AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Exposed [Charlemagne Noir]
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Exposed [Charlemagne Noir]
Recuerdo del primer mensaje :
Nunca me había sentido más vulnerable o más expuesta que en esos momentos de mi vida, no podía encontrar la luz al final de ninguno de los caminos que aparecían frente a mi por más que me esforzara o avanzara en ellos. La muerte de parte de mis seres queridos y la desaparición de algunos otros me tenía confundida, expuesta… aquellos que creía estarían a mi lado siempre me habían sido arrebatados como las hojas eran arrancadas de los árboles por el viento.
La palabra seguridad había perdido su fuerza y la esperanza en un mejor mañana decaía junto a mi animo. ¿Qué pensaría mi padre de estar vivo?… ¿Qué diría mi madre?, probablemente diría que regresara al campo, a su lado donde las cosas estarían mejor y estaríamos juntas un tiempo; pero yo no podía hacer eso, no si quería que ella estuviera a salvo. Un montón de pensamientos y probables formas de sobrellevar todo eso cruzaban mi mente, pero la que me pareció la más conveniente vino de algo que una vez escuche de otro cambiaformas… o había sido un lobo… bueno en realidad daba igual pero desde ese momento me di la misión de encontrar a quien quizás sería el único capaz de hacerme recuperar un poco de la paz perdida en las ultimas semanas.
Sabía que los bosques debían de ser uno de los mejores sitios para encontrar alguien de nuestra raza y más a esa persona en particular que al parecer se dedicaba a ser maestro de otros cambiaformas. Nunca en todos mis años de vida pensé si quiera en otro maestro que no fuera mi madre, pero las circunstancias estaban cambiando y aprender de otros era un punto clave para la sobrevivencia de cualquiera.
Ese era el quinto día que me aventuraba a los bosques intentando encontrar pista alguna de la existencia real de aquel hombre, pero hasta el momento no tenía nada seguro y al parecer ese día tampoco habría nada que me guiara de alguna manera al sitio que debía ir. La poca esperanza que me quedaba se desvanecía con velocidad y no llevaba ni la mitad del tiempo que días anteriores en los bosques cuando se agoto y detuve mi andar de golpe.
- Eso es todo… ya no más - suspire mientras elevaba la vista al cielo para contemplar como los rayos de sol penetraban por entre las copas de los árboles - no existe razón para que haga esto más tiempo - di media vuelta justo donde estaba parada y una vez que había dado los primeros pasos para salir de ahí escuche movimiento a mi alrededor, provocando que permaneciera estática aguardando lo que pudiera venir.
Nunca me había sentido más vulnerable o más expuesta que en esos momentos de mi vida, no podía encontrar la luz al final de ninguno de los caminos que aparecían frente a mi por más que me esforzara o avanzara en ellos. La muerte de parte de mis seres queridos y la desaparición de algunos otros me tenía confundida, expuesta… aquellos que creía estarían a mi lado siempre me habían sido arrebatados como las hojas eran arrancadas de los árboles por el viento.
La palabra seguridad había perdido su fuerza y la esperanza en un mejor mañana decaía junto a mi animo. ¿Qué pensaría mi padre de estar vivo?… ¿Qué diría mi madre?, probablemente diría que regresara al campo, a su lado donde las cosas estarían mejor y estaríamos juntas un tiempo; pero yo no podía hacer eso, no si quería que ella estuviera a salvo. Un montón de pensamientos y probables formas de sobrellevar todo eso cruzaban mi mente, pero la que me pareció la más conveniente vino de algo que una vez escuche de otro cambiaformas… o había sido un lobo… bueno en realidad daba igual pero desde ese momento me di la misión de encontrar a quien quizás sería el único capaz de hacerme recuperar un poco de la paz perdida en las ultimas semanas.
Sabía que los bosques debían de ser uno de los mejores sitios para encontrar alguien de nuestra raza y más a esa persona en particular que al parecer se dedicaba a ser maestro de otros cambiaformas. Nunca en todos mis años de vida pensé si quiera en otro maestro que no fuera mi madre, pero las circunstancias estaban cambiando y aprender de otros era un punto clave para la sobrevivencia de cualquiera.
Ese era el quinto día que me aventuraba a los bosques intentando encontrar pista alguna de la existencia real de aquel hombre, pero hasta el momento no tenía nada seguro y al parecer ese día tampoco habría nada que me guiara de alguna manera al sitio que debía ir. La poca esperanza que me quedaba se desvanecía con velocidad y no llevaba ni la mitad del tiempo que días anteriores en los bosques cuando se agoto y detuve mi andar de golpe.
- Eso es todo… ya no más - suspire mientras elevaba la vista al cielo para contemplar como los rayos de sol penetraban por entre las copas de los árboles - no existe razón para que haga esto más tiempo - di media vuelta justo donde estaba parada y una vez que había dado los primeros pasos para salir de ahí escuche movimiento a mi alrededor, provocando que permaneciera estática aguardando lo que pudiera venir.
Thalie De Rose- Cambiante Clase Media
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Fecha de inscripción : 10/09/2012
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Re: Exposed [Charlemagne Noir]
Confiesa el delito el que huye del juicio.
Séneca
Efectivamente tal y como lo pensé andaría a ciegas tras Charles. Nunca pensé que eso pudiera llegar a pasar, que creyera que le traicionaba siendo que estaba dispuesta a hacer todo lo que me pidiera para formar parte de aquella manada. En que me había equivocado, quizás en creer que existía una salvación para mi después de haber sido tan inútil como para dejar que personas importantes para mi desaparecieran de aquel mundo.
Andaba tras Charles como cuando era regañada aunque sabía que no tendría por qué sentirme de aquella manera ya que nunca hice nada que fuera considerado incorrecto, más aún así su despecho y su trato me dolían. Que dudara de mis palabras y de mis intenciones era demasiado; tanto que creía que nada distraería mi mente de ellas hasta que el olor de las alcantarillas llego a mis sentidos más que cualquier otra cosa.
El aroma lastimaba mi nariz, provocando que deseara estornudar, rascarme y hacer un sin fin de cosas para evitar aquel olor, solo que nada le hacía desaparecer. Lo único que podía salvarme de aquel aroma era andar mucho más rápido al lado del “Zorro”; aquel aroma era lo único que desviaba algo mi atención de lo sucedido en el museo y de aquel Gustave, de quien buscaría la venganza ante su descaro de decirle traidora y llamarle de una manera tan despreocupada, como si fuera a ser realmente capaz de servir a la inquisición.
Llegando a los ríos pensé que lo peor ya había llegado a su fin y corrí tras él por donde me llevaba, sin cuestionar nada o al menos no lo hice hasta que me tomo del brazo.
– ¿Qué pasa? – antes de poder evitarlo estuve sumergida en aquellas aguas que olían casi de la misma manera que las alcantarillas y mi cuerpo tembló pero según lo que entendí por la mirada de Charles, es que aquello debía ser llevado a cabo para que ambos fuéramos capaces de escapar de los que seguramente nos seguirían con insistencia.
No existió sonido alguno entre nosotros, ni las muestras de que alguien nos persiguieran. Después de nuestra carrera por buscar la libertad, salimos al campo donde por primera vez volvía a oler de una manera decente, una que no me provocaba querer arrancarme la nariz de golpe y en esos momentos fue que preste atención nuevamente a lo que el “Zorro” decía.
Me advirtió sobre lo que me esperaba, el juicio y que su ira no se vería mermada hasta que me viera muerta si en realidad les había traicionado.
Se me dio la opción de aceptar mi juicio o de irme, aunque la segunda opción era lo mismo que huir.
– Estoy lista para enfrentar lo que sea. Confío en mi inocencia así que iré contigo – dicho eso, el silencio surgió una vez más, mientras de una manera más relajada pero no menos alerta caminábamos en dirección a donde estaba el resto de la manada, allá a donde se encontraban los Alfa y mi destino.
Séneca
Efectivamente tal y como lo pensé andaría a ciegas tras Charles. Nunca pensé que eso pudiera llegar a pasar, que creyera que le traicionaba siendo que estaba dispuesta a hacer todo lo que me pidiera para formar parte de aquella manada. En que me había equivocado, quizás en creer que existía una salvación para mi después de haber sido tan inútil como para dejar que personas importantes para mi desaparecieran de aquel mundo.
Andaba tras Charles como cuando era regañada aunque sabía que no tendría por qué sentirme de aquella manera ya que nunca hice nada que fuera considerado incorrecto, más aún así su despecho y su trato me dolían. Que dudara de mis palabras y de mis intenciones era demasiado; tanto que creía que nada distraería mi mente de ellas hasta que el olor de las alcantarillas llego a mis sentidos más que cualquier otra cosa.
El aroma lastimaba mi nariz, provocando que deseara estornudar, rascarme y hacer un sin fin de cosas para evitar aquel olor, solo que nada le hacía desaparecer. Lo único que podía salvarme de aquel aroma era andar mucho más rápido al lado del “Zorro”; aquel aroma era lo único que desviaba algo mi atención de lo sucedido en el museo y de aquel Gustave, de quien buscaría la venganza ante su descaro de decirle traidora y llamarle de una manera tan despreocupada, como si fuera a ser realmente capaz de servir a la inquisición.
Llegando a los ríos pensé que lo peor ya había llegado a su fin y corrí tras él por donde me llevaba, sin cuestionar nada o al menos no lo hice hasta que me tomo del brazo.
– ¿Qué pasa? – antes de poder evitarlo estuve sumergida en aquellas aguas que olían casi de la misma manera que las alcantarillas y mi cuerpo tembló pero según lo que entendí por la mirada de Charles, es que aquello debía ser llevado a cabo para que ambos fuéramos capaces de escapar de los que seguramente nos seguirían con insistencia.
No existió sonido alguno entre nosotros, ni las muestras de que alguien nos persiguieran. Después de nuestra carrera por buscar la libertad, salimos al campo donde por primera vez volvía a oler de una manera decente, una que no me provocaba querer arrancarme la nariz de golpe y en esos momentos fue que preste atención nuevamente a lo que el “Zorro” decía.
Me advirtió sobre lo que me esperaba, el juicio y que su ira no se vería mermada hasta que me viera muerta si en realidad les había traicionado.
Se me dio la opción de aceptar mi juicio o de irme, aunque la segunda opción era lo mismo que huir.
– Estoy lista para enfrentar lo que sea. Confío en mi inocencia así que iré contigo – dicho eso, el silencio surgió una vez más, mientras de una manera más relajada pero no menos alerta caminábamos en dirección a donde estaba el resto de la manada, allá a donde se encontraban los Alfa y mi destino.
Thalie De Rose- Cambiante Clase Media
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Re: Exposed [Charlemagne Noir]
Cayó sobre mi espíritu la noche;
en ira y en piedad se anegó el alma...
¡y entonces comprendí por qué se llora,
y entonces comprendí por qué se mata!
Gustavo Adolfo Bécquer. Rima XLII.
en ira y en piedad se anegó el alma...
¡y entonces comprendí por qué se llora,
y entonces comprendí por qué se mata!
Gustavo Adolfo Bécquer. Rima XLII.
Como todo en la vida, aquel terrible martirio que fue nadar en los desagües de París terminó al cabo de mucho esfuerzo y voluntad. En efecto, la salida de ese alcantarillado los llevó muy cerca de los bosques que Charles conocía tan bien; para su fortuna, la traición de Gustave no había llegado tan lejos, probablemente porque él mismo necesitaba tener su carta de escape bajo la manga; fuera el motivo que fuera, el “Zorro” lo agradeció en silencio.
Ahora, no obstante, debía enfrentarse a un pequeño contratiempo; durante unos momentos, no podría fiarse de su olfato, inundado hasta lo indecible por el espantoso hedor de las alcantarillas que dejaban atrás. Resuelto a concluir con ese problema, cogió a Camila de un brazo, con amabilidad, pero también con firmeza, y la guió por el enrevesado circuito al que tan acostumbrados estaban con Jîldael. No tardaron mucho en dar con un riachuelo de cristalinas aguas, junto al cual dos árboles ahuecados mantenían a salvo los hatos de ropa que él y su Épsilon habían distribuido por toda la ciudad ante la eventualidad de una fuga sorpresiva y la necesidad de convertirse rápidamente a su forma animal; así era como había sobrevivido muchas veces, pues Cazadores e Inquisidores perdían el tiempo buscando a presas humanas desnudas y pocas veces prestaban atención a los mendigos y enfermas que encontraban en su paso, sin sospechar jamás que aquello no era más que una treta para despistarles. Un día, claro, esa estratagema dejaría de funcionar, pero todavía no se topaban con ningún enemigo lo suficientemente inteligente. Así, pues, allí estaban los hatos de ropa que salvarían otra vida además de la suya:
– Quitaos esa ropa inmunda y meteos al agua. – le ordenó con voz seca, dándole la espalda; demostrándole que, mientras no llegasen con su gente, ella no tendría su confianza.La chica le obedeció sin demora; mientras ella se quitaba la ropa, él dio con un tercer paquetito que no esperaba encontrar allí. Preocupado, lo abrió con avidez para descubrir que no guardaba otra cosa que jabones y champú. Claramente, aquél había sido un detalle de Jîldael que, como buena gata, gustaba de acicalarse en cada ocasión que así pudiera, no importándole si de ello dependía su vida. Camila estaba a punto de meterse al agua cuando él descubrió los artículos, así que le alcanzó su parte, sin demora y sin palabras; realmente no había mucho que decir y mientras antes se pusieran en marcha, mejor para los dos.
Él también se metió al agua, aprovechando los implementos de limpieza, al tiempo que agradecía en silencio a su Ama el detalle que ahora le permitía recuperar uno de sus sentidos más preciados. Cuando ambos estuvieron listos, él tomó el hato de Jîldael y se lo lanzó a Camila:
– No es de vuestra talla, pero os servirá. Vestíos; yo cocinaré un poco. Debemos comer, pues nos quedan unas cuantas horas de marcha aún. –
Sin tardanza, el Noir adoptó su forma canina y se dio a la caza. Sabía que corría un gran riesgo dejando a Camila sola junto a la valiosa alforja que habían logrado confiscar del Museo, pero tampoco podía permitirse el lujo de no comer, menos aún cuando las nefastas noticias afectarían tan dramáticamente el destino de su Manada.
Volvió, al cabo de un buen rato, con dos liebres y una codorniz que podrían preparar al fuego; para su sorpresa, la Felina ya se le había adelantado y había encendido una generosa hoguera; complacido, le arrojó las presas en las que ella se afanó meticulosamente, mientras él retomaba su forma humana y se vestía. Ya listo, cogió las ropas inmundas de las que ambos se habían deshecho; luego y con sumo cuidado registró la alforja, agradeciendo su perfecto sellado, pues aunque el exterior estaba hecho una miseria, el interior estaba intacto; extrajo los valiosos pergaminos y los dejó a un costado, a salvo de todo lo demás; luego mezcló la ropa con hojas y ramas secas y metió todo dentro de la alforja, sobre la cual derramó un poco de cera combustible, para luego coger una llama de la fogata de Camila y arrojarla sobre ella. La quema era necesaria, no sólo porque el olor era inaguantable, sino, sobre todo, para borrar cualquier rastro que pudiera haber quedado de ellos; si alguien los seguía, no podría continuar más allá de ese punto.
Comieron en silencio, sin apuros, pero sin pausas, luego de lo cual apagaron el fuego, enterraron los restos de la comida y se pusieron en marcha. Charles aseguró los pergaminos en su cinturón interior; registró los árboles colindantes y dio con un revólver el que también sumó a sus pertenencias personales. Luego, y sin mayor demora, sin proveer a la Felina de una defensa similar, dejando claro en cada acto que ella todavía estaba a prueba, dio la orden de marchar.
Pero, a medio camino ella se detuvo.
– Estoy lista para enfrentar lo que sea. Confío en mi inocencia así que iré contigo. – fue todo lo que le dijo. Y él deseó creerle, pero, como ya había demostrado, era algo que estaba por demostrarse.
Sabía lo que le esperaba a la chica y una parte de él quiso desistir. Sería terrible, doloroso, cansado y demoledor. Pero era del todo necesario. Gustave había pasado las mismas pruebas, excepto la última porque Charles mismo consideró que era una brutalidad innecesaria; ahora se daba cuenta de que su flaqueza había puesto en riesgo todo lo que ellos intentaban proteger. Ahora sabía que por muy brutal que fuere el último paso era la única manera de estar a salvo, de saber que cada integrante era de verdad quien decía ser. Todos habían sufrido ese trance, excepto el Delta que los traicionó. Así que lo lamentaba con el alma, pero la Omega debería seguir su destino hasta el final, así muriera en el intento.
Llegaron cuando el segundo día, desde que salieran a la misión llegaba a su fin; como siempre, para el incauto, el refugio de la manada no era más que un montículo embrujado del que más valía mantenerse alejado; para el Noir era como volver a casa, sólo superado este sentimiento cuando se reencontraba con la Del Balzo. Fue entonces que cogió a Camila con verdadera fuerza y crueldad, obligándola a ponerse de rodillas, al tiempo que él la sujetaba del cuello, en un desplante de poder físico que intimidaba hasta a los más fornidos de su clan. Estratégicamente, enterró el pulgar muy cerca de la yugular de la joven, lo suficiente para que ella no pudiera convertirse, pero sin llevarla al extremo del desmayo. El Juicio había comenzado
– ¡Hermanos! – invocó desde el pequeño claro y espero a que los cientos de ojos brillasen desde las cavernas que tanto temían los simples mortales – Hoy nuestra “familia” está en grave peligro, Gustave, “Autónomo Delta”, nos ha traicionado, entregando nuestra posición en el Museo a agentes de la Iglesia. Como veis, hemos escapado ilesos y con los valiosos documentos que debíamos rescatar; el Maestre Delta, además, ya no será un peligro para nosotros. – resumió cuando supo que tenía la atención de todos ellos – Sin embargo, Gustave dijo algo más, aparte de revelar su traición. Acusó a esta mujer de estar complotada con él para llevar a cabo sus ruines planes. Ella, por supuesto, lo niega. Así, pues, tenemos dos versiones sobre el mismo hecho. Y he comprendido, con dolor e ira, que los Patri Alfa siempre habéis tenido razón. Dado el peligro que representa la acusación del desterrado Delta es que solicito a los Patri sometáis a Camila de Rose a la prueba final. Os la entrego para que la interroguéis, fuera y “dentro” de ella misma. Si sobrevive a vuestro Juicio, será mi discípula hasta mi muerte o hasta que ella se emancipe, lo que ocurra primero. El Maestre ha hablado. La Omega os pertenece. – sentenció, y soltó a Camila – Ahora, mujer, si estáis dispuesta al Juicio de la Manada, debéis iros con ellos. Si lo superáis, estaré aquí afuera, esperando por vuestra merced. –
La miró, le infundió valor y rezó una vez más porque ella fuera quien decía ser.
La noche sería, larga, fría y terriblemente oscura.
***
Ahora, no obstante, debía enfrentarse a un pequeño contratiempo; durante unos momentos, no podría fiarse de su olfato, inundado hasta lo indecible por el espantoso hedor de las alcantarillas que dejaban atrás. Resuelto a concluir con ese problema, cogió a Camila de un brazo, con amabilidad, pero también con firmeza, y la guió por el enrevesado circuito al que tan acostumbrados estaban con Jîldael. No tardaron mucho en dar con un riachuelo de cristalinas aguas, junto al cual dos árboles ahuecados mantenían a salvo los hatos de ropa que él y su Épsilon habían distribuido por toda la ciudad ante la eventualidad de una fuga sorpresiva y la necesidad de convertirse rápidamente a su forma animal; así era como había sobrevivido muchas veces, pues Cazadores e Inquisidores perdían el tiempo buscando a presas humanas desnudas y pocas veces prestaban atención a los mendigos y enfermas que encontraban en su paso, sin sospechar jamás que aquello no era más que una treta para despistarles. Un día, claro, esa estratagema dejaría de funcionar, pero todavía no se topaban con ningún enemigo lo suficientemente inteligente. Así, pues, allí estaban los hatos de ropa que salvarían otra vida además de la suya:
– Quitaos esa ropa inmunda y meteos al agua. – le ordenó con voz seca, dándole la espalda; demostrándole que, mientras no llegasen con su gente, ella no tendría su confianza.La chica le obedeció sin demora; mientras ella se quitaba la ropa, él dio con un tercer paquetito que no esperaba encontrar allí. Preocupado, lo abrió con avidez para descubrir que no guardaba otra cosa que jabones y champú. Claramente, aquél había sido un detalle de Jîldael que, como buena gata, gustaba de acicalarse en cada ocasión que así pudiera, no importándole si de ello dependía su vida. Camila estaba a punto de meterse al agua cuando él descubrió los artículos, así que le alcanzó su parte, sin demora y sin palabras; realmente no había mucho que decir y mientras antes se pusieran en marcha, mejor para los dos.
Él también se metió al agua, aprovechando los implementos de limpieza, al tiempo que agradecía en silencio a su Ama el detalle que ahora le permitía recuperar uno de sus sentidos más preciados. Cuando ambos estuvieron listos, él tomó el hato de Jîldael y se lo lanzó a Camila:
– No es de vuestra talla, pero os servirá. Vestíos; yo cocinaré un poco. Debemos comer, pues nos quedan unas cuantas horas de marcha aún. –
Sin tardanza, el Noir adoptó su forma canina y se dio a la caza. Sabía que corría un gran riesgo dejando a Camila sola junto a la valiosa alforja que habían logrado confiscar del Museo, pero tampoco podía permitirse el lujo de no comer, menos aún cuando las nefastas noticias afectarían tan dramáticamente el destino de su Manada.
Volvió, al cabo de un buen rato, con dos liebres y una codorniz que podrían preparar al fuego; para su sorpresa, la Felina ya se le había adelantado y había encendido una generosa hoguera; complacido, le arrojó las presas en las que ella se afanó meticulosamente, mientras él retomaba su forma humana y se vestía. Ya listo, cogió las ropas inmundas de las que ambos se habían deshecho; luego y con sumo cuidado registró la alforja, agradeciendo su perfecto sellado, pues aunque el exterior estaba hecho una miseria, el interior estaba intacto; extrajo los valiosos pergaminos y los dejó a un costado, a salvo de todo lo demás; luego mezcló la ropa con hojas y ramas secas y metió todo dentro de la alforja, sobre la cual derramó un poco de cera combustible, para luego coger una llama de la fogata de Camila y arrojarla sobre ella. La quema era necesaria, no sólo porque el olor era inaguantable, sino, sobre todo, para borrar cualquier rastro que pudiera haber quedado de ellos; si alguien los seguía, no podría continuar más allá de ese punto.
Comieron en silencio, sin apuros, pero sin pausas, luego de lo cual apagaron el fuego, enterraron los restos de la comida y se pusieron en marcha. Charles aseguró los pergaminos en su cinturón interior; registró los árboles colindantes y dio con un revólver el que también sumó a sus pertenencias personales. Luego, y sin mayor demora, sin proveer a la Felina de una defensa similar, dejando claro en cada acto que ella todavía estaba a prueba, dio la orden de marchar.
Pero, a medio camino ella se detuvo.
– Estoy lista para enfrentar lo que sea. Confío en mi inocencia así que iré contigo. – fue todo lo que le dijo. Y él deseó creerle, pero, como ya había demostrado, era algo que estaba por demostrarse.
Sabía lo que le esperaba a la chica y una parte de él quiso desistir. Sería terrible, doloroso, cansado y demoledor. Pero era del todo necesario. Gustave había pasado las mismas pruebas, excepto la última porque Charles mismo consideró que era una brutalidad innecesaria; ahora se daba cuenta de que su flaqueza había puesto en riesgo todo lo que ellos intentaban proteger. Ahora sabía que por muy brutal que fuere el último paso era la única manera de estar a salvo, de saber que cada integrante era de verdad quien decía ser. Todos habían sufrido ese trance, excepto el Delta que los traicionó. Así que lo lamentaba con el alma, pero la Omega debería seguir su destino hasta el final, así muriera en el intento.
Llegaron cuando el segundo día, desde que salieran a la misión llegaba a su fin; como siempre, para el incauto, el refugio de la manada no era más que un montículo embrujado del que más valía mantenerse alejado; para el Noir era como volver a casa, sólo superado este sentimiento cuando se reencontraba con la Del Balzo. Fue entonces que cogió a Camila con verdadera fuerza y crueldad, obligándola a ponerse de rodillas, al tiempo que él la sujetaba del cuello, en un desplante de poder físico que intimidaba hasta a los más fornidos de su clan. Estratégicamente, enterró el pulgar muy cerca de la yugular de la joven, lo suficiente para que ella no pudiera convertirse, pero sin llevarla al extremo del desmayo. El Juicio había comenzado
– ¡Hermanos! – invocó desde el pequeño claro y espero a que los cientos de ojos brillasen desde las cavernas que tanto temían los simples mortales – Hoy nuestra “familia” está en grave peligro, Gustave, “Autónomo Delta”, nos ha traicionado, entregando nuestra posición en el Museo a agentes de la Iglesia. Como veis, hemos escapado ilesos y con los valiosos documentos que debíamos rescatar; el Maestre Delta, además, ya no será un peligro para nosotros. – resumió cuando supo que tenía la atención de todos ellos – Sin embargo, Gustave dijo algo más, aparte de revelar su traición. Acusó a esta mujer de estar complotada con él para llevar a cabo sus ruines planes. Ella, por supuesto, lo niega. Así, pues, tenemos dos versiones sobre el mismo hecho. Y he comprendido, con dolor e ira, que los Patri Alfa siempre habéis tenido razón. Dado el peligro que representa la acusación del desterrado Delta es que solicito a los Patri sometáis a Camila de Rose a la prueba final. Os la entrego para que la interroguéis, fuera y “dentro” de ella misma. Si sobrevive a vuestro Juicio, será mi discípula hasta mi muerte o hasta que ella se emancipe, lo que ocurra primero. El Maestre ha hablado. La Omega os pertenece. – sentenció, y soltó a Camila – Ahora, mujer, si estáis dispuesta al Juicio de la Manada, debéis iros con ellos. Si lo superáis, estaré aquí afuera, esperando por vuestra merced. –
La miró, le infundió valor y rezó una vez más porque ella fuera quien decía ser.
La noche sería, larga, fría y terriblemente oscura.
***
Charlemagne Noir- Cambiante Clase Alta
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Re: Exposed [Charlemagne Noir]
Y éste es el juicio de los juicios.
John Grisham
Mi seguridad al andar no disminuía pese a las amenazas que pudiera dar el zorro, me encontraba completamente segura de que los Alfa sabrían que no era mi culpa que descubrieran el plan que nos había llevado hasta el museo, así como estaba segura de que el hombre que se aprecio frente a nosotros quería alejarme de todos ellos y de paso terminas con la vida de Charles.
Aunque el olfato del Mestre debía estar afectado por la inmundicia de las aguas, el mío estaba al limite de la resistencia, aquello era por lejos lo más repugnante que había debido hacer para mantenerme a salvo; seguía confiando en el zorro pese a que de su boca no brotaban más que amenazas de un destino implacable para aquellos que osaban traicionar a la manada a la que juraban proteger. mi determinación al haber aceptado ser aprendiz de aquel hombre estaba sobre cualquier otra cosa y era por eso que aseguraba mi seguridad y la sabiduría de los Alfa, seria mi salvación a aquella situación.
Avanzando lejos de las aguas el olor disminuía, pero nuestros cuerpos y ropas seguían impregnados de aquel aroma que a ratos golpeaba sin piedad a mi olfato.
No replique ante sus exigencias, entre al agua sin más después de haber sacado aquellas prendas de ropa que no tenían salvación. Era una lastima que después del tiempo en que no perdía ropa, debiera dejar aquello de una manera tan deplorable.
Charles me alcanzo antes de que entrara a las aguas y aún con una expresión inconforme y dudosa en el rostro, me ofreció algunos artículos de limpieza que acepte con alegría. Que aquellos jabones y aromas alejaran de mi cuerpo la inmundicia fue de lo más gratificante esa noche, casi tanto como recibir las felicitaciones de Charles al ver que había podido entrar y abrir la puerta de aquel cuarto tan custodiado de donde habíamos sacado lo que ahora el Zorro cargaba de manera tan preciada.
Una vez que salía de las aguas, atrape aquello que me era lanzando y por sus palabras entendí a la perfección que debían tratarse de prendas de su aprendiz más preciada.
No fui capaz de darle las gracias, pues antes de que pudiera hacer cualquier cosa, salió disparado, convertido en uno de sus animales para ir en busca de comida. Mientras tanto yo trataba de cubrir mi cuerpo con las prendas que me eran ofrecidas lo mejor que pude y según lo que Charles había mencionado sobre comida, lo mejor era no parecer una inútil y ayudarle en algo.
Para cuando él regreso con las presas de su caza, la hoguera estaba lista y yo permanecía inmóvil, aguardando en silencio.
Suspire al ver como nuestras ropas eran devoradas por el fuego y agradecía en parte que fuera de esa manera porque olían demasiado mal, tanto que eran capaces de desaparecer el apetito de cualquiera. Solo una vez que en donde antes estaban las prendas no quedara nada más que cenizas, fue que las liebres estuvieron listas y que nos dispusimos a comer en el silencio de la noche, ambos atentos aun así, a cualquier sonido cercano que indicara que seguíamos en peligro.
Mi resolución mientras abandonábamos aquel lugar era más clara que nunca. En el tiempo que nos demoramos en comer y enterrar los restos de nuestra presencia en aquel lugar me decidí a mostrarme más firme que nunca aún cuando las circunstancias demostraran que era la traidora. Aún cuando el Zorro no confiara en mi, yo estaba confiando en mi misma y en mi inocencia y eso debía ser suficiente como para infundir el valor de enfrentar todo aquello que se presentara a partir de ese momento. Con pasos firmes y completamente desarmada, a no ser claro que se hablara de mis capacidades como cambiaformas, continúe avanzando junto al Maestre y en un arrebato de valentía le exprese lo que pensaba y en que estaba dispuesta a aceptar lo que viniera.
La mirada de Charles que se había endurecido, me mostró de nuevo un atisbo de como antes se comportaba conmigo antes de creerme la “traidora” a la manada. No recibí respuesta de su parte más que esa mirada que trasmitía que parte de él creía en mi, pero que no podía arriesgarse a ser engañado y comprendía la situación en la que estaba. Arriesgar a cientos no era comparable a terminar con una sola vida, de eso estaba consciente.
Desde que dijera aquellas palabras, no hubo entre nosotros alguna otra conversación más que palabras secas, una que otra cosa para asegurarnos de que íbamos bien o para al menos por mi parte de sentir la compañía del Zorro por aquellos caminos.
El camino de regreso resulto mucho más largo que el que nos llevo la primera vez hasta el museo. Debimos tomar otras rutas que yo desconocía y debí fiarme como siempre, a la sabiduría del canino que guiaba nuestra andanza. Solo cuando los olores se volvían más conocidos fue que sentí que volvía a casa.
La sensación de estar en el hogar que tanto se ha extraño, no me duro mucho tiempo. Antes de que pudiera hacer algo fui sometida por el Zorro, acabando de rodillas en aquel lugar donde antes había recibido la bienvenida a la manada. Escuche con suma atención cada una de las palabras del Zorro y no trate ni de liberarme o de negarme a lo que pedía que se hiciera conmigo.
Una vez que fui libre del agarre del Zorro, me levante con cuidado y antes de ir hacía donde los Alfa parecían aguardar a que avanzara, mire a Charles.
– Dije que estaba dispuesta desde un inicio, mi resolución no ha cambiado en ningún momento – le dí entonces la espalda para comenzar a avanzar mientras era rodeada por los brillantes ojos desde distintas direcciones pero antes de proseguir, mire sobre el hombro una vez más en dirección al Zorro – Ya lo has dicho, cuando salga de ahí seré tu discípula por siempre – termine entonces para ser sometida al juicio que me esperaba y del cual estaba segura que saldría airosa.
No tenía ni idea de que era lo que me esperaba allá con los Alfa, pero confiaba en mi, confiaba en Charles y sobre todo, confiaba en la manada.
No existía oscuridad tan profunda que no se terminara ante un rayo de luz.
John Grisham
Mi seguridad al andar no disminuía pese a las amenazas que pudiera dar el zorro, me encontraba completamente segura de que los Alfa sabrían que no era mi culpa que descubrieran el plan que nos había llevado hasta el museo, así como estaba segura de que el hombre que se aprecio frente a nosotros quería alejarme de todos ellos y de paso terminas con la vida de Charles.
Aunque el olfato del Mestre debía estar afectado por la inmundicia de las aguas, el mío estaba al limite de la resistencia, aquello era por lejos lo más repugnante que había debido hacer para mantenerme a salvo; seguía confiando en el zorro pese a que de su boca no brotaban más que amenazas de un destino implacable para aquellos que osaban traicionar a la manada a la que juraban proteger. mi determinación al haber aceptado ser aprendiz de aquel hombre estaba sobre cualquier otra cosa y era por eso que aseguraba mi seguridad y la sabiduría de los Alfa, seria mi salvación a aquella situación.
Avanzando lejos de las aguas el olor disminuía, pero nuestros cuerpos y ropas seguían impregnados de aquel aroma que a ratos golpeaba sin piedad a mi olfato.
No replique ante sus exigencias, entre al agua sin más después de haber sacado aquellas prendas de ropa que no tenían salvación. Era una lastima que después del tiempo en que no perdía ropa, debiera dejar aquello de una manera tan deplorable.
Charles me alcanzo antes de que entrara a las aguas y aún con una expresión inconforme y dudosa en el rostro, me ofreció algunos artículos de limpieza que acepte con alegría. Que aquellos jabones y aromas alejaran de mi cuerpo la inmundicia fue de lo más gratificante esa noche, casi tanto como recibir las felicitaciones de Charles al ver que había podido entrar y abrir la puerta de aquel cuarto tan custodiado de donde habíamos sacado lo que ahora el Zorro cargaba de manera tan preciada.
Una vez que salía de las aguas, atrape aquello que me era lanzando y por sus palabras entendí a la perfección que debían tratarse de prendas de su aprendiz más preciada.
No fui capaz de darle las gracias, pues antes de que pudiera hacer cualquier cosa, salió disparado, convertido en uno de sus animales para ir en busca de comida. Mientras tanto yo trataba de cubrir mi cuerpo con las prendas que me eran ofrecidas lo mejor que pude y según lo que Charles había mencionado sobre comida, lo mejor era no parecer una inútil y ayudarle en algo.
Para cuando él regreso con las presas de su caza, la hoguera estaba lista y yo permanecía inmóvil, aguardando en silencio.
Suspire al ver como nuestras ropas eran devoradas por el fuego y agradecía en parte que fuera de esa manera porque olían demasiado mal, tanto que eran capaces de desaparecer el apetito de cualquiera. Solo una vez que en donde antes estaban las prendas no quedara nada más que cenizas, fue que las liebres estuvieron listas y que nos dispusimos a comer en el silencio de la noche, ambos atentos aun así, a cualquier sonido cercano que indicara que seguíamos en peligro.
Mi resolución mientras abandonábamos aquel lugar era más clara que nunca. En el tiempo que nos demoramos en comer y enterrar los restos de nuestra presencia en aquel lugar me decidí a mostrarme más firme que nunca aún cuando las circunstancias demostraran que era la traidora. Aún cuando el Zorro no confiara en mi, yo estaba confiando en mi misma y en mi inocencia y eso debía ser suficiente como para infundir el valor de enfrentar todo aquello que se presentara a partir de ese momento. Con pasos firmes y completamente desarmada, a no ser claro que se hablara de mis capacidades como cambiaformas, continúe avanzando junto al Maestre y en un arrebato de valentía le exprese lo que pensaba y en que estaba dispuesta a aceptar lo que viniera.
La mirada de Charles que se había endurecido, me mostró de nuevo un atisbo de como antes se comportaba conmigo antes de creerme la “traidora” a la manada. No recibí respuesta de su parte más que esa mirada que trasmitía que parte de él creía en mi, pero que no podía arriesgarse a ser engañado y comprendía la situación en la que estaba. Arriesgar a cientos no era comparable a terminar con una sola vida, de eso estaba consciente.
Desde que dijera aquellas palabras, no hubo entre nosotros alguna otra conversación más que palabras secas, una que otra cosa para asegurarnos de que íbamos bien o para al menos por mi parte de sentir la compañía del Zorro por aquellos caminos.
El camino de regreso resulto mucho más largo que el que nos llevo la primera vez hasta el museo. Debimos tomar otras rutas que yo desconocía y debí fiarme como siempre, a la sabiduría del canino que guiaba nuestra andanza. Solo cuando los olores se volvían más conocidos fue que sentí que volvía a casa.
La sensación de estar en el hogar que tanto se ha extraño, no me duro mucho tiempo. Antes de que pudiera hacer algo fui sometida por el Zorro, acabando de rodillas en aquel lugar donde antes había recibido la bienvenida a la manada. Escuche con suma atención cada una de las palabras del Zorro y no trate ni de liberarme o de negarme a lo que pedía que se hiciera conmigo.
Una vez que fui libre del agarre del Zorro, me levante con cuidado y antes de ir hacía donde los Alfa parecían aguardar a que avanzara, mire a Charles.
– Dije que estaba dispuesta desde un inicio, mi resolución no ha cambiado en ningún momento – le dí entonces la espalda para comenzar a avanzar mientras era rodeada por los brillantes ojos desde distintas direcciones pero antes de proseguir, mire sobre el hombro una vez más en dirección al Zorro – Ya lo has dicho, cuando salga de ahí seré tu discípula por siempre – termine entonces para ser sometida al juicio que me esperaba y del cual estaba segura que saldría airosa.
No tenía ni idea de que era lo que me esperaba allá con los Alfa, pero confiaba en mi, confiaba en Charles y sobre todo, confiaba en la manada.
No existía oscuridad tan profunda que no se terminara ante un rayo de luz.
Thalie De Rose- Cambiante Clase Media
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Re: Exposed [Charlemagne Noir]
Y tú, que eres unciosa como un ruego
y sin mácula y simple como un nardo,
tienes trágica crin dorada a fuego
y amarillas pupilas de leopardo.
Amado Nervo. A una francesa.
y sin mácula y simple como un nardo,
tienes trágica crin dorada a fuego
y amarillas pupilas de leopardo.
Amado Nervo. A una francesa.
La soltó sin miramientos, era verdad, pero con el corazón contrito. ¿Sería posible que ella estuviera mintiendo? ¿Sería posible que sus barreras, de las que tan orgulloso se sentía, fuesen tan fácilmente vulneradas? Más aun, ¿sería posible que todos los hermanos de la Manada hubieran caído en la mascarada de Camila? Los Patri también estaban compuestos por mujeres, de mayor edad, habilidad y dominio en el arte de la verdad y la mentira. No era sólo su orgullo personal el que estaba en juego. Si una simple cachorra podía engañarlos a todos... entonces era momento de disolverse.
Ella le sostuvo la mirada, digna y segura.
– Dije que estaba dispuesta desde un inicio, mi resolución no ha cambiado en ningún momento. – se movió con elegancia e indiferencia; sólo al final se volteó a mirarlo, como la gata ofendida que era – Ya lo has dicho, cuando salga de ahí seré tu discípula por siempre. –
Aquello sonaba casi como una sentencia, meditó él, mientras la “Rosa” se perdía en los laberintos de la cueva. Sonrió, un poco más tranquilo; era verdad, en cierto modo. Si todo salía bien, todavía quedaba un escollo más por vencer.
Jîldael.
Entonces, en lo alto un águila emitió su agudo canto y se dejó caer en una elegante espiral hasta que posó sus poderosas garras sin el menor daño sobre el brazo de Charlemagne. Él le acarició la hermosa cabeza y lo miró con suma atención.
– Mi querido Leonard... A veces sois una criatura encantadora, cuando queréis. – musitó, mientras acomodaba al ave rapaz en su hombro.
Él le miró con rencor, mientras le daba un duro picotazo en la oreja, luego de lo cual estiraba su pata derecha. El Alfa quitó con presteza el singular correo y lo guardó con sumo cuidado en uno de sus bolsillos interiores; su vista, sin embargo, no tardó en volver su atención hacia la hendidura por donde la chica había desaparecido. Leonard parecía entender la diatriba del Can, por lo que se convirtió en una buena compañía durante unos minutos, mientras le empujaba cariñosamente la cabeza con su pico. Charles lo miró, sorprendido; era imposible esperar una actitud así de un hombre tan duro como Leonard, pero se lo agradeció sinceramente. El Falconiforme volvió a cantar y elevó el vuelo con la misma elegancia de los de su especie para perderse en la oscuridad de la noche creciente.
Charles sabía que podía irse a casa y volver al día siguiente, pues la dura prueba que sometía a Camila duraría toda la noche, pero no fue capaz de abandonarla allí sola. Quería ser el primero en verla. Así que después de horas de caminar en círculos y de matar el tiempo afilando sus cuchillos, llegó el momento de la noche en que el frío le caló los huesos; ya no estaba tan joven, se dijo, mientras reunía leña, escogía un punto estratégico y se daba a la tarea de encender una generosa hoguera. Deshizo el hato que llevara ante sus hermanos y extrajo los restos de la comida del día anterior y una manta. Comió con mesura, bebió las últimas gotas de su cantimplora y siguió esperando. En algún momento, era evidente, el sueño simplemente lo venció.
Fue un graznido el que lo despertó; la niebla matutina se deshacía en jirones que daban paso a los primeros rayos del sol, mientras el frío todavía gobernaba en aquel claro. Charles agradeció el que la fogata son se apagase, pero ello no tardaría mucho en ocurrir, así que arrojó otros leños para que las llamas pudieran consumirlos, al tiempo que él se ponía de pie para espabilarse y desentumirse. La espera todavía continuaba.
Ya la niebla había desaparecido del todo, y el sol se imponía ya en el medio cielo cuando ella volvió a salir.
Tenía la mirada perdida y el sol la encandiló por completo, pero no se derrumbó. Tenía profundas ojeras y los labios terriblemente resecos; el cabello, lacio, le caía como una cortina por la espalda; una blanca túnica le cubría el cuerpo; el viento matutino la agitó, como una bandera de triunfo.
Ella era inocente. Pero, más importante aún, era un miembro más de la Manada. Para siempre. Charles, presa de una oleada de alivio, corrió a su encuentro para felicitarla, pero entonces comprendió lo que estaba a punto de ocurrir, así que apretó el paso y llegó junto a ella cuando Camila se desmayaba. La tomó en sus brazos como si estuviera hecha de plumas y le besó la frente, mientras murmuraba una sentida disculpa. Entonces vio a los demás; el resto del Cónclave aparecía para finalizar la ceremonia. Uno de los Patri cubrió a la joven con una gruesa manta de algodón:
– Llevadla a la cabaña de Sho y aguardad a que despierte. Cuando lo haga, preparadla para la ceremonia. Ahora, os pertenece. Vos sois responsable de su bienestar. Larga vida a vuestra Omega. –
Charles cumplió sin demora la encomienda; la cabaña del japonés curandero, ya tanto tiempo desaparecido, estaba bastante cerca de la cueva de la Manada. Casi una hora después, Camila aún dormía en el improvisado lecho de paja que Charles había encontrado todavía tan limpio como el primer día, como si la cama se hubiera hecho sólo unas horas atrás.
Ya iba por el segundo té cuando ella despertó.
Y fue como si la primavera hubiera llegado ese día.
***
Ella le sostuvo la mirada, digna y segura.
– Dije que estaba dispuesta desde un inicio, mi resolución no ha cambiado en ningún momento. – se movió con elegancia e indiferencia; sólo al final se volteó a mirarlo, como la gata ofendida que era – Ya lo has dicho, cuando salga de ahí seré tu discípula por siempre. –
Aquello sonaba casi como una sentencia, meditó él, mientras la “Rosa” se perdía en los laberintos de la cueva. Sonrió, un poco más tranquilo; era verdad, en cierto modo. Si todo salía bien, todavía quedaba un escollo más por vencer.
Jîldael.
Entonces, en lo alto un águila emitió su agudo canto y se dejó caer en una elegante espiral hasta que posó sus poderosas garras sin el menor daño sobre el brazo de Charlemagne. Él le acarició la hermosa cabeza y lo miró con suma atención.
– Mi querido Leonard... A veces sois una criatura encantadora, cuando queréis. – musitó, mientras acomodaba al ave rapaz en su hombro.
Él le miró con rencor, mientras le daba un duro picotazo en la oreja, luego de lo cual estiraba su pata derecha. El Alfa quitó con presteza el singular correo y lo guardó con sumo cuidado en uno de sus bolsillos interiores; su vista, sin embargo, no tardó en volver su atención hacia la hendidura por donde la chica había desaparecido. Leonard parecía entender la diatriba del Can, por lo que se convirtió en una buena compañía durante unos minutos, mientras le empujaba cariñosamente la cabeza con su pico. Charles lo miró, sorprendido; era imposible esperar una actitud así de un hombre tan duro como Leonard, pero se lo agradeció sinceramente. El Falconiforme volvió a cantar y elevó el vuelo con la misma elegancia de los de su especie para perderse en la oscuridad de la noche creciente.
Charles sabía que podía irse a casa y volver al día siguiente, pues la dura prueba que sometía a Camila duraría toda la noche, pero no fue capaz de abandonarla allí sola. Quería ser el primero en verla. Así que después de horas de caminar en círculos y de matar el tiempo afilando sus cuchillos, llegó el momento de la noche en que el frío le caló los huesos; ya no estaba tan joven, se dijo, mientras reunía leña, escogía un punto estratégico y se daba a la tarea de encender una generosa hoguera. Deshizo el hato que llevara ante sus hermanos y extrajo los restos de la comida del día anterior y una manta. Comió con mesura, bebió las últimas gotas de su cantimplora y siguió esperando. En algún momento, era evidente, el sueño simplemente lo venció.
Fue un graznido el que lo despertó; la niebla matutina se deshacía en jirones que daban paso a los primeros rayos del sol, mientras el frío todavía gobernaba en aquel claro. Charles agradeció el que la fogata son se apagase, pero ello no tardaría mucho en ocurrir, así que arrojó otros leños para que las llamas pudieran consumirlos, al tiempo que él se ponía de pie para espabilarse y desentumirse. La espera todavía continuaba.
Ya la niebla había desaparecido del todo, y el sol se imponía ya en el medio cielo cuando ella volvió a salir.
Tenía la mirada perdida y el sol la encandiló por completo, pero no se derrumbó. Tenía profundas ojeras y los labios terriblemente resecos; el cabello, lacio, le caía como una cortina por la espalda; una blanca túnica le cubría el cuerpo; el viento matutino la agitó, como una bandera de triunfo.
Ella era inocente. Pero, más importante aún, era un miembro más de la Manada. Para siempre. Charles, presa de una oleada de alivio, corrió a su encuentro para felicitarla, pero entonces comprendió lo que estaba a punto de ocurrir, así que apretó el paso y llegó junto a ella cuando Camila se desmayaba. La tomó en sus brazos como si estuviera hecha de plumas y le besó la frente, mientras murmuraba una sentida disculpa. Entonces vio a los demás; el resto del Cónclave aparecía para finalizar la ceremonia. Uno de los Patri cubrió a la joven con una gruesa manta de algodón:
– Llevadla a la cabaña de Sho y aguardad a que despierte. Cuando lo haga, preparadla para la ceremonia. Ahora, os pertenece. Vos sois responsable de su bienestar. Larga vida a vuestra Omega. –
Charles cumplió sin demora la encomienda; la cabaña del japonés curandero, ya tanto tiempo desaparecido, estaba bastante cerca de la cueva de la Manada. Casi una hora después, Camila aún dormía en el improvisado lecho de paja que Charles había encontrado todavía tan limpio como el primer día, como si la cama se hubiera hecho sólo unas horas atrás.
Ya iba por el segundo té cuando ella despertó.
Y fue como si la primavera hubiera llegado ese día.
***
Charlemagne Noir- Cambiante Clase Alta
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Localización : A los pies de Épsilon, siempre protegiéndola
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Re: Exposed [Charlemagne Noir]
La fuerza más fuerte de todas es un corazón inocente.
Victor Hugo
Iba a demostrar mi inocencia costara lo que costara, estaba decidida a estar al lado de Charles, a aprender de él tanto como fuera necesario y a formar parte de aquella manada que ahora estaba por juzgarme y decidir mi destino. Antes de desaparecer por aquel camino que me indicaban seguir a ciegas mire en dirección a Charles, diciendo lo que pensaba, dejándole en claro mi posición sobre todo aquello y algo sobre lo cual pensar, quizás mientras estaba yo siendo juzgada.
Sin saber que me deparaba allá, seguí el camino que me indicaban con fe ciega en que sería un juicio justo y en que después de eso no dudarían más de mi. No tendrían derecho a juzgarme nuevamente de la manera en que ahora lo hacían. Si se daban cuenta de que mi inocencia era real ¿Con qué cara volverían a juzgarme? En el momento en que hiciera algo realmente en contra de la manda, yo misma me entregaría, pero no era una traidora.
De manera lenta la luz del exterior, de aquel lugar donde se había quedado el Zorro desaparecía, dejando en su lugar solo caminos que no creía que existieran dentro de una cueva y oscuridad. La oscuridad se parecía a aquella que me vi forzada a atravesar la primera vez que entre en el territorio de la manada, la oscuridad que cargaba mi corazón por la perdida de Maryeva y que desde hacía un tiempo, no se me presentaba de la misma manera. En los lugares donde antes hubo oscuridad por la perdida de mi amiga, ahora existía luz. Había soportado tanto que una prueba más sería solo otra parte de la vida que ahora decidía seguir.
En aquel lugar al que lentamente me adentraba, solo se encontrarían los Alfas y yo. El camino fue complicado, andar entre las cuevas, por diversos caminos que me eran completamente desconocidos pero que al final mostraron un sitio más amplio, una especie de sitio más abierto donde los caminos habían terminado, dejando únicamente aquel lugar que lucía más iluminado que los que me vi obligada a recorrer para llegar hasta ahí. La iluminación parecía regalada por un reflejo de la luna que entraba al interior de la cueva, justo por un sitio que yo desconocía y que no alcanzaba a diferencias. Los Alfa me guiaron entonces, hasta ubicarme en lo que parecía ser el centro de aquel lugar. El juicio estaba por iniciar.
Tal y como Charles lo había dicho antes, aquello sería lo más duro que me viera obligada a enfrentar en toda mi vida. De alguna manera que aún no podía comprender era juzgada tanto por lo que decía, como por lo que pensaba. Tanto por fuera como por dentro, todo era puesto en tela de juicio. De alguna manera complicada de explicar, mi pasado y mi presente eran analizados, todo en busca de la traición que no había llevado a cabo y de la cual se me culpaba.
Los Patri eran duros conmigo, no podían ser de otra manera con alguien culpado de semejante traición y aunque había yo atravesado hasta ese momento tantas cosas, nada se igualaba con aquello que se llevaba a cabo fuera de la vista de todos, y solo los presentes como testigos.
El tiempo me pareció eterno, el frío en aquella cueva comenzaba a calarme los huesos y todo se volvía más complicado. No supe cuanto estuve en aquel lugar, sometida a las indagaciones del grupo de Alfas que decidirían mi futuro. Fue únicamente cuando mi cuerpo parecía no dar más que el resultado fue decidió y mi destino estaba sellado.
Envuelta en una túnica blanca, fui invitada a salir de aquel sitio, después de haber escuchado las palabras que tanto espere “Inocente”. Charles debía ahora ser mi maestre por siempre y eso me daba más fuerzas para abandonar la cueva e ir en su búsqueda, debía darle la noticia.
Caminar de regreso al lugar donde antes deje a Charles fue más duro de lo que imagine. El cuerpo me pesaba y apenas me respondía lo suficiente pero lentamente me acercaba a la salida, y podía notarlo porque la oscuridad nuevamente se iba desvaneciendo lentamente hasta que fue la neblina suave la que me recibió, la cual se estaba esfumando poco a poco, dejando que viera a lo lejos una figura. El Zorro estaba ahí, mirando en mi dirección y trate de sonreír en su dirección solo que mi cuerpo dejo de responder y mis ojos se cerraron, no supe más de mi.
Mi cuerpo se sentía cómodo, tanto que no deseaba abrir los ojos pero igual lo hice, deseaba ver una vez más a Charles. Cuando mis ojos se abrieron, lo que vi fue el tejado de una casita y con mis movimientos la paja sobre la que me encontraba hizo un ligero sonido. Con cuidado volví la cabeza a un costado y entonces le vi. El Zorro se mantenía mirando en mi dirección y sonreí.
– Inocente. Te dije que saldría de esta porque no soy una traidora. ¿Ahora si me crees? – era una gata y como tal no me encontraba feliz hasta hacerle notar su error y mi victoria.
Victor Hugo
Iba a demostrar mi inocencia costara lo que costara, estaba decidida a estar al lado de Charles, a aprender de él tanto como fuera necesario y a formar parte de aquella manada que ahora estaba por juzgarme y decidir mi destino. Antes de desaparecer por aquel camino que me indicaban seguir a ciegas mire en dirección a Charles, diciendo lo que pensaba, dejándole en claro mi posición sobre todo aquello y algo sobre lo cual pensar, quizás mientras estaba yo siendo juzgada.
Sin saber que me deparaba allá, seguí el camino que me indicaban con fe ciega en que sería un juicio justo y en que después de eso no dudarían más de mi. No tendrían derecho a juzgarme nuevamente de la manera en que ahora lo hacían. Si se daban cuenta de que mi inocencia era real ¿Con qué cara volverían a juzgarme? En el momento en que hiciera algo realmente en contra de la manda, yo misma me entregaría, pero no era una traidora.
De manera lenta la luz del exterior, de aquel lugar donde se había quedado el Zorro desaparecía, dejando en su lugar solo caminos que no creía que existieran dentro de una cueva y oscuridad. La oscuridad se parecía a aquella que me vi forzada a atravesar la primera vez que entre en el territorio de la manada, la oscuridad que cargaba mi corazón por la perdida de Maryeva y que desde hacía un tiempo, no se me presentaba de la misma manera. En los lugares donde antes hubo oscuridad por la perdida de mi amiga, ahora existía luz. Había soportado tanto que una prueba más sería solo otra parte de la vida que ahora decidía seguir.
En aquel lugar al que lentamente me adentraba, solo se encontrarían los Alfas y yo. El camino fue complicado, andar entre las cuevas, por diversos caminos que me eran completamente desconocidos pero que al final mostraron un sitio más amplio, una especie de sitio más abierto donde los caminos habían terminado, dejando únicamente aquel lugar que lucía más iluminado que los que me vi obligada a recorrer para llegar hasta ahí. La iluminación parecía regalada por un reflejo de la luna que entraba al interior de la cueva, justo por un sitio que yo desconocía y que no alcanzaba a diferencias. Los Alfa me guiaron entonces, hasta ubicarme en lo que parecía ser el centro de aquel lugar. El juicio estaba por iniciar.
Tal y como Charles lo había dicho antes, aquello sería lo más duro que me viera obligada a enfrentar en toda mi vida. De alguna manera que aún no podía comprender era juzgada tanto por lo que decía, como por lo que pensaba. Tanto por fuera como por dentro, todo era puesto en tela de juicio. De alguna manera complicada de explicar, mi pasado y mi presente eran analizados, todo en busca de la traición que no había llevado a cabo y de la cual se me culpaba.
Los Patri eran duros conmigo, no podían ser de otra manera con alguien culpado de semejante traición y aunque había yo atravesado hasta ese momento tantas cosas, nada se igualaba con aquello que se llevaba a cabo fuera de la vista de todos, y solo los presentes como testigos.
El tiempo me pareció eterno, el frío en aquella cueva comenzaba a calarme los huesos y todo se volvía más complicado. No supe cuanto estuve en aquel lugar, sometida a las indagaciones del grupo de Alfas que decidirían mi futuro. Fue únicamente cuando mi cuerpo parecía no dar más que el resultado fue decidió y mi destino estaba sellado.
Envuelta en una túnica blanca, fui invitada a salir de aquel sitio, después de haber escuchado las palabras que tanto espere “Inocente”. Charles debía ahora ser mi maestre por siempre y eso me daba más fuerzas para abandonar la cueva e ir en su búsqueda, debía darle la noticia.
Caminar de regreso al lugar donde antes deje a Charles fue más duro de lo que imagine. El cuerpo me pesaba y apenas me respondía lo suficiente pero lentamente me acercaba a la salida, y podía notarlo porque la oscuridad nuevamente se iba desvaneciendo lentamente hasta que fue la neblina suave la que me recibió, la cual se estaba esfumando poco a poco, dejando que viera a lo lejos una figura. El Zorro estaba ahí, mirando en mi dirección y trate de sonreír en su dirección solo que mi cuerpo dejo de responder y mis ojos se cerraron, no supe más de mi.
[…]
Mi cuerpo se sentía cómodo, tanto que no deseaba abrir los ojos pero igual lo hice, deseaba ver una vez más a Charles. Cuando mis ojos se abrieron, lo que vi fue el tejado de una casita y con mis movimientos la paja sobre la que me encontraba hizo un ligero sonido. Con cuidado volví la cabeza a un costado y entonces le vi. El Zorro se mantenía mirando en mi dirección y sonreí.
– Inocente. Te dije que saldría de esta porque no soy una traidora. ¿Ahora si me crees? – era una gata y como tal no me encontraba feliz hasta hacerle notar su error y mi victoria.
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Re: Exposed [Charlemagne Noir]
Porque si ya no existe,
aunque nadie se ocupe de sus solemnidades,
hay noches en que llega la verdad,
ese huésped incómodo,
para dejarnos sucios, vacíos, sin tabaco,
como en un restaurante de sillas boca arriba
ya punto de cerrar.
-Nos están esperando.
Luis García Montero. Bajo la luz quemada...
aunque nadie se ocupe de sus solemnidades,
hay noches en que llega la verdad,
ese huésped incómodo,
para dejarnos sucios, vacíos, sin tabaco,
como en un restaurante de sillas boca arriba
ya punto de cerrar.
-Nos están esperando.
Luis García Montero. Bajo la luz quemada...
Ella aún estaba tendida sobre la cama, cuya debilidad evidenciaba la fuerte opresión que ejercieron sobre ella los Patri de la Manada. La miró orgulloso; era digna de todo elogio y admiración. Muy pocos habían resistido la invasión absoluta de sus pensamientos. Muchos habían enloquecido en el terrible proceso y nadie era el mismo después de aquella prueba.
Por eso Charles había sentido piedad de Gustave. Por eso muchos de los jóvenes Omega nunca habían enfrentado la dura prueba de la que ahora Camila emergía invicta. Estaba claro que la Manada iba a sufrir una violenta crisis, a causa de la traición del Delta; muy ciertamente, perderían de entre sus filas a los jóvenes más prometedores, celosos de sus secretos, de su interioridad, de su pasado. El Can no los culpaba, pero tampoco retrocedería. El error cometido con el traidor Lican no volvería a suceder.
La Felina le devolvió la mirada altiva:
– Inocente. Te dije que saldría de esta porque no soy una traidora. ¿Ahora si me crees? – lo desafió, arrogante, en ese tono de voz que no acepta réplicas, tan propio de los Cambiantes Felinos.
La admiraba por su temple, por su perseverancia y, sobre todo por su fortaleza; pero, al mismo tiempo, no dejaba de sentir un pinchazo de temor. La “Rosa” había salido exitosa de la dura prueba que le imponía la Manada y ahora su destino estaba unido indefectiblemente al de Charles. Y allí radicaba, irónicamente su mayor conflicto; era feliz de tenerla a su lado; no como se pensaría, en un afán erótico que a sus años de celibato ya casi no le importaba, sino como el amor sincero del padre que vela por la hija. Y era que Camila le recordaba tanto a Océanne, quien habría tenido la misma edad de no ser...
Sacudió la cabeza.
No podía permitirle a su pasado volver con tal violencia. No aún.
– Así veo. – carraspeó con hosquedad – En todo caso, lo que yo tenga que decir al respecto realmente importa muy poco. Hay otros asuntos que resolver, Camila, antes de preocuparnos de mi opinión sobre ti. Sólo diré, pequeña, que hoy me has enorgullecido. – admitió, revelando parte de sus verdaderos sentimientos por ella – En fin, dejaremos los elogios para otro momento. Pronto vendrán las mujeres de la Manada, quienes traerán consigo vestimentas y adornos para tu Ceremonia de Iniciación. Puede resultar algo recargado el vestuario, pero está lleno de simbolismos. Os sugiero no ofender a las ancianas y acatar todo lo que te indiquen sobre cómo vestiros, qué peinado llevar o qué joyas lucir. – la miró suspicaz, percibiendo cierta reticencia a tanto protocolo – La obediencia a los mayores es una virtud muy valorada entre los nuestros; es bueno que lo sepáis. Y sabed también que habrá un brujo. Nuestro lazo no es solo de palabra, es... – titubeó unos instantes, pues no sabía cómo explicarle lo que ocurriría; no sabía cómo decirle que, en cierto modo, parte del alma de ella sería siempre de él y a la inversa, el corazón de él seguiría latiendo gracias a la joven. Era algo que Camila descubriría en la Ceremonia y de lo que podría desdecirse por única vez en ese momento; después, estarían unidos de por vida – algo más complicado que eso. – concluyó, escueto, y le tendió un viejo pergamino – Leedlo. Contiene las leyes esenciales de nuestra Hermandad. Debo dejaros ahora. Nos encontraremos de nuevo cuando el ocaso bese a la montaña. Mientras tanto, joven Camila, meditad y escoged. – dijo, luego de lo cual, se retiró de la sencilla choza.
Mientras vagaba por el bosque, al encuentro de los hombres Patri, una sonrisa se dibujó en su rostro. Quién diría que habría, otra vez, dos mujeres en su vida por las que dividiría su corazón a la mitad.
***
Por eso Charles había sentido piedad de Gustave. Por eso muchos de los jóvenes Omega nunca habían enfrentado la dura prueba de la que ahora Camila emergía invicta. Estaba claro que la Manada iba a sufrir una violenta crisis, a causa de la traición del Delta; muy ciertamente, perderían de entre sus filas a los jóvenes más prometedores, celosos de sus secretos, de su interioridad, de su pasado. El Can no los culpaba, pero tampoco retrocedería. El error cometido con el traidor Lican no volvería a suceder.
La Felina le devolvió la mirada altiva:
– Inocente. Te dije que saldría de esta porque no soy una traidora. ¿Ahora si me crees? – lo desafió, arrogante, en ese tono de voz que no acepta réplicas, tan propio de los Cambiantes Felinos.
La admiraba por su temple, por su perseverancia y, sobre todo por su fortaleza; pero, al mismo tiempo, no dejaba de sentir un pinchazo de temor. La “Rosa” había salido exitosa de la dura prueba que le imponía la Manada y ahora su destino estaba unido indefectiblemente al de Charles. Y allí radicaba, irónicamente su mayor conflicto; era feliz de tenerla a su lado; no como se pensaría, en un afán erótico que a sus años de celibato ya casi no le importaba, sino como el amor sincero del padre que vela por la hija. Y era que Camila le recordaba tanto a Océanne, quien habría tenido la misma edad de no ser...
Sacudió la cabeza.
No podía permitirle a su pasado volver con tal violencia. No aún.
– Así veo. – carraspeó con hosquedad – En todo caso, lo que yo tenga que decir al respecto realmente importa muy poco. Hay otros asuntos que resolver, Camila, antes de preocuparnos de mi opinión sobre ti. Sólo diré, pequeña, que hoy me has enorgullecido. – admitió, revelando parte de sus verdaderos sentimientos por ella – En fin, dejaremos los elogios para otro momento. Pronto vendrán las mujeres de la Manada, quienes traerán consigo vestimentas y adornos para tu Ceremonia de Iniciación. Puede resultar algo recargado el vestuario, pero está lleno de simbolismos. Os sugiero no ofender a las ancianas y acatar todo lo que te indiquen sobre cómo vestiros, qué peinado llevar o qué joyas lucir. – la miró suspicaz, percibiendo cierta reticencia a tanto protocolo – La obediencia a los mayores es una virtud muy valorada entre los nuestros; es bueno que lo sepáis. Y sabed también que habrá un brujo. Nuestro lazo no es solo de palabra, es... – titubeó unos instantes, pues no sabía cómo explicarle lo que ocurriría; no sabía cómo decirle que, en cierto modo, parte del alma de ella sería siempre de él y a la inversa, el corazón de él seguiría latiendo gracias a la joven. Era algo que Camila descubriría en la Ceremonia y de lo que podría desdecirse por única vez en ese momento; después, estarían unidos de por vida – algo más complicado que eso. – concluyó, escueto, y le tendió un viejo pergamino – Leedlo. Contiene las leyes esenciales de nuestra Hermandad. Debo dejaros ahora. Nos encontraremos de nuevo cuando el ocaso bese a la montaña. Mientras tanto, joven Camila, meditad y escoged. – dijo, luego de lo cual, se retiró de la sencilla choza.
Mientras vagaba por el bosque, al encuentro de los hombres Patri, una sonrisa se dibujó en su rostro. Quién diría que habría, otra vez, dos mujeres en su vida por las que dividiría su corazón a la mitad.
***
Charlemagne Noir- Cambiante Clase Alta
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Re: Exposed [Charlemagne Noir]
Levanto la vista y veo el cielo limpio y lleno de cometas, verdes, amarillas, rojas, naranjas. Resplandecen a la luz del atardecer.
Khaled Hosseini
Sufría de un agotamiento que nunca antes había experimentado, el cuerpo entero me pesaba y eso dificultaba mis movimientos, no extrañaba nada de esa situación pues no por nada había sido expuesta al juicio de los alfa, sin presencia de Charles y únicamente con mi certeza de inocencia. Logre salir airosa y eso era lo que me llevaba a mirar orgullosa en dirección al “Zorro” con la dificultad que aquello me generaba pero eso era lo de menos cuando esperaba ver en él algo que demostrara vergüenza al pensar en mi como una traidora, después de ir en busca de la manada de manera desesperada para poder dejar el pasado en su sitio y mirar al frente.
En los ojos de Charles era capaz de ver muchas cosas, todas tan indescriptibles y a la vez tan comprensibles para mi; realmente no necesitaba sus palabras, con el hecho de estar cómodamente en aquella choza y que estuviera a mi lado, me indicaba que se encontraba contento de lo que logre. Que pese a todo saliera inocente debía dejarle un agradable sabor de boca. Quien ahora sería durante el tiempo que nuestras vidas duraran, mi maestre se digno a hablar después de unos minutos permaneciendo en completo mutis. Una sonrisa cruzo mi rostro, con sus palabras me daba la impresión de aun ser una pequeña que es guiada por la familia por primera vez a una reunión, en la cual ha hecho todo lo que debe para que la gente hable maravillas de ella.
Pese a todo lo sucedió y a lo que demostrara de mi, aún no era una miembro de manera oficial de la manada; eso era lo que entendía de lo que salía de los labios de Charles. Aún existían protocolos por seguir; no negaría que aquello me hacía feliz, gracias a mi inocencia quizás se había acelerado el proceso se pertenencia a la manada y eso era justamente lo que me llevara en un inicio a buscar al “Zorro”. Una risa por lo bajo fue lo que emití, era imposible que alguna de mis expresiones aunque fueran meros gestos pasaran desapercibidos por el maestre.
– Lo lamento, haré lo que me digan y prometo no decir ni una palabra acerca del vestuario, peinado o joyas; seguiré las indicaciones de las mujeres y me limitare a obedecer, tal y como me lo pides. De verdad que no haré nada que termine por ofender a alguien y mucho menos cometeré algún error que logre avergonzarte – Todo cuanto fuera a suceder y lo que hasta esos momentos pasaba, era novedoso para mi. Por tanto no haría nada, me dejaría llevar cual hoja por la corriente y seguiría cada una de las peticiones de la manada porque desde eso momento y para siempre sería parte de ellos.
Su duda solo acrecentó mi curiosidad sobre lo que el lazo que mencionaba significaría para mi y para él. Aún con la curiosidad carcomiendo parte de mi ser, me negué a hacer alguna clase de cuestionamiento al respecto; tal y como antes lo mencionara el maestre, era una ceremonia, tarde o temprano sabría los significados de todo aquello que me rodearía e incluso de lo que usaría.
Tome aire de manera profunda y termine sentada en aquella paja que hacía de cama para mi cuerpo aún agotado por lo antes vivido. Mi mano se extendió en su dirección y tome el pergamino que me ofrecía. Aquello era la ley, todo cuanto debería seguir desde ese momento y en adelante.
– Gracias, nos veremos más tarde – hable en un susurro y le observe abandonar aquella casita, mientras que mis ojos y pensamientos se enfocaban en el pergamino que sujetaba en la mano. Las ultimas palabras que salieran de la boca del “Zorro” me dejaban pensando; ¿Aún tenía posibilidad de decidir? A lo que él me daba a entender era justo de esa forma, pero no tenía nada que meditar ni escoger; la decisión había sido tomada por mi desde que me adentrara en la búsqueda de aquel viejo maestre.
Abrí con lentitud el pergamino, posando mi mirada sobre la elegante escritura. Aquel pergamino estaba un tanto avejentado, prueba del tiempo que llevaba en existencia la manada; así que con todo el respeto comencé la lectura del mismo, apropiandome de cada palabra como si toda la vida hubiese conocido aquellas leyes. Lentamente pasaba de regla en regla y fue preciso cuando terminaba que el sonido del grupo de mujeres se escucho cercano. Suspire al terminar de leer aquel pergamino y me prepare para la llegada de las mujeres que apenas obtuvieron el permiso de entrar ya estaban sobre mi, ayudando a que me pusiera la ropa adecuada para la ceremonia. Todas y cada una de ellas me auxiliaban, trataban de que no me agotara demasiado. Las ropas y todo aquello, tal como me lo dijo Charles era un tanto exagerado para mi gusto, aún así, permití que todo fuera puesto en su lugar; aguardando porque el atardecer llegara pronto y con él, mi integración a aquella manada que comenzaba a sentirse como el único hogar que tuviera.
Khaled Hosseini
Sufría de un agotamiento que nunca antes había experimentado, el cuerpo entero me pesaba y eso dificultaba mis movimientos, no extrañaba nada de esa situación pues no por nada había sido expuesta al juicio de los alfa, sin presencia de Charles y únicamente con mi certeza de inocencia. Logre salir airosa y eso era lo que me llevaba a mirar orgullosa en dirección al “Zorro” con la dificultad que aquello me generaba pero eso era lo de menos cuando esperaba ver en él algo que demostrara vergüenza al pensar en mi como una traidora, después de ir en busca de la manada de manera desesperada para poder dejar el pasado en su sitio y mirar al frente.
En los ojos de Charles era capaz de ver muchas cosas, todas tan indescriptibles y a la vez tan comprensibles para mi; realmente no necesitaba sus palabras, con el hecho de estar cómodamente en aquella choza y que estuviera a mi lado, me indicaba que se encontraba contento de lo que logre. Que pese a todo saliera inocente debía dejarle un agradable sabor de boca. Quien ahora sería durante el tiempo que nuestras vidas duraran, mi maestre se digno a hablar después de unos minutos permaneciendo en completo mutis. Una sonrisa cruzo mi rostro, con sus palabras me daba la impresión de aun ser una pequeña que es guiada por la familia por primera vez a una reunión, en la cual ha hecho todo lo que debe para que la gente hable maravillas de ella.
Pese a todo lo sucedió y a lo que demostrara de mi, aún no era una miembro de manera oficial de la manada; eso era lo que entendía de lo que salía de los labios de Charles. Aún existían protocolos por seguir; no negaría que aquello me hacía feliz, gracias a mi inocencia quizás se había acelerado el proceso se pertenencia a la manada y eso era justamente lo que me llevara en un inicio a buscar al “Zorro”. Una risa por lo bajo fue lo que emití, era imposible que alguna de mis expresiones aunque fueran meros gestos pasaran desapercibidos por el maestre.
– Lo lamento, haré lo que me digan y prometo no decir ni una palabra acerca del vestuario, peinado o joyas; seguiré las indicaciones de las mujeres y me limitare a obedecer, tal y como me lo pides. De verdad que no haré nada que termine por ofender a alguien y mucho menos cometeré algún error que logre avergonzarte – Todo cuanto fuera a suceder y lo que hasta esos momentos pasaba, era novedoso para mi. Por tanto no haría nada, me dejaría llevar cual hoja por la corriente y seguiría cada una de las peticiones de la manada porque desde eso momento y para siempre sería parte de ellos.
Su duda solo acrecentó mi curiosidad sobre lo que el lazo que mencionaba significaría para mi y para él. Aún con la curiosidad carcomiendo parte de mi ser, me negué a hacer alguna clase de cuestionamiento al respecto; tal y como antes lo mencionara el maestre, era una ceremonia, tarde o temprano sabría los significados de todo aquello que me rodearía e incluso de lo que usaría.
Tome aire de manera profunda y termine sentada en aquella paja que hacía de cama para mi cuerpo aún agotado por lo antes vivido. Mi mano se extendió en su dirección y tome el pergamino que me ofrecía. Aquello era la ley, todo cuanto debería seguir desde ese momento y en adelante.
– Gracias, nos veremos más tarde – hable en un susurro y le observe abandonar aquella casita, mientras que mis ojos y pensamientos se enfocaban en el pergamino que sujetaba en la mano. Las ultimas palabras que salieran de la boca del “Zorro” me dejaban pensando; ¿Aún tenía posibilidad de decidir? A lo que él me daba a entender era justo de esa forma, pero no tenía nada que meditar ni escoger; la decisión había sido tomada por mi desde que me adentrara en la búsqueda de aquel viejo maestre.
Abrí con lentitud el pergamino, posando mi mirada sobre la elegante escritura. Aquel pergamino estaba un tanto avejentado, prueba del tiempo que llevaba en existencia la manada; así que con todo el respeto comencé la lectura del mismo, apropiandome de cada palabra como si toda la vida hubiese conocido aquellas leyes. Lentamente pasaba de regla en regla y fue preciso cuando terminaba que el sonido del grupo de mujeres se escucho cercano. Suspire al terminar de leer aquel pergamino y me prepare para la llegada de las mujeres que apenas obtuvieron el permiso de entrar ya estaban sobre mi, ayudando a que me pusiera la ropa adecuada para la ceremonia. Todas y cada una de ellas me auxiliaban, trataban de que no me agotara demasiado. Las ropas y todo aquello, tal como me lo dijo Charles era un tanto exagerado para mi gusto, aún así, permití que todo fuera puesto en su lugar; aguardando porque el atardecer llegara pronto y con él, mi integración a aquella manada que comenzaba a sentirse como el único hogar que tuviera.
Thalie De Rose- Cambiante Clase Media
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Re: Exposed [Charlemagne Noir]
En una época arrogante
hay que pasar de prisa
de una luz a otra, de un país
a otro, bajo el arco iris,
con la punta del compás en el corazón,
tomando la noche por radio.
Ingeborg Bachmann. Currículum Vitae.
hay que pasar de prisa
de una luz a otra, de un país
a otro, bajo el arco iris,
con la punta del compás en el corazón,
tomando la noche por radio.
Ingeborg Bachmann. Currículum Vitae.
Las horas se deshicieron rápidamente, mientras él se reunía con el resto de la Manada y preparaban el peculiar ritual.
En estricto rigor, no era nada que tomase demasiado tiempo; es más, a simple vista de un inexperto, parecería apenas la reunión de un par de bohemios excéntricos que se reunían a celebrar a los hados según las viejas costumbres europeas.
Nada más lejos de la verdad.
Pero Charles no tuvo mucho tiempo de pensar. Después de una maratónica jornada y una breve reunión con uno de los jóvenes espías (para cerciorarse de que Jîldael estaba a resguardo), ya la voz del más anciano de ellos les impelía a reunirse en la entrada de la caverna elegida como su hogar.
El primero en acudir al llamado de los antiguos fue el propio Can, quien se encontró frente al varón más ilustre y a la hembra más sabia de su pequeña organización; en medio de ellos, Sho, el brujo, recitaba las palabras iniciales del pequeño conjuro que sellaría el destino de la Felina a la que pronto le permitirían ser llamada una de sus iguales.
Por después, rodeada de las mujeres de la tribu, llegó Camila. En efecto, las ropas parecían recargadas y en extremo lujosas, haciendo lucir a la De Rose como si fuera todavía más joven y pequeña de lo que resultaba en realidad.
Unidos entonces, discípula y maestro, los demás miembros los rodearon en un cálido círculo mientras musitaban una melodía tan suave y conmovedora que evocaba en quien la oyera el momento más feliz de su vida, lo que comúnmente concluía en silenciosas lágrimas que arrebatan emoción y nostalgia entre los participantes.
No fue diferente para Charles, quien evocó el nacimiento de su amada Océanne; nunca antes, ni después, volvió a sentir el arrebatador sentimiento de eternidad como el día en que su hija menor nació. Podía sentir cómo su corazón de rompía en incontables fragmentos que se disolvieran en el viento, como si la alegría y el dolor fueran una sola cosa: su tributo a la naturaleza, como si Charles mismo no fuera ya sino uno más entre los centenarios árboles que vivían en ese añejo bosque.
Fueron las palabras de Sho las que le devolvieron a su centro, las que capturaron su alma desperdigada y la reunieron nuevamente en su cuerpo, como si hubiera huido de su corporeidad para eternizarse en el éter de las nubes y la voz de Sho le recordarse el valor de tener manos, y pies y cabeza. Se dio paso así a la segunda parte de ese conjuro, tan simple como definitivo: un suave corte en el dedo corazón de la mano izquierda de ambos novicios selló el pacto convenido. La magia no necesita de los aparatajes para definir el futuro, había dicho el brujo; la magia es simple, si se sabe dónde mirar; dicho esto, cogió la sangre de Camila y la sangre de Charles y las mezcló en un mortero, junto con unas hierbas y un aditamento que parecía los incontables trozos de un diamante fragmentado; la pasta resultante la cogió para dibujar un extraño símbolo, primero en la frente de Charles, el Maestre, y luego en la frente de Camila, la Omega, siempre acompañando sus actos con una retahíla que probablemente sólo él podía comprender, pero que a todos dejaba clara la unión indivisible entre la Felina y el Can.
– Es así – recitó Sho, mientras la novena moría en el reloj de París – que sois ahora Maestre Alpha y Aprendiz Omega. Que este vínculo lo rompa la muerte antes que la traición. – sentenció el brujo.
– Os tomo como la Discípula de mi corazón. Seré vuestro padre, vuestro guía, vuestro confesor y vuestro maestro. Por la vida de vuestra merced, futuro de nuestra Manada, estoy dispuesto a morir; devolvedme la misma lealtad para que brillemos juntos en las casas que Selene nos disponga en su Reino. – recitó Charles, según le dictaba la tradición. Ahora sería el turno de Camila de responder y el ritual estaría concluido, luego del cual tendrían una animada noche de fiesta y jolgorio para dar la bienvenida a la única gata de todos los integrantes.
Aquello no dejaba de ser un evento único para todos ellos. Durante 300 años, desde que Maurice el de las Mil Caras fundase el Clan, siempre fueron Caninos todos sus integrantes (entre Cambiantes y Hombres–Lobo); nunca antes se admitió a un Cambiante de otra especie y mucho menos a un Vampiro ser parte de su comunidad, pero ya su epónimo más preciado Gaubert el Fiel había dicho, una centuria atrás que ese destino no les auguraba nada bueno, profetizando que sería una hija del Rey de la Sabana quien cambiaría la historia de la Manada, llenándola de gloria y poder.
Quizás, pensó el “Zorro” (y no era el único), Camila había llegado a ellos para cumplir ese destino glorioso, quién sabría. Por eso los Patri estuvieron de acuerdo con admitirla; por eso, pese a la terrible prueba a que se viera sometida, ahora todos los integrantes la recibían con los brazos abiertos. La joven no lo sabía, pero se había convertido en esas pocas horas en una especie de reencarnación de su líder más amado. Y por eso, todos esperaban grandes cosas desde su llegada.
Pero Charles no olvidaba ese “otro” detalle y no permitió que ella lo olvidara nunca, así que agregó, antes de concluir su intervención:
– Y, preparaos querida Camila, para conocer a Jîldael, la luz de mis ojos en quien tengo toda mi complacencia. – no lo dijo en voz alta, pero estaba esperando ese encuentro; como “perro”, nunca había superado el pueril goce que aún le producía una pelea de “gatos”, pero se guardó de exponer esos sentimientos tan fútiles; por el contrario, honró el momento en que adoptaba a Camila y esperó sus amables palabras.
Después de todo, tendría tiempo suficiente para burlarse de los celos gatunos.
La luna brillaba alto en el firmamento.
***
En estricto rigor, no era nada que tomase demasiado tiempo; es más, a simple vista de un inexperto, parecería apenas la reunión de un par de bohemios excéntricos que se reunían a celebrar a los hados según las viejas costumbres europeas.
Nada más lejos de la verdad.
Pero Charles no tuvo mucho tiempo de pensar. Después de una maratónica jornada y una breve reunión con uno de los jóvenes espías (para cerciorarse de que Jîldael estaba a resguardo), ya la voz del más anciano de ellos les impelía a reunirse en la entrada de la caverna elegida como su hogar.
El primero en acudir al llamado de los antiguos fue el propio Can, quien se encontró frente al varón más ilustre y a la hembra más sabia de su pequeña organización; en medio de ellos, Sho, el brujo, recitaba las palabras iniciales del pequeño conjuro que sellaría el destino de la Felina a la que pronto le permitirían ser llamada una de sus iguales.
Por después, rodeada de las mujeres de la tribu, llegó Camila. En efecto, las ropas parecían recargadas y en extremo lujosas, haciendo lucir a la De Rose como si fuera todavía más joven y pequeña de lo que resultaba en realidad.
Unidos entonces, discípula y maestro, los demás miembros los rodearon en un cálido círculo mientras musitaban una melodía tan suave y conmovedora que evocaba en quien la oyera el momento más feliz de su vida, lo que comúnmente concluía en silenciosas lágrimas que arrebatan emoción y nostalgia entre los participantes.
No fue diferente para Charles, quien evocó el nacimiento de su amada Océanne; nunca antes, ni después, volvió a sentir el arrebatador sentimiento de eternidad como el día en que su hija menor nació. Podía sentir cómo su corazón de rompía en incontables fragmentos que se disolvieran en el viento, como si la alegría y el dolor fueran una sola cosa: su tributo a la naturaleza, como si Charles mismo no fuera ya sino uno más entre los centenarios árboles que vivían en ese añejo bosque.
Fueron las palabras de Sho las que le devolvieron a su centro, las que capturaron su alma desperdigada y la reunieron nuevamente en su cuerpo, como si hubiera huido de su corporeidad para eternizarse en el éter de las nubes y la voz de Sho le recordarse el valor de tener manos, y pies y cabeza. Se dio paso así a la segunda parte de ese conjuro, tan simple como definitivo: un suave corte en el dedo corazón de la mano izquierda de ambos novicios selló el pacto convenido. La magia no necesita de los aparatajes para definir el futuro, había dicho el brujo; la magia es simple, si se sabe dónde mirar; dicho esto, cogió la sangre de Camila y la sangre de Charles y las mezcló en un mortero, junto con unas hierbas y un aditamento que parecía los incontables trozos de un diamante fragmentado; la pasta resultante la cogió para dibujar un extraño símbolo, primero en la frente de Charles, el Maestre, y luego en la frente de Camila, la Omega, siempre acompañando sus actos con una retahíla que probablemente sólo él podía comprender, pero que a todos dejaba clara la unión indivisible entre la Felina y el Can.
– Es así – recitó Sho, mientras la novena moría en el reloj de París – que sois ahora Maestre Alpha y Aprendiz Omega. Que este vínculo lo rompa la muerte antes que la traición. – sentenció el brujo.
– Os tomo como la Discípula de mi corazón. Seré vuestro padre, vuestro guía, vuestro confesor y vuestro maestro. Por la vida de vuestra merced, futuro de nuestra Manada, estoy dispuesto a morir; devolvedme la misma lealtad para que brillemos juntos en las casas que Selene nos disponga en su Reino. – recitó Charles, según le dictaba la tradición. Ahora sería el turno de Camila de responder y el ritual estaría concluido, luego del cual tendrían una animada noche de fiesta y jolgorio para dar la bienvenida a la única gata de todos los integrantes.
Aquello no dejaba de ser un evento único para todos ellos. Durante 300 años, desde que Maurice el de las Mil Caras fundase el Clan, siempre fueron Caninos todos sus integrantes (entre Cambiantes y Hombres–Lobo); nunca antes se admitió a un Cambiante de otra especie y mucho menos a un Vampiro ser parte de su comunidad, pero ya su epónimo más preciado Gaubert el Fiel había dicho, una centuria atrás que ese destino no les auguraba nada bueno, profetizando que sería una hija del Rey de la Sabana quien cambiaría la historia de la Manada, llenándola de gloria y poder.
Quizás, pensó el “Zorro” (y no era el único), Camila había llegado a ellos para cumplir ese destino glorioso, quién sabría. Por eso los Patri estuvieron de acuerdo con admitirla; por eso, pese a la terrible prueba a que se viera sometida, ahora todos los integrantes la recibían con los brazos abiertos. La joven no lo sabía, pero se había convertido en esas pocas horas en una especie de reencarnación de su líder más amado. Y por eso, todos esperaban grandes cosas desde su llegada.
Pero Charles no olvidaba ese “otro” detalle y no permitió que ella lo olvidara nunca, así que agregó, antes de concluir su intervención:
– Y, preparaos querida Camila, para conocer a Jîldael, la luz de mis ojos en quien tengo toda mi complacencia. – no lo dijo en voz alta, pero estaba esperando ese encuentro; como “perro”, nunca había superado el pueril goce que aún le producía una pelea de “gatos”, pero se guardó de exponer esos sentimientos tan fútiles; por el contrario, honró el momento en que adoptaba a Camila y esperó sus amables palabras.
Después de todo, tendría tiempo suficiente para burlarse de los celos gatunos.
La luna brillaba alto en el firmamento.
***
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Re: Exposed [Charlemagne Noir]
La vida es una serie de colisiones con el futuro; no es una suma de lo que hemos sido, sino de lo que anhelamos ser.
José Ortega Y Gasset
Las mujeres de la manada no me explicaron mucho; todas y cada una de ellas se limito a ayudar a que su vestuario quedara perfecto para la ceremonia que se llevaría a cabo en un corto lapso de tiempo -o al menos a las mujeres les parecía corto el tiempo- por mi parte sabía que lo que leí en el pergamino era todo lo que necesitaba saber de la manada a la cual ahora formaría parte. Ya suficiente era con que Charles recalcará que era la única de mi especie en ser parte de una manada de caninos como aquella. A mi sinceramente ya no me extrañaba terminar siempre inmiscuida con quienes no fueran naturalmente mis compañeros, en cada encuentro que tenía, terminaba encontrándome frente a otras razas y en muy escasas ocasiones eran cambiantes felinos. Suspire, pensando en Maryeva una vez más. Mi amiga debía descansar en paz, quedarse en el mundo de los muertos y yo, necesitaba enfrentarme a la vida que me aguardaba.
Una vez que mi vestuario estuvo completo y que parecía no faltar nada más que hacer, fui guiada por las mujeres de la manada al exterior, donde se suponía recorreríamos el camino hasta los demás miembros. Me mentía a mi misma si decía que no me encontraba nerviosa ante lo que me aguardaba ahora, pero lo que viniera no sería nada comparado a lo que ya había vivido. Al llegar al lugar de la reunión, mis ojos se centraron en quien sería mi maestre, Charles. Sonreí y me encogí de hombros aunque quizás no podía notarse por las ropas que llevaba y los accesorios que me hacían sentir que si necesitaba escapar rápidamente de algo, me resultaría imposible.
Ahí, entre toda la manada es que finalmente obtendría la recompensa a mis esfuerzos, a mis demostraciones de que se podía confiar plenamente en mi y de que nada malo sucedería. Era más fuerte de lo que yo misma esperaba ser y ahora, contaría con el respaldo de toda una manada, mi manada.
Todo era completamente ceremonioso y mis ojos no podían apartarse del Zorro, quien era el único que de cierta manera me brindaba la seguridad entre todas aquellas almas reunidas para mi integración a la manada. Los cánticos eran extrañamente hermosos, de hecho, no pude evitar pensar en mi padre y en la ultima vez que nos viéramos en los campos. Lucía tan cansado, tan envejecido por el paso del tiempo que no nos afectaba de la misma manera que a él y sin embargo, había sido el momento donde le había contemplado más lleno de vida desde que nosotras dejáramos París. Y por un breve instante, era como verlo de nuevo diciendo que nos amaba y que pronto nos veríamos nuevamente. Respire con calma, centrando mis pensamientos en el momento que atravesaba y en anda más que en eso. Las palabras del hombre que parecía llevar la batuta en la ceremonia me ayudaron a regresar al momento, a centrarme en que estaba en un punto importante y que no debía distraerme con otras cosas. Con solemnidad un poco de sangre tanto mía como del Zorro fue preparada junto con algunas hierbas y otras cosas que no estaba segura de saber que eran; solo para después ser usada en un símbolo que fue plasmado en nuestras frentes y que de esa manera nos hacía maestro y aprendiz.
Ante las palabras de Charles, notaba la emoción de ese momento y con toda la solemnidad de la que era capaz traje a mi mente lo que tenía preparado para decir, antes de que todo la ceremonia concluyera y finalmente fuera parte de todo aquello.
– Mi Maestre, serás ahora parte de la luz que guiara mi camino y yo seré digna de la lealtad que me brindas porque desde ahora y en delante, seguiré tus pasos – Unas palabras sencillas, un juramento que trascendía más allá de lo que podíamos esperar y un nuevo camino por delante. Ya no existía más que hacer, solo celebrar mi unión, que fue justamente lo que se hizo. El festejo comenzó, las preocupaciones quedaron de lado al menos por esa noche y la celebración continuo de una manera diferente. Me encontraba complacida y feliz, perdida en el momento y sin pensar en lo que depararía el mañana pues para eso, aún faltaba tiempo.
José Ortega Y Gasset
Las mujeres de la manada no me explicaron mucho; todas y cada una de ellas se limito a ayudar a que su vestuario quedara perfecto para la ceremonia que se llevaría a cabo en un corto lapso de tiempo -o al menos a las mujeres les parecía corto el tiempo- por mi parte sabía que lo que leí en el pergamino era todo lo que necesitaba saber de la manada a la cual ahora formaría parte. Ya suficiente era con que Charles recalcará que era la única de mi especie en ser parte de una manada de caninos como aquella. A mi sinceramente ya no me extrañaba terminar siempre inmiscuida con quienes no fueran naturalmente mis compañeros, en cada encuentro que tenía, terminaba encontrándome frente a otras razas y en muy escasas ocasiones eran cambiantes felinos. Suspire, pensando en Maryeva una vez más. Mi amiga debía descansar en paz, quedarse en el mundo de los muertos y yo, necesitaba enfrentarme a la vida que me aguardaba.
Una vez que mi vestuario estuvo completo y que parecía no faltar nada más que hacer, fui guiada por las mujeres de la manada al exterior, donde se suponía recorreríamos el camino hasta los demás miembros. Me mentía a mi misma si decía que no me encontraba nerviosa ante lo que me aguardaba ahora, pero lo que viniera no sería nada comparado a lo que ya había vivido. Al llegar al lugar de la reunión, mis ojos se centraron en quien sería mi maestre, Charles. Sonreí y me encogí de hombros aunque quizás no podía notarse por las ropas que llevaba y los accesorios que me hacían sentir que si necesitaba escapar rápidamente de algo, me resultaría imposible.
Ahí, entre toda la manada es que finalmente obtendría la recompensa a mis esfuerzos, a mis demostraciones de que se podía confiar plenamente en mi y de que nada malo sucedería. Era más fuerte de lo que yo misma esperaba ser y ahora, contaría con el respaldo de toda una manada, mi manada.
Todo era completamente ceremonioso y mis ojos no podían apartarse del Zorro, quien era el único que de cierta manera me brindaba la seguridad entre todas aquellas almas reunidas para mi integración a la manada. Los cánticos eran extrañamente hermosos, de hecho, no pude evitar pensar en mi padre y en la ultima vez que nos viéramos en los campos. Lucía tan cansado, tan envejecido por el paso del tiempo que no nos afectaba de la misma manera que a él y sin embargo, había sido el momento donde le había contemplado más lleno de vida desde que nosotras dejáramos París. Y por un breve instante, era como verlo de nuevo diciendo que nos amaba y que pronto nos veríamos nuevamente. Respire con calma, centrando mis pensamientos en el momento que atravesaba y en anda más que en eso. Las palabras del hombre que parecía llevar la batuta en la ceremonia me ayudaron a regresar al momento, a centrarme en que estaba en un punto importante y que no debía distraerme con otras cosas. Con solemnidad un poco de sangre tanto mía como del Zorro fue preparada junto con algunas hierbas y otras cosas que no estaba segura de saber que eran; solo para después ser usada en un símbolo que fue plasmado en nuestras frentes y que de esa manera nos hacía maestro y aprendiz.
Ante las palabras de Charles, notaba la emoción de ese momento y con toda la solemnidad de la que era capaz traje a mi mente lo que tenía preparado para decir, antes de que todo la ceremonia concluyera y finalmente fuera parte de todo aquello.
– Mi Maestre, serás ahora parte de la luz que guiara mi camino y yo seré digna de la lealtad que me brindas porque desde ahora y en delante, seguiré tus pasos – Unas palabras sencillas, un juramento que trascendía más allá de lo que podíamos esperar y un nuevo camino por delante. Ya no existía más que hacer, solo celebrar mi unión, que fue justamente lo que se hizo. El festejo comenzó, las preocupaciones quedaron de lado al menos por esa noche y la celebración continuo de una manera diferente. Me encontraba complacida y feliz, perdida en el momento y sin pensar en lo que depararía el mañana pues para eso, aún faltaba tiempo.
TERMINADO
Thalie De Rose- Cambiante Clase Media
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