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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Soren Kaarkarogf Mar Abr 23, 2013 9:59 pm

Recuerdo del primer mensaje :

Regresar a Paris había sido menos tortuoso de lo que pensó, puesto que comparado a lo que le ocurrió en Rumanía, aguantar un poco de sed parecía un juego de niños. Fue recuperando fuerzas poco a poco, bebiendo esporádicamente de pasajeros en el tren, cuidándose de no ser visto y escondiéndose en el vagón del equipaje durante el día. Cuando llegó a París se encontró con que su casa había sido invadida por una familia de indigentes que se habían posesionado de ella al estar abandonada por casi un año, lo cual era bastante lógica. Mejor así que asaltada por bandidos, pensaba Soren, sin embargo seguía siendo una incomodidad tremenda ya que no sabía como sacarlos de allí y cada que lo intentaba, recordaba que habían dos querubines durmiendo en su cama y no se sentía capaz de echarlos a la calle.

Tal vez se había vuelto más blando con el tiempo, o esa compasión venía de estar en tanto contacto con humanos y menos con los de su misma especie. Sobre todo estar con Anuar, quien le había brindado una perspectiva de la humanidad que antes no tenía. Y hablando de Anuar, esa noche se encontraba con la determinación necesaria para afrontar su rostro molesto y para dar todas las explicaciones necesarias. Soren había cometido tantos errores en su vida, que estarse disculpando por su torpeza ya era algo natural en él, así que no le preocupaba el tener que hacerlo de nuevo.

Se encontró entonces, tocando la puerta del piso del susodicho, vistiendo los harapos de siempre, esta vez más corroídos y mustios que nunca (pues había perdido su trabajo en la Universidad y su casa) y con una canasta de mimbre sostenida en uno de los brazos, con el trapo oscuro debidamente cubriendo y protegiendo el contenido en la misma.

Llevar un presente siempre era lo más recomendado en una visita, le había dicho su madre más de 200 años atrás en su juventud, se trataba no sólo de etiqueta, sino una muestra de interés y preocupación por el otro. Así pues que esperó nerviosamente a que la puerta se abriera.
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Mensaje por Soren Kaarkarogf Sáb Mayo 11, 2013 10:58 pm

Sin pensarlo se encontró saltando en el frío aire otoñal Parisino, saltar al vacío no era una forma de buscar hacerse daño, estaba escapando como siempre. Dio una vuelta en el aire un par de metros antes del suelo y se agarró de la cornisa de un techo más bajo y volvió a impulsarse en el aire para trepar por la pared del edificio, aferrándose a los bordes de las ventanas y pronto llegó al techo donde se sentó. Sus pies colgaban al vacío mientras suspiraba imaginando que estaría pensando Anuar por su repentina desaparición en su apartamento justo bajo él. Si se esforzaba tal vez podría escuchar la conversación que llevaban ellos dos, pero eso sería espiar y no se sentía para nada cómodo con la idea de estar escondido como un delincuente escuchando conversaciones ajenas.

Aunque la curiosidad lo mataba y miles de preguntas se formulaban en su cabeza. ¿Quien era ese hombre y en que circunstancias lo había conocido? Había pasado casi un año, era bastante tiempo si se pensaba como humano, aunque para un vampiro aquello fuese un parpadeo. Era consciente de que para Anuar el tiempo corría de manera diferente. Sin embargo Soren había escuchado historias donde hombres se iban a la guerra y volvían años después para encontrar a sus esposas esperándolos.

¿Si hubiese podido avisarle a Anuar el motivo de su ausencia de alguna forma, este le habría esperado?

Meditó en el asunto y aunque una parte de si, le decía que un año era muy poco como para cambiar a la persona que se suponía amaría para 'siempre', otra parte de si mismo le decía, que seguía siendo un 'humano' y los humanos eran criaturas volubles. Si algo había aprendido a través del arte y la literatura durante todos esos años era que el ser humano era un ser cambiante.

Se preguntó entonces si aquel chico sería su 'remplazo', si estaría supliendo las necesidades físicas, espirituales y sentimentales de Anuar, llenando un vacío que seguro había quedado en su ausencia. Suspiró cerrando los ojos, la brisa fría se deslizó por entre su cabello removiéndolo - Si es así... el Edouard debe ser una buena persona - Concluyó, sabía que Anuar no aceptaría a cualquiera en su vida ni en su corazón. Abrió los ojos y observó el cielo tachonado de inalcanzables estrellas - ¿Y ahora que? - Le preguntó a ellas, como si pudieran responderle.

De repente la brisa le trajo el olor de la camisa de Anuar que llevaba puesta y un par de gruesas lágrimas sanguinolentas rodaron pesadamente por sus mejillas. Volvía a estar sólo, era como volver al principio. Justo cuando creía que había avanzado, volvía a retroceder.
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Mensaje por Anuar Dutuescu Dom Mayo 12, 2013 9:53 am

El cuestionamiento le pareció natural, incomodo, indeseado, pero natural. La respuesta resultaba ser la parte compleja del asunto, confesarle la existencia de aquellos seres era algo que hubiese deseado no tener que hacer. No todas las personas, no todos los humanos reaccionaban con la misma tranquilidad que él y creía que en gran medida se debía a su lugar de procedencia. Su mirada se clavo en los sitios obscuros de la calle, si Soren seguía resguardado en alguno de ellos necesitaba que supiera que no había sido su intención, herirlo no estaba en sus planes. Le costó poco más de algunos segundos ceder a las peticiones sin nombre del francés, se dejo alejar sabiendo que una parte de el había saltado junto con el vampiro sin la misma suerte.

Se hundió en aquel gesto de afección y en sus palabras sinceras. Su cuerpo temblaba con una violencia que no le había conocido en antaño, porque no era igual a los trémulos que le agobiaron después de la muerte de la anciana. Rodeo su cuerpo con sus brazos, sujetándose a sus prendas como si de soltarlo su figura se pudiese evaporar entre sus manos. Negó contra su hombro sabiendo lo que debía hacer, contarle los mismos cuentos que en su infancia le habían pretendido atormentar y no habían hecho más que facilitarle la comprensión de aquellos seres. Las palabras necesarias decidieron retirarse y más fácil hubiese sido enseñarle uno de aquellos viejos manuscritos de su natal, en donde se describía con lenguaje de tinta el aspecto y costumbres de aquellos entes. Pero Carrouges no sabía leer con propiedad el francés, mucho menos lograría comprender nada del rumano.

-Tú también deberías acostarte- si Anuar se encontraba aturdido por el regreso del vampiro y la anterior vivencia Edouard debía estar hecho un manojo de turbios sentimientos. En realidad quien debería estar acomidiéndose a calentar el agua debía ser el rumano y no el francés, quizás y un baño caliente ayudaba al menor. Sujeto su mano entrelazando sus dedos –No vas a quedarte aquí- no iba a permitirle atormentarse en soledad sobre lo ocurrido. Estaba seguro que aunque no estuviesen en la misma habitación ninguno de los dos lograría conciliar el sueño, más factible resultaba entonces hacerse mutua compañía para resolver sus dudas. Tiro suavemente de su brazo para invitarlo a acompañarlo a la habitación –Hay agua caliente para que te bañes- era molesto bañarse con agua fría en otoño y sobre todo el invierno. Y después de tantos años viviendo en aquel lugar aun no lograba identificar el espacio por el cual entraba aquella corriente gélida que azotaba su cuerpo mientras se bañaba.

Soltó su mano para apagar las brazas que habían calentado el agua hasta hacerla hervir, tendría que aguardar unos minutos. El cesto con la comida seguía en la mesilla -¿Tienes hambre?- Carrouges lucia mucho más sucio que cualquier otro día y aquello le infería la clase de trabajo que había tenido que hacer, seguro estaba cansado. Se cuestiono, cuánto tiempo más podría transcurrir antes de que cualquiera de los dos comprendiera que hablar sobre aquel tercero era la única manera de no vivir en un engaño. Anuar lo sabía, prefería fingir que no. La camisa del vampiro sobre el suelo llamo su atención, un bulto blanco arrugado aquí y allá, era una terrible persona y si nunca antes lo había creído ahora los sabia con claridad porque su interior así le hacía sentir.
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Mensaje por Edouard F. Carrouges Dom Mayo 12, 2013 11:29 am

La duda sobre la naturaleza de Soren quedó sin resolver pero no era necesario ponerle una definición al sobrenatural en ese momento. Edouard sabía que allí ocurría algo extraño a lo que su mente debería acostumbrarse paulatinamente y en el momento pertinente, y desde luego no estaba como para asimilar información complicada justo después de comprender que la única persona a la que había amado en toda su vida era persona que no podía tener. Anuar ya pertenecía a otro, su corazón era del sueco, y el criado se sentía como un intruso ocupando un rincón del mismo. Sentía que estaba robando ese cariño, que tenía que devolvérselo al vampiro, y no sabía cómo hacerlo para que el rumano se viera feliz.
- ¿Es molesto para ti ahora que duerma contigo? - Preguntó.
Quería saber si el afecto de Dutuescu había regresado con Soren en el instante en el que lo había visto, desterrando por completo a Carrouges de su alma, o si por el contrario aún guardaba un vestigio de esa predilección por él. Acababa de decirle que lo amaba, ¿sería cierto? ¿Podría Anuar amar a los dos a la vez? Edouard no sabía si sería capaz de soportar eso, el tener que compartirlo, el saber que el espacio existente entre sus brazos no le pertenecía en exclusividad.

Se rindió a ser aparentemente el protegido una vez más, creía que ahora su compañero necesitaba sentir que cuidaba de él por un rato para no centrar su mente en los derroteos referentes al episodio que acababa de tener lugar. Sacó del bolsillo el dinero que había ganado esa jornada y lo dejó sobre la mesa.
- He traído esto.
Negó con la cabeza; no tenía hambre. Abrazó una vez más al rumano y trató de robarle un beso antes de que él pudiera negárselos del todo, antes de que pertenecieran al otro.
- Mañana te ayudaré a buscarle.
Se acercó a la tina y se quitó la ropa con gestos mecánicos y cansados. Hacía mucho tiempo que había logrado superar el escollo de su desnudez, concretamente desde que Madame le había hecho creer que su cuerpo no le pertenecía y que estaba para suplir los deseos del amo que le pagase mejor por ello. Se hundió en el agua y clavó la vista en la pared que tenía al frente, notando en el pecho la losa del abandono. No quería que Anuar tomara partido por el otro, ese amante del pasado al que Edouard percibía como un intruso, pero ya era tarde para él en el arte de aprender a expresar correctamente las emociones. Solo podía sentirse triste y enfadado con algo que no comprendía y con alguien que no tenía entidad.
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Mensaje por Anuar Dutuescu Dom Mayo 12, 2013 1:15 pm

-No- la respuesta fue clara, mecánica pero sincera. No le molestaba en lo absoluto dormir con el francés entre sus brazos, con su respiración sobre su pecho o su espalda contra su hombro, le agradaba aquella intimidad que celosamente poseían –Espero que no lo sea para ti- se dejo caer sobre la cama, con un cansancio que no recordaba poseer. No culparía al francés si un día de aquellos decidía ausentarse de su vida, ninguno de los dos se merecía aquello, aquella duda de no saberse amados. Ahora, el rumano era todo aquello que alguna vez había aborrecido, aquellas palabras concisas que en antaño había pronunciado para expresar su desencanto de esos temas se contradecían con su actuar. Sabía que no se podía amar a dos personas con la misma intensidad.

Cerró los parpados cuando sus labios se posaron sobre su piel y le permitió marcharse contrario a lo que hubiese deseado, tendría que haberlo abrazado de vuelta, demostrarle con actos que hablaba desde el corazón. Sus temores, le impidieron aferrarse a su cuerpo y se vio obligado a limitarse a recoger las monedas que, centellantes, se encontraban en la mesilla. Las guardo junto con el resto de los ahorros, en una caja de apariencia metálica que estaba al fondo de una de las tantas cajas con cachivaches e inservibles que ocupaban el espacio vital –Creo que sería mejor que hable a solas con el- llevar consigo a Carrouges terminaría empeorando las cosas y así como buscaba la manera de no herir al francés, buscaría la forma de no hacerlo con el sueco.

Siguió con la mirada a Edouard en su trayecto al baño y se vio obligado a desviarla cuando este comenzó a despojarse de su vestimenta. No eran las necesidades básicas las que lo orillaban a desearle, el día que descubriera su cuerpo adolescente seria por deseo del menor, no porque le diese igual si lo veía o no. Se acostó sobre la cama acariciándose el cabello, intentaba enroscar mechones entre sus dedos como lo hacía con el cabello del francés, la sedosidad involuntaria de su cabellera hacia de cualquier intento un fallido –Lamento que tengas que pasar por todo esto- resolvió, lamentaba haberle prometido una vida mejor y estarle otorgando lo contrario. Un montón de sufrimiento en contraste con unas migas de felicidad, porque el gusto les había durado poco. Tenso el rostro como acto reflejo a aquella maraña de sensaciones que revoloteaban volátilmente en su interior.

Si pudiese hacerlos felices a los dos lo haría, si existiera algún ritual en el que pudiese intercambiar su felicidad por los dolores de ambos lo haría. Resultaba agobiante la manera tan clara que se exponía la respuesta ante el y unos minutos habían bastado para no desear seguir pensando. Si la vida fuese más justa le concederían la paz eterna después de aquello pero sabía que después vendría un mal peor y que su vida se resumía a intentar salir de ellos –Sabes que haría cualquier cosa por ti- por hacerlo feliz y dejaba de hacer otras tantas por la misma causa –Y estarías equivocado si pensaras lo contrario, que no te amo, porque en realidad lo hago y no se porque, no se porque pero lo hago- todo resultaba menos confuso si se atrevía a pronunciarlo en voz alta –No me gustaría perderte- pero lo haría, terminaría perdiendolo si no aclaraba su mente.
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Mensaje por Edouard F. Carrouges Dom Mayo 12, 2013 3:48 pm

¿Cómo iba a serlo? Edouard llevaba semanas viviendo allí y en ese tiempo el terreno árido que había invadido su corazón se había visto sacudido por una chispa, la calidez de un fuego que siempre estaba encendido y que paradójicamente parecía alimentar nueva vida en su interior. Sentía como si hubiera poseído siempre un huerto seco que de pronto hubiera empezado a echar brotes frescos, y justo en ese instante llegaba el sueco y los arrancaba, y echaba sal en los surcos para que no volviera a crecer nada más nunca. Sabía que eso no era justo para Soren, pero no podía evitar albergar dichos sentimientos y aunque le dañaran se sentía orgulloso de poseerlos. Por primera vez en su vida sentía algo y se lo debía todo a aquel artista rumano aparecido como por casualidad. Suspiró mientras se frotaba distraídamente los brazos con las manos, quitándose de encima la tierra, y mientras se untaba bien con la pastilla de jabón de arriba a abajo. Si se limpiaba físicamente notaba que también lo hacía por dentro, una especie de simbolismo que no iba a ayudarle a sentirse mejor pero sí a encontrar las palabras que necesitaba para decirle a Dutuescu cómo se sentía... y para confesárselo a sí mismo.

No le sorprendió que su anfitrión apartara la vista de su cuerpo en cuanto se quitó la ropa. En el tiempo que llevaban viviendo juntos no habían sido pocas las veces que Edouard se había apretado contra él en el lecho, claramente con intención de buscar consuelo físico en su piel, y en todas las ocasiones Anuar lo había rechazado con dulzura pero con firmeza. El francés había creído hasta entonces que lo hacía por su bien, para que se aclarara y se entregara realmente por su voluntad y no por la costumbre de Madame, pero ahora se preguntaba si no había sido porque en el fondo seguía esperando a Soren. No, eso no era cierto, el otro lo amaba. Quizá no tanto como al vampiro pero sí lo amaba, y con esa certeza Edouard salió de la tina, se puso la camisa y fue a acostarse junto a él.
- Yo tampoco quiero perderte. - Le contestó tumbándose boca arriba, sin saber cómo se tomaría el otro su abrazo. - Pero me hace daño pensar que aún piensas en él y que aún sientes algo... - Se mordió un labio con tal fuerza que se lastimó. - No pensé que querer fuera tan amargo. - Confesó. - Quiero vivir contigo aquí, cuidarte, compartirlo todo, que me enseñes a ser mejor. Que me enseñes lo que es un beso que no se arrebata por la fuerza, que me enseñes lo que es hacer el amor. - Se movió un poco y retomó el hilo en otro punto de la conversación, ese cauce lo avergonzaba. - Pero no puedo compartirte con él, yo... cuando le encuentres... puedo hospedarme en una pensión, conozco a la dueña, me dejará por un tiempo la habitación. Mientras tú escoges lo que... lo que quieres. - Cerró los ojos con fuerza y luego intentó dotar a su voz de cierto tinte impersonal. - Si me eliges a mí... ven a buscarme. Y si no lo haces... yo... espero que seas feliz. - Se volvió dándole la espalda porque le daba rabia que otros percibieran su debilidad, y ahora tenía húmedos los ojos.
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Mensaje por Anuar Dutuescu Dom Mayo 12, 2013 5:38 pm

Su respuesta lo alivio y fue consciente solo en aquel instante de la enfermedad que azotaba su cuerpo sin piedad. Ahora sabia por labios del francés lo que era obvio y la culpa pareció acrecentarse al oír su voz en aquellas confesiones. Le pareció que su pecho se encogía ante cada nueva verdad manada de los adentros insospechados del menor, se sentía más abajo que cualquier parasito rastrero. Una y otra vez un centenar de disculpas y perdones intentaron posarse sobre el cuerpo de Carrouges, tanto había procurado su bienestar para ahora, ser el motivo preciso de sus pesares. Esa herida ponzoñosa que alejaría su felicidad.

Las palabras de Edouard lo enajenaron, intentaba encontrarles un orden, un origen, descubrió un sentimiento contradictorio, una especie de alegría teñida con el dolor y la aflicción. Sujeto su hombro con delicadeza, casi sin tocarlo, y con aquella misma suavidad lo obligo a girarse para poderlo ver. Aquel rostro entristecido y lastimado, acaricio sus parpados para extinguir toda lágrima que amenazara con cubrir sus mejillas de sal. Beso su labio herido apoyándose de la cama con un brazo para poder verlo mejor, pensar que todo aquel sufrimiento era causa exclusiva de él le aterraba –Te quiero a ti- como nunca antes había querido a alguien. Y si su mente intentaba seguir razonando todo lo ocurrido, y mientras intentaba aun elegir el otro órgano menos complejo se había decantado en su totalidad.

Acaricio su rostro mientas buscaba la manera de dejarle todo claro, no quería confundirlo más, dañarlo más de lo que ya lo había hecho –Buscare a Soren para aclararlo todo, tienes razón al decir que aun siento algo por el pero te equivocas si intentas compararte- y se equivocaba el mismo al hacerlo. Era y seria siempre un recuerdo incomparable y como tal había quedado en el pasado, aunque resguardaba celosamente la esperanza de seguirlo considerando un amigo. Contorneo sus mejillas hasta llegar a sus labios, acaricio su superficie lesionada con la punta de los dedos solo para entonces inclinarse sobre el –Te elijo a ti- susurro contra su oído acariciando con sus labios su lóbulo y la zona aledaña.

De manera precipitaba mas no errada le había manifestado su decisión antes de tomarla, o como efecto mismo de haberlo hecho –Y contigo voy a ser feliz- iba a enseñarle lo que era un amante de verdad, con todos los cuidados y predilecciones que lo conformaban.
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Mensaje por Edouard F. Carrouges Lun Mayo 13, 2013 2:32 pm

Siendo sincero tenía que reconocer que en ningún momento había llegado a considerar de verdad la posibilidad de que Anuar se decidiera por él. Soren había llegado antes y había sido su gran amor, seguramente el primero, el que dicen que jamás se olvida y el que le habían arrebatado creándole una marca tan honda que nunca podría borrarse del alma. O eso decían sus ojos cuando se conocieron en el jardín trasero de aquella casa señorial donde ambos estaban de prestado, y donde Edouard comenzó a preguntarse por vez primera qué era ese aura que el rumano desprendía con tanta facilidad como otros emanan un olor particular. Dejó que lo volteara sabiendo que Dios debería haberle dado cuero en vez de piel para soportar mejor todos los golpes que le enviaba desde las alturas, y creyendo que debía sacar fuerzas de flaqueza para encarar las malas noticias con la misma estoicidad de siempre. No estaba preparado para recibirlas buenas.

Se escapó de entre sus labios un gemido de sorpresa, gozo y alivio cuando Dutuescu le besó la zona de la boca que se había lastimado con los dientes. Sus manos estaban acariciándole el rostro y él permaneció quieto como un ciervo asustado que no se atreve a mover un músculo por temor a atraer la atención de los cazadores sobre él. En el caso del francés era justamente al contrario: lo que temía si se movía era que su compañero despertara de alguna especie de trance desconocido, parpadeara y le dijera que lamentablemente todo no era tan fácil, que igual que le quería a él quería al sueco y que no podría escoger nunca. Contrariamente a estos miedos Anuar repitió no solo que lo amaba, sino que elegía quedarse a su lado con la certeza de que eso le haría feliz. La dicha era un sentimiento tan ajeno a Carrouges que en primera instancia no lo reconoció, de hecho casi le resultó desagradable en contraste con la melancolía patológica que se había acomodado en su interior como un inquilino fijo de su alma. Se sorprendió ante ese torbellino que le azotaba tan fuerte el entendimiento que habría jurado que incluso le estaba revolviendo el cabello como un huracán furioso. Incapaz de sonreír como el resto de la gente, de devolverle al rumano palabras tiernas, anulado por aquel súbito despegar de sus pies en la tierra solo pudo enterrar la cabeza en el pecho del otro y besarle el hueco donde ambas clavículas confluían para crear un hueco en la base de su garganta.

Todo bien preciado trae consigo el miedo a perderlo y en su caso no había una excepción a la norma. El sirviente seguía preguntándose a pesar de todo si el otro no lo pensaría mejor, si con el tiempo no comenzaría a añorar al vampiro y a enfermar de melancolía por él. Si pudiera retenerlo a su lado, asegurar que haría florecer ese sentimiento incipiente que Anuar había llamado amor... daría lo mejor de sí mismo para conseguirlo. Lo quería, le pertenecía, tenía derecho a desearlo, era un hombre libre. Y valía tanto como cualquier otro.
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Mensaje por Anuar Dutuescu Lun Mayo 13, 2013 4:59 pm

Entrecerró los parpados cuando el tacto irregular de los labios del francés se posaron sobre la piel de su cuello, su estomago se contrajo por la sensibilidad que había demostrado poseer en aquella zona. Ahora que había tomado una decisión, más por intuición que por raciocinio, tenía que albergar la posibilidad de perder para siempre al vampiro, sabía que existía ese futuro indeseado en que el sueco decidiría odiarlo. Lo apreciaba demasiado para fingir indiferencia ante el asunto, el dolor de creerle perdido y la aflicción de su precipitada ausencia le hacían imposible profesarle nuevamente aquellos sentimientos que el tiempo mismo y la desesperanza habían triturado estaciones atrás. Edouard no había sido la cura de su soledad, había sido el motivo de la misma.

Lo sujeto por la cintura estrechándolo contra su cuerpo, ahora que comprendía los anhelos del francés retener aquellos impulsos le parecía una lucha inútil que sin embargo decidió librar –Me agrada que me hables con sinceridad- que no escondiera tras un manto de indiferencia descifrable, expresándole aquellas cosas que resultaba o no ser de su agrado. La misma sinceridad que le había faltado al no quererle confesar el modo en que había obtenido el dinero de días atrás. Lo hubo descubierto la tarde anterior pero no se atrevió a confesarlo, porque suponía el dolor que le había causado desprenderse de él. Y por ello que pretendía recuperarlo. Las manos que rodeaban el cuerpo de Carrouges terminaron por acorralarlo en un abrazo que le permitió al pintor sentir los restos del baño sobre su piel, sus rizos mojados humedecían su propia camisa.

Le hablase o no, con engaños o verdades, Anuar había descubierto un lenguaje alternativo en el que no era primerizo. Reconocía que existían más diferencias que similitudes y se confundía aun al interceptar sus señales, aquellos gestos que a otros pasarían inadvertidos, esos segundos que su rostro se deformaba o la manera imprecisa de desviar la mirada. Era todo lo que necesitaba para entender el mensaje, aquellas palabras pronunciadas en una lengua diseñada para los amantes –Deberíamos ir algún día al parque- o a cualquier lugar, no le parecía correcto vivir enclaustrados en aquel diminuto piso. Era cierto que tendrían que ser cuidadosos y no dejar entre ver a los curiosos aquel afecto que compartían, porque el rumano no podía asegurar que el francés lo amaba por igual sin embargo, no necesitaba saberlo porque aquello no cambiaria lo que él sentía.

-Mejor aun, a los jardines- para observar a las pomposas flores intentando llamar la atención con sus luminosos colores y aromas embriagantes, como la rosa con la que Edouard se había espinado el día en que se conocieron. Esmerándose en encontrar las ofensas en su vocabulario, había cambiado algo en él desde aquel día, lo podía observar en su mirada. El tiempo que paso imantado a sus orbes fue ajeno a su percepción, algo tendría que haber descubierto en esos segundos, la manera en que buscaba sus labios lo podían asegurar. O podrian pasar la vida entera así, ajenos al mundo que se movia allá afuera.
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Mensaje por Edouard F. Carrouges Mar Mayo 14, 2013 11:47 am

Sí, la sinceridad le había traído algo bueno en esa ocasión, y no obstante Edouard tenía el oscuro presentimiento de que tendría consecuencias negativas haber desnudado de esa manera su alma y sus sentimientos. haberse criado primero como pilluelo sin hogar en un hospicio y luego como criado en una casa grande le había dotado de esa supervivencia astuta de los que tienen que pelear como animales por conseguir el trozo de pan más grande. Se le había enseñado a ser fuerte, a no tener muchos miramientos con los demás y a hacer del egoísmo su mayor virtud en un mundo que no regalaba nada. Obvio que nadie le había educado para que debatiera acerca de sus pesares o pusiera palabras a su congoja frente a otros seres humanos con el único motivo de sentirse consolado y acompañado. Eso era muy filosófico en la cara pobre y mezquina de París donde cada día nuevo era un peligro y una batalla campal por cubrir las necesidades más básicas. Ahora Anuar le estaba descubriendo que dedicarse solo a comer y dormir era una existencia miserable comparada con la que se podía llevar al lado de alguien amado. Se dejó arrullar por aquel remanso de paz conseguido después de un momento de sufrimiento intenso cuando creyó que iba a perder su oasis paradisíaco de calma y benevolencia.

Lo cierto es que hasta la fecha todo lo que había logrado había sido con mucho esfuerzo o a base de tolerar con resignación monedas de cambio que no le eran en absoluto gratas. Sin embargo el rumano se había preocupado por él desde el principio y no había hecho más que ofrecerle sus clases de lectura, su casa y su amor. El francés estaba desconcertado por el modo en que de pronto se veía poseedor de algo tan valioso sin habérselo ganado, y se preguntaba por qué Dutuescu prodigaba su afecto con tanta facilidad a alguien que - siendo francos - no lo merecía más que otros mucho más válidos y más buenos que había por ahí. Lo miró a los ojos sabiendo que de alguna manera el otro se las arreglaría para leer en sus iris toda esa sorpresa y gratitud inmensas que le despertaba ser el blanco de tales atenciones. Algún día quizá estaría listo para decirle que él también le amaba y para sentir que esas palabras ya no podían hacerle daño, pero ese día no había llegado todavía y Anuar debería tener un poco de paciencia con él. Qué cosa, ¿no? el pobre se pasaba la vida dándole su paciencia.

Edouard se rió espontáneamente al oír lo del parque y el jardín. Acababan de vivir una tragedia digna de cualquier autor griego clásico, con triángulo amoroso y vampiros incluidos, y él salía con excursiones a ver flores. Lo estrechó a su vez con los brazos y lo besó profundo sabiendo que la boca del pintor era ahora su jardín predilecto.
- Cuando quieras.
Quería que el otro le mostrara qué era eso que tanto le entusiasmaba del mundo en general y de los espacios verdes en particular. Carrouges siempre había sido un pesimista en el sentido estricto del término pero quizá tuviera salvación, porque lejos de cerrarse en banda a las experiencias nuevas ardía en ganas de contagiarse de la visión alegre y dulce de su compañero. Le habría gustado tener por un momento la ingenuidad de un niño para disfrutar mejor de la compañía de esa persona que tenía al lado, pero el pasado no podía borrarse y todas las heridas dejaban cicatriz.
- Creo que mañana voy a ir a ver a una mujer que conocí un día en Notre Dame mientras se celebraba un acto benéfico. - Recordó de pronto. - Se llama Bárbara, es joven pero viuda y dirige unos negocios. Parecía... diferente.
Tal vez la había estado apartando de su mente porque le repugnaba la sola idea de volver a servir a alguien que pudiera recordarle en lo más mínimo a Madame, pero ciertamente no había persona más distinta a aquella bruja que Madame Destutt de Tracy. Así no tendría que volver a cosechar tomates, con una jornada de sol a sol escarbando en la tierra le había bastado.
- Y tú dejarás de tener dos empleos. - Le rogó.
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Mensaje por Anuar Dutuescu Mar Mayo 14, 2013 9:26 pm

Era la escases de aquellos momentos en que Edouard decidía regalarle el canto de su sonrisa lo que le hacia deleitarse y prestar mayor atención, le agradaba escucharlo reír, saber que podía hacerle feliz. Le regreso el beso con efusividad –Durante el atardecer- le agradaba la manera en que el firmamento se desgarraba desde adentro, se teñía con oro y fuego para darle paso a la luna, tímida, sinuosa, a veces escondida tras nubarrones densos. Aquella mezcla amorfa y perfecta de colores le hacía recordar, como si cada nuevo atardecer llamase a los anteriores y sus memorias. Era una extraña manera de no olvidar, no relegar las cosas que merecía la pena perpetuar y tendían a desvanecerse sin rastro alguno. Si pasaba un atardecer con Carrouges se aseguraba de nunca olvidarlo.

Apoyo su mejilla contra el hombro del francés mientras escuchaba su agenda del día siguiente –Espero que consigas lo que quieres- no uso el termino trabajo porque desconocía lo que pretendía conseguir al hablar con aquella mujer. Confió ciegamente en el criterio de Carrouges, siendo un eterno desconfiado Bárbara tendría que ser a ciencia cierta y sin temor a errar una persona fuera de lo común. Tan santa como Margarita de Escocia -¿Qué clase de negocios?- dejo escapar y divagar a su curiosidad, con cuestionamientos inofensivos que servirían para desviar su atención de aquellos otros que se habían asentado ya. Quizás, había sido su esposo un afamado vinicultor y criados de la más fina estirpe de caballos, podría también ser dueña de alguna renombrada casa de telas que importaba y exportaba hilos por toda Europa. O inclusive algo más humilde.

Sonrió de medio lado con el agrado de saberse preocupación –Ya lo he hecho- confesó, porque de nada servía hacerle creer lo contrario –Hoy, de hecho. Regrese la llave de la cabaña y todo lo demás- al referirse a todo lo demás nombraba exclusivamente el quinqué y las palas que de igual manera nunca habían salido del cementerio –Así que ahora estaré libre desde antes de la puesta del sol- cuando los pescadores alzaban las ultimas redes y terminaban de vender los mariscos al mejor precio del día. Tendría que buscar algo más productivo que hacer en aquellas horas que merodear por el piso a la espera del arribo del menor. Entrecerró los parpados con el rostro oculto contra su camisa y la nariz estrechándosele contra su pecho.

- Debes de estar muy cansado- él mismo lo estaba, pero el sueño se le escapaba entre las pestañas cada que cerraba los parpados. Decidió quedarse despierto por lo menos hasta que Carrouges se durmiera, solía ser el, por motivos que le atribuía a la doble jornada, el que terminaba por ceder primero ante el cansancio. Ahora la curiosidad de ver su rostro ajeno a la realidad, de sentir aquella respiración tranquila y acompasada contra su oído le resulto más atractiva que todo lo demás. Equiparable solo con aquella intimidad que resultaba ser cada vez menos efímera y mas franca.
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Mensaje por Edouard F. Carrouges Miér Mayo 15, 2013 12:57 pm

Asintió, todo le parecía bien, si Anuar le hubiera propuesto ir juntos a bañarse a un estanque lleno de pirañas Edouard también habría dicho que sí. En aquel momento estaba como enajenado, ebrio de sueño y de felicidad, y como en el fondo pensaba que lo que estaba viviendo no era más que una ilusión onírica producto de sus ilusiones tampoco le importaba comportarse de una forma ligeramente distinta a la que tenía por costumbre. Perdió un poco el miedo a la vida y se dejó embargar un rato por la dicha de los que no esconden nada ni ocultan ninguna pesadilla en su rincón secreto.
- No lo sé. - Admitió. - Pero no era como las demás damas ricas de allí. Tenía... orgullo.
No sabía describirla mejor y suponía que el rumano no se haría idea gracias a él de cómo era Bárbara realmente, pero quizá si el sirviente pasaba más tiempo con ella en lo sucesivo podría llegar algún día a hacerle una descripción acertada o a presentársela incluso. El porvenir no le preocupaba en ese momento.
- Qué bueno.
Le sonrió otra vez, aunque de forma más comedida, con la esperanza infantil y juguetona de recibir un beso si lo hacía. Había notado que Anuar se veía más contento cuando él expresaba su alegría con gestos un poco menos escuetos de los que acostumbraba a usar, y en verdad le costaba muy poco esforzarse por parecer algo más risueño. La recompensa bien valía el trabajo, y además algo dentro de él lo impulsaba cada vez a sonreír con más frecuencia y a fruncir menos el ceño.

Como si hubiera esperado a que se lo recordaran para darse cuenta Edouard notó el cansancio que le volvía más pesado el cuerpo. Había estado todo el día trabajando la tierra y había vuelto a casa con la idea de caer rendido sobre la colcha sin deshacer, pero las circunstancias lo habían hecho alterarse hasta el punto de olvidar completamente su propósito. Miró a Dutuescu a los ojos en un instante de duda como si se preguntara si podía confiar en que, al despertar, seguiría allí a su lado. No quería que Soren volviera y verlos juntos al abrir los párpados, no quería tener que volver a acordarse de que existía y de que con su simple presencia ponía en riesgo todo cuanto él había aprendido a amar. Pero la lucha que mantenía contra el sueño estaba abocada al fracaso desde el principio y lo sabía, así que se rindió de la mejor manera: entre los brazos de Anuar.
- Me alegro de que estemos juntos.
¿Lo estaban realmente? ¿Era esa su manera de dar por formalizada una relación que zozobraba por todas sus junturas, por tantos motivos que si se ponía a enumerarlos no terminaría? No tenía ni idea, y lo mejor de todo - o eso pensó justo antes de dormirse profundamente - fue que le no le importaba en absoluto.
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Mensaje por Anuar Dutuescu Miér Mayo 15, 2013 2:23 pm

El orgullo bien podía hacer que las personas cometieran los más grandes asesinatos a la humanidad, por orgullo la gente terminaba aislada de lo que alguna vez le hubiese hecho feliz, quizás el francés se equivocaba al adjuntarle aquella cualidad. O sus definiciones eran tan distintas como la vida misma les había hecho concebirlas. Le tranquilizaba saber que Carrouges decidía ahora codearse con personas de mejores valores, gente que no terminaría aprovechándose de sus necesidades. Hubiese pregunto como la había conocido si no fuese una respuesta crecida en la obviedad, había acompañado a Madame a la beneficencia. Saber que su incógnita podía hacerle recordar los tratos de aquella mujer bastaron para hacerle desistir, no deseaba sentir su lejanía por nueva cuenta como resultado exclusivo de su imprudencia.

¿Qué ocultaban aquellos orbes? Le precio haber visto un destello en la parte más profunda de su iris, como el reflejo de una hoguera ardiendo desde su interior. Si el fuego consumía sus alegrías o sus penas quedo a simple comprensión del francés. Deposito un furtivo beso sobre sus labios, uno de aquellos fugaces que dejaban la sensación de haber sido producto de una ensoñación. Lo observo con la mejilla recostada sobre el colchón –A mí también me alegra- no necesitaba de una etiqueta social para asegurar que lo estaban, aunque tampoco se pretendía engañar. El poder saberse en una relación formalizada producía un efecto catalizador, algún día, mas no aquel, expondría con palabras lo que parecía ya tan obvio.

Paso las siguientes horas observando su afable rostro, la manera en que su cabello caía grácilmente sobre su frente o la forma en que sus comisuras se soltaban entre ensoñaciones. Tuvo tiempo de sobra para imaginarse todas las cosas que podían salir bien, y también aquellas que no. Idealizo su futuro, habría de conseguir un mejor trabajo para poder vivir en un mejor lugar. Sin embargo, recapacito, la ventaja de aquel piso era la indiferencia del resto de los inquilinos, en cualquier otro lugar, en cualquier otra calle parisina donde abundara la moral, serian condenados al patíbulo. Se lamento de todas aquellas carencias que el francés tendría junto a él, se disculpo de ante mano por los días de hambre y frío que vendrían junto con el invierno. Se encontró brincando de un pensamiento a otro con inusitada rapidez.

Dejaría las preocupaciones para después, aquella noche lo único que deseaba era saber que el francés despertaría a su lado y que sin importar el tiempo que durase, lo haría feliz. Había tomado la decisión correcta y la última imagen que vio antes de quedarse dormido se lo confirmo.
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