Unexpected magic [privado]

Habían transcurrido tres días desde que regresáramos a Akershus con el muchacho tan parecido a Niels. El viaje al menos, había cumplido con su cometido, mi mayor recompensa consistió en presentarnos frente al conde con el éxito en las manos ya que me seguía importando muchísimo la opinión que tuviera de mi.

Por la noche trepé al tejado del ala sur del castillo y observé el panorama, con el aire fresco provocándome ciertas cosquillas en el rostro y mis manos abrazando mis rodillas. Pensé en aquel viaje, pensé en la montaña, y pensé en mi naturaleza. ¿Era ermitaña como mi padre? ¿Era festiva como para danzar alrededor de las hogueras? ¿Iba a emprender más travesías como aquella? ¿Iba a conocer más lugares? ¿Era un caso perdido?

Estiré mis pequeñas patas frente a mi con aire extraviado, no tenía la menor idea, aunque probablemente le atinaba más con la última pregunta. Mis ojos deambularon sobre el panorama que podía percibir y lo supe, iba a marcharme, el camino me llamaba otra vez. Me desperecé arqueando mi pequeño lomo, no había mejor momento que el presente.

Con agilidad corrí sobre el tejado y descendiendo sin reducir mi carrera comencé a alejarme de la fortaleza, sintiéndome revigorizada, con deseos de verlo todo y de recorrer nuevos caminos, el brillo de la aventura iluminaba mis felinos ojos y sin meditarlo aumenté la velocidad, atravesando el trayecto hasta el puente levadizo y atravesándolo me alejé camuflándome con el paisaje.

Tres semanas después mi grácil figura felina se colaba de regreso en los muros de la fortaleza. La noche era fría y un par de hombres que hacían guardia en la entrada no prestaron atención a la gata que se colaba a un lado suyo mientras se mantenían de pie estoicos, no podía precisar si estaban totalmente despiertos o no.

La noche era fría, sentía todo mi pelaje erizado y mi estómago me pedía a gritos algo de comer. Con mi conocimiento sobre los atajos y recovecos me fue fácil introducirme en el castillo y aterrizar ágilmente sobre mis pequeñas patas. Bien, ahora solo quería llegar a la cocina, saquearla y tumbarme junto a alguna de las chimeneas encendidas.

Atravesaba el área de jardín que circundaba al patio de armas cuando un diminuto halo de luz llamó mi atención. ¿Me lo había imaginado? La curiosidad me hizo cambiar de dirección y comencé a correr para intentar alcanzarla con mis patas. Frente a mi había una segunda, una tercera… las miré con asombro, luciérnagas… Tan pronto una nueva pasó frente a mi me lancé en pos de ella, zigzagueando y dando piruetas en el aire. ¡Ja! ¡Te tengo! Di un salto mortal y la tuve justo a mi alcance cuando me di de frente con un cuerpo. Mi susto fue tal que lancé un chillido, erizándose toda mi piel, antes de dar manotazos en el aire y caer despatarrada sobre el cuerpo.

Vi pequeñas estrellas de colores a mi alrededor y me percaté después de bambolearme de que estaba acostada encima de la montaña con la que había chocado. Abrí los ojos desmesuradamente y salté para ponerme de pie sobre su estómago. ¡Un intruso en el castillo! 

Alcé mi pata dispuesta a sacar mis uñas pero la dejé suspendida en el aire al mirarlo. Aún no abría los ojos así que me acerqué lentamente hacia su rostro. ¿Respiraba?

Mi mirada deambuló sobre él y ladeé mi rostro, observándolo, la brisa movía un poco su cabello castaño y al repasar sus rasgos sentí como si estuviera haciendo algo que no debía. Lentamente atiné a salir de mi estupefacción y hundí mi dedo tentativamente en su mejilla un par de veces.

Repentinamente sus ojos se abrieron, me miraron, y mis latidos se dispararon antes de salir corriendo a esconderme detrás de un árbol.

Apoyé mi espalda en el tronco, procuré tranquilizarme y poco a poco fui asomando la cabeza desde atrás de este para buscarlo con la mirada.

Estaba de mal humor.

Mucho.

Demasiado.

Agh.

Alcancé la orilla del lago con rapidez y ni me molesté en devolverme al lugar adonde había dejado el resto de mi ropa. Simplemente abandoné mi forma humana, adquirí la de gata y comencé a correr sobre la hierba, deteniéndome solo a sacudir mi pelaje para liberarme de las gotas de agua.

Mis pequeñas patas se apoyaban en la mullida hierba mientras volvía a correr para regresar al castillo.

En cuanto llegué a la familiar propiedad atravesé con rapidez el patio de armas y me colé hacia las alacenas de la cocina que a estas horas nocturnas se encontraba a oscuras. Flexioné mis patas delanteras calculando la posición y la distancia y salté hacia una encimera. Saqueé la despensa y me apropié de un tarro de mermelada que llevé conmigo mientras me volvía a escabullir. Solo que esta vez emprendí mi ascenso hacia el tejado adonde me dejé caer.

Maullé con tono lastimero antes de sentarme sobre mis patas traseras y lentamente comencé a lavarme el cuerpo mientras observaba la propiedad debajo de mi. A estas horas la mayoría de los habitantes de la fortaleza ya se habían retirado a sus casas. Aunque eso no quería decir que la actividad no continuase entre cuatro paredes, en el interior del castillo aún varios de los vikingos estarían despiertos.

Echaba de menos a Synnove, se encontraba lejos del castillo desde algunos días y su ausencia se prolongaba. Me hubiera bastado con hacerme un ovillo bajo sus pies y dormir acompañada. O incluso podría haber buscado a Sirius… hasta tiempo atrás su presencia me hubiera sosegado también, pero también se había alejado…

Ubbe y Niels seguían en el lago. Pensé en ellos… pensé en el invitado… y dejé salir un pffff.

Me dejé caer sobre las tejas y observé las estrellas antes de cerrar los ojos. El hechicero parecía amistoso, cómplice, sincero… Me enfurruñé recordando que evadía a mis amigos, que parecía desagradarle completamente Akershus y sus habitantes.

Me cansé de ver el brillo de las estrellas y me desplacé desde el tejado hasta la ventana de la habitación más cercana, una de las habitaciones de huéspedes. Estaba completamente a oscuras y no me molesté en detenerme a ver nada a mi alrededor, si lo hubiera hecho hubiera reparado en que algunas cosas estaban fuera de lugar.

Un libro que nunca había estado allí descansaba sobre el escritorio, las puertas del armario no estaban del todo cerradas y permitían ver las correas del equipaje recién depositado en su interior, además de que de los ganchos colgaban unos trajes nada similares a la ropa que usaban los vikingos.

Lo último que se me cruzó por la cabeza fue que la habitación estuviera ocupada y que la hubieran preparado precisamente para el recién llegado.

Recuperé mi forma humana, abrí el tarro de mermelada y metí el dedo en ella para llevármelo a la boca, el dulce usualmente me tranquilizaba.

Dejé salir un suspiro y me dejé caer en la cama, me tumbé a un lado de ella y me dejé envolver por el deseo de escapar de todo, tornándose mis párpados pesados. Al poco rato había conciliado el sueño y dormía aún en mi forma humana.

Me encontraba descansando desnuda boca abajo y solo la pálida luz de la luna iluminaba las suaves curvas de mi cuerpo que se movían de vez en cuando al apretarme un poco contra la almohada entre sueños.

Mermelada…

Yo era una gata sencilla y un poquitín obsesionada con la comida, pero los dulces estaban a otro nivel, especialmente la mermelada. La que había robado de la cocina era dulce, con sabor a frambuesa fresca y aún la sentía en el paladar, aún entre sueños.

Me moví despacio sobre la cama dándome la vuelta para descansar de espaldas. En mi sueño robaba una docena de tarros y abría uno, metía el dedo en el dulce y me llevaba la mermelada a la boca, pero una figura enorme y malvada me arrebataba mi tesoro, me tumbaba y me prohibía probarla. Yo negaba con firmeza y me relamía la mermelada de mis labios, entonces un par de desconocidos labios ajenos ejercían presión contra los míos. ¿Así me iba a robar la mermelada?

Creo que no era tan malo… me la robaba chupándome el labio inferior y regalándome sus labios suaves. Me daba besos en el cuello y ascendía por mi piel lentamente, podía apreciar su aliento contra mi boca orillándome a abrirla. Me removía en las sábanas sintiéndome acalorada pero la presión de los labios masculinos se volvía más fuerte convenciéndome de entreabrir los míos para entrar.

La lengua ajena se coló entre ellos por lo que dejé escapar un pequeño gemido, nuestras lenguas se encontraron, se lamieron y acariciaron de forma húmeda lanzando una pulsación directa hacia mi entrepierna que respondió frotándose contra su dureza, la cual de inmediato creció.

La intensidad del beso aumentó y me percaté de que no era un sueño, abrí los ojos y descubrí la cara masculina contra la mía. La alarma se disparó en mi interior, mi cuerpo estaba aprisionado entre él y el colchón. Era irreal, no me lo creía a pesar de sentir perfectamente su torso contra mis pechos y el resto de su cuerpo anclado a cada borde del mío.

Moví el rostro hacia un lado con el afán de comprender y recuperar el aliento. -¿Arturo?- dejé escapar con un hilillo de voz.

Miré hacia abajo y realmente no vi más que nuestros cuerpos pegados. Su torso estaba desnudo por lo que la sangre se agolpó en mi rostro violentamente al percatarme de que seguramente también lo estaba de la cintura para abajo.

El olor a embriagante licor escapaba de su aliento indicándome que no estaba en sus cinco sentidos. Intenté interponer las manos entre ambos colocándolas en su pecho, pero fue un esfuerzo inútil puesto que no se movió ni un ápice, se limitó a mirarme con los ojos vidriosos y oscurecidos.

-¿Qué- qué haces en la cama?- Mi mente daba vueltas, me moví para liberarme pero sentí su erección golpear mi vientre por lo que de inmediato me detuve.

Me sentí muy tensa y procuré cerrar las piernas, ocultar el hecho de que mi sexo comenzó a latir de forma insistente. Sentía su peso encerrándome contra él y era muy consciente de como mis pezones comenzaban a endurecerse. Mi respiración se había tornado errática mientras mi boca emitía una protesta. -Arturo salte de encima.-

El corazón me latía a mil, encontrándome en esta situación inverosímil, aprisionada entre el hechicero y el colchón. Cientos de preguntas se sucedían en mi mente. ¿Pero de dónde había salido? ¿Por qué estaba en esta habitación? ¿A qué horas llegó? ¿Qué tanto había tomado? ¿Por qué había trepado encima de mí?

Le miraba los ojos vidriosos procurando no moverme al percibir perfectamente bien las partes de su anatomía que rozaban las mías. Si tan solo abría un poco… esa erección iba a encajar… adentro mío… El rubor se agolpó en mi rostro y lo peor es que el calor se iba concentrando en la parte baja de mi vientre aglomerándose en medio de mis piernas. Mi respiración se iba estropeando más al sentir la suya frotar mis pechos.

Al parecer a pesar de la borrachera entendió mi petición y se bajó. No puede ser, miré al techo sintiendo no solo las pulsaciones de mis muñecas si no otras más traicioneras.

Por un momento no atiné a moverme, estaba en shock. Miré hacia un lado con el rabillo del ojo. Él se había acostado a un lado. Recuperaba mi espacio y sin embargo sentía como si todavía estuviera encima mío, peor aún, sentía que la humedad se filtraba entre mis piernas.

Tomé la sabana y me cubrí con ella hasta el cuello a la vez que le escuchaba hablar. Algo dijo acerca de odiar el norte. Vaya, eso ya lo intuía yo. Que su padre le había enviado con unos salvajes. ¿Salvajes? No comprendí esa descripción.

Que me burlaba de él. Un minuto ¿qué? -¿De qué hablas? Te has metido en la habitación en la que duermo, me despierto y estás… estás…- A continuación le escuché roncar.

¿Se había dormido? Lo miré incrédula, sin dar crédito a que de un momento a otro lo hubiera hecho. -¿Arturo?-

Nada, seguía roncando. Sentí que la indignación me recorría el cuerpo y sacudía cada una de mis terminales nerviosas. -¡Arturo!- Me incliné sobre él y lo zarandeé por los hombros. Nada, no hubo respuesta.

Me dejé caer de nuevo sobre el colchón con el ceño fruncido. ¿Se había dormido? ¿En serio!!? Me sentí tan enojada que me puse roja. Trepaba sobre mi y me dejaba, me dejaba… ¿cómo me dejaba? Alterada. Enojada. ¿Excitada?

Me enfurruñé, no por supuesto que eso último no, no conocía al hechicero y no quería que pasara nada con él.

Se dormía, como si nada hubiera pasado, era él quien se burlaba.

Volví a mirar el rostro del invitado y al detenerme en sus labios me quedé de una pieza. ¿Me había besado? ¿O tan solo lo soñé? No estaba segura, recorrí su desnudez con la mirada un momento antes de abandonar la cama con rapidez.

Salí de la habitación como si el diablo me persiguiera y me interné en el baño contiguo, cerré la puerta detrás de mí y dejé escapar el aire mientras con mi cabeza daba pequeños golpes contra la puerta. Diablos, lo mejor sería que tomara un baño.

Recibí el nuevo día con un par de ojeras y un refunfuño al escuchar a los pájaros trinar en las ramas que se mecían cerca de la abierta ventana de la habitación. Cuando querían podían ser muy molestos y en esta mañana en particular me atarantaban, todo lo que quería era olvidarme de que era de día y mantener la sábana sobre mi cabeza.

Al notar que los trinos eran insistentes, cambié de forma y adquirí la de gata, me moví con el sigilo que caracteriza a todo felino y mi pequeña cabeza se asomó desde debajo de la sábana.

Mis movimientos fueron muy leves, con mis pequeñas patas delanteras flexionadas moví mis dedos para sacar mis pequeñas pero bien afiladas zarpas mientras mis ojos rasgados brillaban.

El silencio imperó unos segundos en los que tan solo la pequeña y elegante figura se movía. Un trino más llegó a mis oídos por lo que di un ágil y veloz salto desde la cama hacia la ventana y de allí a la siguiente rama. Un siguiente salto y ¡zas! agité mis patas en el aire con mis brillantes zarpas al descubierto y los pájaros huyeron volando enloquecidos mientras múltiples plumas salían disparadas de entre las verdes hojas en medio del alboroto.

Poco después volví a entrar en la habitación y me dejé caer despanzurrada sobre el colchón. Me sentía desanimada y agitada. Miré el pequeño tarro de mermelada que aún descansaba sobre la mesita de noche, retomé mi forma humana y me senté en el colchón, abriéndolo y mirando el contenido. Mi labio inferior tembló y mis ojos brillaron húmedos con el tarro entre mis manos, así permanecí en silencio y sin probar nada volví a cerrarlo.

Me vestí y atravesé el pasillo, estaba a punto de bajar las escaleras cuando escuché el jaleo proveniente de esa habitación. Me detuve en seco, escuché el intercambio de voces y apreté la mandíbula con un repentino temblor atravesándome el cuerpo antes de que mis pies continuaran bajando los escalones.

Más gritos airados alcanzaron mis oídos por lo que me detuve a mitad de la escalera. Lancé un gruñido de exasperación y giré para subir los escalones de dos en dos, correr hacia la habitación y entrar en ella con el ceño fruncido.

-¡Basta! ¡Es que no puede haber paz nunca!!!?- Mi voz sonó estridente antes de que me percatara de la escena. Niels tenía ambas cimitarras en la mano y el invitado tenía sus manos en alto, con amenazadores rayos azules emergiendo de estas.

En respuesta el vikingo me indicó que le hablara al hechicero y que le hiciera bajar a entrenar. -¿Qué? ¿Yo?- Permanecí paralizada antes de atinar a negar con la cabeza. ¿Por qué decía que yo debía hacerle entrar en razón?

No quería hablar con él. Podía notar su presencia con el rabillo del ojo y eso bastaba para que mi rostro ardiera furiosamente y deseara no haber entrado.

-El joven es tu invitado, tuyo y de Ubbe.- Miré al ojiazul que seguía de pie a unos pasos de la puerta. -Yo solo soy la gata.- Aunque solo veía su silueta con el rabillo del ojo noté que el hechicero se había detenido en su ofensiva, manteniéndose inmóvil.

-De todas maneras, ¿de qué servirá un invitado hecho pedazos? Una vez muerto no podrá participar en ninguna de las tareas de este lugar.- Coloqué mi mano sobre el brazo de Niels para procurar tranquilizarlo. -Seguramente él estará de acuerdo con lo que digo.-

Después de mis palabras pensé que lograba serenar a Niels, al menos eso parecía pues, aunque aún sostenía las cimitarras, no realizaba ningún movimiento ofensivo. Era un cambio bastante importante que cualquiera que conociera la temeridad del vikingo sería capaz de apreciar.

Pero no transcurrió ni un segundo antes de que el hechicero echase mi progreso por tierra preguntándole a Niels si él mismo no era capaz de bajarlo. Ese fue el detonante, no tuvo que provocarle más para que se iniciara una batalla en plena habitación.

Cada uno de los vellos del cuerpo se me erizó al convertirme en una testigo atónita de la escena, a pesar de mis ¡bastas! que ninguno de los dos parecía oír, y mi empeño en tirar de la manga de Ubbe pidiéndole que hiciera entrar a esos dos locos en razón.

Aunque si el ojiazul permanecía impávido era porque sabía perfectamente lo bien que se manejaba su primo con las armas sumado a su pericia y desempeño en cualquier enfrenamiento, cosa que demostró al atravesar la barrera del hechicero y herirle la piel.

Abrí los ojos como platos y di un salto para esquivar el disco mágico que en respuesta el hechicero había lanzado y que devolviéndose en su trayectoria rodó vertiginoso para alcanzar a Niels en un costado.

-¡He dicho basta!- Recuperé mi equilibrio brevemente perdido, con la respiración agitada y completamente erizada, y me interpuse entre ambos combatientes con las manos extendidas, mal mirando a Ubbe que hasta ahora comenzaba a intervenir.

-¡Y luego bien parecemos una horda de salvajes! ¿Es mucho pedir tener una mañana tranquila!?- Niels pareció entrar en razón, o al menos se percató de que no iba a moverme de mi lugar, por lo que accedió a bajar las armas y decidió dejarme a solas con el invitado.

-¡Tú no digas nada!- El regaño fue para el hechicero a quien escuché protestar, negándose a claudicar para acudir al patio de armas.

Respiré violentamente cuando el par de vikingos abandonó la habitación. Estaba alterada, molesta y tensa… apreté los puños en mis costados hasta tornarse mis nudillos blancos y de acuerdo con mi imagen en un espejo lateral incluso perdí buena parte de la circulación de mi rostro y me puse pálida.

No entendí como me había visto inmersa en este lío cuando todo lo que quería era mantenerme bien lejos de esta habitación.

No giré para encararlo, podía ver en el espejo la espalda del hechicero y como se movía para comenzar a empacar. Seguí sus movimientos entre sorprendida y violentada.

-Haces bien en no ir al patio de armas.- Me crucé de brazos procurando ignorar mis palpitaciones y esa alteración que sentía que me impedía seguir contemplando su reflejo. -Solo los fuertes acuden y entrenan.–

Mi mirada era intensa, brillaba al hablar, y me encaminé hasta la puerta deteniéndome en el marco. -Se necesita tener vigor y determinación, es algo a lo que no estarás acostumbrado, ese tipo de retos no son para ti.-

Me mordí el labio, otra vez me ardía el rostro furiosamente, otros pensamientos se cruzaban por mi mente y lo único que atiné a hacer fue oír el sonido de mi propia respiración.

Salí de la habitación sintiendo las entrañas revueltas, atravesé el pasillo y busqué las escaleras, deteniéndome a medio camino hacia el exterior para recostar mi espalda contra la pared al sentir que las piernas no me sostenían y que necesitaba respirar.

-Torvi cuando termines ven al despacho y trae algo para curar la herida de Arturo.- Escuché las palabras del conde boquiabierta. El hechicero, que repentinamente se había topado conmigo y había acercado su rostro demasiado retrocedió para seguir a Höor refunfuñando entre dientes.

Dejé escapar el aire antes darme pequeños golpes en la cabeza contra la pared y luego observé la estela de ambos hombres antes de que esta desapareciera al dar la vuelta en el pasillo. ¿El hechicero recordaba la noche anterior? Pensé que la había borrado completamente de su mente.

Negué con la cabeza, estaba a punto de marcharse porque odiaba este sitio, a todo Akershus y eso incluía a sus habitantes, de los cuales yo era una. Lo de anoche no hacía ninguna diferencia. Tomé su equipaje en mis manos y lo llevé de vuelta a su habitación. ¿Y de todas maneras a mi qué me importaba si se acordaba o no?

Bufé al dejar caer las maletas de mis manos y me crucé de brazos. El conde me había indicado que regresara al despacho. ¿Y si no quería? Todos los Cannif se confabulaban en mi contra para obligarme a continuar en contacto con el hechicero. Hinché los mofletes negándome a hacerlo. No iba a ir.

Salí por una de las puertas laterales a tomar aire y me incliné contra la pared, poco a poco me fui serenando. Parte de mi no quería ir, la otra parte pensaba que no era correcto no hacerlo, el conde me había pedido a mi que me hiciera cargo.

Suspiré observando a unos pajarillos saltar de rama en rama, uno de ellos se detuvo y comenzó a trinar. Me le fui acercando con sigilo felino, era un jilguero que me miraba con el rabillo del ojo. Pensé que echaría a volar, pero siguió cantando, sorprendiéndome y provocando que me detuviera muy cerca de él y sonriera. -Pensé que las aves solo podíais irritar.-

Fruncí mi nariz pensativa y di la vuelta sobre mis pasos para ir a buscar un recipiente con agua, unas toallas y un emplasto de hierbas medicinales que teníamos para las heridas, estas nunca faltaban en Akershus.

Toqué la puerta del despacho del conde aguardando antes de que me diera la indicación de entrar. Lo hice en silencio, procurando no ser notada. Al parecer el conde tenía mucho que decir acerca de lo sucedido esta mañana, de como -Arturo era su responsabilidad por ser hijo de su buen amigo-. Algo que me hizo alzar las orejas ¿de dónde era exactamente el hechicero? -Y ante nada era la PROPIA RESPONSABILIDAD DE ARTURO cumplir con los deseos de su padre que buscaba protegerlo.-

La conversación se extendió más hasta que el conde me indicó que podía comenzar a curar al joven que al parecer no estaba contento con la idea de quedarse, pero ¿qué otro remedio tenía?

Me paré frente a él y tiré despacio de su camisa para sacársela por la cabeza. Tenía una herida que iba desde su hombro derecho en diagonal hasta un lado de su corazón, fruncí el ceño al ver aquello. -Mira que todo esto podría haberse evitado si tú y Niels no fuerais unos cabezotas.- Tomé la botella de whisky, la abrí y vertí el contenido sobre su piel sin ningún preámbulo escuchándolo aullar por el ardor.

El conde salió del recinto mientras comenzaba a curar a su invitado. -No es tan terrible bajar al patio de armas. Si no quieres entrenar con los demás, puedes practicar tu magia a un lado.- Suspiré observándole el pecho, tenía la carne abierta pero afortunadamente no necesitaba puntadas.

Humedecí un pequeño trapo y comencé a limpiar con cuidado la sangre que cubría la herida. -Pero no conoces el norte… creéme que incluso el hechicero más fuerte debe tener conocimientos de armas en lugar como este, nunca sabes cuando un enemigo puede neutralizar tus poderes. Incluso Sirius entrena con su padre…- Dejé escapar un suspiro agridulce al pensar en él.

Al terminar con la herida, proseguí a limpiar con el trapo otras heridas pequeñas que tenía en el resto del pecho. Lo hice con movimientos precisos y suaves para asegurarme de no lastimarlo más. -Te quedarán unos buenos moretes.- Alcé la mirada y me topé con sus orbes que me miraban intensas, no tenía idea de que estaría pensando.

Tomé el pequeño recipiente que contenía el emplasto y lo pasé por mis dedos antes de comenzar a aplicarlo sobre la herida más grande. -Akeshus no es tan malo, ni sus habitantes, si les das una oportunidad.-

-Niels y tú, los dos sóis un par de cabezotas.- Me mantuve en mis trece sin importar sus refutaciones. -Si no estáis de acuerdo hay maneras de solucionar las cosas. Y además…- estrujé el trapo húmedo en mi puño del coraje que sentía al rememorar la escena. Los Cannif me obligaban a estar metida en el medio, haciendo caso omiso de lo que pensara al respecto.

Por la forma en que se empeñaban en que me hiciera cargo del hechicero, cualquiera diría que era mi invitado y no el de ellos. -Y además, si quieren que sea yo quien te atienda bien harían todos en comenzar a escucharme!-

Siseé a punto de tirar el cuenco de agua al hacer descender mi mano sobre la mesa con estrépito. Afortunadamente lo atajé a tiempo y lo volví a colocar sobre la madera mientras tomaba el vendaje para cubrir la herida más grande. -Lo puedes cambiar una vez al día, procura no se moje, no querrás que se infecte y la cosa se haga más seria.-

Entonces fue cuando la pregunta llegó de improviso, su mano alzó mi mentón para que lo mirase de frente antes de lanzar el cuestionamiento sobre Sirius. -¿Qué me tiembla qué…?- No terminé la frase, la pregunta me dejó aturdida.

Por un momento no entendí bien qué le inducía a decir eso… además cuando alzó mi rostro quedó a pocos centímetros del suyo. Lo miré a los ojos y fruncí el ceño mientras contra mi voluntad respiraba agitadamente. Agitadamente por el enojo y la sorpresa. -Eso no es de tu incumbencia.- Alcé la mano hasta la de él para retirarla de mi rostro pero me quedé petrificada unos segundos.

-¿Podrías hacer el favor de no invadir mi espacio personal?- Me moví para girar y recoger las cosas que había usado para curarle.

-La magia nunca me ha disgustado…- Que sacara sus propias conclusiones, no fui yo quien se coló en la cama del otro y trepó desnudo sobre el cuerpo ajeno solo para confundirle.

Seguramente esta mañana se habría muerto de la risa a mis expensas, eso… o de lo contrario ni pensó en ello, era lo más probable. -No me gusta que me tomen el pelo.- Fruncí el ceño al mirarlo, a la gata nadie la tomaba en serio, excepto una o dos personas…

Supongo que eso no le atañía a él, ni me conocía ni tenía porqué querer hacerlo. Suspiré, dudaba que le importara un ápice nada de lo acontecido la noche anterior.

Sin esforzarme lograba rememorar sus ronquidos otra vez y me iba sintiendo profundamente indignada al recordar cómo se había quedado dormido.

-Toma.- Le pasé la camisa de un manotazo antes de dirigirme a la puerta. -Si en algún momento tienes problemas para dormir no me busques, no soy un remedio para el insomnio.-

Bufé abandonando el estudio del conde sin dar crédito a mis oídos. Qué yo lo había emborrachado. ¿Qué YO lo había emborrachado? ¡Pero si acaso tomó un par de tragos mientras comíamos bajo el árbol! ¡Echarme a mi la culpa de su borrachera era el colmo de la desfachatez!

Dejé caer el cuenco en el lavatrastos de la cocina con tal estrépito que hice pegar un salto a nuestra afable cocinera. Repasé en mi mente las últimas palabras escuchadas en el estudio y apreté los labios mientras restregaba con rapidez e insistencia el cuenco una y otra vez. -Ni siquiera se molestó en darme las gracias por curarle las heridas. ¡Y luego dice que los bárbaros y maleducados somos nosotros!-

La cocinera se acercó para indicarme que ya había lavado lo suficientemente bien el trasto. Miré como lo había rayado y le había sacado la pintura. -Lo siento Shansa, lo repondré.- Dejé escapar un suspiro hondo y sentido al salir por la puerta inmersa en mis meditaciones.

Miré a mi alrededor de forma subrepticia antes de transformarme en gata, fuera como fuera iba a descargarme. Eché a correr con mis mullidas patas sobre la hierba y me ausenté del castillo alrededor de un par de horas.

A mi regreso caminé por el exterior del castillo y volví a mi forma humana, busqué el escondrijo adonde había dejado mi ropa y la tomé en mis manos para llevarla conmigo. Algo me incomodaba, me di un pequeño golpe en el pecho y de mi boca escapó un diminuto hueso que flotó un momento antes de descender y perderse entre la hierba.

Me fui encaminando hacia el lago y al aproximarme me dejé caer sobre la mullida alfombra de pasto verde. Hacía buen clima, el viento fresco mecía mi pelo, me sentía algo adormecida por lo que pensé que bien podía dormir allí. Cerré los ojos y mis pensamientos volvieron a reflexiones más bien sombrías.

Yo no era desagradable a la vista ¿cierto? Podía inspirar deseo en alguien si me lo proponía. No era tan voluptuosa como las norteñas que acosaban a Ubbe y a Niels, ellas eran más... pero aún así…

¿Eran mis pechos muy chicos? Pffff…. Lamenté que ese par no anduviera cerca para pedir su opinión, lo haría en cuanto me topara con uno de ellos.

Repentinamente escuché un sonido, ya a estas alturas las prácticas deberían de haber terminado y el patio de armas se encontraría vacío, aparentemente no era la única que se encontraba por acá.

Me incorporé y miré por encima de los arbustos, a un par de metros de distancia se encontraba… Sirius. Lo observé boquiabierta, ¿cuándo regresó? Mis orbes se achicaron al descubrirle allí y al desplazar mi mirada mi ceño se fue frunciendo al notar al segundo personaje.

De repente tenía unas ganas irresistibles de lanzarle a los dos una cacerola directo a la cabeza.

Volví a mi forma de gata y comencé a desplazarme, era tan menuda y elegantemente silenciosa que era imposible detectarme.

Acababa de ver unos rayos de luz, estaban usando magia. La curiosidad despertó en seguida en mi por lo que a pesar de que su visión me incitaba a gruñir me fui acercando.

Me detuve y con mi pequeña panza sobre la tierra me mantuve inmóvil, mis ojos rasgados atisbaron entre los arbustos. Me ganaba la curiosidad, quería ver qué hacían.

Me mantuve silenciosamente quieta e indetectable con mis ojos rasgados brillando entre los matorrales y al poco tiempo me fui acercando un poco más muy, muy despacio. ¿Qué hacían?

Me detuve de nuevo y alcé la ceja. No veía que estuvieran haciendo nada. Sirius parecía titubear y luego le pasó su espada al otro.

Mmmmm… vamos, sois dos hechiceros, esperaba más. ¡Haced algo!

Bufé, honestamente… hacía demasiado tiempo quería aprender más sobre la magia, pero Sirius nunca me había tomado en serio cuando se lo pedía. ¿Qué no sabía que todo hechicero que se preciara de serlo tenía detrás de él el apoyo de un gato?

Al parecer no lo sabía, en mi opinión mi asistencia le hubiera servido de mucho. Se lo había perdido.

Miré al otro hechicero y mis ojos se fueron achicando, cada vez que lo veía se me erizaban los pelos y se arqueaba mi lomo.

Ya estaba otra vez completamente arqueada mirándolo.

Pfff no me agradaba, no me gustaba y esperaba no me obligaran a seguirlo atendiendo o les sacaría las zarpas para dejar clara mi opinión.

Suspiré y me dejé caer sobre el suelo. Era un bobo descomunal, solo me dirigió hoy la palabra para quejarse de su incursión en el patio de armas y despotricar acerca de la vida en general.

Atisbé con mi mirada a un ratoncillo que apareció en escena corriendo a escasa distancia y mi instinto me incitó a moverme antes de que recordara que no debía hacerlo.

Demasiado tarde, esos dos me habían visto.

Sirius dio un par de zancadas y se acercó, agarrándome del cogote para alzarme en el aire. Mira que era descarado, como si nada hubiera pasado. ¿Qué no se fue hace meses sin tan siquiera despedirse?

Mis pequeñas zarpas silbaron en el aire y mi pequeño cuerpo se meció mientras me mantenía colgada. Intentaba arañarlo.

¡Me había abandonado!

Me agité tanto en su mano que con un nuevo impulso y sin medir mi fuerza logré zafarme de su agarre, pero a la vez volé por los aires y terminé aterrizando en las aguas del lago.

Un grito gatuno se escuchó antes del subsiguiente chapoteo.

Tras hundirme en el agua me impulsé hacia la superficie, nadé hacia la orilla con mis pequeñas patas y eché humo por mi pequeña nariz. Esto era guerra.

Corrí sobre la hierba, di un salto con una voltereta y terminé aterrizando sobre una cabeza, no sabía ni de quien era, tan ofuscada estaba.

¡Que no te engañe mi tamaño!

Cuando me acerqué para descubrir que harían con su magia no pensaba precisamente en que uno de ellos iba a mantenerme flotando en el aire en contra de mi voluntad.

Miré hacia el invitado con los ojos brillantes de indignación mientras continuaba moviendo mis zarpas, intentando anclarme a las ramas de un árbol que vi pasar frente a mis ojos pero sin lograr llegar a ellas debido al maldito conjuro.

Ahora si que estaba furiosa, aún podía escuchar las carcajadas de Sirius cuando finalmente al otro le dio la gana de liberarme de su magia y pude aterrizar con mis pequeñas patas sobre el suelo. Me sacudí las gotas de agua, estaba completamente empapada.

-Será por mí que no se acerca…-
-Bueno, es algo arisca…-

Resoplé, me molestaba que hablaran de mi como si no estuviera presente, y encima Sirius hablaba con el otro como si no valiera la pena tomarme en serio.

-… te portaras bien con el chaval?- Aún lo veía todo rojo así que NO. NO IBA A PORTARME BIEN.

El descaro del vikingo no paraba allí, se acercó a mi por lo que lancé mis zarpas a diestra y siniestra, pero volvió a agarrarme del cogote, me subió en sus brazos y me pasó la mano por el lomo antes de culminar con un par de palmadas en mi trasero como si fuera a apaciguarme de esa manera.

Pffff… serás tarado. Lo miré con chispas en los ojos y dejé salir un largo suspiro antes de dejar caer mi pequeña cabeza sobre su brazo.

No quería que me acariciara el lomo y me sentí muy miserable, en mi forma gatuna era más difícil percatarse de las sombras alrededor de mis ojos y de mi expresión decaída.

-… el mismo mal carácter que ahora, peor si eres paciente acabará ronroneando en tu cama.- Bufé al escuchar aquello, me retorcí y ahora si le di un par de zarpazos que le alcanzaron la piel antes de saltar de sus brazos y dirigirme detrás de unos árboles adonde recuperé la ropa que traía.

Volví a mi forma humana y me vestí con rapidez, estaba tan ofuscada que un estremecimiento llegó hasta mis rincones más profundos, pero negué con la cabeza obligándome a mantenerme en una pieza.

Una vez vestida me dejé ver de nuevo y me detuve a unos pasos de ellos. -Para mi no hubo despedida hace meses y para ti no hay saludo hoy.- Apreté los labios, no iba a ahondar en ello ahora, no era el momento ni el lugar, así que permaneció atorado.

-Por otro lado, no te has percatado, pero ya no soy una niña, y además, soy mayor que ustedes dos.- Los señalé con el dedo para enfatizar.

-Por lo tanto, soy yo quien elige cuando ronroneo en la cama de alguien, y según lo pienso… esta noche habrá festividad alrededor de las hogueras así que presentándose la oportunidad, yo elegiré con quién y cómo.-

Y eso fue todo lo que dije, mantuve mi mirada brillante de intensa decisión apenas contenida, giré sobre mis zapatos y eché a andar de regreso al castillo casi volando.