Deja que te descubra (Catalina)

Recuerdo del primer mensaje :

Había pasado una semana desde la noche en la cual se había encontrado con Catalina por primera vez en el jardín botánico, Lin había regresado a su casa y aunque su madrastra se había molestado severamente por las horas en las cuales había arribado a la mansión, no pareció notar que llevaba un vestido diferente, por lo que no tuvo que dar explicaciones sobre lo ocurrido. Lin se había sentido bastante avergonzada al respecto, pues su madrastra le había dicho que esas horas no eran horas decentes para que una señorita de la posición de ella estuviera caminando por las calles como una vagabunda. La mujer inclusive había mencionado que, sin la compañía de un caballero aquello era simplemente inaceptable. Lin había tenido que quedarse callada y mentir al respecto, no podía contar que había estado acompañada por una dama y que ambas habían sido atacadas por rufianes en el jardín.

Decidió que no era buena idea poner el denuncio en la policía como había pensado en un comienzo pues esto implicaría dar su nombre y apellido, por lo que la madrastra se enteraría de lo que había pasado y esto sólo traería vergüenza a la familia. Cuando se vivía en una familia tan bien posicionada en la sociedad, cualquier movimiento en falso podría significar una mala imagen para su apellido.

Sin embargo y a pesar de toda esta presión, Lin quería ver a Catalina de nuevo. No había olvidado la conversación que habían tenido, ni como la había ayudado y aún deseaba descubrir más sobre su personalidad, gustos, miedos y sueños. Sabía que se metería en más problemas, pero su deseo de verse con ella era mucho más grande, así que había escrito una carta dirigida a Catalina y la había hecho llegar con uno de los sirvientes a la oficina postal, para que posteriormente fuera diligenciada a la dirección de la residencia de ella.

“Querida Catalina de Aragon

Disculpa mi silencio en las últimos días, pero no he olvidado la promesa de volvernos a ver, eh reservado una mesa en restaurante del segundo piso del hotel des Arenes para esté sábado a las 7 de la noche, espero pueda asistir.

Atentamente,
Lin Deforest.”

La noche había llegado más rápido de lo esperado ¿O era quizás por los nervios que le parecía que el tiempo corría aceleradamente?. Esa noche Lin decidió lucir un vestido elegante de color blanco que exaltaba la pureza de su alma inocente, de bordados delicados y flores de un rosa pálido incrustadas aquí y allá. Le cubría hasta más arriba del pecho sin mostrar mucha piel pues ella era una mujer recatada ante todo, usaba guantes blancos a juego y zapatillas de tacón. No esperaba tener que correr o hacer alguna actividad física demandante como había ocurrido en el jardín, por lo que había decidido vestir de forma refinada como era la costumbre de la época.

Llegó media hora antes de lo acordado y los sirvientes del hotel habían tomado el enorme abrigo gris que traía y le habían guiado hacía la mesa que había reservado. Habían muchas personas esa noche en el hotel, Lin se preguntaba si habría una celebración de algún tipo. Se sentó en la mesa y ordenó sólo agua, pues no estaba segura de si Catalina llegaría, sin embargo esperaba no tener que pasar la vergüenza de cenar sola si ella no aparecía, la gente haría preguntas y hablarían a sus espaldas...

Catalina una vez más le decía que le esperara callada y salió del coche a afrontar la situación, aún estando tan asustada como estaba, Lin reflexionó sobre el hecho de que era la segunda vez que Catalina actuaba de forma protectora con ella y afrontaba los peligros pidiéndole que se escondiera, se quedara callada o huyera de la escena. En un inicio le había gustado la idea de ser protegida y de alguna forma le pareció hasta romántica la escena, pero esta vez se sentía diferente.

Se encontró deseando no ser una damisela débil que tiene que ser salvada o protegida, su padre siempre había cumplido ese rol de protector, pero era natural que un padre quisiera proteger a su hija (legítima o no) además los hombres tenían ese rol en la sociedad sin importar que, sin embargo se sentía extraño que otra mujer estuviese asumiendo esa posición con ella. No era que lo encontrara inapropiado o que no se sintiera agradecida con Catalina por sus gestos protectores, sino más bien se sentía mal consigo misma por no poder mostrar una postura más fuerte y ser responsable de si misma.

Esperó dentro del carruaje debatiéndose en si debía salir y demostrarle a Catalina que no era solamente una chica débil esperando ser salvada sino que podía ser una mujer valiente, cuando Catalina le dijo que podía salir, dejó escapar el aire que no se había dado cuenta estaba conteniendo y salió del carruaje con pasos temblorosos. Había un policía merodeando el lugar, estaba buscando seguramente a los causantes del incidente y había dicho que podía llamarnos otro coche.

-Quiero ver lo que ha pasado – Dijo al fin, sintiendo la boca seca caminando los pasos que le separaban hasta la masacre. El cuerpo de Amadi estaba cubierto por el abrigo de Catalina, un gesto muy considerado de parte de ella, los pobres caballos habían sido mutilados aquí y allá como si una bestia hambrienta les hubiera mordisqueado ¿Había sufrido Amadi el mismo destino? - Tengo que ver el cadáver – Dijo con el ceño fruncido, habían lágrimas contenidas en sus ojos, pero su mirada era determinada. Se agachó sin importarle que el vestido se le manchara de sangre o tierra y con manos temblorosas descubrió la cara el sirviente.

No había mucho que quedara de su rostro, había demasiada sangre y Lin contuvo el deseo de vomitar pero poco había en su estómago pues no habían comido.

-Padre Nuestro que estás en los santisimos cielos, santificado sea tu hombre, venga a nosotros tu reino y haga se voluntad en la tierra y en el cielo – Comenzó a decir llevándose ambas manos enguantadas al pecho y cerrando los ojos – Llévate el alma de este buen siervo a tu reino y abrazale en tu infinita misericordia – Volvió a abrir los ojos y le cubrió el rostro una vez más con el abrigo.

- Debemos darle Cristiana sepultura – Comentó, las lagrimas habían resbalado una vez más por sus mejillas pero su voz no temblaba – Mi madrastra intentará ocultar este incidente para que la familia no pase una vergüenza saliendo en las noticias, estoy segura de que pedirá que se deshagan del cuerpo... el señor Amadi tiene esposa y una hija, ambas trabajan para la familia... - Se limpió las lágrimas con el dorso del brazo - ¡Tenemos que darle cristiana sepultura!- Exclamó con voz firme.

Me alegró que Lin siguiera mi consejo y finalmente esperará dentro del carruaje hasta que comprobara que había pasado todo el peligro fuera.

Cuando finalmente me acerqué y la dije que podía salir, no se demoró en demasía al hacerlo. Por suerte, aunque los caballos ofrecían un espectáculo bastante sangriento y poco recomendable, el anciano si había sido tapado para evitar el primer impacto al menos.

Digo esto, más que nada, porque aunque en un principio pareciera que la cosa iba a quedar ahí, Lin insistió en ver al hombre que hacia debajo de mi abrigo.

- No creó que sea buena... - pero era demasiado tarde. Ya había levantado la tela y vislumbrado el estado lamentable en el que había quedado el hombre.

Sus oraciones llenaron el silencio y sus plegarias fueron quizás el bálsamo que necesitaba. O más bien, aquello que le faltaba para comenzar a llorar.

Me acerqué y la abracé intentando calmar el dolor que emitía con cada gemido lastimero, con cada lágrima que ladeaba por su rostro y se precipitaba al vacío. La abracé pues necesitaba consuelo ante la pérdida, ante la muerte.

- Lo siento mucho - empatice con ella mientras la tenía entre mis brazos.

Comenzó a estresarse por el hecho del enterramiento del hombre, por darle un descanso eterno bajo su fe y apoyada por esta.

- La tendrá - respondí mientras separaba a la afectada Lin, acercándome al hombre que seguía observando el lugar como si fuera un perros de caza.

- Disculpé - llamé su atención. El respondió con un gesto de cabeza - ¿Habría algún edificio sagrado por los alredores? - pregunté.

Se mantuvo pensativo un segundo antes de comtestar, señalando al sur.

- Dos calles más abajo, a la derecha. Es una pequeña hermita - me indicó.

- Gracias - le dije antes de volver donde Lin y sonreír la amablemente - Vamos a avisar al párroco - la informé.

Caminamos por las calle en silencio. Yo me reía por dentro pues, habiedome puesto mi vestido negro para parecer sexy y atrevida, se había convertido en un atuendo fúnebre.

La iglesia era pequeña y dentro estaba todo en silencio. Me acerqué y llamé a la puerta con energía, tanto así que parecía que fuera a tirarla con todo mi ímpetu.

Después de un par de intentos, se encendió una luz que comenzó a moverse por las ventanas acercándose a la puerta. Cuando se abrió, un hombre adulto con barba y vestido para dormir nos abrió.

- ¿Qué ocurre? - preguntó sobresaltado mientras se colocaba unas pequeñas gafas.

El señor Amadi no era un miembro de su familia y siempre tuvo claro que se trataba de un esclavo de la familia, aún así había sido un hombre amable en todo momento, a pesar de las cadenas que le ataban a la familia Deforest como cualquier otro esclavo, el señor Amadi siempre lograba mantener una actitud alegre y Lin lo recordaba silbando mientras cortaba los arbustos y cuidaba de las flores en los jardines de la mansión. Recordaba claramente que cuando se había caído del árbol mientras jugaba cuando tenía 8 años, El señor Amadi había sido el primero en auxiliarla, le había checado la rodilla lastimada y le tranquilizado mientras esperaban al doctor.

Era poco lo que sabía de la vida personal de aquel hombre y saber que se encontraba muerto parecía como una pesadilla irreal, hacía unas horas se había despedido de su esposa e hija en la cabaña de la mansión en donde vivían los esclavos y sirvientes, con la idea de que pasaría la noche esperando por la señorita Lin en su cita al hotel, sólo para encontrar la muerte de una forma inesperada y cruel.

El abrazo de Catalina no cambiaba lo ocurrido pero si la tranquilizó y la hizo sentir mejor, el policía les había indicado de una pequeña capilla y Lin sintió un poco de alivio ante la idea de que el pobre señor Amadi pudiera tener un entierro como era debido.

El párroco parecía sorprendido de que le estuvieran visitando a esas horas de la noche y Lin se apresuró a narrarle el accidente en el que habían sido envueltas.

-Padre, sólo le pido que le demos sepultura a este hombre en tierra santa – Inquirió Lin con expresión compungida – Se que como esclavo, la familia Deforest tiene el derecho a decidir que hacer con el cuerpo... yo asumiré la responsabilidad – Lin sabía que una vez su madrastra se encargara del asunto ordenaría tirar el cadáver a algún río o algo parecido, Lin quería que al menos la esposa y la hija tuvieran un lugar al cual llevarle flores aunque fuera sólo un consuelo efímero – Mi nombre es Lin Deforest, es un esclavo mio, por lo que deseo que sea enterrado aquí, verá el cuerpo no está en muy buen estado y puede deteriorarse si es trasladado a otro sitio ¿Puede encargarse del asunto silenciosamente? Cómo imaginará mi familia no querrá un escándalo en base a esto -

En realidad lo que deseaba era que, la madrastra se enterara de lo ocurrido, aunque tarde o temprano lo haría. Lin tendría que asumir las consecuencias.

El hombre no cabía en su asombro mientras no dejaba de escuchar a Lin relatar su historia. Al parecer, el apellido era más que conocido en la ciudad, aunque para mi sólo hubiera sido uno más.

- Cálmese Madame - comenzó a decir mientras tragaba sonoramente saliva intentando digerir todo aquello que le acababa de llegar como si fuera una bofetada - Entiendo lo que quiere decir y también entiendo su situación - siguió diciendo - Pero lo que me pide es muy raro y prácticamente imposible en este momento - negó de un modo cortés.

El hombre se acomodó de nuevo las gafas que le habían caído hasta la punta de la nariz y me dedicó una mirada curiosa al notarme "diferente".

- Todo esto lleva un protocolo. Una documentación previa. No se puede enterrar a nadie así como así, en mitad de la noche - volvió a tragar saliva, al parecer el frío le estaba secando la garganta pues intentó abrigarse más cerrando la chaqueca y abrazándose el cuerpo - Además, aunque no soy partidario de las desigualdades entre los hombres, ya que todos somos iguales ante los ojos de dios. No deja de ser un esclavo y usted, perdoneme si me equivocó, una de las hijas de Monsieur Deforest - las mujeres, lamentablemente, poco podían hacer contra la burocracia y la superioridad de género.

- Padre, algo se podrá hacer - le pedí de buen grado intentando mostrarme cordial. En estos momentos era cuando echaba de menos tener control mental, todo esto no estaria pasando y Lin, aunque no pudiera remediar lo ocurrido, estaría en paz con su alma y la de ese pobre hombre - Podemos pagarle más si es lo que necesita para agilizarlo - le ofrecí, aunque ciertamente no es que tuviera nada que dar.

El hombre estuvo callado durante un instante más. Mientras, dedicaba un minuto más a observarnos, quedándose más centrado en Lin que estaba aún muy conmocionada. Suspiró y pegó una voz a la oscuridad.

- ¡¡Peter!! - dijo un par de veces hasta que, de dentro del edificio apareció un chiquillo que rondaría los 14 años. Venía terminándose de colocar una camisa blanca y los cordones de los pantalones lencaian casi hasta las rodillas.

- ¿Si, padre? - preguntó ligeramente adormecido.

Era rubio, diría que de ojos verdes. Para su edad, tenía el cuerpo cincelado, como sacado de algún tipo de escultura. Yo le observaba viendo las posibilidades que podía llevar acabo con semejante modelo y que tonalidad tendría su sangre marcada sobre un fondo blanco.

- Coge el carro, hay que recoger un cuerpo no muy lejos de aquí - nos miró como dudando - ¿Verdad? - preguntó.

- Si - contesté - No llega a cinco minutos a pie.

- Bien - asintió - Ve con la dama, que ella te indique - dijo señalándome - Mademoiselle Deforest debe quedarse para poder cumplimentar los documentos.

- Ahora mismo padre - respondió el pequeño metiéndose de nuevo en la oscuridad y dejando una estela de pasos que poco a poco se alejaban.

- Lin, yo me encargo - la tranquilicé - Pero ten cuidado con él. No me gusta como te mira... - luego caminé hacia la puerta por la que salía el joven con el carro.

Lin se sintió bastante incómoda con lo que decía el Párroco, cierto era que ella respetaba a la iglesia y mucho más a esos hombres que dedicaban su vida a Dios, pero la actitud de ese hombre iba en contra del mensaje de amor del cual hablaba Jesus en la biblia, estaba intentando rechazar el entierro porque se trataba de un esclavo colocando como excusa el proceso burocrático y que ella no fuera el representante de la familia, sin embargo Lin supo que todo eran palabrerías cuando Catalina le había ofrecido y el viejo había aceptado el soborno.

Que despreciable sujeto era ese Padre ¿Cómo podía servir en la iglesia y llevar sus ropajes aún cuando su corazón era comprado con un par de monedas?.

Cuando el jovencito apareció y el Cura le indicó irse a recoger el cuerpo, Lin se volvió hacía Catalina y la miró a los ojos con expresión sincera – Muchas gracias – Murmuró como despedida y se giró hacía el padre que le indicaba con la mano que le siguiera. Lin siguió al Sacerdote entrando en la pequeña iglesia, había una oficina a un lado de la capilla y fue allí donde se dirigieron. La Oficina era de tamaño mediano con un gran escritorio de madera en el centro y varios armarios con cajones llenos de papeles y cartas.

-Mi nombre es Jean Bailleux – Comentó el sacerdote buscando en uno de los cajones – Hay un pequeño cementerio en la parte de atrás, esta capilla no es muy grande así que no muchas personas vienen aquí a enterrar a sus familiares – Le explicó había cierta molestia en su voz, como si el que su iglesia no fuera la más popular le molestara – Entiendo su necesidad de mantener este asunto lo más silencioso posible – Continuó mientras volvía con el papel y se sentaba frente al escritorio – Así mismo espero trate con discreción la suma de dinero que pagará por el entierro -

-No se preocupe por ello Padre Bailleux – Comentó Lin intentando ocultar el desprecio que sentía por ese hombre, en esos momentos lo único que le preocupaba era poder enterrar al señor Amadi así su familia podría venir a visitarlo – Hemos sufrido un accidente y como sabrá mi familia no querrá que se creen chismes al respecto, por eso quiero quitarle el dolor de cabeza a mi padre de tener que encargarse de este asunto, el es un hombre de negocios muy ocupado y no tendrá tiempo para venir a hacer el papeleo – Mintió, su padre ni siquiera estaba en París, además no pensaba contarle lo sucedido si no era necesario.

-Muy bien – Dijo al fin el Padre mostrandole el documento a firmar – Firme aquí y podemos comenzar el proceso.

Lin leyó el documento y a grandes rasgos decía que otorgaba permiso para que se efectuara el entierro y dejaba claro que el hombre era un esclavo de su pertenencia. Lin se mordió el labio inferior tomando la pluma y escribiendo su nombre completo en el papel.

-Ahora... este tipo de servicios son normalmente caros – Continuó el hombre tomando el documento ya firmado – Normalmente 1000 francos... pero dadas las inusuales circunstancias, no espero menos de 2000 -

¿2000 Francos? Pensó Lin abriéndo los ojos de par en par, con esa cantidad de dinero su madrastra podría comprar otros dos esclavos si quería, seguro que encontraría inconcebible pagar todo ese dinero por el entierro de uno. Era claro que el párroco se estaba aprovechando de la situación.

- Le traeré el dinero personalmente en tres noches – Respondió desviando la mirada hacía un lado, no era capaz de seguir mirando a ese hombre corrupto a los ojos.

Creo que sólo hay un par de cosas a las que temo de un modo incondicional: la muerte, entendiéndose claro está como la finalización de mi vida, o de la vida que robo de los demás y me mantiene despierta. Y los sacerdotes. Muchas veces, la gente adora a estos hombre que han dedicado su vida al oficio de dios. Que han entregado todos sus bienes, incluso su capacidad de engendrar por un fin mayor, un fin de entrega hacia aquellos que le rodean y que deciden seguir el camino de la cristiandad. Pero hay demasiada oscuridad oculta en la frustración, en la represión y el auto-engaño.

He conocido la inquisición y como usaban cualquier excusa o medio para llevar a cabo sus actos de tortura, mutilación y sangre. Siendo este, no vale la pena ni dudarlo, en el nombre del altísimo que lejos está de saber que está pasando con sus hijos en la tierra. Eso o realmente le importa más bien poco.

También los he visto fornicar en los confesionarios con pobres jovencitas que sólo buscan el perdón o, también en algunos casos cabe decirlo, con aquellas que buscaban algún tipo de "trato especial" gracias al poder que ejercía la santa iglesia en las cortes. Tiempo a, ya es sabido que, hasta el mismísimo papa allí en Roma, gozaba de una amplia descendencia.

En el fondo, sacerdotes o no, todos son humanos y, aunque se empeñen en negarlo, tienen las mismas necesidades que cualquier otro. Incluso me atrevería a decir, que estas se ven acrecentadas por la privación "voluntaria" de las mismas. Sólo había que esperar cual era la de ese hombre... deseaba que no buscara nada lascivo con Lin.

El carro traqueteaba y el chico iba sentado sobre una silla de madera que llevaba delante. Sólo era un corcel y se le veía bastante viejo, aunque seguía tirando con bravura de aquello que llevaba atrás. Yo caminaba a su lado pues el joven parecía mirarme de soslayo sin atreverse a hablarme. Aunque finalmente lo hizo.

- ¿Desea subir al carro mademoiselle? seguro que es más cómodo para usted - me ofreció.

- Muy amable por su parte - le dije a la vez que tomaba su mano ofrecida para ayudarme a subir.

Cuando me senté a su lado, se sonrojó. Seguramente no tendría demasiado contacto con mujeres y a saber cual era el que tenía con los hombres... sonreí y le observé más detenidamente, haciendo que se sonrojara aún más y que incluso, se separara un poco más de mi.

El juego duró poco pues habíamos llegado al lugar del altercado. El cuerpo yacía en el suelo, ligeramente cubierto por mi abrigo y el otro hombre había desaparecido. Miré a izquierdas y derechas buscándolo pero no hallé ninguna evidencia de donde podía haber ido. Tampoco parecía haber más manchas de sangre que las que habíamos dejado al marcharnos.

- ¿Es este madame? - preguntó el joven que había saltado de un salto del carro como si pretendiera huir lo más rápido posible.

- Si - contesté secamente mientras seguía mirando a mi alrededor buscando algo. Pero no había nada más aparte de los cadaveres equinos.

El chico tiró del cuerpo y, aunque parecía bastante fornido, para una persona sola era pesado. Me acerqué hasta él intentando obviar el olor a sangre reseca que, aún así, resultaba apetecible.

- No madame, no es necesario... - me dijo mientras seguía con empeño tirando con fuerza. Algo que cambió cuando vio con que facilidad lo movía y que pronto estaba cargado en el carro. Sin embargo, no dijo nada al respecto, sólo me miró.

- Volvamos - dije retomando mi asiento en el carro y esperando a que el joven se subiera y comenzara a azuzar a los caballos.

Terminaron el papeleo que resultó ser bastante sencillo, básicamente se necesitaba firmar un permiso para hacer el entierro y eso era todo. ¿O acaso era así porque el hombre se trataba de un esclavo? Lin no había tenido la experiencia de presenciar el entierro de un familiar de clase alta, así que no sabía si era lo mismo. El párroco tomó el documento y lo volvió a colocar con los demás, Lin se sintió bastante incómoda con el silencio que se formó entre los dos, no quería tener que entablar una conversación con él.

-Con su permiso – Exclamó con suavidad levantándose de la silla y caminó hacía la puerta por la que habían entrado a la pequeña capilla, no estaba segura de la hora pero parecía bastante tarde, era una suerte que no nevara, de lo contrario sería mucho más complicado recoger el cuerpo.

Se quedó de pie en la entrada esperando a que Catalina volviera con el jovencido en el carruaje y luego de lo que le pareció uo na eternidad, pero que en realidad no fueron más de 20 minutos, escuchó el chasquido de las coces del caballo contra las piedras de la carretera y vio la carretilla acercándose en la distancia. Lin se acomodó el abrigo para cubrirse mejor el pecho, el frío parecía volverse cada vez más severo conforme avanzaba la noche.

El camino de vuelta fue bastante más incómodo: Todo lo que había mirado el joven por un lado mientras íbamos hacia allí había cambiado por un rostro preocupado, asustado. La muestra de fuerza que había demostrado no quedaba indemne para él ni de lejos. Tampoco quedaría en el olvido con cualquier otra persona, no obstante, aquello había resultado demasiado surrealista.

El traqueteo del caballo llenaba las calles lo que no lo hacía el silencio que imperaba por lo demás. Pensé durante un instante en donde podría haber ido el hombre que se había quedado custodiando el cadáver. Después le resté importancia. Es más, de haber estado él allí, aquello hubiera sido mucho más complicado de lo que lo ha sido. Seguramente, el día siguiente, en el cuartel, se harían preguntas, no obstante, nadie conocía a ese  hombre ni nuestros rostros. Finalmente, caería en el olvido de nuevo y no se volvería a hablar de ello.

Donde si se hablaría sería en el hogar de Lin. ¿Cómo conseguiría esquivar la mirada inquisitoria de su familia cuando el cochero no vuelva?¿Les dirá que pereció en causas poco razonables o más bien extrañas? Poco podía hacer yo allí, sólo estar a su lado y ofrecerle mi apoyo en caso de que lo necesitara. No poseía más que a mi misma, mis cuadros y un techo donde dormir. Ni siquiera podía ofrecerle una cama en la que guarecerse mientras pasaba el temporal.

Un par de esquinas más y finalmente vislumbramos la puerta de la pequeña ermita que había dejado atrás hacía poco más de media hora. En la puerta vi a Lin, estaba de pie, con rostro preocupado y abrazándose el cuerpo evitando sentir más frio a causa de las pocas capas de ropa que llevaba encima. Aunque ciertamente: menos llevaba yo y no mostraba ningún signo de estar helada.

El carro paró unos metros delante de la puerta antes de seguir su camino, bajé sin la ayuda del chico pues ni tan siquiera se ofreció a apoyarme al bajar. Sonreí dulcemente a Lin para que se sintiera bien, aunque su rostro suscitaba dudas en mi.

- Siento la demora - intenté disculparme - Espero que todo haya ido bien por aquí - lo dije a modo de afirmación pero en el fondo no dejaba de ser una pregunta.

Luego busqué su mirada mientras mis manos se posaban suavemente sobre sus hombros, estaba preocupada por ella y quería que fuera consciente de que no estaba sola y que no lo estaría a menos que ella misma me lo pidiese.

- Estoy aquí ¿Eh? - le dije mientras mis ojos seguían sobre los suyos - No me iré de tu lado, le daremos el último adiós juntas - añadí.

Lin suspiró aliviada cuando la carretilla se detuvo y Catalina bajó de ella, le daba cierto tipo de seguridad tenerla a su lado, su cuerpo temblaba ligeramente por una mezcla de frío y miedo, todo había ocurrido demasiado rápido y era como si su cerebro no pudiera procesar todas esas emociones causadas por el accidente al mismo tiempo.

-Gracias – Musitó cuando Catalina la tomó por los hombros, tenía ganas de llorar otra vez, pensar en que el señor Amadi había sido asesinado de una forma tan cruel le hacía sentir un nudo en la garganta ¿Que le iba a decir a la familia? ¿Como iba a reaccionar su pequeña hija? No quería pensar en ello pero le era inevitable cuestionarse esas cosas y sentirse triste.

-Ya he firmado un documento para dar el permiso al entierro – Le explicó limpiándose una lagrimita que intentaba caer por su ojo derecho – ¡Me ha costado 2000 francos! ¿Puedes creer lo descarado que es este sacerdote? - Agregó con voz indignada y justo en ese momento el sacerdote apareció por la puerta ordenándole al chico que llevara el cuerpo en la carreta a la parte de atrás donde se encontraba el cementerio.

-Señoritas – Dijo el sacerdote acercándose a ellas – A partir de ahora nos encargaremos del asunto, si gustan pueden quedarse y esperar o pueden volver a la ciudad, la tarea tomará bastante tiempo así que no les aconsejo que esperen – Les explicó y luego agregó – A unos 10 minutos de aquí pueden encontrar una carretera que lleva los barrios del sur de París, les será fácil conseguir un carruaje una vez entren en el barrio -

Lin se quedó pensativa, le hubiera gustado quedarse hasta que el entierro se llevara a cabo, pero sabía que aquello podía demorar horas y que ellas no serían de mucha ayuda ya que era una labor física de hombres, por lo pronto le parecía una mejor idea volver a la ciudad, tendría que pensar además en como explicar lo sucedido a su madrastra, alguien tenía que enviar a recoger el carruaje pues los caballos también estaban muertos.

- Creo que es mejor que volvamos a la ciudad – Comentó girándose hacía Catalina.

La forma en la que veía a Lin no me gustaba para nada. Siempre se la veía alegre. Algo retraída en si misma y en los problemas típicos que tiene una dama de clase alta, pero casi siempre alegre. Había afrontado adversidades ya a mi lado y las había solventado de una manera mortal pero completamente válida. Sentí la piel que había debajo de la tela y el calor que emanaba su cuerpo. Un calor que se iba apagando poco a poco a causa del frio que imperaba en las calles.

- No tienes porque darlas. Es lo mínimo que puedo hacer por ti - la contesté mientras me fijaba en como de sus ojos emanaba una pequeña lágrima que amenazaba por escapar mejilla abajo - Ey, no... no quiero que llores. Eres más fuerte que esto - la dije a modo de intento de reforzar su autoestima.

Luego, la verdad es que fue un poco impulsivo y quizás estaba fuera de lugar. La tomé de los hombros y la traje contra mi, apoyé su cabeza contra mi pecho y acaricié un poco su cabello intentando calmarla un poco más. No es que fuera la cosa más agradable del mundo dado mi temperatura, pero al menos esperaba que la reconfortara sentirse envuelta por los brazos de otra persona.

Cuando se quejó del precio que la habían puesto no pude hacer otra cosa que sonreír por encima de su cabeza mientras no paraba de acariciar su pelo.

- Eso no es nada para una familia como la tuya y alguien tan resuelto como tú - le dije suavemente - Sólo es dinero. Vuestro hombre estará enterrado y eso es lo que importa: darle el último adiós como es debido.

El hombre nos invitó a irnos de un modo muy cortés. En el fondo había conseguido lo que quería y nosotras no hacíamos más que estorbar allí. Lo que estaba claro es que, una vez nos hubiéramos ido, nada le impediría tirar al hombre a una fosa y dejarle allí. Pero bueno, la verdad es que muchas veces, lo importante es creer que, no saber que.

- Gracias padre - le dije mientras pensaba que quizás otro día le haría una visita y, sólo si había cumplido con su palabra, su chico seguiría a su lado y no usado para pintar la siguiente obra de mi repertorio - Ha sido muy amable - un poco falso esto último pero pintoresco en la conversación.

- Volvamos, si - le dije a Lin afirmando aquello que acababa de proponer y separando nuestra unión en ese preciso instante.

Caminamos un par de calles hacia abajo y llegamos a donde nos habían indicado. Pronto pasó un carruaje y le indiqué a mi acompañante que se montara para que pudiera hablar con el cochero. Cinco minutos después monté a su lado. Su belleza triste, en la penumbra, parecía algo así como una flor marchita que hace esfuerzos por levantar sus flores cuando llega la mañana. Alargué mi mano tomando la suya entre las dos mías y poniéndolas sobre mis rodillas.

- ¿Qué puedo hacer para que todo esto pase?¿Para volver a verte sonreír? - le pregunté - El cochero tiene ordenes de dar vueltas hasta que el sol despunte por el horizonte - aunque esperaba que eso realmente no fuera necesario - Quizás nos hubiera venido bien un poco de ese vino que hemos dejado atrás ¿no crees?.

El abrazo aunque frío, la reconfortó, no entendía porqué la piel de Catalina mantenía tan fría, pero quería creer que era por culpa del invierno, para no preocuparse de más. Le devolvió el abrazo envolviéndola con sus brazos y escondiendo su rostro contra el vestido de ella, Catalina era un poco más alta que ella, así como la mayoría de mujeres en Francia, Lin siempre había sido bajita y se había quedado en el metro sesenta, su padre alguna vez le dijo que la gente en China era generalmente de baja estatura y que seguro lo había heredado de su madre.

-Si, le prometí traer el dinero en 3 noches – Comentó cuando Catalina le había hablado sobre el dinero – Me aseguraré de que el señor Amadis si esté propiamente sepultado. Catalina se despidió del sacerdote y Lin ni siquiera lo volteó a mirar o le dijo adiós, sólo quería salir de ese lugar lo más pronto posible y no ver más la cara de ese hombre corrupto.

El camino de regreso a la ciudad se le hizo corto y pareció reaccionar cuando ya se encontraban dentro del coche, todos los sucesos de esa noche habían pasado demasiado rápido y era como si su mente estuviera nublada con una densa nuve que le permitiera ver el mundo con claridad.

- No hay nada que no puedas hacer por ahora – Respondió con honestidad, no quería que Catalina se preocupara por animarla cuando ella sabía que no cambiaría de estado de ánimo tan fácilmente, había presenciado la muerte violenta de un hombre que había servido a su familia durante toda su vida, sin mencionar que, ese ataque habría podido ser dirigido a ellas, Lin no descartaba la posibilidad de que el señor Amadi hubiese resultado muerto por su culpa y que ese ataque fuera originalmente dirigido a ella.

- Como te conté antes, no acostumbro beber con frecuencia, sin embargo dada las condiciones creo que si me vendría bien – Aceptó y dejó escapar un suspiro – Mi madrastra se va a enterar de lo sucedido de todas formas, se molestará conmigo y seguro inventará alguna justificación para no quedar mal frente a sus amigos – Le explicó desviando la mirada por la ventana – Pero eso es lo que menos me importa ¿Sabes? Puede decir lo que quiera y pensar lo que quiera de mi... mi corazón está tranquilo porque al menos la familia del señor Amadi podrá venir a visitarlo a la tumba – Se quedo unos momentos callada y volvió la vista hacía Catalina – Así que, ¿Qué más da un trago o dos? Nada peor podría pasar esta noche luego de lo que ha ocurrido -

Escuché la versión de lo que había pasado en el lugar por parte de los labios de Lin mientras sentía que, de algún modo, mi abrazo le había servido para sentirse ligeramente mejor. Seguramente no fuera la persona que necesitara en ese momento y quizás tampoco supiera estar como ella necesitaba. Más aún yo hacía todo lo que estaba en mi mano para que se sintiera arropada y, en cierto modo, reconfortada.

- Dejame hacerme cargo de ese trago si quieres, a mi no me importa. No me gustaría que tuvieras que revivir el dolor pasado esta noche una y otra vez sólo por la corrupción de ese hombre y su mente humana más allá de su devoción - si aceptara esa propuesta, era más que probable que aquel hombre no viera más la luz del día y que acabara mucho peor que aquel al que se quedaba dando sepultura.

El coche hacía que todo resultara un poco más cómodo, que por fin consiguiera relajar los músculos y dejara escapar algún que otro suspiro: La noche no había hecho más que empezar (relativamente) y todavía podían pasar aún muchas cosas. Deseaba que eso fuera todo y que el corazón de Lin pudiera volver a su ritmo de latir normal, pausado y calmado. También deseaba volver a ver la sonrisa marcada en sus labios y como se le entornaban los ojos cuando hacía este gesto. Pero también era consciente de que eso no iba a ocurrir, al menos esa noche. También lo dejó claro con sus palabras.

- Ya se que no puedo hacer nada por cambiar lo que ha pasado, ni por cambiar como te sientes en este momento - comenté en respuesta a lo que acababa de decir - Pero me gustaría que me vieras como un refugio, como un lugar en el que guarecerte cuando más nadie puede entenderte - sabía que era una verdad a medias pues, con la salida del sol, me convertiría en calabaza - Te entiendo, se por lo que estás pasando y estaré aquí para ti - dejé una última caricia sobre sus manos y luego la liberé de la presa entre las mías. Quizás no deseaba que la tocara.

Aceptó la oferta de beber algo y decidí que quizás era mejor hacerlo en privado, en aquel carruaje que nos llevaba a ningún destino en concreto pero que nos separaba de todo el mal que nos había acontecido tiempo atrás.

- Creo que será lo mejor, si - respondí intentando pensar donde podíamos ir.

Se me pasó por la cabeza un local bastante concurrido, pero privado, donde había ido con una vampira tiempo atrás. Saqué la cabeza por la ventanilla y el ligero aire movió mi pelo descolocándolo.

- Cochero, por favor. ¿Nos puede llevar a "La nuit"? - seguramente se sorprendería, pero tenía la suerte de que no le veía la cara. Respondió con presteza.

- Como guste Mademoiselle - contestó.

El hombre arreó ligeramente los caballos y estos respingaron un poco, giraron la esquina y enfilaron una calle con una subida pronunciada. Poco más adelante paró y la puerta se abrió, indicándonos que podíamos bajar, que habíamos llegado.

Esperé a que bajara Lin y, cuando ello lo hubo hecho, bajé a continuación dejando unas monedas sobre la mano del coche que, después de tocarse la solapa del sombrero de copa, se subió y se marchó con su carro.

- Quizás no sea un lugar acorde a lo que estás acostumbrada a frecuentar - dije siendo consciente de manera vívida de los lugares a los que solía ir - Pero puedo asegurarte que aquí nadie nos va a molestar - luego, después de una pausa añadí - Se que puede parecer... raro. Pero, cuando llegué a esta ciudad, fue el primer lugar apacible que encontré.

Nadie se encarga de abrir la puerta, soy yo la que la empuja para que esta ceda ligeramente.

Dentro, el aire huele a humo y humanidad. La gente está sentada en mesas y la iluminación es más bien escasa. Aquellos que gobiernan el lugar como clientes son, en la inmensa mayoría, varones. Mientras que, las encargadas de servir, son todas mujeres. Una de ellas, se acerca a nosotras sonriente.

- ¿Desean una mesa? - dice con dulzura, es mucho más joven que Lin y ya no digamos de mi misma.

- Un reservado, por favor - la indiqué para que tuviera claro que no quería molestias por parte de nadie.

- Claro Madame - dijo para terminar mientras nos indicaba que la siguiéramos.

A pesar de la desagradable sensación que traía en la boca del estómago y la opresión en el pecho, Catalina se las arreglaba para decirle cosas que la hacía sentir un poquito de felicidad en medio de aquella situación tan infortunada, Lin no tenía una relación tan cercana con el esclavo como para deprimirse por meses, pero era la forma en como había muerto lo que le impedía estar tranquila ¿Que rayos eran esos animales que les habían atacado? Lin no sabía que los lobos pudiesen atacar personas cerca de la ciudad, es más nunca había visto lobos bajando de las montañas o saliendo de las profundidades del bosque que rodeaba el sur de París.

- Gracias Catalina - Exclamó con sinceridad cuando la vampiresa le dijo que podía confiar y apoyarse en ella - No sabes la gran diferencia que hacen tus palabras -

Continuaron un rato más y Catalina indicó un nuevo rumbo, desconocido para Lin, a estas alturas de la noche le daba igual el sitio donde terminaran siempre y cuando fuera seguro, sus corazón no podría soportar otro ataque más, esperaba que la velada pudiera terminar tranquila y regresar a casa para sumirse en un profundo sueño.

Como era de esperarse, nunca había estado en ese sitio y cuando entraron supo porqué, no estaba a la altura de su apellido y resultaba inclusive algo 'cochambroso', la atmósfera oscura y la cantidad de caballeros le hizo sentir algo nerviosa, aunque luego de ser atacada por lobos en su propio carruaje, poco la podía asustar.

Siguió a Catalina hasta una mesa más privada que ella solicitó y evitando hacer contacto visual con ninguno de los clientes del local.

- ¿Vienes aquí a menudo? - Le preguntó con curiosidad una vez llegaron a la mesa.

(( Off Rol: extrañaba rolear contigo ^^ ))

Era un lugar extraño para Lin, lo sabía, lo tenía claro. Lo que no sabía es la repercusiones que aquello podía traer para la relación que habíamos iniciado tiempo atrás. Aún inmortal, los estatus y las clases sociales existían, y yo la verdad es que no pertenecía a una muy alta dentro de los míos.

El local, dentro de los límites, estaba limpio. También era real el hecho de que era algo vulgar. Se asemejaba más a una taberna que a un lugar destacado. Pero el ambiente era privado siempre que supieras como moverte y, después de un tiempo, la gente pesada deja de molestarte.

Obviamente, nuestra presencia no pasaba desapercibida: Éramos dos damas en un lugar de hombres. Pero al mirar a mi alrededor, podía ver rostros familiares. No por haberme acercado a esas personas, si no más bien por el conocimiento de ver nuestros rostros en la penumbra en alguna que otra ocasión.

Caminamos en silencio y, un poco más adelante, subimos unas pequeñas escaleras. Allí, separado en pequeñas habitaciones, estaban los reservados: Eran habitaciones con sillones cómodos aunque algos castigados por el tiempo. En vez de puerta, había unas cortinas de una tela que imitaba al terciopelo de un color rojo vivo que, apoyado con la escasa luz, se tornaba color sangre. En el centro de la sala había una pequeña mesa de cristal con un frasco donde humeaba un poco de incienso, dándole otro aroma al recogido apartado. Un aroma más acorde para unas damas.

La joven no dijo nada, simplemente abrió la cortina y, una vez hubimos pasado, la dejó caer dejándonos en la intimidad.

Esperé a que Lin se sentara, y se pusiera cómoda. También a que se habituara a la luz, al olor y al ambiente en general. A continuación, me siento frente a ella y dejó que mis manos reposen sobre el asiento.

Escuchó su pregunta y no se demasiado bien como interpretarla: Puede que sea curiosidad por ver si es un lugar asiduo para mi o sea un gesto de aberración por el mero hecho de que mis gustos distan mucho de la idea que tenía. Sea como fuere, mi vida era esa y tenía que conocer todas mis facetas y... bueno, alguno de mis rostros.

- La verdad es que suelo pasar algunas noches, en las que no tengo nada mejor que hacer - confesé - Parece un lugar de mala muerte al principio. Pero luego tiene lugares como este en los que te puedes relajar y evadir un poco de todo - recosté mi cabeza hacia atrás en el sillón y cerré los ojos - A veces, si cierras los ojos, dejas la mente en blanco y te dejas llevar por el aroma, hasta puedes imaginarte en otros lugares, otros donde te gustaría estar - levanté la cabeza y la miré - Si pudieras elegir ¿Dónde estarías?

La cortina se descorrió ligeramente para dejar pasar a otra camarera. Esta era algo más joven, menuda, de piel ligeramente pálida y pelo rubio que caía en forma de tirabuzones sobre unos hombros descubiertos.

- Bonsoir Mademoiselle - dijo mirando a Lin - Madame - añadió dirigiéndose a mi - ¿Tomará lo de siempre?

¿Lo de siempre? pensé mientras mis ojos recorrían su cuello tapado por un pañuelo. Ocultando la marca de mis caninos de la última visita que hice a aquel lugar.

- No Carla, mi acompañante y yo desearíamos algo de vino - la hice mi petición pues era lo que, en teoría, parecía gustar a Lin.

- Como desee, Madame - dijo con algo de decepción. Luego dedicó una mirada aislada a Lin, agachó la cabeza y volvió a salir.

Off:

Lin observaba todos los detalles del sitio con detenimiento como si quisiera memorizarlos, era la primera vez que entraba a un sitio así y le llamó mucho la atención que el cuarto estuviera separado con la cortina y que tuviera el incienso para darle un toque de aroma al ambiente, Lin estaba acostumbrada a asistir a lugares en los que siempre se estaba a la vista de todo el mundo, lugares abiertos como banquetes o bailes en los que constantemente los demás invitados te observaban. No había privacidad en lo absoluto, de hecho Lin desconocía de primera mano lo que era la privacidad.

¿Después de todo como puedes tener privacidad cuando siempre estás acompañada de esclavas y sirvientas que hacen todo por ti?, eran pocas las horas que ella pasaba realmente sola durante el día.

-No, no en lo absoluto, no me parece... de mala muerte – Murmuró fascinada con el pequeño rincón al que habían llegado – Es sólo que... me he puesto algo nerviosa... con todos esos hombres mirándonos en la entrada – Murmuró sentada en uno de los muebles, Catalina había pedido vino y la camarera se había retirado, Lin se preguntó que sería lo que Catalina bebía regularmente en el sitio, pero decidió preguntar en otra ocasión – El tipo de eventos a los que estoy acostumbrada, son efectuados en sitios como el palacio Royal, todo el mundo está constantemente pendiente de lo que hace todo el mundo, es como si, estuvieran secretamente esperando que alguien cometiese un error y poderselo restregar en la cara... -

Se quedó mirando la mesita de centro con el incienso por unos instantes pensativa recordando que no había respondido la pregunta que Catalina le había hecho. Se llevó un dedo a los labios y le miró al rostro para responder – La playa... el sonido de las olas yendo y viniendo me llena de calma – Comentó y se apresuró a decir – Aunque justo ahora quiero estar aquí, es la primera vez que experimento lo que es la privacidad – Le confesó – Sonará extraño, pero así es, en la mansión siempre estoy acompañada de alguien, en las fiestas o banquetes, la gente siempre está pendiente de lo que hago, estando aquí siendo que finalmente no hay ojos sobre mis espaldas... es casi mágico – Finalizó con un suspiro.

La verdad es que, lo miraras por donde lo miraras, aquellos reservados dentro de aquel lugar parecían mágicos, como de otro mundo. Nadie diría lo que se escondía si buscabas más allá de la superficie. En el fondo era como las personas: lo que se ve es una cosa, lo que realmente hay una muy diferente. Pero el uso que se le solía dar era más bien para encuentros entre cortesanas con sus respectivos clientes. De ahí que fueran tan exclusivos y estuvieran incluso perfumados. Era un añadido por un módico precio.

- Bueno el tránsito hasta que llegas aquí si lo parece - el aspecto tabernero que había hasta que cambiabas de paisaje al menos así me lo parecía a mi - Y por ellos no te preocupes: les gusta mirar y ya está. Seguramente ya ni se acuerden que hemos pasado por allí - le dije para que dejara de preocuparse por ello que seguro era algo que reconcomía su cabeza.

Me habla de los eventos, de las cenas y las fiestas y, por un momento me transportó a la corte de 1500 y me viene a la memoria la magnificencia de aquellas reuniones. Pero todo era diferente dependiendo del punto en el que te encontraba y, el mío no era de los altos.

- Lo entiendo perfectamente, seguro que en esos eventos se encargan de ponerse al día un poco todo. Seguro que te presentan a jóvenes para que te desposes - al menos yo lo idealizaba así - Y los quehaceres que me comentas son típicos: las preocupaciones van cambiando según te mueves de posición social. Unos trabajan para sobrevivir y otros viven de los errores de otros. Ojalá nunca estes en boca de esas personas - le deseé sabiendo que eso quedaba muy lejos de mi alcance.

Escuché su repuesta al lugar donde le gustaría ir y el mar me pareció un buen lugar. Sólo que, de noche, el mar no parecía otra cosa que una boca que engullía arena y arena, arrastrándola al fondo de su garganta y viniendo a tomar más. Pero, en el fondo de mi mente, todavía quedaba algún vano y lejano recuerdo del azul que portaba bajo la luz del Sol. De noche, todos los colores s tornan pardos.

Pero, cuando siento que he encontrado un lugar en el que por fin se siente más cómoda. Cuando admite que donde le gustaría estar ahora es donde está, sonrío mientras escuchar como lo define, como es su vida, tan diferente a la mía.

- Tiene que ser raro si. Saber que eres observada, juzgada en cada instante, siendo algo que quieren que seas y no como realmente quieres ser. Yo no lo comprendo bien porque vivo sola como has visto. Pero, hace unos años, servía y Supongo que atisbo algo de lo que puedes sentir o más bien lo que el servicio puede hacer sentir - ¿Porqué había dicho eso? Hacía 300 años que no servía. Pero, en aquel lugar, en aquella conversación, todo parecía renacer en mis pensamientos.

¿Qué pensaría Lin cuando procesará la idea de que había sido sirvienta antes de ser lo que de ahora? Los estratos sociales estaban demasiado definidos para pasar de uno a otro fácilmente.

Carla interrumpió la conversación entrando con una jarra de barro y dos vasos que habían perdido la transparencia de tantas veces como habían sido lavados. Los dejó en la mesa y se preocupó de cambiar el incienso por uno nuevo ya que, el que había, estaba casi gastado. El nuevo olía a una mezcla de flores y, por un momento, me sentí transportada al jardín donde nos vimos la primera vez.

- ¿Desean algo más? - preguntó Carla.

- Si - dije - Durante las próximas dos horas, me gustaría que no nos molestaran - añado.

Abrió un poco sorprendida ante la petición, pero finalmente aceptó.

- Si Madame - dijo mientras se retiraba y la cortina volvía a darnos la soledad que tanto le gustaba a mi acompañante.

Sonreí de nuevo, agradecida por el buen trató recibido en aquel lugar. Dejé las manos sobre el sillón.

- Si tanto te gusta, podemos disfrutar del silencio. Nadie nos molestará.

Se sintió un poco más tranquila cuando Catalina le aseguró que esos hombres eran inofensivos, aunque lo pensaba mejor, luego de un ataque de lobos como el que habían sufrido horas atrás ¿Que tan peligrosos podían ser un par de hombres? Lin sentía como si Dios estuviera poniendo a prueba su tenacidad y cordura con todos los eventos que se habían desenvuelto en las últimas semanas desde que había conocido a Catalina.

Todo había comenzado luego de conocerla a ella...

De repente ese pensamiento le llegó como una revelación. Antes de conocerla su vida era bastante rutinaria y tranquila, nunca había estado tan vulnerable como en las últimas semanas ¿Era Catalina la causante de todos esos infortunios?. Aquel pensamiento la aterró, le hizo sentir avergonzada de imaginar que la pobre Catalina pudiera tener algo que ver con todo lo que les había sucedido ¿Cómo podría tener ella la culpa? Ambas habían sido víctimas todo el tiempo.

Intentó distraer esos pensamientos que rondaban su cabeza, asintiendo a lo que su interlocutora le decía, apenas si prestandole atención. La idea sonaba descabellada, pero seguía rondando su cabeza.

-Seguro que ya estoy en boca de todos – Comentó intentando relajar su postura, pero con un vestido tan elegante y un corsé tan apretado era bastante difícil – Desde mi nacimiento lo estoy, que mi padre haya tenido una hija ilegítima con una extranjera en otro país y la haya criado junto a sus demás hijos es suficiente para formar habladurías -

Le escuchó decir que antes había servido, aquello la impactó, sin embargo mantuvo su compostura, no quería ofender a Catalina con su reacción, era consciente de que pertenecían a diferentes clases sociales, sin embargo era difícil de asimilar y las complicaciones de estarse relacionando con una plebeya (como su madre a veces se refería a las personas que consideraba por debajo de ella) se estaban haciendo notar.

-Yo me siento afortunada de tener sirvientas que cuiden de mi – Confesó algo avergonzada – No logro imaginarme como sea vivir sola -

En ese momento trajeron las bebidas y cambiaron el incienso, Lin se apresuró a servirse vino pues sentía que necesitaba beber para calmar los nervios. No era una buena idea y lo sabía, una mujer decente como ella no debía estar bebiendo a esas horas de la madrugada y mucho menos en un sitio como ese, pero con todo lo que había pasado realmente necesitaba algo que le relajara el cuerpo y la mente, quería por lo menos olvidar un poco los incidentes aunque fuera por lo que quedaba de esa noche, pues sabía que al día siguiente le esperaría un sinfín de problemas.
- Catalina... ¿Porqué crees que nos atacaron esos lobos? - Preguntó al fin luego de beber ávidamente varios tragos, el escozor del vino le adormeció un poco la garganta – Eran Lobos ¿verdad? -

La noche no se estaba desarrollando para nada como esperaba. Las complicaciones que había sufrido en mi vida se habían ido acrecentando conforme habían ido pasando las semanas. Había llegado a París huyendo de aquellos que la perseguían, sólo para encontrarse con un enemigo nuevo, más brutal y con mucho menos raciocinio.

Escucho como Lin habla de lo que dirá todo el mundo, de que su situación, su propio nacimiento, ya suscitaba que estuviera en boca de todos. En cierto modo su padre había corrodo un riesgo muy grande al haberla tomado bajo su custodia y haberla reconocido habiendo sido una vástago fruto de la infidelidad.

- En el fondo, si dedicas tu vida a ser como los demás desean que seas, no serás feliz. Y sobre todo, nunca serás tú misma - era la verdad. Por muy modélica que fuera una persona, siempre había posturas de tu vida que alguien condenaría como malas - Aprovecha este momento y disfrutalo, pues nunca sabrás cuando volverás a tener uno igual.

Aunque se esfuerza en ocultarlo, la idea de mi servidumbre la sorprende. La verdad es que, aquella noche, había pensado que era el momento perfecto para ser "normal", para intentar acercarse a los humanos, para dejar de ser una criatura y finjir lo que hacía muchos años fui.

En nuestro primer en encuentro, nuestra cercanía, nuestro modo de compenetración, incluso nuestra cercanía física, había suscitado en mi la posibilidad de que las palabras de Soren pudiera ser ciertas: Quizás fuera posible que un vampiro, aún estando muerto, pudiera llegar a sentir. Incluso llegando a amar en un extremo.

Había pretendido explorar esa sensación, ver hasta donde podía llegar a ser real dentro de lo irreal de la situación en la que nos desenvolvíamos. Intentar acariciar de nuevo lo que era ser humano, lo que era el contacto íntimo.

Me quité la chaqueta sólo para ver lo ridicula que había sido al pensar en un futuro que se alejara de la soledad. De lo ilusa que había sido al elegir aquel vestido negro, escotado, con la intención de agradar a Lin, de resultar atractiva: No hay nada bello en las cosas muertas.

Miré mis brazos, bajando por ellos hasta mi muñeca y mis manos, comprobando la palidez, la ausencia de calor. Más allá de ellos estaban mis venas, por las que corría la sangre muerta, robada, arrebatada de cuerpos vivos para saciar mi sed, para mover mi cuerpo. Una sangre llena de poder.

Por un segundo, barajé la idea de abrirme las venas de la muñeca y obligar a Lin a beber mi sangre, hacerla dependiente de mi, evitar que huyera y se perdiera para siempre aquello que había despertado en mis sentidos adormecidos por la ausencia de sensaciones. Pero no había nada digno es algo tan fácil, no quería más esclavos, nadie más que estuviera cerca de mi por imposición.

Debería asumir, de nuevo, que todo empieza y tarde o temprano termina por acabar.

Sonreí a su comentario mientras acariciaba el borde del vaso que emitía un sonido suave, como un silbido lejano o elbsusurro del viento que se cuela a través de la madera maltrecha de una puerta.

- Es muy solitario. Al menos, aunque sea servicio, tendrás con quien hablar - le dije ya que, muchas veces, yo terminaba hablando con los cadáveres - Además que, más allá de cual sea su posición en la sociedad, seguro que los tratas bieny te quieren - tenía el ejemplo claro enbel cochero que acababa de perder.

Pregunta por del ataque, por el origen, la motivación, el objeto y los ejecutores. La pregunta me deja un poco descolocada, sin saber muy bien que contestar. Mi conciencia me decía que debía decirle la verdad. Pero mi razón alegaba que seguramente no estuviera preparada para ella.

- No se, a veces, las bestias atacan al sentirse amenazadas. Otra cosa no sabría decirte - en el fondo yo era una amenaza y quizás eso lo había provocado - Parecían lobos si. Pero también les he visto algo raro. He pasado algo de miedo... - admití mientras bebía un vaso a la par que ella lo hacia. Estaba nerviosa, se la veía en la forma de beber - Lo siento mucho - dije finalmente - No te traigo más que infortunios.

A Lin le pareció que el precio de la intimidad era realmente alto, al no tener sirvientes, Catalina debía afrontar una intimidante soledad a diario, no se alcanzaba a imaginar lo difícil que sería valerse por si misma sin un esposo y en el fondo la admiró por eso, Lin había sido criada con la idea de que toda mujer necesitaba de un caballero a su lado para sobrevivir en ese mundo. No importaba la cultura o el país de donde proviniera, todas las mujeres que hasta ahora conocía, de alguna forma dependían de un hombre, Catalina parecía completamente diferente en ese aspecto.

- Espero entonces que al menos mi compañía sirva de algo para amortiguar esa soledad - Comentó, su voz sonaba inocente y sus ojos se habían fijado en ella en la penumbra -  Si te sientes muy sola, no dudes en buscarme - Agregó, ¿Para eso era una amistad no? Para estar juntas en el momento que se necesitaba, su madrastra no podría negarle una amistad con otra mujer, seguro que pondría un grito en el cielo si se tratara de un nombre.

- No digas... eso - Murmuró cuando ella insinuó que le traía infortunios por lo sucedido con los lobos, la verdad era que Lin había estado pensando en la posibilidad, pero era bastante absurdo pensar que fuera culpa de Catalina el que los hubiesen atacado los lobos ¿Cómo podrían estar conectadas ambas cosas? - No es tu culpa... simplemente tuvimos mala suerte - Agregó, aunque seguía preguntándose como era posible que unos lobos salvajes se adentraran en la ciudad sin que nadie los viera y las atacaran con tanta rapidez - Yo no pude verles bien... por eso no estoy segura de si eran lobos o otra cosa... pero seguro que no tiene nada que ver contigo... es decir ¿Cómo podría ser culpa tuya? -

Se apresuró a beber más vino pues se sentía bastante avergonzada con el tema, no quería que Catalina pensara que ella estaba insinuando que era su culpa. Bebió lo que quedaba en la copa y cuando se fue a levantar por unos momentos para acomodarse el vestido, el mundo pareció moverse a su alrededor ¿Había bebido más de la cuenta? se preguntó llevándose una mano enguantada a la boca y soltando una pequeña risa.

- Por cierto... ¿Tienes muchas amigas en París? - Preguntó acomodándose la falda con manos algo torpes.

La calma finalmente las envolvía. Las cortinas dejaron de moverse y el tumulto que había fuera, a lo lejos, parecía apaciguarse tras esas telas. El incienso, recién prendido en su soporte, comenzaba a matizar el aroma del aire que nos rodeaba y tranquilizaba con sólo el hecho de respirarlo. Quizás contenía algo de opio o quizás era la simple sensación de respirar algo, un olor que era poco característico del lugar en el que nos encontrábamos.

Cerré los ojos de nuevo: me encantaba esa sensación. Me regocijé en ella mientras Lin comenzaba a hablar, me ofrecía su mano, su consuelo, su hombro para llorar. Su compañía. Ya la tenía pero ¿me era suficiente con eso?. Quizás, no obstante hacía demasiado tiempo que no intentaba atraer la atención de una mujer de ese modo, con unas intenciones más claras que la simple conversación. No, aquella noche me había ataviado con mis mejores galas con la idea de que quizás, mi ligero atractivo y mis vanos atributos, atrajeran de algún modo la atención de esa dama oriental, de esos ojos rasgados o de esa boca que tiende a callar.

Pero la vida siempre te enseña que es más fácil encontrar lo que no se busca que aquello que necesitas de manera imperativa.

- Claro que lo haces, calmas la soledad como hacía tiempo que nadie lo hacía - admití de un modo cortés y totalmente sincero - Pero la soledad es un mal que no deja de regresar en cuanto le das pie a ello y, dentro de un rato, cuando ya nos hayamos despedido y partido cada una para su hogar, retornará a mi con toda la fuerza que ha estado acumulando mientras la mantenía a raya - sonreí tristemente siendo consciente de lo que acababa de decir y del peso que eso tenía sobre mi una vez se cumpliera - Espero llenar más noches con tu compañía y que ellas sean más propicias.

Mis palabras acerca de la mala suerte que había generado en ella la hacen cavilar, recapacitar y quizás, llegado el momento y sabiendo más de mi, consiga atar los cabos suficientes que le hacen falta, consiga unir los eslabones de la cadena en su cabeza y, finalmente, dar con la solución a aquel embrollo que ahora mismo teníamos.

- Debo admitir... - comencé a decir entonando una verdad a medias - Que no es la primera vez que me atacan desde que estoy aquí - seguí diciendo - Es como si mi olor llamara a esas bestias. Quizás por eso me siento responsable - agaché la cabeza mientras miraba el vino que oscilaba en la copa que tenía en la mano - Lo siento, quizás si sea culpa mía - y quizás esa sería la gota que colmara el vaso en la relación.

Vi como se movía, como se levantaba y como se tambaleaba. Hice ademán de levantarme a parar una caída que se avecinaba fatídica pero, consiguió mantenerse en pie a duras penas. Yo volví a mi asiento de nuevo, aunque retiré un poco la jarra de su lado.

- Creo que será mejor que no bebas más o tendré que llevarte a casa. No se si eso le gustará demasiado a tu madrastra - le dije ligeramente en tono de broma.

Su pregunta acerca de las amistades me sorprende y, por un instante, me siento a recapacitar acerca de ello, recordando todas las personas que había conocido desde que estaba allí y la relevancia que habían tenido en mi vida.

- He conocido gente si, pero nada más que una conversación aislada en una noche perdida - dije - Creo que tú eres la única que ha repetido la experiencia ¿Qué buscas de mi? - le dije en un tono aún más bromista y luego retorné a la postura seria - ¿Y tú? Seguro que conoces a grandes personalidades de Paris.