¿Qué hay detrás de una cortesana? [Priv. Astor]

por **Beatrix Hathaway** Lun Mayo 27, 2013 7:05 pm

Recuerdo del primer mensaje :

Ya no había nada que hacer más que salir corriendo. Escapar por lo que era un pequeño error. Un hombre había pedido mis servicios, y yo había aceptado gustosa. Era atractivo, de sonrisa coqueta y totalmente forrado de dinero. Sin embargo, ¿cómo iba yo a saber que él no sería mi cliente, sino su padre, un viejo e impotente pervertido? No podía aceptarlo, por más dinero que me ofrecieran. Yo disfrutaba de mi trabajo, pero no obraba milagros. Tan solo haber captado su mirada morbosa sobre mi cuerpo me había dado un escalofrío, y claramente, este no era de placer. Me repugnaba tanto la idea de ser tocada por una persona así, que no vi otra escapatoria más que la de salir corriendo. Aun así, debía admitir que quizás me había excedido un poco con el puntapié en la entrepierna del viejo. Y ya no había otra salida, ninguna otra más que los callejones como laberintos de París. Era tan tarde, que de haber podido tener elección, no me habría arriesgado tanto a recorrer esos callejones de mala muerte. Era un mar de sombras, cada una moviéndose en forma de un gato de ojos brillantes o la rama seca de un árbol. Cuando iba a bajar las escaleras, doblando una esquina, el tacón de mi zapato cedió a lo inevitable y se rompió.

Lo último que vi fue el suelo aproximándose a mi rostro. Un fuerte y molesto dolor en la nariz. Después, solo podía oír un zumbido en el oído, y la cabeza me retumbaba con tanta fuerza que creí que explotaría. Al principio, solo podía sentir el punzante dolor en el rostro, intentaba no ahogarme con mi propia sangre, y respirar por la boca para aliviar un poco mi sufrimiento. Y luego, cuando comencé a asimilar lo que había sucedido, y lo que sucedería después, me quedé helada. Mi nariz. No era la más bella de París, pero era bonita, y sabía los puntos que me daba a la hora de coquetear con un cliente guapo. No podía ser... no. Sabía bien que los médicos hacían reparaciones de todo tipo, pero que en la mayoría de los casos, quedaban horribles cicatrices que perduraban hasta la muerte. ¡No en mi rostro! Creí que alguien más estaba en aquel callejón, hasta que me di cuenta que era yo, gimiendo una y otra vez cuanto quería mi nariz de vuelta.

Todo el lugar estaba en penumbras y en silencio, y cuando creí que había sido suficiente expectación, un sonido distante me arrancó un grito ahogado de terror.

por **Beatrix Hathaway** Dom Sep 22, 2013 11:01 am

Habló, y yo escuché con la perdida de sangre expiandome del dolor. Ya me faltaba poco. Entonces me atrapó contra él, contra un cuerpo bien formado que expedía fuerza y poder. Me faltaba el aire. Una insoportable migraña nació en mi cabeza por la falta de oxígeno y sangre. Creí que me desmayaría antes de morir, que la inconciencia me ahorraría mirar sus ojos de asesino. Pero en todo momento lo aprecié, a él y a sus facciones encantadoras. Necesitaba el alivio de la muerte cuanto antes, porque de no morir ahí... no me creía capaz de sentir paz otra vez. Me ahogué en sus labios, en ese beso que ardía como un ritual, sin una pizca de dulzura o pasión. Sin el deseo de un amante. Era, en mis vagos y pesados pensamientos, el sello de un berdugo.

Y no hablé más, porque había dedicado ya mis últimas palabras a Astor. Lo observé fijamente con los labios entreabiertos, buscando por plena naturaleza el aire que me era negado. No podía moverme. Todo lo que hubiese al rededor, con excepción de Astor, me era ajeno. Mi propio cuerpo, el calor que minutos antes conservaba, mi cabello y mi ropa. Ya no importaba la hora o el callejón, ni siquiera París. Ya podía olvidar aquel burdel al que no volvería ni en la misma muerte. Solo estaba yo y mi asesino. Solo podía sentir su aliento y su bravo palpitar. Ahí me iba... conforme dejé caer los parpados. Ninguna palabra escapó de mis labios, los cuales apenas pudieron hacer la forma de una despedida silenciosa. "Adieu". Y se hizo el final.

Morir no es una experiencia palpable o explicable. No sabría decir en que momento uno cruza la línea. De un momento a otro ya no estaba ahí, en un cuerpo que durante años fue admirado como bello. Estaba bajo el cobijo de la tranquilidad.

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En medio de la nada el aroma a frambuesas me baña, igual que la luz. Ya no tengo sangre sobre el cuerpo y el rostro, ni tengo el vestido desgarrado ni el cabello enmarañado. Estoy tan perfecta como antes de conocer a Astor Gray. Hay un silencio imperturbable, y no veo a nadie en la vaporosa luz rosada. Camino durante un tiempo indefinido. No sé si han pasado minutos, horas o días. Tras lo que parece una eternidad, una figura se recrea a unos metros de mi, sonriendo.

— Bea.

Reconozco la voz. Me acerco a él, porque es todo lo que deseo. ¿Cuando ocurrió? Parece notar la duda en mi mirada cuando toma mi mano, por lo que su expresión se vuelve igual a aquellos momentos de nuestra infancia. Tranquilizador, seguro, tierno. Aun en la muerte, me estremesco.

— Lo lamento tanto. —y suena sincero. Le creo.— Hace un año morí de tristeza. Lo siento de verdad, Bea. Yo... —pero no lo dejo decir más. Me lanzo a sus brazos, esos cálidos que me envuelven en amor y protección. En el sentimiento que creía muerto mucho antes que nosotros. Lloro.— Pobresita mía.

Y de alguna manera, recuerdo con cierta dulzura a Astor.

por **Astor Gray** Lun Sep 23, 2013 11:01 pm

No recibo cartas de los muertos, y sin embargo, cada día los quiero más.
Emily Dickinson

Ya no había nada más, todo estaba terminando en esos instantes en los que el inquisidor impedía que el aire llegara hasta los pulmones de la cortesana. Le pareció bastante curioso que ella no luchara más, que no intentara librarse de las manos de Astor que lentamente le arrancaban del mundo de los vivos para enviarle a un lugar del que no había retorno, pero en el que aunque Astor no lo supiera todo estaría mucho mejor para ella.
No alejo la mirada de ella ni un segundo y si bien no se conocieron antes y él desconocía incluso su nombre, sentía que ella tenía algo de especial, algo que le había convertido en presa perfecta , todo por un motivo mayor que no sabía cual era.

En el instante en que todo el cuerpo de ella se dejo guiar a aquel mundo nuevo, el inquisidor le soltó del cuello, provocando que la figura maltratada de la mujer se estrellara directamente contra el suelo, pero ya no existía problema alguno pues ella estaba muerta.

Sacudió sus manos en su pantalón y girando para darle la espalda por completo comenzó a caminar alejando su presencia de la escena del crimen; sin embargo cuando ya llevaba recorridos unos cuantos pasos algo le detuvo y le hizo girarse hacía el cadáver. No supo que fue, ni que le hizo pensar aquello que estaba por realizar. Sin pensar mucho las cosas volvió hasta donde había dejado a la mujer, era algo extraño pero su rostro, aunque maltratado le transmitía algo que no podía describir, así que sin pensarlo demasiado se inclino y le levanto.
- Esto es una estupidez - se dijo a si mismo cuando comenzó a caminar con ella en brazos para alejarse en la oscuridad de la noche.

Llevaría aquel cuerpo al cementerio y haría lo que en otras ocasiones, pagaría porque aquel cuerpo fuera enterrado y así por lo menos sería un escándalo menos que investigar.
Así fue como lo hizo, solo que en lugar de que el cadáver fuera a dar a una fosa común pidió que se le sepultara en un sitio solo para ella.

- La tumba necesita tener un nombre - le miro con recelo el hombre que se encargaba de sus muchos trabajos y que esta vez se sentía extrañado por la conducta de Astor.
- No puedes sepultarla y ya - menciono molesto al tiempo que cruzaba los brazos.
- Lo siento, pero si quieres que tenga una tumba propia debe tener un nombre y un apellido - respondió de manera firme el hombre - además, no se porque me pides esto con que le arrojemos a la fosa común sería más que suficiente - el hombre comenzó a reír y Astor solo tuvo que mirarle para que callara.
Guardo silencio un rato, pensando en el nombre que debía ponerle a la tumba y entonces algo se le vino a la mente, un chispazo de iluminación que aunque el no supiera era parte de lo el destino le regalaba, una pequeña pista que pasaría por siempre como una corazonada en busca del nombre ideal.
- Le pondrás Bea… - sonrío - Bea Gray - el hombre no pudo más que asentir a sus palabras y darse prisa para llevar a cabo su labor. El inquisidor permaneció ahí hasta que el entierro termino y se quedo incluso más tiempo contemplando la tumba, solo cuando el sol comenzó a salir fue que suspiro - Nos veremos después bonita - y entonces se alejo del cementerio.

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