Isn't it a lovely night? [Antha Feuer]

Ese había sido el mensaje que esa mañana Daniil había encargado a sirviente llevar a casa de Antha, confiando, como el propio recado lo decía, que esa noche se pudieran ver, odiaba no ser más considerado y haberle pedido aquella cita con más días de anticipación pero últimamente tenía más actividades que de costumbre y si no lo hacía así estaría posponiendo el momento indefinidamente, su ansiedad por volverla a ver era mucho y no podía permitir que pasara un día más. Mandó decir, también, que si la respuesta era afirmativa alguien pasaría por ella y la llevaría al lugar donde él la estaría esperando, odiaba tener que hacer uso de mensajeros, prefería hacerlo personalmente pero el día era una limitante cruel.

Por fortuna para él la invitación había sido aceptada. Eligió un pequeño restaurante que había conocido en su anterior visita a Francia y que increíblemente seguía en pie, impasible ante el paso del tiempo, atendido por las nuevas generaciones de los dueños originales, una familia italiana de la que poco sabía, sólo que era el sitio perfecto, nada lujoso u ostentoso, pero acogedor y de ambiente agradable, además de servir lo que él buscaba, comida italiana, porque recordaba perfecto que esa era la favorita de Antha.

Aquella noche podía planearlo mejor, no iba a ser un encuentro en la calle que culminaría en una charla de horas, ahora era algo más estructurado, no por ello no iba a dejarse llevar con la noche en la que la conoció, pero pudo elegir qué vestir y a qué oler; pantalón negro y camisa blanca, saco a juego, y oler a cítricos, no era un tipo vanidoso, pero le gustaba verse bien.

Fue solo al lugar esperando que ella arribara, sinceramente feliz por tener la oportunidad de volver a charlar con alguien tan inteligente y apasionada, no podía dejar pasar algo así, por ello él había propiciado el segundo encuentro, pues en su poder tenía el conocimiento de su domicilio.

Así pues, con la noche reinando por completo esperó en aquel modesto local al que ella llegaría en pocos minutos.

Guardó silencio por un momento mientras sostenía aún la mano cerca de su rostro, le agradaba la cercanía, pero lo que más le gustaba era que no le temiera, que a pesar de todo quisiera aún estar con él, que lo que se dice sobre los vampiros no afectara por completo su imagen, se lo había dicho pero se lo volvería a decir si fuese necesario, ese tal cual era él, él no tenía la capacidad de otros de su raza de fingir, de seducir, de ser fríos y crueles, no podía y eso lo atormentaba porque estaba seguro que algo funcionaba incorrectamente dentro de él, que sus procesos mentales estaban de cabeza, que algo estaba mal en él, pero al ver la reacción de su acompañante sabía que a pesar de todo, a pesar que la palabra “mal” era imperante, lo resultados no lo eran, que de algo servía tener vestigios de un alma y un carácter diferente. Diferente es bueno, ella había dicho y él, en ese instante no podía estar más de acuerdo.

-Podría acompañarte a desayunar, aunque yo no lo haga –se le ocurrió entre risas pues todo ahora resultaba motivo de broma, y se alegraba, cosas como esa le restaba el rasgo trágico a su naturaleza y siempre andaba en búsqueda de conseguirlo, de hacer menos atroz en su mente el hecho de que era un vampiro, Antha, tal vez sin saberlo si quiera, lo conseguía y por eso ella, a parte de la confianza depositada ya, tendría en los siglos venideros un lugar especial en el apartado de las personas que al conocerlas lo habían cimbrado tanto que lograban moverlo, aunque fuera un poco. Arqueó una ceja al escucharle decir que había un par de personas merecedoras de su sed de sangre, aunque era una evidente broma, rió con ella, era una mujer que lo hacía reír mucho, que lo divertía, que a pesar de saber lo que era tenía esa capacidad aún y sabía bien lo difícil que era encontrar personas con esa capacidad, así que más le valía conservarla por mucho tiempo como amiga.

El ambiente se serenó un poco cuando habló nuevamente, aunque la tensión ya no era opción para ninguno, habían tenido tanta más temprano esa noche que ahora no se tomaba en consideración si quiera. Se encogió de hombros cuando ella preguntó si no la iba a hacer prometer nada y guardó silencio, la sintió romper el contacto y se lo permitió, no era como si al soltarla de la mano fuese a salir huyendo, la observó mientras probaba de aquel modo lo que quedaba de la torta y sonrió con la mirada fija en el plato.

-No te lo voy a decir –habló –pero sería muy útil para mí que no dijeras nada –dijo con tono de broma aunque era muy en serio, le lanzó una mirada inocente aunque perfectamente consciente, esperando que ella respondiera. Aún en esa posición la imitó, llevó el dedo índice al chocolate y lo probó, había ratos en los que era un niño, así de simple, porque los niños qué saben de corazones rotos y maldiciones, ellos se permiten osadías como esa, comer con las manos y ese era un rasgo que él extrañaba tener.

-Confío en ti –le guiñó un ojo después, confiaba en que no andaría por las calles parisinas pregonando que el doctor Stravinsky era un vampiro, o que llegara, puerta por puerta, a las casas de sus pacientes diciéndoselo, que no iría a algún baile donde él estuviera también y lo señalara en frente de toda la alta sociedad francesa como el vampiro que era, confiaba en su discreción, porque en esas noches que había pasado a su lado algo le decía que podía hacerlo, que podía confiar en ella.

Muchos como él no negaban lo que eran, él no lo haría si no fuese por el amor que le tenía a su profesión, quién querría por doctor a alguien que fácilmente puede ser trastocado por el olor de un líquido que estaba a la orden del día en un trabajo como ese, no quería dejar de ejercer, no se visualizaba haciendo otra cosa, sin la medicina se volvería loco.

Observó con detenimiento todos los movimientos de Antha, fascinado y con ánimos renovados, era tan extraño poder bromear con un mortal sobre su condición, pero le gustaba, nunca había experimentado algo similar pero ahora que llegaba se daba cuenta que sí, le agradaba la sensación, como si con ello pudiera hacer menos terrible su condición, aunque una vez que dejara a su acompañante en la puerta de su casa todo volvería a ser como antes, como fuera, iba a disfrutar de ese alivio que charlar de ese modo con alguien que tenía un concepto de la muerte diferente le brindaba.

Tal vez había sido el modo en cómo se habían conocido lo que lo orillaba a abrirse de ese modo con ella, desde ese momento en que cruzaron caminos supo que era diferente y diferente era bueno, había dicho la propia Antha. También era otro poco que ella misma había insistido, insistido demasiado, no le molestaba, de haber sido de otro modo él hubiera tenido que seguir con la farsa y nunca hubiera experimentado la sensación que ahora sentía. Podía ser amable y gentil, podía preocuparse por medio mundo y, él lo sabía bien, caerle bien a muchos por su misma personalidad (aunque también muchos, especialmente otros vampiros, lo preferían lejos por su endeble carácter) pero de ahí a verter confianza de ese modo, sólo algunos cuantos, tanto que a sus 500 años sólo contaba con un amigo, aunque le era más que suficiente, cualquiera creería que, sabiendo como es, tendría muchos más.

Rió de buena gana comprendiendo lo que le decía, muchos ignoraban la existencia de seres como él, y como los hombres lobo, y muchos otros lo veían como un mito, como cuentos para espantar niños, sin embargo, entre los mortales deambulaban seres de la noche, más de lo que la propia gente podía imaginarse, supuso en ese instante que con los años habían desarrollado una habilidad casi nata, casi otorgada el momento mismo de su transformación, para evitar levantar sospechas, para parecer normales, porque incluso aquellos que se jactaban de maldad y soberbia, utilizaban dicha habilidad para su fines, cualesquiera que fueran.

Notó que eran los últimos al interior del local, no tuvo necesidad de girar la vista, el ruido ahora era menos, sólo se escuchaban un par de voces amortiguadas desde la cocina y las suyas en aquella charla que había pasado por toda una gama de emociones y temas, también se percató que su acompañante se había dado cuenta de lo mismo, sin embargo no quería salir del pequeño restaurante italiano, no por ahora al menos, después de haberse quejado tanto de sentirse encerrado ahora sentía en ese sitio un lugar seguro para estar. Regresó la vista a la mujer frente a él después de estar distraído con mil cosas y con nada a la vez, hablaba de nuevo y escuchó.

-Cambiemos las compras por… -lo pensó, nada podía equiparársele a salir de compras para una mujer-, por paseos nocturnos, es una pena que no pueda darte mi opinión sobre qué vestido comprar –lo decía de corazón –como sea, mi viejo amigo siempre puso en tela de juicio mi gusto para vestir así que de todos modos creo que no sería de mucha ayuda –bromeó, aunque era verdad, su amigo siempre lo criticó por eso, a Daniil no le importaba mucho, prefería sencillez y bajo perfil ante todo. La pregunta lo puso a pensar, a hacer un recuento, a decir verdad no se lo había dicho a nadie, no solía decirlo a menudo, especialmente en París sólo lo sabían aquellos que lo habían descubierto por un bagaje propio, cazadores y gitanos especialmente, pero de su propia voz sólo se lo había dicho a Antha.

-No –fue rotundo-, eres a la primera que se lo digo –sonó ingenuo y cándido-, es difícil, ¿sabes?, prefiero no conflictuar a las personas diciéndoles lo que soy –pausó y rió nervioso –siento haberlo hecho contigo –se dio cuenta de lo que había dicho y hecho, si bien le había tenido que soltar la verdad por la insistencia de ella, eso no lo justificaba, bien pudo haberse puesto de pie y marchado, pero algo que aún no sabía qué era, lo había obligado a quedarse y lidiar con aquello de frente.

Lo primero que se le vino a la mente al escuchar el comentario de Antha fue la imagen de su amigo vestido como mujer, y no pudo evitar reír, aunque tuvo que controlarse al tratarse de una broma privada. Sacudió la cabeza dejando de pensar tonterías irrelevantes. Sonrió cuando ella le guiló un ojo.

-Entonces tenemos un trato, uno más, ya perdí la cuenta –dijo y conforme avanzaba en sus palabras alzó la voz al darse cuenta que tenía muchas cosas en el tintero con la mujer frente a él, pero al menos eran pretextos ideales para asegurar futuros encuentros, la idea lo emocionaba y no dudaba en demostrarlo.

Sintió como apretaba nuevamente su mano, que seguía fría como témpano, ese tipo de cosas, de pequeños detalles molestos como mosquitos que no dejan dormir en la noche, le recordaban de golpe que por más que intentara aferrarse, por más que conviviera con mortales, no dejaba ser lo que era, un segundo efímero tardó en ensombrecer la mirada ante sus pensamientos y regresar al semblante franco y candoroso que había mantenido desde que se había confesado con ella. “Como quien se confiesa con un sacerdote” pensó. Regresó la vista a Antha y asintió ante sus palabras, desde luego que no lo comprendía, y no esperaba que lo hiciera, su situación era… fuera de lo común por decir lo menos, pero aunque ella atribuía su relativa calma a un estado adormilado (producto del vino, ¿tal vez?) se lo agradecía como no podía ponerlo en palabras. Un “gracias” podía bastar porque era lo que sentía, así de tácito y orondo, pero también podía sonar acartonado y simple, insípido y común, y eso, en definitiva no era lo que quería reflejar.

-Espero de verdad que una vez que todo el peso de lo que te he dicho termine de caer, no trates de alejarte de mí –justo había terminado la frase cuando se dio cuenta de lo que había dicho, era tarde para regresar las palabras, y si habían salido prófugas de su boca era por algo, porque realmente no deseaba que todo entre ellos terminara por la maldición que traía a cuestas-. La necesidad siempre la tuve latente, aunque hasta ahora me doy cuenta de ello –confesó –pero fue eso lo que retuvo la verdad por tanto tiempo, no sentí verdadera confianza con nadie –dijo y movió los ojos pensando, repasando a todas las personas con las que se había topado alguna vez, y no, ninguna por alguna razón fue receptora de aquella confesión.

Rió ante la pregunta que siguió, sopesando si decirle todo lo que él sabía haría más daño o ya no, supuso que no, qué más daba decirle que otros seres supuestamente de mitos existían también, después de todo eran los vampiros los más terribles de todos y él había aceptado ser uno.

-Sí –asintió enfatizando –existen los licántropos, y no quieren mucho a los que son como yo –rió pensando en la añeja enemistad, aunque había excepciones, como en todo –he conocido varios, ninguno en buenos términos –complementó y alzó ambas cejas, seguro que ella tendría más preguntas al respecto.

Se imaginó de pronto una pizarra, y una mano sin identidad, posiblemente la propia anotando con tiza todo aquello que quedaba por hacer, en su interminable lista de pendiente que surgían conforme su conversación avanzaba, comenzaba a creer que debían parar ahí porque sino muy pronto serían tantas actividades que el tiempo sería insuficiente. Ella se encargaría de recordarle, le gustaba la idea, pero no por ello él no llevaría un inventario personal e intangible. Pronto aquella imagen se vio interrumpida por otra de aire más cómico, la de Antha arrástranoslo por las calles parisinas, aunque su intención, desde luego, no era llegar a tales extremos, ambos estuvieron de acuerdo en algo importante, ninguno quería alejarse del otro, tirar por la borda la insipiente pero prometedora relación que había construido con apenas un par de encuentro, pero muchas desavenencias, tal vez demasiadas para la breve cantidad de citas, posiblemente ahí radicaba todo, que habían sorteado más obstáculos en tan pocas ocasiones que muchas personas en todas sus vidas.

Se sentía indigno de tanto agradecimiento, sólo había dicho la verdad, una muy importante e inverosímil si se quería, pero sólo había hecho eso, ni más, ni menos, no creía que fuese tan importante, aunque si lo analizaba a profundidad lo era, por la magnitud más que por el autor. Asintió estando de acuerdo en lo que ella decía, sobre su soledad y su travesía solitaria por el mundo buscando a alguien a quién decírselo, era cierto que tenía un amigo, pero a él le había confesado otros dolores, no ese, porque ese lo padecían ambos y no hacía falta revelarlo.

-Es una existencia complicada, sí… -dijo con tono abstraído, mirando el muro como si fuese la cosa más interesante del mundo-, pero si uno es paciente –movió los ojos para poder verla –te topas personas que en poco tiempo te hacen confesarlo todo de forma natural –y no, no era porque le hubiera insistido tanto, algo dentro de él decía que iba a terminar diciéndoselo, tal vez sólo se apresuró el trámite.

Como supuso, la declaración sobre los licanos trajo consigo preguntas, pero esa, de entre todas, le pareció la más peculiar, antes de responder notó que incluso en la cocina los ruidos habían disminuido casi hasta el silencio absoluto, por alguna razón no los habían corrido aún, aunque supuso que no tardaban en pedirles amablemente que se retiraran pues era hora de cerrar.

-Digamos que existe esta rivalidad desde hace muchos siglos, ellos… -se refería a los hombres lobo –nos consideran seres sin alma, lo cual es verdad, pero en realidad no conozco el origen de tan acérrimo antagonismo –fue sincero, el origen exacto lo desconocía-. Y como en todo, no todos los licántropos nos odian, ni todos los vampiros los odiamos a ellos –a él, en realidad le daban igual, aunque se había tenido que enfrentar con los que se había topado, rió de pronto de la nada como si de una broma privada se tratara –dice mi amigo que soy incapaz de odiar incluso a los que han demostrado ir tras de mí –eso, desde luego era una mentira, porque era capaz de sentir aquella emoción obscura y amarga, lo había hecho por años, muy en el fondo lo seguía sintiendo, sobre todo por los asesinos de su familia, aunque era verdad que prefería enterrar ese odio, que después de todo fue lo que lo condujo a todo lo que era ahora, para bien o para mal.

Sintió la mano de Antha apretar la suya por enésima vez en esa noche, le gustaba que lo hiciera, era un acto físico que le indicaba algo que iba más allá, y era más profundo, la confirmación del acto del que horas antes había sido autora, de no haber salido huyendo cuando era lo más sensato. Tal vez por eso prefería no decir a menudo la naturaleza de su condición, porque no soportaría ver a sus amigos o amigos potenciales salir huyendo para no volver a verlo jamás, pero ahora que se había atrevido se alegraba de haberlo hecho frente a ella. Su atención regresó al local y con ella cuando escuchó su voz de nueva cuenta. Asintió ante lo que decía.

-Algo así –se encogió de hombros, pensando que como no tenía nada en especial contra los licántropos nunca se había preocupado por investigar el origen de aquel odio añejo, era una cosa no dicha, implícita entre ambas razas, pero debía haber una razón, tal vez tan antigua como las razas involucradas en sí. Sonrió cuando ella dijo estar poniéndose trascendental, pero fue más el guiño coqueto que las palabras-. No, ellos… ¿cómo decirlo? –trataba de disipar claramente sus dudas, aunque aún pareciera una conversación descabellada quería dejarle todo muy claro para que viera que una mentira inventada por él, en caso de serlo, no tendría bases y estructura tan sólidas, nadie podría mentir tan bien –ellos envejecen lento, podríamos decir que por cada dos años ellos envejecen uno –era una buena aproximación.

Ante la mención de su amigo agachó la mirada sonriendo, avergonzado, había sido él después de todo quien lo había traído a la conversación en más de una ocasión.

-Sí, él… -su voz se perdió en el silencio mientras recapitulaba su relación con Mihai, no quería pensar en qué hubiera sido de él sin la ayuda de su amigo aquello primeros años –él es mi único amigo de verdad, es decir… sólo él vivirá tanto como yo –prefirió terminar con una broma a ponerse melancólico, ya había sido suficiente esa noche.

La miró intrigado por un segundo y lentamente comenzó a asentir.

-Estoy de acuerdo –dijo y parecía que ahí se iba a callar, él era capaz de sentir, tal vez demasiado… demasiado para lo que le era permitido a su género en esa época, y demasiado para un vampiro, y entre todo lo que podía sentir desde luego estaba el odio-, yo no soy perfecto, es más, si se tuviera que ejemplificar lo contrario a la perfección, ese sería yo y claro que puedo odiar, lo he hecho, lo que me preocupa en realidad es no tener la capacidad de dar vuelta a ciertas páginas de mi vida –y permanecer atado a ese odio del que hablaba. Odiar no estaba errado, era natural, el verdadero problema venía cuando no se podía sentir otra cosa o cuando se dejaba que aquel sentimiento, negativo para la mayoría, te jalaba como una mano fantasma al interior de un lago obscuro y frío.

Miró alrededor y se dio cuenta no sólo del silencio que ahora los acogía, sino de la hora, gracias a la gran ventana que tenían junto.

-Es tarde –hizo ver lo obvio-, ¿te parece si te llevo a tu casa? –como la vez anterior, le preocupaba ella, la hora, el hecho que era un humano normal y tenía que levantarse por las mañanas, porque si por él fuera se quedarían ahí hasta el alba a riesgo de su propia muerte.