Amanecer [libre]

Recuerdo del primer mensaje :

Las olas rompiendo con una furia inaudita contra la costa pedregosa, el viento sacudiendo la oscura noche que de forma sepulcral calla frente a los aullidos de la manada en busca de presa.
Sonreí de medio lado frente al inminente encuentro de las bestias, dudando por un segundo cual de nosotros era más monstruoso de todos.

Los siglos de vivencias acompañaban a mi ya cansada eternidad, y aun así, desenfundé  sendas espadas dispuesto nuevamente a hacer frente al enemigo.
Superado en número supe que la batalla no terminaría pronto, más quizás esta fuera la definitiva. Sonreí irónico tras el primer choque de aceros, excitado por el olor de la sangre y la promesa de una
muerte inminente.

Garras, mordiscos, filos iluminados por la eterna luna y armas silbando al viento con la fiereza propia de nuestras enfrentadas razas.
Cadáveres cayendo contra la fina arena ahora manchada de carmesí, hombres que no volverían a sus casas, viudas de una noche fría y oscura.

Y yo, allí, con mi cínica  sonrisa, la de aquel que no ha quedado saciado, nuevamente burlando a la muerte definitiva, ansiada y deseada.
Sangre goteaba de mis heridas, mordiscos que tardarían en cicatrizar. Nuevamente, sediento de aquella vitae que me esclavizaba y mantenía en pie a partes iguales.

Me dejé caer sobre la suave arena, agotado. Las ropas se pegaban a un cuerpo maltrecho mojadas por aquel agua saldad que me vio nacer hace ya demasiado tiempo.
Miré al cielo estrellado, tratando de vislumbrar un atisbo de paz. Más nada encontré allí arriba.

Ponerme en pie se me antojaba difícil, quizás mas herido de lo que esperaba, desistí tras varios intentos, cerré los ojos sintiendo como la vitae me abandonaba lentamente, no negare que era placentero. Sonreí sin fuerzas esperando mi ansiado amanecer.

Abrí los ojos cuando la luz de la luna entraba por la ventana, que al parecer Moira había abierto.
Estire mis músculos antes de ponerme en pie y un bostezo escapo de mis labios encaminándome hacia el comedor.

Moira ya parecía estar despierta pues podía oírla trastear al otro lado de la cabaña.
Hoy de nuevo había quedado con la loba, pensar en ella lograba casi automáticamente instaurar una sonrisa en mis labios.

Cuando llegue la vampiresa estaba de espaldas, con mi camisola entre las manos olfateándola como si de un sabueso se tratase.
Menuda obsesión la de esa mujer por lavar cosas y por llenarlas de ungüentos raros.
Sonreí malicioso mirándola y desde su espalda se la arrebate con destreza.
-Si estas pensando en llevártela al rio para lavar, ni se te ocurra -bromee mirándola de soslayo -aun aguanta un par de puestas.

Coloque la camisola sobre mi cuerpo cubriendo así mi torso desnudo.
Aun faltaban un par de horas para que la Catedral anunciara la media noche, hora en la que vería nuevamente a Ariyne, así que porque no empezar con el entrenamiento hasta entonces-

-¿vamos? -pregunte a Moira señalando la puerta -¿no quiere aprender a cazar ardillas con  arco? -bromeé nuevamente.

Me dirigí al exterior tomando las alforjas y caminado hacia mi negro corcel que pastaba tranquilo por el bosque.
Me acerque con una sonrisa alzándolas para colocarlas sobre su lomo, mas este me esquivo como siempre. Fruncí el ceño
-¿En serio? -le pregunte como si de un loco que habla con caballos me tratase.

Y si, iba en serio, como de costumbre, aquello se convirtió en un juego para ambos, en el que su cabezoneria chocaba a fuego con la mía, hasta que uno de los dos se cansaba, esta vez fui yo, que resignado deje las alforjas en el suelo y de ellas desate mi arco largo compuesto y mi viejo carcaj.

Peine varias flechas con los dedos, mientras colocaba la culata en la cuerda y tensaba el arco comprobando su dureza.
-Sera demasiado para ti -musite desviando mis ojos hacia Moira.

Erlend me cogió con rapidez su camisola desde atrás, sorprendiéndome con la prueba del delito. Estaba tan ensimismada que no había sido capaz de notar su presencia. Se negó a que la lavase, lo cual le hizo sentir alivio. Podría haber pensado que era una loca obsesa que necesitaba sentir su olor.
Aún faltaba un par de horas para la media noche, momento en el que yo empezaría mi nuevo trabajo en el burdel, así que me gustó la idea de que Erlend propusiese empezar con mi entrenamiento; como bien él decía, me iba a venir bien para cazar ardillas.
Salimos los dos al exterior; Erlend me precedía y tras un extraño juego con su caballo, depositó las alforjas en el suelo y sacó su arco. Un arco precioso y bastante grande para mí, aunque eso no se lo reconocería.
Me gustaba verlo de tan buen humor; estaba eufórico, aunque quizás fuese por esa hembra a la que olía anoche cuando volvió.
Traté de sacarme esa idea de la cabeza ¿y a mí que más me daba con quien estuviese? Erlend solo era mi amigo, y no podía permitirme pensar otra cosa.
-Será demasiado para ti -susurró mientras me miraba a los ojos, y tensaba la flecha en el arco.
- Creo que me subestimas..- contesté mientras cogía el arco de sus manos y trataba de tensar la cuerda.
Juró por todos los dioses que usé toda mi fuerza para tirar de aquello, y que apenas se movió un apicé.
Lo miré a los ojos con cara de circunstancias y pidiéndole que me ayudase a salir de aquella.

Cuando trato de abrir el arco tirando con todas sus fuerzas y no logro ni separar la cuerda lo mas mínimo solté una carcajada, creo que no cai al suelo rodando por el, por mi intento de aguantar, y de no dejarla mas en ridículo.
Una vez tranquilo, o al menos un poco mas, me acerque a ella tomando nuevamente el arco.

-Mira -le dije abriendo el arco del modo que lo había intentado ella. Los músculos de mi pecho se tensaron y abrí el arco con esfuerzo.
-Pon tu mano en mi pecho -apunte invitándola notar como mi musculo se contraía y estiraba por el esfuerzo.

Repetí la operación tensando y destensando la cuerda de este modo.
-¿Notas como ese musculo es el que trabaja? -pregunté hundiendo mis ojos en los suyos -pues así esta mal hecho.

Volví a colocar la cuerda entre mis dedos y esta vez tire cargando mi fuerza en el omóplato, el arco se abrió con mayor facilidad contrayendo así todos los músculos de mi espalda.
-Pon la mano ahora en mi espalda -le dije con una picara sonrisa -¿notas que esta tensa?

Afloje la cuerda y repetí el movimiento para que notara la diferencia.
-Ahora esta bien tensado el arco. Si lo cargas con el pecho pierdes potencia y además, te harás daño. Si lo haces con la espalda ganas recorrido de cuerda, potencia y te será mas sencillo.

Reí tras la clase magistral que acababa de darle a la pequeña caza ardillas, eso solo era el principio del hermoso y elaborado arte de saber tirar con arco.

-Para empezar, tenemos que descubrir si eres zurda o diestra -la mire con una maliciosa sonrisa en mi cara intuyendo su rápida respeta.

Erlend comenzó a reírse a carcajada limpia ante mi poca destreza. ¿Qué podía esperar de aquel vampiro?
Mi primer pensamiento fue atizarle con el arco en la cabeza, y así demostrarle que sabía utilizar un arco aunque fuese de un modo poco ortodoxo, pero entonces se calmó y adoptó su papel de instructor.
Se acercó a mí y cogiendo su arco, tensó la cuerda del arco de la misma que momentos antes lo había estado intentando yo, animándome a que mirase como lo hacía.
- Pon tu mano en mi pecho.- dijo, y yo como buena alumna obedecí. Volvió a tensar y destensar el arco.- ¿Notas como ese músculo es el que trabaja? Pues está mal.
¿Cómo iba a estar mal? Ese músculo era perfecto. Solo conseguí asentir, mientras mantenía mi mano todavía en su pecho incapaz de retirarla.
¿Si ponía las dos manos sería muy descarada? Y allí estaba yo, mirándolo fijamente, incapaz de decir nada con mi mano todavía en él.
-Ahora pon la mano en mi espalda-añadió mientras me sonreía pícaramente.
Cambié mi mano de posición, tocando ahora su espalda. ¿Y si ponía una en el pecho también? Tensó de nuevo el arco, haciendo fuerza esta vez con un músculo de su espalda.
Por todos los dioses, aquella clase de arco era lo mas instructivo e emocionante que había aprendido jamás, y que nunca olvidaría.
Eso si, me enteré de poco más de la explicación; a parte de que ese era el modo correcto...y algo de que me podría hacer daño.
Pero mis neuronas estaban desconectadas y solo mi mano estaba pendiente de los movimientos del vampiro.
Volví a asentir para que estuviese satisfecho de que estaba atendiendo.
-Para empezar, tenemos que descubrir si eres zurda o diestra -dijo mientras me miraba tras reírse al terminar su explicación.
¿Zurda o diestra?
- Depende de para qué, mi señor. Para escribir, zurda. Para das tortazos, diestra; para...- sonreí ante la locura que iba a decir.- Tendremos que comprobarlo.
Y lo mejor de todo, que yo continuaba allí, con la mano apoyada en su espalda.

Sonríe frente a su ignorancia en el arte de la batalla, sintiendo aun como su mano permanece pegada a su omóplato.
-Ya puedes dejar de tocar -bromea guiñándole un ojo -lo importante es saber si para tirar eres zurda o diestra. De eso dependerá el arco que compremos para ti.

Forma un triangulo con sus manos alargando sus brazos todo cuanto dan de si.
-Has de mirar un punto fijo con sendos ojos abiertos y centrarlo en ese triangulo. Una vez lo tengas enfocado a trabes de él. Cierra un ojo, el derecho por ejemplo, si sigues viendo enfocado ese objeto como cuando tenias los dos ojos abiertos, eres diestra. Repite la misma operación con el contrario, si se te desenfoca con el diestro, si queda enfocado con el izquierdo, eres zurda.

Ríe ante la explicación magistral del noble arte milenario del tiro con arco que acaba de ofrecer y más aun de la cara de circunstancia  de la caza ardillas, que parece no enterarse de mucho, por no decir de nada.
-Mejor lo de tocarme los músculos ¿no? -bromea entre risas observando su rostro que intuye pronto tomara aquel color rojizo por el rubor que tanto le divierte.

Sentí como me ruborizaba cuando Erlend dijo que dejase de tocarlo. Mi mano iba por su cuenta y no obedecía a mi parte consciente.
- Perdona.- susurré mientras la retiraba un tanto cabizbaja.
Cogió mis manos, formando un triángulo con las mismas, y alargando mis brazos. Yo lo miraba sin comprender.
- Has de mirar un punto fijo...- comenzó a explicarme, al parecer para saber si era zuda o diestra. ¿Tanto jaleo para disparar una flecha?- ..., eres zurda.
Vale, no parecía muy complicado.
Según había entendido, y aunque me pareciese un tanto extraña la explicación, todo dependía de guiñar un ojo y después el otro. Así pues hice lo que me indicó. Pero se me movían el punto tanto con un ojo como con el otro.
Imagino mi cara de circunstancia cuando me dijo
- Mejor lo de tocarme los músculos, ¿no?- bromeó mientras yo notaba como se me ponían las mejillas el color de la grana, desviando de nuevo la mirada
- Es que el objeto se mueve en ambos casos. Entonces, ¿qué soy?- susurré mientras posaba de nuevo mis ojos en él.
La verdad es que la explicación tocando sus músculos me había gustado más, pero no era cuestión de reconocérselo. No le hacía falta a aquel vampiro que le animasen más a su ego.

Las campanas de Notredam anunciaban ya las once, poco tiempo quedaba para volver a ver a aquella mujer que últimamente tenia secuestrados mis pensamientos y razón.

Volví a mirar a Moira y sus conflictos internos, era imposible lo que decía o era zurda o diestra, mas era imposible la figura le bailara con sendos ojos.
Deje escapar el aire resignado empezando a intuir que ayudar a esa mujer a ser auto suficiente en lo que a su defensa se refería me llevaría mucho mas tiempo del estimado.

-No puede ser Moira -dije paciente, repitiendo el gesto yo para que viera como lo hacia.
Podía ver sus ojos puestos en mi, como si aquello que le contaba fuera una simple locura.
-Si el arco no es lo tuyo, aprenderás a usar dagas, la espada no la imagino en tus débiles manos de caza ardillas -bromee con una picara sonrisa.

-Ahora he de irme -sentencié, sin dar mas explicaciones.
Me acerqué nuevamente a mi corcel y con una profunda mirada lo mire acercando ahora si y con mas tino mis alforjas, no tenia tiempo de juegos en ese preciso instante, así que tras acomodar en ellas el arco nuevamente subí de un salto y puso rumbo a la taberna, lugar de reunión con mi amada Ariyne.

Erlend no se creía que la figura se me moviese guiñando ambos ojos. ¿Acaso no podía ser ambidiestra? A lo mejor es que yo no lo había entendido bien. Probaría a intentarlo más tarde, pues su idea de amaestrarme en la lucha con dagas o cualquier otro elemento cortante no lo veía muy seguro, para ninguno de los dos.
El vampiro se despidió de mí en cuanto sonaron las campanas de la catedral dando las once de la noche. Quedaba claro que él había quedado con alguien. Seguramente la misma mujer con la que había estado la noche anterior.
Suspire con resignación, más era absurdo que se quedase conmigo toda la noche, ya que también yo tenía cosas que hacer.
Aquella noche era mi primera actuación con Marlene, además se me había ocurrido visitar a algún aldeano en buscar de mis servicios, y conseguir a cambio algo de ropa para Erlend. Así me dejaría lavar aquella camisola, y podría agradecerle su paciencia conmigo. Porque la iba a necesitar. Así que preparando todo me marché de la cabaña, deseando que cada hora se pasase como si fuesen segundos y poder verle de nuevo.
Pasaron las horas, y desde luego no fueron segundos...se me hicieron siglos. El espectáculo fue un éxito, así que en dos noches lo repetiría. En cada movimiento de mi baile no podía hacer otra cosa que pensar en Erlend, ¿pero por qué se me había metido ese vampiro en la cabeza?
La madame me pidió si le hacía el favor de quedarme un rato sirviendo copas, y obedecí. Al fin y al cabo, aquella mujer me había dado una oportunidad en su local. Así que apenas dos horas antes del amanecer, fue cuando terminé de trabajar para dirigirme a casa. Estaba agotada, y lo único que hacía que siguiese tirando de mi cuerpo era que en breve volvería a verlo. Al vampiro que había ocupado cada uno de mis pensamientos.
Cuando estaba dispuesta a montar a mi caballo con Marlene a cuestas en una cesta, observé a un hombre inconsciente apartado en un callejón. Así que ni corta ni perezosa, viendo que podía tener la misma talla que Erlend, cogí su ropa y pensé que así me ahorraría un paseo por las casas de los aldeanos; quizás mañana haría esas visitas. Miré al hombre desnudo, y lo tapé con una manta que llevaba en el caballo. Le dejé también unas cuantas monedas que me habían echado mientras bailaba, y me marché. Aquello repondría parte de mi hurto.
Y salí a caballo hacia mi hogar. Mi nuevo hogar.

Galopeé hacia la casa de la playa cuando apenas quedaba tiempo para el amanecer, de echo los primeros rayos del sol ya casi asomaban, tanto que incluso me sentí tentado a observarlos botella en mano y acabar así con aquella misera no vida.

Aquella noche, había recibido la peor de las traiciones, mi querida Katherine convertida en Ariyne en esos tiempos se casaría pronto con otro. Me había mentido, traicionado, yo para ella solo había sido el juguete con el que pensaba entretenerse hasta el día de su boda.
Lo peor es que ni siquiera esa información surgió de sus labios, boca que había besado minutos antes.
Estaba tan ebrio que me tambalee hacia la puerta de la cabaña aun sin saber guiado por que motivo, pues no deseaba que para mi anocheciera de nuevo.  Volví a darle un buen tiento a aquella botella ya casi vacía y que para nada saciaba mi sed aproximándome a la puerta, que parecía resistirse a ser abierta.

En el cabaret por el contrario había conseguido al menos por un corto periodo de tiempo dejar de oír a mis demonios, que ahora nuevamente gritaban en mi cabeza pidiendo venganza.
Cerré la puerta tras de mi sujetándome como pude mientras una risa ebria inundaba aquella cabaña.
-Por poco me pilla el sol -bromeé sin gracia enredando las palabras frente a una preocupada Moira que me miraba sin dar crédito a aquel despojo vampirico que nuevamente tenia  frente a ella.
No diré que sentí vergüenza, la verdad estaba demasiado borracho para sentirla, ni pudor alguno cuando torpemente trate de sacar mi camisola por el cuello casi cayendo al suelo.

Comencé a preocuparme de que Erlend no volviese cuando quedaban apenas unos minutos para el amanecer; aunque quizás, había decidido pasar el día con aquella mujer con la que tenía sus encuentros. Al fin y al cabo, conmigo solo tenía una amistad y ninguna obligación.
Tras preparar el fuego como cada amanecer, me aseé un poco y me puse el camisón. Decidí esperarlo sentada en la mecedora junto al fuego hasta el alba, si entonces no había llegado, me acostaría.
¿Cómo podía ser que en tan poco tiempo ya echase de menos su ausencia?
Cuando me estaba adormeciendo todavía sentada, escuché los cascos de su caballo aproximarse a toda prisa; y me acerqué a la puerta. El amanecer ya estaba sucediendo; no le iba a dar tiempo.
Justo en ese momento, la puerta se abrió, y lo que entró no era ni mucho menos el fantasma de Erlend. Me quedé paralizada sin saber que hacer, y el corazón me dio un vuelco. ¿Le habrían hecho daño? Pero no notaba ningún olor a sangre...
El vampiro que había ante mis ojos estaba demacrado, con la ropa estropeada, ebrio como una cuba... y hundido totalmente en la miseria.
Me acerqué a él cuando lo vi tambalearse, y lo cogí de la cintura.
-¿Qué te ha pasado?- susurré asustada, mientras todavía buscaba alguna herida
En un principio pensé que le habrían atacado, pero el hedor que echaba a sexo, alcohol y otros aromas indescifrables, me indicó que había llevado su diversión demasiado lejos.
Pero cuando miré sus ojos, no era precisamente diversión lo que veía en ellos. Estaba dolido, y con su dolor llegó el mío.

Su mano rodeo mi cintura con suavidad, resignada, lejos de parecer enfadada estaba preocupada, aquello era tan nuevo para mi como la necesidad de volver a lo que ahora podía llamar hogar.
Estaba agotado y tan ebrio que simplemente y por primera vez deje mi orgullo atrás y me deje hacer, apoye mi peso en ella, aunque no demasiado, no quería lastimara y caminamos juntos hacia el camastro, mi camastro.

No pensaba contarle nada, ahí si que no iba a entrar, ya debía dar una imagen suficientemente lamentable como para encima aburrirla con la penosa historia de mi vida y la nueva traición de la misma dama con distinto nombre.
No aprendía de mis errores y eso me enfurecía en demasía, hacia que me sintiera tan débil que sentía asco de mi mismo.
Daba igual ser mortal o humano, definitivamente los siglos de experiencia no habían pasado por mi, nuevamente buscaba una segunda oportunidad como si fuera un niño que aun creía en cuentos de hadas.
Me sentía tan patético en aquel preciso instante que ganas me dieron de soltarme y salir a tomar el sol un rato, mas la infinita paciencia de Moira me forzó a no hacerlo.

Seguí en silencio caminando despacio por mi torpe paso hasta que alcance la cama donde Moira me ayudo a recostarme. Busque su mirada con la mía completamente vacía aun preguntándome el por que esa mujer que de nada me conocía se comportaba de ese modo conmigo.
-lo siento -musite mientras sentía como mis ojos se entrecerraban por mas esfuerzos que hacia por mantenerlos abiertos.

Ante mi sorpresa Erlend se dejó hacer, y apoyándose ligeramente en mí me dejó acompañarlo hasta su lecho.
Opté por no mencionarle nada más; estaba claro que no tenía heridas visibles, por lo que no lo habían atacado, así que lo mejor era dejarlo descansar.
Acaso quién era yo para preguntarle el por qué de su estado. Negué con la cabeza. No era nadie. Solo una caza ardillas que se preocupaba por él y lo apreciaba.
Fuimos andando con calma hasta su camastro, donde se acostó, y tras mirarme fijamente a los ojos, quizás un poco desconcertado susurró un "lo siento". Segundos después estaba completamente dormido. ¿Por qué me perdía perdón? ¿Acaso era a mí a quien había hecho algún mal? Borré ese pensamiento de mi mente, sabía que Erlend jamás me haría daño.
Lo dejé unos minutos solo para poner en el fuego una pequeña olla con agua limpia y unas ramas de lavanda. Aún sabiendo que aquello me traería problemas, me acerqué de nuevo a su lado y opté por desnudarlo de aquella ropa que olía de todo menos bien, y dejarlo en calzones.
Cogí el agua que ya estaba caliente y con una paño lavé a Erlend; la esencia de la lavanda le dejaría descansar. Traté de no recrearme, aunque era complicado no fijarse en aquel cuerpo tan bien definido.
¿Qué le habría pasado para volver así? Se había ido contento a su cita, de modo que lo más probable es que algo no hubiese salido bien. Quizás por la mañana me lo contaría. Mientras lo miraba dormir una pena prensaba mi pecho.
Vi su ropa en el suelo y acabé lavándosela en un barreño con jabón; después la coloqué en unas sillas cerca de la chimenea y me marché a dormir. Con un poco de suerte podría descansar unas cinco horas antes de que anocheciese de nuevo.

Abrí los ojos cuando el ocaso anuncio el fin del día para dar paso a la palpable noche.
Lleve mis dedos a la sien que parecía iba a explotar, y cerré los ojos incapaz de mantenerlos abiertos pues hasta la luz de la chimenea era molesta para mi.
Resaca, así se le conocía a aquella enfermedad de los borrachos que hoy despertaba conmigo en aquella cama.
Fue entonces cuando se me ocurrió mirar bajo las sabanas al sentir mi cuerpo liberado de ropaje alguno y con un extraño olor a... ¿Lavanda?
¿Pero que manía tenia esta vampiresa de desnudarme y echarme potingues?
Negué con la cabeza frunciendo el ceño apartando la sabanas que cubrían mi desnudo cuerpo y poniéndome en pie, no negare que aun los demonios clamaban venganza y que aquella noche no se me antojaba mucho mas serena que la anterior.

Había sido traicionado nuevamente por amor, ¿acaso no aprendía? Katherina, Ariyne o como Odin quiera se llamaran eran un reflejo de mi propia ignorancia, no existía el amor, no un amor de oportunidades, el amor era doloroso, y dañino hasta el grado máximo.
Por amor se perdían y ganaban guerras a diario, el amor era capaz de destruir imperios y como no de hacer lo mismo con un inmortal que solo deseaba encontrar un buen nicho donde descansar y poner fin a sus miseros días.

No habría valquirias para mi ,ese derecho lo había perdido hacia tiempo y posiblemente mi linaje se reiría desde el Valhala al ver el despojo débil en el que me había convertido.

Entonces llego Moira, en silencio, interrumpiendo mis pensamientos con aquella sonrisa que siempre me regalaba de forma desinteresada.
Deje escapar el aire, esta vez incapaz de reprocharle nada. Mas tarde me lavaría en el agua salada para quietar aquel olor a flores que amagaba mi hombría.

Había dormido escasas horas, más todavía me había despertado antes que Erlend.
Me levanté como cada mañana sin hacer ruido, para preparar algunos de mis brebajes, dispuesta de pasarme aquella noche visitando a los aldeanos; hasta varias noches después no tendría que volver a actuar en el burdel, así que podía dedicarme a ayudar a los demás con mis conocimientos, que era lo que más me gustaba.
Añadí algunos troncos más de leña al fuego, pues hacía frío aquel día y tenía que preparar varias infusiones con agua caliente.
Lo primero era preparar una infusión a base de raíces de jengibre, menta y manzana y un poco de zumo de limón para el malestar que tendría Erlend cuando se levantase. Y después haría otras bebidas con zanahoria y remolacha, para ayudar a los pacientes de mi sangrías de la anemia.
Me cambié de ropa, colocándome un sencillo vestido para poder trabajar cómoda, y doblé la ropa de Erlend, que ya estaba seca, dejándola sobre la mesa.
El vampiro aún estaba dormido; así que me puse manos a la obra mientras me sentía completa al girar la cabeza y vez a Erlend allí dormido.
Había pasado un par de horas cuando el vampiro se despertó; su cara no era mucho mejor que la noche anterior, pero me acerqué contenta al ver de nuevo esos preciosos ojos delante de mí.
- Lavé tu ropa anoche- dije tímidamente mientras le extendía su ropa limpia para que no anduviese desnudo de nuevo por la cabaña.- Y te he preparado esta bebida; bebétela, te sentará bien.
Dejé todo encima de la cama, y volví al calor de la chimenea para darle un poco de intimidad.

Tome la ropa y me la puse en silencio bajo la atenta mirada de Moira que aun sujetaba aquel vaso que olía a rayos.
Deje escapar el aire buscando la manera de decirle que no estaba acostumbrado a tantos cuidados y atenciones, que no era necesario me bañase como si fuera un niño por muy lamentable que fuera mi estado al volver a casa. Ni tampoco que me preparara infusiones para combatir la resaca, aquello me hacia sentir infantil y débil y yo había dejado de ser ambas cosas ya hacia ya muchos siglos.

-Moira -musite llevando mi mano hacia la suya y tomando el vaso que acerque a mi nariz arrugandola ligeramente con desagrado -no deberías tomarte tantas molestias...no me hace sentir cómodo -apunte parco en palabras.

Lleve aquel vaso a mis labios y me lo bebí de un trago encaminando mis pasos hacia la pila de la cocina para dejarlo.
Tome las botas y me las coloque anudando con fuerza los cordones.
Aquel día no estaba de humor, aun así no quería pagar con Moira mis problemas con la loba, así que me limite a merodear la casa como un fantasma hasta que la catedral volvió a anunciar las once de la noche.
-Me marcho -apunte sin dar mas explicaciones -nos vemos luego -añadí consciente de que con lo mucho que aquella mujer se preocupaba capaz era de pensar que estaba enfadado con ella y que no volvería jamas.

Le dedique una sonrisa y me encamine a mi corcel que pastaba tranquilo por los alrededores y tras colocar las alforjas que había traído del interior de la casa y que posiblemente fue Moira la que se esforzó en quitar del caballo la noche anterior monte de un salto.
Puse dirección a la playa que por suerte se encontraba relativamente cerca, así quitaría aquel olor a flores que Moira había impregnado en mi la noche anterior.

Erlend se vestía en silencio la ropa que yo le había dejado limpia y preparada junto a su camastro, mientras yo esperaba con su bebida en silencio. Un silencio un tanto incómodo, todo sea dicho.
- No deberías tomarte tantas molestias...no me hace sentir cómodo.- musitó mientras tomaba mi mano al coger el brebaje que olía a rayos, y que yo misma me plantearía si bebérmelo o sufrir la resaca.
- Perdona, no era mi intención; solo quería...da igual.- susurré casi más para mí que para él.
Me sentí un poco mal en aquellos momentos; mi intención no era que se sintiese incómodo, más bien todo lo contrario. Quería que supiese que tenía alguien con quien contar, incluso en sus peores momentos; que supiese que ya no estaba solo, y que si me necesitaba siempre estaría ahí para lo que hiciese falta.
El vampiro se bebió el contenido de la taza, haciendo una mueca de asco, lo cual era normal...y tras dejarla en el fregador se dedicó a merodear por la cabaña; imaginaba que esperando a su cita con aquella hembra con la que había estado las últimas noches.
Imaginé que no tendría muchas ganas de hablar, así que le concedí su espacio y me dediqué a mis labores herbolarias antes de visitar a los aldeanos de los alrededores.
Cuando la catedral de París dio las once de la noche, Erlend se dispuso a partir de nuevo.
- Me marcho, nos vemos luego.- dijo antes de salir por la puerta con las alforjas de su caballo.
- Hasta luego, Erlend.- contesté; sentí que mis palabras denotaban tristeza, más no sabía exactamente si el motivo era porque cada noche volvía al lado de aquella hembra, o porque tenía el miedo de que no volviese al amanecer junto a mí.
Pero justo antes de marcharse, en el limbo de la puerta, Erlend se giró y me dedicó la sonrisa más bonita que hubiese visto jamás. Le correspondí sonriéndole también, y sin darme cuenta, abriéndole mi corazón que tantos milenios había permanecido cerrado.


Fueron transcurriendo los días, y la relación entre nosotros se iba estrechando cada vez más. Al amanecer los dos nos reuníamos en mi cabaña y disfrutábamos de la compañía del otro. Habíamos construido sin darnos cuenta un hogar en el que refugiarnos de las adversidades. Por la noche,continuamos con mi entrenamiento con el arco, aunque todavía probando con el de él; los roces y los acercamientos fueron despertando en mí sentimientos hasta ahora desconocidos, y la necesidad de tenerlo siempre a mi lado, más todas las noches, al sonar las campanas de Notre Dame, Erlend se marchaba a su cita. Y yo me quedaba vacía de nuevo hasta el amanecer.


Continuamos la historia entre sendos personajes en la Cabaña de Moira. Residencias para Vampiros.