Entre dioses y heroes +18

Recuerdo del primer mensaje :

Eterna condena, ese era el precio que pagué por la belleza de una mujer. Troya cayó ante mis ojos por culpa de la bella Helena y sus caprichos. Durante siglos Afrodita envió a sus lacayos a buscarla y custodiarla seguramente arrepentida de haber llevado a mi hermano París ante ella, pero ahora había escapado, el mundo tal y como lo conocía cambiaría, pues esa mujer era un demonio capaz de impartir odio y caos por donde pisaba.

Los rumores me llevaron a tierras norteñas, al parecer un conde llamado Höor Cannif daba cobijo a la sobrenatural, era experta en engatusar a los hombres así que no podía culpar a un mero mortal a caer ante sus influjos ¿acaso no lo hizo antes con los míos?
Esperaba que aquel hombre me escuchara y entrara en razón, pues no me iría sin Helena, ahora apodada Briseida para no llamar mi atención ni la de aquellos que como yo la buscaban.

La noche había caído cuando me presenté frente a los muros de Akershus, mi corcel negro llevaba anudados tras de si a dos hombres encapuchados y una doncella bocazas que me encontré por el camino. Intuía el conde no soltaría presa sin un reembolso sencillo.
Pronto los arqueros me apuntaron, grité el nombre de aquel que podía darme respuestas, exigí que le hicieran salir para habar de hombre a hombre, parlamentar, así se hacían las cosas en mis tierras, mas como respuesta me encontré los culos de muchos de esos bárbaros y alguna que otra verga.
Su desfachatez me llevo a gruñir, el honor no abundaba al otro lado de la frontera, pero bien sabía que el héroe, como lo apodaban acabaría saliendo de entre esos muros cuando entendiera que no había opción si quería que su amiga, como lela misma se había tildado, siguiera en pie.

El acero acarició el cuello de la dama y de un tirón saque el saco de su cabeza dejando ahora su angelical rostro al descubierto.
-Höor Cannif -rugí de nuevo esperando que ahora encontrara motivación para mi propuesta.
No tardó en demasía en espada bastarda a la espalda cruzar el portón que tras de él se cerro, los arqueros seguían apuntando mas su mano se alzó y estos se relajaron.
-¡Suéltala! -ordenó imperativo -querías verme, aquí estoy, ahora suéltala.

Empujé a la chiquilla que con lagrimas en los ojos corrió hasta los brazos de su amigo, este alzó su mentón para mirarla, preguntándole si estaba bien y ella solo asintió.
-!Ve dentro!  -ordenó devolviendome toda la atención -¿quien eres? -preguntó hundiendo sus pardos en los míos.
-Ettore -respondí con calma -pero eso no es importante, tras tus muros custodias a una mujer griega, devuélvemela y me iré sin mas, de no hacerlo esta ciudad caerá, removeré cada piedra hasta dar con ella. Su nombre es Helna, o Briseida como se hace llamar ahora, es una inmortal, dámela y me largaré.
-No hay ninguna Helena tras mis murallas -aseguró -vete por donde has venido y olvidaré esta afrenta.
Hizo ademan de ir a soltar a sus hombres, mas mi espada se interpuso en su camino.
-No te creo, esa mujer es experta en la mentira y en conseguir que los hombres pierdan por ella la cabeza.
-He dicho que no doy cobijo a esa mujer, de hacerlo, no mentiría, simplemente note  la entregaría. Aparta tu espada vampiro -rugió.

Höor se acerco segura al acantilado, y coloco ambas manos en la cuerda, sujetándose a ella con fuerza, tomo impulso y coloco sus piernas alrededor de la soga, cruzando los pies, dejo su espalda pendiendo del vacío. Movió una mano tras otra mientras avanzaba hacia el extremo de la cascada  a través de la cuerda.
Afrodita cerró los ojos, mientras de sus labios salían unas melodiosas palabras, un aura azulada la rodeo durante unos instantes, y con gran ligereza atravesó el precipicio , caminando con firmeza sobre ella.
Tras ella, Ares descolgó su cuerpo en el vacío sujetándose a la soga con fuerza con las manos, y avanzo con decisión, moviendo una mano tras otra balanceando su musculado cuerpo tras ellas. Hasta alcanzar el otro extremo con una ladeada sonrisa, podía haber usado su poder pero creo era el modo de demostrarnos que era muy capaz de hacer las cosas a nuestro modo.

Deje mis pies desnudos, colgué las botas de mi hombro, y de un salto subí sobre la cuerda, note el tacto de la rugosa maroma bajo mis pies, y comencé a dar un paso tras otro, asegurando bien cada uno de mis movimientos. Mientras miraba el fino hilo del que pendía mi vida, y la separaba de la garganta del acantilado, y pese al riesgo que entrañaba esta acción, no pude evitar admirar la belleza de aquella vista, donde la vegetación salvaje reinaba y el sonido del agua conseguía encandilarte. Pude ver una pareja de águilas calvas bajo mis pies, parecían buscar  el mejor lugar para instalar su nido. Un lugar de difícil acceso y que permitiera a la hembra poner sus huevos, y criar a los polluelos. Volví a alzar la vista hacia mis compañeros que me miraban impacientes, entre ellos Afrodita que tensaba su gesto al percibir mi sutil sonrisa, así que continúe hacia delante hasta llegar al otro extremo sin mayor dificultad.

Una vez al otro extremo nos adentramos en una especie de gruta llena de recovecos, algo laberíntica, al otro lado de una especie de pasillo nos salió al paso una mujer, mis ojos buscaron a Freya ¿sería ella la Völva?

La mujer de mis sueños apareció frente a nosotros como una exhalación de aire fresco, me quedé petrificado, mirándola, y por uno instantes recordé a cámara lenta todo lo que sucedió en aquella gruta mientras las piedras se nos venían encima.
Ladeé la cabeza percibiendo una sutil sonrisa que me decía que esa visión había sido compartida, lleno de interrogantes la seguí, su pegunta para mis acompañantes fue respondida por le mismo.
-Ares yo solo he venido a divertirme -reconoció con la sinceridad y mala sombra que le caracterizaba -también a follar pero de momento no he tenido suerte ¿quieres follar? -preguntó ladeando la sonrisa.

Ettore y yo nos miramos echándonos unas rosas mientras negábamos con la cabeza, teníamos que reconocer que el dios de la guerra era insistente, iba a pico y pala, pero se comía una mierda, como nosotros a decir verdad.
La Völva nos hizo pasar a una especie de “comedor” dentro de esa gruta tenía una especie de casa, la lumbre caldeaba la estancia y sobre esta estaba una gran olla que mientras nos pedía tomáramos asiento removió con un largo cucharon de madera.
-¿hay vísceras, ojos, sapos e hígados? -preguntó Ares con cierta mofa.
-Solo para ti -le respondí llenado mi copa de absenta, una botella de liquido verdusco que había sobre la mesa.

De nuevo la mujer clavó sus ojos en los míos.
-¿puedo? -pregunté a lo que esta asintió sin mas -te conozco, te he visto en sueños -aseguré.
Ares se empezó a descojonar.
-Y luego decís que yo soy malo ligando -alegó Ares muerto de la risa.
-No es para llevármela al lecho pazguato, es verdad ¿como puede ser?

Una mujer algo esquelética con cara de comerse a Höor y no precisamente como una caníbal si no abierta de piernas nos salió al paso, aseguraba no entender porque cojones estábamos aquí a los griegos, evidentemente por diversión pues esto de las espadas, Hela, Loqui, el de las calzas y su puta madre nos importaba una verdadera mierda, pero las batallas en Grecía habían menguado desde que mi bella Afrodita andaba de penitencia por su “amado” Ettore” y había dejado de sembrar el amor en los corazones ¿acaso había sentimiento mas peligroso? Capaz de mover montañas, de destruir naciones, solo necesitaba ella encender el fuego y yo hacer arder la llama hasta que nada quedara en pie, no entendía porque se resistía a la evidencia, no era una humana lastimera, era una diosa, una que ua vez cabalgo entendiendo eso sobre mi verga.

Caminamos hasta un comedor donde se nos dispuso unos vasos que pronto el norteño y yo repletamos.
-Evidentemente estamos aquí porque los norteños no sabéis hacer bien las cosas, necesitáis de nuestro saber -apunté ladeando la sonrisa esperando a que Freya saltara sobre mi como una leona.

No le había venido mal el baño a esa mujer cuando desvié hacía ella la cascada empapandola entera y marcando así sus bellas formas.
-¿quieres? Le dije ofreciéndole el vaso de absenta, ahora estas mas fresca después del baño -apunté lanzandole un bocado.

E norteño decía haberla visto en sus sueños, iba a preguntar si eran húmedos, pero por lo que dijo nada que ver con eso, al parecer se les caía unas piedras encima como final de sus vidas.
-Las mujeres solo traen problemas vikingo, cuanto lo aprendas mejor te irá en tu efímera vida.

Una vez al otro lado del precipicio, todos cruzaron bajo la cascada, aunque un par entraron más mojados que el resto. Afrodita avanzó la última, a la retaguardia y pudo ver a los dos dioses de la guerra lanzándose miradas extrañas. Les observó algo confusa, ¿se había perdido algo? Sus ojos se desviaron entonces hacia el troyano que desde que se metiera la noche anterior en la cueva no le había dirigido la palabra siquiera. Tomó aire en profundidad, intentando evitar que aquel sabor amargo ascendiera de nuevo por su garganta.
 
La hechicera salió a su encuentro y les guio por los laberínticos pasillos de aquella gruta que era mucho más profunda de lo que aparentaba desde fuera. El lugar, a pesar de la oscuridad, iluminada por una antorcha que llevaba la völva, era bonito a pesar de la humedad, o tal vez precisamente por ella. Gracias a la temperatura que allí había crecían plantas de las rocas y en algunas paredes hasta se podía escuchar el agua colándose por las grietas, formando una música natural y delicada. Se detuvieron al llegar a una zona amplia con el techo bien alto.
 
La morena que les había recibido en lo que parecía ser su hogar, no tardó en preguntarles qué era lo que hacían allí ellos, los griegos. La diosa del amor despegó los labios para responder al interrogante, pero Ares se le adelantó con una de sus tonterías habituales. Ella suspiró, rodando los ojos y negó.
 
–Nosotros tenemos algo que preguntarte también, pues Freya nos ha dicho que eres capaz de localizar semi-dioses.–
 
No se iba a andar con rodeos, especialmente porque con la frialdad excesiva con la que la estaba tratando aquel día Ettore, deseaba ganarse su confianza. Quería demostrarle que no le había mentido y que estaba de su lado. Seguramente jamás aceptaría su perdón, nunca la perdonaría por su error y ella aguantaría ese chaparrón, pero deseaba dejar claro que jamás había sido intencionado. Tal vez, algún día, al menos accedería el troyano a esa parte de su historia, pero por ahora, ese instante lo veía lejano.
 
Las palabras de su supuesto compañero lograron que Afrodita apretara los labios, podía notar que en aquello que decía ella tenía más protagonismo del que deseaba. Le fulminó con la mirada, a su manera y de la inadecuada también, pues sus orbes se aclararon hasta tornarse casi blancos y el aliento de los que respiraban se tornó una neblina espesa y heladora. De no ser porque la elfa rozó su antebrazo con suavidad, contagiándola con su bondad, a saber lo que hubiese ocurrido en aquella cueva.

Ella fue la primera en cruzar, la encargada de fijar la cuerda élfica a la roca e incluso preparó un objeto para separar el agua de la cascada y poder pasar al interior de la gruta sin mojarse demasiado. Aún así, una vez dentro, se fue quedando atrás, hasta caminar únicamente por delante de Afrodita. Todo le sorprendía allí, pues en Alfheim la iluminación era primordial e incluso las cuevas estaban sumamente trabajadas y sus paredes grabadas con cincel. La oscuridad, sin embargo, no se le antojaba incómoda o desagradable, solamente era algo nuevo y llamativo para ella.
 
Alea decidió quedarse relegada, ella era una intrusa en el grupo, la habían encontrado de casualidad y, además, le habían salvado la vida. Ella les debía eso a cambio y permanecería junto a ellos mientras no la echaran, hasta cumplir con la promesa implícita que el acto heroico del nórdico había sellado. Pero no molestaría y no influiría en su destino mientras ellos no se lo pidieran. Al menos eso era lo que había pensado hasta que vio cambiar los orbes de la diosa griega y notó como escarcha se acumulaba en sus pulmones. Ella era mucho más sensible a la temperatura que los mortales de Midgard, así que incluso antes de que el vaho de estos se convirtiera en neblina, ella ya había percibido el frío. Alargó su brazo izquierdo hacia la dama y con calma le acarició desde el dorso de la mano en ascenso hacia el codo. Sus ojos claros buscaron los de ella que en cuanto sus miradas se cruzaron, volvieron a oscurecer lentamente hasta regresar a su color normal.

Los dioses de la guerra habían iniciado una batalla personal en la que se gastaban bromas el uno al otro. Los dos eran muy competitivos pero, a la misma vez, sabían jugar con deportividad, así que entre risas se las devolvían sin parar. Obviamente había momentos de tensión con cada cosa que le lanzaba el uno al otro, al menos para los demás que no sabían lo que aquellos ataques desencadenarían, sin embargo, por el momento todo quedaba en unas pocas carcajadas y proseguir con sus temas como si no hubiese ocurrido nada. Hasta que legara la nueva venganza, claro estaba.
 
 Así pues, cuando Ares empapó a Freya, se hizo el silencio a su alrededor por si esta entraba en cólera. Los ojos de la rubia se clavaron en los del que la miraba encogiéndose de hombros e incluso Fenrir, precavido, escondió el rabo entre las patas y agachó las orejas.
 
–¿No se te ocurrió otro modo de verme sin ropa, verdad? Qué poca sutileza e imaginación.–
 
Le dedicó una ladeada y orgullosa sonrisa, adentrándose en la gruta con los demás. Ella iba entonces a la cabeza junto a los dos humanos, el mortal y el inmortal, guiando el camino hasta que salió a buscarles la völva. Cuando dijo que les había estado esperando, la nórdica no se mostró sorprendida, ya que si no fuera poderosa suficiente como para saber algo así, de poco les serviría.
 
–Gracias. A ver si con esto entro en calor, porque si me tiene que calentar un hombre, lo llevo claro.–
 
Atacó al orgullo del griego, tomando lo que le había ofrecido y de un trago hizo bajar la absenta por su garganta. La sonrisa no se borraba de su rostro, se consideraba ganadora. El estar mojada no la afectaba y eso el otro dios lo sabía, la temperatura en ellos no hacía mella y además, era más sensible por su sexualidad Ares que ella por su ego.

-El sapo acaba de llegar.- Respondió con total seriedad la hechicera, haciendo referencia al dios que había formulado la pregunta. No tenía mucho sentido del humor, pero sabía devolverlas con tono aparentemente natural como si lo opinara así de verdad.
 
A una vez en la sala grande, les dejó acomodarse y ella fue a buscar las cosas que tenía preparadas, menos el libro que seguía oculto bajo las pieles. Asintió cuando el norteño le preguntó si podía beber y mientras, ella, les servía algo de comida caliente en cuencos que fueron pasándose entre ellos. -Tengo visiones a menudo, pero es la primera vez que conozco en persona a alguien que apareciera en mi sueño.- Clavó su mirada en el rostro del conde cuando le entregaba a él el último bol de madera tallado a mano. -Así que, del mismo modo, es la primera vez que estoy segura que la otra persona también me veía a mí.- Normalmente su sueños eran a vista de pájaro o de algún roedor, como si se metiera en la cabeza de un animal  pudiera ver a través de sus ojos aquello que estaba por venir, pero con el guerrero había sido distinto, era ella misma la que estaba presente en el sueño.
 
Se sentó junto al resto, alrededor del fuego y les observó comer. Ella ya lo había hecho antes de su llegada, era más de media tarde, pero ellos llevaban todo el día de camino y dudaba que se hubiesen llevado nada a la boca desde la noche anterior o, como mucho, desde que se levantaran aquel día por la mañana. -Comed y luego hablaremos.- Desvió su mirada entonces hacia Freya, ladeando ligeramente la cabeza. -Tú eres la principal interesada y la que tiene mayor vinculación con esto, así que serás tú la que me ayude con el ritual.- Lo decía porque era la más poderosa y que, a su vez, tenía que ver con su tipo de magia. Los griegos funcionaban de otra manera y aunque el libro era egipcio, buscaba un nexo con el mundo de los vivos que la representara y pudiera atarla a la realidad para guiarla de regreso una vez terminado el trance para dar con el espíritu portador de la espada.
 
Sus orbes se desviaban hacia el único que no había probado el cuenco. -¿Eres un vampiro?- Había estado tan preocupada por lo ocurrido con el tomo, que no se había dedicado a prestar atención a aquellos que no influían en ello, como la elfa y el inmortal. -¿Cuánto llevas sin alimentarte? Porque no tienes buena cara y no deseo que te vuelvas berserker aquí dentro…-

Todos tomamos asiento en la mesa, llevaba demasiado tiempo sin alimentarme y aunque mi control era alto ante el hambre no dejaba de sentir como me debilitaba y me carcomía las entrañas.
Höor, Freya y la Völva, mas interesados en el tema de la espada que en lo referente a Helena conversaban sobre el tema eso si, dándole un buen tiento al cocido que la bruja había servido en los cuencos.
Ares y Freya tenían su particular lucha de egos, cuando vi al dios ladear la sonrisa en su dirección y chasquear los dedos supe que algo tramaba el muy cabrón y la ropa de Freya desapareció en el acto logrando que la diosa lo liquidara con la mirada mientras sin poder evitarlo, Höor y yo mirábamos sus voluptuosas formas.
-Yo siempre tengo otras maneras de conseguir lo que quiero, no lo olvides Freya -aseguró el dios de la guerra volviendo a chasquear los dedos para devolverle sus atuendos tal y como los llevaba puestos.

Ares empezó a comer de la sopa eso si, sin dejar de mirar a Afrodita por la que parecía tener una atracción especial que no había pasado desapercibida.
Fue entonces cuando llegó la pregunta de la Völva sobre mi sed si era un inmortal. Algo evidente a decir verdad.
-Si, soy un vampiro y llevo sin alimentarme mas tiempo del debido.
Mi mirada se centró en la de Afrodita, su propuesta me vino a la cabeza y mis ojos enrojecieron en ese instante en el que sentí como la sangre fluía ahora desbocada por sus venas.

Fue el vikingo el que tomando una daga y sin pensarlo sajó su mano dejándola caer la roja vitae sobre una de las jarras hasta medio llenarla.
Se enredó después un trozo de tela en su zurda y me la pasó deslizándola por la mesa con clama hasta mi altura.
-Bebe, no quiero problemas -aseguró con ese tono que usaba casi sin darse cuenta cuando tomaba decisiones para evitar males mayores.

Era poco, no lo suficiente para alimentarme, para recuperar mi fuerza, pero al menos podría aguantar la noche sin acabar hincandole el diente a cualquiera de un modo Berseker.
-¿que sabes sobre Helana? -pregunté a la volva -buscamos a una mujer, una griega hija de un dios, me han dicho que tu eres capaz de dar con ella.

Miré con fijeza a esa mujer que aseguraba compartir conmigo la misma visión del derrumbe.
-Mi madre era una oráculo, supongo que puede deberse a eso, tengo una amiga a la que mi magia residual la ha metido en mas de un problema -respondí ladeando la sonrisa recordando mi viaje en el tiempo con Elora.

Volví a hundir la cuchara en el guiso, estaba hambriento así que mis tripas rugieron cuando la primera cucharada caliente cayo en mi estomago.
-Joder están buenos los sapos -aseguré mirando a Ares con una picara sonrisa mientras este parecía divertirse con Freya hasta dejarla en bolas y luego otra vez vestida.
Al final los dioses no eran tan diferentes a nosotros, supongo que todos buscábamos lo mismo, aunque de formas distintas y con mas o menos facilidad para conseguirlo.
-¿quiere decir que eso que ambos hemos visto se cumplirá? ¿como una profecía?

El don de de los oráculos era pre veer aquello que sucedería, visiones que te enviaban los dioses para predecir el futuro, pero en este caso era distinto, era como si en sueños hubiéramos conectado viviendo un ¿futuro cercano?
-¿es posible ...conectar en un sueño? -pregunte mientras ares conectaba su dedo dentro del circulo que conformaba con la diestra riéndose.
-No así gañan -dije lanzandole un trozo de pan que esquivó muerto de la risa.

Ettore iba dando sorbos de la jarra de sangre que yo le había servido, no sería suficiente, pero esperaba aguantara como para no acabar intentando matarnos a todos.
Di un nuevo trago del vaso de absenta empujando la cena esperando que nos explicaran bien en que consistía ese ritual en el que al parecer yo quedaba fuera.

Mientras el penas del vampiro hablaba de su monotrema “Helena” Afrodita lo miraba embelesada como una niña enamorada. El norteño se desangraba buscando soluciones y empinando el codo para olvidar sus problemas personales que no parecía solucionar tan fácilmente como los del resto y Freya buscaba en el alcohol lo que solo encontraría cabalgando sobre mi verga. Ser dios me daba una visión bastante perfecta de la realidad, así que me limité a desviar mi atención a la sopa de sapos y culebras, estaba buena y yo algo cansado de escuchar los planes de la Völva.

Me puse en pie acercándome a Freya, pasé por el lado de Afrodita sin dirigirle la palabra, su actitud me cansaba, si quería algo de ese vampiro porque simplemente no lo tomaba, eramos dioses, nosotros funcionábamos así, eramos culpables de la destrucción de ciudades, de la creación de imperios y de la aniquilación de los mismos, nosotros estábamos por encima del bien, del mal y de la inmundicia de la humanidad, podía mostrarse afligida por su pobre Troyano pero esa era la única verdad.

A la altura de “la de nuevo vestida reina de las valquirias” me agaché lo necesario para alzar su mentón y acaparar su atención.
-Si quieres algo de diversión, búscame -sentencié mirando de soslayo al conde Cannif -ten cuidado, esa espada no va a traerte nada bueno -sentencie como concesión a un hombre que merecía ser considerado por su valor y sacrificio, si fuera griego estaba seguro que me adoraría a mi y no a otros patanes de mi panteón.
La völva y Freya, ambas norteñas estaban llevando al héroe a una trampa mortal y él simplemente se dejaba guiar.
-A mas ver -sentencié buscando una de las habitaciones donde descansar hasta que emprendiéramos camino.

La diosa pudo sentir la mirada hambrienta del troyano y los orbes de ambos se encontraron. Aquellos iris se enrojecieron y ella, aún enojada por el rechazo de la noche anterior, en vez de calmarlo, le provocó al apartar su pelo y exponer más su cuello. Pero el norteño decidió abrirse la muñeca y llenar una jarra de sangre para el vampiro, estropeando así los planes de la griega que apretó los labios por no gruñir de frustración.

De pronto, Ares hizo de las suyas, dejando a Freya completamente desnuda. Los ojos de Afrodita se abrieron desmedidos, no porque la desnudez de alguien le sorprendiera, sino porque ocurrió sin venir a cuento y porque a la diosa vikinga parecía importarle un bledo. Todas las miradas se posaron en aquella perfecta silueta expuesta ante ellos, incluso Fenrir alzó su gran cabeza y emitió una especie de sonido que parecía denotar asombro. Pero todo duró poco y pronto, con un nuevo chasquido de dedos, volvió a la normalidad.

El cainita no perdía y el tiempo enseguida enfocó el tema a lo que le interesaba y lo que había impulsado que se uniera al extraño grupo en su partida. Ansiaba saber dónde se encontraba Helena y, para qué engañar a nadie, también deseaba saberlo la diosa del Olimpo. Sus orbes castaños se centraron en la hechicera del norte que les observó con su rostro impasible.

–Lo vuestro es mucho más sencillo de averiguar que lo que pretenden ellos.–

Dijo la völva mirando al conde y a su deidad. Al parecer lo suyo era más complejo porque el semidios al que buscaban estaba ya muerto, mientras que Helena, a su manera, aún rondaba la tierra y, por tanto, se la consideraba viva.

–¿Nos ayudarás, entonces?–

Quiso saber Afrodita, a lo que la joven morena de rostro inmutable, asintió, pero alzó su mano al ver que iban a proseguir con su interrogatorio sobre el paradero de la griega maldita.

–Pero primero debo hacer el ritual, porque algunas de las cosas que tengo preparadas dejarán de estar en buen estado pronto y podrían hacer peligrar mi vida en el proceso de búsqueda.–

Sentenció, a lo que la diosa del amor se echó ligeramente hacia atrás en el que había pasado a ser su asiento. Ares les había dejado, al parecer no se divertía suficiente, así que el panteón había quedado medio desierto en aquellos instantes. La hechicera les dijo que les ayudaría con lo suyo al día siguiente, después del rito de recuperar fuerzas.

–En ese caso, yo también me retiraré. No creo que haya muchas cámaras que ocupar, así que saldré a tomar el aire, pues no necesito descansar y aquí temo no ser más que un inconveniente.–

Se levantó y partió hacia el exterior de la gruta, tomando el parasol hecho con hojas para cruzar la cascada hacia fuera.

Ante el truco de magia del dios griego, Freya no hizo sino reír. Ella estaba muy orgullosa de su cuerpo y la vergüenza era un término que desconocía por completo. Ella era la deidad de la fertilidad y el amor, si tuviera problemas con la desnudez, le quitarían el título, si es que pudieran arrancárselo de las manos, claro.

Alzó el rostro cuando, ya vestida, el Ares se plantó junto a ella y la instó a encontrarse con su mirada. Enarcó una de sus cejas, ladeando la sonrisa. No le faltaba ego al hombre, eso seguro, aunque ella tenía tanto o más que él, aunque no se descubriera públicamente con la misma facilidad que el contrario. Iba a responder algo sobre aquella invitación cuando se entrometió en sus asuntos, alertando al norteño sobre dónde se estaba adentrando.

–Tú ocúpate de tu diosa y el vampiro. El asunto con la espada y mi guerrero, son asunto mío.–

El dios de la guerra se marchó a sus anchas, sin hacer aspaviento alguno sobre el comentario tajante de la nórdica o del gruñido que le soltó Fenrir desde el suelo, nada conforme con lo de desnudar a su dueña como si fuera una pieza de carne. Le había dado hambre con la broma y ahora no tenía nada que llevarse a la panza.

Los orbes marrones de Valfreyja se centraron una vez más en el conde.

–Tampoco es sano quedarse anclado a Hela.–

Se encogió de hombros e instó a la hechicera para que fuera a buscar sus cosas. Esta regresó con un gran libro entre las manos y un saco mediano con varios objetos dentro. Se sentó, apoyando el tomo en su regazo y desperdigó el contenido de la bolsa sobre aquella piedra que ejercía de mesa. Había hierbas, restos de animales, hongos y algunos talismanes grabados a mano.

–Y bien, ¿en qué necesitabas mi ayuda? Eres tú la de la magia, la que sabe localizar semidioses. Si yo supiera, no hubiésemos venido a buscarte.–

Confirmó la reina de las valquirias, clavando su mirada en los grabados de aquel ejemplar, reconociendo perfectamente la lengua en la que estaba escrito o, mejor dicho, ilustrado. Era el libro de los vivos egipcio, lo que no comprendía era cómo había terminado en manos de aquella ermitaña con poderes.

Cuando sólo quedaron cuatro en la estancia, la völva centró su mirada en la elfa que les observaba en silencio, sin decir ni hacer nada, como una mera espectadora de una realidad que no le pertenecía. Ella sabría lo que se hacía, mientras no molestara, a Heith le daba igual que se quedara.

Una vez todo dispuesto, en un bol machacó algunas cosas, en otro mezcló el resto y los talismanes los dispuso sobre un dibujo que hizo con carboncillo sobre la roca, colocándolos en lugares concretos, allí donde correspondían. Alzó la vista, despegándola de su trabajo, y la clavó en los orbes de Freya. -Necesito que me vigiles, porque este libro tiene vida propia.- Lo miró de reojo por un instante, regresando sus ojos al rostro de los dos nórdicos que no perdían detalle de lo que hacía. -Mejor dicho, tiene vidas, en plural. Y no sé cómo las consigue.- Dejó la frase en el aire, insinuando que, tal vez, se alimentara de aquellos que lo usaban. -Así que si ves que esto empieza a hacer cosas extrañas, deberás cerrarlo.- Ladeó la cabeza hasta el guerrero. -O podríais morir todos.- Él era el único mortal allí, además de la rubia de Alfheim, así que a los que más debía preocupar la mentalidad del tomo egipcio. Porque sí, parecía pensar por sí mismo.

Acarició la cubierta como si intentara calmarlo, buscar su sosiego y pedirle permiso para utilizarlo. Deslizó los dedos por el frontal, dejando que las yemas rozaran el filo de sus páginas y sin mirar ni contar, lo abrió, exactamente por la hoja que le interesaba. Se centró en su lectura y fue recitando, hasta que sus ojos se pusieron blancos, mas ella seguía leyendo. De pronto, silencio y su cuerpo dejó de moverse, incluso dejó de respirar y su corazón de latir. Fue como si se convirtiera en piedra, pero si la tocabas seguía siendo de carne y hueso, aunque fría como el hielo. El ambiente a su alrededor se volvió gélido, los presentes espiraban neblina blanca.

En un limbo hipotético, en un lugar inalcanzable por nadie excepto por ella, en un pliegue temporal en el que el ahora era el ayer y, a su vez, el nunca, la völva apareció en una oscuridad absoluta. Nada se veía ni se oía, hasta que, de repente, como si el sol se concentrara en un solo punto, un rayo penetró la negrura y dejó ver una pincelada de color, una imagen móvil, un recuerdo tal vez, o un pensamiento. Una silueta apareció en medio de aquel haz de luz y se giró a su encuentro. -¿Quién eres tú?- Le preguntó el hombre, empuñando su espada de manera amenazante. -Soy Heith y he venido a buscarte.- Respondió ella, clavando sus orbes en aquella hoja extrañamente rojiza, como si hubiese sido forjada con acero y sangre. -Tu sino está escrito y estás a punto de morir. No vengo a quitarte la vida, ni tampoco a prevenirte, porque lo que ha sucedido, ya no se puede cambiar. Pero necesito saber una cosa, ¿dónde estás?- El semidiós, perplejo, enfocó su mirada, mas no lo hizo donde ella se encontraba, sino que parecía atravesarla. Era su final, se aproximaba velozmente a su encuentro. Era cuestión de segundos que muriera, lo haría luchando hasta el último aliento, pero no sabía quién era aquella mujer ni cuáles eran sus intenciones. Su alma ya había sido corrompida por el uso del arma, su raciocinio hacía aguas. -Apresúrate y dime dónde encontrar tu cuerpo.- Le instó ella.

Afrodita me había tentado, su cuello descubierto por sus propias manos hacía a un lado el pelo mostrándome la yugular que marcaba su delicada piel abultada por la vena.
Ojos rojos como el fuego que fijos en ella se mantuvieron aun dando sorbos de aquella jarra que de sangre había llenado el norteño.
Odiaba a esa diosa, ella había sido la culpable de que lo perdiera todo, a mi mujer, a mi hijo, mi patria y hasta a mi mismo y sin embargo, allí estaba, frente a mi desafiándome como acostumbraba a hacer con todos los mortales.

Estaba enfadado, encabronado conmigo mismo porque en el fondo quería ceder a mis instintos con ella.
Gruñí cuando la völva dijo que tendríamos que esperar, al parecer ahora haría un ritual con Freya para dar con la espada que buscaban, así que me limité ponerme en pie y como antes hizo Ares despedirme de los allí presentes retirándome a una habitación contigua que la bruja me indico estaría vacía.
Tendríamos que compartir, pues la Hechicera no tenía precisamente una mansión.
Afrodita se había salido fuera, así que yo lejos de hacer lo mismo me fui directamente al lecho.

Necesitaba dejar de pensar en sangre, dejé escapar el aire desabrochando los botones de mi camisola y dejándola resbalar por mis hombros . Sobre un mueble bajo había un balde con agua, llevé mis manso a la palangana de agua dispuesta para poder lavarnos pues la habitación carecía de tina y al menos así podríamos quitarnos la arena del camino
El agua resbalaba por mi piel, estiré la mano tomando la toalla para secarla logrando clamar un poco el quemazón de mi garganta, sentía sed, demasiada, no aguantaría mucho si no dábamos pronto con algunos forajidos.

Si la völva me marcaba el camino, con gusto lo seguiría y me largaría para dar con Helena, esa y no la espada era el motivo por el que me encontraba allí ahora mismo.

Uno a uno, y con el ambiente bastante enrarecido entre el grupo se fueron largando todos a descansar, no los culpaba, yo estaba agotado, claro que yo solo era un mortal.
Aun así aguanté allí copa en mano, quería ver ese ritual, puede que no me necesitaran ¿como hacerlo? Estaba una diosa y una Volva para conseguir llevarlo a termino, aun así, preferí asegurarme de que nada iba mal y al escuchar las palabras de la bruja sobre lo peligroso que esto podía resultar supe que estaba en lo correcto.
Asentí con la cabeza cuando la bruja nos recomendó que estuviéramos alerta, el libro era peligroso y ella iba a enfrentarse sola a las almas que en el moraban por el norte.

El ritual comenzó, Freya y yo nos mantuvimos a la expectativa, escuchando sus palabras hasta que simplemente sus ojos se tornaron blancos y se adentró en aquellas paginas del tomo.
Al principio parecía ir bien, al menos su cuerpo, si bien tenso no convulsiona y sus labios se movían como si hablara, peor de pronto la vi sacudirse, gritar, algo iba mal ahí dentro.

Freya no parecía dispuesta ha intervenir, bien conocía la voluntad de los dioses, dejaban sobre hombros mortales el peso de nuestras decisiones, así que, supongo que yo tomé la mía y dando un salto de la silla sin que Freya pudiera impedírmelo posé la mano en el tomo sobre la de la hechicera que se debatía en una lucha interna.

Rugí, sentía un quemazón en mi lama, como si el libro me consumiera, me devorara y me llamara. Cuando abrí los ojos estaba allí, con ella, y frente a nosotros un hombre corrompió que espada en mano se abalanzaba haca ella.
Desenvaine con premura interponiendome en su camino y parando lo que a todos los efectos hubiera sido una mortal estocada.
-Apreté los dientes intentando apartarlo de ella, pues la Völva decía necesitarlo.
-Date prisa -pedí -no sabía cuanto tiempo podría aguantar.

Eso por no contar que mi interior ardía, como si estuviera en Hel, jadeé por el esfuerzo dándole una patada en el pecho que lo hizo recular, nos medimos uno al otro, bastardas en mano aunque la suya era roja como el fuego, el mismo que sentía me quemaba por dentro.
-¡Date prisa, quema! -rugí de nuevo.

La muerte se cernía sobre el semidiós que se debatía entre su revelar el paradero de su cuerpo a una desconocida o no, total, ¿qué tenía que perder? Si era cierto que moriría, ya nada importaba y si la bruja mentía, él ya no estaría allí para cuando esa hechicera intentara dar con su cuerpo. Entreabrió los labios, dispuesto a desvelar dónde se encontraba cuando, de pronto, el norteño apareció en escena y aquello enfureció al enajenado hombre cuya alma estaba corrupta por la espada que empuñaba como si fuera un tesoro. -¡Insensato! ¿Qué haces aquí?- Gritó Heith al conde que parecía creer estar salvándola cuando estaba poniendo en riesgo su vida. Él no soportaría aquel viaje, aunque estuviera anclado a Hela, era algo que ni siquiera los dioses podían hacer, por eso existían las völvas. Le empujó a un lado y de un salto se enganchó a la espalda del gigantón de cuerpo desproporcionado. Posó ambas manos en las sientes del luchador y recitó un conjuro para meterse en su cabeza y ver a través de sus ojos.

Höor seguía peleando con él, pero tenía todas las de perder si no se largaban rápido, por una parte porque el libro le estaba consumiendo el doble de rápido que a ella y, por otro, porque la espada del caos podía herir incluso a los dioses, así que un solo corte y el mortal sería historia. Se dio prisa en buscar algo reconocible y se fijó en la silueta de unas montañas a lo lejos, recortadas por un sol poniente a sus espaldas. Eso le daba un punto localizable y una orientación en un mapa. Se zafó justo antes de que la gran mano de aquel semidiós la agarrara del cuello y cayó junto al hombre. -Nos largamos.- Espetó, tomando la muñeca ajena y en un pliegue del espacio sobre si mismo, fueron consumidos y regresados al presente, a la realidad palpable. Ella claramente agotada y el norteño hecho trizas, como era de esperar.

Freya se había quedado pegada al libro y a los dos cuerpos inertes, atenta a cambios bruscos que no se dieron, porque al contrario que el guerrero, ella sabía diferenciar un leve temblor de la erupción de un volcán. El cuerpo del varón se desplomó hacia un lado y la völva se agachó junto a él. -Héroe idiota…- Murmuró, al tiempo en que posaba una mano sobre su pecho y le transfería parte de su esencia vital.

El acero bailó entre mis dedos mientras encaraba a aquella moles de ojos perdidos y alma consumida, su espada roja como la sangre parecía devorar al tipo que enajenado y sin capacidad de detener su odio embestía una y otra vez contra mi.
Chispas de fuego en el choque metálico de las armas, aquel lugar estaba plagado de caos, oscuridad, creo que no solo yo me desvanecía también lo hacía ese guerrero que ya no era dueño de su voluntad.
Me apiade de su sin razón, parecía llevar una carga imposible de sobrellevar y si alguien entendía del peso de la responsabilidad era yo.
Tensé el gesto, no iba a morir dentro de un libro, puede que ese fuera un semidiós, pero yo no era fácil de matar, nunca lo fui.

La völva saltó a sus espaldas mientras yo mantenía el ritmo de un combate legendario en el que reculaba porque su fuerza era superior, mas mi rapidez me ayudó a desviar la espada varias veces.
La hechicera pareció ver lo que necesitaba y de un brusco golpe cayó a mi lado extenuada, aferró mi muñeca y luego solo oscuridad...

Abrí los ojos despacio, la cabeza me daba vueltas, entreabrí los labios mientras trataba de enfocar a las dos mujeres que acuclilladas sobre mi me insultaban.
-No ha ido tan mal ¿no? -dije con la voz entrecortada y una ladeada sonrisa pintada en msi labios.
Me puse en pie con su ayuda, había sido un viaje interesante, uno que me mostró seguramente algo que Freya no quería que viera y de lo que Ares trato de advertirme.

Mis ojos pardos se hundieron en los de la diosa y después en los de la völva.
-Estoy cansado, me voy a la cama -tambaleándome me retiré de allí.
No me sentía traicionado por ninguna de las dos, supongo que sus motivos tenían para no ser sinceras conmigo, pero se equivocaban en algo, yo entendía bien lo que era el sacrificio.

El norteño se despertó  lo primero que hizo fue sonreír. La völva entrecerró los ojos, clavando su intensa mirada en aquel hombre estúpido que se había metido de cabeza en el libro como si supiera lo que se hacía. ¿Qué había ido bien? Casi se moría y el hombre actuaba como si no hubiera ocurrido absolutamente nada. Ella había descubierto muchas cosas en aquel breve momento en que se había metido en la cabeza del semidiós, pero algunas de ellas ya se veían desde fuera e igual que ella, las habría visto Höor. Aquel pobre desgraciado iba a dejar que la espada consumiese su alma a cambio de romper el vínculo con Hela. Cabía reconocer que además de insensato, era noble, porque nadie sacrificaba su vida por otros con ligereza igual como si su existencia no valiera nada. Los humanos eran egoístas por naturaleza y aunque pudieran ser buenos, una cosa era ayudar a otros a cambio de poco y la otra a cambio de todo.
 
Se apartó, dejándole incorporarse y retirarse a dormir, mientras ella se sentaba a hablar con la diosa bajo la atenta mirada de la elfa que lo seguía observando todo como una mera espectadora. ¿Qué papel tendría ella en todo eso? Parecía estar solamente de paso, pero algo e hormigueaba a Heith en el estómago que le decía que su presencia allí sería más relevante de lo que aparentaba. -Sabes dónde estás metiendo al conde, ¿verdad?- Preguntó a Freya y ésta le contestó con una ladeada sonrisa. Eso era suficiente para saber que era plenamente consciente de lo que iba a ocurrir y que no le importaba condenar a ese hombre. Ella lo comprendía, se mandaba a uno al infierno a cambio de salvar a muchos. Tenía lógica. -Si conseguimos un mapa actualizado, podré ubicar con bastante exactitud la localización de la espada.- La nórdica amplió la sonrisa y fue a levantarse de la silla para ir a buscar aquello que le pedía, cuando la hechicera alzó las dos manos. -Espera, también he descubierto algo que tú no sabías. Después de lo ocurrido la última vez, se fabricaron tres llaves especiales para poder usar las tres espadas. Porque tú sabes que son tres: La de la luz, la del caos y la del equilibrio. Pero sin esas llaves, no son más que meras herramientas sin poder. Indestructibles, pero nada más. Y esas llaves sólo pueden ser vistas por seres que representen eso mismo que custodian: Luz, caos y equilibrio.- El ceño de la deidad se arrugó en una clara mueca de desagrado. -Deja que descanse y mañana averiguaré cómo encontrar esas llaves.- Freya resopló, levantándose desairada y salió de la cueva, seguida por Fenrir. La elfa ladeó la cabeza. -Duerme, mañana nos reuniremos todos, porque mis tripas me dicen que aquí cada uno tiene una función en el grupo. No es el azar el que os ha unido a todos.- Y con aquel enigma en el aire, se levantó y acompañó a la rubia a su estancia, porque las dos ocuparían la misma.
 
La völva tuvo pesadillas aquella noche donde el caos y la luz combatían. Una lucha indescriptible, dolorosa y brutal. Acababan de abrir una puerta a lo desconocido, una que ya no se podía cerrar, como Hel si no conseguían romper el vínculo con la diosa del inframundo vikingo.

Pronto nos pusimos en marcha, aquella mañana el grupo se mantenía en silencio, como si sobre el pesara una gran losa.
Una capa purpura colgaba desde el cuello de Ares reposando sobre la grupa de su negro caballo, desde luego le daba un aspecto señorial. Su gesto se mantenía sombrío, como si le hubieran metido un palo por el culo, pero el de Höor no era mas halagüeño ¿que me ¨había perdido?
Nos dirigimos hacia el sur, cabalgamos durante unos doce días y doce noches, atravesamos muchas ciudades , aunque siempre mantuvimos la distancia, parando apenas para hacer noche y llenar los estómagos, por suerte eso sació en algo mi hambre pues muchos eran los forajidos de camino que trataron de robar a un grupo tan reducido y dieron de bruces con la muerte.

Finalmente atravesamos las montañas, entre dos de ellas con un hermoso paisaje verde propio de aquella época nevada, unas bajas casitas de piedra con tejados de madera y unas humeantes chimeneas me llamaron la atención, realmente desde la distancia la imagen era hermosa.
Haríamos allí noche, según había descubierto la Völva desde allí podríamos embarcar rumbo a la isla donde se escondían las llaves que necesitábamos. Faltaría aquellos seres que pudieran hacerlas girar, una de ellas podía bien ser la elfa de Luz, jamas conocí nada mas puro que ella, pero el del caos había que ir a buscarlo..el del equilibrio no seria tan difícil de encontrar, pues seguramente cualquier humano tuviera la ambigüedad necesaria, la misma völva, por ejemplo.

Detuve mi montura junto a la de Afrodita.
-No ha sido capaz de darnos la ubicación de Helena, nos alejamos de nuestro cometido ayudando al norteño en su misión por salvar el norte.
-¿el norte? -replico este ensanchando la sonrisa mientras acercaba su montura a la mía -te equivocas Ettore, el norte no es lo único que luchamos por salvar, si Hela se apodera de Midgard, no solo desatara el caos en el norte..puede que Helena sea peligrosa, que su belleza no conozca igual y puede que merezca la muerte, pero te aseguro que este viaje no es solo para salvar el norte Ettore y aunque no soy de pedir ayuda, creo que tu espada al lado de la mía es necesaria, quédate.

Ettore se equivocaba estaba tan ciego por la sed de venganza que era incapaz de visualizar los problemas en el orden de mayor importancia.
Durante el viaje me habló de Helena, de lo que le sucedió en Grecia, de como Afrodita lo enredó todo por poseer una manzana y como perdió a su familia hasta quedarse sin nada.
Eso lo convirtió en lo que es ahora..un inmortal, un hombre torturado por el pasar de los años, no es que no entendiera su hambre de venganza, acaso no sentía yo lo mismo si me encaraba a Randulf, pero Helena no parecía mucho mas verdugo que lo fue Paris, su hermano.
-Afrodita, sabes que tengo razón, en esta empresa os necesitamos -dije espoleando mi caballo para darles intimidad y que pudieran ambos hablar, creo que tenían una conversación pendiente desde hacia muchos siglos atrás.

Me puse al lado de Ares que seguía el paso en silencio, no parecía estar divirtiéndose en estos momentos.
-¿que pasa Ares? El clima es demasiado frio para ti -bromeé ladeando la sonrisa.
Era el dios de la guerra, así que el caos lo acompañaba allí a donde fuera, emitió un gruñido que me hizo ladear la sonrisa.
-¿Ya has descubierto mortal el sino que te espera por creer en Freya? -me preguntó devolviendome el mordaz comentario.
-No lo hago por complacer a mis dioses, aunque me educaron para respetarlos, crecí escuchando sus leyendas, sus hazañas, también se de su maldad, conozco Hel como ningún otro y no consentiré que sus bestias moren por Midgar por mi culpa, he de ...solucionar esto al precio que sea.
-Deberías adorarme norteño, porque yo seria mucho mas benévolo contigo, te daría un imperio para gobernar, uno en el que todos me adorarían, Freya te subestima.
Me eche a reír antes de espolear mi caballo para ponerme a la cabeza del grupo.
-Tu me subestimas también si crees que el poder es mi único afán.