AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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When the lights go out [Lucern]
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When the lights go out [Lucern]
Continuaba preguntándome cómo había llegado a éste sitio aterrador, tenebroso y por demás, desagradable. Sin contar que no había pisado un cementerio en mis diecinueve inocentes años. Los detestaba, les tenía aprensión. Ni siquiera había concurrido a los entierros de mis padres ni de mi finado abuelo, quien siempre me repetía "Isaura, pequeña, debes tenerle miedo a los vivos, no a los muertos", y yo, que había jurado nunca estar cerca de una tumba, reía ante el tono que empleaba, tan condescendiente y tranquilo, muy alejado a lo que solía ser él en su vida cotidiana.
El haber evocado el recuerdo de Don Alexander Blackraven, sólo hizo que mi ritmo cardíaco se acelerara aún más. La noche era cruel, una helada que no esperaba caía y congelaba mis sentidos y mi capacidad para pensar en cómo salir de allí. ¡¿Es qué no había cuidadores por ningún sector?! Caminaba y caminaba sin rumbo, con la idea fija de que en cualquier momento se aparecería un asesino serial frente a mi y me haría una invitada más a todos los que se encontraban debajo de mis pies. Mi mente ya imaginaba ruidos donde no los había, sombras donde si quiera había una rama de árbol reflejada gracias a la Luna.
Lo peor que podía pasarme era convertirme en una cobarde a ésta altura de la vida. No me lo permitiría y prefería la muerte antes de perder la cordura. Por lo tanto, no me quedaba otra salida que despejar mi mente, y a duras penas conseguí arrancarme las palabras de la carta que había recibido y que me había llevado al trastorno psíquico y al revuelo emocional por el cual estaba transitando. Es que la idea de que aquel vegetal que había quedado en Inglaterra fuese capaz de dejar todos sus compromisos y realizarme una visita, se había confirmado en su último escrito. Cada vez que llegaban los papeles sellados con el escudo de su familia en ese lacre color bordó que me hacía pensar en la sangre, me convertía en un fantasma, y era justo en lo que me había transformado hasta hacía segundos atrás, en los que salí de la conmoción y volví a un estado que podría decirse "normal".
Me castigaba mentalmente, reprochándome la falta de auto control. Había salido del palacete como una fiera embravecida. Llorando y despotricando contra el mundo mi poca suerte, mi triste destino y mi falta de amor. Es que realmente estaba sola, y por más que tuviese a mis incondicionales empleados, ellos no llenaban el espacio que había quedado vacío, sin contar, que necesitaba a mi hermano más que nunca, pero él tenía asuntos más importantes que atender que los caprichos de su hermanita, y debía entenderlo, por más que me doliese e incomodase.
Si algo me faltaba, era que una leve brisa comenzara a soplar y acrecentara el frío que sentía, que no era poco. El camisolín y la bata de seda no eran un abrigo apropiado para tal circunstancia, y refregar mis brazos tampoco era de ayuda. Definitivamente, el lugar era más grande de lo que imaginaba, y más lúgubre de lo que había fantaseado. Me detuve y miré de un lado a otro, intentando reconocer una figura humana que me ayudase a salir de allí, pero lo único que conseguía era encontrarme con lápidas, árboles y oscuridad. Hice tan sólo unos pasos más, hasta apoyarme contra un tronco, intentaría relajarme y encontrar una solución, en algún lado tenía que estar la salida.
El haber evocado el recuerdo de Don Alexander Blackraven, sólo hizo que mi ritmo cardíaco se acelerara aún más. La noche era cruel, una helada que no esperaba caía y congelaba mis sentidos y mi capacidad para pensar en cómo salir de allí. ¡¿Es qué no había cuidadores por ningún sector?! Caminaba y caminaba sin rumbo, con la idea fija de que en cualquier momento se aparecería un asesino serial frente a mi y me haría una invitada más a todos los que se encontraban debajo de mis pies. Mi mente ya imaginaba ruidos donde no los había, sombras donde si quiera había una rama de árbol reflejada gracias a la Luna.
Lo peor que podía pasarme era convertirme en una cobarde a ésta altura de la vida. No me lo permitiría y prefería la muerte antes de perder la cordura. Por lo tanto, no me quedaba otra salida que despejar mi mente, y a duras penas conseguí arrancarme las palabras de la carta que había recibido y que me había llevado al trastorno psíquico y al revuelo emocional por el cual estaba transitando. Es que la idea de que aquel vegetal que había quedado en Inglaterra fuese capaz de dejar todos sus compromisos y realizarme una visita, se había confirmado en su último escrito. Cada vez que llegaban los papeles sellados con el escudo de su familia en ese lacre color bordó que me hacía pensar en la sangre, me convertía en un fantasma, y era justo en lo que me había transformado hasta hacía segundos atrás, en los que salí de la conmoción y volví a un estado que podría decirse "normal".
Me castigaba mentalmente, reprochándome la falta de auto control. Había salido del palacete como una fiera embravecida. Llorando y despotricando contra el mundo mi poca suerte, mi triste destino y mi falta de amor. Es que realmente estaba sola, y por más que tuviese a mis incondicionales empleados, ellos no llenaban el espacio que había quedado vacío, sin contar, que necesitaba a mi hermano más que nunca, pero él tenía asuntos más importantes que atender que los caprichos de su hermanita, y debía entenderlo, por más que me doliese e incomodase.
Si algo me faltaba, era que una leve brisa comenzara a soplar y acrecentara el frío que sentía, que no era poco. El camisolín y la bata de seda no eran un abrigo apropiado para tal circunstancia, y refregar mis brazos tampoco era de ayuda. Definitivamente, el lugar era más grande de lo que imaginaba, y más lúgubre de lo que había fantaseado. Me detuve y miré de un lado a otro, intentando reconocer una figura humana que me ayudase a salir de allí, pero lo único que conseguía era encontrarme con lápidas, árboles y oscuridad. Hice tan sólo unos pasos más, hasta apoyarme contra un tronco, intentaría relajarme y encontrar una solución, en algún lado tenía que estar la salida.
Última edición por Isaura Blackraven el Vie Nov 26, 2010 7:07 pm, editado 1 vez
Isaura Blackraven- Realeza Inglesa
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Fecha de inscripción : 22/10/2010
Localización : Where the oaks and stars could die for sorrow
Re: When the lights go out [Lucern]
La parte luminosa de la luna esta noche, mantiene la forma de un círculo partido justo a la mitad. Es la misma forma que tuvo aquélla primera noche cuando le conoció. Es también la misma forma que vio cuando se retorcía del dolor mientras terminaba su transformación. Quizás es por ello que se siente malditamente extraño esta noche. “El futuro nos tortura y el pasado nos encadena” Es aquélla maldita frase la que crea eco en su cabeza. Una estruendosa abofeteada se hace escuchar desde el comedor de la mansión Ralph. Una mujer desnuda, con sus piernas levemente entreabiertas ha perdido el conocimiento sobre la enorme mesa. Desde su nariz y la comisura de sus labios, la sangre emana a borbotones, esparciendo aquél exótico e intenso color rojo sobre la blanca tela. La mirada del vampiro se queda perdida en la mancha que crece y crece conforme las manecillas giran y su vino favorito desaparece. Afuera, los rayos plata juegan con los jardines y setos abandonados. No hay más sonido que las ráfagas del viento al chocar contra los cristales. Una noche fría. ¿Lloverá como suele pasar en éste día? Ignorando la falta de latidos en el cuerpo de la quinceañera, toma su enorme abrigo negro para ser uno mismo con su “madre”, la noche…
Se adentra en los bosques y corre. Corre rápidamente. Esquiva las ramas de los árboles, salta las rocas y se detiene… la laguna se baña con las pocas estrellas en el firmamento… pequeñas luces que se esparcen como velas flotantes… Un nombre llega a su mente y una sonrisa perversa aparece. Una maldita sonrisa que se distorsiona fugazmente. No hay tiempo. Un paso atrás y el vampiro continúa corriendo. Los venados huyen en cuanto perciben su cercanía. Un búho ulula y las aves emprenden su vuelo. Escapando. Sí. Escapan. Él puede percibir sus miedos. Se regocija solo un segundo y, finalmente, llegado hasta el límite del bosque. Esta vez, Paris parece no estar durmiendo. Los carruajes están en movimiento. Una fiesta, a las que tanto odia asistir. Los aplausos en el teatro, los gritos de los borrachos, los ladridos de los perros, el maullar del gato… La ciudad está sumergida en el bullicio… Los callejones están iluminados… Si estuviese buscando una víctima, éste sería el sitio menos oportuno. ¿Podría empeorar su día?
Alzando el cuello de su abrigo para pasar desapercibido, el vampiro cruza una de las calles menos pobladas. Sin vacilar y dando pasos gigantescos, camina hacia su destino. Un niño choca “accidentalmente” con sus pies. Su cabello castaño es una maraña, pero lo que mas le divierte es lo pegajoso que se ve su rostro. El niño ha estado llorando desde hace un buen rato. Sus mejillas están sonrosadas y la forma en que sorbe por su nariz, provoca en Lucern el deseo de emprender un nuevo juego. Se lo debe a su ex prometida por aquéllos sueños que jamás se cumplieron. Es hora de “rendirle tributo” al fantasma que le atormentó por mucho tiempo. Aquéllos días se han perdido. Esta vez, no va al Cementerio a recordarle, sino a demostrarle que él no es quien le amó sino quien le asesinó. “Un asesino” Sonríe lentamente al niño y con un falso “Déjame ayudarte”, toma la pequeña mano entre la suya, pasando las viejas puertas de madera que mantienen el letrero con el nombre “Cementerio de Montmartre”. Pronto se ven pasando lápida tras lápida… Lucern sonríe conforme el niño hace presión en su agarre. El viento… siempre a su favor, trae consigo el olor de una hembra… ¿Podría ponerse mejor? Con un plan maquinándose en su mente, se arrodilla hasta quedar a la altura del pequeño. “Actuarás como si fueses mi hijo” Penetrar la mente del infante, es tarea fácil. Antes de que el niño pudiese asentir, Lucern le mordió en el cuello, creando dos pequeños orificios que no se molestó en sellar tras saciar levemente su apetito. O sí. Jugaría con la mente de la humana… ¿a ser el bueno?
Se adentra en los bosques y corre. Corre rápidamente. Esquiva las ramas de los árboles, salta las rocas y se detiene… la laguna se baña con las pocas estrellas en el firmamento… pequeñas luces que se esparcen como velas flotantes… Un nombre llega a su mente y una sonrisa perversa aparece. Una maldita sonrisa que se distorsiona fugazmente. No hay tiempo. Un paso atrás y el vampiro continúa corriendo. Los venados huyen en cuanto perciben su cercanía. Un búho ulula y las aves emprenden su vuelo. Escapando. Sí. Escapan. Él puede percibir sus miedos. Se regocija solo un segundo y, finalmente, llegado hasta el límite del bosque. Esta vez, Paris parece no estar durmiendo. Los carruajes están en movimiento. Una fiesta, a las que tanto odia asistir. Los aplausos en el teatro, los gritos de los borrachos, los ladridos de los perros, el maullar del gato… La ciudad está sumergida en el bullicio… Los callejones están iluminados… Si estuviese buscando una víctima, éste sería el sitio menos oportuno. ¿Podría empeorar su día?
Alzando el cuello de su abrigo para pasar desapercibido, el vampiro cruza una de las calles menos pobladas. Sin vacilar y dando pasos gigantescos, camina hacia su destino. Un niño choca “accidentalmente” con sus pies. Su cabello castaño es una maraña, pero lo que mas le divierte es lo pegajoso que se ve su rostro. El niño ha estado llorando desde hace un buen rato. Sus mejillas están sonrosadas y la forma en que sorbe por su nariz, provoca en Lucern el deseo de emprender un nuevo juego. Se lo debe a su ex prometida por aquéllos sueños que jamás se cumplieron. Es hora de “rendirle tributo” al fantasma que le atormentó por mucho tiempo. Aquéllos días se han perdido. Esta vez, no va al Cementerio a recordarle, sino a demostrarle que él no es quien le amó sino quien le asesinó. “Un asesino” Sonríe lentamente al niño y con un falso “Déjame ayudarte”, toma la pequeña mano entre la suya, pasando las viejas puertas de madera que mantienen el letrero con el nombre “Cementerio de Montmartre”. Pronto se ven pasando lápida tras lápida… Lucern sonríe conforme el niño hace presión en su agarre. El viento… siempre a su favor, trae consigo el olor de una hembra… ¿Podría ponerse mejor? Con un plan maquinándose en su mente, se arrodilla hasta quedar a la altura del pequeño. “Actuarás como si fueses mi hijo” Penetrar la mente del infante, es tarea fácil. Antes de que el niño pudiese asentir, Lucern le mordió en el cuello, creando dos pequeños orificios que no se molestó en sellar tras saciar levemente su apetito. O sí. Jugaría con la mente de la humana… ¿a ser el bueno?
Tarik Pattakie- Vampiro/Realeza
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Re: When the lights go out [Lucern]
Las diversificación de sombras que se traslucían en el piso, me atemorizaban y entre cortaban mi respiración, que de por si, era dificultosa por el frío, un frío que no experimentaba hacía mucho tiempo. Podía sentir los dedos de mis pies entumecidos, y mis manos, que hacían un esfuerzo sobre natural por otorgarle calor a mis brazos, se adormecían lentamente. Mis dientes chocaban y el ruido atormentador que hacían me desesperaba, obligándome a reincorporarme. Separé una de mis manos de mi cuerpo, y la descargué en el tronco, ayudándome para mantenerme el pie. Mi tensión debía estar baja, el no haber cenado, sumado al sobresalto emocional que había sufrido, se confabularon para que mi malestar se acentuara con el correr de los minutos, que parecían eternos a juzgar por la manera en que todo había comenzado a dar vueltas, los sonidos habían comenzado a disiparse y un punzante ruido cruzaba mis sienes. La sensación vomitiva era incontrolable, sin embargo, apoyé mi mano libre en la boca del estómago, cerré los ojos y comencé a inspirar y a exhalar, al principio, parecía un martirio, pero con el correr de los segundos, cada objeto volvía a su lugar, y de a poco, comencé a percibir cómo mis pies ya no creían volar si no, que estaban en tierra firme.
No tenía noción del tiempo, ni cuánto hacía que permanecía fuera de casa. Quizá habían pasado solo minutos, a lo mejor…horas. Seguramente todos estarían preocupados por mi, y ya habrían salido en grupos de empleados a buscarme, armando un alboroto, que no sería bueno para el apellido, y si llegaba a Inglaterra la repentina desaparición de una Blackraven, mi hermano terminaría preocupándose y me obligaría a volver, perdiendo la libertad que tanto me había costado conseguir. Nuevamente, ese impulso se apoderó de mi, y ya no me detendría ni el sentirme indispuesta ni aunque se me presentara el mismísimo demonio en frente. Me persigné reiteradas veces ante ese pensamiento, la parte irlandesa de mi familia materna, me había convertido en una devota cristiana, y no debía atraer el mal, no debía.
Me acaricié un par de bucles, y descubrí el origen del exagerado cambio climático de mi cuerpo. Todavía estaba húmedo a causa del baño que había tomado antes de salir, y eso era lo que disminuía notablemente mi temperatura corporal. El salto de cama y el camisolín se encontraban empapados y el agua se había escurrido hasta dar con la piel de mis hombros, de mi espalda y de mi cintura. A continuación, negué con mi cabeza y me reprendí mentalmente. Había dejado dominarme por la exaltación, perdiendo la capacidad de juicio, no había reparado si quiera en los peligros para mi salud y para mi integridad a los cuales había quedado expuesta. ¿Pero qué más daba? Ya estaba allí, entre medio de cúmulos de tierra, olores nauseabundos y una bruma espesa que disminuía la visión. Aunque mi mayor preocupación era el no saber, exactamente, en qué sitio me encontraba. Podía ser cualquiera de los cementerios parisinos, detestaba la incertidumbre, y estaba envuelta ella.
Decidida a no continuar estancada, a paso lento, retomé el camino, sin rumbo fijo, pero segura de que encontraría una salida tarde o temprano. Junté ambas manos y las llevé a la altura de mi boca, intentando que mi aliento les otorgara un poco de calor, pero era en vano, se empeñaban en mantenerse casi tiesas, como los dueños de casa. Pude divisar a una distancia no muy lejana, dos figuras, una más alta que la otra. Avanzaba cautelosa, tras haber descartado que no eran producto de mi imaginación; me albergó la idea de que sean dos ánimas que vagaban sin encontrar paz, pero inmediatamente prescindí de tan tonta fantasía. No me cabían dudas, había encontrado al cuidador del lugar, y la silueta que se notaba de un niño, supuse, era la de su hijo. ¿Qué hacía ese hombre con un nene en un lugar así a tan altas horas de la noche? Me reprendí ante mis malos pensamientos, quizá se trataba de un hombre de escasos recursos que no tenía con quien dejar al pequeño, algo que sería muy normal en cualquier lugar del mundo.
Señor… – musité en un hilo de voz. Presa del temor y del abandono, me detuve a escasos metros y caí de rodillas. “ Por fin lo hallé… ” me dije y apoyé ambas palmas en la tierra. Ese alivio se mezclaba con alegría, saldría de ese sitio nefasto, volvería a casa y me daría un baño de agua caliente y pétalos de flores, la Señora Lemacks me pasaría la suave esponja, luego tomaría un té de valeriana y me acostaría en mi cama, a descansar. Al día siguiente despertaría con el incidente ya formando parte del pasado y todo quedaría en el olvido. Tenía suerte, mis padres y mi abuelo me habían protegido, y aprendí que los muertos no se levantaban de las tumbas, ni los fantasmas deambulaban reclamando volver a la vida, y tampoco existía ninguna de esas criaturas de las cuales habían llegado rumores a mis oídos.
No tenía noción del tiempo, ni cuánto hacía que permanecía fuera de casa. Quizá habían pasado solo minutos, a lo mejor…horas. Seguramente todos estarían preocupados por mi, y ya habrían salido en grupos de empleados a buscarme, armando un alboroto, que no sería bueno para el apellido, y si llegaba a Inglaterra la repentina desaparición de una Blackraven, mi hermano terminaría preocupándose y me obligaría a volver, perdiendo la libertad que tanto me había costado conseguir. Nuevamente, ese impulso se apoderó de mi, y ya no me detendría ni el sentirme indispuesta ni aunque se me presentara el mismísimo demonio en frente. Me persigné reiteradas veces ante ese pensamiento, la parte irlandesa de mi familia materna, me había convertido en una devota cristiana, y no debía atraer el mal, no debía.
Me acaricié un par de bucles, y descubrí el origen del exagerado cambio climático de mi cuerpo. Todavía estaba húmedo a causa del baño que había tomado antes de salir, y eso era lo que disminuía notablemente mi temperatura corporal. El salto de cama y el camisolín se encontraban empapados y el agua se había escurrido hasta dar con la piel de mis hombros, de mi espalda y de mi cintura. A continuación, negué con mi cabeza y me reprendí mentalmente. Había dejado dominarme por la exaltación, perdiendo la capacidad de juicio, no había reparado si quiera en los peligros para mi salud y para mi integridad a los cuales había quedado expuesta. ¿Pero qué más daba? Ya estaba allí, entre medio de cúmulos de tierra, olores nauseabundos y una bruma espesa que disminuía la visión. Aunque mi mayor preocupación era el no saber, exactamente, en qué sitio me encontraba. Podía ser cualquiera de los cementerios parisinos, detestaba la incertidumbre, y estaba envuelta ella.
Decidida a no continuar estancada, a paso lento, retomé el camino, sin rumbo fijo, pero segura de que encontraría una salida tarde o temprano. Junté ambas manos y las llevé a la altura de mi boca, intentando que mi aliento les otorgara un poco de calor, pero era en vano, se empeñaban en mantenerse casi tiesas, como los dueños de casa. Pude divisar a una distancia no muy lejana, dos figuras, una más alta que la otra. Avanzaba cautelosa, tras haber descartado que no eran producto de mi imaginación; me albergó la idea de que sean dos ánimas que vagaban sin encontrar paz, pero inmediatamente prescindí de tan tonta fantasía. No me cabían dudas, había encontrado al cuidador del lugar, y la silueta que se notaba de un niño, supuse, era la de su hijo. ¿Qué hacía ese hombre con un nene en un lugar así a tan altas horas de la noche? Me reprendí ante mis malos pensamientos, quizá se trataba de un hombre de escasos recursos que no tenía con quien dejar al pequeño, algo que sería muy normal en cualquier lugar del mundo.
Señor… – musité en un hilo de voz. Presa del temor y del abandono, me detuve a escasos metros y caí de rodillas. “ Por fin lo hallé… ” me dije y apoyé ambas palmas en la tierra. Ese alivio se mezclaba con alegría, saldría de ese sitio nefasto, volvería a casa y me daría un baño de agua caliente y pétalos de flores, la Señora Lemacks me pasaría la suave esponja, luego tomaría un té de valeriana y me acostaría en mi cama, a descansar. Al día siguiente despertaría con el incidente ya formando parte del pasado y todo quedaría en el olvido. Tenía suerte, mis padres y mi abuelo me habían protegido, y aprendí que los muertos no se levantaban de las tumbas, ni los fantasmas deambulaban reclamando volver a la vida, y tampoco existía ninguna de esas criaturas de las cuales habían llegado rumores a mis oídos.
Isaura Blackraven- Realeza Inglesa
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Re: When the lights go out [Lucern]
El niño temblaba y susurraba palabras que divertían a Lucern conforme se acercaban a una de las lápidas, lugar donde obligó al pequeño a sentarse sobre las rosas negras que crecían como atributo al ser que ahí “descansaba”. Una vil mentira que vendía aquélla tumba vacía. Un maldito recuerdo que torturaba los hilos de sus pensamientos ante la sangre que se había derramado hacía mucho tiempo… Sangre de un ser querido… “¿Era esto lo que queríamos, inolvidable Astrid? ¡Sarcasmo! Bendito sarcasmo. Con una depravada sonrisa que dejaban ver sus filosos colmillos en la obscuridad que reinaba ante la neblina que empezaba a tejerse, creando el escenario perfecto para la masacre que se daría en el lugar y momento perfecto, Lucern buscó entre sus bolsillos una pieza que siempre llevaba consigo. Una daga que mantenía sus iniciales y que había visto correr en su afilada hoja, sangre de inocentes y pecadores… Esta noche, su hambre se vería saciada de manos del pequeño que ignoraba su destino. Una vida que se terminaba y otra que seguro empezaba en el cuarto de alguna mujer junto a su comadrona. Tomando la mano del pequeño, la cerró sobre la empuñadura con fuerza, obligándole a sostenerla con fiereza… ¿Disfrutaría de la visión de su propia sangre? En el instante en que escuchó la voz de la mujer que se encontraba ¿perdida?, Lucern cedió a la locura…
¿Era alivio lo que oía en su voz? ¿Alivio? ¡Una soberana estupidez! ¿Abrasaría al demonio por el miedo que sentía ante la soledad que se vivía en este lúgubre lugar? “Madame” Alegó, levantándose- un rápido cambio de planes-, no sin antes darle unas órdenes al pequeño. Órdenes que darían pauta al juego entre ellos. Dejó su posición en pasos cortos, fingiendo indecisión, siendo guiado por los latidos de la dama. La suave y… delgada tela que dejaba poco a la imaginación pervertida de Lucern, provocaba que su garganta se viese, figurativamente, como malditas lijas… enrojeciendo, doliendo, aclamando la fresquedad que sentiría en cuanto la primera gota se deslizara como la limpia estocada de una espada. ¿Qué hace usted en medio de… la nada? Ser un actor del Theatre des Vampires darían, esta noche, su fruto. Cayó a un lado de la dama, ensuciando su elegante y fino traje de la tierra putrefacta donde los gusanos caminaban para hacerse con los cadáveres. La morbosidad de Lucern no conocía límites… imaginarse dentro del cuerpo de… ¿A todo esto, qué demonios hacía con tan solo un camisón? ¿Desconocía el peligro que vestir así conllevaba? Olvidémonos del lugar donde se encontraba. Haciendo a un lado aquél pensamiento, ofreció la mano a la dama para ayudar a levantarle. Del otro lado, las pisadas del pequeño no tardaron en llegar a oídos del vampiro… Finalmente había empezado… El niño correría con la daga en mano y… La preocupación se hizo evidente en la frente del vampiro, quien se perdía en el olor de la dama que le miraba con total intensidad...
Tarik Pattakie- Vampiro/Realeza
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Re: When the lights go out [Lucern]
La voz de ese extraño hombre me pareció profunda y penetrante, alertó cada uno de mis sentidos, llamando mi atención de una manera difícil de explicar en palabras, incitándome a seguirlo con la mirada hasta que se acercase a mí. No desvié mis ojos de su recorrido si quiera un instante. ¿Qué era ese magnetismo indescriptible que me obligaba a observarlo de modo tan descarado? Al posarse a tan escasa distancia, pude percibir un perfume, un aroma diferente que me cautivaba, sin embargo, no lograba descifrar sus componentes. Jamás había sentido una fragancia tan particular. ¿Realmente era el cuidador del cementerio? En mi, se abrieron tantos interrogantes que no pude evitar que mis mejillas se enrojecieran. Me había detenido en su atractivo, a pesar de la escasa luz. Los aires parisinos estaban alterando mi carácter y mi consciencia.
Nuevamente habló, y me sacó del trace momentáneo en que había caído, producto del influjo hipnótico que esa persona emanaba. Carecía de respuestas coherentes ante una pregunta tan lógica, era evidente que me encontraba totalmente fuera de lugar. Intenté reflexionar una contestación rápida, no obstante, las palabras se atragantaron en mi garganta cuando noté su mano extendiéndose hacia mí, invitándome a tomarla y ponerme de pie. ¿Era correcto tocar la piel de un masculino sin tener mis guantes? ¿Me juzgaría como deficiente mental o como una fulana? En mi interior había pasado una eternidad, pero fueron tan sólo segundos los que me tomó replicar - Me perdí… - argumenté tímidamente, mientras levantaba mis palmas del suelo. ¡Estaban llenas de tierra! Las sacudí con sutileza y los leves golpes entre mis dedos, me produjeron dolor a causa del entumecimiento, que se figuró en una casi imperceptible mueca en mi boca.
Más por impulso que por convicción, apoyé las yemas sobre su mano, aunque no me animé a apretarla. Me levanté con dificultad, puesto que el clima seguía haciendo estragos con mi sistema inmunológico. Un cosquilleo en mi nariz me dio la pauta de que el resfrío ya me había vulnerado, y rápidamente oculté mi rostro tras una de mis palmas y un delicado estornudo, tal como se habían empecinado en enseñarme, salió expulsado. ¿Tendría fiebre? A juzgar por la pesadez de los párpados y los escalofríos que recorrían mi espalda, diría que si - Disculpe que lo moleste, Señor – el deseo de volver a mi hogar, hizo que perdiera la vergüenza de dirigirme a él - Podría indicarme la salida, por favor? – mi tono era bajo, me caracterizaba por eso, y el retraimiento volvió. Agaché mi cabeza, y sólo le dirigí cortos vistazos, en espera de una solución favorable.
Nuevamente habló, y me sacó del trace momentáneo en que había caído, producto del influjo hipnótico que esa persona emanaba. Carecía de respuestas coherentes ante una pregunta tan lógica, era evidente que me encontraba totalmente fuera de lugar. Intenté reflexionar una contestación rápida, no obstante, las palabras se atragantaron en mi garganta cuando noté su mano extendiéndose hacia mí, invitándome a tomarla y ponerme de pie. ¿Era correcto tocar la piel de un masculino sin tener mis guantes? ¿Me juzgaría como deficiente mental o como una fulana? En mi interior había pasado una eternidad, pero fueron tan sólo segundos los que me tomó replicar - Me perdí… - argumenté tímidamente, mientras levantaba mis palmas del suelo. ¡Estaban llenas de tierra! Las sacudí con sutileza y los leves golpes entre mis dedos, me produjeron dolor a causa del entumecimiento, que se figuró en una casi imperceptible mueca en mi boca.
Más por impulso que por convicción, apoyé las yemas sobre su mano, aunque no me animé a apretarla. Me levanté con dificultad, puesto que el clima seguía haciendo estragos con mi sistema inmunológico. Un cosquilleo en mi nariz me dio la pauta de que el resfrío ya me había vulnerado, y rápidamente oculté mi rostro tras una de mis palmas y un delicado estornudo, tal como se habían empecinado en enseñarme, salió expulsado. ¿Tendría fiebre? A juzgar por la pesadez de los párpados y los escalofríos que recorrían mi espalda, diría que si - Disculpe que lo moleste, Señor – el deseo de volver a mi hogar, hizo que perdiera la vergüenza de dirigirme a él - Podría indicarme la salida, por favor? – mi tono era bajo, me caracterizaba por eso, y el retraimiento volvió. Agaché mi cabeza, y sólo le dirigí cortos vistazos, en espera de una solución favorable.
Isaura Blackraven- Realeza Inglesa
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Re: When the lights go out [Lucern]
Lucern cerró los ojos como si saborease una deliciosa comida en medio de un festín a su nombre. La mujer, el plato principal que le deleitaría con su carne… el niño, el postre que complementaría la escena que ya empezaba a tomar forma entre un mar de ideas. La canción de la muerte resonaba por las calles parisinas. Malditas melodías dramáticas y funestas que se reunían para apreciar el derrame de sangre que habría sobre la tierra en una noche cualquiera. Un conjunto de notas que le excitaban y le divertían a su manera, sacando al maniático que dentro de él habita y se regocija. Notas… El latir del pequeño que lucha inútilmente por encontrar una salida a las órdenes autoimpuestas por el conde. O la dama que, en su compañía, cree estar a salvo de la soledad que se vive y respira, entre los cadáveres en descomposición que serán testigos de la desaparición de otro ser humano que se encontraba en el lugar y momento equivocado. La neblina había tirado sus redes, una cómplice que se unía al designio de los dioses, atrapando al demonio con quien pretendía usar de marioneta. ¡O sí! Lucern quería una mascota que acudiera a su encuentro, rogando por el placer de las endorfinas que propagaban sus mordiscos, sensaciones vertiginosas que recorrerían las venas de su acompañante hasta hacerle sentir como un pequeño y ¿tierno? gato, deseosa de un roce de su cuerpo, de una palabra de su boca, de un beso de sus labios.
¡Corre! La belleza en el tono del pequeño, enviaba escalofríos placenteros que se deslizaban hasta su ingle, como si éste estuviese ultrajando el cuerpo de una mujer pura. ¡Pump! Un tropiezo… Una sonrisa que Lucern no podía esbozar, pero que ahí, en el brillo de su mirar, se podía apreciar. ¡Levántate! Las sensaciones se esfumaron en cuanto descubrió que aquélla caída le había costado un pequeño cambio de planes. Los engranajes se movían a su antojo y eso, no era algo que le gustase. ¡No mires atrás! La ira envolvió al vampiro, haciéndole gruñir por lo bajo… Su preciosa víctima no encontraría la salida en medio de tanta neblina. La Luna no guiaba al viajero esta noche. Él le había reemplazado una vez que les había encontrado… Error. Ellos le habían encontrado. Se habían puesto en su camino. El pequeño había tropezado y ella, la mujer, ya estaba esperándole en el Cementerio de Montmartre. Una maldita cita que le caía de maravilla. Un rastro de sonrisa- sonrisa fingida a fin de cuentas-, curvó sus labios. No le pasaba por alto la belleza, ni la mirada penetrante que se cruzaba con la suya cuando ella creía que no le estaba mirando. - Tome mi abrigo. ¿Estaba enferma? Podía usar esa excusa y… ¿llevarle a su mansión? No, mejor fingir que también él estaba perdido. Inmediatamente, como un caballero y dado que, así le habían educado, se quitó el abrigo para cedérselo a la dama que aguardaba un final ¿conmovedor? entre sus brazos. – Me temo que estamos atrapados. El tono del vampiro, una voz amigable y seductora que guardaba dentro de sí, un tono letal, filoso y peligroso. – Tratar de ganarle a la neblina, sería causa perdida, Lady… Esperando que ella le dijese su nombre, esperó. Esperar... A veces la paciencia engendraba vivencias inolvidables que se llevaría en su memoria.
OFF: Perdón la tardanza ._. Intento responder lo mas pronto u__u
¡Corre! La belleza en el tono del pequeño, enviaba escalofríos placenteros que se deslizaban hasta su ingle, como si éste estuviese ultrajando el cuerpo de una mujer pura. ¡Pump! Un tropiezo… Una sonrisa que Lucern no podía esbozar, pero que ahí, en el brillo de su mirar, se podía apreciar. ¡Levántate! Las sensaciones se esfumaron en cuanto descubrió que aquélla caída le había costado un pequeño cambio de planes. Los engranajes se movían a su antojo y eso, no era algo que le gustase. ¡No mires atrás! La ira envolvió al vampiro, haciéndole gruñir por lo bajo… Su preciosa víctima no encontraría la salida en medio de tanta neblina. La Luna no guiaba al viajero esta noche. Él le había reemplazado una vez que les había encontrado… Error. Ellos le habían encontrado. Se habían puesto en su camino. El pequeño había tropezado y ella, la mujer, ya estaba esperándole en el Cementerio de Montmartre. Una maldita cita que le caía de maravilla. Un rastro de sonrisa- sonrisa fingida a fin de cuentas-, curvó sus labios. No le pasaba por alto la belleza, ni la mirada penetrante que se cruzaba con la suya cuando ella creía que no le estaba mirando. - Tome mi abrigo. ¿Estaba enferma? Podía usar esa excusa y… ¿llevarle a su mansión? No, mejor fingir que también él estaba perdido. Inmediatamente, como un caballero y dado que, así le habían educado, se quitó el abrigo para cedérselo a la dama que aguardaba un final ¿conmovedor? entre sus brazos. – Me temo que estamos atrapados. El tono del vampiro, una voz amigable y seductora que guardaba dentro de sí, un tono letal, filoso y peligroso. – Tratar de ganarle a la neblina, sería causa perdida, Lady… Esperando que ella le dijese su nombre, esperó. Esperar... A veces la paciencia engendraba vivencias inolvidables que se llevaría en su memoria.
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Tarik Pattakie- Vampiro/Realeza
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Re: When the lights go out [Lucern]
Sutil aroma a muerte arrastrado desde lo más profundo de la tierra hasta impregnarse en la piel, en las ropas. Desagradable sensación provocada por aquella que no se nombra pero que está, tácita en su accionar, expresa en la evidencia, confirmada en la lápidas, que levantadas en su gris sucio, daban testimonio que allí había actuado la tan temida, a la que los sujetos le han huido y respetado desde que el hombre es hombre, desde que el mundo es mundo. ¿Qué misterios se escondían debajo del suelo? ¿Qué había llevado a cada ser a perecer al encanto de la oscura dama que coleccionaba vidas y las arrebataba sin previo aviso? Al final…todos seremos seducidos por tan majestuoso ritual. ¿Qué se sentiría morir? Dolor, placer, desesperación, miedo, tristeza, alegría… Emociones encontradas, antónimas, sinónimas, ¿qué importaba? Emociones en fin. Ella era capaz de tanto… Admirable.
El lúgubre paisaje se desfiguraba minuto tras minuto, mientras la espesa neblina se apelmazaba en el aire, revistiendo con su manto intangible lo que parecía mantenerse allí. Había captado mi atención, y la voz de mi acompañante se escuchaba extrañamente lejana, sólo había logrado susurrar un “gracias” antes el ofrecimiento de su abrigo, que en ese preciso instante, se me hacía tan necesario como el oxígeno. La atmósfera siniestra se había colado en mi estado de ánimo, sumergiéndome en una especie de ensoñación por la que se filtraron las palabras del desconocido, quien, evidentemente, esperaba saber quien era la esquizofrénica que se encontraba en ese lugar, a esa hora y en ese atuendo tan poco ortodoxo - Blackraven, Isaura Blackraven – de habernos encontrado en un salón de baile o importante reunión, extendería mi mano con el afán de que el caballero posara sus labios en el dorso de ésta, sin embargo, el escenario y el tener la piel descubierta, se convertían en factores para que, esa elegancia y formalidades a las que me encontraba acostumbrada, pasaran a un segundo plano, totalmente incompatible con la confusa situación en la me veía envuelta.
Mi propia voz me repuso de la enajenación y logré comprender que ese hombre se encontraba ¿tan perdido como yo? La casualidad era demasiada, sumado a que no lo notaba muy desorientado, pero si muy convencido de sus palabras. Un asesino serial, un ladrón, un pervertido, ¡un zombie! No, esa última posibilidad quedó descartada automáticamente, pero las demás eran muy razonables. ¿Cómo no me había dado cuenta antes?, no obstante… Lo observé detalladamente, de pies a cabeza, su atuendo elegante y porte extremadamente masculino no daban cuentas de que él fuese un delincuente. Las apariencias engañan – fue lo primero que me repetí tras el análisis. Era consciente de que la cercanía con el señor que destilaba ese aroma tan…cautivante, no me hacía sentir segura, y quizá estaba prejuzgándolo, pero estaba más que claro que él no era el cuidador del lugar.
La inercia me llevó a dar un paso atrás, no me interesaba si tropezaba de manera ridícula, prefería estar preparada, por si, en el peor de los casos, debía huir como un corderito. ¿Y a dónde iría? No había escapatoria, su estructura atlética denotaba que si intentaba un movimiento en falso, en un par de zancadas me alcanzaría. La amplia imaginación por la que me caracterizaba, estaba atrofiando las pocas ideas razonables que desaparecían como la esperanza de regresar a mi hogar. No dejaría que mi consciencia se turbara y actuaría lo más natural posible - Y usted es… – parecía que una eternidad había separado las frases que había logrado hilvanar, aunque sólo habían sido escasas milésimas de segundos. Era sorprendente como el susto obraba de manera escalofriante.
Off: No se preocupe (:
El lúgubre paisaje se desfiguraba minuto tras minuto, mientras la espesa neblina se apelmazaba en el aire, revistiendo con su manto intangible lo que parecía mantenerse allí. Había captado mi atención, y la voz de mi acompañante se escuchaba extrañamente lejana, sólo había logrado susurrar un “gracias” antes el ofrecimiento de su abrigo, que en ese preciso instante, se me hacía tan necesario como el oxígeno. La atmósfera siniestra se había colado en mi estado de ánimo, sumergiéndome en una especie de ensoñación por la que se filtraron las palabras del desconocido, quien, evidentemente, esperaba saber quien era la esquizofrénica que se encontraba en ese lugar, a esa hora y en ese atuendo tan poco ortodoxo - Blackraven, Isaura Blackraven – de habernos encontrado en un salón de baile o importante reunión, extendería mi mano con el afán de que el caballero posara sus labios en el dorso de ésta, sin embargo, el escenario y el tener la piel descubierta, se convertían en factores para que, esa elegancia y formalidades a las que me encontraba acostumbrada, pasaran a un segundo plano, totalmente incompatible con la confusa situación en la me veía envuelta.
Mi propia voz me repuso de la enajenación y logré comprender que ese hombre se encontraba ¿tan perdido como yo? La casualidad era demasiada, sumado a que no lo notaba muy desorientado, pero si muy convencido de sus palabras. Un asesino serial, un ladrón, un pervertido, ¡un zombie! No, esa última posibilidad quedó descartada automáticamente, pero las demás eran muy razonables. ¿Cómo no me había dado cuenta antes?, no obstante… Lo observé detalladamente, de pies a cabeza, su atuendo elegante y porte extremadamente masculino no daban cuentas de que él fuese un delincuente. Las apariencias engañan – fue lo primero que me repetí tras el análisis. Era consciente de que la cercanía con el señor que destilaba ese aroma tan…cautivante, no me hacía sentir segura, y quizá estaba prejuzgándolo, pero estaba más que claro que él no era el cuidador del lugar.
La inercia me llevó a dar un paso atrás, no me interesaba si tropezaba de manera ridícula, prefería estar preparada, por si, en el peor de los casos, debía huir como un corderito. ¿Y a dónde iría? No había escapatoria, su estructura atlética denotaba que si intentaba un movimiento en falso, en un par de zancadas me alcanzaría. La amplia imaginación por la que me caracterizaba, estaba atrofiando las pocas ideas razonables que desaparecían como la esperanza de regresar a mi hogar. No dejaría que mi consciencia se turbara y actuaría lo más natural posible - Y usted es… – parecía que una eternidad había separado las frases que había logrado hilvanar, aunque sólo habían sido escasas milésimas de segundos. Era sorprendente como el susto obraba de manera escalofriante.
Off: No se preocupe (:
Isaura Blackraven- Realeza Inglesa
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Re: When the lights go out [Lucern]
Un silencio infernal emerge del abismo que se abre entre cazador y presa.
El paso en falso que ha dado la dama ataviada en su abrigo, le ha puesto en sobre aviso. Es ese suave sonido el que le ha sacado de la ensoñación en la que el niño le ha inducido. Esa cristalina mirada que lo observa todo y a la vez nada. ¿En qué está pensando? Sería tan fácil obligarle a escupir las palabras de sus labios, pero entonces; ¿qué del juego que con tanto estupor ha creado? Los labios del vampiro son ahora una perfecta línea, cualquier atisbo de sonrisa se ha difuminado como su amiga la neblina. La seriedad que desprende, la maldita arrogancia que le compete, ese porvenir que no augura un final ameno, le estudia y se ofende. ¿En qué falló su actuación? Lucern enarca una ceja ante la rápida mirada de la dama. Dos pueden jugar a ello... ¡Maldición! La palabra se apodera de su boca y él blasfema con fuerza, haberle dado su abrigo ha cubierto el encanto y la delicia de sus curvas, el tono de su sonrosada piel y el latir indomable de la yugular que le encadena a su ser. - ¿Ocurre algo? La mirada de Lucern se ha transformado, ha dejado de ser amigable; ahora solo analiza sus acciones. El conteo regresivo ha empezado. El tic tac de su reloj de bolsillo entona esa musiquilla diabólica, es el director de su obra...
Si Lady Blackraven iba a responder a su pregunta, ésta murió en sus labios ante el sonido de un rayo. Un rayo que resquebraja el cielo como el vaso de cristal precipitándose al vacío. Un rayo que tétricamente, acompañó a Lucern en el mismo segundo en que develó su identidad. – Lucern. Otro rayo rompió el firmamento. Tras esa máscara intangible, tras esos ojos interesados, tras esa boca donde sus caninos afilados peleaban por mostrarse, la neblina fue succionada por un fantasma y las gotas de lo que parecía una larga tormenta, se precipitaron sobre los tres cuerpos con vida que caminaban por el cementerio. Uno no burlaría a la muerte esta noche. ¿Quién? ¿Quién demonios? ¿El niño o la sensual dama? Lucern miró hacia la derecha y no había más que lápidas alzándose. Teatro, ¡puro teatro! él sabía donde estaba varado, él sabía que todo era una ilusión provocada por su mente, para su mente... para sus propósitos. Ella lo había orillado. Isaura no tendría escapatoria. Lucern no se había pasado las últimas centurias sentado en su escritorio viendo pasar los días, había practicado por horas, aplicando cualquier clase de control, de ilusión, de dolor en los pensamientos de sus víctimas.
Un árbol viejo y con las ramas torcidas, no era suficiente para albergarles. Sin embargo, tras ese grotesco árbol, se encontraba el “paraje” donde los cadáveres pertenecientes a altos funcionarios descansaban. Un agradable túnel. O sí, el infierno resultaba un agradable paraíso. – Conozco un lugar donde podremos refugiarnos. Sus ojos se encontraron. El se regodeó en ese peculiar brillo lleno de vida. Ofreció su mano y esperó un segundo, dos, tres... ¿Tendré que llevarle a la fuerza? Piense con inteligencia. Cuatro, cinco... El tic tac de su reloj parecía querer romper sus tímpanos. El vampiro le dio mas vigor a su ilusión, aumentando la sensación de la lluvia al caer, cuchillas que se clavaban en sus cuerpos... ¿cuánto más Isaura, cuánto más? Los pasos del pequeño cesaron, ya no se escuchaban sus pequeñas pisadas. El niño había resultado ser una ficha inteligente en su tablero. Los charcos que se hacían, le delatarían... ¡Ja! Lucern apenas hacía sus primeros movimientos.
Tarik Pattakie- Vampiro/Realeza
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Re: When the lights go out [Lucern]
“Con frecuencia, cuando la muerte quiere decir algo, los vivos hacen lo imposible por callarla.”
El firmamento mismo sucumbió ante aquellas explosiones. La rajadura en el cielo, y la consiguiente deplorable iluminación me mostró la expresión hierática del caballero que había fijado su vista en mi. ¿Cómo dijo que era su nombre? “Lucern“ y que maniática obra del destino para acompañar con tan temible espectáculo la presentación de un hombre que lucía como salvador, pero que, al mismo tiempo, me inspiraba una desconfianza parcial. No sólo hay que ser, si no, parecer. No estaba en condiciones de hacer juicios de valor, él podía pensar tan mal de mi, como yo de él. Suspiré temerosa, ¡inhóspito clima! Lo observé con cautela y las líneas de su rostro se desdibujaban en el juego de luces y sombras que proponía la visión. No parecía real, jamás había logrado apreciar a un muchacho en otras circunstancias que no fuesen las paqueterías frívolas y banales que la posición social obligaba, en cambio, la escena que se anunciaba tan inusual, tenía su punto de inflexión allí donde el límite de la apariencia se veía sobrepasado por el misterio, factor común desde el instante cero en que ese extraño se había exhibido ante mi.
La tempestad amenazaba con romper en llanto, y fue sólo una cuestión de segundos para que la torrencial lluvia se desatara con tal fortaleza que haría temblar hasta al gladiador más entrenado, pero a ese señor nada parecía afectarle, todo lo contrario, se veía ¿satisfecho? Quizá, quien dramatizaba el cuadro montado para mi pesar era yo misma, influenciada por la sobre protección recibida desde la infancia, si bien no había sido una niña cobarde, esa noche no era, precisamente, una de mis preferidas. Una sonrisa casi imperceptible, pero cargada de amabilidad se retrató en mi boca, que ya sentía en su palidez el azote del agua, que helada, no cesaba. Su ofrecimiento me concedió algo muy parecido a la credulidad, pero no pude evitar la intriga. Mis ojos se pasearon entre su mano y su rostro…una vez…dos veces…tres veces, hasta adquirir la determinación que abrió la senda de la confianza con la que extendí mi brazo y me aferré a su propuesta con el único afán de comprobar si su piel de porcelana era tan suave como la había imaginado. Era lo más parecido a un Ángel de la Guarda, nada malo podía sucederme, o de eso quería convencerme.
— A usted lo envió Dios —apreté su mano inconscientemente, otro estruendo me había estremecido. La bravura del temporal actuaba tan impunemente que hasta habría jurado que era producto de mi imaginación. Empapada, y como efecto de la torrencial lluvia la ropa me pesaba, sólo atiné a dispensarle una mirada cargada de ruego. Ya no había motivos para seguir expuestos a tan irritante diluvio. Había despejado todas las dudas que había arremetido en contra de la persona de Sir Lucern, su conocimiento sobre un sitio posible de refugio, había confirmado que él era el encargado de ese lugar. No lo parecía, ni por sus modales, ni por su figura, además de que su abrigo se notaba de una tela refinada y no un harapo comprado con los pocos ahorros mensuales, sin desmerecer a cualquier trabajador. Recordé que en el primer momento en que vi a mi ahora acompañante, estaba junto a un niño, o una figura de contextura menor, ¿sería su hijo? ¿Habría huido por la tormenta? Pero no recordaba algún indicio de cambio climático, sólo la espesa neblina que turbaba la visión. No renegaba de la idea de que haya sido efecto de mi imaginación y que él se encontrara solo, sin nadie a su alrededor. También cabía la posibilidad de que fuese un ladronzuelo, París estaba lleno de ellos, y un cementerio hubiese sido un escondite perfecto.
La tempestad amenazaba con romper en llanto, y fue sólo una cuestión de segundos para que la torrencial lluvia se desatara con tal fortaleza que haría temblar hasta al gladiador más entrenado, pero a ese señor nada parecía afectarle, todo lo contrario, se veía ¿satisfecho? Quizá, quien dramatizaba el cuadro montado para mi pesar era yo misma, influenciada por la sobre protección recibida desde la infancia, si bien no había sido una niña cobarde, esa noche no era, precisamente, una de mis preferidas. Una sonrisa casi imperceptible, pero cargada de amabilidad se retrató en mi boca, que ya sentía en su palidez el azote del agua, que helada, no cesaba. Su ofrecimiento me concedió algo muy parecido a la credulidad, pero no pude evitar la intriga. Mis ojos se pasearon entre su mano y su rostro…una vez…dos veces…tres veces, hasta adquirir la determinación que abrió la senda de la confianza con la que extendí mi brazo y me aferré a su propuesta con el único afán de comprobar si su piel de porcelana era tan suave como la había imaginado. Era lo más parecido a un Ángel de la Guarda, nada malo podía sucederme, o de eso quería convencerme.
— A usted lo envió Dios —apreté su mano inconscientemente, otro estruendo me había estremecido. La bravura del temporal actuaba tan impunemente que hasta habría jurado que era producto de mi imaginación. Empapada, y como efecto de la torrencial lluvia la ropa me pesaba, sólo atiné a dispensarle una mirada cargada de ruego. Ya no había motivos para seguir expuestos a tan irritante diluvio. Había despejado todas las dudas que había arremetido en contra de la persona de Sir Lucern, su conocimiento sobre un sitio posible de refugio, había confirmado que él era el encargado de ese lugar. No lo parecía, ni por sus modales, ni por su figura, además de que su abrigo se notaba de una tela refinada y no un harapo comprado con los pocos ahorros mensuales, sin desmerecer a cualquier trabajador. Recordé que en el primer momento en que vi a mi ahora acompañante, estaba junto a un niño, o una figura de contextura menor, ¿sería su hijo? ¿Habría huido por la tormenta? Pero no recordaba algún indicio de cambio climático, sólo la espesa neblina que turbaba la visión. No renegaba de la idea de que haya sido efecto de mi imaginación y que él se encontrara solo, sin nadie a su alrededor. También cabía la posibilidad de que fuese un ladronzuelo, París estaba lleno de ellos, y un cementerio hubiese sido un escondite perfecto.
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Re: When the lights go out [Lucern]
¿Un hombre enviado por dios o todos en el infierno?
Las cejas de Lucern se elevaron ante aquéllas inesperadas y despreciables palabras. ¿Existía mayor insulto para el vampiro? En todos sus años como inmortal le habían llamado de mil formas y, cada palabra, cada maldición, cada sentimiento que se transformaba en odio mezclado con rencor; terminaban siendo ideales narcóticos que le sumergían en fantasías satisfactorias con mujeres desnudas enrollándose en sus sábanas, en el piso, en la sala o donde fuese que el deseo se le presentaba. La lluvia aumentaba con cada segundo que pasaba, clavándose como apetecibles estacas por cada centímetro de piel que encontraban. El aire estaba cargado del olor a tierra húmeda. El silencio al que habían estado sujetos solo se veía roto por los rayos que se lucían en el firmamento. Una ilusión perfecta que no dejaba cabos sueltos, incluso el niño que se había detenido, seguía siendo pieza del juego. Las comisuras de sus labios se curvaron ante el apretón que le dio a su mano, curioso como trabajaba la mente de la dama; un segundo dudaba y al otro, se iba con el demonio disfrazado a un lugar privado. Lucern sonrió con sarcasmo, aunque la dama no pudo apreciarlo. Finalmente, le guió al lugar donde estaría atrapada mientras salía a recuperar al primer participante.
Lo único que se percibía entre esas estrechas paredes que abrían paso a un lugar más espacioso, eran los estruendosos relámpagos que, solo en un par de ocasiones, eclipsaron la obscuridad que ahí se respiraba. Unas pequeñas ventanillas que se alzaban en lo alto eran las culpables de tan tétrica atmósfera. Lucern y la humana se adentraron en el túnel donde el olor putrefacto de los cadáveres era camuflado, solo ligeramente, por la humedad y el moho que se adhería a las paredes. Las pequeñas pisadas de las ratas que se movían con ligereza huyendo de los intrusos, era escuchado solo por la audición del vampiro. Lucern se preguntó si la dama que le acompañaba sentiría repugnancia por aquéllas criaturas. Negó ligeramente la cabeza, consciente de que, las probabilidades a que le sorprendiera eran nulas y carentes de fundamentos cuando, todas las mujeres con las que tenía la oportunidad de cruzarse, resultaban tan... tan... caprichosas y miedosas. Se detuvo al encontrarse a mitad de aquél lugar. Lady Isaura se había limitado a seguirle, no se había quejado, tenía que reconocérselo pero, ¿qué importaba? Ella se tendría que quedar sola por unos minutos.
- Me temo que... Los rayos producían una serie de luces espectrales que le permitían a la humana verle a él. Él, por el contrario, tenía la mejor visión de su cuerpo, ...la tormenta no menguará pronto. Lucern soltó su mano para buscar entre sus bolsillos uno de sus cigarrillos. Desistió al recordar que su cajilla se encontraba en el abrigo que le había prestado a la humana. - Deberías ponerte cómoda, mientras yo... Su mirada fue en dirección al lugar de donde habían entrado. Esas fueron las últimas palabras que se escucharon del conde. La obscuridad engulló el lugar por completo. La tormenta que les había acribillado se había disipado. Todo lo que había pasado en los últimos minutos parecía no haberse suscitado. Excepto que, Isaura ahora se encontraba encerrada. Una enorme tabla impedía su “posible huida”. A lo lejos, caminando sobre la lápida que había pertenecido a su prometida, el vampiro camina en medio de la niebla que continúa ahí, espectral, misteriosa, como si proviniese del más allá... nada inusual viniendo de aquél ¿escalofriante? lugar. Un niño en posición fetal bajo el cobijo del árbol, se encuentra gimiendo de dolor. El atisbo de los caninos de Lucern es todo cuanto su mirada percibe antes de que la obscuridad engulle por completo su mente...
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Re: When the lights go out [Lucern]
“Mira detrás de ti. Recuerda que eres mortal.”
La sospecha que había creado durante el trayecto, sobre cuál sería el dichoso refugio, se confirmó una vez frente a el. Me había dejado guiar por el enigmático Sir Lucern hacia el sitio acordado a unos pocos metros. Sería el fin de la tortura, o el comienzo de una nueva, no lograba dilucidar la distancia que había entre uno y otro. Al ingresar, el olor vomitivo se colaba por las vías nasales, que enviaban al cerebro el desagradable estímulo que era devuelto a modo de náuseas, bien controladas, pero que no dejaban de ser lo suficientemente insufribles. Había dos cosas que deseaba más que nada en ese momento, un pañuelo bañado en fragancia de lilas, que serviría para apalear la pestilencia reinante, y a Fouco, el hermoso alazán que el abuelo me había regalado con motivo de mi cumpleaños número trece. Intentaba contener la respiración lo más posible, y si hubiese tenido la valentía para cerrar los ojos, lo hubiese hecho, las figuras fantasmagóricas que nacían de las luces provocadas por los relámpagos, y el eco de los truenos que retumbaban por ese pasadizo que parecía no tener final, se estaban convirtiendo en el suplicio sin retorno. La única ventaja posible que le encontraba a la oscuridad, era que ocultaba entre sus penumbras a toda clase de alimañas que, sin duda alguna, caminaban a nuestra par.
Nos detuvimos en lo que parecía ¿una habitación? Apreté los párpados sólo unos segundos en un intento de dominar el mareo, al volver a la realidad, tenía al cuidador frente a mi, parecía que iba a hablarme, y las palabras que salieron de su boca, lejos de confortarme, fueron la muestra de pesimismo que faltaba para el desconsuelo. Mantendría la compostura, jamás había sido adepta de las quejas ni de los berrinches, una dama era una dama, en un salón de fiestas o en…un depósito de cadáveres. Irónica sensación de desprotección me invadió cuando soltó mi mano, podría jurar que en ese preciso instante, mi estatura se había reducido y que la figura masculina se agrandaba conforme la observa, aunque la visión iba de escasa a nula. No me dio tiempo a responderle, que volvió a pronunciar un absurdo, un total y completo absurdo. ¿Ponerme cómoda? Claro, me sentaría sobre un ataúd y tomaría un te de jazmín con algún difunto. ¡Vaya comodidad! Mis pensamientos se vieron interrumpidos por la pausa que hizo en su frase, parecía que la tormenta comenzaba a ceder, y noté que me encontraba sola nuevamente. ¿Qué clase de caballero deja a una señorita en un sitio como ese? —¿Señor Lucern? —pregunté en vano, él ya no estaba.
Me llevé la manga del abrigo al rostro, ni la lluvia había logrado extinguir el aroma varonil de la tela. Inspiré con profundidad y exhalé lentamente, dejando que el perfume hiciera efecto entre tanta putrefacción. Alcé mi vista y descubrí que el temporal había menguado con la misma rapidez como con la que se había desatado. Mi naturaleza curiosa pudo más que el asco, debía comprobar con todos mis sentidos que no era un engaño, si no, que realmente había cedido. Con cautela, tanteé mi alrededor y las texturas sólidas que percibía con el tacto y las estructuras levantadas del suelo con las que mis piernas chocaban, me daban la pauta de que estaba rodeada de féretros apilados, aunque logré convencerme de que eran muebles de roble colocados para adornar. Me armé de valor, y con dificultad me trepé a uno, las pantorrillas me temblaban dado al malestar general de mi cuerpo. Apoyé una de mis manos en la sucia abertura, y el moho impregnado en ella me provocó una arcada. Y aunque forcé las puntas de mis pies hasta que los dedos ardieron, no alcanzaba la altura justa. Pero la escasísima luz que ingresaba, me permitió ver sobre una de mis manos una asquerosa araña desplazándose con sus delgadas patas desacordes a su contextura, sacudí mi brazo con desesperación y tambaleé hasta caer de rodillas en el suelo y sobre mi palma se hizo presente un dolor punzante. Me puse de pie y las raspaduras me obligaron a sentarme sobre lo primero que supuse me sostendría.
La humedad que recorría mi muñeca sólo podía significar una cosa, un corte, y profundo. Con el dedo índice de la mano contraria recorrí la herida, y sin emitir siquiera un gemido, apreté el tajo, pero sólo conseguí abrirlo más. Había que detener el sangrado de alguna manera, y era hora de sacrificar el camisón. Con ayuda de mis dientes y de la extremidad que se mantenía sana, arranqué un gajo del borde de la tela húmeda e intenté limpiar la incisión, se notaba claramente que eso no ayudaba en nada. Resigné otro trozo más, y lo coloqué por encima de la palma, el dolor era intenso, y me mordí el labio inferior hasta sentir el gusto metálico de la sangre esparcirse por mi boca. Di por terminada esa relativa curación, necesitaba desinfectar la zona, cuántas bacterias podría haber allí dentro, sin contar que no tenía idea qué había provocado la herida. Sólo restaba esperar. ¿Esperar qué? Que el “Señor sin apellido” regresara o que me olvidara y me convirtiera en una más de los flagelados por la muerte.
Nos detuvimos en lo que parecía ¿una habitación? Apreté los párpados sólo unos segundos en un intento de dominar el mareo, al volver a la realidad, tenía al cuidador frente a mi, parecía que iba a hablarme, y las palabras que salieron de su boca, lejos de confortarme, fueron la muestra de pesimismo que faltaba para el desconsuelo. Mantendría la compostura, jamás había sido adepta de las quejas ni de los berrinches, una dama era una dama, en un salón de fiestas o en…un depósito de cadáveres. Irónica sensación de desprotección me invadió cuando soltó mi mano, podría jurar que en ese preciso instante, mi estatura se había reducido y que la figura masculina se agrandaba conforme la observa, aunque la visión iba de escasa a nula. No me dio tiempo a responderle, que volvió a pronunciar un absurdo, un total y completo absurdo. ¿Ponerme cómoda? Claro, me sentaría sobre un ataúd y tomaría un te de jazmín con algún difunto. ¡Vaya comodidad! Mis pensamientos se vieron interrumpidos por la pausa que hizo en su frase, parecía que la tormenta comenzaba a ceder, y noté que me encontraba sola nuevamente. ¿Qué clase de caballero deja a una señorita en un sitio como ese? —¿Señor Lucern? —pregunté en vano, él ya no estaba.
Me llevé la manga del abrigo al rostro, ni la lluvia había logrado extinguir el aroma varonil de la tela. Inspiré con profundidad y exhalé lentamente, dejando que el perfume hiciera efecto entre tanta putrefacción. Alcé mi vista y descubrí que el temporal había menguado con la misma rapidez como con la que se había desatado. Mi naturaleza curiosa pudo más que el asco, debía comprobar con todos mis sentidos que no era un engaño, si no, que realmente había cedido. Con cautela, tanteé mi alrededor y las texturas sólidas que percibía con el tacto y las estructuras levantadas del suelo con las que mis piernas chocaban, me daban la pauta de que estaba rodeada de féretros apilados, aunque logré convencerme de que eran muebles de roble colocados para adornar. Me armé de valor, y con dificultad me trepé a uno, las pantorrillas me temblaban dado al malestar general de mi cuerpo. Apoyé una de mis manos en la sucia abertura, y el moho impregnado en ella me provocó una arcada. Y aunque forcé las puntas de mis pies hasta que los dedos ardieron, no alcanzaba la altura justa. Pero la escasísima luz que ingresaba, me permitió ver sobre una de mis manos una asquerosa araña desplazándose con sus delgadas patas desacordes a su contextura, sacudí mi brazo con desesperación y tambaleé hasta caer de rodillas en el suelo y sobre mi palma se hizo presente un dolor punzante. Me puse de pie y las raspaduras me obligaron a sentarme sobre lo primero que supuse me sostendría.
La humedad que recorría mi muñeca sólo podía significar una cosa, un corte, y profundo. Con el dedo índice de la mano contraria recorrí la herida, y sin emitir siquiera un gemido, apreté el tajo, pero sólo conseguí abrirlo más. Había que detener el sangrado de alguna manera, y era hora de sacrificar el camisón. Con ayuda de mis dientes y de la extremidad que se mantenía sana, arranqué un gajo del borde de la tela húmeda e intenté limpiar la incisión, se notaba claramente que eso no ayudaba en nada. Resigné otro trozo más, y lo coloqué por encima de la palma, el dolor era intenso, y me mordí el labio inferior hasta sentir el gusto metálico de la sangre esparcirse por mi boca. Di por terminada esa relativa curación, necesitaba desinfectar la zona, cuántas bacterias podría haber allí dentro, sin contar que no tenía idea qué había provocado la herida. Sólo restaba esperar. ¿Esperar qué? Que el “Señor sin apellido” regresara o que me olvidara y me convirtiera en una más de los flagelados por la muerte.
Isaura Blackraven- Realeza Inglesa
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Re: When the lights go out [Lucern]
Los pasos de Lucern ni siquiera alteran la tierra infértil que ensucia la suela de sus zapatos. El aire pútrido que llena sus pulmones es esa jodida sustancia que le droga excitantemente. Una amenaza que se alza fingiendo ser un gigante malhumorado que aplasta todo a su paso. Es adictivo. ¿Reconoces ese olor a tierra húmeda cuando las primeras gotas caen precipitadamente en el pavimento, en las hojas, en la tierra, en tu cuerpo? ¿La gama de olores que se mezclan y penetran tus fosas nasales? Esa es una tonta imagen que no se compara ni se comparará, con el inconfundible olor a muerte en medio de ese solitario y, por ende, apetecible lugar. Ese hedor que idiotiza los sentidos y hace del maniático un maldito novato con sus divagaciones. Lucern no se molesta en ocultar sus filosos colmillos sobre esa demoniaca sonrisa conforme sus pupilas abarcan cada pequeño e inusual detalle. No lo necesita, difícilmente alguien mas se le unirá esta noche, pero está en su naturaleza observar y avanzar. Fuertes ráfagas de viento desordenan su cabello. La melodía que le acompaña es solo la de aquél órgano que finge ahogarse, burlar a la muerte y salir por aire... el corazón del infante... El vampiro le ha estado arrastrando en dirección al túnel después de haber tomado otra pinta de sangre. Habría sido mejor si el pequeño no hubiese jugado al valiente, escapando de sus garras antes de que la dama “atrapada” tuviese la oportunidad de presentarse. El cuello del pequeño contiene las cuatro marcas que sus incisivos han logrado en ese periodo de tiempo. El intenso rojo ha bañado su camisa junto con el sudor y la tierra por hacer estado corriendo en busca de una salida.
La puerta atrancada aparece ante ellos y es en ese segundo que Lucern se deshace de los pies del pequeño, tirándolo como si se tratara de solo un saco de basura que hay que... sí... tirar. El rechinar de la puerta alertó, sin duda, a la dama que se encontraba, esperaba, en el lugar donde le había indicado. Muy a su pesar, Lucern tomó al pequeño y lo tiró sobre su hombro. Una maldición fue expulsada y desgarrada desde su garganta al estar tan cerca de la vena que le llamaba. Era cierto que podía refrenarse pero, perder el control le gustaba aún más. Otra mordida y el niño moriría antes de lo que él tenía pensado. Se adentró en el túnel como lo había hecho anteriormente... no había ningún indicio de la humana... su pequeña víctima dejó escapar un gemido entre los espasmos que le ocasionaba la fiebre que comenzaba a propagarse por su cuerpo. Su sonrisa se ensanchó, sorprendentemente, al reconocer entre la humedad el olor que pertenecía a ella... Habían estado lo suficientemente cerca, para grabar en su memoria su aroma pero esto iba mas allá, era ese inconfundible olor a sangre el que daba un tirón al demonio que había aplacado hacía apenas un instante. Dejando caer el bulto del pequeño sobre una de las lápidas, Lucern se encontró ante esa mirada que le causaba una terrible ansia, pero ¿por qué? Este no era el momento para hacerse preguntas y responderlas. Este era el momento para...
Su mirada se desvió de aquél hermoso rostro y, una sonrisa pícara reemplazó la que había estado llevando en cuanto observó el camisón que le cubría. Lady Isaura mantenía el abrigo que le había dado abierto y... su camisón había sufrido un altercado... En realidad, dejaba muy poco a la imaginación de Lucern o quizás, era precisamente ese morbo el que siempre le acompañaba el que hacía imposible no dejar fluir sus pensamientos. Todo sucedió muy rápido, incluso para el vampiro. Un segundo estaba observando su camisón y al otro, se encontraba deshaciendo la provisionada venda que ya estaba teñida de rojo. La curiosidad mató al gato... Su boca se encontraba peligrosamente sobre sus labios, su aliento era el único hilo invisible que enviaba una cálida onda y, sin darle importancia al torrente de preguntas que se presentaría una vez ella asimilara, la lengua de Lucern se encontraba lamiendo descaradamente la herida en la palma de su mano. Pronto no fue solo la palma, sino los dedos los que Lucern introducía en su boca, ¿cómo era posible que aún estuviese hambriento? No lo sabía y no le importaba, después de todo le tenía a ella y pensaba utilizarla.
La puerta atrancada aparece ante ellos y es en ese segundo que Lucern se deshace de los pies del pequeño, tirándolo como si se tratara de solo un saco de basura que hay que... sí... tirar. El rechinar de la puerta alertó, sin duda, a la dama que se encontraba, esperaba, en el lugar donde le había indicado. Muy a su pesar, Lucern tomó al pequeño y lo tiró sobre su hombro. Una maldición fue expulsada y desgarrada desde su garganta al estar tan cerca de la vena que le llamaba. Era cierto que podía refrenarse pero, perder el control le gustaba aún más. Otra mordida y el niño moriría antes de lo que él tenía pensado. Se adentró en el túnel como lo había hecho anteriormente... no había ningún indicio de la humana... su pequeña víctima dejó escapar un gemido entre los espasmos que le ocasionaba la fiebre que comenzaba a propagarse por su cuerpo. Su sonrisa se ensanchó, sorprendentemente, al reconocer entre la humedad el olor que pertenecía a ella... Habían estado lo suficientemente cerca, para grabar en su memoria su aroma pero esto iba mas allá, era ese inconfundible olor a sangre el que daba un tirón al demonio que había aplacado hacía apenas un instante. Dejando caer el bulto del pequeño sobre una de las lápidas, Lucern se encontró ante esa mirada que le causaba una terrible ansia, pero ¿por qué? Este no era el momento para hacerse preguntas y responderlas. Este era el momento para...
Su mirada se desvió de aquél hermoso rostro y, una sonrisa pícara reemplazó la que había estado llevando en cuanto observó el camisón que le cubría. Lady Isaura mantenía el abrigo que le había dado abierto y... su camisón había sufrido un altercado... En realidad, dejaba muy poco a la imaginación de Lucern o quizás, era precisamente ese morbo el que siempre le acompañaba el que hacía imposible no dejar fluir sus pensamientos. Todo sucedió muy rápido, incluso para el vampiro. Un segundo estaba observando su camisón y al otro, se encontraba deshaciendo la provisionada venda que ya estaba teñida de rojo. La curiosidad mató al gato... Su boca se encontraba peligrosamente sobre sus labios, su aliento era el único hilo invisible que enviaba una cálida onda y, sin darle importancia al torrente de preguntas que se presentaría una vez ella asimilara, la lengua de Lucern se encontraba lamiendo descaradamente la herida en la palma de su mano. Pronto no fue solo la palma, sino los dedos los que Lucern introducía en su boca, ¿cómo era posible que aún estuviese hambriento? No lo sabía y no le importaba, después de todo le tenía a ella y pensaba utilizarla.
Tarik Pattakie- Vampiro/Realeza
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Re: When the lights go out [Lucern]
Me encontraba sumergida en la monárquica penumbra, la que todo lo abarca, la que todo lo posee; en la que los sonidos inexistentes se distorsionaban en el murmullo sordo del canto sacrílego de la muerte, donde los fieles abdicaron al ritual furibundo y se entregaron al compás de su vals. La fiebre me mantenía dispersa y abstraída, ese lugar no era ese lugar, esa hora no era esa hora, ese día no era ese día. Las sensaciones parecían multiplicadas y sentía mi mano latir sin cesar. Un ardor inusual la había rodeado, y el pedazo de tela que la circundaba ya goteaba la sangre que lo empapaba. El silencio sepulcral se rompió con el lejano sonido de unos pasos, de sus pasos, que se volvían más audibles a medida que la distancia se acortaba. Algo que cayó generó un estruendo que me exaltó y me mantuvo alerta, conservaba los dientes apretados por inercia, y al puño que estaba sano, lo oprimía contra la superficie. Sin embargo, en medio del ambiente viciado, pude distinguir su perfume y luego, su figura que se detuvo ante mí. Contuve la respiración, que de por si era dificultosa, para observar sus rasgos, su piel parecía más pálida de lo que había podido percibir anteriormente. Me estudiaba sin decoro alguno, y yo retribuía de la misma manera, aunque no podía negar que su presencia me intimidaba más de lo que hubiera deseado
Cuando su piel hizo contacto con la mía y se deshizo de la improvisada venda, ahogué una queja que sólo fue el preámbulo del motín de sensaciones que Sir Lucern, con su avasalladora estirpe, desencadenó sin previo aviso. Mis párpados que se habían mantenido caídos y pesados, se abrieron ante el erotismo que la escena representaba y si las palabras pudieran describir lo que ese hombre transmitía, la vida misma se convertiría en un verdadero galimatías. La calidez del interior de su boca chocaba con la frialdad de mis dedos, que segundo a segundo eran poseídos por sus labios fuertes y demandantes, y rozaban con sus dientes y su paladar. Un acto impuro, impropio, imperdonable e imputable, era la protagonista de una apostasía dolorosa, que me envolvía en el éxtasis enfermizo que generaba el suplicio lujurioso. No podía desviar la mirada de su porte estoico consumido por la penumbra e iluminado por la sensualidad. Podía escuchar mi propio corazón acelerar su ritmo y en mi mente las frases colisionaban entre sí, para llegar a una sola conclusión: Déjalo ser me repetía una y otra vez, mientras el influjo hipnótico de su aliento se esparcía por mi mano.
Tomé su muñeca con delicadeza para captar su atención. Si no acallaba mis pensamientos las preguntas respecto a la naturaleza indescifrable del caballero terminarían por extinguir el poco razonamiento que poseía. —Basta... Por favor... —y la voz se hilvanó en ese delgado hilo que raspó mi garganta hasta que, nuevamente, el gusto metálico y la saliva se fusionaron y conspiraron para la agridulce tortura. ¿Cómo detener lo desconocido? Cada roce significaba el acercamiento a una intimidad que traspasaba las barreras de lo que podía mantener bajo control. Aquello no podía ser más que una ilusión, él era producto del conjuro mortuorio que había transgredido el desvarío. ¿Y si aquello era un delirio, por qué no entregarse a el? Déjalo ser repitió mi quimérica consciencia, alienada, que se aferraba la locución de Julio César que había podido palpar en un ataúd: Alea jacta est.
Cuando su piel hizo contacto con la mía y se deshizo de la improvisada venda, ahogué una queja que sólo fue el preámbulo del motín de sensaciones que Sir Lucern, con su avasalladora estirpe, desencadenó sin previo aviso. Mis párpados que se habían mantenido caídos y pesados, se abrieron ante el erotismo que la escena representaba y si las palabras pudieran describir lo que ese hombre transmitía, la vida misma se convertiría en un verdadero galimatías. La calidez del interior de su boca chocaba con la frialdad de mis dedos, que segundo a segundo eran poseídos por sus labios fuertes y demandantes, y rozaban con sus dientes y su paladar. Un acto impuro, impropio, imperdonable e imputable, era la protagonista de una apostasía dolorosa, que me envolvía en el éxtasis enfermizo que generaba el suplicio lujurioso. No podía desviar la mirada de su porte estoico consumido por la penumbra e iluminado por la sensualidad. Podía escuchar mi propio corazón acelerar su ritmo y en mi mente las frases colisionaban entre sí, para llegar a una sola conclusión: Déjalo ser me repetía una y otra vez, mientras el influjo hipnótico de su aliento se esparcía por mi mano.
Tomé su muñeca con delicadeza para captar su atención. Si no acallaba mis pensamientos las preguntas respecto a la naturaleza indescifrable del caballero terminarían por extinguir el poco razonamiento que poseía. —Basta... Por favor... —y la voz se hilvanó en ese delgado hilo que raspó mi garganta hasta que, nuevamente, el gusto metálico y la saliva se fusionaron y conspiraron para la agridulce tortura. ¿Cómo detener lo desconocido? Cada roce significaba el acercamiento a una intimidad que traspasaba las barreras de lo que podía mantener bajo control. Aquello no podía ser más que una ilusión, él era producto del conjuro mortuorio que había transgredido el desvarío. ¿Y si aquello era un delirio, por qué no entregarse a el? Déjalo ser repitió mi quimérica consciencia, alienada, que se aferraba la locución de Julio César que había podido palpar en un ataúd: Alea jacta est.
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Re: When the lights go out [Lucern]
Un insignificante gruñido de disgusto emitió el pecho de Lucern que, concentrado en la herida de la dama, se olvidó de cualquier regla a la que se hubiese centrado esta noche. Su lengua jugaba con los hilos de sangre que no dejaban de emanar de la herida, ese líquido que iba a su encuentro, el mismo que su paladar palpaba y que su cuerpo clamaba por completo. Haber bebido del pequeño no se parecía en nada a lo que ahora estaba degustando, ¿había sido sabrosa?, sí. Pero ahora, cada gota que se deslizaba por su garganta se aventuraba a caminar con el demonio; ese que ya estaba saciado de sangre y que solo se entretenía destrozando cuerpos, ocultándose de la Luna, jugando a crearle trampas al tiempo, llamando a la muerte que se esparcía por cada muro que les encerraba sin miedo. La muerte... su fiel viajera, ponía en sus manos la vida de la humana que no tenía ninguna oportunidad de pelear contra el vampiro, ni siquiera el amanecer podría augurar su marcha y su pronto regreso a la mansión en la que se resguardaba del único contra el que no apostaría, la esfera de fuego que era su mortal enemigo. A ella nadie le buscaba, desconocían su paradero y con quién se encontraba. El conde jamás era visto, él siempre se encargaba de eso... Una, dos, tres veces, su boca chupó los dedos que ya no mantenían sangre en ellos, era solo su maldita forma de ser el que le hacía continuar torturando, mordisqueando las yemas, escuchando como su corazón se desbocaba, la manera en que titubeaba, esos pensamientos en los que su mente nadaba sin un salvavidas que le auxiliara. Enarcó una ceja ante las palabras con las que ella intentaba demostrar un disgusto, una orden que no parecía una orden, una petición que no era una petición, eran solo estímulos para que su lengua continuara serpenteando sobre su palma, ahondando en una herida que exigía atención al continuar dándole su droga.... el elixir de la vida...
- Le sugiero que tenga más cuidado a la hora de explorar sin mi ayuda. Lucern se detuvo. Era, después de todo, demasiado pronto para dar por terminada la noche cuando aún quedaban muchas horas hasta que los malditos rayos dorados reemplazaran la única luz que, vampiros y licántropos, conocerían. – Una herida puede ser el último de sus problemas si la noche se aferra. El vampiro había estado tan sumergido en ese estrambótico punto que no se había percatado de que ella había tomado su muñeca. Una mueca que hizo el amago de convertirse en sonrisa transformó sus labios. Dejando a un lado la brusquedad que, después de todo, al final aparecería como siempre lo hacía; abandonó la mano herida e incluso, quitó la mano con la cual ella transmitía ese calor que no esperaba ser compartida. Aun estaba fría, pero él no podía apreciar ese frío cuando era el calor de su sangre el que conducía sus venas y marcaba la diferencia. Ahora, sus labios mostraban una sonrisa completa ante la claridad que brindaba su camisón para su vista, no era su imaginación esta vez, los pezones de la dama se encontraban erectos, él los veía claramente, ahí tan dispuestos. Una humana no podía solo luchar contra ese instinto y él, agradecía eso en ese momento. Sus manos se dirigieron hasta la parte de su camisón que había sufrido ese percance para cubrir, estúpidamente la herida... y, seguramente, como ella había hecho antes de que el apareciese de nuevo, Lucern rasgó la tela, rompiendo el silencio... - Tranquila. No muerdo... "...aún..." Rió, ante el sobresalto que asaltó a su compañera. Palabras con doble sentido que guardaban el verdadero significado de porqué se encontraban en ese sitio y, no, no era esa maldita tormenta que ella se había creído. Cubrió, una vez más, la herida en la que, bien podría seguir sumido.
- Le sugiero que tenga más cuidado a la hora de explorar sin mi ayuda. Lucern se detuvo. Era, después de todo, demasiado pronto para dar por terminada la noche cuando aún quedaban muchas horas hasta que los malditos rayos dorados reemplazaran la única luz que, vampiros y licántropos, conocerían. – Una herida puede ser el último de sus problemas si la noche se aferra. El vampiro había estado tan sumergido en ese estrambótico punto que no se había percatado de que ella había tomado su muñeca. Una mueca que hizo el amago de convertirse en sonrisa transformó sus labios. Dejando a un lado la brusquedad que, después de todo, al final aparecería como siempre lo hacía; abandonó la mano herida e incluso, quitó la mano con la cual ella transmitía ese calor que no esperaba ser compartida. Aun estaba fría, pero él no podía apreciar ese frío cuando era el calor de su sangre el que conducía sus venas y marcaba la diferencia. Ahora, sus labios mostraban una sonrisa completa ante la claridad que brindaba su camisón para su vista, no era su imaginación esta vez, los pezones de la dama se encontraban erectos, él los veía claramente, ahí tan dispuestos. Una humana no podía solo luchar contra ese instinto y él, agradecía eso en ese momento. Sus manos se dirigieron hasta la parte de su camisón que había sufrido ese percance para cubrir, estúpidamente la herida... y, seguramente, como ella había hecho antes de que el apareciese de nuevo, Lucern rasgó la tela, rompiendo el silencio... - Tranquila. No muerdo... "...aún..." Rió, ante el sobresalto que asaltó a su compañera. Palabras con doble sentido que guardaban el verdadero significado de porqué se encontraban en ese sitio y, no, no era esa maldita tormenta que ella se había creído. Cubrió, una vez más, la herida en la que, bien podría seguir sumido.
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Re: When the lights go out [Lucern]
El silencio yacía, etéreo, entre los hedores emergentes que enarbolaban la existencia de dos humanos unidos en un punto irónicamente quebrado. Las circunstancias precipitadas e inusuales y la tiránica esencia que desprendía ese hombre de costumbres tan cuestionables, se habían convertido en un pandemónium para mis electrizantes pensamientos. Las palabras emitidas con tanta indulgencia, en mis oídos, sonaron a amenazas, y la piel se me erizó por inercia. Mi mano latía enteramente, no sólo a causa del dolor, si no, también, gracias a la prodigiosa y humedecida boca de Sir Lucern, que me había escandalizado y seducido en la misma proporción. Con detalle, seguí sus movimientos, hasta que separó mi mano de su muñeca con sus labios sesgados simulando lo que parecía ser una sonrisa. Lo tendré en cuenta la próxima vez que desee dar un paseo por un depósito de cadáveres reflexioné, con sorna. El caballero, si así podía definirse a tan inescrupuloso ser, me hacía sentir diminuta. Su voz, profunda y penetrante, parecía colarse por mis huesos y recorrer cada centímetro de mi cuerpo como un río de lava que se abre camino devastando todo lo que su manto rojizo cubre. Él irradiaba un aura oscura, disonante y desproporcional a su palidez, que parecía natural, como si la misma nieve lo hubiese hecho poseedor de la blancura pura de su inherencia. Su figura hidalga nimbaba la perspectiva que mis irritados ojos lograban abarcar y la impresión de que los objetos alrededor giraban en un desacompasado vals volvía lentamente.
En su rostro se esbozó una amplia sonrisa, tan impoluta como macabra, y me hipnotizó lo atractivo del temor que provocaba. Contra mi voluntad fui traída a la realidad cuando sus manos se dirigieron peligrosamente hacia el extremo de mi camisón, que con anterioridad, había sufrido las penosas consecuencias que la desesperación y la falta de juicio generaban. Rasgó la tela y en ese sitio tan apartado de la civilización, el sonido que asemejaba lo gutural, fue ensordecedor, sin embargo, sólo me percaté del movimiento que sus finos y alargados dedos ejecutaron al desgarrar la prenda, que dejó al descubierto mis rodillas, de las cuales brotaban unos hilos de sangre seca, fruto de la caída que había padecido. Emití un leve respingo, por susto, sorpresa e incomodidad, no era de buen ver que un hombre apreciara tanta piel de una mujer que no fuera su esposa, era inconsciente de la ligereza del ropaje. Su frase, lejos de tranquilizarme, actuó cual rayo en el firmamento y su risa, que rozaba el sarcasmo, me estremeció hasta la médula. Dejé que hiciera lo propio, ofreciendo la palma para que la circundara con una nueva venda y la atara con prolijidad, de la cual, claramente, había carecido el precedente. Estudié sus facciones con detenimiento, cada línea de expresión, el ritmo de su respiración y la abundancia de su cabello. No era común apreciar a un hombre sin las empolvadas y ridículas pelucas.
Cuando hubo terminado, desvié mi vista hacia la abertura, que sólo ofrecía un enrejado mohoso como paisaje. Una bujía o una vela, hubieran sido de gran utilidad, aunque no estaba convencida de querer comprobar las cuantiosas cualidades que el “hospedaje” tenía para ofrecer. Suspiré con profundidad, liberando lo angustiada y decaída que estaba. Giré mi rostro, una vez más, para dedicarle un gesto displicente a mi acompañante, y me deslicé suavemente por el ataúd que me servía de apoyo, hasta quedar erguida en el suelo helado, apoyando una mano en la superficie para lograr un sostén que llegaba de manera dificultosa. Con dignidad, estiré el camisón, como si aquel vano esfuerzo hiciera que la tela llegara a los talones. La distancia entre nosotros seguía siendo tan escasa como al principio, pero su estampa creció y yo me empequeñecía ante la contemplación de sus inquisidoras pupilas. Bajé el rostro y comencé a quitarme el abrigo que con tanta amabilidad me había brindado. Un dolor punzante surcó mi brazo derecho enteramente, pero no emitiría siquiera un quejido, y para reprimirlo, arremetí contra mi labio inferior, lo coloqué entre mis dientes, lo mordí, hasta que el dolor se hizo insoportable y terminé de deshacerme de la prenda, castigando en mi consciencia la fantasiosa idea que se había inmiscuido: deseé que Sir Lucern probara la sangre que sentía correr por las comisuras. ¡Insensata! Si, era una total y completa insensata. Avergonzada, arrimé la pertenencia a su pecho —Le agradezco su buena predisposición —el hablar era una tortura, estaba sedienta, no había bebido por horas— pero creo que estoy en condiciones de ir a mi hogar —mentí, las piernas me temblaban por el frío y el malestar general, pero ese hombre era diferente a todo lo que conocía e intentar descifrar su atractivo enigma, podía tener un precio que, seguramente, no podía pagar —¿Sería tan amable de escoltarme hasta la salida? —el caballero me hacía experimentar una gran contradicción, quedarme o alejarme, y de eso último, no estaba tan segura.
En su rostro se esbozó una amplia sonrisa, tan impoluta como macabra, y me hipnotizó lo atractivo del temor que provocaba. Contra mi voluntad fui traída a la realidad cuando sus manos se dirigieron peligrosamente hacia el extremo de mi camisón, que con anterioridad, había sufrido las penosas consecuencias que la desesperación y la falta de juicio generaban. Rasgó la tela y en ese sitio tan apartado de la civilización, el sonido que asemejaba lo gutural, fue ensordecedor, sin embargo, sólo me percaté del movimiento que sus finos y alargados dedos ejecutaron al desgarrar la prenda, que dejó al descubierto mis rodillas, de las cuales brotaban unos hilos de sangre seca, fruto de la caída que había padecido. Emití un leve respingo, por susto, sorpresa e incomodidad, no era de buen ver que un hombre apreciara tanta piel de una mujer que no fuera su esposa, era inconsciente de la ligereza del ropaje. Su frase, lejos de tranquilizarme, actuó cual rayo en el firmamento y su risa, que rozaba el sarcasmo, me estremeció hasta la médula. Dejé que hiciera lo propio, ofreciendo la palma para que la circundara con una nueva venda y la atara con prolijidad, de la cual, claramente, había carecido el precedente. Estudié sus facciones con detenimiento, cada línea de expresión, el ritmo de su respiración y la abundancia de su cabello. No era común apreciar a un hombre sin las empolvadas y ridículas pelucas.
Cuando hubo terminado, desvié mi vista hacia la abertura, que sólo ofrecía un enrejado mohoso como paisaje. Una bujía o una vela, hubieran sido de gran utilidad, aunque no estaba convencida de querer comprobar las cuantiosas cualidades que el “hospedaje” tenía para ofrecer. Suspiré con profundidad, liberando lo angustiada y decaída que estaba. Giré mi rostro, una vez más, para dedicarle un gesto displicente a mi acompañante, y me deslicé suavemente por el ataúd que me servía de apoyo, hasta quedar erguida en el suelo helado, apoyando una mano en la superficie para lograr un sostén que llegaba de manera dificultosa. Con dignidad, estiré el camisón, como si aquel vano esfuerzo hiciera que la tela llegara a los talones. La distancia entre nosotros seguía siendo tan escasa como al principio, pero su estampa creció y yo me empequeñecía ante la contemplación de sus inquisidoras pupilas. Bajé el rostro y comencé a quitarme el abrigo que con tanta amabilidad me había brindado. Un dolor punzante surcó mi brazo derecho enteramente, pero no emitiría siquiera un quejido, y para reprimirlo, arremetí contra mi labio inferior, lo coloqué entre mis dientes, lo mordí, hasta que el dolor se hizo insoportable y terminé de deshacerme de la prenda, castigando en mi consciencia la fantasiosa idea que se había inmiscuido: deseé que Sir Lucern probara la sangre que sentía correr por las comisuras. ¡Insensata! Si, era una total y completa insensata. Avergonzada, arrimé la pertenencia a su pecho —Le agradezco su buena predisposición —el hablar era una tortura, estaba sedienta, no había bebido por horas— pero creo que estoy en condiciones de ir a mi hogar —mentí, las piernas me temblaban por el frío y el malestar general, pero ese hombre era diferente a todo lo que conocía e intentar descifrar su atractivo enigma, podía tener un precio que, seguramente, no podía pagar —¿Sería tan amable de escoltarme hasta la salida? —el caballero me hacía experimentar una gran contradicción, quedarme o alejarme, y de eso último, no estaba tan segura.
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Re: When the lights go out [Lucern]
Lucern mantuvo la presión de sus dedos sobre la herida que había cubierto, buscando apreciar cómo la sangre teñía aquél trozo de tela. Su lengua había devorado cada gota que esperaba alimentar al suelo, llamando a los no - muertos que vagaban por las calles parisinas, buscando a sus posibles víctimas. Su aliento enfrascó dentro de sí, la esencia inconfundible de la dama. La bestia se había regodeado ante la entrega que ella le estaba demostrando. El brillar de su mirar actuaba como un faro, esos que guiaban al navegante en una noche tormentosa y jodidamente peligrosa, donde atracar en el puerto era la línea que lo separaba de morir en las profundidades del agua que había estado explorando. La sonrisa que se escondía en esos labios, intentando presionarlos para no demostrar el placer que sentía con tan solo el roce de su lengua, los mordiscos de sus dientes y las estimulantes notas musicales que creaba con su saliva; provocaban que el gruñido que subía por su pecho, escapara en un amortiguado bramido. Lucern estaba ya sintonizado con sus respiraciones... conocía ese aleteo y lo que significaba... sus pulmones se llenaron con el olor que desprendía la hembra. Ese olor a sexo que no podía ser camuflado. Su voz era ¡despampanante! resonaba en cada rincón del túnel, rebotaba entre sus paredes, aumentaba sus decibeles y moría en los tímpanos del vampiro. Le retaba... inútil, tonta y estúpidamente respondía a sus palabras con ironía. ¿No podía solo darse una pequeña idea de que en él pendía su vida? Lucern no le había dado ningún indicio de que era su amigo, entonces... ¿porqué esa maldita libertad de responderle como un igual? El conde deslizó sus dedos sobre la vena de su muñeca, ascendiendo por su brazo, acariciando la curva de su cuello... Latía, le pedía que hincara sus caninos y bebiera de ella. Era su festín y él estaba listo para tomar su cena. Y ese suspiro... era ofrecerle la carne al perro hambriento. Lady Isaura había soltado el aire que había estado reteniendo desde que él se había mantenido cerca y en ese desigual gesto, Lucern tuvo un muy detallado descubrimiento sobre las curvas de su cuerpo. Los retazos del camisón se pegaban a su piel, presos del sudor que corrían libremente, esperando ser interceptados por...
Elevó una ceja, como solía hacerlo cada que era testigo de algo sin precedentes y, en este caso, lo era. Lady Isaura pretendía que... Por supuesto, había escuchado perfectamente pero... ¿En qué momento había dado motivos para hacerle creer que... Lucern jugó con sus caninos, deslizando su lengua sobre los filosos colmillos, como si estuviese ¿preparándolos? No había lugar a donde ir. Ella lo había encontrado en medio de un juego que, al parecer, había olvidado tras haberle probado. Hasta cierto punto, la inocencia o ingenuidad que demostraba su acompañante, le excitaba. El vampiro no se movió en absoluto, ni siquiera sus ojos – de haber luz - habrían demostrado que lo estudiaba todo, desde la forma en que se apoyaba para bajar, hasta la forma en que acomodaba su camisón raído. Esta vez, Lucern no le pediría que se quedara con su abrigo, le gustaba mas sin barreras, sin obstáculos que se interpusieran en su campo visual. ¡Maldición! Era apetitosa... y esa sangre brotando de su labio... La lengua de Lucern dejó de jugar con sus caninos al percibir esa ansiedad por parte de su garganta, iba a... Su dedo se dirigió hasta el hilo de sangre en tiempo récord, las palabras de la mujer seguían resonando pero él... Lo alejó abruptamente, sus ojos se entrecerraron y... frustrado, tomó el abrigo que ella había tirado... - ¿Por qué ese abrupto cambio? Su voz afilada no desentonaba con el mal humor que se propagaba. Lucern estaba a punto de estallar. Él jamás rogaba, no era amable, no era condescendiente. Había estado reteniendo a la bestia, adormeciéndola con la sangre del pequeño; pero ninguno era estúpido, ambos esperaban el momento ideal para atacar salvajemente y Lady Isaura le estaba otorgando eso. Una vez que tirara de la cuerda, no habría marcha atrás para ella... Se preguntó si ella conocía sobre la existencia de seres sobrenaturales y, la idea de que él le mostrara ese mundo a su modo hizo sencillo todo. El mejor afrodisiaco... el miedo y la demencia... ese intenso deseo de salir huyendo... – No. Fuerte, demandante. Lucern no mentiría. – No iremos a ninguna parte. Tiró su abrigo sobre el sitio donde ella había estado. – Así que no pida imposibles, mi lady. Las últimas palabras solo las añadió con disgusto. – Usted me pertenece esta noche y yo... se detuvo... yo decido cuando termina todo. Lo cual sería muy pronto... El juego había finalizado...
Elevó una ceja, como solía hacerlo cada que era testigo de algo sin precedentes y, en este caso, lo era. Lady Isaura pretendía que... Por supuesto, había escuchado perfectamente pero... ¿En qué momento había dado motivos para hacerle creer que... Lucern jugó con sus caninos, deslizando su lengua sobre los filosos colmillos, como si estuviese ¿preparándolos? No había lugar a donde ir. Ella lo había encontrado en medio de un juego que, al parecer, había olvidado tras haberle probado. Hasta cierto punto, la inocencia o ingenuidad que demostraba su acompañante, le excitaba. El vampiro no se movió en absoluto, ni siquiera sus ojos – de haber luz - habrían demostrado que lo estudiaba todo, desde la forma en que se apoyaba para bajar, hasta la forma en que acomodaba su camisón raído. Esta vez, Lucern no le pediría que se quedara con su abrigo, le gustaba mas sin barreras, sin obstáculos que se interpusieran en su campo visual. ¡Maldición! Era apetitosa... y esa sangre brotando de su labio... La lengua de Lucern dejó de jugar con sus caninos al percibir esa ansiedad por parte de su garganta, iba a... Su dedo se dirigió hasta el hilo de sangre en tiempo récord, las palabras de la mujer seguían resonando pero él... Lo alejó abruptamente, sus ojos se entrecerraron y... frustrado, tomó el abrigo que ella había tirado... - ¿Por qué ese abrupto cambio? Su voz afilada no desentonaba con el mal humor que se propagaba. Lucern estaba a punto de estallar. Él jamás rogaba, no era amable, no era condescendiente. Había estado reteniendo a la bestia, adormeciéndola con la sangre del pequeño; pero ninguno era estúpido, ambos esperaban el momento ideal para atacar salvajemente y Lady Isaura le estaba otorgando eso. Una vez que tirara de la cuerda, no habría marcha atrás para ella... Se preguntó si ella conocía sobre la existencia de seres sobrenaturales y, la idea de que él le mostrara ese mundo a su modo hizo sencillo todo. El mejor afrodisiaco... el miedo y la demencia... ese intenso deseo de salir huyendo... – No. Fuerte, demandante. Lucern no mentiría. – No iremos a ninguna parte. Tiró su abrigo sobre el sitio donde ella había estado. – Así que no pida imposibles, mi lady. Las últimas palabras solo las añadió con disgusto. – Usted me pertenece esta noche y yo... se detuvo... yo decido cuando termina todo. Lo cual sería muy pronto... El juego había finalizado...
Tarik Pattakie- Vampiro/Realeza
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Re: When the lights go out [Lucern]
Sensaciones mutiladas ante el tacto divino y crecientes ansias se agolpaban en el pecho, que amortiguaba el zapateo del corazón acelerado. ¿Temor? Si, temor. La pragmática que Sir Lucern había creado con sus palabras claras y concisas se hizo irrefutable. Su voz caló en mi mente, como si fuera dueño de un poder superior, capaz de hacer abdicar hasta aquel de voluntad más férrea. La confusión ascendió al trono y se coronó como ama y señora de mis pensamientos, no había a dónde escapar, ¿pero por qué hacerlo? Por mero instinto de supervivencia, por mera cobardía. Cada segundo que pasaba ante él se convertía en una eternidad, la ausencia de sonidos me permitía escuchar el leve silbido que emitía mi respiración y se entremezclaba con el aire fétido, revolviéndome las entrañas con cada inspiración. La atmósfera que oscilaba entre lo onírico y lo tenso, comenzaba a mutar ante el sólo cambio de actitud de quien parecía controlar íntegramente nuestro alrededor, inclusive, a mi. Todo formaba parte de una tétrica tragicomedia, donde los actores se veían envueltos en una pantomima que amenazaba con improvisar un acervo de mórbidas emociones que se tergiversarían en un ademán exacerbado de drama lírico. Nuestras miradas se habían cruzado y suspendido en el tiempo, percibía cierta austeridad en sus ojos, o quizá estaba sugestionada ante su sentencia. No comprendía, o no quería comprender, el significado intrínseco de sus palabras, y le atribuía la variación a una confusión inducida por las precipitadas vivencias. Ese era el meollo, creer algo que no era. Él era víctima de las malas interpretaciones que gracias a mi aspecto y discutible actitud, se habían alimentado con el correr del segundero de un reloj invisible, que trazaba un sendero donde el único, paradójicamente, anárquico gobierno, era la inminente destrucción. Comenzaba a preguntarme si mi tendencia a exagerar e idealizar, se impregnaba de manera funesta en una recapitulación instantánea de efemérides desafortunadas.
—Con todo respeto, señor —inicié la oratoria con un tono de flexibilidad, completamente antónimo al que él había empleado —pero yo soy una dama, no…lo que usted está pensando —mi intención de parecer convincente se vio claramente truncada ante la vacilación que demostré. ¡Oh! Pero si él con su detallado examen visual me provocaba un temblor que asemejaba a las secas hojas otoñales, que eran seducidas por la brisa estacional, arrancadas de su seno y arrastradas por una corriente irreversible. ¿A qué se debía la extraña corazonada de que cualquiera fuera su respuesta, sería la firma de un veredicto que no admitía apelación? Un paso hacia atrás, un leve crujido y una consiguiente explosión. Mi cuerpo, en ese frenético movimiento, motorizado por la desesperación de verme sumida en un laberinto donde no había ni principio, ni fin, golpeó uno de los ataúdes que se mantenían apilados y éste cayó, provocando un estruendo ensordecedor que resonó en toda la habitación. Por el rabillo del ojo pude ver el cuerpo inerte, hinchado, morado, y con una expresión que daba nota de que su muerte había sido lenta y dolorosa. ¡Que espanto! Me cubrí la boca para ahogar un gemido y retener los deseos de vomitar. Sólo quería irme de allí, no me importaba si viva o muerta, pero no resistiría seguir expuesta a tan siniestro espectáculo. Mis palmas se dirigieron al pecho de Sir Lucern y reposaron hasta que encontré las palabras para expresarme —Sáqueme de aquí, se lo imploro —la súplica se reflejó en mi semblante, que revelaba el repentino arrepentimiento. Presentí que le estaba entregando mi vida a quien, potencialmente, era mi verdugo. Lo contemplé, y su brutal energía sexual me abrazó, disipando cualquier incertidumbre. Estaba a su merced, él era el Cesar del que dependía mi suerte.
—Con todo respeto, señor —inicié la oratoria con un tono de flexibilidad, completamente antónimo al que él había empleado —pero yo soy una dama, no…lo que usted está pensando —mi intención de parecer convincente se vio claramente truncada ante la vacilación que demostré. ¡Oh! Pero si él con su detallado examen visual me provocaba un temblor que asemejaba a las secas hojas otoñales, que eran seducidas por la brisa estacional, arrancadas de su seno y arrastradas por una corriente irreversible. ¿A qué se debía la extraña corazonada de que cualquiera fuera su respuesta, sería la firma de un veredicto que no admitía apelación? Un paso hacia atrás, un leve crujido y una consiguiente explosión. Mi cuerpo, en ese frenético movimiento, motorizado por la desesperación de verme sumida en un laberinto donde no había ni principio, ni fin, golpeó uno de los ataúdes que se mantenían apilados y éste cayó, provocando un estruendo ensordecedor que resonó en toda la habitación. Por el rabillo del ojo pude ver el cuerpo inerte, hinchado, morado, y con una expresión que daba nota de que su muerte había sido lenta y dolorosa. ¡Que espanto! Me cubrí la boca para ahogar un gemido y retener los deseos de vomitar. Sólo quería irme de allí, no me importaba si viva o muerta, pero no resistiría seguir expuesta a tan siniestro espectáculo. Mis palmas se dirigieron al pecho de Sir Lucern y reposaron hasta que encontré las palabras para expresarme —Sáqueme de aquí, se lo imploro —la súplica se reflejó en mi semblante, que revelaba el repentino arrepentimiento. Presentí que le estaba entregando mi vida a quien, potencialmente, era mi verdugo. Lo contemplé, y su brutal energía sexual me abrazó, disipando cualquier incertidumbre. Estaba a su merced, él era el Cesar del que dependía mi suerte.
Isaura Blackraven- Realeza Inglesa
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Re: When the lights go out [Lucern]
¿Por qué se molestaba en jugar? Su paciencia se cortó abruptamente, un hecho que no le sorprendía en absoluto. Siempre era lo mismo. Crear un juego de la nada con participantes inesperados que sellaban un pacto con el diablo. ¿Sacrificio u ofrenda? ¿Qué sería Isaura Blackraven? Ni siquiera su compañera, la Luna plateada, podría haber bañado los ojos del vampiro con ese sutil, embriagador y sexual brillo, el brillo de la muerte. Acomodó su camisa por segunda vez esta noche y mientras lo hacía, sus colmillos afilados se encontraron alargados, raspando su labio inferior, creando dos incisiones, causándole un insignificante dolor. La humana no podía verlos y Lucern ya no estaba tan seguro de que la obscuridad jugara un papel interesante en esta apuesta. El quería ser el devorador de su miedo, de la desesperación y del avinagrado terror. La camisa manga larga era sofocante cuando todo lo que sus fosas nasales captaban era el olor que desprendía Isaura, el olor de su piel salada y el que se intensificaba en su centro. Ese centro que su mirada pedía apreciar para bañarse con la brillantez de su placer. La idea de tirarle sobre la tumba y acallar cada una de sus palabras se volvió irresistible, ¡malditamente irresistible!
Era bien conocido que el conde disfrutaba siendo un espectador de la sensualidad femenina. El hecho de que decidiera cambiar tales hábitos, se materializaba esta noche como el tsunami que arrasaba con la cordura y cualquier pensamiento que no resultase indecoroso. ¿Una prueba de su autocontrol? Arremangó su camisa y dio un paso hacia ella. Cada palabra que sus labios tallaban era una estrofa, parte de una apremiante poesía que aún no sabía a qué se refería ni a quién era dedicada. ¿A él? Sus manos tomaron su cintura y en menos de un segundo, Lady Isaura se encontraba sentada sobre una de los ataúdes que engalanaban el escenario; acomodándole de modo a que su cuerpo se encontrara entre sus piernas, rozando sus muslos... la locura aplastaba a la cordura... no podría ser de otro modo. - ¿Y qué demonios se supone que estoy pensando? Si hace tal comentario, espero que la respuesta sea tan excitante como lo que percibo bullir. Chasqueó su lengua contra su paladar con fuerza, con cada palabra su voz aumentaba. Su mano viajó hasta su rodilla, la piel desnuda de su muslo... – ¿Qué es lo que le tiene tan excitada? ¿El lugar? ¿El que sea un desconocido? ¿El hecho de que tiene miedo de que le guste lo que puedo ofrecer? O...
Provocar era atractivo... pero ser quien llevara el control era lo que a Lucern le interesaba realmente, perderlo en ese momento no estaba entre las cartas que manejaba. Su boca jugó sobre su mejilla, un centímetro, eso era todo lo que probablemente les separaba. El corazón de Lady Isaura se aceleraba y desaceleraba, inventaba una canción donde su aliento se mezclaba, manchando el silencio que se extendía por todo el terreno, un eco demente... - ¿Lo que no puede ver? Susurró como si se tratase de un secreto en su lóbulo, viéndose atribuido con un escalofrío o fue un ¿suspiro? La sonrisa de Lucern reapareció, ¡una blasfemia! no estaba tranquilo ni alegre, así que porqué demonios sonreía. "Fin del juego." El pensamiento en su mente era firme y congruente. – Recapitulemos. Una dama y un caballero. Era imposible no reírse con ese auto atributo. - ¿Qué se supone qué haremos? Negó con la cabeza y atrapó la mejilla de la mujer con su mano, moviéndola a un lado, dejando a la vista su cuello. – Es consciente de que no le traje aquí para resguardarnos de la lluvia, ¿cierto? En ningún segundo, Lucern se alejó de su lóbulo. – Usted escuchó ese sonido, ¿quiere saber lo que es? ¿Lo que nos acompaña esta noche? O prefiere que sigamos jugando a que usted es una ignorante, pidiendo deseos a un genio que no existe. Aunque... la idea de que me desea no me repudia en absoluto, solo inclina la balanza a su lado. Su mano viajó a través de su muslo. – Deja tan poco a la imaginación... ¿me mostrará lo que hay en el interior? Observar era su Naturaleza... apreciar la belleza su fuente de inspiración y apremiar al pánico haría mas intenso el momento cuando sus colmillos se abrieran paso...
Era bien conocido que el conde disfrutaba siendo un espectador de la sensualidad femenina. El hecho de que decidiera cambiar tales hábitos, se materializaba esta noche como el tsunami que arrasaba con la cordura y cualquier pensamiento que no resultase indecoroso. ¿Una prueba de su autocontrol? Arremangó su camisa y dio un paso hacia ella. Cada palabra que sus labios tallaban era una estrofa, parte de una apremiante poesía que aún no sabía a qué se refería ni a quién era dedicada. ¿A él? Sus manos tomaron su cintura y en menos de un segundo, Lady Isaura se encontraba sentada sobre una de los ataúdes que engalanaban el escenario; acomodándole de modo a que su cuerpo se encontrara entre sus piernas, rozando sus muslos... la locura aplastaba a la cordura... no podría ser de otro modo. - ¿Y qué demonios se supone que estoy pensando? Si hace tal comentario, espero que la respuesta sea tan excitante como lo que percibo bullir. Chasqueó su lengua contra su paladar con fuerza, con cada palabra su voz aumentaba. Su mano viajó hasta su rodilla, la piel desnuda de su muslo... – ¿Qué es lo que le tiene tan excitada? ¿El lugar? ¿El que sea un desconocido? ¿El hecho de que tiene miedo de que le guste lo que puedo ofrecer? O...
Provocar era atractivo... pero ser quien llevara el control era lo que a Lucern le interesaba realmente, perderlo en ese momento no estaba entre las cartas que manejaba. Su boca jugó sobre su mejilla, un centímetro, eso era todo lo que probablemente les separaba. El corazón de Lady Isaura se aceleraba y desaceleraba, inventaba una canción donde su aliento se mezclaba, manchando el silencio que se extendía por todo el terreno, un eco demente... - ¿Lo que no puede ver? Susurró como si se tratase de un secreto en su lóbulo, viéndose atribuido con un escalofrío o fue un ¿suspiro? La sonrisa de Lucern reapareció, ¡una blasfemia! no estaba tranquilo ni alegre, así que porqué demonios sonreía. "Fin del juego." El pensamiento en su mente era firme y congruente. – Recapitulemos. Una dama y un caballero. Era imposible no reírse con ese auto atributo. - ¿Qué se supone qué haremos? Negó con la cabeza y atrapó la mejilla de la mujer con su mano, moviéndola a un lado, dejando a la vista su cuello. – Es consciente de que no le traje aquí para resguardarnos de la lluvia, ¿cierto? En ningún segundo, Lucern se alejó de su lóbulo. – Usted escuchó ese sonido, ¿quiere saber lo que es? ¿Lo que nos acompaña esta noche? O prefiere que sigamos jugando a que usted es una ignorante, pidiendo deseos a un genio que no existe. Aunque... la idea de que me desea no me repudia en absoluto, solo inclina la balanza a su lado. Su mano viajó a través de su muslo. – Deja tan poco a la imaginación... ¿me mostrará lo que hay en el interior? Observar era su Naturaleza... apreciar la belleza su fuente de inspiración y apremiar al pánico haría mas intenso el momento cuando sus colmillos se abrieran paso...
Tarik Pattakie- Vampiro/Realeza
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Re: When the lights go out [Lucern]
El universo paralelo que Sir Lucern creaba con sus susurros, su aliento, su tacto y con toda su estirpe, se volvía un inenarrable capítulo de las profanas escrituras. La intención de alejarlo fue sólo eso, intención, un vano intento de quien lucha para acallar las consecuencias que su consciencia se empecina en subrayar, y no por una férrea convicción. No podía negar que la marea sexual que desprendía tan fantástico espécimen masculino, me atrapaba en su oleaje y me sumergía en su profundidad. Un delicioso delirio que mis poros y mis sentidos degustaban lentamente, como al vino añejo, como al recuerdo más preciado. Su venenosa sensualidad se esparcía por mi cuerpo con cada gota de aire que inhalaba, con cada inspiración que acarreaba el percibir su perfume, ese peligroso aroma varonil que había captado con anterioridad. Me sentía una insignificante criatura que había caído presa de la telaraña de una viuda negra, que tejiendo con paciencia, atrapaba a su objetivo para luego enredarlo con su manto espeso, y, finalmente, devorar cada ínfimo detalle de su ser. ¿Ese sería mi destino? La indescifrable mezcla de temor, desesperación y éxtasis, se convertían en un macabro estimulante para un alma sensible como la que poseía. ¿Cómo era posible que tan contradictorios y amorales pensamientos se cruzaran por mi mente mientras las talentosas manos de ese desconocido me recorrían sin decoro? Debía golpearlo, correr y huir de sus injurias, de su diabólica y tentadora voz incitándome a creer algo que no era. ¡Porque claro que la razón no estaba de su lado!
Su perversa pasión me hacía presa de un sinfín de palabras sin sentido. Sus frases…todas y cada una de ellas tenían un propósito final: prepararme para ser el sacrificio que le ofrecería a su propia lascivia. Fui engañada, él calculó cada uno de los acontecimientos, ¡hasta parecía una especie de Dios que hacía y deshacía a su gusto! Pero…conmigo sería diferente. No sucumbiría a su encanto aterrador, acallaría los incesantes latidos de mi corazón e ignoraría lo que tenía para decir. Me arrepentiría hasta el ocaso de mi vida por haber confiado en alguien de quien no tenía conocimiento alguno, pero más me arrepentiría por sentir tanto placer a medida que su mano se acercaba a mi intimidad, que respondía inconsciente con un cosquilleo incontenible. Suspiré sobre su oído, su hablar se volvía cada instante más turbio, no podía replicar, sólo entregarme a ese impío deseo carnal que arrasaba con cada hilo de cordura que amenazaba con destrozar esa siniestra y agridulce atmósfera mágica, violenta y erótica. Pagaba las consecuencias de mi ignorancia, el desconocimiento de los límites, del propio cuerpo, del cuerpo ajeno, los prejuicios de la sociedad, los personales, los familiares.
Por un segundo pude imaginar la posición en la que nos encontrábamos. Él, tan inconvenientemente ubicado entre mis piernas, y yo tan dispuesta, con la ropa rasgada y humedecida por el sudor frío. Su aliento resoplaba en la delgada piel de mi cuello y me estremecía, terminé por morder mi labio inferior y mis puños se cerraron en torno a su camisa cuando finalizó su insinuante discurso. ¿Qué responder? ¿Cómo hacerlo cuando era reclusa de su dicción? Suspiré lo más profundo que pude y al sentir el total contacto con su porte un leve gemido de deseo, de terror, escapó por mis labios y se refugió en él. A punto de sucumbir, de expresar ¡Tome de mi lo que desee!, frase que se volvía un círculo vicioso que se repetía en mi mente una y otra y otra vez, pensé en mi honor y en el honor de los Blackraven, sin embargo, los débiles muros que levantaba se desmoronaban con el roce, la cercanía, el calor…ese fuego apremiante que bramaba por extinguirse en un pecado sin retorno. Lo deseaba, claro que lo deseaba, anhelaba que asfixiara la maniática lujuria que había despertado en mí y saciara hasta su más bajo instinto con mi decencia, con mi sangre, con todo lo que era. — Le ruego, por lo que más quiera, que me deje ir, nadie se enterará de este incidente, pero déjeme ir —y cada una de las letras se hilvanó entrecortada, seguidas por unas lágrimas de temor, temor de mi misma, temor de su reacción, temor a ese contrariado sentimiento que se propagaba por mis venas y me aferraba a una impureza de la que jamás pensé podía ser dueña.
Su perversa pasión me hacía presa de un sinfín de palabras sin sentido. Sus frases…todas y cada una de ellas tenían un propósito final: prepararme para ser el sacrificio que le ofrecería a su propia lascivia. Fui engañada, él calculó cada uno de los acontecimientos, ¡hasta parecía una especie de Dios que hacía y deshacía a su gusto! Pero…conmigo sería diferente. No sucumbiría a su encanto aterrador, acallaría los incesantes latidos de mi corazón e ignoraría lo que tenía para decir. Me arrepentiría hasta el ocaso de mi vida por haber confiado en alguien de quien no tenía conocimiento alguno, pero más me arrepentiría por sentir tanto placer a medida que su mano se acercaba a mi intimidad, que respondía inconsciente con un cosquilleo incontenible. Suspiré sobre su oído, su hablar se volvía cada instante más turbio, no podía replicar, sólo entregarme a ese impío deseo carnal que arrasaba con cada hilo de cordura que amenazaba con destrozar esa siniestra y agridulce atmósfera mágica, violenta y erótica. Pagaba las consecuencias de mi ignorancia, el desconocimiento de los límites, del propio cuerpo, del cuerpo ajeno, los prejuicios de la sociedad, los personales, los familiares.
Por un segundo pude imaginar la posición en la que nos encontrábamos. Él, tan inconvenientemente ubicado entre mis piernas, y yo tan dispuesta, con la ropa rasgada y humedecida por el sudor frío. Su aliento resoplaba en la delgada piel de mi cuello y me estremecía, terminé por morder mi labio inferior y mis puños se cerraron en torno a su camisa cuando finalizó su insinuante discurso. ¿Qué responder? ¿Cómo hacerlo cuando era reclusa de su dicción? Suspiré lo más profundo que pude y al sentir el total contacto con su porte un leve gemido de deseo, de terror, escapó por mis labios y se refugió en él. A punto de sucumbir, de expresar ¡Tome de mi lo que desee!, frase que se volvía un círculo vicioso que se repetía en mi mente una y otra y otra vez, pensé en mi honor y en el honor de los Blackraven, sin embargo, los débiles muros que levantaba se desmoronaban con el roce, la cercanía, el calor…ese fuego apremiante que bramaba por extinguirse en un pecado sin retorno. Lo deseaba, claro que lo deseaba, anhelaba que asfixiara la maniática lujuria que había despertado en mí y saciara hasta su más bajo instinto con mi decencia, con mi sangre, con todo lo que era. — Le ruego, por lo que más quiera, que me deje ir, nadie se enterará de este incidente, pero déjeme ir —y cada una de las letras se hilvanó entrecortada, seguidas por unas lágrimas de temor, temor de mi misma, temor de su reacción, temor a ese contrariado sentimiento que se propagaba por mis venas y me aferraba a una impureza de la que jamás pensé podía ser dueña.
Isaura Blackraven- Realeza Inglesa
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Re: When the lights go out [Lucern]
Un pequeño colibrí aleteaba contra las paredes del órgano que bombeaba la sangre hacia todo su cuerpo. Intentaba escapar en medio del caos que se revolvía en su mente, intentaba camuflar las sensaciones que se extendían por cada músculo de su anatomía y el olor que desprendía, intentaba encontrar ese espacio que le enseñara la salida que no existía. El colibrí no volaría hacia la libertad. La cárcel que representaba el cuerpo de Lucern era física, pero el poder que emanaba en esa intensa, fuerte y profunda mirada, haciendo tan cristalinos el negro que se atisbaba en sus ojos, era suficiente para mantener a Isaura en el sitio donde le había dejado. Los movimientos de las alas de aquélla pequeña ave se detuvieron abruptamente, provocando que Lucern se moviera contra ella, obligándole a arquear su cuerpo ante esa maldita interrupción de cadencia. Como si se tratara de un pianista que ha terminado de acariciar las teclas de su formidable “compañero” y es ovacionado por parte de un grupo de espectadores, aclamando que las notas reproducidas continúen llenando su sentido auditivo con otra de sus interpretaciones, provocan que éstas resuenen en un inalterable cántico que rodea al teatro. Tal cual, ese movimiento tan sagaz de su formidable cuerpo, ese roce que la tela de su pantalón crea contra los muslos de la dama, el colibrí reanuda su labor. No existe salida en el laberinto que Lucern ha creado. No es una partida de naipes, no es una apuesta, ni una obra de caridad la que hará en medio de esa protectora oscuridad. Sin salidas ni caminos que pudiesen ser alterados para burlar a los titánicos muros que se alzan hacia cualquier espacio a donde se dirijan sus pasos, es él quien dicta las reglas y los seguimientos que se tendrán que llevar a cabo. Satisfacción. El destino solo era una jodida puta que se acostaba con todos y al final, marchaba a la luz del día. O al menos, eso era lo que a él le sucedía...
Se movió sobre ella, plenamente consciente de que la estaba obligando a tenderse para él sobre aquélla lápida. Era imposible no encontrarse, a estas alturas, con su miembro masturbándose entre sus piernas. No era solo un roce pues, mientras Lucern le intimidaba con ese mítico poder a arquear su espalda, con la mirada penetrando en la vena de su cuello que conectaba a su corazón, fue imposible no ser consciente de cómo el casi transparente camisón se había subido. Pero... ¿no era eso algo tan común en aquél vampiro? Lucern jamás ignoraría la belleza de una mujer, mucho menos de una como la que tenía a su merced. Cada palabra que vocalizaba caía sobre su oído y, la contradicción de lo que decía y lo que sentía, provocaban que Lucern se carcajeara en medio de la penumbra. – Una maldita mentirosa. Lucern movió su mano, sosteniendo su rodilla, abriendo ligeramente su pierna. – Tu interior arde. Es un volcán a punto de hacer erupción. Puedo olerlo extendiéndose entre tus pliegues. El olor de su sexo llenaba la cueva, el sonido de un jadeo solo movió la última terminación nerviosa – si es que aún le funcionaba alguna -. Hablarle de esa forma tan desvergonzada, hacía del momento algo tan embrutecedor. – No olvide que solo soy un desconocido que encontró en medio de una oportuna tormenta. ¿Le he dado motivos para creer que le dejaré partir una vez que termine consigo? ¿Cree que correré riesgos dejándole partir? ¿Me ve confiando en su palabra? Rió. El maldito vampiro se burló, como ya era costumbre, de la decisión que ella había tomado. No era como si él no la hubiese arrastrado con mentiras hasta ese lúgubre sitio. – Esa es la diferencia entre usted y yo.
El sudor cubría el cuerpo de la mujer y Lucern recorrió con su nariz su cuello. Si tembló, no marcó diferencia. Sí. Aquél vampiro tenía un corazón, pero desafortunadamente para todos, la portadora de aquél arma era su igual y no funcionaba cuando se encontraba lejos. Miedo y deseo, esos escalofríos recorriendo la piel bajo él, el calor quemando a través de su pecho... era descomunal, belicosamente descomunal... El canto de su corazón era solo la flauta que tocaba el encantador de serpientes que, lejos de controlar y dormitar a la bestia, la despierta de su inducido sueño. – Por su bien, madame. Lucern levantó su rostro del arco de su cuello para perforar sus ojos. – No vuelva a rogar por alguna maldita petición. Su voz sonó tan fuerte, tan terriblemente fuerte que el colibrí que escondía en su corazón, se saltó un latido; sobre todo cuando su puño impactó a un lado del rostro de la dama, creando grietas sobre la lápida donde le había instalado. El vampiro exclamó una maldición al observar como las lágrimas recorrían sus mejillas. - ¿Entendido? Movió con su mano el cuello de la dama, no esperaba una respuesta ni un asentimiento de cabeza, todo lo que buscaba era clavar sus colmillos y succionar la sangre que corría por sus venas. Sus caninos ya se encontraban extendidos en todo su esplendor y con un rápido y limpio movimiento, Lucern mordió su cuello.
Tarik Pattakie- Vampiro/Realeza
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