Un secreto vestido de mascaras {La Alianza}

Sola en ese cuarto, se puso a reflexionar, no servía de nada romper todo, no lograría salir de aquella habitación, ni la ayudaría a poner a salvo a los que tanto amaba. Si no era sincera con el Duque, no podía esperar que él la entendiera y mucho menos que la ayudara. Sabía que gran parte de la culpa era suya, pero hasta el momento en que pudo apreciar los verdaderos poderes que tenían los integrantes de La Alianza, no podía entender el tipo de movimiento que sería y la magnitud de la lucha.

Además se había asustado con eso de que muchos morirían, amigos y familiares, de uno y otro bando, destrozados o agonizando en mitad de la calle. ¿O acaso era solo a ella que eso la descomponía de miedo?, se tomó la cabeza con las manos, no lloraba, ya no le quedaban lágrimas y su corazón solo podía pensar en una sola persona – Ruggero, amor mío, me prometiste que dejarías la Inquisición – se dijo casi en un hilo de voz, con el corazón desgarrado – no podría, no podría sobrevivir si algo te pasara -.

Apoyó su espalda en el respaldo del sillón y miró el desorden que en tan poco tiempo había organizado. Suspiró y a pesar de la angustia sonrió, por ver su forma aniñada y caprichosa de enojarse. Inspiró profundamente y se puso de pie, algo mareada por la impresión que hacía solo instante le había causado la charla con la bruja, pero aun así mucho más tranquila. Había tomado una decisión, le diría todo al Duque, su relación con un ex inquisidor, con un cazador, la historia dela Familia Di Arezzo, - todo – se dijo así misma, dándose fuerzas, y comenzó a levantar lo que había tirado, juntó los trajes, las camisas, la ropa de cama, trató de guardar como pudo pero lo mismo se apreciaba un desorden descomunal, no podían pretender que ella entendiera mucho de cómo debían doblarse las camisas, las tricotas o lo que ella hubiera tirado por toda la habitación.

Intentó vestirse y ponerse de nuevo su vestido, pero le era imposible. Se puso a llorar nuevamente mientras se colocaba de vuelta la camisa, de vaya a saber quién. Necesitaba que alguien le ajustara a vestirse, se lo pediría al Duque – ¿pero cómo lo recibiré así? – más nerviosa se puso y más llanto bañaba las mejillas. Sorbió por la nariz su lágrimas y sentada sobre sus piernas se quede pensando que debía hacer, – si alguien me ayuda, podré ponerme el vestido aunque no muy bien y con una capa larga con capucha nadie podrá ver ni mi vestido ni el desorden de mi cabello – esperaba que su cuñada Maryeva, aún se encontrara en el salón y la llamaran para ayudarla, para volver juntas en el mismo carruaje, eso la tranquilizaba, no quería quedarse la noche entera en ese lugar – ¿qué pensaría mi hermano Girolamo y tu amor mio?- se dijo, mientras intentaba en vano cubrirse mejor las piernas con la tela de la camisa.

Sintió unos pasos y posterior mente la voz del Duque detrás de la puerta, parecía estar hablando con alguien, pero nadie le contestaba, luego la puerta se abrió y en vez de tranquilizarse, lloró amargamente – ¿qué estaba haciendo ahí? – se reprendió – tendría que haberme quedado en la mansión – pensó mientras el Duque cerraba la puerta y tomaba asiento en la misma cama.

Cuando le dijo que esa habitación le pertenecía a un hombre del servicio se sintió muy mal, en su familia siempre se tenía respeto por los sirvientes ya que eso hacía que éstos fueran leales, - disculpadme – dijo con sus mejillas sonrosadas y totalmente avergonzada tanto por el desorden, que por tener que enfrentarlo en esas fachas.

Se levantó del lecho, mostrando sus piernas largas y torneadas pero rápidamente se cubrió con el vestido que estaba en el piso – Por supuesto que confió en vos, de no ser así no estaría esta noche aquí – dijo manteniendo su mirada fija en la ajena - si me permitís, intentaré estar más decente, luego os diré todo lo que querréis saber – se expresó, mientras se dirigía tras un biombo y se quitaba la camisa, poniéndose nuevamente vestido. Se soltó el pelo e intentó peinarlo con los dedos, para que éste quedara un poco más acomodado, con uno de los lasos que habían caído del peinado lo trenzo y ató. Se dirigió a donde estaba el hombre – por favor, ¿podéis ajustarme? el cierre del vestido, alguien lo desajustó mientras me encontraba inconsciente - esperó en silencio que él hiciera lo que le pedía y luego se sentó en el mismo sillón donde había estado cuando apareció Crystall.

Tomó aire y comenzó a decir su verdad. – vos conociste a mi familia, antes de la tragedia – le recordó, mientras alisaba su vestido – podríais decir que era solo una familia más de la nobleza italiana – miró las flores que en un jarrón decoraban la cómoda, - pero a pesar de eso fue exterminada sin sentido por una horda de vampiros – buscó los ojos del duque, para saber que la estaba escuchando - cuando llegué a Paris no sabía nada de esas criaturas, de porque habían acabado con mi familia, luego apareció mi hermano Girolamo, que por muchos años vivió con la familia de mi madre y me hizo entender el porqué de aquella matanza – perdió la vista en el desastre que había creado – venganza, esa fue la razón, la familia de mi madre, Los Di Arezzo, era una de las más antiguas estirpes de Cazadores de Italia y por ende tiene y tenía muchos enemigos - clavó sus ojos en los del hombre – no deseo más venganzas, no más ojo por ojo, me niego a perder más amados, por eso estoy aquí, intentando colaborar en lo que pueda en vuestra luchar para que cumpláis el objetivo fijado - , lo observó, faltaba explicarle muchas cosas más, pero aún no se animaba. – ¿Por qué me desmaye? porque el odio que sentí en esas voces, me hizo revivir momentos de mi vida que prefiero olvidar – las lágrimas brotaron nuevamente de sus ojos, - no quiero un futuro de incertidumbre, por eso estoy aquí -.