Torturame, si puedes. (privado)

Constantin había sido asesinado hace dos semanas y con él había muerto una gran parte de mi. Las pesadillas me perseguían por las noches. Soñaba con aquel vampiro, el primero que vi en mi vida, lo veía de regreso, volvía a acercar sus colmillos a mi cuello y volvía a revivir ese suceso en el bosque a mis doce años. En el presente era una cazadora certera y letal pero me quedaba paralizada y el rostro del vampiro cambiaba, ya no era aquel primero. Las nubes cubrían la luna y me era imposible ver su rostro, solo sentía sus colmillos enterrados en mi carne y como bombeaba acelerado mi corazón para luego irse tornando lento y una certeza me sobrecogía, sabía que estaba muriendo. El sueño se repetía, me revolvía sobre las sábanas, despertaba envuelta en un sudor frío y me asomaba a la ventana, observando las estrellas me preguntaba si Constantin podría verme.

Salía de casa por las noches como lo que era desde hace dos semanas, Gina, la máquina asesina. Iba a vengarle, iba a encontrar a cada trozo de inmundicia vampírica causante de su muerte, estuvieran en el nido en el que estuvieran escondidos. Los rastreé llevando conmigo una bolsa de municiones y los envié a todos al infierno, observando como se retorcían al intentar salir huyendo prendidos en fuego de su antro de ratas.

Mi venganza no se limitaba a un grupo de vampiros, si no a todos los demonios que plagaban la ciudad. Nunca estuve más determinada a acabar con todos ellos. La escoría inmortal se había apoderado de París y los incautos citadinos que continuaban con sus fiestas, sus cabarets y clubes nocturnos no se percataban de con quienes departían, con quienes celebraban y con quienes follaban. La venda la cargaban en los ojos desde siempre, tapando el sol con un dedo, procurando no ver a los reptiles que se arrastraban junto a ellos, que enterraban sus colmillos en sus cuellos, traficaban convirtiéndose en millonarios y seres con poder y puestos importantes, pavonéandose al creerse los dueños del mundo.

Elaboré mi lista, y fui marcando en rojo a todos los que fui eliminando. Los periódicos matutinos descollaban con cabeceras sobre masacres que se dieron en distintos puntos importantes de Paris. Los observaba arder y una sonrisa de satisfacción se dibujaba en mi rostro. Luego vino “él”, el de las mazmorras. A él lo habían localizado varias de las brujas, lo habían atrapado, y lo dejaron encadenado adonde pertenecía, rodeado de las cloacas de la ciudad. Las mazmorras eran viejas, pero se mantenían en pie, y estaban aisladas.

Un pequeño goteo era lo único que se escuchaba, la humedad se colaba por las grietas de las paredes y mis pasos fueron la única añadidura al silencio casi sepulcral al bajar los escalones. Tiré del saco para descubrirle el rostro y rugí al verlo. ¡Maldita sea! ¡Me habían traído al vampiro equivocado! Mi pecho subió y bajó con violencia y sus palabras no hicieron nada para sosegarme. Retorcí brutalmente la estaca que llevaba clavada en el vientre y vi cómo se desangraba más. -¡Malditas brujas! ¡Les di las señas exactas y a cambio tú eres lo que encuentro!-

Pateé la pared y la golpeé con ambos puños descansando mi frente contra esta. Tenía que pensar con claridad, tenía que intentar calmarme. Regresé adonde se encontraba la escoria y jalé uno de los pocos accesorios del lugar, una silla, para sentarme frente a él y cruzar mis piernas. -Tú eliges, me dices quien eres, respondes otro par de preguntas y te doy una muerte rápida.- Ignoré su actitud de rey de las catacumbas y amo del universo. Un vampiro como él, que viajaba en un barco privado, podía bien guiarme al resto de su calaña. -Después de torturarte un poco en lugar de mucho, desangrarte más y vender tu sangre en el mercado. Pagan bien por esa basura que corre por tus venas.-

Ladeé el rostro cuando la escoria comenzó a lanzar improperios buscando intimidarme. Que me iba a dar un consejo, que lo dejara libre. La risa escapó de mi boca al oir aquello. -Dime una cosa sanguijuela. Si sigo tu consejo y te dejo libre ¿me dejarás tranquila? ¿te apiadarás de mi?- Me divirtió sobremanera que tras su amenaza me dejara una pequeña rendija de esperanza. -Se honesto, dime. Supón que me apiado de ti, que suelto tus cadenas. ¿Me dejarás salir por la puerta como si nada?- Sonreí con lentitud mientras tomaba una estaca afilada de la mesa que se encontraba a mi lado y me cercioraba de que la punta estuviera bien lijada.

Él y yo sabíamos que no lo haría, que si soltaba sus cadenas me mataría, me torturaría, se alimentaría de mi, o quien sabe que ocurrencia atravesaría su cerebro de células muertas. Mi expresión se tornó seria al mirarlo. -Supongamos escoria, que decido darte una segunda oportunidad a cambio de que no te alimentes de nadie ni hagas sufrir nunca más a un ser humano. Te doy una oportunidad de redención. ¿La tomarías?- Sonreí poniéndome de pie y acercándome a él, le rasgué la camisa y pasé la punta de la estaca lentamente por su torso.

-Piénsalo antes de que tu naturaleza te orille a decirme que no.- Llevé la estaca hasta su corazón y sonreí burlonamente cuando lo vi seguirla con la mirada con la inquietud a flor de piel. -No necesito que me des permiso para tomar tu sangre, por si no te has dado cuenta ya he tomado de ella.- Señalé hacia las botellas que descansaban sobre la mesa. Estaban llenas de sangre suya.

-Ah, ¿qué dices a mi oferta? ¿Si? ¿No? ¿Te permite pensar tu cerebro muerto?- Le enterré la estaca justo debajo del corazón, conocía perfectamente de anatomía, un centímetro más y no estaríamos teniendo esta deliciosa conversación. La retorcí para que de la herida manara más sangre y de paso llené un nuevo frasco con ella.

Me apoyé en la mesa y me crucé de brazos. Lo miré con odio debido a su estúpida mención acerca de a quién había perdido. -¿Acaso te importa?- Me acerqué a la manivela empotrada en la pared y la agarré entre mis dedos, activaba el potro al cual estaban encadenados sus brazos. No estaba segura de que se hubiera percatado de que de activarla el engranaje tiraría de sus extremidades en direcciones opuestas. -¿Qué sabes tú de amor vampiro? ¿Acaso sabes ni siquiera lo que significa la palabra? Más allá de un sustantivo abstracto que tu cabeza no alcanza a comprender. ¿Amas a alguien?- pregunté. -¿Amaste a alguien?- 

Allí estaba, su verdadera naturaleza, esa que no disimulaba en negar cuando con desfachatez se vanaglorio de haber matado desde lo que él llamaba el inicio de los tiempos. Me importaba un bledo si era el mismo Caín. Tenía el rostro de un ángel pero era un demonio, cada palabra que pronunció desde que le quité el saco de la cabeza destilaba odio, prepotencia y una total y aberrante falta de conciencia con respecto a lo que era. Me daba igual, honestamente, para mi no era nada. Había matado cientos como él esta semana, mataría más esta noche, lo tenía todo planeado, sabía adonde se iban a reunir. Hoy volarían en pedacitos y volverían al infierno al que pertenecían.

Había poesía en quemarlos, teniendo en cuenta lo que eran.

Ignoré sus palabras sobre lo que él llamo mi alma perdida. Podía hablar y hablar y nunca comprendería las emociones humanas, porque todos ellos eran iguales, eran cascarones vacíos, sanguijuelas que se alimentaban de la sangre de otros y se creían que por ello eran superiores. No eran más que parásitos.

Golpeé el dorso de mi cabeza contra la pared una y otra vez, tenía deseos de lastimarme. Me detuve y respiré. Acababa de lanzarme un trato inverosímil después de por supuesto, negarse a aceptar el mío, no esperaba menos.

Su oferta absurda, buscar el amor con mayúsculas. Me eché a reir, si no lo encontraba me vería reducida a ser uno de ellos. Mi semana había estado llena de inverosímiles. Constantin lo hubiera esperado de todos menos de ti… Recordé la lectura de su testamento, la claúsula maldita, ah si porque mi padre seguro estaba afiebrado cuando se le ocurrió añadirla. Tenía que casarme a los veinticinco para poder heredar. 

Me levanté y me dirigí a la sanguijuela. Le retorcí la estaca debajo del corazón en cuanto hablo de mi padre, rompiéndole de nuevo la costilla en otra sección. -¿Y tú que podrías saber acerca de su muerte? Dirías cualquier cosa con tal de que te dejara libre.- Caminé por la estancia de un lado al otro antes de detenerme frente a él. -Hagámos tu oferta más grande, cásate conmigo. Cumpliré los veinticinco en tres días, necesito un esposo. Te ayudaré a buscar el amor adonde sea que alguien como tú pueda encontrarlo, le daré algo de luz a tu absurda existencia cuando lo encuentres y nos divorciaremos en un mes, antes de que regreses a las cadenas. Ah, y es una cuestión de negocios, simplemente me sirves para un trámite. – Me paré frente a él a observarlo. -¿Y bien? La oferta expira en dos minutos.- 

Sonreí cuando habló acerca de arrastrarme al infierno. No sé qué impresión tenía de mi, a la mejor creía que era una muñeca que vivía en una burbuja de cristal. Hasta cierto punto era divertido que tuviera esa impresión, como si no supiera nada del dolor ni del infierno.

La sanguijuela se puso pálida al escuchar mi propuesta e incluso se atragantó con las palabras. Al fin hubo un inesperado minuto de silencio. No había parado de hablar desde que le quité el saco de la cabeza. Mi sonrisa se amplió al contemplarlo titubear, en mi mente contaba el tiempo que le quedaba para decir si o no.

Los segundos se eternizaron, y cuando finalmente respondió lo miré con sorpresa. Había aceptado. -No creo que sea necesario que te responda si acepto, ya extendí mi propuesta.- Seguramente perdí momentáneamente el juicio, tendría un mes para demostrarle que el amor si existía. Una locura teniendo en cuenta que era un demonio de células muertas incapaz de sentir nada.

En fin, necesitaba un esposo, de lo contrario, todo el legado que Constantin me había dejado se perdería y eso era algo que no podía permitir. Yo haría que perdurara, conocía a la perfección el negocio, lo expandiría mucho más, lo haría por su recuerdo, en honor a su memoria. Esa era la prueba del amor que le había profesado. Esa y la continuación de mi vendetta, iba a barrer la escoria de la ciudad, por algo era lo que era, una cazadora.

Rodé los ojos cuando escuché al vampiro hablar de sus preferencias en la cama. -Hablas de que estoy perdida y no te das cuenta de que el perdido eres tú. Estás vacío sanguijuela, como bien lo has dicho, nadie te lloraría pero tu venda es tan grande y se ha incrustado tanto en tu cerebro muerto que no te permite ver.- Me acerqué a la mesa para tomar las botellas con su sangre. –No puedo condenar a nadie interesado en mi a casarse conmigo, se que ninguno sería feliz si decidiera atarlo a mi. No pienso echarle a perder la existencia a ninguno.- No sé bien por qué se lo decía, creo que más que responder a su burla era una reflexión que yo misma me hacía en voz alta.

-Al fin del mes, saldré ganando, habré realizado mi trámite, y tú, podrás ver por primera vez después de la ignorancia de todos tus milenios. Recuerda mis palabras cuando lo hagas.- Le sonreí con socarronería al pasar de largo a su lado. -Nos vemos en unas horas, tengo asuntos que atender.- Me eché a reir mientras subía los escalones para marcharme. -Disfruta la noche futuro marido, no te preocupes, vendré por ti.-

Esa noche hice dos cosas, una, ponerme en contacto con mis abogados y solicitarles que me tuviera listo y redactado el contrato tan pronto como le fuera posible. La segunda, fue acudir al nido de alimañas y llevar a cabo lo que tenía planeado. Estaban reunidos en un antro, apostando y festejando, ignorantes de lo que estaba a punto de sucederles.

Los observé arder con el rostro inmutable, mientras el antro se desplomaba y el humo se alzaba para confundirse con la negrura de la noche.

Un par de horas después estaba de vuelta en las mazmorras, me acompañaba uno de los asistentes de mis abogados. En la firma estaban acostumbrados a lidiar con asuntos poco ortodoxos por llamarlo de alguna manera. El personaje que me acompañaba era un hombrecillo de mediana edad, bastante discreto, que serviría de notario y testigo. Se puso nervioso en cuanto vio al vampiro encadenado a la pared por lo que tuve que calmarlo un poco, asegurándole que no había nada de que escandalizarse. -A mi futuro marido y a mi nos gustan las emociones fuertes.-

Me acerqué al vampiro y le extendí el contrato en cuyos párrafos se describía con claridad lo que ya habíamos acordado. Un mes para encontrar el amor, lo que pasaría si lo encontraba, si no lo encontraba y todo el resto de palabrería. -Vamos, firma y te libero.- Le acerqué una pluma para que pudiera firmar. Qué podía decir, había aprendido a no confiar en la palabra de nadie, especialmente si hacía negocios con el diablo, constaría por escrito.

Si mi mirada pudiera matar tal y como lo hacían otras de mis armas el vampiro hubiera ya estado enterrado bajo varios metros de tierra. Parecía que le divertía la situación y que incluso aceptaba de buen grado todo el asunto del casamiento. Lamenté no poder retorcerle otra estaca bajo la mirada del notario, al pobre hombre seguro le hubiera dado una apoplejía de lo nervioso que ya estaba y lo necesitaba en una sola pieza para que terminara de hacer oficial el contrato.

Golpeé bruscamente su pecho con el documento después de que lo hubo leído el notario y de mala gana liberé una de sus manos. No me hacía demasiada gracia liberarlo de las cadenas, mucho menos sabiendo lo que de allí en adelante me esperaría gracias al trato que habíamos realizado. -Vamos, hazte útil.-

Afortunadamente el proceso fue menos tardado de lo que esperaba y una vez hubo firmado le arrebaté el documento para cerciorarme de que su firma estuviera bien impresa. Marduk Black fue lo que leí. Ni me había percatado siquiera de que no tenía la menor idea hasta ese minuto de cuál era su nombre. No es que hiciera ninguna diferencia, de todas maneras.

No pude evitar sentirme de cierta forma aliviada cuando acompañé al notario escalones arriba y no volví a descender hasta no haber visto primero como la pequeña figura desaparecía de mi vista. Sonreí lentamente mientras bajaba, tres días, tres días y todo sería oficial, tendría asegurado el legado de Constantin y si tenía que pagar el precio por un mes, al menos habría valido la pena.

De vuelta frente a mi futuro… esp… de solo pensar en la palabra me atragantaba. Tan pronto estuve frente a él me llevé la mano al mentón pensativa. -Estoy tentada a dejarte aquí hasta el día de la boda.- Sonreí ante su mirada furibunda, estaba ansioso por que lo dejara salir. -Así al menos me cercioro de tu fidelidad antes de la ceremonia cariño.- Rei divertida, al menos había que buscarle algo de humor a la situación. 

-Me olvidaba aún falta algo más.- Justo escuchábamos los pasos en los escalones, una de las brujas que le había atrapado en un inicio, se presentó en las mazmorras para lanzar un hechizo que le mantuvo inmóvil. -Aún tendrás que pasar por una última inconveniencia.- Me acerqué a él y mientras la bruja hacía lo suyo el sacó regresó a su rostro. Sabía que al vampiro no le había hecho la menor gracia, y que una vez lo sacara de aquí iba a tener que tener algunas concesiones con él para hacer el trato entre nosotros si no agradable al menos tolerable.

De esa forma salimos de las mazmorras y con la ayuda de un par de asistentes de mi confianza le llevé hacia mi casa. Allí quedó bastante bien acomodado sobre la cama de una de las habitaciones del piso superior. El hechizo le había hecho dormir y la bruja de pelo de cuervo y piel de canela me aseguró que pronto despertaría.

Suspiré al mirarlo, dormido parecía inofensivo, como si en lugar de una sanguijuela pudiera ser simplemente un hombre más, uno en el que pudiera confiar bajo mi techo, sabía sin embargo que ese no era el caso. Bajé los escalones para despedir a mi personal por esa noche, el vampiro era impredecible y no podía poner a nadie bajo riesgo. Tomé una botella de vino y una copa y subí de nuevo a la habitación, tomando asiento junto a la ventana bebí en honor a mi desatino y a mis pérdidas mientras los minutos se sucedían en silencio.

La sanguijuela finalmente abrió los ojos. En un principio ni siquiera lo noté, ya llevaba consumida media botella y comenzaba a invadirme un fuerte sopor, estaba agotada por todo el trajín de esta noche. Abrí los párpados abruptamente cuando le escuché hablarme y me enderecé. La silla en la que me encontraba estaba a la par de la cama por lo que no era demasiada la distancia que nos separaba.

Mi ceño se frunció cuando habló de consumar el matrimonio. Ni siquiera se me había pasado por la mente hacer tal cosa. Nuestro matrimonio iba a ser una falacia, una mera charada con la que esperaba convencer a los abogados para que me dejasen heredar con facilidad, y hasta cierto punto también era conveniente que el chupasangre viviera en mi casa, haría creíble el matrimonio. -¿No te gusta que te haya traído a casa corazón? No es como si tuvieras una, a la mejor los ataúdes te resultan más cómodos, puedo a mandar a hacer uno a tu medida, lo ponemos en el sótano, duermes allí y listo.-

Le pasé una copa y miré por la ventana, distrayéndome con la vista nocturna y el arrullo de los sonidos nocturnos. -No estamos casados aún, solo hemos firmado un contrato que hace oficial todo lo pactado, pero la ceremonia oficial será en tres días.- Hice una pequeña mueca, no me hacia gracia todo el asunto pero valía la pena el sacrificio. -No te preocupes, nos divorciamos en un mes y ya, no vamos a estar atados para siempre.-

Le di un manotazo en la mano, apartándola de mi en cuanto sentí que me ponía el dedo encima. -Se perfectamente que debo presentarte a alguien en un mes, así que ve diciéndome que preferencias tienes. ¿Rubias? ¿Morenas? ¿Pelirrojas? ¿Delgadas? ¿Voluptuosas?- Me eché para atrás en el sillón y estiré las piernas, subiéndolas al borde de la cama. Iba a tener que hacer toda una lista para presentarle al vampiro, y no podía estar llena de cualquieras, si alguien había de despertar su amor, debía presentarle solo a las mejores candidatas, lo cual resultaba bastante irónico teniendo en cuenta quien era el codiciado soltero.

-A la mejor si pones algo de esfuerzo de tu parte no te sería tan difícil. ¿Qué perderías con hacerlo? ¿Le tienes miedo al amor?- Mis pardos se hubieron en los suyos al hacer esa pregunta. -¿Eso es no? Sientes que te hace débil cuando en realidad es todo lo contrario.- Negué con la cabeza, no era precisamente el amor lo que me llenaba en estos momentos, y toda esta plática resultaba risible teniendo en cuenta que mi motivación presente tenía más que ver con hacer correr ríos de sangre.

-Llámame como quieras. Invéntame un nombre si te da gusto.- Me sentí algo mareada por el vino. -He pensado que sería buena idea tener una fiesta en la que anunciemos el matrimonio. Le dará veracidad al asunto y se presta para presentarte a tu futuro amor.- Me eché a reir entre dientes. -Podemos invitar a quienes quieras, si es que hay alguien que te importe lo suficiente para hacerlo.-

Me levanté apoyándome en la pared al caminar y me dirigí al baño, cerré la puerta tras de mi y hundí las manos en el agua para lavarme el rostro. ¿Qué estoy haciendo Constantin? Desde su asesinato sentía que me hundía y me costaba salir a flote, mi salvavidas se había marchado.

Pasé la toalla por mi rostro con lentitud, no esperaba que la sanguijuela me lo hiciera fácil, pero indicarme más o menos que tipo de mujer le gustaba más allá del tamaño de sus pechos hubiese sido bastante útil. -Vamos, en serio, ¿no tienes ni una preferencia con respecto a una mujer?- pregunté desde el umbral de la puerta del baño. -Algo, cualquier cosa que te llame la atención- Lo vi a punto de pronunciar pechos. -Aparte de eso.- añadí con rapidez antes de que las palabras salieran de sus labios.

Caminé junto a la cama aún algo mareada y comprendí que no se debía precisamente al efecto del vino, sino al de las explosiones con las que hice volar el nido de alimañas, me habían afectado el tímpano y eso provocaba que me mareara. No era la primera vez que me sucedía, por lo que nada más tenía que esperar a que pasara el efecto, lo malo es que mientras sucedía afectaba un poco mis reflejos.

Justo como prueba de eso un tirón en mi brazo me lanzó sobre la cama. -¿Qué diablos…?- El cuarto dio vueltas a mi alrededor y llevé una mano a mi frente. El vampiro se arrimaba a mi cuando intentaba fijar mi mirada en un solo punto mientras lo escuchaba hablar.

–¿Tienes 6000 años y no te has comprometido ni una vez?- La risa brotó de mi garganta. Vale que pensaba que el trato iba a ser difícil pero seis mil años huyéndole al compromiso, superaba cualquiera de mis expectativas. -Soy frígida, no esperes nada de mi.-

Miré hacia el techo buscando distraerme de su cercanía, su contacto lanzaba una corriente helada por mi espina dorsal. -Además, no te veo de esa manera.- Devolví la mirada a la él, hundía sus ojos en mi como si me retara. Mi respiración subía y bajaba mientras lo contemplaba, no es que fuera feo, creo… no sé, no pensaba con claridad. Quizás si hubiera tenido células vivas en lugar de muertas hubiera pensado diferente pero era una sanguijuela y además su conversación hacía que me doliera la cabeza.

Volteé mi rostro hacia la pared rechazando la copa que me extendía. -No bebo sangre de vampiro.- Me incorporé y me arrastré hacia el borde de la cama. -La uso para otros propósitos, no para drogar a la gente en fiestas. ¿Nunca piensas en algo más que no seas tú? ¿En alguien más?- Negué con la cabeza, seguro me respondería con otro sarcasmo. -¿En seis mil años nunca has sido capaz de desarrollar ni una pizca de emociones de algún tipo? ¿Algo? ¿Un solo sentimiento?-

Me levanté y salí de la habitación, al cabo de unos minutos regresé con ropa doblada y un par de zapatos para él. -Anda, cámbiate, si vamos a salir al menos mejora tu pinta, los agujeros van contigo pero no están de moda.- Sonreí lentamente refiriéndome a los que tenía en su camisa. Salir no era mala idea, habrían mujeres, podíamos empezar con la búsqueda de una vez. -Ni me preguntes.- Advertí cuando imaginé que iba a cuestionar de dónde había sacado el traje que acababa de pasarle.

Me dirigí al armario para cambiarme pero me detuve unos segundos al verlo inmóvil y moví mi cabeza en dirección a la puerta. -Agradecería algo de privacidad.-

Me crucé de brazos observando a la sanguijuela. No me contestaba ni una sola pregunta acerca de su preferencia en cuanto a mujeres lo cual comenzaba a exasperarme. De hecho, hubiera comenzado a creerme que tiraba hacia el otro bando de no ser por sus continuas insinuaciones. Resoplé provocando que un mechón de mi oscuro cabello volara. -No me sorprende tanto que nunca hayas estado comprometido si a todas las has tratado con tu encantadora personalidad.-

Mi mirada estaba clavada en él cuando con el mayor de los descaros comenzó a desnudarse frente a mi. Mis ojos se abrieron como platos cuando comenzó a quitarse cada pieza de ropa, los desvié distrayéndome con la alfombra y luego los redirigí de vuelta hacia él. -Te sorprendería lo mucho que pienso en mi, pero lo hago en aras de sacar adelante el negocio familiar.-

Tamborileé con mis dedos en mi brazo sin quitarle la mirada de encima, de hecho mi curiosidad no me permitía dejar de mirarlo ahora que nada le cubría por lo que mis ojos le recorrieron despacio. -Estamos en un mundo manejado por hombres y no me es fácil romper el estigma cuando el resto de socios me ven entrar por la puerta dispuesta a hacerme cargo del negocio y va a ser más difícil ahora que heredé, pero para mi significa demasiado, estoy decidida a sacarlo adelante. Los demás pueden tragarse sus opiniones con respecto a si soy apta para tomar las riendas o no.-

Ladeé lentamente la sonrisa cuando insinuó que lo veía de "esa manera" y no respondí al comentario. -De allí la importancia del trámite que he de realizar gracias a tu existencia como mi futuro...- No atinaba a decirlo. -Mi prometido.- Arrugué la nariz al sacar las dos palabras de mi boca.

Mi rostro se tornó serio cuando me preguntó de donde saque la ropa a pesar de que le dije que no preguntara. Mi única respuesta fue morderme el labio y no emitir palabra.

La sanguijuela se aproximó y mantuve mis brazos cruzados frente a él de forma defensiva. -Señor aún no se ha vestido.- Esa continua invasión de mi espacio personal, me preguntaba si lo hacia para fastidiarme o porque le causaba gracia. Me pegué más contra la pared a medida que se fue acercando, estaba tan cerca que podía sentir su aliento gélido sobre mi rostro. -Si tiene prisa debería ponerse la ropa encima ¿no cree?-

Carraspeé moviéndome para acabar con cualquiera que fuera la razón que nos mantenía en ese exacto lugar de pie frente al otro. -Necesito mi vestido.- Me aproximé al armario y lo alcancé para ponérmelo encima con rapidez. Me acicalé frente al espejo y aún me iba calzando los zapatos cuando alcancé el marco de la puerta y miré sobre mi hombro. -¿Y bien? ¿No tenías prisa?-

La sanguijuela le daba un nuevo sentido a la palabra irritante, la destruía para volver a reconstruirla e imprimirle su sello personal y créanme, no era algo de alabar, todo lo contrario. Estuve tentada de acercarme a él y estrangularlo después de que terminó de hablar de como las mujeres vivíamos a la sombra de los hombres. Precisamente era el estigma con el que tenía que enfrentarme cada vez que se reunían los socios de la compañía, pero como yo era la socia mayoritaria tenían que escucharme quisiéranlo o no.

-En primer lugar nunca he dicho que envidie vuestra libertad.- Comencé a bajar las escaleras a paso rápido. -He dicho que los socios están todos cortados por la misma tijera, qué digo los socios, los hombres del planeta. Se creen que porque llevo faldas no tengo dos dedos de frente, pero les he callado la boca a todos mostrándoles como ha aumentado nuestra producción, la compañía necesita ideas frescas para mantenerse a flote y eso es lo que proveo, y- me acerqué a él, tomándolo del cuello de la camisa. 

-ni se te ocurra intervenir en el negocio familiar.- Permanecí mirándolo fijamente a modo de advertencia y poco a poco fui soltando el agarre. -Tienes buen porte, supongo que podría presentarte a ellos en alguna de nuestras reuniones siempre y cuando mantengas la boca cerrada y no digas nada.- Clavé la mirada en su rostro, atractivo era. O no. No, no lo era, quise decir apto para al menos aparentar ante la vista de otros.

Llegamos al pie de la escalera y me detuve tras abrir la puerta. -¿La ópera? ¿El teatro?- Alcé una ceja tras haber escuchado sus opciones. -No me digas que eres un crítico de la puesta en escena y que eres capaz de apreciar una función de principio a fin?- No es por nada, pero eso era lo último que me esperaba de él, sonreí con lentitud, mi escepticismo era mayúsculo.

Me coloqué el abrigo encima, de un tono verde más oscuro y hundí mis manos en los bolsillos mientras comenzábamos a caminar. -He mandado a mi cochero a casa.- dije a modo de explicación, no nos costaría encontrar a otro pronto en las calles residenciales dispuesto a llevarnos adonde quisiéramos.

Su última opción, el burdel, me parecía iba más acorde con él. -No, no creo que encontremos al amor de tu vida en ese lugar, aunque nunca se sabe, y no es que no me tiente ponerme un traje de caballero y hacerme pasar por uno para demostrar exactamente que puedo tener tantos cojones y carisma como uno de ellos.- Ladeé la sonrisa antes de meter dos dedos en mi boca y silbar llamando a un cochero para que se detuviera frente a nosotros. 

-¿Exactamente cuanto tiempo llevabas en ese ataúd?- pregunté con curiosidad, una vez hube tomado asiento frente a él en el interior del carruaje. Las brujas me habían hablado de como le habían encontrado en el barco. -¿No quieres que le envíe una nota a tus seres queridos? ¿Que les haga saber que estás bien y maravillosamente cómodo?- pregunté con una sonrisa socarrona, el vampiro había esquivado todas mis preguntas acerca de los suyos, pero algo me decía que su estadía en París involucraba alguna reunión con otras sanguijuelas.

El carruaje finalmente se detuvo y eso nos permitió detenernos frente a un local, la fachada era elegante al igual que el hombre que nos abrió la puerta después de que diera un par de golpes sobre ella con mis nudillos. Él me reconoció al mirarme, me saludó y se hizo a un lado para dejarnos entrar.

Nos encontrábamos en el interior de un antro nocturno, adonde las camareras curvilíneas con vestidos ajustados y los hombres con torsos descubiertos se encargaban de repartir las bebidas. El ambiente era decadente y relajado, las luces tenues, a un lado del amplio salón con mesas adonde el público se sentaba a mirar hacia la tarima para ver el espectáculo de las mujeres que bailaban había múltiples cubículos para aquellos que querían mayor privacidad detrás de unas cortinas, hasta mis fosas nasales llegaba el tenue olor a opio. -Te agradeceré que no me llames nunca princesa ni asumas que soy una niña buena.- Mi mirada se desplazó por el lugar, buscando entre los presentes. -Con algo de suerte alguna mujer en este lugar podría ser lo que necesitas.- 

Rodé los ojos cuando me preguntó si le había traído allí para aprovecharme de él. -¿Siempre eres así? ¿Le haces insinuaciones a todas?- Para qué iba a hacerme la mojigata y pretender que no sabía lo que me había estado insinuando todo el tiempo. Alcé la mano para atraer la atención de uno de los meseros, que se acercara a la mesa y pedirle un par de tragos antes de regresar nuevamente mi atención a mi acompañante.

-Ya que nos vamos a casar pronto cariño. ¿Por qué no me entretienes con tu plática amena? A ver si conociéndote mejor se me borra la impresión de que eres un caso perdido.- Sonreí de medio lado, estaba segura de que no iba a hacerlo, también estaba segura de que habíamos venido a perder el tiempo. -No te traje aquí para que tengas un ligue de una noche, podrías al menos fingir que te interesa nuestra apuesta y que te harás el propósito de conocer de verdad a alguien.-

Agité mi vaso con mis dedos una vez lo tuve conmigo. De la manera en que veía progresar la noche, la sanguijuela iba a terminar posiblemente colocado, detrás de un par de cortinas y ya para que imaginarme el resto de la escena. -Te agradecería que no hagas nada que se pase de los límites y por lo cual tenga que sacar mis armas y ponerte a raya cariño. Entenderás que no puedo permitirte realizar una masacre en el lugar.- 

Alcé una ceja cuando habló de brindar porque nuestra unión fuera eterna. -Pensé que nuestra unión sería tan breve que no valía la pena notificar a tus seres queridos al respecto. ¿Ya cambiaste de opinión? ¿Quieres que les veamos pronto? ¿Me presentas con ellos?- Tomé un par de cacahuates que descansaban sobre la mesa y me los llevé a la boca. 

-¿No vas a complacerme presentándome a tu familia?- Hice un fingido mohín, comenzaba a sentir cierta curiosidad posiblemente provocada por el aburrimiento. -Podemos invitarlos a casa. Mi cocinera es excelente, yo cenaría y ustedes... tomarían una copa. Creo que no estoy tan mal como para que me presentes como tu prometida, piensa en el síncope que les causará la noticia.- Reí entre dientes, era muy posible que no tuviera familiares pero de tenerlos seguramente se llevarían la impresión más grande de su vida al escuchar que se casaba. 

-Mañana podrías ir a comprarte ropa, lamentablemente todo tu equipaje se perdió en algún lugar entre el barco y las mazmorras.- Me encogí de hombros antes de deslizar mi mirada a nuestro alrededor pero clavé mis orbes en él cuando habló de que podría probar a divertirme como un hombre lo hacía en este tipo de lugar. -¿Acaso las mujeres no pueden divertirse aquí de igual forma? ¿En qué consiste la supuesta ventaja que tiene un hombre en esta situación?- Me crucé de brazos, esperando a que me iluminara en el por qué un hombre podría divertirse más o supuestamente como lo haría de mejor manera.