AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Plan de caza [Privado]
Recuerdo del primer mensaje :
El equipo con los mejores jugadores gana.
Jack Welch
París - Campos y sembradíos, 22:30
Trabajo… ¿Podía considerar trabajo a ese nuevo encargo? Podía decir que sí y a la vez no; era bastante entretenido recibir misiones como la que le habían encomendado esa ocasión, mucho más debido a que sería el líder de aquella cruzada por conseguir una bella y exótica gata.
Escruto la oscuridad de la noche, captando solo sonidos generados por la naturaleza y nada más que ella; había llegado más temprano de lo que era la hora de reunión pero se encontraba ansioso por comenzar con aquel plan de captura.
4 días antes
Si bien no debió ir por la misión a los Estados Pontificios, debió aguardar por los archivos para la misión. Se le habían dado ordenes precisas de que era indispensable que comenzaran cuanto antes, pues no sabían realmente que tanto conocía sobre su persecución la cambiaformas que estaban buscando. Los informes de los espías decían que se estaba movilizando y la inquisición no deseaba que hubiera gatos curiosos por ningún sitio de importancia para ellos. Si bien los archivos y los detalles de la misión tardaron algo en estar en su poder, al revisarlos no se decepcionó de nada.
El único nombre que le interesaba por completo, era el de la presa principal de aquella cacería, una cambiaformas felina de nombre Valerie Noir. Cualquier otro inquisidor se habría detenido a leer los crímenes por los que se le acusaba pero para él eso era lo de menos, una perdida de tiempo, finalmente lo único que importaba es que le atrapara; si bien leyó pena de muerte en las notas sobre la felina supo que no importaba lo que pasara con ella y eso le provoco una sonrisa. Le encantaba tener presas como aquella, a las cuales podía maltratar tanto como quisiera siempre y cuando les dejara aliento de vida para responder los interrogatorios.
Anexos al archivo de la mujer estaban otros que clamaban los nombres de quienes serian sus aliados. Leyó cada nombre con detenimiento y soltó una risotada; las personas bajo sus instrucciones no eran más que mujeres, todas y cada una.
- Bueno chicas nos divertiremos a lo grande… - y fue después de ese momento cuando se sentó a planear seriamente los movimientos a seguir para capturar a la pantera.
Después que creyó tener las cosas en orden, se dedico a enviar notas a las mujeres que serian sus compañeras en esa travesía. Las notas contenían el lugar, la fecha y la hora de la reunión que tendrían para que él pudiera explicarles el plan y dar detalles finales según se creyera conveniente, la persecución de canino contra felina daba comienzo.
Continuaba inmóvil en el mismo sitio de antes, aguardando que las figuras femeninas de las que serian sus ayudantes comenzaran a notarse en la oscuridad de la noche que les abría la posibilidad de llevar a cabo una gran captura, claro que todo dependería de sus habilidades y de la forma en la que trabajaran en equipo.
En alguna otra ocasión se habría negado a trabajar en equipo, después de todo él solía trabajar solo y dar resultados bastante satisfactorios; en esta ocasión lo único que hacía que no reclamara o dijera que trabajaría por su cuenta era que a lo que sabían, la felina no estaba sola y no tenían la menor idea de cuantos estaban bajo sus servicios.
Giro su cabeza en una dirección especifica al detectar un sonido fuera de lo común y aguardo cruzando los brazos a las asistentes a aquella reunión de gran importancia. La reunión estaba por dar inicio y una vez que todo se pusiera en marcha ya no existía vuelta atrás.
El equipo con los mejores jugadores gana.
Jack Welch
París - Campos y sembradíos, 22:30
Trabajo… ¿Podía considerar trabajo a ese nuevo encargo? Podía decir que sí y a la vez no; era bastante entretenido recibir misiones como la que le habían encomendado esa ocasión, mucho más debido a que sería el líder de aquella cruzada por conseguir una bella y exótica gata.
Escruto la oscuridad de la noche, captando solo sonidos generados por la naturaleza y nada más que ella; había llegado más temprano de lo que era la hora de reunión pero se encontraba ansioso por comenzar con aquel plan de captura.
4 días antes
París - Mansión Gray, 18:25
Si bien no debió ir por la misión a los Estados Pontificios, debió aguardar por los archivos para la misión. Se le habían dado ordenes precisas de que era indispensable que comenzaran cuanto antes, pues no sabían realmente que tanto conocía sobre su persecución la cambiaformas que estaban buscando. Los informes de los espías decían que se estaba movilizando y la inquisición no deseaba que hubiera gatos curiosos por ningún sitio de importancia para ellos. Si bien los archivos y los detalles de la misión tardaron algo en estar en su poder, al revisarlos no se decepcionó de nada.
El único nombre que le interesaba por completo, era el de la presa principal de aquella cacería, una cambiaformas felina de nombre Valerie Noir. Cualquier otro inquisidor se habría detenido a leer los crímenes por los que se le acusaba pero para él eso era lo de menos, una perdida de tiempo, finalmente lo único que importaba es que le atrapara; si bien leyó pena de muerte en las notas sobre la felina supo que no importaba lo que pasara con ella y eso le provoco una sonrisa. Le encantaba tener presas como aquella, a las cuales podía maltratar tanto como quisiera siempre y cuando les dejara aliento de vida para responder los interrogatorios.
Anexos al archivo de la mujer estaban otros que clamaban los nombres de quienes serian sus aliados. Leyó cada nombre con detenimiento y soltó una risotada; las personas bajo sus instrucciones no eran más que mujeres, todas y cada una.
- Bueno chicas nos divertiremos a lo grande… - y fue después de ese momento cuando se sentó a planear seriamente los movimientos a seguir para capturar a la pantera.
Después que creyó tener las cosas en orden, se dedico a enviar notas a las mujeres que serian sus compañeras en esa travesía. Las notas contenían el lugar, la fecha y la hora de la reunión que tendrían para que él pudiera explicarles el plan y dar detalles finales según se creyera conveniente, la persecución de canino contra felina daba comienzo.
París - Campos y sembradíos, 23:00
Continuaba inmóvil en el mismo sitio de antes, aguardando que las figuras femeninas de las que serian sus ayudantes comenzaran a notarse en la oscuridad de la noche que les abría la posibilidad de llevar a cabo una gran captura, claro que todo dependería de sus habilidades y de la forma en la que trabajaran en equipo.
En alguna otra ocasión se habría negado a trabajar en equipo, después de todo él solía trabajar solo y dar resultados bastante satisfactorios; en esta ocasión lo único que hacía que no reclamara o dijera que trabajaría por su cuenta era que a lo que sabían, la felina no estaba sola y no tenían la menor idea de cuantos estaban bajo sus servicios.
Giro su cabeza en una dirección especifica al detectar un sonido fuera de lo común y aguardo cruzando los brazos a las asistentes a aquella reunión de gran importancia. La reunión estaba por dar inicio y una vez que todo se pusiera en marcha ya no existía vuelta atrás.
Astor Gray- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Re: Plan de caza [Privado]
Tan sólo el egoísmo
a los hombres ocupa y los dirige,
la virtud, la justicia, el patriotismo,
la santa y celestial beneficiencia,
sólo en muy pocos corazones mora.
Conde de Noroña. Aquí do silencioso...
a los hombres ocupa y los dirige,
la virtud, la justicia, el patriotismo,
la santa y celestial beneficiencia,
sólo en muy pocos corazones mora.
Conde de Noroña. Aquí do silencioso...
Alessa había llegado sana y salva a su mansión y ya Charles, montado en el alazán que la germana le ofreciera, se dirigía a paso presto rumbo a la humilde vivienda de su amigo. Fue entonces que ocurrieron varias cosas al mismo tiempo.
Percibió a Jéremy en su afán protector, como si buscara saldar una cuenta pendiente con el “Zorro”; percibió el miedo y la preocupación de Camila, tan propio en ella como el rocío matutino en las flores. Quizás ello no hubiera significado nada, pero sabía que, por alguna increíble jugarreta del destino, Camila y Jéremy se habían encontrado. Al mismo tiempo, y aquello fue lo peor, no pudo percibir nada con respecto a Jîldael; eso hizo que él detuviera al caballo en seco.
Desde que la conociera, desde el primer instante, la Felina y él habían tenido tal nivel de comunicación mental que más de alguna vez se enteraron de cosas que el otro hubiera preferido olvidar; nunca habían conocido el silencio... hasta ese instante. Y supo entonces que la preocupación de Camila y el afán protector de Jéremy estaban enfocados, los dos, en proteger a su ahora extraviada Épsilon.
Soltó una terrible maldición, al tiempo que emprendía el veloz regreso a los viñedos de la familia.
Tenía un sentimiento de fatalidad que casi no le dejaba respirar, pero era preciso que se dominara, que resistiera, la vida de la hija de Jean dependía de él ahora como nunca.
–¡Maldición, Ama! Si salís de ésta, os juro que os moleré a palos.– masculló, poseído de cólera y miedo.
Desde siempre, la vida de los hombres mortales le había parecido un simple suspiro... y ahora, en cambio, habría dado lo que fuera porque ese suspiro de hombre no le arrebatara a su discípula más amada..., pero la Muerte se había sentado en las ancas de su caballo, sin que él lo supiera, y había pedido su precio: uno de los dos, Maestre o Aprendiz, esa noche cruzaría al “otro lado” para no volver jamás.
¡Ah, Charles! Vida o muerte, tú serás el único perdedor...
***
Percibió a Jéremy en su afán protector, como si buscara saldar una cuenta pendiente con el “Zorro”; percibió el miedo y la preocupación de Camila, tan propio en ella como el rocío matutino en las flores. Quizás ello no hubiera significado nada, pero sabía que, por alguna increíble jugarreta del destino, Camila y Jéremy se habían encontrado. Al mismo tiempo, y aquello fue lo peor, no pudo percibir nada con respecto a Jîldael; eso hizo que él detuviera al caballo en seco.
Desde que la conociera, desde el primer instante, la Felina y él habían tenido tal nivel de comunicación mental que más de alguna vez se enteraron de cosas que el otro hubiera preferido olvidar; nunca habían conocido el silencio... hasta ese instante. Y supo entonces que la preocupación de Camila y el afán protector de Jéremy estaban enfocados, los dos, en proteger a su ahora extraviada Épsilon.
Soltó una terrible maldición, al tiempo que emprendía el veloz regreso a los viñedos de la familia.
Tenía un sentimiento de fatalidad que casi no le dejaba respirar, pero era preciso que se dominara, que resistiera, la vida de la hija de Jean dependía de él ahora como nunca.
–¡Maldición, Ama! Si salís de ésta, os juro que os moleré a palos.– masculló, poseído de cólera y miedo.
Desde siempre, la vida de los hombres mortales le había parecido un simple suspiro... y ahora, en cambio, habría dado lo que fuera porque ese suspiro de hombre no le arrebatara a su discípula más amada..., pero la Muerte se había sentado en las ancas de su caballo, sin que él lo supiera, y había pedido su precio: uno de los dos, Maestre o Aprendiz, esa noche cruzaría al “otro lado” para no volver jamás.
¡Ah, Charles! Vida o muerte, tú serás el único perdedor...
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Última edición por Charlemagne Noir el Miér Feb 26, 2014 11:01 pm, editado 1 vez
Charlemagne Noir- Cambiante Clase Alta
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Re: Plan de caza [Privado]
Cada animal que el hombre cazaba era una puesta en escena distinta
Dalmiro Sáenz
Que divertido que resultaba cuando alguien pensaba que podría escapar de él. Nadie nunca antes había logrado escaparse de Astor solo Gianella y ella era una excepción que no pensaba repetir con cuanto sobrenatural se le pusiera enfrente. Uriel no necesitaba caballo alguno y la cazadora estaba ya en el suyo, así que ambas salieron a la orden de Astor. Solo era necesario que le atraparan y entonces todo estaría bien, se divertiría bastante o eso fue lo que pensó mientras se lanzaba tras la mujer que huía a toda velocidad en su caballo.
Otros dos olores se hicieron presentes y de esa manera fue como logro esquivar a un jaguar que se lanzaba en contra suya, solo para seguir su camino y tras ese animal, paso un lince. Supo enseguida que era los refuerzos de la cambiaformas pero nada cambiaría con otros dos para ayudarle, las cosas ya estaban decididas solo que ahora a diferencia de solo una presa… tenían tres.
– Uriel, Tryssia… asesinen a todo aquel que se meta en su camino… también hay diversión para ustedes esta noche – grito de manera divertida mientras que más adelante de ellos las mujeres que andaban a caballo terminaban por caer al suelo.
No supo que fue exactamente lo que había pasado con ellas, pero la manera en la que habían caído le pareció realmente estúpida, aun así, continuo su carrera, observando entonces el león negro que estaba dispuesto a darles pelea antes de que pudieran pasar.
Era una perdida de tiempo que los tres se detuvieran a darle la lección a ese lobo, así que antes de hacer nada observo a las mujeres que le acompañaban.
– ¿Quién juega con el león? Que a mi me espera una presa mucho más grande – y una sonrisa se extendió por su rostro, mientras que su mirada no se apartaba de la figura que era la Del Balzo en el suelo, por un lado el lince aquel y además, la campesina. Pobres criaturas, no sabían que se habían metido con el grupo equivocado.
Dalmiro Sáenz
Que divertido que resultaba cuando alguien pensaba que podría escapar de él. Nadie nunca antes había logrado escaparse de Astor solo Gianella y ella era una excepción que no pensaba repetir con cuanto sobrenatural se le pusiera enfrente. Uriel no necesitaba caballo alguno y la cazadora estaba ya en el suyo, así que ambas salieron a la orden de Astor. Solo era necesario que le atraparan y entonces todo estaría bien, se divertiría bastante o eso fue lo que pensó mientras se lanzaba tras la mujer que huía a toda velocidad en su caballo.
Otros dos olores se hicieron presentes y de esa manera fue como logro esquivar a un jaguar que se lanzaba en contra suya, solo para seguir su camino y tras ese animal, paso un lince. Supo enseguida que era los refuerzos de la cambiaformas pero nada cambiaría con otros dos para ayudarle, las cosas ya estaban decididas solo que ahora a diferencia de solo una presa… tenían tres.
– Uriel, Tryssia… asesinen a todo aquel que se meta en su camino… también hay diversión para ustedes esta noche – grito de manera divertida mientras que más adelante de ellos las mujeres que andaban a caballo terminaban por caer al suelo.
No supo que fue exactamente lo que había pasado con ellas, pero la manera en la que habían caído le pareció realmente estúpida, aun así, continuo su carrera, observando entonces el león negro que estaba dispuesto a darles pelea antes de que pudieran pasar.
Era una perdida de tiempo que los tres se detuvieran a darle la lección a ese lobo, así que antes de hacer nada observo a las mujeres que le acompañaban.
– ¿Quién juega con el león? Que a mi me espera una presa mucho más grande – y una sonrisa se extendió por su rostro, mientras que su mirada no se apartaba de la figura que era la Del Balzo en el suelo, por un lado el lince aquel y además, la campesina. Pobres criaturas, no sabían que se habían metido con el grupo equivocado.
Astor Gray- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Re: Plan de caza [Privado]
“La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose.”
Julio Cortázar.
Julio Cortázar.
Durante un momento, sólo pudo oír el sonido de los cascos de su caballo y el suave roce de su galope contra los árboles; se permitió creer que había tenido una suerte extraordinaria y que tendría la oportunidad de ponerse a salvo, lejos de todos sus enemigos.
Empero tales fútiles esperanzas se hicieron humo y sombras cuando un sinfín de ruidos invadieron el lugar, dando paso al caos, que se hizo presente como amo y señor de todo, azuzando sus temores más terribles y secretos para recordarle a la prófuga que estaba sola, pues sus aliados estaban todos demasiado lejos para socorrerla de semejante tribulación.
Fue el dolor físico el que la obligó a concentrarse. La campesina a su espalda la cogía cada vez con mayor rudeza y eso causó que su instinto de sobrevivencia actuara por sobre todas las demás emociones. Tuvo el temple de espolear a su montura y sacarle aún más velocidad, pese al riesgo inminente de que su caballo se encabritara a causa del sobreesfuerzo o, peor aún, se quebrara alguna de sus extremidades y aplastara a sus jinetas. No tenía opción, en todo caso, debía llevar todas sus posibilidades al límite más extremo.
En medio de la cacería en la cual se estaba viendo tristemente involucrada, el rugido imponente de un enorme león pareció ensordecerlo todo; la Del Balzo se estremeció, espantada, bajo la sospecha horrible de un nuevo enemigo pisándole los talones; trató de apurar a su montura, para poner la mayor distancia entre el extraño y ella hasta que un pensamiento logró cruzar sus fuertes barreras mentales:“Señorita Noir, he sido enviado por el Duque Noir para prestar mis servicios de protección, lamento haber llegado tarde”.
¿Qué? La Cambiante casi cayó del caballo, sorprendida por la idea que el extraño le había compartido. ¿De qué Duque hablaba él? ¿Se trataría de alguna trampa para ganar su confianza? ¿O…? ¿Sería posible que su Maestre...? Sacudió su cabeza, desesperada por no distraerse; el más mínimo descuido podría costarle la vida. “Gracias, de todo corazón”, le respondió en el silencio de su mente, mientras vigilaba su ruta de escape, procurando idear algún plan de escape. Fue entonces que el grito enloquecido de la campesina la distrajo, dando paso a una especie de pesadilla incomprensible, pues, sin explicación alguna, de la nada su caballo empezó a jadear y como si sufriera algún paroxismo terrible, se encabritó, arrojándolas al piso, y perdió el control de su cuerpo de manera tan grosera y dolorosa que parecía víctima de un hechizo que prontamente lo llevó a una muerte tan horrible como rápida.
Jîldael había logrado evitar que el caballo las aplastara a ella y a su acompañante por muy poco. Se acurrucó en un sobresaliente del macizo por el cual había pretendido huir, ayudándose de los frondosos árboles para esconderse. Desde allí, pudo observar la agonía de su corcel, mientras el horror empezaba a dominarla del todo, delatando su total fragilidad y desamparo. Un grito desgarrador iba tomando fuerza dentro de su cuerpo, acumulándose en su garganta, listo para escapar de sus labios y robarle todo lo que le quedaba de cordura, perdiendo así cualquier posibilidad de salir viva de allí. Era la Felina en esos instantes la presa perfecta, incapaz de reaccionar y de defenderse.
Por un segundo, único e irrepetible, Astor tuvo todas las de ganar.
Pero fue su Maestre, como siempre, a través de ese lazo único que compartían, quien la devolvió a su centro y la obligó a concentrarse. La joven logró ralentizar su respiración y recuperar su centro, lo que le permitió analizar su entorno más inmediato; lo primero fue la chica a su lado; parecía evidente que la caída no había sido tan afortunada para la campesina, quien, inmóvil, no daba señales de vida. Jîldael sentía cómo nuevamente perdía el control de sus emociones, cómo su respiración irregular daba paso a un llanto histérico; luchó contra sí misma y, apenas, logró tomar el cuerpo inerte sólo para evidenciar el terrible charco de sangre que delataba un golpe mortal; en efecto, todo indicaba el triste fin de la campesina; la Cambiante sintió el peso terrible de la derrota oprimiéndole el corazón, y sólo atinó a abrazar a la muerta, como una despedida final antes de reemprender la huida.
Ciertamente, aquélla no era su noche de suerte. No alcanzó siquiera a moverse, cuando ya dos eventos se sucedían simultáneamente para volver a cambiar su suerte, ya de por sí funesta.
La primera de ellas fue la presencia salvadora de Camila. La “Rosa” estaba furiosa y no era para menos. Una idea fugaz, un pensamiento desesperado de la Gata trató de llegar a la mente de la Pantera, pero ésta fue violentamente interrumpida por otra presencia mucho más poderosa y temible; Astor, erguido y feroz, se plantaba a tres metros de ella, con una sonrisa cruel cruzándole el rostro.
Todo lo demás pareció difuminarse en una horrible cámara lenta que sólo se concentraba en el Inquisidor que dirigía lentamente sus pasos hacia ella, la presa por fin acorralada. Le pareció que la vampiresa volteaba hacia el león y que la Cazadora se trenzaba con Camila, pero no estuvo segura. De lo único que era consciente era de la mirada terrible con que el Inquisidor parecía inmovilizarla.
Y entonces lo recordó; ella nunca moriría agazapada. Su orgullo se sobrepuso a todo lo demás, ayudándole a recuperar sus fuerzas alicaídas, y dándole el impulso para enfrentar a su enemigo de igual a igual. Cerró sus ojos, al tiempo que las lágrimas le surcaban las mejillas; en ese instante de silencio interior se despidió de su Licántropo y le pidió perdón, por todas las promesa que ya no podía cumplir. Luego, se puso de pie cuan alta y esbelta era. Estaba lista.
Si moría, moriría peleando hasta el final. Miró a todos sus enemigos y gritó, furiosa y arrogante:
– Venid a por mí, cazadores, y escribid la palabra “gloria” con mi sangre… – sonrió, malévola, y adoptó su posición de ataque – Si es que sois capaces primero de vencerme. –
De entre sus ropajes extrajo una espada corta y la apuntó a sus perseguidores. Esa noche, con toda certeza, iba a correr sangre.
***
Empero tales fútiles esperanzas se hicieron humo y sombras cuando un sinfín de ruidos invadieron el lugar, dando paso al caos, que se hizo presente como amo y señor de todo, azuzando sus temores más terribles y secretos para recordarle a la prófuga que estaba sola, pues sus aliados estaban todos demasiado lejos para socorrerla de semejante tribulación.
Fue el dolor físico el que la obligó a concentrarse. La campesina a su espalda la cogía cada vez con mayor rudeza y eso causó que su instinto de sobrevivencia actuara por sobre todas las demás emociones. Tuvo el temple de espolear a su montura y sacarle aún más velocidad, pese al riesgo inminente de que su caballo se encabritara a causa del sobreesfuerzo o, peor aún, se quebrara alguna de sus extremidades y aplastara a sus jinetas. No tenía opción, en todo caso, debía llevar todas sus posibilidades al límite más extremo.
En medio de la cacería en la cual se estaba viendo tristemente involucrada, el rugido imponente de un enorme león pareció ensordecerlo todo; la Del Balzo se estremeció, espantada, bajo la sospecha horrible de un nuevo enemigo pisándole los talones; trató de apurar a su montura, para poner la mayor distancia entre el extraño y ella hasta que un pensamiento logró cruzar sus fuertes barreras mentales:“Señorita Noir, he sido enviado por el Duque Noir para prestar mis servicios de protección, lamento haber llegado tarde”.
¿Qué? La Cambiante casi cayó del caballo, sorprendida por la idea que el extraño le había compartido. ¿De qué Duque hablaba él? ¿Se trataría de alguna trampa para ganar su confianza? ¿O…? ¿Sería posible que su Maestre...? Sacudió su cabeza, desesperada por no distraerse; el más mínimo descuido podría costarle la vida. “Gracias, de todo corazón”, le respondió en el silencio de su mente, mientras vigilaba su ruta de escape, procurando idear algún plan de escape. Fue entonces que el grito enloquecido de la campesina la distrajo, dando paso a una especie de pesadilla incomprensible, pues, sin explicación alguna, de la nada su caballo empezó a jadear y como si sufriera algún paroxismo terrible, se encabritó, arrojándolas al piso, y perdió el control de su cuerpo de manera tan grosera y dolorosa que parecía víctima de un hechizo que prontamente lo llevó a una muerte tan horrible como rápida.
Jîldael había logrado evitar que el caballo las aplastara a ella y a su acompañante por muy poco. Se acurrucó en un sobresaliente del macizo por el cual había pretendido huir, ayudándose de los frondosos árboles para esconderse. Desde allí, pudo observar la agonía de su corcel, mientras el horror empezaba a dominarla del todo, delatando su total fragilidad y desamparo. Un grito desgarrador iba tomando fuerza dentro de su cuerpo, acumulándose en su garganta, listo para escapar de sus labios y robarle todo lo que le quedaba de cordura, perdiendo así cualquier posibilidad de salir viva de allí. Era la Felina en esos instantes la presa perfecta, incapaz de reaccionar y de defenderse.
Por un segundo, único e irrepetible, Astor tuvo todas las de ganar.
Pero fue su Maestre, como siempre, a través de ese lazo único que compartían, quien la devolvió a su centro y la obligó a concentrarse. La joven logró ralentizar su respiración y recuperar su centro, lo que le permitió analizar su entorno más inmediato; lo primero fue la chica a su lado; parecía evidente que la caída no había sido tan afortunada para la campesina, quien, inmóvil, no daba señales de vida. Jîldael sentía cómo nuevamente perdía el control de sus emociones, cómo su respiración irregular daba paso a un llanto histérico; luchó contra sí misma y, apenas, logró tomar el cuerpo inerte sólo para evidenciar el terrible charco de sangre que delataba un golpe mortal; en efecto, todo indicaba el triste fin de la campesina; la Cambiante sintió el peso terrible de la derrota oprimiéndole el corazón, y sólo atinó a abrazar a la muerta, como una despedida final antes de reemprender la huida.
Ciertamente, aquélla no era su noche de suerte. No alcanzó siquiera a moverse, cuando ya dos eventos se sucedían simultáneamente para volver a cambiar su suerte, ya de por sí funesta.
La primera de ellas fue la presencia salvadora de Camila. La “Rosa” estaba furiosa y no era para menos. Una idea fugaz, un pensamiento desesperado de la Gata trató de llegar a la mente de la Pantera, pero ésta fue violentamente interrumpida por otra presencia mucho más poderosa y temible; Astor, erguido y feroz, se plantaba a tres metros de ella, con una sonrisa cruel cruzándole el rostro.
Todo lo demás pareció difuminarse en una horrible cámara lenta que sólo se concentraba en el Inquisidor que dirigía lentamente sus pasos hacia ella, la presa por fin acorralada. Le pareció que la vampiresa volteaba hacia el león y que la Cazadora se trenzaba con Camila, pero no estuvo segura. De lo único que era consciente era de la mirada terrible con que el Inquisidor parecía inmovilizarla.
Y entonces lo recordó; ella nunca moriría agazapada. Su orgullo se sobrepuso a todo lo demás, ayudándole a recuperar sus fuerzas alicaídas, y dándole el impulso para enfrentar a su enemigo de igual a igual. Cerró sus ojos, al tiempo que las lágrimas le surcaban las mejillas; en ese instante de silencio interior se despidió de su Licántropo y le pidió perdón, por todas las promesa que ya no podía cumplir. Luego, se puso de pie cuan alta y esbelta era. Estaba lista.
Si moría, moriría peleando hasta el final. Miró a todos sus enemigos y gritó, furiosa y arrogante:
– Venid a por mí, cazadores, y escribid la palabra “gloria” con mi sangre… – sonrió, malévola, y adoptó su posición de ataque – Si es que sois capaces primero de vencerme. –
De entre sus ropajes extrajo una espada corta y la apuntó a sus perseguidores. Esa noche, con toda certeza, iba a correr sangre.
***
Última edición por Jîldael Del Balzo el Jue Dic 25, 2014 2:12 am, editado 1 vez
Jîldael Del Balzo- Cambiante Clase Alta
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Re: Plan de caza [Privado]
Y arroja ante mis ojos, de confusión repletos,
Vestiduras manchadas y entreabiertas heridas,
¡Y el sangriento aparato que en la Destrucción vive!
Charles Baudelaire. La Destrucción.
Vestiduras manchadas y entreabiertas heridas,
¡Y el sangriento aparato que en la Destrucción vive!
Charles Baudelaire. La Destrucción.
El silencio mental entre ambos duró apenas unos segundos, con toda certeza, los más largos de su vida entera.
Y, sin embargo, cuando el silencio murió por fin, invadido por cientos de mensajes, no pudo sentirse mejor. Allí estaba ella por fin, entre todas las otras voces. Podía distinguir los esfuerzos desesperados de Camila y Jérémie por llegar hasta la Felina. Pudo comprender los pensamientos del licántropo que instigaba a los enemigos a no rendirse (¿quién diría que iba a tener algo que agradecerle a Declan?); percibió una consciencia que se desvanecía en la apariencia de la muerte... Y, por sobre todos ellos, percibió el miedo de Jîldael, la rabia y la culpa a partes iguales; supo que ella estaba aterrada, no tanto por su vida, pues había aprendido a esperar la muerte el día que su padre falleció, sino y sobre todo por la vida del hijo que tanto amaba.
Sintió el peso del miedo debilitar su pensamiento; sabía que si le daba espacio, lo consumiría y acabaría con su vida mucho antes de ser útil a su Ama. Si iba a morir ese día, si iba a cruzar el sendero del que no se retorna, entonces procuraría que valiera la pena hasta el final. Repuesto ya del golpe inicial que el miedo y el dolor le infundía, espoleó a su montura con fuerzas renovadas y se encaminó a la propiedad de los Del Balzo, ahora falsamente suya, dispuesto a todo, como un demonio en forma humana de cuya ira nadie podría escapar.
Fue entonces que, a medio camino, percibió la presencia hostil. Miró al cielo nocturno, y su privilegiada vista le reveló una forma animal demasiado inteligente para pasar desapercibida; temió, durante unos instantes, que se tratase de un Condenado dispuesto a cazarle para impedir la sobrevivencia de Jîldael, mas prontamente se reveló como su amigo Leonard quien, sin mayor dilación se dejó caer en picada sobre el incauto cazador que intentaba ocultarse unos metros más adelante, como si alguna vez hubiera tenido oportunidad de vencer al viejo “Zorro”. El terrible grito que soltó el miserable humano le hizo saber a Charles cuál había sido su espantoso final, luego del cual, el imponente ave alzó el vuelo y le indicó a su amigo cuál de todas las rutas era la más expedita:
– ¡No sé qué haría sin vuestra ayuda, mi estimado Leonard!– le gritó al cielo y un chillido le respondió escuetamente.
“Sin duda alguna, seríais espectro, Coyote de mala muerte”, agregó el Falcónide, furioso. “¿Podéis explicarme qué cosa en este mundo justifica tamaña imprudencia en vos?”; era claro que el Canino jamás había actuado de modo tan torpe, descuidando su propia seguridad y convirtiéndose en una presa tan fácil de capturar. Leonard tenía razón; el duque no tenía derecho de descuidarse así. Era necesario, si quería darle esperanzas a su Épsilon, que también se protegiera a sí mismo o jamás llegaría a ser un refuerzo de su aliada.
– ¡Ella está en peligro! – rugió al aire – ¡Debo salvarla, así sea lo último que haga! – sentenció sin mayor tardanza. Cada segundo que perdía era uno menos en la vida de la joven y él no podía permitirlo; sin embargo, la contienda era desigual; había tardado tres horas en llegar a la residencia de Alessa y pretendía cubrir esa misma distancia en apenas unos minutos; tampoco deseaba matar a su montura, pero no dudaría en hacerlo si aquello significaba salvar a su querida Ama.
Pudo imaginar el ceño fruncido de Leonard, pues cualquier ironía había desaparecido de su pensamiento; de algún modo, el leñador también apreciaba a la hija de Jean y tampoco pretendía entregarla en bandeja a los enemigos. El águila no cruzó palabra alguna con su viejo camarada. Pero ambos estaban unidos, una vez más.
Y esta vez, aunque ellos no sobrevivieran, la hija de Jean Del Balzo sí viviría para contarlo.
***
Y, sin embargo, cuando el silencio murió por fin, invadido por cientos de mensajes, no pudo sentirse mejor. Allí estaba ella por fin, entre todas las otras voces. Podía distinguir los esfuerzos desesperados de Camila y Jérémie por llegar hasta la Felina. Pudo comprender los pensamientos del licántropo que instigaba a los enemigos a no rendirse (¿quién diría que iba a tener algo que agradecerle a Declan?); percibió una consciencia que se desvanecía en la apariencia de la muerte... Y, por sobre todos ellos, percibió el miedo de Jîldael, la rabia y la culpa a partes iguales; supo que ella estaba aterrada, no tanto por su vida, pues había aprendido a esperar la muerte el día que su padre falleció, sino y sobre todo por la vida del hijo que tanto amaba.
Sintió el peso del miedo debilitar su pensamiento; sabía que si le daba espacio, lo consumiría y acabaría con su vida mucho antes de ser útil a su Ama. Si iba a morir ese día, si iba a cruzar el sendero del que no se retorna, entonces procuraría que valiera la pena hasta el final. Repuesto ya del golpe inicial que el miedo y el dolor le infundía, espoleó a su montura con fuerzas renovadas y se encaminó a la propiedad de los Del Balzo, ahora falsamente suya, dispuesto a todo, como un demonio en forma humana de cuya ira nadie podría escapar.
Fue entonces que, a medio camino, percibió la presencia hostil. Miró al cielo nocturno, y su privilegiada vista le reveló una forma animal demasiado inteligente para pasar desapercibida; temió, durante unos instantes, que se tratase de un Condenado dispuesto a cazarle para impedir la sobrevivencia de Jîldael, mas prontamente se reveló como su amigo Leonard quien, sin mayor dilación se dejó caer en picada sobre el incauto cazador que intentaba ocultarse unos metros más adelante, como si alguna vez hubiera tenido oportunidad de vencer al viejo “Zorro”. El terrible grito que soltó el miserable humano le hizo saber a Charles cuál había sido su espantoso final, luego del cual, el imponente ave alzó el vuelo y le indicó a su amigo cuál de todas las rutas era la más expedita:
– ¡No sé qué haría sin vuestra ayuda, mi estimado Leonard!– le gritó al cielo y un chillido le respondió escuetamente.
“Sin duda alguna, seríais espectro, Coyote de mala muerte”, agregó el Falcónide, furioso. “¿Podéis explicarme qué cosa en este mundo justifica tamaña imprudencia en vos?”; era claro que el Canino jamás había actuado de modo tan torpe, descuidando su propia seguridad y convirtiéndose en una presa tan fácil de capturar. Leonard tenía razón; el duque no tenía derecho de descuidarse así. Era necesario, si quería darle esperanzas a su Épsilon, que también se protegiera a sí mismo o jamás llegaría a ser un refuerzo de su aliada.
– ¡Ella está en peligro! – rugió al aire – ¡Debo salvarla, así sea lo último que haga! – sentenció sin mayor tardanza. Cada segundo que perdía era uno menos en la vida de la joven y él no podía permitirlo; sin embargo, la contienda era desigual; había tardado tres horas en llegar a la residencia de Alessa y pretendía cubrir esa misma distancia en apenas unos minutos; tampoco deseaba matar a su montura, pero no dudaría en hacerlo si aquello significaba salvar a su querida Ama.
Pudo imaginar el ceño fruncido de Leonard, pues cualquier ironía había desaparecido de su pensamiento; de algún modo, el leñador también apreciaba a la hija de Jean y tampoco pretendía entregarla en bandeja a los enemigos. El águila no cruzó palabra alguna con su viejo camarada. Pero ambos estaban unidos, una vez más.
Y esta vez, aunque ellos no sobrevivieran, la hija de Jean Del Balzo sí viviría para contarlo.
***
Charlemagne Noir- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 04/11/2012
Localización : A los pies de Épsilon, siempre protegiéndola
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Re: Plan de caza [Privado]
La desesperación era el único signo que me indicaba que aún estábamos vivos, que todo aquello era real y que debía hacer todo lo que estuviera en mi poder para mantener a Jîldael con vida. Lo había prometido. No al Zorro ni a la Pantera, ni incluso a la manada, aquella era una promesa hecha a mi misma; de que no permitiría que nuevamente se derramara la sangre de una cambiante en mi presencia, ya demasiadas personas había perdido como para dejarme derrotar en una ocasión más.
Mi insistencia pareció no tocar a la Pantera, que terca como ella sola continuaba en aquel lugar donde correría la sangre de varios de nosotros si es que ella no se dignaba a abandonar aquel lugar.
“Jîldael, ¿Qué estas esperando? ¡Escapa!” Esa era la única oportunidad que tendríamos para que pudiera huir de aquel lugar, que pudiera salvarse a si misma, al hijo que cargaba en su vientre y a nosotros.
Aquel león que apareció para auxiliar la situación entraba en aquellos momentos en una lucha encarnizada con la vampiresa que acompañaba al inquisidor con olor a perro. Ese aroma me era conocido, un licántropo, eso lo volvía más peligroso de lo que había esperado pero no por eso me detendría. Mi misión era mantener a la Pantera a salvo aunque en aquellos momentos deseaba que el Zorro se encontrara entre nosotros, su sabiduría siempre me tranquilizaba en situaciones como aquellas pero no podía distraer mis pensamientos en aguardar al que Charles llegara hasta ahí. Las decisiones estaban en nuestras manos y solo nosotros podríamos salvarnos.
Sin pensar mucho en lo que hacía y mientras aguardaba a que la Del Balzo reaccionara, me lance en contra del licántropo. Él hombre me miro con superioridad mientras que le mostraba los colmillos, una sonrisa apareció en los labios del inquisidor y entonces alguien golpeo uno de mis costados, lanzándome lejos de quien era mi presa primordial y quien aún avanzaba en dirección a Jîld de una manera decidida. La Pantera seguía en su sitio y aunque trate de ir nuevamente en su auxilio, la otra mujer que acompañaba al hombre se puso frente a mi.
La mujer saco un par de dagas y me miro. Ambas nos miramos porque aquel momento era el que daba inicio a nuestra batalla y sin darle más tiempo a prepararse me lance sobre ella, dispuesta no solo a atacarle y herirle, sino a matarle. Me concentre en ella, en terminar con su decisión de atrapar a la Pantera y aunque existieron momentos donde ambas nos herimos, ninguna parecía ceder y fueron las palabras que llegaron hasta mis oídos las que me distrajeron.
– Venid a por mí, cazadores, y escribid la palabra “gloria” con mi sangre… Si es que sois capaces primero de vencerme. –
¿Qué demonios pensaba? Aquella mujer definitivamente haría que mis años de vida disminuyeran con sus imprudencias. Nuevamente pensé en el Zorro y en que debía terminar con la cazadora para auxiliar a la Pantera. Una vez más, me lance al ataque, esperando porque el tiempo se detuviera y me permitiera salvar la vida de quien se encontraba dispuesta a enfrentar a licántropo.
Mi insistencia pareció no tocar a la Pantera, que terca como ella sola continuaba en aquel lugar donde correría la sangre de varios de nosotros si es que ella no se dignaba a abandonar aquel lugar.
“Jîldael, ¿Qué estas esperando? ¡Escapa!” Esa era la única oportunidad que tendríamos para que pudiera huir de aquel lugar, que pudiera salvarse a si misma, al hijo que cargaba en su vientre y a nosotros.
Aquel león que apareció para auxiliar la situación entraba en aquellos momentos en una lucha encarnizada con la vampiresa que acompañaba al inquisidor con olor a perro. Ese aroma me era conocido, un licántropo, eso lo volvía más peligroso de lo que había esperado pero no por eso me detendría. Mi misión era mantener a la Pantera a salvo aunque en aquellos momentos deseaba que el Zorro se encontrara entre nosotros, su sabiduría siempre me tranquilizaba en situaciones como aquellas pero no podía distraer mis pensamientos en aguardar al que Charles llegara hasta ahí. Las decisiones estaban en nuestras manos y solo nosotros podríamos salvarnos.
Sin pensar mucho en lo que hacía y mientras aguardaba a que la Del Balzo reaccionara, me lance en contra del licántropo. Él hombre me miro con superioridad mientras que le mostraba los colmillos, una sonrisa apareció en los labios del inquisidor y entonces alguien golpeo uno de mis costados, lanzándome lejos de quien era mi presa primordial y quien aún avanzaba en dirección a Jîld de una manera decidida. La Pantera seguía en su sitio y aunque trate de ir nuevamente en su auxilio, la otra mujer que acompañaba al hombre se puso frente a mi.
La mujer saco un par de dagas y me miro. Ambas nos miramos porque aquel momento era el que daba inicio a nuestra batalla y sin darle más tiempo a prepararse me lance sobre ella, dispuesta no solo a atacarle y herirle, sino a matarle. Me concentre en ella, en terminar con su decisión de atrapar a la Pantera y aunque existieron momentos donde ambas nos herimos, ninguna parecía ceder y fueron las palabras que llegaron hasta mis oídos las que me distrajeron.
– Venid a por mí, cazadores, y escribid la palabra “gloria” con mi sangre… Si es que sois capaces primero de vencerme. –
¿Qué demonios pensaba? Aquella mujer definitivamente haría que mis años de vida disminuyeran con sus imprudencias. Nuevamente pensé en el Zorro y en que debía terminar con la cazadora para auxiliar a la Pantera. Una vez más, me lance al ataque, esperando porque el tiempo se detuviera y me permitiera salvar la vida de quien se encontraba dispuesta a enfrentar a licántropo.
Thalie De Rose- Cambiante Clase Media
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Re: Plan de caza [Privado]
Que cambiante tan imprudente que estaba dispuesta a morir ahí mismo, jurando que daría pelea y que sería complicado encontrarle cuando para Astor era simplemente una chiquilla que jugaba torpemente y que terminaría pagando un precio mucho mayor. Quizás tuviera la oportunidad de divertirse en grande si es que esa pequeña presa se daba aires de grandeza y de poder ser capaz de escapar de ellos. A su ayuda habían llegado otros cambiantes, pero todo eso sería inútil ante él; estaba decidido a terminar con la vida de la Del Balzo a como diera lugar, divirtiéndose tanto como le fuera posible en el camino.
– Mocosa tonta, yo no soy un cazador y escribir la palabra gloria con tu sangre será tan fácil como nunca has esperado que lo sería – la posición de ataque de la mujer aquella era apenas una burla desde la perspectiva del licántropo – ¿Qué podrías hacer en tu estado contra mi? Eres inútil y ni toda la ayuda que llegue será capaz de librarte de tu destino esta noche – a su alrededor todo desapareció, eran únicamente ellos dos en aquel campo de batalla. Depredador y presa, mirándose fijamente, esperando el momento oportuno del ataque.
Con la firmeza que caracterizaba al inquisidor dio un paso en dirección a ella con la sonrisa burlona que le surcaba el rostro y la malicia en las intenciones más determinantes que nunca. ¿Qué daño podía hacerle ella en el avanzado estado del embarazo únicamente con aquella pequeña arma? Ridícula era como lucía, pero si deseaba morir luchando que así fuera. La distancia entre ambos se iba reduciendo y en los ojos de la cambiante destellaba el deseo de ver la sangre del inquisidor correr antes que la de ella. Tal vez así fuera, pues Astor prefería usar las manos para terminar con sus presas y ella usaba un arma, e igualmente terminaría muerta.
De un segundo a otro, usando aquella fiereza que le caracterizaba en varios momentos, el inquisidor se lanzo contra la joven sin prestar atención a si le hería o que era lo que hacía. Unicamente tenía la intención de golpearle con todo el peso de su cuerpo, buscando la oportunidad de hacerla caer al suelo, porque cuantas ganas tenía de golpearle el vientre hasta que sintiera como la vida del hijo que cargaba y la de ella misma se iban al demonio. Una risotada salió de sus labios al notar el choque de su cuerpo contra la frágil figura femenina, ¿Le había herido? Quizás, pero sus sentidos estaban enfocados en hacer correr sangre de cambiante.
– Mocosa tonta, yo no soy un cazador y escribir la palabra gloria con tu sangre será tan fácil como nunca has esperado que lo sería – la posición de ataque de la mujer aquella era apenas una burla desde la perspectiva del licántropo – ¿Qué podrías hacer en tu estado contra mi? Eres inútil y ni toda la ayuda que llegue será capaz de librarte de tu destino esta noche – a su alrededor todo desapareció, eran únicamente ellos dos en aquel campo de batalla. Depredador y presa, mirándose fijamente, esperando el momento oportuno del ataque.
Con la firmeza que caracterizaba al inquisidor dio un paso en dirección a ella con la sonrisa burlona que le surcaba el rostro y la malicia en las intenciones más determinantes que nunca. ¿Qué daño podía hacerle ella en el avanzado estado del embarazo únicamente con aquella pequeña arma? Ridícula era como lucía, pero si deseaba morir luchando que así fuera. La distancia entre ambos se iba reduciendo y en los ojos de la cambiante destellaba el deseo de ver la sangre del inquisidor correr antes que la de ella. Tal vez así fuera, pues Astor prefería usar las manos para terminar con sus presas y ella usaba un arma, e igualmente terminaría muerta.
De un segundo a otro, usando aquella fiereza que le caracterizaba en varios momentos, el inquisidor se lanzo contra la joven sin prestar atención a si le hería o que era lo que hacía. Unicamente tenía la intención de golpearle con todo el peso de su cuerpo, buscando la oportunidad de hacerla caer al suelo, porque cuantas ganas tenía de golpearle el vientre hasta que sintiera como la vida del hijo que cargaba y la de ella misma se iban al demonio. Una risotada salió de sus labios al notar el choque de su cuerpo contra la frágil figura femenina, ¿Le había herido? Quizás, pero sus sentidos estaban enfocados en hacer correr sangre de cambiante.
Astor Gray- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Re: Plan de caza [Privado]
“No basta con pensar en la muerte, sino que se debe tenerla siempre delante. Entonces la vida se hace más solemne, más importante, más fecunda y alegre.”
Stefan Zweig.
Stefan Zweig.
Él la observó con atento desprecio, pretendiendo pisotear de ese modo los restos de su orgullosa dignidad. Pero sus ancestros habían sido reyes y reinas y habían gobernado un mundo más salvaje que el suyo; habían lidiado con horrores ancestrales, cuando el mundo era joven y los sobrenaturales eran muchos más que un simple Hombre–Lobo dispuesto a matarla. Jîldael no era ingenua; sabía que sus posibilidades de sobrevivir eran casi nulas, pero lucharía, lucharía como si tuviera ganada la partida.
Entonces, su voz, terrible y oscura como la maldición más espantosa, se dirigió a ella, a su presa:
— Mocosa tonta... — se burló de ella, hundiendo aún más el dedo en la herida de su dignidad. Él era tantas cosas que la Felina no pudo evitar el escalofrío que la sacudió, pero no se arredró ante él — ¿Qué podrías hacer en tu estado contra mí? Eres inútil y ni toda la ayuda que llegue será capaz de librarte de tu destino esta noche. — gritó, como si de ese modo hubiera sellado su destino para siempre.
Pero se equivocaba.
Ella no estaba tratando de huir.
Jîldael había aceptado su destino el día en que su padre murió. Desde entonces, amarrada a la esperanza de la venganza, se aferró a la vida como el fantasma que ya era desde el momento en que cayó del carruaje de su padre. Y, aunque había maldecido mil veces su suerte, en lo más hondo de sí misma agradeció cada día vivido. Agradeció el primer amor de Baptiste, el hijo que le dejaba Târsil y el haber encontrado a un Lican en su camino.
Se había despedido de todos ellos en su corazón y ahora estaba lista para abrazar la muerte, pero no la abrazaría sola.
— Si es tan sencillo, entonces, venid a por mí, Inquisidor, y matadme con vuestras manos, que en ellas se derrame la sangre inocente de mi hijo al que hoy asesináis sin juicio ni culpa previas. Moriremos hoy, pero nuestras almas, sedientas de vuestra sangre culpable, os perseguirán por el resto de vuestros días. Maldito seáis, hijo de la Luna, vos y vuestros descendientes, por el resto de los días y hasta el fin de los tiempos. — exclamó furiosa.
Quizás, el enemigo no tomase en cuenta sus palabras, pero la maldición de un condenado a muerte era un hechizo poderoso, uno de los pocos privilegios que dejó a los simples mortales el Padre de la Magia. Astor, por supuesto, no sabía nada de aquello, porque había sido hombre antes de ser sobrenatural, pero Jîldael descendía de una de las más antiguas familias Cambiantes en todo el mundo; de por sí guardaba secretos que muy pocos incluso entre los hijos de Diana y Selene tenían el privilegio de conocer. Era consciente del terrible peso de sus palabras, pero no se retractó de ellas. Astor le quitaría la vida, pero viviría para ver la ruina de su Casa, sufriría lo indecible y, al final de sus días, cuando rogase a la Muerte venir a su encuentro, ésta le negaría el piadoso regalo.
Así el destino trazado, la Cambiante alzó la espada, con mayor firmeza y determinación y Cazador y Presa fueron al encuentro mutuo donde sus vidas quedarían selladas para siempre. Ella no esperó a que su enemigo diera el primer golpe, sino que se adelantó al cruel abrazo dando un sablazo firme que le impactó de lleno en el hombro derecho.
A un hombre común, ese golpe le habría costado su último aliento. Pero no al Inquisidor; tal parecía que Astor hubiera hecho pacto con nigromantes, pues la espada apenas si le tocó la piel, dejando un superficial surco de sangre. Repuesta de la terrible impresión, no perdió tiempo en dar un segundo golpe, dispuesta a rebanar la arrogante cabeza del pétreo cuerpo, pero falló por muy poco. El licántropo puso suficiente distancia con apenas un sólido salto y atrapó la hoja entre sus manos, las que sangraron rápidamente al contacto del cruel filo; muy lejos de lo que ella esperaba, su enemigo parecía disfrutar de las heridas físicas, de tal suerte que presionó todavía más el filo de la espada y la partió en dos, para luego arrebatarle la media hoja de entre las manos.
Dos pasos después, él le dio un guantazo con tal fiereza que la arrojó lejos, cual balón de fútbol. Todo lo que pudo hacer la Felina fue evitar el terrible golpe en el vientre. Rodó sobre sí misma, intentando recibir el impacto sobre su espalda, pero cayó de medio lado y un golpe brutal hizo crujir algo dentro de ella. El dolor le atravesó de pies a cabeza y le nubló la vista por un momento. Estuvo segura de que se había roto una costilla, pues no conseguía respirar sin sentir que se moría sólo por hacerlo.
Aún así, logró ponerse de pie y ganó algo de ventaja cuando lanzó una roca contra el rostro de Astor, quien no salió tan bien parado de su contraataque. La enorme piedra le había dado de lleno en el lado izquierdo, dejando una profunda rajadura que iba desde la ceja hasta el borde inferior de la mandíbula, como si un puñal le hubiera marcado el rostro. Furioso ante la embestida de la Del Balzo, se llevó las manos al rostro, las que pronto se bañaron con su propia sangre. Pero ni siquiera ello pareció mellar su increíble y sobrehumana fuerza.
Horrorizada, Jîldael intentó agazaparse contra uno de los árboles que rodeaban el sembradío de su familia, tratando de mantenerse firme y en alto. Había esperado resistir más tiempo, darle más guerra..., pero la costilla rota le impedía pensar con claridad. Tuvo que conformarse con lanzarle una mirada colérica cuando él la cogió por el cuello y la aplastó contra el suelo, como si fuera una fruta madura que se reventaba. Le pareció que ella misma se rompía en mil pedazos, como si hubiera sido simple cristal estrellándose contra baldosa. Sentía el dolor, pero ya no como algo propio, sino más bien, como una idea distante, como si fuera otra persona y no ella misma la que se rompía, la que se desangraba. Deseó con el alma sumirse en la piedad de la inconsciencia, pero su propio cuerpo la traicionaba, obligándola a conservar la lucidez, empujándola a no rendirse.
— Por mi hijo... — musitó, al tiempo que escupía un espumarajo sanguinolento — Por mi hijo, no moriré aún... — lo desafió, mientras se arrastraba hasta un soporte natural y volvía a ponerse de pie.
Fue entonces que lo sintió, realmente, en toda su fuerza e impiedad. El dolor estalló como una enorme bola de luz ante sus ojos, atravesándole toda la columna, quitándole toda fuerza y voluntad, como si sus huesos hubieran desaparecido y ella se hubiera convertido en muñeca de trapo. Cayó, indecorosamente, sobre sus rodillas y sus manos y un grito tan terrible como desolador huyó de su boca, provocando que todo el lugar, hasta ese momento, lleno del sonido del combate, fuese dominado por unos instantes por el más absoluto silencio. Gritó una vez más, ya no de dolor físico, sino del enorme dolor moral de saber que la vida de su hijo se escapaba a través de ese río de sangre que bajaba por sus piernas. Sintió a su pequeño patalear, como si también luchara, como si peleara con la muerte su derecho de vivir y desde esa humillada posición, volvió a arremeter contra Astor, ciega de ira y de dolor, golpeando no ya para sobrevivir, sino sólo para morir en paz.
Pero toda intención aquella noche le salía torcida. Diana le había abandonado y Selene se reía mientras su hijo favorito vencía en el combate, pues Astor volvía a coger su maltrecho cuerpo y, de una patada, tan cruel como poderosa y mortal, la enviaba directo a un viejo roble donde la voluntad de Jîldael se rompió segundos antes que su cuerpo.
Cayó, desmadejada sobre un lecho de flores tardías, como si de un colchón mortuorio se tratase. Parecía como si se hubiera arrojado de pronto, sobre ese lugar para ver pasar las horas; unas cuantas pelusillas se desprendieron del viejo roble y flotaron alrededor de la moribunda, creando la extraña sensación de estrellas cayendo sobre su agónico cuerpo. Fue entonces que Selene, ofendida de tanto dolor, se retiró a sus aposentos y cedió el paso al imponente Helios, cuyos rayos acariciaron a la Cambiante herida.
Quienes la miraron entonces, no vieron a una muerta, vieron a un ángel caído del cielo, herido por la Muerte que entonces se les antojaba hermosa y cruel.
La joven, por el contrario, había perdido toda la noción de su entorno y de lo que le ocurría... había olvidado por qué estaba allí o por qué debía luchar por levantarse otra vez. Veía ante sí la figura por siempre joven de Baptiste y entonces lo comprendió; estaba muriendo. Sonrió beatíficamente, pues estaba en paz, y le tendió la mano al traslúcido Cambiante Canino. El fantasma de su primer amor le sostuvo la diestra y le besó la frente.
— No hoy, amada mía. — susurró para luego desvanecerse.
Entonces, alguien mucho más real y corpóreo se acercó a ella.
— Creo que hoy sí, mi querido Baptiste. —
Y Jîldael cerró los ojos.
***
Entonces, su voz, terrible y oscura como la maldición más espantosa, se dirigió a ella, a su presa:
— Mocosa tonta... — se burló de ella, hundiendo aún más el dedo en la herida de su dignidad. Él era tantas cosas que la Felina no pudo evitar el escalofrío que la sacudió, pero no se arredró ante él — ¿Qué podrías hacer en tu estado contra mí? Eres inútil y ni toda la ayuda que llegue será capaz de librarte de tu destino esta noche. — gritó, como si de ese modo hubiera sellado su destino para siempre.
Pero se equivocaba.
Ella no estaba tratando de huir.
Jîldael había aceptado su destino el día en que su padre murió. Desde entonces, amarrada a la esperanza de la venganza, se aferró a la vida como el fantasma que ya era desde el momento en que cayó del carruaje de su padre. Y, aunque había maldecido mil veces su suerte, en lo más hondo de sí misma agradeció cada día vivido. Agradeció el primer amor de Baptiste, el hijo que le dejaba Târsil y el haber encontrado a un Lican en su camino.
Se había despedido de todos ellos en su corazón y ahora estaba lista para abrazar la muerte, pero no la abrazaría sola.
— Si es tan sencillo, entonces, venid a por mí, Inquisidor, y matadme con vuestras manos, que en ellas se derrame la sangre inocente de mi hijo al que hoy asesináis sin juicio ni culpa previas. Moriremos hoy, pero nuestras almas, sedientas de vuestra sangre culpable, os perseguirán por el resto de vuestros días. Maldito seáis, hijo de la Luna, vos y vuestros descendientes, por el resto de los días y hasta el fin de los tiempos. — exclamó furiosa.
Quizás, el enemigo no tomase en cuenta sus palabras, pero la maldición de un condenado a muerte era un hechizo poderoso, uno de los pocos privilegios que dejó a los simples mortales el Padre de la Magia. Astor, por supuesto, no sabía nada de aquello, porque había sido hombre antes de ser sobrenatural, pero Jîldael descendía de una de las más antiguas familias Cambiantes en todo el mundo; de por sí guardaba secretos que muy pocos incluso entre los hijos de Diana y Selene tenían el privilegio de conocer. Era consciente del terrible peso de sus palabras, pero no se retractó de ellas. Astor le quitaría la vida, pero viviría para ver la ruina de su Casa, sufriría lo indecible y, al final de sus días, cuando rogase a la Muerte venir a su encuentro, ésta le negaría el piadoso regalo.
Así el destino trazado, la Cambiante alzó la espada, con mayor firmeza y determinación y Cazador y Presa fueron al encuentro mutuo donde sus vidas quedarían selladas para siempre. Ella no esperó a que su enemigo diera el primer golpe, sino que se adelantó al cruel abrazo dando un sablazo firme que le impactó de lleno en el hombro derecho.
A un hombre común, ese golpe le habría costado su último aliento. Pero no al Inquisidor; tal parecía que Astor hubiera hecho pacto con nigromantes, pues la espada apenas si le tocó la piel, dejando un superficial surco de sangre. Repuesta de la terrible impresión, no perdió tiempo en dar un segundo golpe, dispuesta a rebanar la arrogante cabeza del pétreo cuerpo, pero falló por muy poco. El licántropo puso suficiente distancia con apenas un sólido salto y atrapó la hoja entre sus manos, las que sangraron rápidamente al contacto del cruel filo; muy lejos de lo que ella esperaba, su enemigo parecía disfrutar de las heridas físicas, de tal suerte que presionó todavía más el filo de la espada y la partió en dos, para luego arrebatarle la media hoja de entre las manos.
Dos pasos después, él le dio un guantazo con tal fiereza que la arrojó lejos, cual balón de fútbol. Todo lo que pudo hacer la Felina fue evitar el terrible golpe en el vientre. Rodó sobre sí misma, intentando recibir el impacto sobre su espalda, pero cayó de medio lado y un golpe brutal hizo crujir algo dentro de ella. El dolor le atravesó de pies a cabeza y le nubló la vista por un momento. Estuvo segura de que se había roto una costilla, pues no conseguía respirar sin sentir que se moría sólo por hacerlo.
Aún así, logró ponerse de pie y ganó algo de ventaja cuando lanzó una roca contra el rostro de Astor, quien no salió tan bien parado de su contraataque. La enorme piedra le había dado de lleno en el lado izquierdo, dejando una profunda rajadura que iba desde la ceja hasta el borde inferior de la mandíbula, como si un puñal le hubiera marcado el rostro. Furioso ante la embestida de la Del Balzo, se llevó las manos al rostro, las que pronto se bañaron con su propia sangre. Pero ni siquiera ello pareció mellar su increíble y sobrehumana fuerza.
Horrorizada, Jîldael intentó agazaparse contra uno de los árboles que rodeaban el sembradío de su familia, tratando de mantenerse firme y en alto. Había esperado resistir más tiempo, darle más guerra..., pero la costilla rota le impedía pensar con claridad. Tuvo que conformarse con lanzarle una mirada colérica cuando él la cogió por el cuello y la aplastó contra el suelo, como si fuera una fruta madura que se reventaba. Le pareció que ella misma se rompía en mil pedazos, como si hubiera sido simple cristal estrellándose contra baldosa. Sentía el dolor, pero ya no como algo propio, sino más bien, como una idea distante, como si fuera otra persona y no ella misma la que se rompía, la que se desangraba. Deseó con el alma sumirse en la piedad de la inconsciencia, pero su propio cuerpo la traicionaba, obligándola a conservar la lucidez, empujándola a no rendirse.
— Por mi hijo... — musitó, al tiempo que escupía un espumarajo sanguinolento — Por mi hijo, no moriré aún... — lo desafió, mientras se arrastraba hasta un soporte natural y volvía a ponerse de pie.
Fue entonces que lo sintió, realmente, en toda su fuerza e impiedad. El dolor estalló como una enorme bola de luz ante sus ojos, atravesándole toda la columna, quitándole toda fuerza y voluntad, como si sus huesos hubieran desaparecido y ella se hubiera convertido en muñeca de trapo. Cayó, indecorosamente, sobre sus rodillas y sus manos y un grito tan terrible como desolador huyó de su boca, provocando que todo el lugar, hasta ese momento, lleno del sonido del combate, fuese dominado por unos instantes por el más absoluto silencio. Gritó una vez más, ya no de dolor físico, sino del enorme dolor moral de saber que la vida de su hijo se escapaba a través de ese río de sangre que bajaba por sus piernas. Sintió a su pequeño patalear, como si también luchara, como si peleara con la muerte su derecho de vivir y desde esa humillada posición, volvió a arremeter contra Astor, ciega de ira y de dolor, golpeando no ya para sobrevivir, sino sólo para morir en paz.
Pero toda intención aquella noche le salía torcida. Diana le había abandonado y Selene se reía mientras su hijo favorito vencía en el combate, pues Astor volvía a coger su maltrecho cuerpo y, de una patada, tan cruel como poderosa y mortal, la enviaba directo a un viejo roble donde la voluntad de Jîldael se rompió segundos antes que su cuerpo.
Cayó, desmadejada sobre un lecho de flores tardías, como si de un colchón mortuorio se tratase. Parecía como si se hubiera arrojado de pronto, sobre ese lugar para ver pasar las horas; unas cuantas pelusillas se desprendieron del viejo roble y flotaron alrededor de la moribunda, creando la extraña sensación de estrellas cayendo sobre su agónico cuerpo. Fue entonces que Selene, ofendida de tanto dolor, se retiró a sus aposentos y cedió el paso al imponente Helios, cuyos rayos acariciaron a la Cambiante herida.
Quienes la miraron entonces, no vieron a una muerta, vieron a un ángel caído del cielo, herido por la Muerte que entonces se les antojaba hermosa y cruel.
La joven, por el contrario, había perdido toda la noción de su entorno y de lo que le ocurría... había olvidado por qué estaba allí o por qué debía luchar por levantarse otra vez. Veía ante sí la figura por siempre joven de Baptiste y entonces lo comprendió; estaba muriendo. Sonrió beatíficamente, pues estaba en paz, y le tendió la mano al traslúcido Cambiante Canino. El fantasma de su primer amor le sostuvo la diestra y le besó la frente.
— No hoy, amada mía. — susurró para luego desvanecerse.
Entonces, alguien mucho más real y corpóreo se acercó a ella.
— Creo que hoy sí, mi querido Baptiste. —
Y Jîldael cerró los ojos.
***
Última edición por Jîldael Del Balzo el Sáb Ene 31, 2015 11:20 am, editado 1 vez
Jîldael Del Balzo- Cambiante Clase Alta
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Re: Plan de caza [Privado]
Estaba a unos cuantos kilómetros de la residencia, sólo reflexionando en solitario sobre lo platicado con vos y con Charlemagne hasta quedarme dormido cuando un fuerte olor a muerte llegó a mis fauces, despertándome de golpe. Cadáveres, tierra bruscamente removida, vegetación maltratada, todo un revoltijo de fragancias me guiaba hacia la causa de tanto desorden. Y en medio del caos, fue vuestra nota olfativa brújula para mis pasos. Busqué a vuestro maestre en el aire, esperando que me contestase qué estaba ocurriendo, pero no lo encontré. Sólo el final del camino podía explicarme la razón de tamaña sensación de alerta recorriendo mis venas y ampliando mis sentidos.
Estabais débil; pude sentirlo. Vos, quien subestimabais vuestra propia condición con tal de exhibir vuestro imponente vigor, os aproximabais peligrosamente a un sitio que no me atreví a pronunciar. Eso hasta que otro aroma hizo que me detuviera justo cuando lo tenía en la punta de la nariz. Me frené a unos metros de vos cuando ya no podía acercarme más sin ser detectado. Con profunda aversión distinguí a vuestro atacante. Maldita alimaña. ¿Cuán poco ser humano había en él que se había vuelto un autómata del salvajismo?
Él estaba a un pestañeo de enviaros a un mundo del cual no podríais regresar cuando hice una jugada atrevida arrojando mi daga de plata con precisión a su flanco derecho. Sentí su aullido aplacar el resto de los ruidos de la naturaleza. Os confesaré que me causó un placer tremendo verlo retorcerse de dolor, a pesar de lo poco honorable de aquella acción.
Salí y di la cara. Lo miré con desprecio, ahogándome las ganas de abrirle el pecho con mis propias manos, pero eso no impidió que le dijera unas cuantas verdades.
—Convocasteis peones dispuestos a sacrificarse por vuestra jugada, os valisteis de engaños para proceder, y torturáis a una mujer encinta antes de ponerle fin. No sois más que un miserable. Así no actúa un licántropo, ¡sino un vulgar perro! —escupí el suelo a sus pies y le di la espalda— Si queréis venganza, seguid mi aroma y buscadme. Eso si tenéis agallas y os queda orgullo.
Segarle esa cara al licántropo que os cazó; ése fue mi primerísimo deseo. Él jugó cobardemente y se recreó con los restos en un océano de sangre inocente. No puedo olvidarme de ese hombre, de ese adefesio al que llamaban Astor Gray. Pero no podía derramar su sangre, muy a contra de mis deseos, con la vuestra regando la tierra. Con ese filo atravesando su carne ganaríamos unos minutos, los suficientes para resguardaros y enfrentarme cara a cara con él una vez resuelto ese punto.
Así fue que con paso raudo llegué a vos. Nada de esa felina de pie, alta y majestuosa. Irradié furia ante vuestra imprudente jugada con un arrastrado gruñido. Os grité «¡¿Cómo dejasteis que os hicieran esto?!» Pero cuando la ira desapareció vino la tristeza; solté el aliento lentamente, cual suspiro, como cenizas flotando dolorosamente en el viento. Mi razón no llegaba a entender por qué habíais decidido coquetear así con vuestra suerte.
Y todo pareció abrumarme de pronto. La tristeza por lo que os sucedía, el horror que experimentaba vuestro vientre malogrado, la espantosa masacre proveniente del peor lado de mi raza, y el miedo que me suscitó que no salierais de allí más que envuelta en sábanas ensangrentadas. Todo se presentó ante mí como un tumulto. Supongo que me puse histérico, porque caí de rodillas y tensé cada fibra de mis brazos, implorándole a la existencia que hiciese algo para que vos, mi némesis, volvierais, salvaje, a derribarme, a evidenciarme cuán frágiles son los licántropos sin el alero de la luna.
Os vi con mi cabeza justo sobre la vuestra y fue devastador. Espero que sepáis que si sonreí tan estúpidamente no fue para glorificarme sobre vuestra desgracia ni para intentar haceros creer que vuestra vida no libraba la más importante de sus batallas contraída en la punta de una aguja, sino porque quería que vos también sonrierais. A ver si la altiva Jîldael se encontraba aún ahí. Para que lograrais hacerle frente a la muerte, así como os incorporasteis conmigo, y le hicierais notar que no es rival para vos.
Vuestros ojos comenzaron a cerrar sus ventanas y yo opaqué los míos a punto de desgarrarme los párpados con mis muñecas. ¿Era yo el que se escondía o vos la que no queríais ver?
Me atreví a veros justo en el segundo exacto en que vuestras ventanas bajaron. Y supe, gracias a ese instante en que nos topamos, que vos sabíais que estaba ahí. Teníais una mirada muy peculiar, pero no para mí. Conocía ese destello, pues lo reconocía en mí cada mañana que veía mi reflejo: la añoranza de un alma que ya no está. Así fue que en vuestros ojos hallé más peligro que en la inquisición que en las sombras acechaba. Os compadecí.
—¿Adónde vais con tanta prisa, pantera? ¿Con él? —no os culpaba; hacía años que quería correr el mismo destino que el de Lorelei, pero no era aquel mi camino y tampoco el vuestro. Os tomé en brazos y os lo prohibí— No, Del Balzo. Vos no vais a ninguna parte. Nunca antes que yo. Me debéis una revancha, ¿lo habéis entendido?
En ese instante colgó la eternidad. Mientras corría de vuelta a un sitio medianamente seguro, os llamé para que me siguieses en la senda de los vivos, y seguí vuestro ritmo cardíaco sobre mi pecho. Cuidaría que éste permaneciera por el resto del camino, aunque lento y decreciente. Luego saldríais conmigo de este terreno opresor y nos combatiríamos mutuamente como enemigos hechos de humo y duda, escapando a una vida de disfraces y mentiras. Vosotros dos teníais que sobrevivir.
«Lorelei, sé que me ayudareis en esta»
Pero sentía cómo empapabais mi vestimenta. Se enrojecía cada vez más, pero mis piernas no podían ir más rápido. ¡Inútiles!
—No… Dios, no. —rogué.
No sé cuándo; no podría deciros cómo porque no lo recuerdo, pero llegamos adonde nos esperaban. La servidumbre exclamó de espanto ante la visión y tenían razón, mas no se las di. Apenas les di tiempo para digerir lo que veían cuando les ordené:
—¡Salvadla! ¡Se está yendo! ¡Rápido, venid!
Sólo cuando os tomaron de mis brazos pude sentir nuevamente el dolor. Cerraron la puerta tras de mí con vos dentro y no os vi más. Quedé inmóvil. Me sentí extraño frente a esa habitación que os guarecía, demasiado grande. Llamadme cobarde, pero apenas pasaron unos minutos, rápidamente me oculté tras una pared de un pasillo perpendicular al de vuestro martirio. No sabría deciros con certeza qué me ocurrió, pero me aventuraría a contestaros que no quería que nadie me viera. Sentí que me llamaron varias veces, pero no acudí. Quería partirme el rostro con las manos, porque vuestra desgracia no hacía más que acercarse a pasos agigantados a mi mayor infortunio.
Así que golpeé mi cabeza contra mis manos, le gruñí a mis encías y, si hubiera alcanzado, me hubiera mordido la muñecas de coraje. Pero antes de llegar a ese punto, unas voces que emergieron de vuestra habitación me distrajeron.
—Sólo el tiempo dirá. Está todo hecho. Si planean ponerse a rezar, éste es el momento. Casi perdimos a los dos. Necesitaremos más gente para después. Todavía no pasa lo peor. La cría no sobrevivió. —me pregunté si oía bien o si sólo había perdido la cabeza. Me confirmaron lo peor— Ella… tendrá que parir a su hijo muerto.
Las piernas me flaquearon antes del enterarme del fatal destino de vuestro bebé. Me desplomé en el piso. Sólo allí sentí vuestra sangre sobre mis ropas. Aquel vestigio de masacre se iría al fuego y los restos se disolverían en el aire cual cenizas, pero por dentro seguiría manchado porque otra vez fallé. Os fallé a vos. Dolor. Infinito dolor. Ya había perdido dos hijos que no alcanzaron a nacer, y con el vuestro sentía que me había tocado ver partir a un tercero. ¿Por qué? Explicadme, pantera, cómo podría haber sido regente, cómo podría haberme llamado apenas un hombre si ni siquiera fui capaz de reunir a un hijo con su madre.
Vos sacabais lo más salvaje de mí hasta el punto de volver la adrenalina una conmigo, pero vuestra tragedia me transformó en una criatura tan indefensa como un cachorro tumbado sobre su espalda. Hasta que por fin os dejaron descansar. Allí, sigiloso, me colé. Como una aparición, me planté junto a vos y os miré a esos ojos durmientes.
—Estoy aquí —os susurré casi como si quisiera haceros dormir— Estoy aquí. Quiero que os quedéis. ¡Miradme! —os supliqué. Pero no importaba: vos ya no me veíais. Y yo ya no sabía mirar la superficie de las cosas.
Mi mano izquierda recorrió el camino hacia vuestro vientre y sentí el peso de éste vuelto ataúd. Ningún niño lloraría anunciando su nacimiento. No habrían llantos ni risas inocentes de quien no entendía el mundo, pero sí comprendía una cosa: que el universo era el amor de mamá. Seguramente los idiotas consolarían a Jîldael diciéndole que aún era joven y que vendrían más cuando estuviera adecuadamente casada, pero ellos no entendían lo que solamente un padre de ángeles podía concebir: que ningún niño era pequeño, porque en el corazón de sus progenitores su existencia era todo menos insignificante. Os tocaría a vos vivirlo. Cuánto lo sentí.
—Lo siento; no pude hacer nada por vos. —lamenté sobre vuestro cuerpo con los labios temblando— Amasteis a vuestra madre, lo sé. Ahora a quien amé os amará a vos en la eternidad.
Amargamente las lágrimas cayeron entre ángeles. Algo me dijo que se sentaron entre nosotros deseando que pudiéramos verlos. Yo también lo deseé. Fue entonces que decidí, frente a ellos y con vuestra alma pendiendo de un hilo, que si Dios no os abandonaba y os concedía una segunda oportunidad, siempre estaría de vuestra parte. No importaba cuán enemigos llegásemos a ser.
Valentino de Visconti- Licántropo Clase Alta
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Re: Plan de caza [Privado]
“A lo sonoro llega la muerte
como un zapato sin pie, como un traje sin hombre,
llega a golpear con un anillo sin piedra y sin dedo,
llega a gritar sin boca, sin lengua, sin garganta.
Sin embargo sus pasos suenan
y su vestido suena, callado como un árbol.”
Pablo Neruda. Sólo la Muerte.
como un zapato sin pie, como un traje sin hombre,
llega a golpear con un anillo sin piedra y sin dedo,
llega a gritar sin boca, sin lengua, sin garganta.
Sin embargo sus pasos suenan
y su vestido suena, callado como un árbol.”
Pablo Neruda. Sólo la Muerte.
Llegaron juntos y, sin embargo, era ya tarde.
Pudo sentir los latidos agotados de su Épsilon, su resignación, su entrega a la Muerte… y quiso gritarle entonces, abofetearla, de haber tenido la oportunidad. ¿Cómo era posible que Jîldael decidiera abrazar la muerte con tantas personas luchando por mantenerla viva? Y, entonces, de pronto, lo comprendió.
Astor, el implacable enemigo, había hecho su jugada maestra y la había aislado en un punto ciego al que ninguno de sus compañeros proscritos conseguía llegar; Camila y el León daban una pelea tan noble como inútil y, a menos que un milagro ocurriera, la joven heredera de Jean pasaría, ahora sí, a mejor vida.
Charles rugió, mientras Leonard silbaba y se dejaba caer en picada sobre la vampiresa inquisidora y equilibraba la balanza tan solo un poco. El Canino tomó su forma menos frecuente: un enorme lobo gris se hizo presente en la batalla y cayó sobre la otra inquisidora, ayudando a la Omega a ponerla a raya; si las mujeres no retrocedían, los fugitivos les darían dolorosa muerte; pareció, por ese segundo feliz, que había esperanzas. Mas la llegada del astro rey, lejos de ser un alivio, sólo trajo desgracia y desolación.
La vampiresa, en efecto, fue la primera en huir; la llegada del amanecer ponía en grave peligro su vida, así que luego de dar a Jérémie un golpe mortal, huyó del lugar como alma que se lleva el demonio. Leonard, implacable dio una última mirada de aliento al Can y su discípula amada y partió tras la muerta viviente. Cómo terminaría ello es capítulo incierto que Charles dejó ir, al tiempo que corría junto al León, pero él le rechazó con gentil dureza. El “Zorro” se dio a la dolorosa razón y se arrojó por darle ayuda a su Felina, quien se encontraba al otro lado del improvisado campo de batalla. Sin embargo, la otra Inquisidora, pero entonces, la Inquisidora restante, pese a sus heridas, tuvo el coraje de plantarse frente a los dos Cambiantes y darles cerrada lucha, logrando el único objetivo que realmente le importaba: retrasar la ayuda para Jîldael del Balzo, cuya verdadera identidad ya había sido revelada para todos.
Eso, quizás, sería lo peor de todo, si lograban sobrevivir a esa terrible jornada y Charles lo sabía. Todos esos años ocultándose y cuidando de no mostrarse en la alta sociedad para urdir su venganza eran aplastados ahora por el brazo armado de la Iglesia. rugió furioso, tratando de noquear a su enemiga, pero ni con la ayuda de la “Rosa” pudo conseguirlo. Lo más que pudo hacer fue observar con dolor lacerante cómo Jîldael era tomada por Astor, el implacable Condenado, quien la arrojaba contra un árbol como si fuera una triste muñeca de trapo.
La joven se quebró, en cuerpo y alma, y cayó deshecha sobre miles de flores cuyos pétalos flotaron un instante a su alrededor, justo en el momento en que el primer rayo de sol caía sobre el cuerpo de la moribunda. Era una imagen tan hermosa que dolía; incluso Astor se vio prendado de la terrible escena y no fue capaz de dar el golpe de gracia. Charles hubiera dado lo que no tenía por llegar a su lado, pero no lo consiguió. Quien sí lo hizo, para sorpresa de todos, fue Valentino –el destituido Zar ruso– quien no sólo logró herir al enemigo, sino que consiguió llegar junto a Jîldael para sacarla en el momento preciso en que el Licántropo traidor planeaba dar el golpe de gracia.
Y entonces, los pensamientos finales de Jîldael llegaron, débiles como susurros en una noche de lluvia, y supo que ella se despedía de la vida, mientras su hijo moría en ese espantoso río de sangre que escapaba por entre sus piernas; el Can lo comprendió apenas sintió el olor metálico: Jîldael no deseaba vivir sin su hijo… En cierto modo, ella era tan parecida a su madre, y él, contra su voluntad férrea de servir a otros para equilibrar el universo, en ese momento era tan egoísta como Jean el día que vio morir a Marie Hélène. El Lobo Gris rugió su dolor y su rabia y atacó, sin miramientos a Astor. Ciertamente, el Licántropo sobreviviría a sus heridas, pero su cuerpo recordaría para siempre esa noche en que intentó matar a la heredera Del Balzo; las marcas que Charles le dejó, lo perseguirían para siempre.
Durante un negro segundo, todo fue sangre, pelos, gritos y furor.
Al segundo siguiente, sólo había frío y desolación.
Charles lo olvidó todo. A sus enemigos, a la “Rosa”, a Leonard. A lo único que prestó atención fue al olor mezclado de Valentino y Jîldael; su rastro confuso de sangre fue aquello que le guió a una elegante fortaleza en la que no dudó en irrumpir, totalmente desnudo (al recuperar su forma humana), arrasando con todo a su paso, hasta que la milicia entrenada –y camuflada como sirvientes– fue capaz de reducirlo y confinarlo a una celda.
El “Zorro” estalló en una risa demente. Una celda no iba a detenerlo; pero sí le quitaría muchas horas… Quizás así fuera mejor; necesitaba cansarse; necesitaba no pensar sino en el simple hecho de escapar de esa prisión, porque si daba paso a los otros sentimientos, con toda certeza enloquecería. El hijo de su Épsilon había muerto, Charles lo sabía, pero no podía permitirse pensarlo, mucho menos dolerse de él. Debía seguir adelante, porque ella aún respiraba y, mientras así fuera, había esperanza.
Aún había esperanza. Pero, ¿para qué?
***
Pudo sentir los latidos agotados de su Épsilon, su resignación, su entrega a la Muerte… y quiso gritarle entonces, abofetearla, de haber tenido la oportunidad. ¿Cómo era posible que Jîldael decidiera abrazar la muerte con tantas personas luchando por mantenerla viva? Y, entonces, de pronto, lo comprendió.
Astor, el implacable enemigo, había hecho su jugada maestra y la había aislado en un punto ciego al que ninguno de sus compañeros proscritos conseguía llegar; Camila y el León daban una pelea tan noble como inútil y, a menos que un milagro ocurriera, la joven heredera de Jean pasaría, ahora sí, a mejor vida.
Charles rugió, mientras Leonard silbaba y se dejaba caer en picada sobre la vampiresa inquisidora y equilibraba la balanza tan solo un poco. El Canino tomó su forma menos frecuente: un enorme lobo gris se hizo presente en la batalla y cayó sobre la otra inquisidora, ayudando a la Omega a ponerla a raya; si las mujeres no retrocedían, los fugitivos les darían dolorosa muerte; pareció, por ese segundo feliz, que había esperanzas. Mas la llegada del astro rey, lejos de ser un alivio, sólo trajo desgracia y desolación.
La vampiresa, en efecto, fue la primera en huir; la llegada del amanecer ponía en grave peligro su vida, así que luego de dar a Jérémie un golpe mortal, huyó del lugar como alma que se lleva el demonio. Leonard, implacable dio una última mirada de aliento al Can y su discípula amada y partió tras la muerta viviente. Cómo terminaría ello es capítulo incierto que Charles dejó ir, al tiempo que corría junto al León, pero él le rechazó con gentil dureza. El “Zorro” se dio a la dolorosa razón y se arrojó por darle ayuda a su Felina, quien se encontraba al otro lado del improvisado campo de batalla. Sin embargo, la otra Inquisidora, pero entonces, la Inquisidora restante, pese a sus heridas, tuvo el coraje de plantarse frente a los dos Cambiantes y darles cerrada lucha, logrando el único objetivo que realmente le importaba: retrasar la ayuda para Jîldael del Balzo, cuya verdadera identidad ya había sido revelada para todos.
Eso, quizás, sería lo peor de todo, si lograban sobrevivir a esa terrible jornada y Charles lo sabía. Todos esos años ocultándose y cuidando de no mostrarse en la alta sociedad para urdir su venganza eran aplastados ahora por el brazo armado de la Iglesia. rugió furioso, tratando de noquear a su enemiga, pero ni con la ayuda de la “Rosa” pudo conseguirlo. Lo más que pudo hacer fue observar con dolor lacerante cómo Jîldael era tomada por Astor, el implacable Condenado, quien la arrojaba contra un árbol como si fuera una triste muñeca de trapo.
La joven se quebró, en cuerpo y alma, y cayó deshecha sobre miles de flores cuyos pétalos flotaron un instante a su alrededor, justo en el momento en que el primer rayo de sol caía sobre el cuerpo de la moribunda. Era una imagen tan hermosa que dolía; incluso Astor se vio prendado de la terrible escena y no fue capaz de dar el golpe de gracia. Charles hubiera dado lo que no tenía por llegar a su lado, pero no lo consiguió. Quien sí lo hizo, para sorpresa de todos, fue Valentino –el destituido Zar ruso– quien no sólo logró herir al enemigo, sino que consiguió llegar junto a Jîldael para sacarla en el momento preciso en que el Licántropo traidor planeaba dar el golpe de gracia.
Y entonces, los pensamientos finales de Jîldael llegaron, débiles como susurros en una noche de lluvia, y supo que ella se despedía de la vida, mientras su hijo moría en ese espantoso río de sangre que escapaba por entre sus piernas; el Can lo comprendió apenas sintió el olor metálico: Jîldael no deseaba vivir sin su hijo… En cierto modo, ella era tan parecida a su madre, y él, contra su voluntad férrea de servir a otros para equilibrar el universo, en ese momento era tan egoísta como Jean el día que vio morir a Marie Hélène. El Lobo Gris rugió su dolor y su rabia y atacó, sin miramientos a Astor. Ciertamente, el Licántropo sobreviviría a sus heridas, pero su cuerpo recordaría para siempre esa noche en que intentó matar a la heredera Del Balzo; las marcas que Charles le dejó, lo perseguirían para siempre.
Durante un negro segundo, todo fue sangre, pelos, gritos y furor.
Al segundo siguiente, sólo había frío y desolación.
Charles lo olvidó todo. A sus enemigos, a la “Rosa”, a Leonard. A lo único que prestó atención fue al olor mezclado de Valentino y Jîldael; su rastro confuso de sangre fue aquello que le guió a una elegante fortaleza en la que no dudó en irrumpir, totalmente desnudo (al recuperar su forma humana), arrasando con todo a su paso, hasta que la milicia entrenada –y camuflada como sirvientes– fue capaz de reducirlo y confinarlo a una celda.
El “Zorro” estalló en una risa demente. Una celda no iba a detenerlo; pero sí le quitaría muchas horas… Quizás así fuera mejor; necesitaba cansarse; necesitaba no pensar sino en el simple hecho de escapar de esa prisión, porque si daba paso a los otros sentimientos, con toda certeza enloquecería. El hijo de su Épsilon había muerto, Charles lo sabía, pero no podía permitirse pensarlo, mucho menos dolerse de él. Debía seguir adelante, porque ella aún respiraba y, mientras así fuera, había esperanza.
Aún había esperanza. Pero, ¿para qué?
***
Charlemagne Noir- Cambiante Clase Alta
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