Tras los rincones oscuros || Catalina de Aragón

Despertar, caminar, comer, dormir, vivir... ¿Pintar? Puede que esto último fuera lo que me diferenciara del resto de los míos. Aunque realmente, últimamente ni siquiera eso hacía.

Solía salir y vagar por las calles, sin rumbo, sin destino. Sólo andando... Las calles siempre eran un lugar entretenido para pasar la noche. La vida, el vicio, la desesperación, el alcohol, la lujuria... lo más oscuro que alberga el ser humano y los que se alimentan de ellos.

Aquella noche no es que hubiera demasiada gente, o quizás más bien es que había elegido un lugar no demasiado concurrido a las horas que eran. Si, era la zona exterior de una taberna. Pero hasta bien entrada la noche, la gente no solía salir de ella, simplemente se limitaban a entrar.

Mis pasos sonaban sordos en el suelo de piedra y arena. Las luces tintineaban al son de un viento que era típico de la época en la que estábamos. Pero el aceite era duro y tenaz, no dejaría que su llama se extinguiese así como así. La dominaría y controlaría hasta que alguien le privara de su alimento: el aire.

Los sonidos de dos voces entrelazadas despertaron mi curiosidad. Parecía una transacción normal que se llevaba acabo entre una doncella dedicada al placer y un varón que solicitaba sus servicios. No obstante, sentí que algo no cuadraba. Por raro que pareciera, la mujer había negado sus servicios al hombre. ¿Cuál podría ser la causa de tal actitud?

Me refugié en las sombras de una esquina observando la situación: El encuentro, el forcejeo y el desenlace, no demasiado bueno para el hombre que se revolcaba en el suelo presa del dolor directamente en sus partes nobles.

La doncella, sin embargo, había iniciado su ruta ocultándose de él, perdiéndose en un callejón no demasiado lejano a mi posición. Sabía donde estaba, podía oír su respiración agitada, su corazón repartiendo la sangre por todo su cuerpo a una velocidad endiablada y su mirada perdida deseando no ser encontrada.

Poco después, el hombre finalmente acabó asumiendo su dolor y su humillación. Se levantó y terminó por entrar de nuevo en la taberna a tapar las penas y la frustración con algo más de alcohol para que recorriera su cuerpo.

Yo también salí de mi escondite y caminé unos pasos hasta la entrada del callejón. Al llegar allí me paré como si hubiera oído algo extraño en el interior del mismo, aunque bien sabía lo que se ocultaba ahí.

- ¿Hay alguien ahí? - pregunté forzando mi voz para que sonara como preocupada.

Intentaba relajarse, tenía que hacerlo si quería salir de allí y buscar a otras presas. No era propio de ella rechazar a alguien pero ese hombre era el ser más despreciable que jamás había conocido. Lo había escuchado de otras mujeres, si podían librarse de él lo hacían sin dudar.

Una voz la sobresaltó. Y se pegó aún más a la pared, intentando ser invisible. Volvían en su búsqueda. Había traído refuerzos... Pero no escuchaba más de una voz, era solo una y encima parecía ser la de una mujer. ¿Debía fiarse? A veces las mujeres eran peores que los hombres. Las mujeres poseían una lengua peligrosa que atacaban a todo aquel que odiaban. No podía arriesgarse. Buscó entre sus ropajes intentando ver si llevaba su daga pero no, aquella noche no la traía encima.

Odiaba el invierno, ser una prostituta tenía sus inconvenientes. Si querías atraer a un hombre, debía llevar poca ropa. Y en el eterno frío parisino era complicado hacerlo. Solía llevar una capa por la que enseñaba una pierna y un vestido que sobresaltaban sus pechos. Se levantó y se aseguró que su cuerpo estaba bien cubierto.

─Depende, ¿espera que haya alguien aquí?─ preguntó saliendo de su escondite y enfrentándose a la desconocida. Le sonrió, si había aprendido algo en todo aquel tiempo era que nunca debía de mostrar miedo, ni desconfianza.

Esperé pacientemente a que la voz de dentro del callejón me respondiera, que diera señales de vida. Pero tardó más de la cuenta. Seguramente me consideraba una amenaza, un derivado del hombre que la había asediado hacía unos instantes. No la culpaba, había buscado una posición segura, si. Pero también una que no la permitía ver lo que había pasado ahí fuera y, por lo tanto, aún seguía en alerta. Lo notaba en todo los sonidos que emitía en su silencio.

En aquella espera escuché tela moverse, cordones descorrerse y volverse a unir, un intento de calmar sus ánimos y, finalmente, unos pasos que emergían de la oscuridad, para enfrentarse a aquella que había osado buscarla en su escondrijo, sacarla de su supuesta seguridad y volver a arrojarla a la realidad. Una realidad que hacía unos instantes casi acababa de violarla de un modo burdo y violento.

Lucía sonrisa, falsa por supuesto, dentro de ella el miedo se agitaba como un viento endiablado, tenía las mejillas color manzana a causa de la carrera y el cuerpo cubierto con una capa que hacía las funciones de ropa decorosa. Había visto su figura bajo ella y sabía que bajo la tela se ocultaba mucha menos tela. Pero a mis ojos, quería parecer una dama más, no de una clase demasiado alta, pero si al menos una dama.

Ante su pregunta no pude hacer otra cosa que fruncir el ceño ligeramente dudando como enfocar aquella frase ¿Era un reto?¿Una frase sin más? Sea como fuere responder a una pregunta con otra pregunta era sinónimo de que no se quería responder  si no más bien cambiar de dirección la conversación.

- Creí haber escuchado algo y sólo pretendía cerciorarme de que todo estaba bien - le indiqué suavemente ya que hablar más alto me haría separar los labios y no quería llamar la atención de ningún modo. Ya tenía bastante con ser extremadamente pálida en aquel lugar. Agradecía la tenue luz amarillenta que cubría ligeramente ese dato - ¿Se encuentra bien madame?

A penas distinguía los rasgos de la joven que tenía delante. No sabría decir con seguridad cuántos años tenía pero podría asegurar que no supondría ninguna amenaza, al menos no de la que ella pensaba.

Su voz la tranquilizo, hablaba bajo y eso era lo que necesitaba. Segundos de tranquilidad tras unas horas de auténtico desorden. Sus músculos se relajaron aún así siempre mantendría la guardia ante lo que pudiese pasar. Además, era una mujer lo que tenía delante de ella. No un hombre que siempre se creían superiores a ellas. Como si ellos lograran manejarlas. A veces, ellas se dejaban pero las que mandaban eran las mujeres. Algún día todo aquello cambiaría y dejarían de ser tratadas como animales de carga o al menos eso esperaba.

Hizo una mueca ante su pregunta. ¿Estaba bien? Claro, ella podía con todo y más. Quizá fingía a veces pero jamás se mostraría indefensa ante alguien, a menos que las circunstancias lo permitieran.

─Sí, muchas gracias por su preocupación─ no sabía por qué pero necesitaba desahograse y ahora que lo había preguntado podía tener una excusa para relatarle lo ocurrido─.Solo que estaba en el lugar equivocado. Ya puede imaginarse usted, un hombre se ha sobrepasado conmigo.

¿Por qué le estaba contando aquello a una completa desconocida? Ni siquiera sería capaz de contárselo a su madre. Aún así tenía un presentimiento de que ella lo había visto todo. Si era así, la tendría clara. ¿Y si avisaba a la autoridad? Si no lo había hecho ya, dudaba que lo hiciera. Si lo había hecho, seguro que solo trataba de ganar tiempo para que llegaran y la arrestasen por los pecados cometidos.

─He logrado escapar, por supuesto─ añadió, aunque era más que evidente que lo había logrado─. Las mujeres a penas pueden salir solas de noche...

Me mira, me observa. Entorna la mirada intentando estudiarme. Busca encontrar un resquicio en mi fachada para adivinar algo de mi que estoy intentando ocultar, o al menos eso piensa.

Por desgracia, todos los vampiros intentamos ocultar lo que somos, como nos movemos, o el modo en el que nos alimentamos. La noche hace mucho por ayudarnos y las formas hacen el resto: Pasar por un humano normal no resulta más complicado que cuidar la luz y no abrir demasiado la boca.

Después de unos instantes de silencio, parece que finalmente se relaja y deja que su cuerpo vuelva a la calma. Sus constantes se vuelven más lenta y la respiración retoma su calma. También lo hacen los músculos de su rostro que, al quedarse de nuevo en estado de reposo, confieres a su rostro una belleza más natural, ligeramente juvenil.

- No tiene porque darlas. Cualquier persona en mi lugar hubiera hecho lo mismo - la respondí intentando que se relajara aún más, que se sintiera cómoda, que no me viera ni por asomo como una amenaza, si no más bien como un refugio - He visto a un hombre tendido en el suelo al pasar hacia aquí - le dije a modo informativo - No se preocupe, ha vuelto de nuevo al lugar del que no debía haber salido - continué dejando marcada una sonrisa en mis labios, una en la que se vislumbraba ligeramente mis dientes, aunque no llegaría a verse jamás la prominencia de mis colmillos.

Al escuchar que se había propasado por ella, fingí sobresalto llevándome la mano a la boca y tapándola mientras abría los ojos un poco más mostrando mis orbes oscuras en todo su esplendor, transmitiendo ese brillo hipnótico que me había concedido la inmortalidad.

- ¿Se ha propasado con usted? - me acerqué un poco y alargué una mano enfundada en guante pero sin llegar a tocarla. Quería ver hasta que punto se había calmado. Luego me retiré de nuevo haciendo un gesto de que me consideraba demasiado impulsiva - ¿Ha llegado a violarla o sólo lo ha intentado?¿Desea que avise a un médico?

La corta distancia me sirvió para aspirar su aroma. Un aroma dispar, cargado de olores diferentes, de personas diferentes, remanentes de noche tras noche, de cliente en cliente. Olor a sexo, a un perfume perdido en la lejanía, constante después de un uso prolongado. Un olor a humanidad, a sangre, a mujer.

- No es que no deba salir de noche, es que debe tener cuidado - la indiqué a modo didáctico - Por la noche, hay lugares que no son recomendables para las damas - terminé diciéndole aún siendo consciente de que yo también estaba allí y podía haber pasado por lo mismo de ser alguien "normal".

Cualquier persona en su lugar no hubiera hecho lo mismo. Eso lo sabía de experiencia propia. Nadie rescataba a una prostituta, nadie se preocupaba por otra persona a no ser que tuviera una notoria recompensa. Supuso que había gente buena por el mundo, solo que se ocultaban demasiado bien. Fuera como fuese, las personas que se internaban en la noche nunca tenían intenciones demasiado buenas.

Sonrió al escucharle. Sí, ese mal nacido tenía lo que se merecía. Bueno, quizá debería haber sufrido un poco más pero para ser algo que había hecho ella, estaba bien. Jamás pensaría nunca en matar a alguien y, de momento, creía que podía infringir todos los pecados posibles menos aquel. La asustaba un poco el saber que aún seguía en la taberna, podía salir en cualquier momento y volver a verla. Si lo hacía, tendría que llegar a mayores, ella no era débil. Ella podía salir sola de cualquier situación que se le presentase. La sonrisa de la joven logró que la imitase. Aquella mujer tenía algo intrigante, como si estuviese envuelta por el misterio.

Asintió ante su pregunta y vio cómo se acercaba. No retrocedió, ni siquiera se movió. No le importaba que la tocasen, estaba más que acostumbrada a ello. Pero la desconocida no llegó a poner ni un trozo de guante sobre ella. Guantes, ¿acaso eso no era de ricos? ¿Por qué ocultar las manos? ¿Por qué ocultar todo lo que ese supuesto Dios les había entregado?

Cuidado. Si la mujer supiera por lo que ella había pasado, seguro que no le decía aquellas palabras. Cuidado debían tener todas esas personas que se acercaban a ella. La última oración le hizo sospechar. Ella era una dama también. En teoría no debería estar allí. Pero ambas estaban infringiendo esa ley que había puesto la sociedad. Solas, sin compañía masculina y en un lugar semejante.

─Sin embargo, lo no recomendable es lo que más nos tienta, ¿verdad?─ le mostró una sonrisa pícara─Los lugares oscuros y poco transitados son todo lo que nos hace vibrar. Allí pueden pasar las cosas más horrendas y las más maravillosas─ levantó su mano y la extendió hacia la joven─ Perdone por aún no haberme presentado, puede llamarme Saphir.

No le gustaba dar su nombre por la noche. Durante el día podía ser Golnar pero por la noche era la mujer conocida como Saphir Dulce y peculiar. Peligroso al igual que hermoso. No hubiese decidido llamarse de otra manera más que aquella. Lo gracioso era que ella nunca había elegido el nombre que deseaba tener, siempre habían sido otros los que la llamaban de una forma u otra.

Al parecer, la información dada de que aquel hombre había entrado de nuevo en la taberna, consterno en cierto modo a la dama que dedicó un segundo a mirar detrás de mi, más allá, en busca de algún indicio que le pudiera llegar de las calles de alrededor, algún indicio que demostrara que realmente había entrado y que había pasado el peligro. O quizás sólo eran suposiciones mías para no variar.

Ante mi gesto de acercamiento tampoco se movíó. Es más, ni siquiera se inmutó. Permaneció en su lugar como esperando el contacto, como previendo que yo iba a llegar a tocarla de algún modo.

Sus ojos esta vez acabaron en mis guantes, blancos y en perfecto estado, sin ningún tipo de descosido, rugosidad o mancha. Unos guantes que cambiaba en cuanto mostraban cualquier síntoma de suciedad o edad. Unos guantes que hacían su función siempre y cuando no fueran el centro de atención de otras miradas, como al parecer estaba siendo el caso. Procedí a entrelazar los dedos sobre mi vientre para que fuera menos evidente el aprecio que sentía hacia ellos.

Cuando se percató de mi error al hablar de lo peligroso que era salir de noche, fui consciente de que era bastante más lista de lo que acostumbraban a ser las damas que la acompañaban en oficio. No es que no tuvieran bastante picardía, es que simplemente no solían pensar demasiado más allá de lo útil para su dedicación.

- Es cierto eso que dice, que lo oculto, lo oscuro y lo poco recomendable suele ser aquello que más atrae - comencé a decir - Pero no por eso deja de ser peligroso como ha podido comprobar - aunque supiera a que se dedicaba, no pretendía darle ese trato pues no quería ofenderla de ningún modo. Además, seguro que había salido más noches que ella - Yo paseaba por el museo y se me ha hecho demasiado tarde - dije a modo de justificación - Esta es la ruta más corta entre dicho edificio y mi hogar. Si no, no hubiera caminado por aquí apropósito.

Se presentó, algo que no esperaba. Suponía que aquella conversación empezaría y acabaría con la misma brevedad. Pero al parecer, aquella chica necesitaba más una compañía femenina que masculina aquella noche. Yo, por supuesto, no tenía nada mejor que hacer.

Osé a rozar su mano con la mía. Sabía que podía sentir el frio de mi piel a través de la fina tela del guante. Dediqué un segundo a mirar nuestros dedos rozarse y luego volví la mirada a sus ojos mientras volvía a ampliar mi sonrisa de un modo atrayente pero a la vez terrorífico.

- Mi nombre es Catalina, madame - la dije sólo mi nombre ya que me parecía innecesario decir más pues ella había dado sólo un nombre que a saber si realmente era el suyo - Podemos hacernos compañía hasta que salgamos de esta zona, si lo desea.

Le sonrió ante su comentario. Era peligroso, sí pero su vida se basaba en eso: peligro tras peligro y procurar salir viva cuando los primeros rayos de sol aparecieran en el frío cielo de París. Ensanchó su sonrisa al oír lo del museo. ¡Cuánto hacía que no iba al museo! ¡Y lo que le encantaba! Podía ser prostituta pero sabía más que cualquiera de ellas. No había sido criada en la mugre y la pobreza. Ella venía de gente rica que le había enseñado bien, lo único bueno que habían hecho por ella. Podía estar ahora en un gran salón de baile, acompañada de su prometido. Pero prefería aquel callejón antes que toda esa gente falsa bailando a su alrededor.

Frunció el ceño ante aquel simple contacto. No se la apretó como otros podrían hacer. Aquello llamó su atención y aumentó su curiosidad. Ella era casi como un felino y, como tal, debía sentir curiosidad hasta que la llevase a la muerte. Se estremeció ante la mirada de la joven. No sabía por qué pero sentía que el peligro estaba más cerca de lo que pensaba. El peligro también se parecía a una mujer.  Aún así, le dio un voto de confianza. Podía estar alterada por lo que había ocurrido minutos atrás y lo cierto era que no quería volver al trabajo, al menos no aquella noche. Ya tenía dinero suficiente, le había costado pero tenía lo que solía ganar en una noche.

Catalina. Se repitió mentalmente. No solía ser buena con los nombres, no era uno tan extraño pero aún así no quería olvidarse de él. Asintió ante su propuesta.

─Por supuesto, el peligro será menor si nos acompañamos la una a la otra─ dijo mientras comenzaba a andar. Si no hablaba de nuevo, el silencio se instauraría entre ella y sería difícil volver a una conversación aparentemente normal─¿Tiene a alguien que la espere en casa? Seguro que está preocupada por usted.

No decía que la mujer fuese débil y no podía salir sola a la calle. Lo que solía pasar era que cualquier familiar, prometido o esposo, estaría a la espera constante del regreso de su amada. Las calles no eran seguras y menos de noche, aunque si no la acompañaban sería porque quizá, no había nadie en su hogar.

Ceño fruncido. Mirada extrañada. Era normal. Haber llegado a un contacto cerrado, más cercano, habría hecho que a aquella pobre dama le hubieran saltado todas las alarmas de su cabeza. Un roce era frio, un contacto podría parecer que la propia muerte te estuviera visitando. Tanto así que sólo solía tocar a aquellas personas que tarde o temprano acabaría perforando la piel ¿Sería ese su destino madmoiselle Saphir?

¿Saphir?¿Qué tipo de nombre era ese? Seguramente el nombre por la que la conocían en los círculos en los que se movía. El nombre que susurraban sus clientes mientras embestían una y otra vez su cuerpo preparado para recibirles. ¿Sentirían aún esas mujeres que dedican su vida a dar placer?¿Sería ya algo mecánico y tan vano como comer o respirar?

Una vez, en trescientos años. Osé llegar a un contacto tan íntimo con alguien. Una doncella de la corte, un recuerdo de cuando vivía y flirteaba con unas y con otras. Habían pasado casi 100 años desde que renací y esa noche recordé aquel sentimiento, aquel temblor en las piernas cuando llegabas a ese punto de climax en el que sólo necesitabas un ligero roce para deshacerte en placer.

Fue un completo fiasco...

No sentí nada, no recordé nada. Puede ser que aquella dama no tuviera dotes amatorias o simplemente que mi muerte también había matado mi lívido más allá de lo necesario para sobrevivir. Finalmente acabó sirviendo de alimento y de pintura para una sábana que antes lucían blancas. Desde entonces, jamás lo he vuelto a intentar.

Finalmente, Saphir accedió a mi ofrecimiento que nos llevaba lejos de aquellas calles llenas de corrupción y pecado. Pero ¿Realmente queríamos salir de allí? De haberlo querido, jamás hubiéramos llegado a entrar, siempre era fácil rodear una zona, Paris era demasiado grande. Supongo que ambas estábamos por ahí porque era lo que necesitábamos esa noche: Ella clientes y yo simplemente cambiar de rumbo la rutina.

- Siempre podemos cubrirnos la espalda la una a la otra - comenté en tono irónico mientras comenzaba a caminar también a su lado.

Las calles comenzaron a hacerse un poco más amplias y la luz más marcada conforme nos acercábamos a barrios más ricos, más prósperos. Las zonas bajas ya quedaban atrás cuando me preguntó acerca de mi vida y mi hogar.

- Hace demasiado tiempo que nadie me espera en mi hogar - admití aunque omitiendo la magnitud en tiempo que significaba aquella afirmación - Pero la vida sigue sea en soledad o en compañía - seguí diciendo intentando evitar los pensamientos tristes que se intentaban instaurar en mis consciencia cada vez que pensaba en el pasado - Al menos esta ciudad hace que la soledad sea más llevadera. Siempre hay cosas que hacer ¿No cree? - pregunté a continuación.

- ¿A usted la espera alguien? - inicié esa pregunta aunque suponía que su vida también era triste y solitaria como la mía. Ningún varón aceptaría una dama de compañía como esposa. Era algo que, a ojos de la sociedad actual, se consideraba vulgar.

No se percató de la ironía en la voz de la mujer. Simplemente asintió. Ella jamás rechazaba una ayuda si se la ofrecían. Pero tampoco la pedía. Si nadie se atrevía a protegerla de los peligros de la noche, ella no tenía ningún inconveniente. Quizá otras damas estaban desesperadas por escuchar a un atractivo duque que él las protegería pero ella no. Ella hacía tiempo que dejó de creer en el amor, para ella esa clase de sentimiento era extraño y maravilloso pero totalmente inalcanzable.

Al escuchar que a Catalina la recibiría una casa totalmente vacía le entristeció. La soledad estaba bien pero debía de echar de menos la compañía. Unas risas casuales, unas peleas por dejar las cosas en otro lugar... Lo típico de la rutina diaria.

─Por suerte disfrutamos de esa ventaja─ comentó como respuesta afirmativa. En París jamás te podías quedar quieta ni un segundo, siempre había algo nuevo que descubrir─. Tengo la gran suerte de que sí, por ahora.─ dijo, sabía que su madre no aguantaría muchos años más viva, la pobre había pasado demasiados calvarios como para resistir otros cuántos más─. Pero no se crea usted ni por un momento que se trata de un hombre. Dios sabe que evito tratos con ellos.─ no era creyente aún así siempre juraba en nombre de Dios, era extraño.

Lo que dijo era verdad, en parte. Solo mantenía relaciones íntimas con ellos, no era ninguna clase de trato. Unos minutos de diversión para ellos y huía de su lado sin siquiera avisar. A aquellos no los veía como hombres, eran solo animales que se entregaban por completo a la lujuria.

─Ningún hombre sabrá nunca complacer a una mujer─ añadió como un comentario más, como si acabase de anunciar el tiempo que hacía en aquel momento. Podría haber muchos caballeros y señores pero a la hora de la verdad ninguno lograba complacerla. Intentaba disfrutar de su trabajo pero muchas veces era totalmente imposible.

Caminábamos hablando un poco de todo. Las calles estaban cambiadas, las personas con las que nos cruzábamos parecían más respetables, de una clase más alta que el lugar que acabábamos de abandonar. La mayoría dedicaba el tiempo a pensar en si mismo mientras que algunos, los más osados, dejaban escapar alguna mirada furtiva hacia nosotras, seguramente buscando una explicación a lo peculiar de la pareja.

A mi la verdad es que realmente me importaba más bien poco lo que pudieran pensar o dejar de pensar. No me importaban lo más mínimo. No tenía que tener tratos con ellos más allá de cruzarnos por la calle y, a los míos, aquellas compañías ni les molestaba, ni desperdiciaban su tiempo en opinar.

- La verdad es que si. Nunca se si tendré tiempo suficiente a ver todo lo que ofrece - luego dediqué una mirada a mi acompañante por el rabillo del ojo, sin girar la cabeza - ¿Qué es lo que desea usted ver en primer lugar? - la verdad es que tampoco podía pedir reciprocidad si no daba nada a cambio así que, aunque la esa información valía más bien poco para un inmortal, quizás un humano si valorara - Yo lo primero que pasé a ver fue la gran Notre-Dame. Me habían hablado de su grandeza, pero siempre se habían quedado cortos.

Me sorprendí ante la respuesta de que si la esperaban en casa. Esperaba alguna mueca seguida de una negación simple, un movimiento de cabeza.

- Pues si tiene suerte, al menos las noches y los días serán más llevaderos. La suerte no siempre nos sonríe ¿No cree? - cuando dice que evita tratos con hombres no puedo hacer otra cosa que reírme. Aún, en toda mi existencia, no había conocido a una mujer que pagara por los servicios de una cortesana - Parece que ellos si están verdaderamente interesados en usted - respondí - Al menos el hombre que ha intentado forzarla. ¿Lo ha intentado antes? - seguramente los clientes de esos servicios fueran reincidentes siempre que el producto llamara su atención.

La última frase llamó mi atención aún más si cabe. Y, en cierto modo, contestó a la pregunta que hacía escasos minutos me había formulado mentalmente: Estaba claro que aquella mujer no gozaba de las relaciones que mantenía. Para ella no eran más que un contrato, un encuentro sin amor, una pieza más de su puzle para llevar la comida a la mesa al día siguiente. No obstante, la misma entonación me hizo llegar a la siguiente pregunta.
- Quizás sea meterme donde no me llaman pero... O esta usted completamente insatisfecha o a encontrado otra respuesta a la complacencia. ¿Tan desgraciada se siente que aún no ha encontrado nadie capaz de hacerla sentir especial?

Notaba las miradas sobre ella y no podía evitar flirtear con sus ojos, sacudir su pelo con su mano. Ya lo hacía todo de manera automática. Cuando veía hombres y era de noche, la posibilidad de ganar dinero siempre estaba delante de sus narices y no se esfumaba nunca. Pero al recordar que tenía compañía intentó detener aquel estúpido comportamiento.

Al escuchar el nombre de la catedral, sus ojos se iluminaron. No era creyente pero aquella  arquitectura le haría creer a cualquiera. Tan grande, tan espectacular, tan hermosa. Muchas mujeres deberían estar celosa de ella. Los hombres la adoraban más de lo que le gustarían admitir. ¿Y qué demonios?, ella también. La catedral era su sitio predilecto, podía pasarse horas dentro dando simplemente vueltas.

─Notre-Dame es maravillosa. Es el mayor logro del ser humano─ no podía evitar el tono de admiración en su voz. Se estremecía solo de pensar en las grandes puertas y las hermosas estatuas.

La miró al hacerle aquella pregunta y asintió. La suerte era una tramposa y la mayoría de las veces torcía todas las cosas que iba bien. Aunque ella había encontrado a su segunda madre, tenía que admitir que había perdido mucho más al ganar la confianza de aquella mujer. Rechazó lujos, bailes, buenas comidas, camas en condiciones... Todo por la vida que llevaba ahora. Pero sabía que su elección era la correcta.

─Lo ha intentado y no piense que no lo volverá a intentar. No importa cuánto pague, ese hombre nunca se llevará a ninguna mujer a su lecho a no ser que sea a base de fuerza─ no le importaba si interpretaba sus palabras de la manera correcta. Solo decía que hasta las prostitutas lo rechazaban. Jamás había insinuado que ella fuese una.

Su última pregunta la tomó por sorpresa. ¿Tan desgraciada se sentía? Quizá en general no pero con respecto al amor sí, sí se sentía desgraciada. Los hombres la deseaban no la amaban. Deseaban su cuerpo no su corazón. Nadie se había interesado en lo que pensaba, en lo que sentía o en lo que decía... Nadie se había atrevido a arrancarle el corazón y huir con él.

─¿Especial? No, nadie me ha hecho sentir especial. Ni en el ámbito amoroso ni en el ámbito sexual─ antes de que su compañera pudiera alarmase de su vocabulario alegó─.No se sorprenda si soy tan directa, no podemos estar evitando pronunciarlo cuando creo que estamos hablando de lo mismo.─aguardó unos segundos en silencio, pensando en qué decir a continuación─No me siento desgraciada, sé que nadie será capaz de hacerme sentir especial. El amor no está hecho para alguien como yo─ miró a su acompañante y sonrió, no quería que pensara que se lamentaba por llevar semejante vida─. Pero lo asumo, debe ser bonito encontrar a alguien así, ¿usted ha pasado por ello?

Al parecer, al hablar de Notre-Dame, había dado en el clavo. Era eso o que el gusto estaba más extendido de lo que pensaba. Inconvenientes de no hablar con demasiada gente habitualmente. Vi como su rostro se iluminaba al mentar semejante monumento y como lo elogiaba con sus palabras.

- Coincido con usted en que es maravillosa, digna de todo elogio y admiración - luego hice una pausa, no todo iba a ser palabras bonitas - Pero creo que, para decir que es el mejor monumento creado por el hombre, hemos dejado mucho atrás sin conocer. Al menos yo no he visto todos los que hay en el mundo y se habla maravillas de muchos ellos - hice memoria intentando pensar en alguno que otro - Las pirámides en el desierto, los templos a los dioses en Grecia... Es bonita si ¿Pero tanto?.

La conversación cambia y se vuelve a centrar en el hombre que había dejado indispuesto a la entrada de la taberna. Usa una terminología que evita mencionar su oficio, aunque realmente creo que se huele que se a que se dedica. Aunque la capa es amplia, no puede tapar todo el tiempo y la carne emerge de la tela al igual que la Luna emerge de entre las nubes al mínimo descuido de estas.

- No confíe tanto en eso. Hay mujeres que son capaces de cualquier cosa por dinero. Hasta de lo más desorbitado - dije sin saber muy bien cuales serían los límites de esa dama en cuanto al sexo - Pero parece ser que lo conoce muy bien ¿Puedo preguntar porque?¿Porqué considera que jamás yacerá con una dama si no es mediante la fuerza? - la radicalidad de su comentario me había intrigado.

Luego el tema vuelve a cambiar y se centra en la soledad, la falta de amor y la desgracia que parecía sentir aquella mujer. Una desgracia que pretendía enmascarar bajo una capa de soberbia, superioridad y autosuficiencia. Claros símbolos de que realmente era algo que la preocupaba aunque fuera muy en el fondo.

- No se alarme, no soy tan recatada para necesitar enmascarar mis palabras con otras más acordes a la situación. Ambas hemos caminado por rincones oscuros - la contesté cuando intentó disculpar ser directa - Por mi no se reprima. Dudo mucho que me alarme con ningún comentario - añadí para dar finalizada esa parte.

- Perdone que la diga pero generalizar no es algo muy fiable - era una tendencia que parecía repetirse en aquella mujer - Dar por hecho que nadie va a satisfacer sus necesidades es negarse a si misma la posibilidad de descubrir si eso es realmente cierto - al igual que yo no podía decir que alimentarme de una raza en concreto podría ser malo sin ni siquiera cerciorarme de ello - Es joven, todavía tiene muchas posibilidades.

Cuando me preguntó por mis sentimientos, mi rostro se ensombreció de algún modo. La palidez de mi tez se enmaraño con las sombras que arrojaba el espacio entre una luz y la siguiente.

- Ya casi no recuerdo esa sensación. Quedó demasiado perdida en el pasado, casi parece que ha pasado un siglo desde entonces - en cierto modo era verdad. Sólo que realmente habían pasado tres - Pero no pierdo la esperanza. La soledad es buena compañera si precede de algo mejor. De momento me basta con compañías como la suya para hacer de la noche un sendero menos oscuro.

Le sonrió. No era de las que se enfadaban rápido al escuchar que alguien no estaba del todo de acuerdo con ella. De opiniones estaba lleno el mundo. De distintos colores y cada uno se inclinaba por uno totalmente diferente.

─Nunca he salido de París─dijo para excusarse─Permítame que me corrija: es lo mejor que mis ojos han visto.

Alguna vez soñó con visitar otras partes del mundo pero para cuando se dio cuenta de que podía tener esa posibilidad, el dinero se le escapó de sus manos tan rápido que ni al principio sintió su perdida.

─Claro, habrá mujeres dispuestas a eso por una buena suma cantidad de dinero pero dudo que ese hombre la tenga─ empezó su defensa de aquella manera. Una prostituta podía seguir manteniendo su dignidad a pesar de acostarse una noche con diferentes hombres. Ella lo intentaba y estar en brazos de ese hombre atentaba contra su ser─Según tengo entendido, sus prácticas no son demasiado buenas para la mujer que esté con él. Mejor no arriesgarse a salir malherida.

Aquella conversación estaba tomando un rumbo que a Golnar le parecía demasiado raro. Y el comentario de que ella aún era joven, la descolocó por completo. Había creído que Catalina era más joven que ella, había supuesto- por las facciones de su rostro- que tendría unos cuántos años menos que ella. Entonces, ¿por qué hablaba como si fuese casi una sabia, una anciana que sabía más de la vida que cualquier mortal? Se estremeció ante la simple idea. ¿Con quién estaba compartiendo la noche?

─¿De verdad cree que una prostituta va a satisfacer sus necesidades?─ lo había admitido, lo acababa de admitir y todo para debatir las palabras que ella le había dicho─El sexo está bien pero seguro que es muchísimo más satisfactorio con una pizca de amor, una pizca de interés hacia la otra persona. Y no me refiero a un interés meramente físico. Interés intelectual, interés por conocer más sobre esa otra persona. ¿De verdad cree que podré encontrarlo?─ era una pregunta que ella misma se había hecho muchas veces y la respuesta era siempre un no. Quizá si otra persona se la respondiera, podría lograr algo de consuelo en sus palabras.

Observó el rostro de su compañera mientra le contestaba aquella última pregunta. ¿Podría encontrar dolor en su expresión? Lo dudaba. Ni siquiera estaba segura de lo que estaba viendo. Parecía como si el pasado la volviera a atormentar. Tampoco quería suponer demasiado.

─Veo que es lo suficientemente optimista como para no darse por rendida─ suspiró, ella deseaba ser así─. Tiene suerte de tener esa perspectiva.

Cuando respondió sentí que en cierto modo, quizás había hablado más de la cuenta o había usado unos términos que podían resultar ofensivos de algún modo. Nada más lejos de lo deseado pues sólo pretendía dar también un poco de importancia a aquellas otras cosas que se reparten por el mundo.

- No debe corregirse. Siento si mis formas le han parecido poco ortodoxas o de algún modo ofensivas - me disculpé - Volviendo a Notre-Dame. Puedo decirle, aunque peque de débil de corazón, que es el único monumento que ha conseguido arrancarme alguna lágrima al contemplarlo en toda su magnificencia - y eso realmente era todo un mérito. Ya que, hacía décadas o más bien lustros que nada me hacía emocionar hasta ese punto.

- Por supuesto, las mujeres debemos preservar nuestra seguridad y velar porque esta sea lo más fiable posible - en una sociedad donde el papel femenino estaba relegado al segundo plano, si no se miraba por si misma, nadie lo haría por ti - Y más aún si su fama es realmente cuestionable como comenta ¿Tiene alguna fijación con usted en especial?- a ojos vistos era una mujer muy bella, podría hacer que ese hombre se hubiera "enamorado" de ella. Pero para eso quizás habría tenido que ceder alguna vez.

Cuando admitió que se dedicaba al placer, no me sorprendí: ya lo sabía. Más que por su atuendo o su forma de moverse cuando alguien nos miraba, lo sabía por lo que había visto. No me importaba, no era la primera vez que trataba directamente con ellas y, a diferencia de lo que muchas personas pensaban (en especial hombres) había algo más que un trozo de carne debajo de aquella ropa sugerente. Había una historia, una vida y bueno... para que engañarme: sangre.

- ¿Y porqué no? - la respondí - Hay dos motivos muy diferentes entre ambas situaciones. Cuando usted yace con un cliente, lo hace por dinero, sin sentimientos, es algo mecánico, no creo que haga falta decir más - comencé a decir - Tampoco lo hace por placer, no siente la necesidad, no elige a esa persona, no la conoce. ¿Encontrarlo? Antes de eso tendríamos que hacer otra pregunta ¿Se ha parado a buscarlo? Quizás en eso radique el problema. Se niega tanto a si misma en poder encontrarlo que ha dejado de buscarlo - tampoco quería que sintiera que era una regañina de ningún modo - El trabajo está bien, es necesario. Pero debería dedicar un poco de su tiempo a vivir.

A continuación, aunque no soy demasiado de llevar la voz en las conversaciones, seguí hablando.

- No cuestiono ni juzgo a la gente por lo que hace. Por lo que, el trabajo que usted ejerce, me es tan válido como cualquier otro. Aún así también debo decirla que en los ambientes que se mueve, es difícil encontrar el amor que le falta - era cierto, en los bajos fondos sólo había infieles y gente a la que la vida le ha tratado tan mal que ha decidido darse a los vicios - Simplemente con un atuendo más acorde y un poco de mimo, podría moverse a otro nivel de vida. Si lo desea podría llevarla a algún encuentro al que me inviten - no sabía muy bien si eso sería bueno ya que, la mayoría de los eventos a los que me invitaban eran de vampiros y, por lo tanto, aquella joven acabaría siendo el alimento de alguien. Quizás incluso el mío propio.

Noté como un hombre, colocado en una esquina a la salida de un callejón, hacía un gesto a mi acompañante. Debería conocerla y quizás requería de sus servicios. Lo observé desde el rabillo del ojo, sin girarme, esperando a ver como reaccionaba.

Negó con la cabeza. No hacía falta que se disculpase pero no iba a empezar una conversación sobre quién debía disculparse y quién no. No la había ofendido, simplemente no habían concordado en el punto de vista. Le dio la razón acerca de Notre-Dame. Tenía algo que la llenaba con solo verla. Quizá se debía a que representaba todo aquello en lo que ella una vez había creído. Echaba de menos esos tiempos pero sabía que no volverían jamás así que tenía aquel monumento como consuelo.

─No que yo sepa. Tiene una fijación con todas las que le parecen atractivas─ lo hubiera dicho de un modo más vulgar pero tampoco quería excederse con el lenguaje mal sonante.

Se sorprendió al no ver ni una pizca de indignación en su rostro. Parecía como si ya lo supiera. Quizá había visto más de lo que decía. Quizá se había encontrado con ella alguna vez y no lo sabía. El aura de misterio que le rodeaba era abrumador, no entendía qué estaba pasando en esos momentos. La confundía, se sentía vulnerable ante su presencia y aún no encontraba el motivo.

─Si lo buscase, ¿quién iba a querer a una prostituta? Algunos hombres son muy posesivos, incluso tratándose de clientes─ sonrió ante el último comentario─Yo vivo... solo trabajo de noche. Pero no signifique que me pase el tiempo buscando el amor perfecto. Todas las historias de amor están llenas de casualidades.

Le dio la respuesta a la pregunta que se había formulado anteriormente. No juzgaba a la gente, en eso era igual que ella. Era la primera persona que oía que aceptaba su trabajo tal como era. La prostitución a veces era hasta necesaria. No quiso contestarle ante su propuesta. Ella era pobre pero podía salir adelante con ello. De hecho, no quería llevar el estilo de vida de una rica ni siquiera de una clase media. Se compraba vestidos bonitos cuando ahorraba lo suficiente. Por el día parecía casi alguien adinerada pero por la noche todo era diferente. Podía aceptar la ayuda de aquella mujer pero no se veía necesitada de ayuda en ese aspecto de su vida.

─Gracias─ acabó por responderle, debía ser cortes─Pero no me gusta inmiscuirme en sitios donde no estoy invitada.

Fue en ese instante cuando se dio cuenta del hombre que la miraba. Lo conocía, era uno de sus clientes habituales. Casi parecía que el destino lo había puesto allí aquella noche. ¿Y si por una vez le decía no? Ella era una prostituta pero también podía decidir con quién hacía trato y con quién no. Irse con él, sería sinónimo de despedirse de aquella mujer que tanta intriga le había despertado. La miró y después volvió la vista al hombre que empezaba a acercarse peligrosamente.

─Si me perdona un segundo, tengo que resolver un asunto. No se mueva, enseguida vuelvo

Se acercó al hombre y le susurró que aquella noche no podía atender sus servicios pero que al día siguiente le haría un descuento si la dejaba ir. Él señaló a su acompañante y le propuso otro trato de lo más indecente; meter a una tercera persona en el juego. Ella se negó rotundamente a aquel pacto y le aseguro que si la dejaba en paz en aquel instante, mañana se lo rebajaría aún más. Finalmente aceptó y se marchó de allí.

─Bien─ dijo acercándose de nuevo a Catalina con una sonrisa en el rostro─.Usted parece que sabe mucho, ¿por qué no me enseña cosas acerca de la vida?

Reí ante el comentario que hizo acerca del varón que la había forzado. Era graciosa la forma en que lo decía aunque seguramente a ella no le hiciera tanta gracia debido a que había sido una víctima directa del mismo.

- Entonces, aunque sus modales sean hoscos. Al menos goza de buen gusto - la contesté en pocas palabras. Luego añadí  - Siempre y cuando esté lo suficientemente sobrio como para distinguir unas de otras.

Al parecer, mi falta de sorpresa por parte del oficio que ejercía, la resulta sorprendente también a ella. Caminaba por aquella calles cada noche, había visto de todo, no me sorprendería de que una dama de buen porte y atributos se dedicara a ello. El sexo sólo era una moneda de cambio más. Un modo de ganarse la vida. Además ¿Quién era yo para juzgar lo que hacía y dejaba de hacer? Yo, en mis ratos libres, hasta mataba personas independientemente de cual fuera su oficio.


- Seguramente, el primer paso que le pediría alguien que la amase, sería que abandonara esa vida - era obvio que nadie se sentía bien cuando sabía que alguien gozaba del cuerpo de su amante - Pero supongo que usted no ejerce esta profesión por gusto. Lo hará más por necesidad. Lo que nos lleva a la idea de que estaría dispuesta a dejarlo si encontrara alguien que le ofreciera algo mejor - era una lógica bastante supuesta. Pero a veces las ideas pensadas y dichas eran la respuesta a muchas preguntas que se atragantaban
- No he hablado de buscarlo: está claro que nadie lo hace. Cuando deba llegar llegará, si es que llega - no podías tampoco forzar a alguien a pensar algo diferente a lo que sus principios y experiencias le habían mostrado.

- La estaría invitando yo. ¿No le es suficiente? - le indiqué con un cierto deje de decepción en la voz - Yo voy a esas fiestas sola, me vendría bien algo de compañía para que no se me hicieran eternas - insistí.

Para mi tampoco pasó por alto el gesto del hombre, ni seguramente lo que buscaba. Parecía que en el fondo aquella mujer tenía clientes habituales en la zona. Lo que comenzaba a extrañarme era no haberla visto antes, no recordar su rostro en las noches. Más aún si lo hacía ajena a cualquier madame dueña de un burdel.

Me indicó que me esperara y se acercó a hacer sus trámites. En un principio pensé que la noche tocaría a su fin en aquel momento. Pero tampoco es que necesitara más: sabía por donde se movía, a que dedicaba y cual era su nombre "artístico". La noche que deseara probar a que sabía, sólo tendría que buscarla activamente. Y la verdad, es que la conversación me estaba abriendo una necesidad de conocer el sabor de su piel.

Al poco, finalmente, regresó.

Su pregunta era demasiado amplia, tanto que era difícil de contestar si no se hacía otra. Comencé a andar mientras pensaba en alguna respuesta que darla intentando eludir otra cuestión. Finalmente me di por vencida y la pregunté.

- Algo se, aunque no he vivido mucho he conocido bastante, me considero bastante madura - luego pensé que sonaba pretencioso pero era difícil aparentar tener una edad "joven" cuando se había vivido tanto tiempo - Sólo en algunos temas - dije a modo de decoración - ¿De que le gustaría que le hablara?

Le dio la razón en aquel comentario. No le importaba que se riese de lo que había dicho. Estaba acostumbrada a pasar por clientes realmente pesados y seguro que tenía más de una anécdota que le sacaría una sonorosa carcajada.

Asintió. Por eso no era fácil encontrar el amor con su trabajo. Los hombres nunca pensaban que una prostituta sería algo más que un trozo de carne. Ninguno pensaba que tenían sentimientos. ¿Estaría ella dispuesta a dejarlo si le ofrecían algo mejor? ¿Estaba dispuesta a abandonar todo lo que había conocido por un hombre? Lo dudaba mucho. Ella quería ser independiente y tener a un hombre al lado que le pidiese renunciar a una parte de lo que era, le resultaba demasiado duro. Ella era en parte coqueta. Si veía a un hombre que la miraba, actuaría de tal manera que él la desease pero eso siempre lo haría, fuera prostituta o no. La cuestión era que no sabía si dejaría una parte de su vida para abrirse a otra. Ya lo había hecho ¿Por qué no intentarlo otra vez?

─No lo entiendo. Me ha dicho que no me he parado a buscarlo y ahora afirma que cuando llegue, llegará ─ frunció el ceño algo confundida. Si no recordaba mal, segundos atrás le había dicho que no había probado a buscar el amor. Se rió por aquella tonta confusión─Perdóneme en ocasiones soy corta de mente.

Le sonrió ante la insistencia. Parecía que quería de verdad que estuviera allí. Bueno, podía hacer de dama de compañía por una noche. No conocía a aquella mujer de mucho pero seguro que se lo pasaría bien.

─Si tanto insiste, la acompañaré cuando usted quiera.

Por suerte no se había ido cuando ella fue a hablar con el hombre. Seguía allí ese ser tan enigmático que había encontrado por casualidad. Había tantas preguntas que nunca obtendría respuesta. Catalina contestó su pregunta con otra. Golnar se llevó una mano a la barbilla y pensó. Quizá era el momento de lanzarle una de esas preguntas que rondaban su mente. No le importaba lo que pensaba, ella no solía guardarse sus pensamientos (salvo en algunos casos). Lo que pensaba, solía decirlo.

─Hablemos de la atracción─ dijo alzando una de sus cejas─Puede ser un tema del que sepa bastante pero hay algo que me inquieta y quizá usted pueda proporcionarme alguna respuesta mejor. ¿Cómo es posible que nos sintamos atraídos hacia personas del mismo sexo? ¿Cómo es posible pensar si quiera que dos mujeres pueden yacer juntas en una misma cama?

Era algo que la inquietaba. Nunca se había relacionado de manera íntima con una mujer pero sí que era cierto que había pensado cosas sucias al ver a una, justo como un hombre haría. No entendía cómo podía ocurrir. Quizá Catalina no tuviese la respuesta, quizá se alarmase pero no le importaba. Ella había preguntado de qué quería hablar y se lo había respondido sin rechistar.

Íbamos caminando de nuevo cuando la joven notó una incongruencia en lo que había dicho. Paré en mis pensamientos un segundo y musité sobre ello, intentando encontrarle la lógica a la hora de haberlo dicho.

- Perdóneme si no me he explicado bien. Ha veces suelto demasiadas cosas a la vez sin pensar muy bien en lo coherentes que pueden llegar a parecer - le expliqué antes de retomar lo preguntado - Es necesario buscar algo activamente para que al final se produzca. Aunque no tengamos un control real sobre el cuando o el como - le comenté - O al menos, que no estemos cerrado a ello ¿Me explico? - no me quedaba claro si había solucionado las cosas o simplemente las había liado más - Y no se considere corta de mente, no es así. Seguro que si usted me habla de algún tema de un modo complicado y enrevesado como quizás estoy haciendo yo, me encuentro en la misma situación.

Cuando finalmente aceptó la propuesta, sentí que al menos había conseguido hacer algo bien aquella noche y que quizás, mostrarme más "humana" podía traerme más beneficios que ir de animal por la noche, tomando aquello que quería brusca y violentamente.

- Me alegra que finalmente acepte. Espero que, cuando lo pruebe, lo tome como una decisión acertada y le interese repetir - la contesté.

Pareció sorprendida de que siguiera allí una vez que se hubiera marchado y regresado de sus tratos. No tenía ningún lugar a donde ir y aquella conversación prometía, si no excepcionalmente, si eventualmente a modo de distracción. La noche había tomado un rumbo diferente al encontrarme con la escena en el callejón y sólo el destino sabía como acabaría aquello.

La pregunta me pilló por sorpresa. No esperaba que hiciera semejante cuestión de un modo tan directo. Más aún a sabiendas de lo que la sociedad pensaba en las relaciones de personas del mismo sexo. Alcé un poco las cejas pensativamente y caminé unos pasos hasta llegar a un banco donde podíamos sentarnos. Esas preguntas requerían una respuesta más cocinada.

- Una pregunta que no me esperaba - admití - Pero es mi obligación contestarla ya que el tema que le he expuesto era libre - era imposible que hubiera descubierto que mi gusto era únicamente hacia las doncellas, no había hecho nada que pudiera llevarla a una conclusión semejante - Creo que, en el caso de los hombre, es su libertinaje lo que les lleva a esas actitudes - y me expliqué - Su deseo carnal es tan grande, que requieren saciarlo de muchos modos, en cualquier lugar y en cualquier momento. No obstante creo que está más extendido entre grupos de hombres que pasan mucho tiempo juntos, alejados de damas - al menos ese era mi punto de vista.

- En el caso de las mujeres... - hice una pausa y le dediqué una mirada intentando adivinar por donde iban las tornas - Creo que es un poco como ha dicho antes, que ningún hombre llega a complacer a una mujer al completo - le contesté - Creo que a veces, las mujeres buscan otras manos femeninas buscando la delicadeza que un varón no les va a dar, una delicadeza que sólo unas manos suaves, lentas y conocedoras de la ruta, saben hacer - y luego le pregunté - ¿Cuál es su opinión?