El baile de los ahorcados [Priv. Solo invitados]

No es anarquía, no es monarquía  absoluta lo que perenne ante la vista del Conde, por más títulos que se engendren y se destripen de las tripas de los perdedores, no había cavidad para gobernar a la muerte misma, tan humillante se cree la penumbra de tener dueño quien le gobierne, ¿Por qué esa maldita calavera anuncia ser poderosa? ¿Por qué el laberinto de la tertulia tenía que ser teatral? Todo era exótico, arte resaltado para deleitarlo pero el Conde sigue postrado en un diván, observando astutamente; parecía un zorro para evadir trampas y fuerte como una fiera para espantar a los animales que quisieran atacar, púes todos a su alrededor tenían maquillando las bestias que representaban, se veía lo que se aparentaba ya que pocos advertían lo que eran, y como siempre sus valiosos ojos resaltan en cada detenimiento de lo realizado, sin ser descarado sino conservado.

Enfatizando el estudio a la que se creía ser reina de calaveras, si supiera que es su propia ruina lo que significaba este propio espectáculo, pero, era enriquecedor para la mente del Conde, maniobrar en cuanto captar las habilidades de cada uno, su manera de altanería y el poder que todo mundo quiere, ya que en este mundo el dividir para reinar no funcionaba…Y ahí se veía lo que tanto pensaba, examinaba, querían ganarse el afecto de la reina, enorgullecer las leyes inculcadas de su mando, pero parecían más esclavos que luchadores por el amor de un prójimo o de la comunidad. «Que absurdo, que ilógico lo era todo con sus términos de alto poder»   Pensó sin la necesidad de hablar, prefería seguir notando los ideales, porque así solo se podría derribar imperios, obstáculos y tener un propio lienzo para construir un mundo mejor del que se observa…Sin darle importancia a las especies en el entorno, porque todos parecían ser energúmenos, unos exterior otros interior. Y en breve los hechos los determino en solo estratagemas. Interesado más en el segundo dador de trono (Itsván) porque su mirada decía mas que mil palabras, mas que un secreto que guarda como as y querer llevarse el triunfo o quizás la jugada como premio de su maña, dejando que el momento llegara para la hora de actuar, sembrando en la mente la conclusión del barato espectáculo por los demás: « El hacer mofa de todo este infierno, creyendo parecer el bien... todo esto está apresurando  a que sea nuestra propia ruina, una derrota que muchos sufrirán si siguen actuando como titiriteros de esa calavera que los incitan a admirar sus hilos sujetados para que puedan así maniobrar. ¡Despierten y razonen antes de hablar!».

Este ángel abandonaba su castillo en las profundidades del teatro para adentrarse en el patético mundo de esos estúpidos ególatras y prejuiciosos, se adentraba al mundo del hombre, de la escoria más grande que existe con el único objetivo de llegar al lugar indicado en la invitación que llevaba entre sus manos forradas de una suave piel oscura, sus ojos cual carmín se encendían como el fuego cada vez que observaba la vida nocturna que anidaba en París, yo no tarde mucho en llegar al misterioso sitio, con una idea bastante original, tan original como la mía, como en mi teatro vampiros, perros, humanos y otras razas se codeaban clandestinamente, pero yo, ese ángel de la muerte, solo podía ver en mis alcances sangre por doquier, todo un verdadero festín pero por el momento más valía abstenerme y concentrar con dificultad mis instintos al aroma del vino que aumentaban el pecado de la gula y el vicio. Así entre aquellos pecados que se ocultaban en un lugar como ese, una sombra ataviada de su gabardina larga, su sombrero y la tela oscura que cubría la mitad su rostro recorría el lugar entre la oscuridad que podía encontrar en las orillas, observando con fascinación la estupidez humana hasta que finalmente yo tope con las puertas que habían sido selladas y  estaban siendo custodiadas por dos hombres a los que hice caso omiso, jamás daba la mano a nadie y ni siquiera dejaba que alguien me tocará así que arroje la invitación al suelo y continúe mi camino.
Al abrir la puerta encontré una macabra y exquisita escena en mi camino, pero continué buscando el lugar más oscuro, donde ni siquiera la iluminación que pudiera haber en aquel sitio me importunaran, aun no quería revelar mi presencia y menos cuando eran casi nulos los rostros que podía ver por todos lados ¡Vaya circo! ¡Macabro circo!, todos peleando, todos defendiendo, algunos en silencio, otros pocos en voz alta, por el momento no hablaría, no hasta conocer exactamente la finalidad, que aunque expuesta solo me convencía una parte, sin más con tan solo unos momentos de escucha, no pude soportar más las carcajadas y una tuvo la osadía de desprenderse cínicamente de mis labios -¿Bestias?- se escucho mi voz, mas mi rostro no se veía aún -¿Acaso ves a alguien en esta sala que sienta empatía por los otros? ¿Ves a alguien que hable como un estúpido mortal?, nadie en esta sala tiene sentimientos, por si no lo han notado, así que no vengan a jactarse de educación y valores, porque entre razas eso no lo conocemos y menos entre el puñado que esta presente ¡Por favor!, no me hagan dudar de quién es más idiota si los humanos, el imbécil del rey o nosotros, vamos, a leguas se nota que somos de matar a quién se nos ponga enfrente, ¿Para que detenernos en quienes morirán o no?, hay que hacer las cosas salomonicamente ¿No creen?- caminaba por la  escasa oscuridad  por lo que mi voz se oía aquí y allá en los limites del lugar, sin embargo mis peculiares ojos rojos se abrieron paso entre las sombras -Pero… para acabar con esta guerra absurda de opiniones que están agotando mi valiosa paciencia, madame, ¿Porque no nos da un argumento más convincente, algo más claro en vez de elegantes amenazas?, vamos, regale un motivo más solido, que el que la dama ha expuesto ya y entonces si…no son todos por lo menos el ángel de la muerte estará con usted- finalmente mi cuerpo se mostró al costado de todos los presentes dejando de lado mi hermosa y protectora oscuridad.

En mala hora se le había ocurrido salir de su trabajado cascarón para adentrarse en aquel mundo de sombras y gente a la que supuestamente debía llamar 'igual' sólo porque compartían la maldición. La de las personas marcadas por el sello sobrenatural, y no esa maldición que Dennis usaba para referirse a su condena personal, la que llevaba la firma de Judith Vallespir. Sin embargo, allí había acabado, en París, dispuesto a acudir a una cita que no podía representarle menos, pues se sintió fuera de lugar desde que entró en aquella cueva de locos. Pero vivía en Francia desde hacía más de cinco años porque necesitaba respuestas, unas que a pesar de todo ese tiempo, aún no había obtenido. No le importaba lo más mínimo qué pudieran traerse entre manos vampiros u otros 'hijos de la luna', como los llamaban, pero era perfectamente consciente de que formaban parte importante de los enigmas de su vida que quería resolver. Por tanto, sabía también que debía arriesgarse, aunque todas las señales apuntaran a que aquélla era una guerra muy diferente a la de sus propios demonios.

Y así fue, todos y cada uno de los presentes hicieron gala de su agresividad, autosuficiencia o cautela, y lo único que él deseaba era alejarse de aquel tumulto de egos, cuya motivación distaba mucho de la suya y encima pretendía afectarle directamente. Dennis era un hombre que se esforzaba por honrar la memoria de su familia con las posesiones que le quedaron, incluyendo protocolo y buenas formas, pero con una personalidad escandalosamente complicada, llena de patologías infantiles que podían concluir en un comportamiento antisocial. Todo eso, sumado a sus arranques bipolares y su condición de licántropo, no traería buenos resultados, si continuaba con esa chusma destructiva. De hecho, libró una batalla de proporciones titánicas para no responder al vampiro que, entre otras tonterías, había dicho que en esa sala no tenían sentimientos. Tsk, por favor, nadie de allí le conocía, sólo le habían citado porque se transformaba bajo la luna llena y eso no les autorizaba a creer que tenía algo que opinar en sus dramas raciales. Antes que hombre lobo, era Dennis Vallespir, cuya misión se resumía a resolver el misterio de su familia y su propia vida. Si la licantropía le definía en algo, no tenía nada que ver con las patrañas que allí se estaban debatiendo.

Y justo en mitad del caótico remolino de su mente, sus ojos se detuvieron ante el único rostro que reconocía en toda la velada; el de su regia majestad, Amanda Smith, tan hipnótica y sofisticada como siempre, que para más inri, parecía ser un importante engranaje en aquel asunto, aunque sólo fuera por su posición, muy próxima a la de István. Dudaba que haber tratado con ella más allá de aquellas paredes fuese a servirle de algo, pero al menos esperaba que si sus miradas acababan encontrándose, supiera que de él no conseguirían nada, ni unos ni otros. Dennis había hecho uso del bloqueo mental desde su llegada, así que si éste conseguía no decir una sola palabra en toda esa reunión, sólo ella iba a poder dar fe de cuál era su postura. Bueno, siempre que nadie supiera adivinarlo por la cara de pocos amigos que ya les ofrecía.