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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Amaris Thervasi Mar Mayo 17, 2011 5:19 pm

Rebusqué dentro del pequeño baúl el vestido dorado y verde de bailarina exótica de una de las gitanas que participaban en la función de hoy. No podía creerme que Zoya, que así se llamaba la bailarina, no se hubiese acordado de cambiarse para su propio número. Y ahora me tocaba a mí encontrar la dichosa prenda y atravesar medio circo para que ella estuviera lista.

Sacudí la cabeza sintiéndome culpable. No debía pensar así de mis compañeras, me dije. Sólo estaba estresada y por eso me molestaba tener que hacer trabajo de más. El circo se basaba en la cooperación de todos los gitanos y yo era una más, por mucho que Tharo se empeñase en lo contrario.

Fruncí el ceño al pensar en él. Llevaba dos días sin aparecer por casa y parecía que la cosa iba para largo. Quizás debía darle tregua y marcharme yo unas semanas para que pudiese volver de una vez y ocuparse de mis hermanos. Aunque, claro, teniendo en cuenta el estado de embriaguez en el que suele regresar no creo que esté muy lúcido para vigilarlos.

Era culpa mía.

Esas palabras volvieron a desfilar una vez más por mi mente al igual que hacían todos los días desde que mi madre murió. Si no fuera por mi existencia Tharo seguiría siendo el hombre amable que Madre solía decir que era. Yo me perdí esa época. Aunque él tampoco tuvo ninguna palabra amable para mí, para el Fantasma, para la chica del pelo de vieja.

Con un largo suspiro doblé el vestido de Zoya y me dispuse a llevárselo antes de que la función tuviese que retrasarse aún más por mi culpa.

Salí por la puerta y caminé entre las pequeñas tiendecitas que hacían las veces de camerinos para mi gente, y me acerqué a la más grande, donde las hermosas bailarinas de piel morena y cabellos oscuros aguardaban para salir.

-Ya estoy aquí-dije entrando de golpe y sintiéndome aún más culpable por las miradas de reprobación por parte de muchas de ellas-. Aquí tienes, Zoya. éste es el vestido, ¿no?

Zoya se acercó a mí ataviada únicamente con una minúscula broma de bata y examinó el vestido fascinada. Acarició los bordados y asintió. Luego clavó en mi sus enormes ojos oscuros. Se apartó un rizo de la cara y dijo:

-Gracias, Amaris. Creo que también te buscan en la tienda del domador de lobos. creo que tiene problemas con una hembra en celo.

Suspiré nuevamente y asentí dándome la vuelta para cumplir con mi siguiente obligación. Era la chica de los recados en el Circo Gitano. Pero, y si lo conseguía, pensaba cambiar mi vida radicalmente. Para algo estaba haciendo rápidas incursiones al corazón de París para aprender a moverme en ese ambiente.

La tienda del domador de lobos era también una de las más grandes. Dentro había unos diez lobos domesticados y bastante cariñosos aunque algo pesados en épocas de celo. Mi tarea consistía en calmarlos, ya que se me daban bastante bien los animales. Sin embargo el viejo Kev no se encontraba sólo en la tienda. Con él había una bonita mujer de cabello oscuro hasta la cintura y hermosos ojos claros. La reconocí como "La Nueva".

-Eh, Hola...-dije carraspeando e interrumpiendo su diálogo-. Siento molestar pero me han dicho que...

-Ah, si. Ven, Amaris. Creo que Serena confiará más en ti que en mí.

Serena era una bonita loba cuyo color oscilaba entre el blanco y el beige. Solía quedarse embarazada cada dos por tres, aunque sus cachorros no sobrevivían al invierno. Ahora se encontraba demasiado inquieta porque el deseo sexual era terriblemente apremiante para ella.

Me acerqué a la loba y comencé a hablar con ella en una mezcla de francés y del lenguaje antiguo de los gitanos. Le contaba historias sobre otras lobas y sus bebés. Le contaba la historia de la loba blanca de la que todos los lobos venían y de como ella les dio la fuerza y la belleza que poseían.

Poco a poco la loba se fue calmando. Para rematar la obsequié con un terroncito de azúcar y me levanté. Entonces me percaté de que los ojos de "La Nueva" estaban fijos en mí y que Kev había salido de la tienda dejándonos con los lobos.

-Tú eres la chica nueva, ¿no?-le pregunté estúpidamente y con timidez-. Yo soy Amaris. Encantada...¿Cuál es tu nombre?

Sentía curiosidad por esta gitana extranjera. Nunca había ido más allá de Francia y quería conocer un poco más de lo que había fuera.

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Mensaje por Éabann G. Dargaard Miér Mayo 18, 2011 3:01 am

Kev, se llamaba, el domador de los lobos. Siempre había sentido una especie de fascinación por aquellos animales, pero desde que había habitado con un licántropos Éabann había llegado a amarlos. No olvidaba que eran animales salvajes, que podían girarse y atacar en cualquier momento, pero estaban vivos y eran cálidos, tenían pelajes suaves y ojos inteligentes. Eran silenciosos y trabajaban en manada. Él se lo había explicado, le había hablado durante horas y días y semanas y años sobre los lobos. Les amaba y había pasado ese amor a la joven gitana. Él, el que se podía convertir en lobo, el que era un lobo, tenía un carácter huraño en ocasiones, pero podía ser amable, valiente y la hubiera defendido con la vida misma… en realidad, la defendió casi con su vida de aquel ataque que la había marcado de por vida. Aun tenía pesadillas, imágenes borrosas de las dos bestias enfrentándose; del vampiro con la boca de sangre, del lobo gruñendo con los dientes descubiertos.

Kev le hablaba de los lobos, había en él tanto amor como el que ella misma profesaba y si no supiera que era uno de los suyos, un humano, hubiera pensado que tenía sangre de lobo en su interior. El olor penetrante de los animales golpeaba con fuerza en el olfato de la morena, un olor almizcleño que no hacía otra cosa que mostrar ese salvajismo de los animales. Su mano descendió con suavidad a la cabeza del lobo que se le acercó con curiosidad, acariciándolo suavemente entre las orejas. Estaban domesticado, pero aun así podía sentir ese cosquilleo de libertad, esa sensación que la recorría cuando estaba delante de uno de ellos. El reconocimiento dirían algunos.

Son realmente bellos, Kev.
Sí, sí, oh, esta muchacha tiene una mano tremenda con los lobos, verás cómo Serene se calmará en cuanto la vea.

La muchacha, la Fantasma, la del pelo de vieja la llamaban. Su gente podía ser muy racista con aquellos que era diferente y en las pocas visitas que había hecho en el campamento gitano había visto cómo la trataban como si fuera diferente. Lo era, había algo en la muchacha que hiciera que sintiera curiosidad por ella. Podía verla en un rincón de la tienda cuidando de la loba en celo, hablándola. Su curiosidad hizo que se quedara cuando Kev se marchó mientras escuchaba la leyenda que le estaba contando. La voz la tranquilizaba a ella tanto como estaba tranquilizando a la loba. Con suavidad dio un par de pasos hasta que finalmente ella alzó la mirada. Los ojos de ambas se cruzaron y la morena cruzó los labios en una sonrisa.

-Encantada Amaris. —respondió con suavidad mientras se acercaba, agachándose junto a ella mientras clavaba sus ojos verdes en los de ella.—Éabann, mi nombre es Éabann. —no hacía falta apellidos entre los suyos, no hacía falta porque era algo que no tenía razón de ser cuando estaba entre hermanos. —Es una bella leyenda la que has contado y has conseguido que la loba se tranquilizara, pensé que nos volvería a todos locos.

Una ligera sonrisa curvó sus labios mientras la miraba a los ojos, ladeando suavemente el rostro mirándola. No pudo evitar que por un momento su mirada observara un mechón blanquecino y el suyo moreno. Sentía curiosidad, quería saber por qué la joven gitana tenía ese hermoso cabello blanco como si fuera un rayo de luz de luna.
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Mensaje por Amaris Thervasi Miér Mayo 18, 2011 4:00 am

Sonreí a la hermosa muchacha morena cuando dijo su nombre. No era Francesa, saltaba a la vista. Y eso la hacía aún más interesante. Poseía una especie de fortaleza interior de la que cualquiera se percataría si la observase durante mucho rato, justo como yo estaba haciendo ahora.

-Serene es algo inquieta, pero se calma enseguida cuando escucha la voz de las mujeres. Creo que Kev la pone nerviosa-bromeé. Dudé en preguntárselo por temor a ser descortés, pero finalmente la curiosidad me pudo- Tu nombre es extranjero, ¿En qué lugar naciste?

Su cabello, su piel, sus ojos...Todo en ella parecía indicar que era precisamente lo que yo no era: una gitana de pies a cabeza. Una mujer cuya familia entera era romaní. Quizás si mi padre no hubiera sido un gadjo yo también tendría el cabello oscuro y la piel del color de la miel.

Quizás los pensamientos de Èabann estaban tomando el mismo camino que los míos ya que me percaté de como observaba uno de mis mechones. Automáticamente la sangre se agolpó en mis mejillas y me apresuré a apartar el cabello y a dejarlo caer por la espalda. Le sonreí como disculpándome.

-Sé que es raro-le dije con una sonrisa avergonzada-. Y tampoco es bonito. Es...pelo de anciana-dije, repitiendo las palabras de alguno de mis compañeros menos amables-. Mi madre solía decir que era por culpa de la noche en que nací.

Suspiré y comencé a trenzarme el cabello para llevarlo más recogido y que llamase menos la atención. No quería que esta joven desconocido me tachase de extraña tan pronto. Sólo quería que me dieran una oportunidad para ser yo de una vez. Aunque, estando Tharo en mi vida, jamás lo conseguiría.

Observé los hermosos ojos de la recién llegada con curiosidad. Me daba la sensación de que habían visto muchísimas cosas en poco tiempo. Eran profundos y parecían contener todos los saberes del mundo. Entonces sentí un pinchazo en el pecho y supe porque me sentía tan fascinada por esa mirada. Sus ojos eran exactamente del mismo colo que los de Freya, que los de mi madre. Y además tenían la misma expresión y esa sabiduría antigua que sólo la experiencia daba.

Aunque habían pasado tantos años me alegré de no haber olvidado el aspecto físico de la mujer que me amó y me cuidó. Mis hermanos casi no podían recordar su rostro y sin embargo aquí estaba yo, encontrando similitudes con los rasgos faciales de una encantadora desconocida. Ambas gitanas puras de belleza exótica.

Cuando me percaté de que no había parado de mirarlo arrobada durante un tiempo indefinido, volvía sonrojarme. Me apresuré a disculparme temiendo haberla ofendido.

-¡D-disculpa!-exclamé juntando las manos y abriendo mucho los ojos con la culpa escrita en ellos-. Soy una maleducada. Lo siento...Yo...es que me recuerdas muchísimo a alguien y, claro, llevo años sin esa persona y sólo estaba recordando como era...Y entonces...¡Lo siento!-exclamé dándome cuenta de que una vez más me estaba poniendo en ridículo.


Sólo quería salir de aquella tienda y meterme debajo de unas sábanas calentitas. Sólo esperaba que mi supuesto padre no hubiera vuelto aún al hogar y pudiese descansar en una caravana en lugar de en algún rincón del bosque o de la corte de los milagros.
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Mensaje por Éabann G. Dargaard Miér Mayo 18, 2011 4:49 am

Una sonrisa curvó los labios de la mujer al escuchar sus palabras mirando a la loba. Su mano descendió para acariciarla lentamente, con cariño, tenía un tono de pelaje hermoso, blanco y beige. Se podía imaginar que se camuflaría perfectamente en la nieve, que sería prácticamente una con ella como si de un Fantasma se tratara. Sus ojos claros volvieron entonces su atención a la muchacha con una ligera sonrisa.

Los hombres pueden ser muy rudos cuando no se controlan, nosotras siempre somos más suaves y los animales lo saben. —contestó con suavidad mirándola, aunque era cierto que no todas las mujeres eran delicadas y suaves, menos entre los de nuestra etnia: mujeres que podían tener un carácter de mil demonios si se lo proponían. Respiró hondo por un momento mientras la miraba de nuevo y negó. —En tierras austriacas, aunque mi nombre por lo que parece es de origen gaélico, significa Ébano. Por lo que sé un amigo de mi padre era de allí, se convirtió en un hermano para él y fue él el que me puso el nombre.

No recordaba al hombre extraño, tenía pocas imágenes sobre él de cuando era muy niña. Un hombre de cabello del rojo del fuego, de un color cobrizo y ojos verdes, tan verdes como los suyos. Siempre había sentido curiosidad por él, por cómo la cogía en el regazo y le contaba historias extrañas de lugares y dioses extraños cuando era muy pequeña, de cómo hablaba con ese acento que le costaba entender, pero que lentamente se había ido convirtiendo en algo común y anhelado. Hacía mucho que no pensaba en él, se fue cuando era demasiado pequeña, cuando no tendría ni los diez años de edad. No había regresado ni le había vuelto, tampoco sabía por qué se había ido.

Su padre le había dicho que era necesario que se fuera, que tenía que ser así, que él mismo tenía que hacer su propia familia. Pero había algo más, lo había visto y lo había sentido, había visto y sentido que el hombre corría peligro, lo había leído en su mano cuando jugaba como solo un niño podía hacer. Había visto sangre y fuego, pero también había visto sangre y vida. Se había dejado llevar por sus recuerdos mirando el cabello blanquecino de la muchacha, había escuchado sus palabras pero por un momento no supo reaccionar. ¿Cómo podía ser posible? Pensaba que era horrible cuando ella no lo había visto así, aunque era cierto que había visto cómo la observaban los miembros del circo en su mayor parte. Había escuchado rumores a pesar de que llevaba poco tiempo allí.

Incluso algunas personas hablaban de algún tipo de maldición. No creía demasiado en aquellas cosas por mucho que amara las leyendas de su pueblo. Ella no veía nada malo, por lo que iba a hablar cuando ella se disculpó. Frunció el ceño por un momento y movió la mano para sujetarla brevemente por el hombro para que se mantuviera quieta y en su lugar mientras la miraba a los ojos tranquilamente.

Por favor, quédate. —había algo en su mirada que le indicaba que quería salir de allí, marcharse, alejarse de ella. —No es un pelo feo, ni de anciana, es como un rayo de luna, es hermoso y especial.—no sabía muy bien por qué había dicho esas palabras, pero no se arrepintió cuando salieron de sus labios y una sonrisa suave, ligera, dulce incluso apareció en sus labios. Con los suyos se sentía cómoda y dejaba de lado en parte esa forma de ser más arisca que solo mostraba en contadas ocasiones y siempre cuando había extraños a su alrededor. —No me has molestado, he sido yo la que me he quedado mirándote en primer lugar cuando no debería haberlo hecho, pero tienes un pelo que no había visto antes…—miró entonces la mano que hundía en el pelaje del lobo que estaba a los pies de ambas.—Es una tonalidad que solo había visto en algunos animales, como los lobos, quizá la razón sea que tienes sangre de ellos.

Quería bromear, que se sintiera a gusto a su lado, no sabía bien la razón. Sentía afinidad por las personas que se sentían solas, no por decisión propia o por maldad, sino porque el destino les había golpeado con fuerza y la sociedad era demasiado estúpida como para ver más allá de la fachada. Sabía lo que era estar sola y, aunque le gustara la mayor parte del tiempo, también sabía que se necesitaba de otras personas.
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Mensaje por Amaris Thervasi Miér Mayo 18, 2011 7:43 am

Le sonreí agradecida por no tratarme mal ni mirarme por encima del hombro. La joven austríaca, Èabann, era una de las pocas personas de mi etnia que no parecía sentirse recelosa hacia alguien que era diferente.

-Sí, bueno. Eso explicaría porque me llevo tan bien con los lobos-bromeé con ella sintiéndome felizmente aceptada por un momento. Había otras personas que me trataban bien como mis hermanos, pero la mayoría se ahorraba la relación conmigo. Pensaban que era tonta y torpe y que mi sangre de raza blanca había ganado la partida a la gitana y que por eso me gustaban las cosas de diferente modo que a ellos.

-Te gustan los lobos-dije, tras una pequeña pausa en la que ella había estado acariciando ensimismada a una par de lobos jóvenes que recientemente estaban aprendiendo algunos trucos-. Parece que se te dan bastante bien a ti también, ¿no? Al menos ellos parecen confiar en ti y, créeme, realmente es algo que les cuesta.

Los animales parecían sentirse cómodos con ella a su alrededor. Quizás era porque veían que tenía un corazón noble y por ello la respetaban. Siempre había tenido la sensación de que los lobos de Kev podían ver más allá de la gente; que podían indagar en sus corazones y decidir si iban a respetar a esa persona o a odiarla. Los animales eran los únicos seres vivos de este planeta que sabían juzgarnos.

-¿Has tratado con lobos antes?-le pregunté sonriente al ver como Piko, uno de los lobos jóvenes, se arrimaban hasta ella y quedaba panza arriba como un perrito faldera pidiendo cariño y atención. Me reí cuando comenzó a gemir reclamando la atención de Èabann.-Creo que alguien se ha enamorado de ti.

Era relajante ver como las manos de Èabann acariciaban el pelaje de tan soberbias criaturas. Parecía saber exactamente como tratarlos, como si los comprendiera. Exceptuando a Kev y a mi misma, no había visto nunca antes a nadie en quien los lobos confiasen tan rápidamente.

-¿Has llegado sola a nuestro campamento? Los caminos no son del todo seguros...-le pregunté para descubrir algo más acerca de ella. Los gitanos viajábamos frecuentemente en grupos para ayudarnos los unos a los otros y evitar las cacerías gitanas. Me preguntaba si traía a su familia con ella, o, viendo lo hermosa que era, a un compañero y a sus hijos. Aunque, por otra parte, parecía bastante joven.

También me preocupaba su seguridad. En el campamento no dejaban de decir que París se estaba convirtiendo en un nido de ladrones y asesinos y que, para colmo de males, los vampiros y los licántropos infectaban toda la ciudad y sus alrededores.

Yo sólo había visto un vampiro una vez y de lejos. Fue en una calle parisina mientras mendigaba algo de dinero y buscaba sin parar un puesto de trabajo para mí, sin éxito. Recuerdo que me escabullí por una callejuela para evitar pasar por delante de la zona rica. Aparecí en una pequeña plaza en la que nunca me había detenido antes y en la que tampoco me había fijado demasiado, a decir verdad.

La plaza se encontraba atestada de gente que compraba en los pequeños puestos ambulantes regentados por gitanos en su mayoría. reconocí a muchas personas del campamento y decidí pasearme por el lugar para curiosear. Fue entonces cuando lo vi.
El vampiro estaba oculto en un callejón donde la débil luz de la tarde no podía alcanzarlo. Su elegante traje y su alto sombrero lo delataban como un componente de la clase alta parisina. Lo reconocí por la palidez sobrehumana y por la curva del labio superior. Probablemente sus colmillos estaban fuera y bien afilados, buscando un cuello donde hincarlos.

Su mirada se cruzó durante unos instantes con la mía. Jamás había sentido tanto miedo en mi vida. Me quedé estática en mitad de la plaza hasta que otra jovencita, una bonito prostituta, captó la atención del monstruo. Le susurró algo y ella sonrió y se marchó con él.

Esa era la única vez que me había topado con un ser sobrenatural. Me marché a casa todo lo deprisa que pude y traté de olvidarle. También recé por que él olvidase mi rostro.

Miré a Èabann y me vi en la necesidad de advertirla.

-En París hay muchos monstruos...-le dije, esperando que no me tomase por loca-. No sólo asesinos y violadores. También monstruos que están más muertos que vivos y hombres que se convierten en monstruos...







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Mensaje por Éabann G. Dargaard Miér Mayo 18, 2011 11:15 am

Una sonrisa divertida curvó los labios de Éabann al escuchar las palabras de Amaris, lo bueno que tenía es que mantenía el sentido del humor a pesar de que estaba segura de que había tenido que pasar por muchas cosas a lo largo de su vida. Había algo en la mirada de las personas que no lo habían tenido fácil, algo que marcaba una seriedad en el fondo de los mismos, una especie de tristeza o de sabiduría que les marcaba a pesar de los años que pudieran tener. Además, había visto muestras de cómo la trataban y de lo que opinaban de ella desde el momento en el que había puesto un pie en el campamento. Eran cerrados, demasiado, desconfiados con todo lo que era extraño. En cierta forma ella como la nueva, tampoco es que tuviera el privilegio de estar entre las personas que más gustaban en el circo. Y menos porque no estaba del todo integrada ni había buscado hacerlo. Tenía una forma de vida que podía diferir en parte con la acostumbrada.

Los lobos son unos animales magníficos, la verdad es que sí, me gustan. —terminó por responder mientras miraba a la muchacha, sin contemplaciones y sin más aspavientos se sentó en el suelo dejando que la larga falda de colores se extendiera a su alrededor mientras acariciaba a los cachorros de lobo con cariño, deslizando sus dedos por el pelaje. Estaba segura de que si fueran felinos a esas alturas estarían ronroneando de placer. —¿Cómo se llama? —preguntó acariciando al lobo joven que había terminado por ponerse panza arriba y finalmente había puesto su cabezota en el muslo de la muchacha con confianza. —He tenido algunos tratos, pero nunca con una manada tan grande. No he estado antes en un circo propiamente dicho.

No, no había estado en un circo, no era algo que le desagradara pero su familia aunque errante siempre se había movido por el mismo lugar al final. Las mismas poblaciones a las que acudían año tras año para mostrar lo que llevaban, para adivinar la buenaventura a aquellas personas que se acercaban o para hacer algunos trabajos similares. Aquel circo parecía casi sedentario, aunque la gente iba y venía. En los pocos días que llevaba allí había visto carromatos irse y otros llegar. Era como un puerto para los gitanos, un lugar donde sabían que podían acudir llegado el momento. Ella lo había hecho gracias a las palabras de Eiri, no había escuchado nada sobre el circo, pero era cierto que sus contactos con los gitanos del continente se habían ido haciendo cada vez menores. Había recorrido las Islas, pero llevaba pocos meses viajando por aquel lugar. Respiró hondo por un instante y escuchó su pregunta.

Viajo sola, hasta hace unos meses lo hacía con la Kumpania de una amiga pero falleció y, aunque habían sido amables conmigo, prefería seguir mi camino por un tiempo. Llegué a París porque había escuchado maravillas de la ciudad y quería saber cómo era en realidad. —se quedó pensativa durante unos instantes mientras acariciaba de forma rítmica el pelaje del lobo que se encontraba con los ojos cerrados como si las caricias de la mujer le estuvieran tranquilizando. El resto de la manada iba y venía a nuestro alrededor. Serene se había tumbado a sus pies y un cachorro buscaba la atención de la muchacha de pelo blanco. —Es cierto que es mejor ir en grupo cuando se viaja, hay muchos peligros en los caminos.

Fue entonces, cuando habló sobre lo siguiente que Éabann la miró a los ojos. ¿Qué sabía ella de aquellos seres? A la mujer morena se lo había dicho su abuela y había sufrido, demasiado de cerca, las consecuencias de encontrarse con uno de los que estaban muertos, pero no lo estaban. De los vampiros, o vampyr como se había referido su madre. De los chupasangres, como decía despectivamente él, aquel al que prefería no nombrar porque siempre venían los recuerdos atacándola, recuerdos buenos y recuerdos malos a partes iguales.

¿Te has encontrado con uno de ellos? —preguntó entonces con preocupación en la voz, demostrando con esa pregunta que creía en lo que la muchacha le decía. Sus ojos verdes y su rostro se habían puesto serios, una ligera tensión había hecho acto de presencia en su cuerpo lo que provocó que el lobo alzara la cabeza mirándoles como si supiera de lo que estaban hablando. —Me imaginaba que habría en la ciudad… son seres que gustan de estar rodeados de personas, sobre todo los muertos. Parece que les es fácil relacionarse con los humanos.

En Londres se había cruzado con varios, pero siempre se había mantenido alejada. A él no le agradaban en absoluto, ni siquiera en su forma humana. Muchas veces, estando a su lado, había escuchado un gañido profundo surgiendo de su garganta y se había esforzado por alejarlo de la pelea inminente. No sabía bien qué había ocurrido con el vampiro que había matado a su familia, no había querido preguntar aunque la curiosidad había estado allí, insana, presente en todo momento.
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Mensaje por Amaris Thervasi Jue Mayo 19, 2011 11:43 am

-Su nombre es Piko-dije, presentándole al joven lobo juguetón. Escuché lo de que viajaba sola desde hacia algún tiempo-. Lamento lo de tu amiga. No es fácil perder a alguien...

Su expresión cambió cuando le mencioné a los monstruos que vivían en París. Parecía preocupada y ansiosa. Temí haberla ofendido. Freya solía decir que algunas persona no tenían problemas en relacionarse con esos seres y quizá ella misma se había relacionado con alguno de ellos.

-Vi uno, de lejos-le dije, vacilante-. A un muerto. Nunca he visto a un lycan. Pero llevas razón, los muertos siempre andan rodeados de gente. En el campamento mucha gente sabe encontrarlos. Suelen advertirnos para que no vayamos a las zonas por donde ellos se mueven aunque a veces no podemos evitar que cacen a alguno de nosotros.

Sabía que algunas gitanas y gitanos se habían sentido atraídos por los chupasangres. Bastantes habían acabado volviendo con unas feas mordeduras en el cuello, brazos, piernas e incluso, decían, en el bajovientre. Nunca lo había comprobado.

Otros, unos cuantos, no habían regresado jamás. También entre los gadjos desaparecían muchas personas. Solían achacarlo a los ladrones, los violadores...Pero nosotros sabíamos que eran ellos; al acecho una vez más.

Los lobos también causaban algunos estragos, sobre todo a la gente cuyo hogar estaba en los bosques, como las tribus nómadas de gitanos. La mía estaba más o menos asentada pero otras viajaban constantemente. Cuando una gran caravana de gitanos se hallaba despedazada en el bosque solían decir que alguien había hecho una nueva cacería gitana, pero los cadáveres tenían enormes mordeduras de lobo.

-Èabann, debes tener cuidado. Cada vez hay más y aunque los gadjos no quieran darse cuenta de que algo raro pasa, nosotros sí que lo sabemos. Prométeme que si vas a acercarte a la ciudad me avisarás para que te acompañe.

En un gesto de confianza aferré una de sus manos y la miré a los ojos. No la conocía demasiado, pero me parecía agradable y no quería que nada malo le sucediese. La observé intensamente durante unos instantes y luego la solté para decirle:

-Esos seres son terribles. Hay más de otras especies pero esos son los más peligrosos...pueden llegar a ser terriblemente irracionales y...

En ese momento Kev regresó para llevarse a los lobos. Nos miró a ambas como si no recordase muy bien por qué estábamos allí y luego se acercó hasta los animales para acariciarlos.

-Es el turno de mis pequeños. Amaris- Kev me miró con un rastro de culpa en la mirada-. Tu padre ha regresado y está fuera del circo sentado en una silla, borracho como una cuba...-Kev me sonrió con tristeza-. Ha preguntado por ti.

Me envaré al escuchar aquello. Si había un monstruo peor que los vampiros y los lobos, ése era, sin duda, Tharo Thervasi. El hombre que supuestamente cuidaba de mí. La misma persona que me insultaba y me golpeaba cada dos por tres. Que me hacía sentir aún más diferente de lo que ya era y al que había pillado más de una noche observándome atentamente mientras dormía, con una sonrisa lasciva en sus labios.

Miré a Èabann y le sonreí, tratando de ocultar mi nerviosismo. Retiré mi mano de la suya para que no notase que ésta me empezaba a sudar.

-Bueno, creo que será mejor que vaya a ver que le sucede-dije a mi compañera sonriéndole, restándole importancia a la actitud que había mostrado Kev al comunicarme que quería verme. Sólo rezaba porque alguno de mis hermanos estuviera allí para reducirlo si era necesario. No me veía con fuerzas para chillar aquella noche, que habíamos conseguido llenar el circo hasta arriba.

Salí por la puerta de la pequeña tiendecita y me encamine temblorosa hacia el exterior del circo. Cuando el aire me golpeó e el rostro, algunos de mis cabellos se escaparon de detrás de las orejas y se mecieron con la suave brisa. Busqué a Tharo con la mirada y lo localicé de pie, apoyado en un poste. Estaba vomitando hasta la primera papilla.

-Tharo...-dije acercándome con delicadeza-. Tharo, ven. Déjame que te ayude...

Sin mediar palabra, el enorme hombretón me propinó un fuerte guantazo que hizo que cayese al suelo de costado. Lo miré, dolida por el golpe y con los ojos llenos de lágrimas.

-No quiero tu ayuda..puta...-murmuró acercándose hasta a mí y tirando de mi brazo para alzarme-. Levántate, desagradecida. Es culpa tuya. Siempre es culpa tuya.

Me agarró del cabello entonces y me hizo echar a andar. Apreté los dientes con fuerza y me dejé llevar en silencio. Si reaccionaba contra él me golpearía con más fuerza y, además, el vestido que llevaba puesto no me permitía moverme con demasiada ligereza. No podría escabullirme de ese enorme hombre de espaldas anchas y cuerpo ágil. Siempre había sido un gran deportista, antes de darse a la bebida y aún conservaba una buena forma física.

Estaba dejándome llevar por él cuando vi que una figura salía del circo mirando hacia todos lados, buscando algo. Unos ojos verdes se cruzaron con los míos y vi que no era otra persona que Èabann. Iba a pedirle que se marchara cuando a Tharo le dio uno de sus ramalazos de culpa y me colocó delante de él para propinarme otra torta en la boca. Automáticamente sentí el sabor de la sangre en mi lengua.

-¡Para, Tharo!-exclamé-¡Para!

Me empujó hasta hacerme caer de espaldas contra el suelo. No quería que Èabann viera como me humillaban aún más. Cerré los ojos y deseé que los golpes acabaran pronto para poder regresar con mis hermanos y que ellos me curasen.

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Mensaje por Éabann G. Dargaard Jue Mayo 19, 2011 12:25 pm

Hola Piko. —dijo la mujer con una sonrisa en los labios, acariciando al lobo con cariño.

Siempre le había fascinado la costumbre que tenía el ser humano de poner nombre a todo, de sentir que con ese hecho se acercaba más al animal o al objeto. Que en cierta manera les daba algún tipo de derecho sobre ello. Mantuvo la caricia lentamente mientras escuchaba las palabras de Amaris y frunció con suavidad el ceño. Para alguien como ella que había convivido con un lobo durante tanto tiempo, se le hacía extraño que alguien les tuviera tanto pavor. De acuerdo, era cierto que muchas veces se descontrolaban y que había que tener cuidado, a él también le había ocurrido, pero jamás la había hecho daño. No así como el muerto que había matado a su familia. Un escalofrío se deslizó por su espalda al recordar aquello y por un breve instante se llevó la mano al antebrazo cubierto por el brazalete de cuero que siempre llevaba cubriendo las cicatrices de los mordiscos, cicatrices que en ocasiones la escocían como si aún fueran recientes aunque hubieran pasado tantos años ya.

Sujetó las manos de la muchacha mientras asentía con suavidad a sus palabras. No quería preocuparla más. No quería que sintiera que pudiera pasarla algo. Se podía defender por sí misma, siempre lo había hecho, pero no quería que ella se preocupara y no sabía muy bien la razón. Quizá porque hacía demasiado tiempo que alguien se preocupaba por ella de aquella manera.

—No te preocupes Amaris, tendré cuidado y evitaré la ciudad, ya he estado en ella y también he estado en otras ciudades grandes. Conozco los seres que me dices, demasiado bien, algún día te contaré toda la historia.

Fue un susurro rápido porque Kev había llegado y le decía que su padre había llegado. Pudo ver cómo su rostro se contraía con temor por un momento y la morena frunció suavemente el ceño, se había tensado, podía leer en su rostro como si fuera un libro abierto que algo no estaba bien, que le tenía miedo. Eso provocó que no impidiera que retirara sus manos cuando se despidió. No era su asunto, era algo que solo tenía que preocuparla a ella, pero…

De acuerdo Amaris.

Siguió a la muchacha con la mirada y entonces volvió su rostro hacia Kev al tiempo que se incorporaba una vez que la chica se había marchado de la tienda, sacudió sus faldas mientras acariciaba brevemente una vez más a Piko entre las orejas. Miró al hombre durante unos instantes, preocupada por la muchacha de pelo blanco. Algo le decía que no estaba bien que la dejara ir sola, que tenía que salir de allí, ver qué estaba ocurriendo.

Kev, ¿qué ocurre?
—No te metas, no es asunto nuestro.

“No te metas, no es asunto nuestro” ¿Cuántas veces había escuchado esas palabras? Su familia había sido una familia unida, pero había visto lo que podía ocurrir a una mujer bajo los puños de un hombre en los meses que había viajado con el grupo de gitanos por las islas y finalmente por el continente, por eso mismo se había marchado de su lado cuando su amiga —y protectora— había fallecido. Apretó los dientes, mientras que miles de imágenes pasaban por su mente y finalmente, salió de la tienda, deteniéndose una vez en el exterior intentando ver más allá de las sombras.

Había lleno en el circo, las gentes iban y venían, con paso rápido se dirigió hacia donde había dicho Kev que se encontraba el padre de Amaris, fuera del circo. Sus pasos se dirigieron hacia allí, justo a tiempo de ver cómo golpeaban a la muchacha. Aquello no podía ser. Casi corriendo se acercó hasta donde se encontraban, el hombre tan ofuscado golpeándola que pareció que no se dio cuenta de que la morena se acercaba por su espalda. En un gesto rápido se alzó la falda, sacando la daga que llevaba siempre sujeta en su muslo. Sabía que se iba a meter en algo que no debía, que seguramente podría provocar más mal que bien, que muchos dirían que no era asunto suyo, pero…

No podía, simplemente no podía permitirlo. No tenía la fuerza de un hombre, pero sí la fuerza que daba el enfado y la adrenalina, con un gesto rápido se movió hacia Tharo poniéndose a la espalda del hombre y sujetó un brazo de este subiéndolo hasta el punto que estuvo a punto de romperlo mientras apoyaba la daga en su garganta, presionando pero sin llegar a hacer sangre.

Vas a tranquilizarte y dejarla en paz. —dijo en voz suave, lenta, pero fría como el hielo mientras miraba por un momento hacia abajo, hacia donde se encontraba la hermosa muchacha de cabello blanquecino cuyo rostro estaba perlado de sangre. —Y no te vas a poner más idiota de lo que ya estás o te juro por los Dioses que desgarraré tu garganta. —el tono era lento y letal mientras clavaba sus ojos en la chica, esperando que se moviera. —O te envenenaré la comida y no me sentiré mal por ello.—presionó por un momento más la daga y alzó brevemente la muñeca torcida y el brazo para dar más énfasis a las palabras que llegaron a continuación.- Jamás vuelvas a tocarla.
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Mensaje por Amaris Thervasi Jue Mayo 19, 2011 2:39 pm

Casi no podía creer lo que veían mis ojos. Quizás es que ya me había desmayado por el terror o simplemente mi cabeza había decidido darse un respiro por fin y me había abandonado. O tal vez sólo fueran mis lágrimas que me empañaban la visión y me hacían ver cosas que eran imposibles.

Sin embargo, al sentir que los puños de Tharo no volvían a golpearme me permití pestañear con fuerza, incrédula, haciendo que las lágrimas que hasta hace un momento aguardaban para comenzar a deslizarse cuando Tharo acabase conmigo cayeran por mis mejillas regalándome una visión mucho más nítida del mundo. Entonces supe que no eran alucinaciones mías; que la daga de Èabann realmente estaba apoyada en la garganta de Tharo y que éste, sorprendido por el repentino ataque de la joven, se había quedado inmóvil, procesando la amenaza que ella le había susurrado lo suficientemente alto como para que yo la escuchase.

Poco a poco Tharo fue apartándose de mí con mi valiente salvadora aún adherida a su espalda. Parecía que la borrachera se le hubiese pasado de golpe y ahora sólo parecía un niño miedoso. Un inmenso niño miedoso de enormes ojos y rasgos atractivos que iban estropeándose poco a poco por culpa de todos sus vicios. Me fijé también en que un hilillo de baba le descendía por la barbilla y no pude evitar sentir asco y pena...Ya no quedaba nada del hombre del que Freya se había enamorado. Ella se había llevado su alma, sus ganas de vivir y su bondad con ella la noche en la que murió.

-No le hagas daño-le supliqué a Èabann poniéndome en pie y alargando la mano para tocar el brazo de la bella gitana-. Necesita ser cuidado aunque el no quiera. Necesita ayuda aunque no lo reconozca y aunque no me deje dársela...No es tan...malo.

Corrección. No era tan malo. Nunca me amó como a ninguno de sus hijos de sangre, pero si me tuvo el cariño que se le puede tener a un niño que pasa todos los días por tu casa para jugar con tus hijos. Yo no le pedía más ni el iba a darme más aunque su esposa lo hubiera deseado de otra manera. Él era así, demasiado orgulloso para aceptar como suyos los hijos de otra persona. El despojo humano que tenía ante mis ojos no era más que una sombra cargada de odio y tristeza.

Tharo pareció calmarse y yo retiré poco a poco el brazo de Èabann de su cuello. La miré con gratitud unos instantes antes de girarme hacia el hombre borracho. Estaba de espaldas a nosotras así que no lo vi venir. Sólo sentí que de repente volaba hacia un lado y que caía al suelo nuevamente, aunque con más fuerza que la vez anterior. Por fortuna fui lo bastante rápida como para apoyar las manos para amortiguar la caída. Me incorporé veloz mente a tiempo de ver como Tharo trataba de golpear a Èabann con sus enormes puños.

-¡PERRA! ¿Quién te ha dicho que te metas? ¡Esa hija de puta es mía y haré con ella lo que quiera! ¿Lo has oído? ¡Tú no eres nadie para darme órdenes a mí, maldita seas! Eres escoria ¡ESCORIA!

Tharo logró asirla del brazo donde llevaba un bonito brazalete de cuero en el que no me había fijado antes. Él apretó con fuerza para lastimarla y entonces algo se activó en mí. Podríamos llamarlo adrenalina o rabia, pero el caso es que no estaba dispuesta a permitir que Tharo la hiriese a ella también. Busqué algo con lo que golpearlo en la cabeza para dejarlo inconsciente y encontré una silla apoyada en la pared en la que se encontraba la entrada al circo. El gitano que vigilaba la puerta parecía haberse ido a tomar un descanso porque no lo había visto en todo el rato que estaba aquí.

Me acerqué presurosa recogiéndome las faldas para no tropezar y quedar aún más en ridículo y cogí la silla. ¿Tendría la fuerza suficiente como para rompérsela en la cabeza? Esperaba no matarlo. No quería que muriera. Madre no me lo perdonaría, ¿o sí?. No tenía tiempo de pensármelo demasiado, así que decidí ir hasta él y golpearlo y que Dios decidiese cuál tenía que ser el resultado. Siempre podía huir del país para que no me acusasen de asesinato.

Sin la ayuda de las manos para recogerme el vestido mi avancé fue algo más lento. Tenía los ojos fijos en la espalda ancha de Tharo y en la pequeña figura que luchaba contra él con tesón. Tharo le aferraba el brazo del brazalete con tanta fuerza que temía que estuviese partiéndole los huesos. Por su parte, ella había logrado clavarle la daga en el hombro consiguiendo que ésta se encajará en el cuerpo del hombre sin poder sacarla, como si su carne fuera en realidad madera. La lucha que ambos mantenían no podía durar mucho más. Ya estaba cerca, un poco más...

¡BAM!

Con toda la fuerza que mis brazos pudieron reunir, estampé la silla contra la cabeza de Tharo, haciéndola vibrar como un diapasón y partiendo la silla de madera en dos. Grité cuando escuché el ruido y vi el chorro de sangre que emanaba de la brecha que había conseguido abrirle. Tharo gritó también y soltó a Èabann que cayó hacia atrás y quedó sentada en el suelo con un revoltijo de faldas manchadas de la sangre que le había salpicado a ella. Yo observé mi vestido, con algunas manchas de color rojo oscuro. El líquido rojo había salido disparado debido a la fuerza del impacto. Pero, en comparación con la ropa de Tharo, la nuestra estaba intacta.

El hombre se giró, malherido por todas partes y cabreado. También confuso. Gimió largamente y se sacó la daga del hombro. La dejó caer al suelo y luego se dejó caer él entre lloriqueos infantiles mientra susurraba incoherencias en el lenguaje antiguo de los gitanos. Lo observé durante unos instantes y luego me acerqué a Éabann. Me arrodillé a su lado y tomé su mano.

-¿Estás bien?-le pregunté con la voz ronca. Tragué saliva. Era como si me hubiese olvidado de utilizar mi tono habitual de voz. Supongo que debido al miedo había olvidado hasta mi nombre-. ¿Te ha hecho mucho daño? Siento que hayas tenido que pasar por todo esto. Yo no quería que nadie más resultase afectado por esto. No deberías haberte metido. Mis hermanos se habrían encargado de pararlo cuando hubiéramos llegado a casa. Lo siento-susurré haciendo el amago de querer quitarle el brazalete para ver si Tharo le había hecho algún moratón.
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Mensaje por Éabann G. Dargaard Jue Mayo 19, 2011 5:07 pm

Los ojos de la mujer estaban fijos en la muchacha, escuchaba sus palabras aunque la furia que nublaba en esos instantes su mente hizo que procesara con lentitud lo que le estaba diciendo. Respiró hondo, tomó aire por un momento y finalmente ayudada por la mano de la joven liberó al hombre manteniendo la daga en la mano con fuerza, hasta el punto que sus nudillos se pusieron blancos. Estaba viva y, aunque herida y seguramente confusa, Amaris parecía encontrarse intacta y bien, al menos todo lo bien que podría estar en una situación como aquella. Por los Dioses, ¿qué habría hecho el hombre si no hubiera llegado a tiempo? Sentía la respiración entrecortada por la adrenalina que corría con furia por todo su cuerpo.

¿Estás bien? ¿Te ha hecho algo?

Fueron las palabras que se escaparon de sus labios antes de que el infierno volviera a desatarse. Un infierno de palabras y de golpes que provocaron que Éabann se moviera como una serpiente, dispuesta para atacar. No se consideraba una persona excesivamente violenta, pero sí una superviviente y el hombre tenía más fuerza que ella, mucha más fuerza. Era difícil luchar con alguien que le doblaba el tamaño y que parecía más sereno, aunque los efluvios del alcohol seguramente le nublarían el juicio. Con una finta hacia la derecha se libró del primer impacto, estaba acostumbrada a luchar contra hombres. Él le había enseñado bien y, aunque no tuviera el florete en las manos, sabía cómo defenderse.

Maldito cabrón.—siseó entonces, con furia mientras miraba al hombre.

¿Quién en su sano juicio había dejado a una muchacha como Amaris en manos de un hombre brutal como él? La morena recibió un golpe en pleno estómago que la dejó sin aliento durante unos segundos, pero tuvo la suficiente fuerza aún como para clavar con firmeza la daga en su hombro, retorciéndola por un momento. ¿Quería dolor? Ella le daría dolor. La rapidez y la agilidad jugaban a su ventaja, no tenía su fuerza, pero sí unos cuantos trucos sucios aunque las faldas la dificultaban los movimientos. Golpeó con fuerza en su rodilla, al tiempo que Tharo la cogía con fuerza del antebrazo donde llevaba el brazalete hasta que un gemido de dolor, que no le gustó nada, se escapó de sus labios.

Ella no lloraba, ni suplicaba, ella luchaba. Y así lo demostró, le propinó un rodillazo en la entrepierna, pero no pudo esquivar el golpe de revés que la echó el rostro hacia atrás y provocó que la sangre explotara en su boca, haciendo que tuviera que escupir la misma junto a la saliva. Como una fiera se defendió, flexionó su cuerpo y esquivó y recibió, golpeó y fue detenida en una lucha sin tregua, ni cuartel, que se terminó cuando sin saber muy bien qué había ocurrido se encontró sentada en el suelo después de un golpe tremendo. Cuando sus ojos verdes volvieron a la figura del hombre se encontró con que se encontraba lleno de sangre, lo mismo que sus ropas, y la daga tirada en el suelo.

Y Amaris moviéndose para ponerse a su altura hablándole con preocupación. Tardó en reaccionar, sentía un pitido en los oídos provocado por el último golpe. Oh, no, aquello no iba a quedar así. Clavó un instante la mirada en el hombre y después volvió sus ojos hacia la muchacha, tanteándose brevemente con la lengua el interior de su boca, allí donde podía sentir la herida provocada por sus propios dientes.

Esa mala bestia no volverá a ponerte la mano encima Amaris, ¿me has escuchado? —no la había contestado, en ese momento se encontraba demasiado ocupada poniéndose de rodillas dispuesta a incorporarse de nuevo. Respiró hondo un segundo y posó su mano en la mano de ella, negando con suavidad. —Estoy bien, no te preocupes, esta no es la peor de las peleas en las que me he metido. —sonrió con valentía mientras la miraba.—¿Cómo te encuentras tú? ¿Te ha roto algo?. —preguntó con rapidez mirando a la muchacha, asegurándose que estaba de una sola pieza. —Nadie tiene por qué tratarte de esta manera, sea quien sea.
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Mensaje por Amaris Thervasi Sáb Mayo 21, 2011 4:56 am

Tranquilicé a Èabann asegurándole que me encontraba perfectamente. Tenía un poco de sangre en el labio del primer golpe, pero parecía que ya se estaba secando y ya sólo era un dolor sordo. Probablemente al día siguiente tendría un moratón en la cara por la fuerza del impacto, pero gracias a Dios no era permanente. Quizás pudiese tapar la herida con algo para que la gente no me mirase más raro de lo que ya lo hacía. Aunque no hacían comentarios, todos sabían lo que sucedía en mi familia. Los primeros años algunos trataron de evitar los golpes de Tharo, pero al ver que yo no quería marcharme de su lado (principalmente por mis seis hermanos), optaron por quedarse ciegos y sordos antes mi situación. Tampoco lamentarían demasiado que la hija bastarda de una mujer de su tribu acabase muerta.

-Ya. Sé que la gente no ha de hacerme daño pero no puedo evitar que él lo haga. Si me marcho jamás podré volver. Tendría que rechazar a mi tribu y esconderme en la Corte de los Milagros, lejos de estos bosques. Tharo o me dejará regresar si me voy de verdad, si me revelo contra él.

Suspiré y me acerqué a el hombre que estaba con los ojos cerrados. Su respiración lenta y acompasada me aseguró que estaba durmiendo o desmayado. Me volví para mirar a Èabann con tristeza. Sentía tantísimo haberla involucrado en esto...Ella no tenía por qué soportar abusos ni golpes. Aunque ahora se preocupase por mí yo sabía que acabaría dándome de lado por el riesgo que suponía estar cerca de mí.

-Creo que Tharo necesita que lo curen-le dije, sin dejar de observar al hombretón-.Pero nosotras solas no podremos moverlo sin cansarlo enseguida-me mordí el labio sin querer y di un bote por el dolor. Miré a Èabann-. Mis hermanos no están lejos de aquí. Ellos no suelen alejarse de los carromatos donde vivimos porque no les agrada especialmente el circo. Seguramente estarán allí con algunos otros gitanos que no han querido venir...¿Vendrías a buscarlos conmigo?

Esperaba que estuviese indignada por pedirle ayuda para el hombre que nos había atacado. Si lo estaba ella llevaba toda la razón del mundo. Yo era idiota. Sólo por lealtad a mi difunta madre aguantaba todos estos abusos y lo cuidaba. ¿Cómo habría sido mi vida si me hubiese marchado de aquí cuando todo empezó? Quizás estuviese mendigando más a menudo que ahora por París o habría acabado en un burdel. Aunque, también había otros trabajos que yo podía desempeñar...¿Y si buscaba uno que me permitiese irme? Podría ocultar que lo tenía. Nadie tenía por qué saberlo. Y quizás Èabann quisiese ayudarme. O quizás debía hacerlo sola.

No sería fácil. Ademas de algunos trabajillos extra para las ancianas de nuestra tribu, nunca había hecho nada más que no fuera coser, atrapar peces en el río para luego cocinarlos o cazar alguna ardilla ocasional con el arco de mis hermanos. Nunca me había atrevido a cazar presas grandes ya que yo no podría arrastrarla sola hasta el lugar sin que otros animales acudiesen atraídos por el olor. No se me daba mal ni cazar, ni cocinar, ni coser...También sabía cantar, o al menos eso solían decirme algunos niños cuando estaba lavando la ropa en el río con mis hermanos. Quizá no todo estuviese perdido para mí, después de todo.

Bueno, siempre y cuando Tharo no cumpliese su amenaza de venderme al mejor postor. Llevaba con esas amenazas toda la semana. Decía que así sacaría algo de dinero para sus bebidas y su droga. Y que, además, se quitaba una carga de encima. Temía que me vendiese a alguien malvado que me hiciese daño...Pero,¿ Y si alguien noble me compraba y me daba una segunda oportunidad? Tenía que plantearme muchas cosas. Sacudí la cabeza y volví a concentrarme en el momento presente, en el cuerpo de Tharo y en mi joven salvadora. Ahora que lo pensaba, casi no le había preguntado nada de ella y eso era raro viniendo de mí, la persona más curiosa de este lugar.

-Èabann, ¿cómo era tu primera Kumpania, la del lugar donde naciste?-la pregunta me salió sola, al mirarla. Comenzamos a caminar hacia el bosque, buscando el camino hacia la tribu. Por fortuna el circo estaba fuera de la gran urbe, cerca de donde empezaba la hierba suave y los bosques de árboles altos y anchos que ocultaban a la vista lo que ocurría en su interior.





Última edición por Amaris Thervasi el Sáb Mayo 21, 2011 6:31 am, editado 1 vez
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Mensaje por Éabann G. Dargaard Sáb Mayo 21, 2011 6:26 am

Estaba cohibida, era normal. Aquella era la única vida que conocía, la única vida que había tenido oportunidad de vivir. Éabann respiró hondo intentando tranquilizarse mientras se acercaba hasta donde se encontraba su daga agachándose para tomarla y limpiarla en el borde de su falda que ya se encontraba manchada de sangre antes de alzarla sin pudor alguno y volver a incrustarla en la funda que llevaba sujeta al muslo. Ella había sido como aquella muchacha una vez, aunque sin los malos tratos que ella tenía. Había sido una persona encerrada en la vida de los gitanos sin darse cuenta de que había mucho más afuera, muchas más oportunidades. Escuchaba sus palabras en silencio y no pudo evitar que por un momento su nariz se arrugara.

Entiendo que no quieras marcharte de aquí, a fin de cuentas es tu familia, pero puedo ayudarte. Lo haría.—respondió mientras la miraba a los ojos. —Nadie debería sufrir lo que estás sufriendo a manos de alguien que debería quererte. —miró al hombre que se encontraba tumbado con el ceño fruncido. —Te mereces muchísimo más.

Recordaba demasiado bien conversaciones similares que había tenido en los años anteriores con mujeres. En la forma de pensar de la morena, en la que nadie tenía derechos sobre otras personas, el simple hecho de los maltratos físicos o psicológicos era algo que no terminaba de comprender. No comprendía por qué se quedaba con un hombre que las golpeaba, de la misma manera que no entendía los casos que eran al contrario. Sus ojos verdes se clavaron en los de la muchacha cuando le hizo su petición. ¿Cómo negárselo? Además, si se quedaba allí, estaba segura de que finalmente haría algo de lo que arrepentirse y no le apetecía demasiado tener que irse de París por haber matado a alguien de su propia etnia. Menos cuando Tharo era conocido en aquel lugar y ella no.

No estaba segura de lo que diría Amaris llegado el momento. Miró hacia donde ella miraba unos instantes y finalmente asintió con suavidad.

Te acompaño, además tú también necesitas que te cuiden y tengo el carromato cerca de los vuestros, por lo que puedo coger un par de cosas que necesitaría para hacerlo.

Las plantas siempre se le habían dado bien gracias a las enseñanzas de su abuela y de la otra mujer, la que le había cuidado tras el ataque. Respiró hondo unos instantes recordando a ambas. Mujeres fuertes e independientes que nunca habían dejado que un hombre las pisara. Esas habían sido sus referencias y como tales la muchacha quería seguir hacia delante siempre, quería parecerse a ellas. No le importaba demasiado estar sola, no todo el mundo entendía su forma de ser y muchos hombres consideraban que o no estaba bien de la cabeza o era un auténtico peligro. Pensar demasiado y por una misma tenía ese tipo de consecuencias. Nadie estaba demasiado dispuesta a permitir que se acercara a otras mujeres por si “contagiaba” sus frágiles mentes.

La pregunta de la muchacha provocó que la mirara, asintiendo por un momento, comenzando a andar con ella en dirección al bosque.

Fue mi hogar. —dijo son sencillez mientras recordaba aquellos momentos. —Los mejores recuerdos que tengo de mi vida fue con ellos. En parte, quizá porque era demasiado pequeña y por los años que han pasado, para mí era un lugar idílico. Era la séptima hija de una séptima hija, mi abuela me enseñó muchas de las cosas que se, pero también lo hizo mi madre y mi padre, incluso mis hermanas.—una ligera sonrisa apareció en sus labios mientras caminaba con gesto pensativo. —Sí, fueron momentos buenos. ¿Tú siempre has vivido aquí?
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Mensaje por Amaris Thervasi Sáb Mayo 21, 2011 7:33 am

Sonreí a Èabann al escucharla hablar de su hogar. Era hermoso tener recuerdos, por pocos que fuesen, del lugar donde te criaste. Poder recordar el rostro de tu familia y de tus amigos cuando echas la vista atrás era algo maravilloso. Los gitanos solemos movernos tanto que normalmente las familias acaban separándose al casarse con gitanos de otros lugares. Siempre queda el recuerdo y la promesa de reencontrase algún día, pero ya no es lo mismo. Cada uno sigues con su vida y siempre tienen el tiempo tan ocupado que es difícil volver a reunirse todos nuevamente.

- Séptima hija de una séptima hija. Los más supersticiosos han tenido que darte mucho la lata-bromeé intentando sacarlo un poco de sus divagaciones. No quería entristecerla trayendo recuerdos de su familia. Si viajaba sola quizás era porque no se hablaba con ellos, les había perdido la pista o estaban muertos. No era un tema feliz.

Anduvimos en silencio unos instantes sin hacer ruido. Nuestros pies eran como el terciopelo, acostumbrados a escabullirse de cualquier lugar donde hubiera un problema o del lugar donde habíamos robado algo. Era algo que nos enseñaban a los gitanos dese muy pequeños: robar, timar...Al menos así lo llamaban los gadjos. Nuestra idea de la propiedad era diferentes, pues todo era de la tierra y de la naturaleza y nada era verdaderamente nuestro. Ese era el pensamiento gitano que entraba en conflicto con el mundo de fuera. Por eso éramos odiados y repudiados, aunque no se
podía decir que fuéramos unos santos. La pillería y las traiciones también entre los de nuestra etnia estaban a la orden del día.

Asentí cuando me preguntó si siempre había vivido aquí, en las afueras de París. Era una zona repleta de bosque y con pocas zonas de viviendas. Algunos grandes ricos que no temían a los gitanos si que tenían sus hogares aquí e incluso dejaban que algunos recién llegados acampasen en sus propiedades. Nuestra tribu era la más conocido aunque la gente no fuera constantes y siempre se sumasen y se fuesen muchos gitanos. Sin embargo, muchas de las familias eran constantes como la mía propia.

-Yo nací en estos bosques, cerca del riachuelo que está al norte-le dije mirando hacia el frente, nostálgica. Me habían contado tantas cosas acerca de la historia que había tras mi nacimiento...-.Ese día la Luna era Luna Nueva y no tenía color. Las ancianas dijeron que yo le había robado el color a la luna y temieron que si no me echaban de la tribu ella jamás volvería a brillar.-miré a Èabann y sonreí, restándole importancia-. Sin embargo mi madre, la auténtica, se impuso.

Guardé silencio unos instantes pensando en Selene, mi madre. Nunca la había conocido y dudaba que lo hiciese. Lo único bueno que había hecho por mí, además de darme la vida, había sido no dejar que me matasen aquella noche. Mi otra madre, mi madre de corazón, Freya, me contó que Selene se enfrentó a todos los ancianos hasta que consiguió dejarme con vida en sus manos. Luego se marchó y nunca volvió...¿Me reconocería ahora por mi cabello? ¿Se habría interesado alguna vez por mi? Quizás incluso la había visto y nadie me había dicho que era ella. Aunque, por otra parte, lo dudaba.

-¿Cómo era tu abuela?-le pregunté entonces a Èabann aprovechando el silencio que se había instalado entre nosotras.- Nunca he tenido abuela, la verdad-dije sonriendo. Mi vida no había sido como la de los otros niños, así que eso no era extraño, después de todo.
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Mensaje por Éabann G. Dargaard Sáb Mayo 21, 2011 8:36 am

Suspiró por un momento hondo, sí, la verdad es que había sido todo bastante… supersticioso por decirlo de alguna manera cuando se hablaba de aquello. Sonrió por un momento, encogiéndose de hombros mientras seguía caminando. Su gente lo era, era supersticiosa, o al menos así lo parecía. Había conocido gitanos que solo se hacían pasar por tal, pero que en realidad eran muy escépticos.

—Puedes imaginarte… siempre hubo leyendas y rumores sobre mí. A veces tengo la sensación que los defraudé porque no tenía podres sobrenaturales y todas esas cosas. En ocasiones parecía que tenía que salvarlos y que no estaba haciendo del todo bien mi trabajo.

Hizo un mohín por un momento mientras seguía caminando. Era una estupidez, pero así se había sentido en algún momento de su vida. No sabía bien la razón, la verdad es que todo era demasiado nebuloso para su gusto. Caminaban lentamente por el bosque como dos fantasmas, como si fueran los dos rostros de la Luna: Amaris luminosa y blanca, Éabann oscura a su lado. Dos mujeres diferentes, pero que tenían más de una cosa en común, más allá de la misma etnia que compartían. Respiró brevemente hondo, notando los conocidos aromas del bosque. Fuera donde fuera, el bosque siempre olía igual. Por un momento, quizá por el lugar, quizá por la conversación que estaban manteniendo, el rostro de la muchacha se puso serio recordando. Recordaba aquella noche donde su familia había dicho el último adiós. No había podido volver al lugar, cuando se recuperó del todo habían pasado semanas y le decían que era mejor así, que no encontraría nada.

¿Habría habido algún superviviente además de ella? Pensar en todos muertos, llenos de sangre, destrozados, provocaba que su estómago se encogiera. Sin darse cuenta, llevó su mano a su vientre mientras caminaba lentamente al lado de la mujer. Escuchaba sus palabras, los rumores que había alrededor de su nacimiento y frunció con suavidad el ceño. No era de extrañar que la temieran de aquella manera. Se temía siempre a lo que no conocían y los blancos y bellos cabellos de la muchacha no era algo que se viera de forma habitual, ni entre los suyos, ni entre los demás.

La superstición de nuevo. —comentó con una media sonrisa cargada de cierta ironía. —Y cómo no, nuestros mayores poniéndose en la peor de las circunstancias, sin ver las cosas buenas. Muchas veces creo que pecan de catastrofistas, ¿no crees?

Buscaba que se animara, no era fácil contar cosas de uno mismo. Apoyó por un momento su mano en el hombro de ella, para después separarse y saltar con habilidad por encima de un tronco de árbol que había caído en mitad del camino. Se giró para ver si necesitaba ayuda aunque se podía imaginar que ella misma podía defenderse bien, a fin de cuentas, había nacido allí. Seguro que conocía aquel lugar como la palma de su mano.

Miró a la mujer una vez más cuando escuchó la pregunta de su abuela. El rostro de la morena se relajó un instante, recordando, sus ojos verdes volaron hacia delante sin ver en realidad por dónde caminaba metiéndose de lleno en aquellos maravillosos recuerdos.

Podía ser tremendamente amable, pero también podía ser una verdadera arpía. He sufrido más castigos a su mano que a mano de cualquier otro miembro de mi familia, pero debo decir a su favor que en la mayoría de las ocasiones me lo merecía. Era demasiado inquieta. —la miré de reojo, sonriendo por un instante.— Ella supo moldearme como si fuera arcilla fresca, me enseñó todo lo que sé, pero también yo le enseñé algunas cosas.—se quedó pensativa pensando en ella. —Tenía un genio de mil demonios y no había nadie que tuviera el valor suficiente como para contradecirla.
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Mensaje por Amaris Thervasi Dom Mayo 22, 2011 4:35 am

-Pues a mí me has salvado-le dije, sonriendo. Era verdad, había evitado que Tharo me hiciese más daño-. Tengo que darte las gracias de alguna manera...Sé coser, ¿necesitas alguna prenda nueva? No me importaría hacértela-le propuse. Quería regalarle algo por lo bien que se estaba portando conmigo.

La verdad es que la joven que caminaba al lado se merecía mucho más que una simple prenda, mucho más. Quizás podía vender alguna cosilla y comprarle algo bonito en la ciudad. No tenía dinero en grandes cantidades, pero si cazaba suficientes conejos y ardillas con el arco y los vendía quizás me recompensasen. Al dueño de la taberna que estaba en la plaza le gustaban los conejos bien gorditos y a su esposa las ardillas. Seguro que ellos me comprarían algo.

Escuché lo que me dijo acerca de nuestros ancianos y me reí, triste. Asentí con la cabeza y clavé mis ojos claros en los suyos con tristeza.

-Yo creo que todos los seres humanos son catastrofistas...Si lo piensas, siempre destruyen aquello que es diferentes y que les asusta. No dan segundas oportunidades si nadie les dice que paren. Al verme tan extraña creyeron que era una maldición y quizás, seguramente, me habría sucedido también en el seno de una familia de nobles aunque ellos, por el que dirán, no hubieran querido matarme. Los humanos somos malos, mezquinos. Creemos que el mundo es nuestro y que nada más allá de nosotros mismos puede existir.

Pasamos por un tronco caído que sorteamos con facilidad. Luego continuamos caminando en línea recta por el bosque, cada vez mas oscuro. Por fortuna ya había pasado las suficientes veces por ahí y sabía donde había que poner el pie en cada momento. Por ahora estábamos seguras y no había peligro ni de hoyos ni de trampas para los animales ni nada de nada. Intentaba llevar a Èabann por el camino más libre de madrigueras y animales.

No pude evitar reírme cuando me describió a su abuela. Me gustaba el carácter de la mujer que describía y así se lo hice saber. Un referente fuerte crea hijos y nietos fuertes. Los niños siguen siempre un modelo a seguir; buscan ser como sus mayores casi sin darse cuenta y cuando llegan a la adolescencia, creen que cambian, pero el efecto que han causado sus padres, abuelos, tíos...está siempre dentro de ellos creando su propio carácter.

-Tu abuela parece una gran mujer-le dije sonriendo aún-¿Continúa en Austria o se marchó?

Me imaginé por un momento como sería tener una familia con abuela incluida. Pero no una familia cualquiera, no. Una familia de las de verdad, de las que se aman. Seguro que me habían explicado muchas más cosas de las que sabía. Ni Tharo ni mis hermanos sabían nada acerca de las mujeres. Enrojecí al recordar el día en que me vino el período con doce años. Casi me morí de vergüenza al tener que preguntarle a la que era nuestra mejor curandera que me sucedía. Todos mis cambios en el cuerpo debido al crecimiento los había levado en absoluto silencio. Yo había terminado de aprender a coser siguiendo las instrucciones de Freya y copiando una y otra vez sus trabajos hasta entenderlo. No tenía ningún referente femenino cerca de mí. Se lo comenté a Èabann.

-Yo no tengo a ninguna mujer en mi familia que me enseñe nada. Y los chicos son tan brutos. Dicen muchas palabrotas y hablan de mujeres. A mi me respetan, pero tampoco me explican nada de mi propio género. Creo que les da vergüenza tener que explicármelo-le confesé a la joven, entre risas.

Mis hermanos no eran malos ni brutales como Tharo. Solían pelearse entre ellos en broma y también desaparecían en la ciudad en busca de los famosos burdeles, donde yo contaba con algunas amigas que ellos se habían traído a algunas fiestas gitanas. También, mis hermanos, solían trabajar de repartidores o vendiendo en el mercado, o robando. No eran crueles conmigo, aunque ya no tenían tanto tiempo para prestarme atención como antes.
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Mensaje por Éabann G. Dargaard Dom Mayo 22, 2011 6:15 am

Si fuera cristiana, pensaría que la muchacha que caminaba a mi lado era un verdadero ángel caído del cielo. La miró por un momento y negó con suavidad. No quería su agradecimiento por lo que había hecho. Había sido puro instinto, necesitaba que lo entendiera, que lo comprendiera. Se quedó por un momento, en cambio, pensativa. Se le había ocurrido algo.

Tengo algunas prendas que necesitan remiendos… y debo reconocer que yo soy bastante negada con aguja e hilo, quizá podrías ayudarme.

Y quizá pudiera ayudarla a hacer ropas nuevas. Si compraba telas en la ciudad, podría hacer algún vestido de mañana o de tarde, había visto los diseños, seguro que Amaris tenía mucho mejor ojo que ella para aquellas cosas. Su madre y su abuela se habían esforzado mucho en intentar enseñarla para qué servía la aguja y el hilo, podía coser botones, subir bajos y poca cosa más. Era incapaz de crear nada nuevo y, muchas veces, había destrozado prendas que había conseguido. Los vestidos que llevaba, los que no eran de su etnia, procedían todos de su época en Londres y, desgraciadamente, ya comenzaban a estar pasados y ligeramente fuera de moda. Conocía lo suficiente a la gente que vivía en casas de piedra como para saber que esos detalles eran fundamentales para ellos. Sí, quizá pudiera ayudarla…

Al escuchar sus palabras no pudo evitar tensarse por un momento, era algo que ella misma había pensado muchas veces. Apoyó la mano que estaba junto a ella en el hombro en señal de que la entendía y asintió con gravedad.

Me temo que tienes razón. No ven que la Naturaleza es de todos, ni que lo que ahora no conocemos solo tenemos que esforzarnos un poco para entenderlo. —la miró por un instante de reojo, sonriendo. —Hay mentes muy cerradas que creen que la tradición es lo único que sirve, que los elementos nuevos solo son malignos o que provocarán problemas a la larga. Si todo va bien así… ¿por qué cambiarlo? —había escuchado demasiado aquellas palabras. —Pero todo está corriendo, está yendo en direcciones que nadie puede controlar y, en las próximas décadas, estoy convencida de que comenzarán a ir las cosas mucho mejor.

Eso esperaba al menos, había sentido ese cosquilleo que en ocasiones la venía cuando hablaba, que comenzaba en la nuca y bajaba por toda su espalda. Un cosquilleo que se convirtió en un escalofrío cuando la muchacha preguntó por su abuela. Los ojos verdes de la mujer se clavaron en el camino que seguían, notando cómo se humedecían. Apretó suavemente los puños, intentando que Amaris no lo notara. Era normal que sintiera curiosidad, sobre todo por cómo había hablado de ella.

Murió. —susurró con suavidad, respiró hondo al notar cómo su voz se encontraba suavemente ronca. —Murió hace ocho años, junto con toda mi familia.

Era mejor decirlo de golpe, soltarlo todo, sin guardarse nada. Era algo que no solía contar, pero tampoco quería mentirla diciendo que seguían bien. No era un tema que tratara pero tampoco era un tema que la molestara, en absoluto. Respiró suavemente de nuevo, notando los olores del bosque y escuchando las palabras que dijo a continuación. La miró y una suave sonrisa apareció en sus labios.

Los hombres son así, tienen que medirse siempre para ver quién de ellos es más varonil. —comentó divertida, para después ponerse seria. —Puedes preguntarme todo lo que quieras, Amaris, ahora que estoy aquí me gustaría que si tienes una duda, del tipo que sea, me lo cuentes. Quizá no pueda ayudarte o quizá no lo sepa en ese momento, pero lo intentaré ¿de acuerdo?

Quería ayudarla, necesitaba ayudarla. Si por ella fuera la sacaría del circo y se irían a cualquier otro lugar, pero sabía que también era difícil vivir solas sobre todo por la cantidad de amenazas que había para dos mujeres solitarias. No quería provocar que tuviera problemas, parecía que quería en verdad al tal Tharo y a sus hermanos, unos hermanos con los que tendría que hablar con seriedad. Se estaba metiendo en los problemas de una familia, sabía que finalmente terminaría escaldada, pero la joven de cabello blanco provocaba en Éabann una sensación de protección que no terminaba de entender.
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Mensaje por Amaris Thervasi Lun Mayo 23, 2011 2:49 pm

-Bueno, estaré encantada de ayudarte con tu ropa, cuando quieras-le dije, sonriendo feliz de poder serle útil. Así me sentiría menos en deuda con ella. No me gustaba que se estuviese viendo involucrada en problemas relacionados con Tharo. Podía ser tan violento...Sólo esperaba que no tomase represalias contra Èabann. No quería que le sucediese algo por "accidente".

Cuando escuché acerca de la muerte de su abuela y su familia no pude evitar pararme en seco. La miré con tristeza y con la culpa escrita en el rostro. Yo había sacado el tema a relucir. Yo y mi tonta, tontísima curiosidad que rozaba lo infantil. Tenía que aprender a leer más allá de los sentimientos que se mostraban en la superficie de las personas. Si hubiese estado más atenta habría detectado el dolor en sus palabras o en su rostro...

-Lo siento tantísimo...No quería hacer que lo recordases nuevamente. Mencionarlo ha de dolor terriblemente-le dije mirándola aún más triste. Si la muerte de un único familiar había cambiado mi vida y mi carácter de manera tan radical no quería ni imaginar lo que supondría perder a toda la familia. Traté de imaginarme una vida sin Lorcan, Tai, Vittorio...Mis rudos y simples hermanos por los que sentía adoración. Seis hombretones grandes y fuertes que siempre me defendían cuando tenían la ocasión. Por desgracia cada vez estaban menos en casa y los ataques de su padres se volvían mucho más frecuentes cuando ellos andaban lejos. En las noches en que Tharo me golpeaba hasta caer medio desmayada en el suelo solía pensar en las bromas de los chicos. Siempre acababa viniendo alguien que se lo llevaba, y eso me permitía levantarme y lavarme las heridas. Pero nadie se quedaba mucho tiempo. Todos sentían algo de temor hacia mi maltratador. Imponía respeto.

Cuando ella dijo que podía preguntarle todo lo que quisiese sonreí. Era bueno tener a otra chica con la que hablar. Quizás, algún día, cuando me sintiese menos patética, le preguntaría como era besar a un hombre que te quisiese. Quizás ella se había enamorado alguna vez, cosa que yo no había tenido la oportunidad.

-En cuanto tenga una duda te la diré-le dije sonriendo, satisfecha de poder cambiar de tema. No me gustaba pensar en la muerte.

Nos fuimos acercando a las carretas que hacían las veces de hogar de los gitanos. Una fogata estaba encendida en el centro y a su alrededor había varios hombres y mujeres que no trabajaban aquella noche en el circo o que tenían otro empleo. Distinguí a todos mis hermanos entre el grupo y me encaminé junto a Èabann hasta ellos.

Vittorio, el mayor, fue el primer en verme. Me sonrió desde la hoguera aunque su cara fue cambiando de color al verme las gotas de sangre en el vestido y el labio hinchado. Se puso en pie y se acercó hasta nosotras rápidamente. Me sujetó el rostro con suavidad y lo examinó.

-¿Te ha encontrado sola? ¿Iba borracho?-me preguntó observándome fijamente-Necesitas ser curada, vamos a...¿Quién es ella?-preguntó, curioso como yo misma. Miré a mi nueva amiga y se la presenté a mi hermano mayor.

-Esta es Èabann, recién llegada-la miré a ella-. él es Vittorio, mi hermano mayor. Cuando nos cure un poco te presentaré a mis otros hermanos y ya podremos ir por Tharo.

Vittorio sonrió a Èabann sin soltarme aún el rostro. Se parecía mucho a Tharo físicamente, pero su carácter era dulce y alegre, y siempre tenía palabras amables para todos. Era tranquilo y muy sabio pese a su corta edad. Yo siempre lo había admirado.

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Mensaje por Éabann G. Dargaard Lun Mayo 23, 2011 3:42 pm

Asintió con suavidad ante sus palabras sobre ayudarla. Sí, le iba a venir bien tener a alguien cerca que pudiera confeccionar algunas ropas. No quería aprovecharse de la muñeca, se lo pagaría con creces. Algo le decía que no estaba acostumbrada a recibir regalos, ella tampoco es que se matara en hacerlos pero… tuvo una pequeña idea. No es que hiciera verdaderas maravillas, pero hacía tonterías que podía vender en el mercado, cosas hechas con arcilla que solían gustar a los hombres y a las mujeres de media y alta clase que paseaban por entre los puestos. Quizá para la joven de pelo blanco no fueran más que baratijas, en realidad lo eran, pero era lo único que podría pagarla por ayudarla con aquello.

Negó con ligereza ante sus palabras. No quería que se entristeciera, ella no tenía la culpa. Antes o después aquellos recuerdos siempre venían, al menos en esa ocasión habían llegado estando en compañía. Los últimos meses a solas con su caballo y los caminos por delante habían sido bastante… nostálgicos, por no decir peligrosos. Peligrosos porque habían afectado terriblemente a su estado de ánimo, la habían vuelto melancólica y eso era algo que no podía permitirse. Sabía que podía enfermar de tristeza, no era algo que la hubiera pasado, pero sí lo había visto. Había visto incluso como una mujer sana y fuerte se iba consumiendo por ella hasta que finalmente había dejado de luchar. Y en ese momento todo había perdido esperanza.

No te preocupes Amaris, no es tu culpa. Es algo que ha ocurrido y no puedo hacer nada para cambiarlo. No te preocupes más.

La sonrió brevemente, para darla ánimos y ambas siguieron andando. Los ojos verdes de la mujer vieron el círculo formado por las carretas y por las tiendas que se habían ido formando hasta crear una especie de ciudad ambulante. Así era como ella lo veía. No era algo ordenado como ocurría con las ciudades hechas con piedra, pero sí era cierto que cada lugar tenía su significado. Cada tienda, cada carreta. Y después estaba el fuego. La hoguera en el centro era un lugar de sociabilización fundamental. Allí era donde por las noches se reunían para hablar, también para contar sus historias y mantener de esa manera la tradición. Era el lugar donde las fiestas se celebraban. Era, a fin de cuentas, como la plaza de un pueblo o de un barrio. Podrían cambiar los rostros, pero la esencia seguía siendo la misma en cualquier tipo de comunidad humana.

Se mantuvo en segundo plano mientras hablaban. El hombre que tenía delante de ella se parecía tanto al tal Tharo, el padre de la muchacha, que durante un instante se tensó. Entonces le miró a los ojos y se dio cuenta de que no había esa locura, esa oscuridad, que quebraba el ánimo del otro hombre. Asintió con suavidad ante la presentación y se dispuso a seguirlos.

Puedo ayudaros con las curas… si no tenéis los ungüentos necesarios tengo varios en mi carromato. —comentó mientras les seguía.

Quería ayudar, hacer lo que fuera, lo necesitaba para sentirse útil. No estaba demasiado acostumbrada a estar de brazos cruzados, a estar sin hacer nada. Sus pasos ligeros siguieron a la pareja mientras se dirigían hacia uno de los carromatos, seguramente el hogar de la familia.
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Mensaje por Amaris Thervasi Mar Mayo 24, 2011 11:17 am

Vittorio agradeció la ayuda que Èabann quería brindarnos con un gesto. Luego me miró a mí.

-Amaris necesitará algo para su labios y los moratones. De Tharo ya me encargo yo de darle unos buenos puntos de sutura que le duelan-dije, bromista. Me acarició el cabello con cariño y luego miró a la morena-. Si pudieras por favor traer tus instrumentos para curar a Amaris...Yo buscaré el ungüento que suelo ponerle en los moratones. Suele hacer que salgan con menos fuerza y que se vayan antes. Después mandaré a mis hermanos a buscar a nuestro padre-dijo, con tranquilidad. Su semblante era siempre tan calmado y sus gestos tan firmes y comedidos...Se parecía a su madre, desde luego.

Mientras Èabann iba a buscar lo que necesitaba, Vittorio se dedicó a aplicarme dicho ungüento en brazos, rostro...Me quité le vestido para quedarme en camisola y que pudiese echármelo también por las piernas. Vittorio trabajaba con la tranquilidad y la precisión de un médico. Como me gustaría que fuese uno. Vittorio, el doctor. Sonaba bien.

Èabann volvió con sus cosas a la carreta. Le sonreí, amables y la invité a sentarse a mi lado. Le sonreí mientras cogía un poco de ungüento para ella.

-Tú también estás herida-le dije, cogiendo su brazo con delicadeza-.Deja que te ayude, te lo debo.

Comencé a untarle alrededor del brazalete de cuero que llevaba cogido. Vittorio acabó de echarme el ungüento y murmuró que iba a buscar a su padre con los demás muchachos. Yo asentí y comencé a quitarle el brazalete a Èabann cuando de repente sentí un terrible mareo. Me detuve y agaché la cabeza, tratando de respirar hondo. Quizás la adrenalina me estaba jugando una mala pasado o el mal trago de esta noches estaba haciendo sus efectos ahora...Me levanté del pequeño sofá que hacia las veces de cama para mí y me aproximé a la pared, angustiada. Me aparté el cabello blanco a un lado y respiré profundamente.

-Vaya, creo que me he agobiado un poco-le dije a Èabann aún de espaldas.-Creo que no sirve para curandero, ¿verdad?-bromeé.

Entonces entendí por qué me había mareado. Con todo el ajetreo del circo, Tharo, el campamento...No me había dado cuenta de que estaba muerta de hambre y sed. Mis tripas rugieron entonces salvajemente cuando llegué a la conclusión y me sonrojé con violencia. Mir´a la otra joven y le sonreí, como disculpándome.

-No recordaba que tenía que comer. Aguarda aquí, ahora te traigo unas manzanas-le dije, poniéndome el vestido apresuradamente y saliendo al exterior en busca del enorme cesto que teníamos afuera, custodiado por uno de los perros de mis hermanos. No eran nuestros propiamente dichos, pero siempre rondaban nuestra caravana y cuando podíamos les dábamos algo de comida. Eran tres y eran parte de una camada que Tai había encontrado abandonada en Mortmartre. Los había traído hasta aquí y ahora ellos le agradecían sus cuidados siéndole fieles. Yo no tenía mucho trato con ellos porque eran algo agresivos, pero a mi no me mordían.

-Branco, aparta-le pedí con delicadeza al perrazo de color canela y ojos amarillentos. El animal obedeció y se reunió con sus otros dos hermanos que dormitaban cerca de las ruedas de la carreta. Cogí algunas manzanas para Èabann y para mí y volví a la carreta con ellas en las faldas. Las dejé caer a su lado con una amplia sonrisa.

-Son buenas de verdad. Las cogemos de un árbol que hay cerca de la ciudad y son de las mejores, en serio. También puedo sacarte algo de carne, Tenemos algunas ardillas en el tenderete de fuera. La he cazado yo y te aseguro que tienen carne muy buena, aunque parezca que no.

Me ahorré comentarle de que era yo también la que les quitaba la piel y las cocinaba. Quizás le pareciera salvaje si se lo decía. Pero mis ardillas de hoy estaban allí, aún expuestas para la cena de esta noche. No pasaba nada porque Èabann y yo nos adelantásemos un poco. El resto de gitanos también traía suficiente comida como para que no se notase que faltaban un par de roedores.

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Mensaje por Éabann G. Dargaard Miér Mayo 25, 2011 2:36 am

En ocasiones era sorprendente cómo dos personas físicamente iguales, eran tan diferentes entre ellos. La morena asintió con suavidad a las palabras del hombre mientras se incorporaba. Observó los movimientos delicados con los que se movía junto con Amaris. Estaba claro que la quería, que la tenía cariño y entonces comprendió el por qué no quería alejarse de allí: ellos eran su familia. Él lo era.

Ahora mismo vuelvo.

Se movió entonces, saliendo del carromato para dirigirse al suyo. Estaba un tanto alejado del de los demás. Lo había hecho así porque era mucho más fácil moverse llegado el caso. Acarició la cabeza de su caballo con cariño cuando se acercó, deslizando su mano por sus crines y apoyando brevemente la frente en la del animal cuando este bajó la cabeza. Sonrió mientras le miraba, dejando un par de palmadas en el cuello de este. Entró entonces en el interior tras abrir la puerta. Observó el lugar, a oscuras, pero sabía perfectamente dónde estaba cada cosa. La organización de la que era siempre artífice hizo que entendiera pronto lo que estaba buscando.

A su vuelta el hombre se marchó y la dejó junto a Amaris. Observó sus movimientos mientras le echaba el ungüento en el brazo, pero se tensó cuando ella comenzó a retirar el brazalete que tenía en el antebrazo. Se detuvo cuando estuvo a punto de quitar el brazo cuando vio que estaba a punto de quitarle el antebrazo y se movió para sujetarla cuando pareció que se iba a caer. Al escuchar sus palabras lo entendió: demasiada adrenalina, demasiado hambre. Asintió con suavidad.

Te espero entonces aquí.

Mientras ella salía, finalmente comenzó a quitarse el brazalete. Fueron movimientos lentos mientras observaba cómo la piel comenzaba a presentarse ante su mirada. Una piel mancillada por cicatrices de mordiscos y que lentamente comenzaba a ponerse morado por el apretón del hombre. Era un espectáculo muy poco hermoso. Respiró hondo por un instante y miró entonces a Amaris cuando entró.

Seguro que con las manzanas está bien, no te preocupes.—respondió mientras volvía a tapar sin darse cuenta de lo que estaba haciendo el antebrazo bajándose la manga. No se daba cuenta de lo poco que le gustaban esas cicatrices que le recordaban una noche demasiado alejada en el tiempo pero que al mismo tiempo estaba allí, presente, demasiado cerca. Frunció el cielo por un momento.—Aunque creo que tú deberías comer algo más, si quieres te puedo ayudar a prepararlas.

Extendió en una mesa lo que había llevado mientras hacía un gesto para que se acercara. Tendría que limpiar las heridas para que no se infectaran. Sabía que los cortes podían provocar escozor. Salvia, sí, la salvia vendría bien para ayudarla a cicatrizar. Tenía preparado un pequeño ungüento que le ayudaría para ello. Esperó a que se sentara a su lado para comenzar a echarla la sustancia de un olor agradable por la zona donde tenía las heridas.
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