AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Lullaby (Privado)
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Lullaby (Privado)
Recuerdo del primer mensaje :
I had a dream my life would be
So different from this hell I'm living
So different now from what it seemed
Now life has killed the dream I dreamed.
So different from this hell I'm living
So different now from what it seemed
Now life has killed the dream I dreamed.
Se fue al mismo tiempo que se extinguía la luz del día, trémula y cansada como una hoja seca forzada por el viento a desprenderse de la rama de la que pendía. Sus facciones se veían hundidas bajo la luz del quinqué que Edouard, solícito, mantenía encendido para velarla todo el día y toda la noche desde hacía mucho, tanto que ya había perdido la cuenta. Sabía que daba cabezadas a ratos porque de vez en cuando se despertaba sobresaltado, temiendo haber desatendido algún ruego de la enferma por haberse despistado. Pero madre no pedía nada: no tenía hambre, ni sueño, ni sed... en ese sentido los brazos de la parca no parecían un lugar tan desapacible para descansar, sobre todo cuando una era tan anciana y artrósica como Betrice Carrouges. La señora podía presumir de tener una bonita historia que contar al final de su camino, pues se había labrado una vida que le había dado en la vejez el consuelo de algo parecido a un hijo. El muchacho que permaneció sentado a su lado desde que enfermó hasta el final fue siempre su mayor orgullo, pero no tuvo la oportunidad de recordárselo antes de marchar. Edouard sabía que había personas que llegaban lúcidas al último momento de su existencia, que se comunicaban con sus seres queridos y se despedían de ellos, pero él no tuvo ni siquiera ese ligerísimo alivio. Madre se apagó como una vela y falleció con los párpados cerrados, sin hacer ademán ni de reconocerlo, y entonces el chico se dio cuenta de que hasta ese momento no había sabido realmente lo que era la soledad. Sí, no tenía la vida plena que anhelaba, pero demasiado tarde se percató de que el amor de una figura maternal era mucho más de lo que cualquiera podría necesitar. Aquella vieja nodriza había ido poniendo nudos al tronco joven y verde para que creciera más o menos recto y se convirtiera en un árbol fuerte y recio. Y el criado nunca se lo agradecería lo suficiente.
Supo que se había ido porque exhaló un suspiro que indicaba que estaba en reposo al final, sin grandes aspavientos ni lloros, solo la ausencia. El muchacho se quedó en su banqueta encorvado un lapso de tiempo que podría haber sido un minuto o una hora antes de que entrase la doncella a llevarle la sopa y se diera cuenta de lo que sucedía. Después todo fue rápido, porque ya estaba decidido de antemano: Madame no había querido llamar al médico para que restableciera la salud de los pulmones de Betrice y Edouard tampoco le pidió nada para el funeral. Ni siquiera dijo que se despedía, pero la señora debió de ver algo en sus ojos porque se hizo a un lado y le dejó marchar sin osar ponerse en medio. Si hubiera hecho siquiera un gesto el chico la habría matado. Empacó sus cosas mientras llegaba el carro y encargó el ataúd esa misma tarde, los preparativos estuvieron listos al anochecer. El cochero fue el único testigo del traslado de ese extraño joven que miraba al frente como ido y de su peculiar equipaje: una maleta gastada y una gran caja de madera de pino. Tener solo veinte años y perder a la única persona en el mundo a la que uno se siente ligado es como recibir un golpe del que resulta arduo levantarse. El sirviente ni siquiera lo intentó, estaba demasiado anonadado, ni siquiera pareció consciente del hecho de que el sepulturero se cobró las monedas requeridas para encontrarle a madre un agujero, meter dentro su féretro y echar encima un montón de tierra.
Y después nada.
No llovía, no se oyó un trueno desgarrador, nadie cantó un salmo ni ofició una misa. Edouard se quedó solo con su maleta parado al lado de la parcela de suelo removido como si fuera una estación de ferrocarril por la que hace años que no pasa el tren. ¿Qué hacer? Se sentó sobre la grava y tembló, porque de pronto tenía frío. ¿Había cogido algo de abrigo? ¿Qué llevaba puesto? No lo sabía. No sabía nada. No sabía quién era ni qué iba a hacer a continuación. Cuando Madame había ido a buscarle al hospicio a los ocho años él lloró desconsolado al principio, al separarse de las monjas y de los niños con los que había crecido, pero entonces Betrice lo acogió sin reservas y le secó las lágrimas, y desde entonces jamás había vuelto a derramar ninguna. Ahora, doce años después, el joven se abrazó las piernas y enterró la cara en las rodillas sollozando como un infante desconsolado. Tenía una pena tan honda que ni siquiera los hipidos le aligeraban el nudo del pecho.
La vida se ensañaba de nuevo con los que tenían menos para perder.
Supo que se había ido porque exhaló un suspiro que indicaba que estaba en reposo al final, sin grandes aspavientos ni lloros, solo la ausencia. El muchacho se quedó en su banqueta encorvado un lapso de tiempo que podría haber sido un minuto o una hora antes de que entrase la doncella a llevarle la sopa y se diera cuenta de lo que sucedía. Después todo fue rápido, porque ya estaba decidido de antemano: Madame no había querido llamar al médico para que restableciera la salud de los pulmones de Betrice y Edouard tampoco le pidió nada para el funeral. Ni siquiera dijo que se despedía, pero la señora debió de ver algo en sus ojos porque se hizo a un lado y le dejó marchar sin osar ponerse en medio. Si hubiera hecho siquiera un gesto el chico la habría matado. Empacó sus cosas mientras llegaba el carro y encargó el ataúd esa misma tarde, los preparativos estuvieron listos al anochecer. El cochero fue el único testigo del traslado de ese extraño joven que miraba al frente como ido y de su peculiar equipaje: una maleta gastada y una gran caja de madera de pino. Tener solo veinte años y perder a la única persona en el mundo a la que uno se siente ligado es como recibir un golpe del que resulta arduo levantarse. El sirviente ni siquiera lo intentó, estaba demasiado anonadado, ni siquiera pareció consciente del hecho de que el sepulturero se cobró las monedas requeridas para encontrarle a madre un agujero, meter dentro su féretro y echar encima un montón de tierra.
Y después nada.
No llovía, no se oyó un trueno desgarrador, nadie cantó un salmo ni ofició una misa. Edouard se quedó solo con su maleta parado al lado de la parcela de suelo removido como si fuera una estación de ferrocarril por la que hace años que no pasa el tren. ¿Qué hacer? Se sentó sobre la grava y tembló, porque de pronto tenía frío. ¿Había cogido algo de abrigo? ¿Qué llevaba puesto? No lo sabía. No sabía nada. No sabía quién era ni qué iba a hacer a continuación. Cuando Madame había ido a buscarle al hospicio a los ocho años él lloró desconsolado al principio, al separarse de las monjas y de los niños con los que había crecido, pero entonces Betrice lo acogió sin reservas y le secó las lágrimas, y desde entonces jamás había vuelto a derramar ninguna. Ahora, doce años después, el joven se abrazó las piernas y enterró la cara en las rodillas sollozando como un infante desconsolado. Tenía una pena tan honda que ni siquiera los hipidos le aligeraban el nudo del pecho.
La vida se ensañaba de nuevo con los que tenían menos para perder.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Lullaby (Privado)
Sí, ahora podía hacerlo, y no había tardado ni dos días desde que salió de la casa donde vivía - su jaula - en ir al encuentro de Anuar para arrojarse literalmente en sus brazos. ¿Eso no quería decir nada? Podía negárselo a sí mismo cuanto quisiera, pero sabía en el fondo que desde el día en que lo había conocido algo había cambiado dentro de él. Al principio creyó que había sido para mal, que aquel pintor tan peculiar con sus frases ambiguas y sus silencios elocuentes le había irritado. Le acusó de haber perturbado su paz de espíritu, pero en realidad sabía que tal paz no había existido nunca. Edouard había subsistido como en la cima de un castillo de naipes, haciendo equilibrios imposibles para que los cimientos sobre los que se fundamentaba no se derrumbaran al mínimo golpe de aire. Ahora que estaba entre las ruinas de lo que una vez fue su sostén se percataba de que había sido una base muy débil. Tenía la oportunidad de construir una mejor, una de verdad. Tal vez no fuera casualidad que hubiera decidido comenzarla al lado de Dutuescu. O tal vez sí. A lo mejor simplemente habían coincidido porque no había tantos cementerios en París. El chico ya no sabía qué era cierto y qué eran excusas que intentaba venderse.
Se le erizó de nuevo la piel al sentir que el rumano se movía contra él, frotando la mejilla en el hueco de su cuello. La situación podría estar muy próxima a ser perfecta de no ser por esa voz interior que le repetía a Carrouges que la felicidad no era tan fácil de conseguir, que uno venía a la vida a sufrir y que las cosas buenas tenían fecha de caducidad. ¿No era eso lo que había experimentado hasta el momento? Un padre desconocido, por madre una prostituta que lo abandonó, un hospicio de monjas, una señora déspota, una anciana afectuosa que había tenido que morir demasiado pronto. Y ahora Anuar. No, Edouard se negaba a depender de alguien otra vez, había aprendido la lección: si uno no se acostumbra a pasar los malos tragos solo después es peor, porque la nostalgia lo consume todo como un ácido que solo deja tras de sí más dolor. No podría tomar aprecio a Dutuescu y dejarlo marchar después. Si llegaba a sentirse unido a él y algún día le faltaba... No. No permitiría que le hirieran otra vez en el corazón.
Quiso apartar la mirada tras haber tomado su resolución, pero entones el mayor lo atrapó con sus ojos color miel y él quedó como una mosca con las patas pegadas al líquido ámbar al que se asemejaban. Con esa pregunta parecía que le había oído el pensamiento. ¿Cómo lo hacía? El francés estaba indefenso ante él. Se sintió cogido en falta, y aunque sabía que no podía ser cierto tuvo la impresión de que Anuar sabía exactamente lo que le pasaba por la mente, los miedos que lo atenazaban.
- ¿Qué es lo que quieres que pase? - Le devolvió la pregunta.
Porque la respuesta que habría querido darle no tenía la consistencia suficiente para engañar a nadie, empezando por él mismo. Ya nada podría ser como antes. Edouard levantó un poco la cabeza para buscar la boca del otro y besarlo otra vez. ¿Por qué tenía que pasar el tiempo? Le gustaría quedarse atrapado en ese momento, sin tener que plantearse nada. Era agotador tener que estar siempre construyendo armaduras para no dejar que nadie se aventurara a alcanzar sus puntos vulnerables.
Se le erizó de nuevo la piel al sentir que el rumano se movía contra él, frotando la mejilla en el hueco de su cuello. La situación podría estar muy próxima a ser perfecta de no ser por esa voz interior que le repetía a Carrouges que la felicidad no era tan fácil de conseguir, que uno venía a la vida a sufrir y que las cosas buenas tenían fecha de caducidad. ¿No era eso lo que había experimentado hasta el momento? Un padre desconocido, por madre una prostituta que lo abandonó, un hospicio de monjas, una señora déspota, una anciana afectuosa que había tenido que morir demasiado pronto. Y ahora Anuar. No, Edouard se negaba a depender de alguien otra vez, había aprendido la lección: si uno no se acostumbra a pasar los malos tragos solo después es peor, porque la nostalgia lo consume todo como un ácido que solo deja tras de sí más dolor. No podría tomar aprecio a Dutuescu y dejarlo marchar después. Si llegaba a sentirse unido a él y algún día le faltaba... No. No permitiría que le hirieran otra vez en el corazón.
Quiso apartar la mirada tras haber tomado su resolución, pero entones el mayor lo atrapó con sus ojos color miel y él quedó como una mosca con las patas pegadas al líquido ámbar al que se asemejaban. Con esa pregunta parecía que le había oído el pensamiento. ¿Cómo lo hacía? El francés estaba indefenso ante él. Se sintió cogido en falta, y aunque sabía que no podía ser cierto tuvo la impresión de que Anuar sabía exactamente lo que le pasaba por la mente, los miedos que lo atenazaban.
- ¿Qué es lo que quieres que pase? - Le devolvió la pregunta.
Porque la respuesta que habría querido darle no tenía la consistencia suficiente para engañar a nadie, empezando por él mismo. Ya nada podría ser como antes. Edouard levantó un poco la cabeza para buscar la boca del otro y besarlo otra vez. ¿Por qué tenía que pasar el tiempo? Le gustaría quedarse atrapado en ese momento, sin tener que plantearse nada. Era agotador tener que estar siempre construyendo armaduras para no dejar que nadie se aventurara a alcanzar sus puntos vulnerables.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Lullaby (Privado)
Esquivo su cuestionamiento con una pregunta disfrazada de respuesta. Se disponía a hablar cuando los labios del francés alcanzaron los propios obligándolo a olvidar cualquier respuesta que hubiese logrado formular, había descubierto la facilidad con que Edouard podía hacerlo relegar la incesante necesidad de poseer la última palabra, con el no le importaba tener que callar y ceder, no le carcomía en las entrañas negarse a esos vicios que con los años había adquirido y de los que se deshacía ahora sin percatarse. Sus labios buscaron los ajenos con una necesidad que le agobio, una urgencia que se reflejo en el vaivén de besos que humedeció sus labios.
Había sorteado cada tentación que se había atravesado en su camino hasta aquel preciso instante –Quiero que me dejes conocerte- y aunque resultaba ser una confesión sobre sus labios le parecía casi una petición. Beso su mejilla escurriéndose de entre sus brazos para acostarse en la cama a un lado de el, había comenzado a perder la lucidez. Se encontraba contrariado, confundido por los extremos de los que pasaba con la simple cercanía del francés, había podido haberse quedado dormido entre sus brazos con la calidez de su cuerpo arrullándolo porque su proximidad lo embriagaba de una tranquilidad anhelada. Y así sin más había pasado de la completa calma a la necesidad de estrecharlo bajo su cuerpo y besar sus labios permitiéndole a sus manos conocer cada recoveco de su censurada piel como el francés lo había hecho ya con él. Juraba que velaba por el bienestar de Edouard aunque sus pensamientos se rehusaban en hacérselo creer y su ahora estrecho pantalón aseguraba lo contrario.
Apoyo sus manos sobre su desnudo vientre estrechando su hombro contra el del menor, era mucho más fácil concentrarse ahora que no se encontraba recostado sobre él. Giro su rostro hasta que su mejilla topo con la ásperas sabanas y encontró el aroma de Carrouges ¿Se había aprovechado acaso de su dolor para adentrarse por alguna grieta de su armadura? No estaba seguro de haber concebido en sus pensamientos la posibilidad de llevárselo a la cama, con el francés había ocurrido a la inversa. Primero había aprendido a apreciarlo y preocuparse por el, acostumbrándose a tropezar en terreno pedregoso cuando creía al fin poder caminar con tranquilidad, después habia llegado el deseo, se había escondido entre su afecto y desde ahí, oculto, habia comenzado a crecer a la par con todo lo demás. Ahora que era consciente de aquello era demasiado tarde para pretender extirparlo de raíz, si lo intentaba corría el riesgo de dañar el resto del jardín.
-Pero eso solo depende de ti y la paciencia que puedas tener conmigo- el por su parte, prometía hablarle con la verdad y confesarle aquellas cosas que de ser calladas comenzarían a degradar su relación. Como ahora, se habia apartado sin darle una explicación y si Carrouges resultaba ser observador y bondadoso por igual, entendería su situación.
Había sorteado cada tentación que se había atravesado en su camino hasta aquel preciso instante –Quiero que me dejes conocerte- y aunque resultaba ser una confesión sobre sus labios le parecía casi una petición. Beso su mejilla escurriéndose de entre sus brazos para acostarse en la cama a un lado de el, había comenzado a perder la lucidez. Se encontraba contrariado, confundido por los extremos de los que pasaba con la simple cercanía del francés, había podido haberse quedado dormido entre sus brazos con la calidez de su cuerpo arrullándolo porque su proximidad lo embriagaba de una tranquilidad anhelada. Y así sin más había pasado de la completa calma a la necesidad de estrecharlo bajo su cuerpo y besar sus labios permitiéndole a sus manos conocer cada recoveco de su censurada piel como el francés lo había hecho ya con él. Juraba que velaba por el bienestar de Edouard aunque sus pensamientos se rehusaban en hacérselo creer y su ahora estrecho pantalón aseguraba lo contrario.
Apoyo sus manos sobre su desnudo vientre estrechando su hombro contra el del menor, era mucho más fácil concentrarse ahora que no se encontraba recostado sobre él. Giro su rostro hasta que su mejilla topo con la ásperas sabanas y encontró el aroma de Carrouges ¿Se había aprovechado acaso de su dolor para adentrarse por alguna grieta de su armadura? No estaba seguro de haber concebido en sus pensamientos la posibilidad de llevárselo a la cama, con el francés había ocurrido a la inversa. Primero había aprendido a apreciarlo y preocuparse por el, acostumbrándose a tropezar en terreno pedregoso cuando creía al fin poder caminar con tranquilidad, después habia llegado el deseo, se había escondido entre su afecto y desde ahí, oculto, habia comenzado a crecer a la par con todo lo demás. Ahora que era consciente de aquello era demasiado tarde para pretender extirparlo de raíz, si lo intentaba corría el riesgo de dañar el resto del jardín.
-Pero eso solo depende de ti y la paciencia que puedas tener conmigo- el por su parte, prometía hablarle con la verdad y confesarle aquellas cosas que de ser calladas comenzarían a degradar su relación. Como ahora, se habia apartado sin darle una explicación y si Carrouges resultaba ser observador y bondadoso por igual, entendería su situación.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Lullaby (Privado)
Ahora Edouard sabía que había muchas formas posibles de ser besado, aunque en teoría la técnica fuese igual siempre. No tenía nada que ver la ternura con los besos robados, e incluso dentro de los más urgentes y salvajes había algunos que estaban llenos de cariño y afecto sincero. El muchacho empezaba a introducirse en aquel mundo de lenguaje no verbal que hasta la fecha le había estado vetado, el que fluía de forma natural entre dos personas que compartían un vínculo especial en el que nadie - por más que quisiera - podía inmiscuirse. No, definitivamente las cosas no iban a volver a ser como antes, pero quizá eso no fuera positivo. Tal vez fueran a peor, entendiendo peor como lo contrario a lo que quería el rumano, o sea más distanciamiento. La situación podía ponerse muy rara si Edouard no digería aquella nueva intimidad conseguida entre los dos y la adoptaba como un cambio favorable. Bueno... ¿eso era lo que quería decir Anuar, no? Ahora el sirviente dudaba. A lo mejor el pintor no quería que existiera una relación más estrecha entre su nuevo huésped y él. A lo mejor, a lo mejor, a lo mejor. Si Carrouges seguía con su manía de no preguntar nada y dar todo por supuesto caería en el mismo error de siempre.
Cuando el mayor se deslizó de encima de su cuerpo y se acostó a un lado las cosas adquirieron un nuevo cariz. Podía parecer una tontería, pero si ya solo esa separación simbólica le provocaba cierta desazón era de esperar que sufriera bastante más si se empeñaba en mantener alzadas las barreras que le rodeaban. Si no dejaba que Anuar se acercara a él iba a terminar haciéndole daño, sí, pero también se lo haría a sí mismo. Le puso una mano sobre el abdomen con cierto aire desconsolado. Quería aunque fuera ese mínimo contacto. Se sentía estúpido reconociéndolo, pero su corazón se había acostumbrado tanto a la presencia del rumano en tan poco tiempo que ya no se veía capaz de seguir pareciendo frío e insensible a sus atenciones.
- No creo que sea yo el que tiene que tener paciencia. - Suspiró.
Sabía que lo más difícil de todo, el factor problemático en la suma, era su propia actitud. Sabía que eso no era justo para Dutuescu y sabía también que si seguía en esa línea acabaría autoprovocándose dolor... pero en el fondo seguía sintiendo ese miedo irracional y absurdo. Era como un perro al que el dueño anterior ha tratado a golpes. ¿Cuánto tiempo tardará en acostumbrarse a comer de la mano del nuevo amo? ¿En acostarse junto a sus pies sin temer por su integridad? Tal vez no lo conseguiría nunca. ¿Querría intentarlo Anuar? Y lo que era más importante, ¿sabría, sin que Edouard se lo dijera, que era eso precisamente lo que el chico necesitaba?
Cuando el mayor se deslizó de encima de su cuerpo y se acostó a un lado las cosas adquirieron un nuevo cariz. Podía parecer una tontería, pero si ya solo esa separación simbólica le provocaba cierta desazón era de esperar que sufriera bastante más si se empeñaba en mantener alzadas las barreras que le rodeaban. Si no dejaba que Anuar se acercara a él iba a terminar haciéndole daño, sí, pero también se lo haría a sí mismo. Le puso una mano sobre el abdomen con cierto aire desconsolado. Quería aunque fuera ese mínimo contacto. Se sentía estúpido reconociéndolo, pero su corazón se había acostumbrado tanto a la presencia del rumano en tan poco tiempo que ya no se veía capaz de seguir pareciendo frío e insensible a sus atenciones.
- No creo que sea yo el que tiene que tener paciencia. - Suspiró.
Sabía que lo más difícil de todo, el factor problemático en la suma, era su propia actitud. Sabía que eso no era justo para Dutuescu y sabía también que si seguía en esa línea acabaría autoprovocándose dolor... pero en el fondo seguía sintiendo ese miedo irracional y absurdo. Era como un perro al que el dueño anterior ha tratado a golpes. ¿Cuánto tiempo tardará en acostumbrarse a comer de la mano del nuevo amo? ¿En acostarse junto a sus pies sin temer por su integridad? Tal vez no lo conseguiría nunca. ¿Querría intentarlo Anuar? Y lo que era más importante, ¿sabría, sin que Edouard se lo dijera, que era eso precisamente lo que el chico necesitaba?
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Lullaby (Privado)
Sujeto su mano cuando esta se apoyo en su abdomen con desasosiego, la estrecho con delicadeza para solo entonces atreverse a intercalar sus dedos –Supongo que lo dices por mi- ¿No le había demostrado ya su infinita paciencia? El rumano comprendía sin lugar para la duda el único factor que le haría desistir a sus intentos incesantes por abrirse paso entre las espinas, ni las heridas ni el sopor. Acaricio su mano distraídamente, con la mirada fija en algún punto distante del techo semi iluminado de la estancia, intentando adivinar entre las grietas los recuerdos del lugar ¿Cuántos más se habían refugiado entre aquellas paredes rechinantes?
-Pero eso no es un problema- la necesidad de expresarle los acontecimiento en su vida comenzó a resultarle gratificante, mentiría si aseguraba que era de su agrado hablar de su pasado pero con Carrouges todo el dolor parecía tan lejano que bien podría haberle confesado todo lo que acallaba a los demás, por algún motivo creía que el francés no llegaría a juzgarlo ni tratarlo con caridad, no era eso lo que necesitaba aunque en realidad, no necesitaba nada más que saberse conocido por el –Cuando vivía en Rumania tenía una hermana menor, me enseño a ser paciente- adivino en los espacios vacios de la manera sus propios recuerdos. Sus castaños cabellos ondeando contra el viento mientras la intentaba alcanzar.
-Así que realmente no creo que eso sea una complicación- Angeliqué solía ser una niña caprichosa acostumbrada a recibir lo que deseaba, en muchos casos su necesidad se resumía a la atención de su hermano mayor y cuando el rumano decidía ignorarla nada bueno terminaba por ocurrir. Había aprendido a callar, a procurar su bien por encima del propio, a no escatimar en sus cuidados y cariños, había aprendido a quererla a pesar de los celos que en un principio lo habían consumido. Era por ello que, podía asegurar que la paciencia era una virtud que había ejercitado y poseía ahora con amplitud –Solo te voy a pedir un favor- recordó los encuentros desagradables que había tenido en las solitarias calles de París cuando la luna se engalanaba en el firmamento.
Le observo por el rabillo del ojo, había aprendido a evadir las palabras que indicaban alguna especie de obligación cuando hablaba con el menor –París no es un lugar seguro por las noches, las zonas aledañas al bosque y las calles poco transitadas son el lugar de trabajo de prostitutas y ladrones- no le negaba frecuentar a unos ni otros a quienes se refería era un circulo más estrecho que no podía mencionar en voz alta –Agradecería si evitaras pasar por esos lugares después de la puesta del sol- un sentimiento que le increpaba acaricio su interior, una preocupación que no había conocido antes. Deposito un fugaz beso en su mejilla sentándose sobre la cama sin soltar su mano, pronto seria hora de partir.
-Pero eso no es un problema- la necesidad de expresarle los acontecimiento en su vida comenzó a resultarle gratificante, mentiría si aseguraba que era de su agrado hablar de su pasado pero con Carrouges todo el dolor parecía tan lejano que bien podría haberle confesado todo lo que acallaba a los demás, por algún motivo creía que el francés no llegaría a juzgarlo ni tratarlo con caridad, no era eso lo que necesitaba aunque en realidad, no necesitaba nada más que saberse conocido por el –Cuando vivía en Rumania tenía una hermana menor, me enseño a ser paciente- adivino en los espacios vacios de la manera sus propios recuerdos. Sus castaños cabellos ondeando contra el viento mientras la intentaba alcanzar.
-Así que realmente no creo que eso sea una complicación- Angeliqué solía ser una niña caprichosa acostumbrada a recibir lo que deseaba, en muchos casos su necesidad se resumía a la atención de su hermano mayor y cuando el rumano decidía ignorarla nada bueno terminaba por ocurrir. Había aprendido a callar, a procurar su bien por encima del propio, a no escatimar en sus cuidados y cariños, había aprendido a quererla a pesar de los celos que en un principio lo habían consumido. Era por ello que, podía asegurar que la paciencia era una virtud que había ejercitado y poseía ahora con amplitud –Solo te voy a pedir un favor- recordó los encuentros desagradables que había tenido en las solitarias calles de París cuando la luna se engalanaba en el firmamento.
Le observo por el rabillo del ojo, había aprendido a evadir las palabras que indicaban alguna especie de obligación cuando hablaba con el menor –París no es un lugar seguro por las noches, las zonas aledañas al bosque y las calles poco transitadas son el lugar de trabajo de prostitutas y ladrones- no le negaba frecuentar a unos ni otros a quienes se refería era un circulo más estrecho que no podía mencionar en voz alta –Agradecería si evitaras pasar por esos lugares después de la puesta del sol- un sentimiento que le increpaba acaricio su interior, una preocupación que no había conocido antes. Deposito un fugaz beso en su mejilla sentándose sobre la cama sin soltar su mano, pronto seria hora de partir.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Lullaby (Privado)
Estaba tumbado de lado hacia donde descansaba el rumano, con la mano enlazada a la suya sobre su abdomen. Su respiración había adquirido un ritmo tranquilo y quedo, la atmósfera era propicia para hacerse confidencias, y entonces Anuar habló de su familia. No fue una descripción detallada de su árbol genealógico, ni siquiera obtuvo nombres, pero atesoró aquella información como un gran secreto. Edouard se imaginó a Dutuescu muy lejos, en los parajes de aquella lejana Rumanía que el francés dibujaba en su imaginación con un color terroso, dorado, de cualquier forma cálido y seco. En ese escenario pudo ver perfectamente a un Anuar más joven con una muchacha que se le pareciese, con sus mismos ojos, paseando juntos. No le costaba nada visualizar a su anfitrión como el hermano protector que sin duda había sido. Eso fue todo lo que pudo deducir de su frase escueta y breve sobre el pasado, pero de momento le bastaba. Ahora tenía una instantánea en movimiento, como un fragmento de película, que le ayudaba a situar al hombre que tenía delante en un momento más preciso de su hilo existencial. Ya no era una figura salida de algún lugar misterioso sin historia ni conexiones, ahora Carrouges sabía que había tenido una familia a la que había apreciado. Cómo terminaba el cuento era algo que desconocía.
Se había perdido en su maraña habitual de pensamientos que, como la cinta de Möbius, enlazaba el final con el principio sin terminar jamás. Podría haber pasado en ensoñaciones varias horas seguidas hasta que sintiera la necesidad de comer o beber, pero su compañero tenía otros planes. Habló de nuevo, rasgando el silencio que se había aposentado sobre los dos como una capa de polvo perezoso, y Edouard tuvo que volver a enfocar la vista en su rostro encontrándolo algo más serio que un momento antes. No respondió nada cuando le pidió un favor, pero parpadeó como signo de que le estaba escuchando. Anuar estaba en lo cierto, no se le podía imponer nada al chico, aunque resultara frustrante uno tenía que encontrar la forma de presentarle los consejos disfrazados de comentarios casuales, dar vueltas y vueltas para que el sirviente no llegara a sospechar que los demás intentaban imponer su voluntad. Hasta tal punto lo azuzaba su ego, realmente inmenso para tratarse de alguien tan humilde. Naturalmente él podía andar por donde se le antojase, quisiera Dutuescu o no, pero ésa no era la cuestión. Al margen de que tratara o no de limitarle el territorio tenía una buena razón para ello, una razón noble. Se estaba preocupando por él. A Edouard le costó un poco darse cuenta de eso. Para él la preocupación era un concepto ambiguo que se entremezclaba demasiado con la posesión, pero tenía que dar al mayor un voto de confianza. ¿Cómo podría no hacerlo, si acababa de quitarle la camisa y de estrecharlo entre sus brazos? Todavía podía notar el peso del otro sobre su cuerpo si cerraba los ojos.
- Tendré cuidado.
Tal vez eso no era lo que el artista quería escuchar, porque realmente dejaba muchas posibilidades abiertas, pero era todo cuanto el menor podía ofrecerle por el momento. Sí, evitaría esos lugares al anochecer, sobre todo porque ahora tenía un nuevo motivo para querer regresar sano y salvo a casa.
Se removió sobre las sábanas cuando su motivo se incorporó para sentarse. Había creído que pasarían buena parte de la tarde acostados sin ninguna obligación, dormitando mientras transcurría el tiempo, pero había sido una fantasía estúpida. Ambos tenían mucho que hacer. Para empezar Edouard debía buscarse un trabajo, porque apenas llevaba allí unas horas y ya le debía al rumano lo que hubiera costado su pan, eso no por no hablar del tiempo que le había robado.
- ¿A dónde vas a ir? - Inquirió.
Deberían planificar la jornada si se suponía que al final de la misma iban a coincidir en la misma casa para dormir. Una casa cuya ubicación, por cierto, el francés aún desconocía. Se levantó también resignándose a separar de una buena vez sus dedos de los de Anuar, hundiendo las manos en la pileta del agua y frotándose la cara con vigor. Ya estaba bien de tonterías. Necesitaba pasar el resto del día solo, tenía mucho que hacer y en qué pensar. Miró por la ventana. El mundo parecía otro muy diferente al que conocía.
Se había perdido en su maraña habitual de pensamientos que, como la cinta de Möbius, enlazaba el final con el principio sin terminar jamás. Podría haber pasado en ensoñaciones varias horas seguidas hasta que sintiera la necesidad de comer o beber, pero su compañero tenía otros planes. Habló de nuevo, rasgando el silencio que se había aposentado sobre los dos como una capa de polvo perezoso, y Edouard tuvo que volver a enfocar la vista en su rostro encontrándolo algo más serio que un momento antes. No respondió nada cuando le pidió un favor, pero parpadeó como signo de que le estaba escuchando. Anuar estaba en lo cierto, no se le podía imponer nada al chico, aunque resultara frustrante uno tenía que encontrar la forma de presentarle los consejos disfrazados de comentarios casuales, dar vueltas y vueltas para que el sirviente no llegara a sospechar que los demás intentaban imponer su voluntad. Hasta tal punto lo azuzaba su ego, realmente inmenso para tratarse de alguien tan humilde. Naturalmente él podía andar por donde se le antojase, quisiera Dutuescu o no, pero ésa no era la cuestión. Al margen de que tratara o no de limitarle el territorio tenía una buena razón para ello, una razón noble. Se estaba preocupando por él. A Edouard le costó un poco darse cuenta de eso. Para él la preocupación era un concepto ambiguo que se entremezclaba demasiado con la posesión, pero tenía que dar al mayor un voto de confianza. ¿Cómo podría no hacerlo, si acababa de quitarle la camisa y de estrecharlo entre sus brazos? Todavía podía notar el peso del otro sobre su cuerpo si cerraba los ojos.
- Tendré cuidado.
Tal vez eso no era lo que el artista quería escuchar, porque realmente dejaba muchas posibilidades abiertas, pero era todo cuanto el menor podía ofrecerle por el momento. Sí, evitaría esos lugares al anochecer, sobre todo porque ahora tenía un nuevo motivo para querer regresar sano y salvo a casa.
Se removió sobre las sábanas cuando su motivo se incorporó para sentarse. Había creído que pasarían buena parte de la tarde acostados sin ninguna obligación, dormitando mientras transcurría el tiempo, pero había sido una fantasía estúpida. Ambos tenían mucho que hacer. Para empezar Edouard debía buscarse un trabajo, porque apenas llevaba allí unas horas y ya le debía al rumano lo que hubiera costado su pan, eso no por no hablar del tiempo que le había robado.
- ¿A dónde vas a ir? - Inquirió.
Deberían planificar la jornada si se suponía que al final de la misma iban a coincidir en la misma casa para dormir. Una casa cuya ubicación, por cierto, el francés aún desconocía. Se levantó también resignándose a separar de una buena vez sus dedos de los de Anuar, hundiendo las manos en la pileta del agua y frotándose la cara con vigor. Ya estaba bien de tonterías. Necesitaba pasar el resto del día solo, tenía mucho que hacer y en qué pensar. Miró por la ventana. El mundo parecía otro muy diferente al que conocía.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Lullaby (Privado)
La pregunta de Edouard se la había formulado el mismo instantes atrás y no había conseguido llegar aun a ninguna resolución, suponía que visitaría a aquella mujer de clase alta que lo trataba con tanta propiedad, llegaría con la vieja Sybille para que a ofensas y empujones le permitiera pasar y entablar una conversación como la que se le había negado meses atrás. La señora siempre se había interesado en su arte y si buscaba una buena escusa seguramente conseguiría algún trabajo bien remunerado para cubrir los gastos, los que involucraban ahora los alimentos del francés y posiblemente algunos otros cachivaches como plumillas, tinteros y hojas.
-No lo sé- se levanto de la cama andando en derredor, rebuscando entre los libros y pergaminos la llave de la cabaña –Pero pronto habrá cambio de turno- había concebido al velador del turno de la mañana que le cambiaria aquel día la jornada, porque no podía haber dejado a Carrouges convaleciente en la cama y tampoco habría sido capaz de llevarlo a cuestas hasta su piso, ambas opciones resultaban poco ortodoxas. La solución había sido pedirle como un favor, que podría cobrar después, al hombre que cubría aquel turno que intercambiarían papeles por un día y casi por obligación moral había aceptado, se había marchado y regresaría al anochecer para pasar el doble de horas despierto. Si antes lo había considerado casi un santo por acceder el rumano comenzaba a tener ahora sus dudas.
-¿Te parece si nos vemos en la entrada del cementerio después del anochecer?- pronuncio distraídamente a la par que un tumulto de hojas caían al suelo en su medio de su búsqueda. Termino por encontrar la llave encima de un taburete vacio –Así podre enseñarte donde queda el piso- no se atrevía a llamarlo hogar y una casa tampoco era, y no se atrevio a hacerse poseedor de el porque ya no era solo suyo. Regreso sobre sus pasos para tomar la camisa que arrugada se encontraba ahora abandonada en un especio de la cama, se la coloco abotonándola con rapidez para girarse entonces hacia el francés. Que melancólico era pensar que un momento de intimidad como aquel podía esfumarse tan fácilmente entre sus manos, se le escapaba entre los dedos mientras intentaba atrapar inútilmente los últimos vestigios de el.
No podía partir sin despedirse, sin tener la firmeza convicción de que aquello no se debía solamente a alguna especie de ensoñación que lo arrojaría cruelmente a la realidad en cuando saliera por aquella portezuela, necesitaba saber y confiar en que los sentimientos que se revolucionaban en su interior no se extinguirían al separarse, que no había sido todo motivo de una insulsa necesidad, sujeto su mentón atrapando entre sus labios los ajenos, en un beso prolongado para no olvidar -¿Tienes idea de a donde iras tu?-.
-No lo sé- se levanto de la cama andando en derredor, rebuscando entre los libros y pergaminos la llave de la cabaña –Pero pronto habrá cambio de turno- había concebido al velador del turno de la mañana que le cambiaria aquel día la jornada, porque no podía haber dejado a Carrouges convaleciente en la cama y tampoco habría sido capaz de llevarlo a cuestas hasta su piso, ambas opciones resultaban poco ortodoxas. La solución había sido pedirle como un favor, que podría cobrar después, al hombre que cubría aquel turno que intercambiarían papeles por un día y casi por obligación moral había aceptado, se había marchado y regresaría al anochecer para pasar el doble de horas despierto. Si antes lo había considerado casi un santo por acceder el rumano comenzaba a tener ahora sus dudas.
-¿Te parece si nos vemos en la entrada del cementerio después del anochecer?- pronuncio distraídamente a la par que un tumulto de hojas caían al suelo en su medio de su búsqueda. Termino por encontrar la llave encima de un taburete vacio –Así podre enseñarte donde queda el piso- no se atrevía a llamarlo hogar y una casa tampoco era, y no se atrevio a hacerse poseedor de el porque ya no era solo suyo. Regreso sobre sus pasos para tomar la camisa que arrugada se encontraba ahora abandonada en un especio de la cama, se la coloco abotonándola con rapidez para girarse entonces hacia el francés. Que melancólico era pensar que un momento de intimidad como aquel podía esfumarse tan fácilmente entre sus manos, se le escapaba entre los dedos mientras intentaba atrapar inútilmente los últimos vestigios de el.
No podía partir sin despedirse, sin tener la firmeza convicción de que aquello no se debía solamente a alguna especie de ensoñación que lo arrojaría cruelmente a la realidad en cuando saliera por aquella portezuela, necesitaba saber y confiar en que los sentimientos que se revolucionaban en su interior no se extinguirían al separarse, que no había sido todo motivo de una insulsa necesidad, sujeto su mentón atrapando entre sus labios los ajenos, en un beso prolongado para no olvidar -¿Tienes idea de a donde iras tu?-.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Lullaby (Privado)
Lo siguió con la vista intentando que no se le notara demasiado. No quería que Anuar sintiera sus ojos clavados en su espalda, pero es que Edouard sentía que el torso del rumano era como su pequeño terreno conquistado. La primera camisa que sus manos habían desabrochado durante un arrebato de deseo hasta entonces desconocido. No pudo apartarle la mirada de encima hasta que su anfitrión volvió a vestirse, tapando así su cuerpo y al mismo tiempo la certeza de que el episodio de locura transitoria de ambos había ocurrido realmente. El criado suspiró imperceptiblemente y volvió a mirar por la ventana, intentando trazarse aunque fuera el más descabellado de los esquemas mentales. Si no tenía un plan no sabría por dónde empezar a buscar, pero paradójicamente ese día en concreto no tenía el seso especialmente lúcido. Habían pasado demasiadas cosas en muy poco tiempo como para enfrentarse ahora a la decisión más importante de su vida: la de encontrar un sustento para poder continuar.
- Vale, nos veremos entonces. - Accedió medio distraído.
Sus ojos, que de normal no representarían problemas de legibilidad para Dutuescu, estaban ahora velados por una suerte de niebla que no ponía nada fácil interpretar su expresión. No es que le envolviera de nuevo la oscuridad que le había acompañado fielmente todos los años de su vida, pero ya comenzaba a apagarse la chispa que el rumano había logrado encender en él y que por un momento le había otorgado el aspecto de un joven despreocupado y contento. No se le podía pedir tanto a Carrouges. Su talante natural podría ser incluso ingenuo, pero el tiempo se había ocupado de pulirle ciertas asperezas y otorgarle otras tantas, moldeándolo como una figura de arcilla hasta volverlo terco, desconfiado y suspicaz. Por mucho que el muchacho le pusiera voluntad no iba a lograr librarse del todo de eso porque era su carácter, y solo con mucha paciencia y dedicación podría Anuar educarlo, enseñarle que había otros patrones de conducta que le serían más ventajosos. Ante los mismos hechos desafortunados uno podía escoger siempre sobreponerse o rendirse a la fatalidad. Hasta el momento Edouard había sido de los segundos.
Esta vez no apartó la cara cuando el mayor tomó su mentón, como una caricia al principio y luego con firmeza. Ese beso largo estaba empapado del convencimiento de la voluntad férrea del pintor, que dejó la impresión en el francés de que no estaba dispuesto a olvidar lo que habían compartido hacía unos minutos. Ahora las cosas son diferentes entre nosotros, ahora me perteneces. La pretensión de seguir juntos por el camino que tal vez un desliz había puesto ante ellos tendría que haber molestado al sirviente, que no tomaba nada bien que los demás le dijeran lo que tenía que hacer, pero curiosamente le ayudó que Anuar hubiera tomado las riendas. Así no tenía que pensar más; daba lo mismo a qué conclusiones llegara con respecto a su nueva relación - mucho más enrevesada y difícil de describir que antes - si el rumano igualmente iba a cobrarse los besos que le viniera en gana. Además, a Edouard le gustaron sus labios por la forma en que aunaban determinación y dulzura. Sería mentirse a sí mismo decirse que no lo disfrutó.
- Ni la más mínima. - Confesó, sonriendo luego. - Pero algo se me ocurrirá.
Pasó al lado del mayor dedicándole una última mirada indescrifrable a sus cabellos rojizos tan característicos, y después salió de la cabaña. No olvidaba que dejaba tras de sí su equipaje, pero estaba bajo la cama y no estorbaría al otro sepulturero. Además tampoco contenía nada de interés para un ladrón, solo cosas viejas y alguna ropa; ya la recogería cuando cayera el sol, antes de su cita con Anuar. Ahora tenía cosas que hacer y un futuro que labrarse.
- Vale, nos veremos entonces. - Accedió medio distraído.
Sus ojos, que de normal no representarían problemas de legibilidad para Dutuescu, estaban ahora velados por una suerte de niebla que no ponía nada fácil interpretar su expresión. No es que le envolviera de nuevo la oscuridad que le había acompañado fielmente todos los años de su vida, pero ya comenzaba a apagarse la chispa que el rumano había logrado encender en él y que por un momento le había otorgado el aspecto de un joven despreocupado y contento. No se le podía pedir tanto a Carrouges. Su talante natural podría ser incluso ingenuo, pero el tiempo se había ocupado de pulirle ciertas asperezas y otorgarle otras tantas, moldeándolo como una figura de arcilla hasta volverlo terco, desconfiado y suspicaz. Por mucho que el muchacho le pusiera voluntad no iba a lograr librarse del todo de eso porque era su carácter, y solo con mucha paciencia y dedicación podría Anuar educarlo, enseñarle que había otros patrones de conducta que le serían más ventajosos. Ante los mismos hechos desafortunados uno podía escoger siempre sobreponerse o rendirse a la fatalidad. Hasta el momento Edouard había sido de los segundos.
Esta vez no apartó la cara cuando el mayor tomó su mentón, como una caricia al principio y luego con firmeza. Ese beso largo estaba empapado del convencimiento de la voluntad férrea del pintor, que dejó la impresión en el francés de que no estaba dispuesto a olvidar lo que habían compartido hacía unos minutos. Ahora las cosas son diferentes entre nosotros, ahora me perteneces. La pretensión de seguir juntos por el camino que tal vez un desliz había puesto ante ellos tendría que haber molestado al sirviente, que no tomaba nada bien que los demás le dijeran lo que tenía que hacer, pero curiosamente le ayudó que Anuar hubiera tomado las riendas. Así no tenía que pensar más; daba lo mismo a qué conclusiones llegara con respecto a su nueva relación - mucho más enrevesada y difícil de describir que antes - si el rumano igualmente iba a cobrarse los besos que le viniera en gana. Además, a Edouard le gustaron sus labios por la forma en que aunaban determinación y dulzura. Sería mentirse a sí mismo decirse que no lo disfrutó.
- Ni la más mínima. - Confesó, sonriendo luego. - Pero algo se me ocurrirá.
Pasó al lado del mayor dedicándole una última mirada indescrifrable a sus cabellos rojizos tan característicos, y después salió de la cabaña. No olvidaba que dejaba tras de sí su equipaje, pero estaba bajo la cama y no estorbaría al otro sepulturero. Además tampoco contenía nada de interés para un ladrón, solo cosas viejas y alguna ropa; ya la recogería cuando cayera el sol, antes de su cita con Anuar. Ahora tenía cosas que hacer y un futuro que labrarse.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Lullaby (Privado)
Pronto la imagen de su partida anterior se coló en sus pupilas, un adiós premeditado que amablemente le había sido comunicado con un lenguaje que iba más allá de lo verbal, una maraña de acciones que por una u otra razón habían desembocado tristemente en su separación. Ahora, el actuar de Carrouges fue tan errado que ni la certeza de una partida ni de una estadía quedaba acunada entre sus labios como una promesa a la que aferrarse, era más fácil saber con claridad pero entonces, cuando los sentimientos se verbalizaban y cuestionaban en voz alta, desaparecían como engullidos por un ente ajeno que dictaminaba que no era merecedor de ellos –Que te vaya bien- susurro cuando la puerta se hubo cerrado y el francés estaba ya lejos para escucharlo.
Paso el siguiente cuarto de hora esperando al canoso hombre que hacía las veces de velador en el turno vespertino, un hombre que era por totalidad un engaño. Lucía su nívea barba debidamente recortada, una tupida pero nada espesa que dejaba entrever los años que cargaba, cualquiera hubiese creído que el hombre no era capaz seguir andando y mucho menos de hincarse ante las tumbas para lavar las remembranzas que se exponían sobre unas y otras. Recordaba haber hablado con el tiempo atrás, hace algunos años cuando llegaba por primera vez desconociendo aun de todos los miedos y deseos que se acunaban en sus adentros escondidos certeramente justo detrás de la indiferencia. Era más fácil vivir así, llevado por una corriente de poco y nada.
Partió en cuanto el anciano arribo a la cabaña y en compañía de las dudas y la incertidumbre intento idear un plan para aquel día y los demás. No iba a permitirse desistir hasta no haber encontrado la solución y si nunca antes se había preocupado por tener una buena fuente de ingresos, la necesaria para subsistir, ahora se aferraría a la idea de algo mejor. Y si el destino por fin decidía que su vida estaba demasiado repleta de fatalidades como para seguir mancillándolo la búsqueda no debía ser prolongada. Suspiro profundamente mesándose los cabellos con disimulo, asistir con la señora no era su primera opción más la única recomendable. Pateo un guijarro que se escaba del suelo observando a las personas en derredor, nadie jamás entendería lo que acababa de ocurrir en la cabaña, era ahora un secreto entre el francés y el.
Paso el siguiente cuarto de hora esperando al canoso hombre que hacía las veces de velador en el turno vespertino, un hombre que era por totalidad un engaño. Lucía su nívea barba debidamente recortada, una tupida pero nada espesa que dejaba entrever los años que cargaba, cualquiera hubiese creído que el hombre no era capaz seguir andando y mucho menos de hincarse ante las tumbas para lavar las remembranzas que se exponían sobre unas y otras. Recordaba haber hablado con el tiempo atrás, hace algunos años cuando llegaba por primera vez desconociendo aun de todos los miedos y deseos que se acunaban en sus adentros escondidos certeramente justo detrás de la indiferencia. Era más fácil vivir así, llevado por una corriente de poco y nada.
Partió en cuanto el anciano arribo a la cabaña y en compañía de las dudas y la incertidumbre intento idear un plan para aquel día y los demás. No iba a permitirse desistir hasta no haber encontrado la solución y si nunca antes se había preocupado por tener una buena fuente de ingresos, la necesaria para subsistir, ahora se aferraría a la idea de algo mejor. Y si el destino por fin decidía que su vida estaba demasiado repleta de fatalidades como para seguir mancillándolo la búsqueda no debía ser prolongada. Suspiro profundamente mesándose los cabellos con disimulo, asistir con la señora no era su primera opción más la única recomendable. Pateo un guijarro que se escaba del suelo observando a las personas en derredor, nadie jamás entendería lo que acababa de ocurrir en la cabaña, era ahora un secreto entre el francés y el.
TEMA FINALIZADO
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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