que un par de segundos ¿Había adivinado en ellos alguna verdad? -¿Mañana volverá a ser todo como antes?- necesitaba escuchar su respuesta para no alimentar falsas esperanzas que el mismo plantaba en suelo infértil, entre espinas y tierra ahogada. Lo había arruinado, lo sabía, y se odio ínfimamente por ello. Sería egoista por una vez y después, sin importar la respuesta, todo giraria nuevamente en torno al francés.
-Ahora puedes hacerlo- no supo si fue producto del letargo o sus palabras en realidad sonaron más ambiguas de lo normal –Elegir, me refiero a que ahora puedes elegir- explicó, no esperaba que el francés fuese a profesarle alguna clase de amor eterno y tantos años se había perdido bajo el mandato de aquella arpía que ahora, se veía en la incapacidad de negarle de forma clara o entre líneas la capacidad de experimentar su vida. Más aun, Anuar esperaba que algún día llegase a conocer esas emociones que hacían a los hombres moverse aun cuando la adversidad dejaba obscuro el horizonte, que conociera alguna persona que hiciera vibrar su pecho en la sinfonía que solo los amantes son capaces de entonar, con aquellos versos entre caricias y sonrisas que pactaban la complicidad de dos almas. Y aunque había quedado en el pasado el rumano sabía bien de que hablaba.
Una ulcera escoció en su estomago cuando concibió la posibilidad de tener que dejarlo ir, se preparaba de manera inconsciente para lo inminente y aunque no se atrevió a pronunciarlo sabia que cuando Edouard comenzara a descubrir el mundo el rumano dejaría de tener cabida en el. Restregó su rostro contra la piel del cuello del francés, el conjunto de acciones en que se veían inmersos le otorgaba al rumano cierta plenitud que lo arrullaba pasiblemente. Comprendía que no era el lugar indicado para quedarse dormido en aquella posición , valoraba demasiado la integridad de Carrouges, lo suficiente para desear evitarle la lluvia de problemas que se abalanzarían sobre el si alguno de los demás veladores los encontraban en aquella escena en la que nada podrían negar.
Alzó su rostro nuevamente, luchando contra el sueño que se apoderaba de él. Observó sus ojos por un tiempo que se le antojo eterno y resultaron ser no más que un par de segundos ¿Había adivinado en ellos alguna verdad? -¿Mañana volverá a ser todo como antes?- necesitaba escuchar su respuesta para no alimentar falsas esperanzas que el mismo plantaba en suelo infértil, entre espinas y tierra ahogada. Lo había arruinado, lo sabía, y se odio ínfimamente por ello. Sería egoista por una vez y después, sin importar la respuesta, todo giraria nuevamente en torno al francés.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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