El destino que juega con nosotros (Anuar)

Renunciado, había decidido renunciar a la labor como velador por las escasas y esporádicas horas de sueño que lograba conciliar, agobiado por los que aceres del día siguiente y las cuentas que no lograba saldar. Aquella noche sería la primera después de algunas semanas, que bastaron para agobiarlo, que pudiese pasar en completa tranquilidad. Acunado en los canticos que Morfeo, entonados como por algún coro celestial, entonaba desde el interior de los sueños que con tacto terso y sinuoso se escurrían entre sus pestañas. No deseaba más que perder la conciencia y despertarse con los primeros rayos de sol lamiendo su cara, bañando la habitación de aquella calidez que se anidaba en su interior.

Le pareció no solo extraño sino preocupante que el francés no hubiese llegado ya, no podía evitar sentir un malestar reptándole por las entrañas ante su ausencia cuando las calles parisinas se ocultaban bajo el denso manto de obscuridad. Aquella noche la luna se escondía con timidez tras los nubarrones que surcaban el firmamento estrellado. Tocaban, pero Edouard nunca tocaba. Aderezo los rojizos mechones que sobresalían detrás de su oreja atravesando la estancia con una rapidez que lucía exagerada en contraste con su parsimonioso actuar. Giro la perilla, que nunca llevaba seguro, y lo que vio no lo sorprendió.

Espectros de antaño materializados con sus memorias, había perdido ya la cuenta de la cantidad de veces que había soñado con algo así. Con un regreso heroico y milagroso que solo ocurría en su imaginación –Que agradable sorpresa- sabía que aquellas visiones terminaban en cuanto abría los ojos de vuelta a la realidad, quizás, se había quedado dormido sin llegarse a percatar. Una canasta de membrillo, que conveniente, para alimentar las bocas que ahora buscaban cada día de que alimentarse. No podía negar, sin embargo, que habían estado alimentándose como Dios, si existía, mandaba. Extendió las manos para sujetar el cesto, darse un buen festín entre sueños, el tacto áspero del objeto desentono de todo su sueño, porque no había duda que aquello no podía ser verdad.

-Rahat- la palabra viajo veloz por sus labios para perderse peldaños abajo. Trago en seco, porque le parecía que su boca estaba más pastosa de lo usual y sin pensarlo, o pensándolo mucho, extendió su mano hacia el vampiro, o la aparición del mismo. Apoyo su mano sobre su fría y áspera mejilla, aquella piel de marfil que había olvido como se sentía, movió el pulgar hacia sus labios para verificar la existencia de colmillos. Hay estaban, blancos y alargados como diminutas dagas personales, se habría pinchado el dedo para comprobarlo si aquello no le hubiese resultado en sobremanera perturbador -Tu no puedes ser real- intentaba asimilar la cantidad de emociones, todas ellas contradictorias, que azotaban violentamente su interior. La rabia, el desentendimiento y la alegría se entrelazaban de manera dispar. Incluso sopeso la idea de haber perdido la cordura en su totalidad.

Frunció el ceño, sin percatarse, cuando lo escucho comenzar a enlistar las cantidades de cada alimento que yacía en el cesto. No le importaba saber si era una docena de huevos o un montón de naranjas sin jugo, aunque debía agradecer su preocupación, las únicas palabras que habría deseado escucharle pronunciar no salieron nunca de sus labios ¿Le parecía correcto? Sus nudillos habían perdido su color por la fuerza con que sujetaba el cesto, si tan solo el vampiro entendiera de cosas correctas e incorrectas no se habría ausentado por más de año y medio, pensó, con el rostro enrojecido por algo que no era su usual timidez o recato.

El abrazo le parecía ajeno, aquellos brazos a los que antes hubiese corrido sin pensarlo solo lograban recordarle lo mucho que lo había extrañado. Deseo poder rodearlo también y perderse en la frialdad de su cuello para lanzar todo al olvido, fingir que nada había pasado, que su ausencia no existía en algún otro tiempo y espacio que habían decidido idear. Sin embargo, no lo logro, y su única reacción fue ubicar su mano sobre el torso del vampiro para alejarlo de si, aquel famélico cuerpo que le recordaba a los espárragos –Yo también lo siento- lamentaba no poder darle la bienvenida que seguramente estaba esperando. Lamentaba temer más que solo cariño, porque la indiferencia y el rencor se habían acunado en su ausencia, le había otorgado el titulo de pasado y no era fácil regresar a él.

-¿Dónde habías estado?- tuvo que morderse la lengua para no agobiarlo con un bien merecido interrogatorio, si habían sido sus medios o inseguridades lo que lo habían mantenido lejos por tanto tiempo deseaba saberlo cuanto antes. Así no sentiría remordimiento por correrlo de su hogar, el simple pensamientos le produjo arcadas ¿Desde cuándo pensaba en echarlo? ¿Desde cuándo aquel lugar se había vuelto su hogar? –¿Tienes idea del tiempo que ha pasado?- quizás en su capacidad de vampiro no había logrado entender el tiempo que había estado ausente. Si lo traducía a años humanos aquello equivalía al nacimiento de un infante y casi su primer año de vida, tiempo suficiente para enfermar gravemente y fallecer, más importante aún, ahora el rumano era mayor que él.

Soren no tenía la culpa de su mala suerte, eso era verdad, la poseía desde mucho antes de tocar la estatuilla gitana maldita. El vampiro no tenía la culpa de la partida de Sophia o la desaparición de su hermana, tampoco del pesar de no poder pintar, no era culpable de los días de soledad y hambruna. Más tampoco había estado ahí a su lado para mitigar el dolor, el rumano había reaprendido a vivir solo, y estaba seguro que así habría de terminar -¿Por qué decidiste regresar ahora?- cuando había conseguido superar su ausencia o por lo menos, eso quería creer.

Tenía que aceptar que Francia y Rumania no eran semejantes ni por asomo, en su natal todas las madres poseían una obligación moral de contarles a sus hijos las anécdotas de vampiros que habitaban la obscuridad. Era una tradición recopilar y transmitir aquellas historias que más parecían sacadas de alguna turbia imaginación, antes de conocer a Soren el rumano no creía en aquellos seres. Suponía que ante tal realidad debían existir un mayor número de cazadores que se entrenaban desde corta edad bajo el mandato de algún familiar con la experiencia necesaria, legándoles un trabajo que no les correspondía. No le fue difícil imaginarse la agilidad y determinación del cazador contra la torpeza y falta de fuerza del vampiro.

Lo siguió con la mirada desde su lugar, sujetando con ambas manos el cesto -¿Por qué te tuvo un año si lo que quería era venderte?- desconocía como funcionaba la vendimia de vampiros pero sabía que a un animal cuando se le deseaba vender se le mantenía el menor tiempo posible. Porque implicaba una pérdida de recursos en su alimentación y cuidados, aspectos que seguramente Soren no había conocido en su encierro. Avanzó algunos pasos, los necesarios para hacerse de un espacio en el sofá que había hecho las veces de cama –Supongo que la has pasado mal- atormentado cada día por saber que podría no volver a despertar, agobiando por el hambre y su cancerbero. Se sintió mal por no poderle dar la bienvenida que se merecía –Me alegra que estés bien- una sonrisa de medio lado crispo sus alargados labios, hablaba con sinceridad.

-¿Cómo has logrado salir?- intento por todos los medios deshacerse de aquel sentimiento que le hacía exudar un humo negro, de ese color seria si las emociones pudiesen tener apariencia. Deposito la cesta aun lado del sofá indicándole al vampiro que podía sentarse a su lado aunque después de un más de un año de encierro comprendía si prefería seguir en pie, avanzando por la habitación como una fiera enjaulada -¿Ya has cenado algo?- se encontró preguntando un montón de cuestionamientos que en realidad no eran de suma relevancia, no en comparación de esos otros que se aglutinaban en su garganta. Todo le pareció demasiado complicado.

Se meso los cabellos echando la nuca sobre el respaldo para buscar en las grecas del techo y los manchones producto de la pobre iluminación, la respuesta a aquellos temores materializados. Le pareció escuchar en la lejanía el renuente sonido de la soledad.

O quizás el hombre no deseaba seguirse preocupando por un vampiro olvidado en su sótano, comenzó entonces a maquilar la clase de vida que aquel hombre debía tener. En su mundo apócrifo el cazador era un hombre alto y fornido aunque con los años arrugando su rostro y desgastando su agilidad. Era viudo, porque algún ser nocturna habría asesinado a su esposa en antaño, dejándolo al cuidado de su única hija, con la que debía ser en extremo sobreprotector, aterrador por poder perder a la única familia que tenia ahora. Quizás algo le había ocurrido a su hija, presa de alguna extraña enfermedad, entonces su descuido adquiría cierta lógica a su pensar.

Fue la dilección en sus palabras lo que le obligo a volver a la dolorosa realidad, sonrió con torpeza, con aflicción, la comisura del labio le tembló antes de que el gesto se desvaneciera. Incorporo su cabeza para plantar su melosa mirada en los acuosos orbes del vampiro, aquellos que podían ser un estanque claro o un bloque de hielo según la ocasión. Neros, recordó violentamente –Volviste por ti, no por mi- el rumano comprendía las clases de cosas que uno podía llegar a realizar en nombre del amor, lo había experimentado como un pobre alquimista -¿Qué has descubierto a tu regreso?- le pareció que su ropa lucia en extremo desaseada. Los primeros meses se había paseado por su tienda y casa, pronto el ayudante que custodiaba el lugar decidió desistir ante su prolongada ausencia.

-Sabes que no me hubiera importando que llegaras aquí- de haber llegado un días antes, no se encontraría en aquellos instantes con aquel amargo sabor de boca que parecía ir mezclado con su saliva. La duda que se cernía ahora en su interior no habría conocido la vida, el manojo de sentimientos que se arrebujaban en su pecho habrían sido un ramillete reluciente, esos días, sin embargo, habían marcado la diferencia. Y aquello le hacía pensar y cuestionarse si no era el destino conspirando contra su felicidad –Podría haberte ayudado- observo sin disimulo su muñeca, recordando el tiempo que había pasado desde la última vez que un vampiro había bebido su sangre. En realidad, solo Eric y Soren la habían probado alguna vez.

Se levanto del sillón rodeando el cuerpo del sueco para avanzar con el cesto en manos hacia la habitación –Sophia ya no vive aquí- comunico con lamento. Extrañaba su atigrado cuerpo estrechándose contra su pecho para calentarlo en las noches de invierno, la melancolía lo invadió al recordar su cuenco de leche y la carta, la que le había prometido enviarlo, se había perdido en el trayecto. Suspiro profundamente abriendo la puerta de la habitación para depositar la comida sobre la mesa desocupada que se alzaba diminuta a un lado de la cocineta. Necesitaba encontrar las fuerzas necesarias para hablarle del francés, necesitaba dejarle el claro su existencia. Y la simple idea de tener que hacerlo le impidió hablar.

Era lógico, lo extraordinario hubiese sido haber encontrado la casa en perfecto estado, sin ningún inquilino indeseado. Pensó en la mejor manera de hacer volver a aquellos hombres al callejón del que habían salido, no podría estarles haciendo ningún mal, volverían a lo que toda su vida habían conocido. Aquellos meses en la posada del vampiro serian solo un capitulo de tranquilidad en su ajetreada y desgastada vida –Iré mañana y veré que puedo hacer- la opción de acogerlos en su morada no era concebible, un espacio tan reducido en compañía de una familia de desconocidos, que además poseían dos infantes, resultaba no por menos aterrador –Creo que han abierto una posada de precios austeros- podría pagarles los primeros días de alojamiento.

No le resultaba inhumada la acción de sacarlos de la casa, no les quitaba nada que fuera de ellos por derecho. Si lo veía de esa manera, en el aspecto legal, inclusive podría enviar a un montón de gendarmes a sacarlos. Sin embargo, no sería capaz de usar aquella fuerza desmedida, no dudaba que aquellos hombres carentes de moral y escrúpulos terminasen echándolos a la calle a puntapiés y empujones. Inspiro audiblemente, ayudarles con la posada sonaba mejor, aunque aquello significase gastar sus ahorros en algo diferente a los alimentos y sus necesidades. Decidió que no pondría al corriente al francés de aquella decisión.

¿Qué no era peligroso de aquella relación? La cuestión lo había inundado de dudas años atrás, no solo se trataban de dos hombres sino que uno de ellos necesitaba de la sangre para poder seguir viviendo. Viviendo a expensas de los fluidos de alguien más -¿Bajo tierra? – lo había hecho con anterioridad, vivir días enteros entre gusanos y suciedad, resguardado en la humedad del suelo. Miro por el rabillo del ojo la ropa roída y malgastada del vampiro y sin pensarlo, saco una camisa limpia y un pantalón sin usar que yacían doblados en una de las tantas cajas que conformaban la decoración de la habitación. Los colores que antes habían brillado sobre el suelo lucían ahora opacos por el paso del tiempo.

-¿Crees que te queden?- suponía que si, aunque debería doblar las mangas y subir la bastilla del pantalón. La altura del rumano siempre había sobrepasado por escasos centímetros la media natural –Debo tener aguja e hilo por algún lado- era más fácil hablar del tamaño de la ropa que de aquellos temas de creciente relevancia.

El estomago entero se le contrajo en un espasmo doloroso que le impidió por varios segundos respirar, disimulo, intento hacerlo. Era cierto que el vampiro y el rumano serian eternos dueños de una relación, no estaba seguro si en esos precisos instantes ambos pensaban en lo mismo al escuchar la unión. Las amistades eran también relaciones –Soren- llamó bajo y suave, le recordó al tono de voz que utilizaba en su infancia para confesar sus fechorías, que si bien pocas, alguna vez agobiaron su niñez. Abrió y cerro los labios en repetidas ocasiones para terminar acallando todas esas cosas que necesitaba pronunciar, el nudo en su garganta amenazaba con asfixiarlo.

-Tenemos que hablar sobre eso- tenían tanto de que hablar que las horas que restaban en ausencia de los rayos del astro rey parecían escasas y mezquinas. Una noche no bastaría para resumirle de la manera más austera el último año de su vida. Rebuscaba entre los botes y cajillas la que contenía los hijos y utensilios para zurcir, antes del accidente, había logrado rescatar varias prendas viejas que renovaban su vida. Fue entonces, cuando estaba encorvado buscando el material, que la voz del francés taño el aire de la habitación y su atención se volcó sobre él. Vaya suerte, vaya azar, si existía un Dios debía estarse mofando y disfrutando su fortuna.

-Edouard- su voz emergió fuerte y clara, tensando la cuerda invisible en su tráquea, la escena se le antojo como la de algún libro dramático con exceso de tensión. Y seguramente se trataba de su imaginación pues no había manera de que uno u otro comprendiera lo que estaba pasando en realidad ¿Cómo presentarlos sin entrar en conflicto? ¿Cómo saber que titulo darle a cada quien? –Soren el es Edouard- parecía lo correcto, lo educado, mencionar primero a quien ya estaba en la habitación –Y el es Soren…- las palabras se escaparon de la boca, se evaporaron rápidamente con el aire a su alrededor –Un viejo amigo- no había engaño en sus palabras. Más, si Carrouges lo leía en aquel instante con la facilidad que solía mostrar entendería que tampoco era toda la verdad.

Se percato entonces de la inusual suciedad en el menor -¿Has tenido mejor suerte hoy?- alargaría la plática superflua tanto como pudiese, si tenía que hablar prefería hacerlo por cada uno por individual –Soren ha traído un presente, si tienes hambre podemos cenar pan y huevo- lo pensó unos instantes –Si tienen hambre- era mejor no levantar sospechas sobre la verdadera condición del sueco ¿Qué pensaría Carrouges de saber que aquel hombre se alimentaba de sangre humana? Seguramente, y no sería capaz de culparlo, saldría corriendo de su vida.

Mentía, le mentía con una indiferencia tal que le hirió, como una estocada de una daga invisible algo molesto en su costado. Edouard no entendería jamás lo mucho que el rumano se preocupaba por él, pensó en tomar sus pertenencias y salir corriendo antes que el francés para poder así dejarle vivir en aquel humilde piso que ahora era tanto de uno como del otro, o eso le había gustado pensar. Con ingenuidad había creído que Carrouges podría estar dispuesto a dejar de huir de su presencia, como si en realidad hubiese algo por que quedarse, algo a lo que aferrarse y por lo cual luchar. Se equivocaba, como tantas veces lo había hecho ya, se equivocaba y la cruda realidad lo desanimo por unos segundos que le supieron eternos.

Abatido, observo el gesto del vampiro, en otro tiempo habría sonreído, le habría agradado saber que un tercero desconocía de su secreto, de un amor jurado que le parecían ahora distantes promesas que no le pertenecían a él. Si hubiese aguardado, si hubiese tenido la paciencia que pregonaba poseer nada de aquello estaría ocurriendo, habría pasado los tortuosos meses en soledad y a su regreso habría saltado sobre sus brazos. Había decidido que era buena idea, aunque realmente nada quedaba a su decisión, dejar que alguien más encontrara refugio allá donde pocos habían logrado entrar. Se detuvo en el marco de la puerta observando a los dos hombres que se encontraban en su habitación, podría sentirse airoso de tenerlos a ambos en aquel lugar, la sensación que lo acogió sin embargo, no tenía nada que ver con el orgullo o la alegría.

-Solo tenemos pan y algunas verduras- en realidad creía que su almacén de alimentos se limitaba a unas cuantas piezas de pan de en la mañana y manzanas o papas de aquí o allá. Se apresuro con calma a la cercanía del francés, jerarquizo, lo importante era impedir que decidiera hacer de las calles su hogar. El rumano comprendía, con desanimosa claridad, que convérselo de quedarse en aquel piso, ya ni siquiera pensaba que con él, iba a constarle más que algunas súplicas y argumentos –No tienes porque irte- susurro cerca de él. El rumano pensaba que si Edouard decidía partir no podía sujetarle una pierna para impedírselo, sería una decisión del menor, estaría eligiendo dejarlo al olvidado. De cualquier manera, nunca había sido bueno para retener a las personas.

-No tienes porque mentir- no necesitaba engañarlo haciéndole creer una mentira que ambos comprendían por falacia, Edouard no era tan buen actor, o quizás no quería serlo. Mordió el interior de su mejilla pensando en todo lo que podía decirle y que decidía callar, decidía, en realidad eran tantas las palabras que terminaron por aglutinarse en su garganta, adhiriéndose a su lengua, reptando de regreso a su interior –Deberías quedarte a cenar- pronuncio fuerte y claro – Mañana por la mañana te ayudare a empacar- pensó en comprar una nueva llave y dejarlo encerrado, no, eso era una locura. Meneo la cabeza sin ser capaz de tomar una decisión y de tener que hacerla, de ser necesario, elegiría sin preferir, la soledad.

Cerro los parpados anteponiéndose a lo que vendría a continuación, no existía forma alguna de que aquella oración no hubiese llegado a oídos del vampiro. Y ahora había herido a las únicas dos personas que amaba en realidad en cuestión de minutos, una noche y menos le fue suficiente para echarlo todo a perder. Era verdad, el vampiro había regresado –Para- su lastimosa voz le recordó a los chillidos de los perros vagabundos que solían acercarse a las personas en busca de migas de pan. Y como los animales, el rumano parecía ir recolectando los restos de lo que en alguna momento le perteneció, los dos y ahora, ninguno.

El cuerpo del vampiro había atravesado con tal rapidez la habitación que hizo de su respuesta una acción tardía. Ni siquiera había utilizado la puerta, se abalanzo sobre el barandal de madera que delimitaba el diminuto balcón de la galería e intento vislumbrar la silueta obscura del sueco sobre algún tejado. La madera chillo contra su peso inclinándose hacia afuera, y aunque hubiese preferido resbalar y dejarlo todo atrás el destino se acomodaba para permitirle vivir en su miseria. Elegir, necesitaba tomar una decisión y no estaba preparado para hacerlo, en realidad llegaba a suponer que jamás estaría listo para abandonar a ninguno de los dos.

¿Y si cometía alguna estupidez? ¿Y si presa de la sorpresa y la desilusión terminaba por lanzarse de cabeza a una hoguera? Real o imaginaria, bastaría con quedarse meditando al cielo abierto para que el astro rey y sus primeros vestigios acabaran con su eterna existencia. Los nudillos palidecieron por la presión que ejerció sobre la madera esperando a que cediera, nunca lo hizo –No puedes irte- hablo con una determinación ajena a él, con una autoridad que no poseía, había olvidado lo contradictorio que era el menor –No puedes irte hasta que aclaremos todo- no le iba a permitir cruzar el umbral de la puerta principal con la promesa de no regresar nunca más.

El francés no le hacía ningún favor saliendo de su vida, así como el rumano no le había hecho ningún bien a Sophia habiéndola dejado partir con la idea de que nada la ataba a aquel lugar. Había otras maneras, opciones en las que ninguno de los dos tenía porque sufrir. Regreso los pasos que había avanzado pensando en todas aquellas cuestiones que lo aturdían –No puedes irte- y su voz antes autoritaria se desplomo, no hablaba en el estricto significado de la palabra, claro que el francés se podía marchar. Lo que quería decir y no dijo envolvía un aspecto más sensible y sentimental que su presencia, no quería que se fuera. Y si algo tenía que ver con el inminente regreso de la soledad no le quedo claro.

Observo en todas direcciones antes de atinar en los orbes de Carrouges ¿Qué no leía en su dolor su dilección? Y sin embargo, no era capaz de asegurar que Soren no le importaba ya, iría a buscarlo en cuanto tuviera la oportunidad. Ahora estaba en su piso y era el francés y no el sueco a quien tenia enfrente, con aquella marejada de sensaciones revolucionándose en su interior, sentimientos que no podía nombrar con palabras humanas –Te amo-.