Noche en blanco (libre)(+18)

Desde mi matrimonio había tratado de esforzarme como el que mas por ser el hombre que cualquier dama hubiera querido poner en su vida.
Quizás fuera incapaz de albergar sentimientos,  algo que me robaron en la mas tierna infancia mientras dormía de forma apacible en la cuna. Eso me trasformó en un monstruo y la traición de mi esposa, en la bestia que soy ahora.
Había quedado en cinta, yo satisfecho por que mi linaje perdurara, por darle a ese vástago una vida que a mi me fue arrebatada, puse en él toda mis esperanzas y la imprudencia de mi mujer me arrebató la esperanza y en parte la razón.

Entre en una taberna oscura, bastante sombría pero abarrotada de gente, que posiblemente como yo deseaban tomar unas copas sin ser molestados.
El olor a alcohol entraba en mis fosas nasales acompañado de humo de tabaco, de opio y alguna otra sustancia entremezclada con sudor y sexo.

Me acerque a la barra y pedí una jarra de cerveza, que me fue servida de inmediato.
Hundí mis labios en el vidrio oscurecido de la taza y deje que aquella dulce bebida alcohólica calentara mi garganta y con ella mi cuerpo.
Deje reposar la bebida un instante sobre la mesa, era larga, de madera de roble llena de betas. Aquella noche nada me detendría, la oscuridad me consumía. Relamí mis labios sin soltar el mango dispuesto a seguir bebiendo sin pausa.
La búsqueda me había dado sed, y para que mentir la desesperación ganas de olvidar por una noche lo que buscaba.

Me fije en mi alrededor, la gente ya bastante ebria en su mayoría reía a carcajadas, ajena a sus problemas, podía sentir varias auras inmortales en el recinto, mas ninguna parecía desear problemas y al igual que yo hundían su cabeza en alcohol posiblemente tratando de olvidar como yo distintas afrentas.

Hacía semanas que había descubierto una horrenda verdad: estaba en lo más bajo de la cadena alimenticia. Existían seres de la noche cuyo poder y maldad era infinitamente mayor que el peor de los humanos, se había dado cuenta de lo ínfima que era, de lo poco que le serviría su belleza o su habiliad en el oficio para sobrevivir, ya que eso no tenía la mayor importancia.

Había descubierto también que su vida estaba vacía, no tenía ningún propósito. La mayoria de la gente tenía uno: un futuro mejor, formar una familia, venganza,  más dinero, más poder, hacer un descubrimiento científico...cualquiera cosa los movía a seguir vivos y hacia delante. ¿Pero ella? ella no tenía propósito en la vida, antes siempre había querido ascender, llegar a lo más, acabar con es emundo y empezar en otro...pero el mundo no le había ofrecido la motivación suficiente. Ya no le quedaban ambiciones que la llenasen. No podía competir con las armas que tenía. No podía ser más bella, ni mejor puta, y desde luego no quería ser esposa y madre. No había estudiado nada ni sabía otro oficio, así que no podía ambicionar nada que no hubiera conseguido ya.

Pero el saber que en la oscuridad se ocultaban otros seres la había motivado a explorar sus límites. Había participado en un asesinato pero no había sido su mano la que acabó con la vida de aquel cabrón. ¿Cómo sería mancharse las manos? ¿qué sentiría el asesino que blande el cuchillo y lo hunde en la carne? llevaba días pensándolo y decidió que quería probarlo. Se acercó a la taberna, una de mala muerte, y se apostó en el callejón. Observó el ir y venir de la gente y descartó de inmediato a algunos tipos enormes que podían meterla en problemas, su cuchillo no era de trinchar vacas.

Vio a un tipo más bien delgado y de ojos vivos y fríos entrar en el tugurio. Lo observó tras el crsital y lo vio beber. Bien. Acababa de escoger víctima. Entró en la taberna y se fue directa a él.

— disculpe...puedo sentarme aquí? unos tipos me estaban molestando ahí fuera y... da igual. Un whisky por favor, y al caballero otro de lo que está tomando.— sus manos temblaban, como si tratase de contener el miedo, fiel reflejo de una damisela en apuros.

Una señorita de cabellos castaños y ojos deslumbrantes se acercó a mi. El suburbio no era lugar para una dama como aquella, solo hacia falta echar un vistazo a sus ropas para darte cuenta de que no era una mujer vulgar, mas bien todo lo contrario, su atuendo era impecable, su peinado ademas de salvaje enmarcaba un rostro de bellas facciones que bien hubieran podido volver loco a cualquier hombre.
-Claro señorita...-deje un vació entre mis palabras esperando que lo completara con su nombre -podéis tomar asiento y compartir una botella conmigo ,a fin de cuentas parece que esta noche ambos lo necesitamos.

Su mano temblaba dando veracidad a sus palabras, al parecer, caída la noche unos hombres la molestaban y ese era el motivo de que hubiera buscado refugio en un lugar que tampoco era el adecuado para una dama de tan alta alcurnia.
-Vuestro esposo no debería perderos de vista, la noche esta llena de depredadores que pueden acabar dañándoos de un modo irremediable.

Puede que esta pensara que me refería a los infelices que fuera de la taberna podían haberle dicho soeces varias.
Claro que no era precisamente a esos hombres si no a mi mismo a quien me refería aquella noche.
Mis ojos lobunos recorrieron su cuerpo, admito que era apetitoso, claro que, de momento una conversación profunda con una mujer inteligente mientras bebíamos mas de la cuenta resultaba motivador.
-¿a que os dedicáis? ¿que os lleva a recorrer las calles de París a estas horas madam?

Llevé el vaso a mis labios dando un profundo trago de aquel liquido amarillento que abrasaba mi garganta logrando que al menos sintiera algo.
De todos los hombres que pudo encontrarse, lo había hecho con el peor de ellos.
No albergaba sentimientos, ni miedo, ni amor, ni compasión, ni pena, ni desasosiego...todo eso lo perdí ante la maldición del clan rival de mi padre, ahora solo era un depredador demente que jugó a comportarse como un hombre ante una joven doncella que ahora convertida en mi mujer se había metido en la boca del lobo.

Mi sonrisa ladeada se reflejo en esos verdes ojos que me miraban, como si los dos nos midiéramos mutuamente en una banal conversación.
-Hableme de vos señorita. ¿Sois de París? Es extraño porque nunca antes os había visto y de hacerlo estoy seguro jamas hubiera olvidado la belleza que encierra vuestra sonrisa.

— Erline, ese es mi nombre.— Le tendió la mano a Lucio para que depositara el beso de rigor en el dorso.— Mi esposo murió hace nueve meses, no puede acompañarme a ningun lugar. De hecho venía de solucionar ciertos asuntos... familiares. Mi marido era una gran caballero y un hombre de negocios pero tenía algunos contactos que... me reclamaron dinero por una antigua deuda de un familiar y... bueno, ya sabe cómo son estas cosas.

El camarero se pasó a ver si necesitaban algo y la señorita negó con la cabeza, tenía todavía la bebida intacta. Erline era buena catalogando a las personas, su lenguaje corporal delataba de ellos más de lo se imaginaban. Lucio era fibroso y tenía la mirada honda y despierta. Sus ojos no perdían detalle de cuanto sucedía alrededor, pero los músculos de su cara se contraían de forma esporádica amagando su verdadero gesto. Era un impostor profesional, como ella. Alguien que llevaba una máscara, tan cuidada, pulida y perfecta que podía pasar por persona "normal y de bien". Pero no lo era, en la profundidad de esa mirada habitaba un tiburón frío y cruel, un monstruo de las profundidades marinas que se movía como el rey del mar, consciente de que su máscara le ortorgaba el control y lo ponía en una situación ventajosa frente a aquellos que gritaban a los cuatro vientos sus debilidades.

¿Cuántos hombres así había conocido a lo largo de su vida? unos pocos. La mayoría se creía buenos jugando a ser el pez grande, pero no lo eran. Sólo unos pocos conseguían serlo de verdad y casi engañar al fino olfato de Erline. Quizás no fuera idea probar con él el sabor de la muerte en tus manos. Quizás debería probar con un pobre desgraciado predecible, y no con un hombre así. El puñal podría esperar, ahora la curiosidad la había picado y quería saber más. Eran dos bailarines en un baile de máscaras, a ver quien perdía antes la suya.

— ¿Y usted? ¿ha venido a olvidar por un rato las penas? veo que en ese dedo llevaba encajado un anillo hasta hace poco.— le señaló la marca del anillo en su dedo anular.— supongo que no nos hemos visto porque París es muy grande, y yo no salgo mucho. Me gusta dedicarme a mis negocios, y como usted comprenderá, no le revelaré a un desconocido cuáles son los entresijos, nadie nunca se hizo rico a base de compartir la receta del éxito ¿no cree?.— le sonrió brevemente antes de alzar la copa y darle un sorbo. Inmediatamente puso gesto de asco, ese whisky era casi matarratas.— por todos los dioses!! ¿cómo pueden beberse esto?

El camarero se acercó a nosotros, la dama negó, no deseaba nada, y no la culpaba, la copa la tenia entera, algo me decía que su sabor no seria exactamente a lo que la dama pudiera estar acostumbrada.
Me había dicho que hacia apenas nueve meses que había enviudado. Ladeé la sonrisa, algo me decía que mas que sentirse en un profundo duelo la libertad había alcanzado su vida regalandole unas alas negras que colgar  a su espalda.
-Le daría el pésame, mas algo me dice que no lo necesita -musité contra el vidrio de mi copa -disculpe mis modales, a veces olvido que en estos lugares puedo encontrar algo mas que una dama de compañía. ¿Lamento la perdida? -añadí con un picara sonrisa.

No era malo juzgando a la gente, no había necesidad alguna de para ello usar mis poderes, en ella veía el reflejo de mi mismo, ambos aparentábamos ser otra cosa distinta a lo que mostramos.
Pronto se me antojo que ni en lugar era el adecuado, ni siquiera le vestimenta apropiada, pues el Palacio Royal y una fiesta de mascaras nos hubiera caracterizado infinitamente mas.

Pronto me di cuenta que la dama aparte de bella era inteligente, observadora cuanto menos, apuntó que en mi dedo no portaba el anillo, mas si la marca que en este quedaba  sellando mi matrimonio.
Saqué la alianza del bolsillo de mi chaqueta dejando que de mi labios escapara un “touche”
-Digamos que hemos tenido desavenencias importantes...así que si, he venido a sofocar mis penas en alcohol.
Guardo la alianza porque nunca se sabe si puedes acabar la noche conociendo a una interesante dama que te proponga un plan diferente ¿no creéis? -apunte en clara referencia a ella.

Coloqué la alianza en su lugar, a fin de cuentas había descubierto uno de mis secretos, estaba casado, aunque, aun quedaban muchos mas.
-Digamos que es posible que no nos hayamos visto hasta ahora, porque vos no sois de las que frecuentan antros como este, habéis entrado por ¿destino? ¿casualidad? ¿por que desde la vidriera me habéis visto beber solo y no os habéis podido resistir a mi atractivo? -bromeé hundiendo en ella mis pardos -sea como sea, la realidad es que yo si frecuento estos antros, digamos que me aburren esos lugares donde solo se cierran tratos, que representan bien  la alta sociedad. Por ende estos lugares tienen cierta perversión que me gusta.

La dama probo el whisky y su gesto de repugnancia lo dijo todo, no pude evitar echarme a reír.
Acerqué mis labios a su oído para susurrar en ellos.
-el secreto es emborracharte rápido -susurré arrastrando las palabras antes de llevar mi vaso a la boca y apurar el contenido dejando solo los hielos.
Pagué la cuenta de lo que ambos habíamos consumido.
-¿quieres que vayamos a otro sitio? La noche aun puede sorprendernos a ambos.

Bien, el caballero también era observador, la había visto afuera escrutando por la ventana. Un tipo listo, no era un patán, eso complicaba más la tarea que tenía en mente, quizás debiera aparcarla para más adelante. No era una asesina todavía, y debería empezar con víctimas que no la pusieran en gran peligro; ni tipos enormes y fuertes ni sujetos astutos que pudieran descubrir sus intenciones demasiado rápido.

— cierto, nunca se sabe lo que puede deparar la noche.— Levantó las manos a modo de señal de "me has pillado".— lo vi a través del cristal y pensé que estaría más a salvo a su lado que a merced de los tipos que me molestaban, fue una intuición.— debía mantener la farsa que había elaborado, aunque entre mentirosos el juego estaba sobre la mesa tan claro como si no andasen jugando al encubierto.— La verdad es que me crié en los barrios bajos y no los echo demsiado de menos. Suceden más cosas interesantes, hay algo de fascinante en su oscuridad, en su "perversión" como usted lo ha llamado. Pero la bebida es malísima y el hedor de la humanidad decadente ofende mi olfato que se ha refinado.— se levantó de la mesa dejando casi intacta la bebida.— Sí, prefiero ir a otro lugar, si quiere acompañarme...

Salieron por la puerta en dirección a la Rue de Sevigny, que les llevaría a Pigalle donde se encontraba el Moulin Rouge y el Satine, su antiguo lugar de trabajo. Conocía ese barrio a la perfección y lo que se movía en la oscuridad. Drogas, negocios turbios, ajustes de cuentas...etc.

— Así que desaveniencias matrimoniales. Nada que no arreglen unas flores, una sincera disculpa y una promesa de no volver a hacerlo.— esbozó una sarcástica sonrisa. Ella nunca discutió con Olivier, ambos sabían lo que quería el otro, habían constituido una sociedad donde ambos socios ejecutaban su papel a la perfección y todo marchaba como la seda. La analogía la hizo sonreir, la seda era su marca personal.— si además hay reconciliación en la cama, todo resuelto. El alcohol sólo enturbia la mente y machaca el hígado. En la vida todo es cuestión de puntos de vista, señor Sacro, es como una enorme y aburrida partida de blackjack. Vamos sumando cartas, a veces nos pasamos, a veces no llegamos y rara vez hacemos un 21 blackjack, pero cuando eso sucede las ganas de seguir jugando la partida se recuperan y todo es trepidante. Digamos que voy buscando ese blackjack que me haga recuperar las ganas de jugar. ¿Qué va buscando usted? ¿el amor de su esposa? ¿una vida fácil? yo ya he tenido todo eso, así que figúrese, lo tengo complicado. Soy una mujer complicada.

¿Por qué le contaba eso a un extraño? posiblemente porque intuyó que Lucio era tan frío como ella, otro depredador hastiado de vacío y sediento de emoción, pero lejos de la divinidad de Joe, que era el depredador supremo e inmortal.

Un oriental salió de un callejón y detuvo a Erline, ofreciéndole opio. Lo conocía del Satine, allí les servía a algunos trabajadores y cliente de todo tipo de sustancias.

— hola Li, no gracias, no quiero opio. ¿Tienes algo de Dragón Rojo?.— el chino asintió y le dio un pequeño frasco que ella pagó sin problemas. El tarro contenía extractos de amanita muscaria, la seta venenosa, combinado con amapola y alguna que otra cosa más, constituyendo un polvo rojo que producía una sensación de felicidad, de ligereza y bienestar. Miró a Lucio esbozando media sonrisa.— Felicidad en bote. ¿Me acompaña? hace tiempo que no hago este viaje.— se detuvieron frente a un local oriental mucho más elegante, la dama sabía lo que había en la trastienda y la dejaron pasar sin problemas. Era como un restaurante-hotel en cuya parte trasera tenían un jardín oriental con divanes, fontanas y vegetación, todo adornado con farolillos rojos de papel. Allí los que se lo podían permitir, podían hacer sus viajes de opio y otro tipo de drogas, cómodamente y en un lugar que no apestase a fumadero, orín y ratas.

La dama de ojos esmeralda no tardó en reconocer que me había observado por el cristal y que pensó que a mi lado no le ocurriría ningún mal, quizás se equivocaba, escapaba de unos cachorros para meterse directa en la boca del lobo.
El juego acababa de empezar, yo era un depredador que había salido en un principio a olvidar, peor la caza no se me daba mal y la noche brillaba hoy con una luna de sangre que me hablaba del caos.

Salimos de aquel antro perdiéndonos entre las sucias calles de los barrios bajos camino a Pillage, no era un lugar para ser frecuentados por damas de lata alcurnia, mas poco como esta danzaba por sus estrechos callejones algo me decía que guardaba excitantes sorpresas bajo la falda.
Ladeé la sonrisa cuando me comentó sin cortarse un pelo lo que tenia que hacer para arreglar mi matrimonio.
-Agradezco el detalle de su preocupación, creo que tomaré muy en serio su consejo ¿como lo llaman? ¡ah si, engañar descaradamente a tu mujer! -añadí como contraataque de su sarcástica sonrisa.

Tampoco es que mi joven esposa no supiera que no era un buen hombre, ni que la noche no fuera mi aliada y otras piernas mi morada. Hubo un tiempo que traté de hacer las cosas bien, un tiempo que se esfumó con el hijo que en su vientre llevó y que por imprudente perdió.
Ahora estábamos en un momento complicado, intentando engendrar otro que garantizara mi linaje, mas hasta el día de hoy Dios no nos había bendecido con tal felicidad.

La analogía de la vida con el juego de cartas me hizo ladear la sonrisa y hundir mis lobunos ojos en sus tempestades.
-Yo lo compararía mas con “el mentiroso” vamos echando cartas sobre la mesa diciendo una u otra cosa, tienes suerte si nadie levanta y así tanto la verdad como la mentira quedan ocultas...el peligro es que el que juegue tras de ti ,tenga los cojones de alzar tu mano, ahí es donde se descubre tu esencia.
La vida son decisiones, caminos y de algún modo todos son verdades o mentiras que escapan de tu boca...
¿que busco? Todo y nada, supongo que por esta noche me basta un buen colocon, algo de alcohol y quizás, solo quizás unas piernas en las que redimir mi traición.

Quizás los dos andábamos por las calles confiados porque sabíamos que frente a nosotros quedaba el reflejo en el espejo del otro.
Dos demonios insaciables vacíos que necesitan llenarse a cada paso.
Un oriental apareció de la nada, ofreciendo Opio que rauda la dama rechazo, quizás era demasiado poco para un depredador, a cambio otro elixir lo sustituyó, me invitaba a un viaje por el lejano oriente y a decir verdad, nada mejor tenia que hacer aquella noche así que ¿por que no dejarme llevar?

Un antro mas limpio pero con el mismo caos implícito nos abrió sus puertas, tendí la mano para pedirle que se adentrara ella primero, a fin de cuentas no hay que olvidar los modales con los que se trata a una dama, al menos por el momento.
Un jardín inmenso nos acogió, en el varios sofás al aire libre, mesas y todo tipo de comodidades para drogarnos sin que nadie nos molestase.

Me dejé caer recostado sobre una especie de puf grande, una mesa baja oscura y redonda, sobre esta una pipa de agua con distintas sustancias para servirnos.
Mis ojos recorrieron a Erline de arriba a bajo, tenia que admitir que era una mujer hermosa.
-¿y bien? ¿empezamos? Quiero ser feliz -añadí con una picara sonrisa.
Algo irónico teniendo e cuenta que solo las sustancias me llevaban a la euforia.

La viuda de seda se quitó el abrigo y lo posó sobre un escabel, se sentó en el diván más amplio, en el que había hueco para dos y le hizo un gesto a Lucio para que se sentase a su lado, la pipa no tenía las mangas muy largas.

— ¿preparado para probar el Dragón Rojo? es una mezcla oriental, es potente y algo alucinógena, pero produce una sensación de felicidad bastante impactante.— vertió el frasco en la pipa y dejó que burbujease, tomando después una manga e inhalando el contenido.— así que el mentiroso...es un juego divertido, pero finalmente predecible. ¿Dónde quedan las sorpresas? me gusta cazar lo inesperado, me gusta encontrarme retos donde los demás sólo ven algo sin sentido o amoral. Pero la moral ya hace mucho tiempo que dejó de preocuparme...si es que lo hizo alguna vez. Juguemos a un juego mientras el dragón despliega las alas. Yo le digo una palabra y me contesta lo primero que le venga a la cabeza, lo primero que le evoque.

Le pasó la pipa para que también tomara de ella y empezase el subidón. El juego de palabras era otro entreteniemiento más para ir amenizando, pero estaba muy plagado de dobles significados. Miró al brujo a los ojos, aunque no podía saber su condición, y le lanzó el reto velado, él tendría que contestarle lo que le avocaba.

— ahí va mi palabra... Labios.

La dama de ojos esmeralda me tienta, no solo con su melodiosa voz me explica que es aquello que vamos a consumir, si no que sus orbes no dejan indiferente a mis lobunos ojos.
Casi sus movimientos son felinos preparando la sustancia que deja caer en la pipa de agua.
Ladeó la sonrisa al ver como  me hace un gesto para que me siente a su lado en el gran diván.
Mi cuerpo serpentea entre los sofás para pegarme completamente a su piel, la esencia que deja su perfume es arrebatadora y el tacto de su vestido se asemeja a la suavidad de la seda.

Deja que la pipa burbujeé dando una calada amplia, mis ojos en la boquilla de la manguera, sus labios posados en esta.
-Todos los juegos de cartas pueden acabar siendo predecibles -apunto con un irónica sonrisa -todo depende de los ases que guardes en la manga ¿no cree señorita Erline?
¿que guarda usted bajo la falda? -pregunto con descaro recorriendo sus cruzadas piernas con la mirada.

Me pasa la manguera para que yo también disfruté del viaje. Como ella antes doy una calada y dejo escapar el humo negro lentamente sobre sus labios, aunque no los rozo ni por un momento.
-un juego...¿labios? -me relamo contemplando su boca con las pupilas dilatadas.
-Mordisco -apunto sin apartarme un ápice ¿que te dice a ti esa palabra? -pregunto volviendo a llevar la manguera a mi boca para darle una profunda calada y pasarla para que la dama disfrutara del colocon que pronto llevaremos los dos.

Somos dos depredadores, ella huele a caza, quiere una noche diferente que la llene, pues se siente vacía y eso lo percibo en su pálida aura.
Mi sonrisa es ladina, observó sus movimientos en silencio, sigamos jugando y a ver donde nos lleva este juego.

— Hambre... y silencio.— Sus palabras son algo crípticas, porque hacen referencia al hambre del depredador, la que sólo se sacia cuando muerde a su víctima, y al silencio que escapa de ellos cuando termina ese acto íntimo de vida y muerte.

— ¿Entres mis piernas? jajajaja.— rie sin ofenderse, pues lo que hay entre sus piernas ha sido objeto de deseo de todos los hombres que se ha cruzado en su vida. Podría haberse hecho millonaria con lo que había entre sus piernas si no hubiera aparecido Olivier en su vida para hacer que eso tardase menos tiempo en suceder.— Si se lo digo ya no es secreto ¿no cree? ¿quiere averiguarlo?.— Clavó sus felinos ojos en los de Lucio, era un hombre y como todos ellos se dejaba llevar por el deseo. Había algunos que podían aguantarse más o menos, otros hacían como que lo intentaban y otros sencillamente ni se molestaban en fingir, como era el caso de Lucio.— Entonces tiene que estar dispuesto a pagar el precio. Todo tiene un precio, señor Sacro.

Le ofreció de nuevo la pipa tras dar otra calada y empezar a notar la sensación de bienestar y de que la sonrisa se instalaba en sus mejillas para no marcharse.

— le toca… diga una palabra. Yo le diré lo que me evoca.— cuando le habló lo hizo cerca de sus labios pero sin tocarlos, tan sólo lo acarició con la mirada. Esos ojos verdes, cristalinos, fluctuantes como las aguas de un estanque prohibido, hacían enloquecer a la mayoria. Su cuerpo estaba hecho para el pecado, pero sus ojos guardaban el secreto de un mundo más allá de esta dimesión. Los ojos de Erline eran los de las criaturas feéricas de las leyendas, los de las sirenas que embelesaron a Ulises retrasando su viaje, los de las diosas del Olimpo guardianas de la llama eterna. Lo que pocos sabían es que esos ojos ocultaban un pozo inmenso de vacío y "nada". Era más fácil cazar una estrella que conseguir que la sonrisa sincera llegase a los ojos de esa mujer.

“Hambre y silencio” susurra de forma critica, ladeo la sonrisa contemplado aquellos ojos que brillan.
La droga empieza a hacer su función y nuestras miradas se turbia mientras contemplamos al otro.
Somos dos almas vacías que de algún modo esa noche han decidido hacerse compañía.

La dama se echa a reír mientras yo llevo la manguera nuevamente a mis labios para dar una calada.
-puedo guardarte el secreto -apunto con cierta diversión.
Nuestros cuerpos van acercándose, provocándose, los dos somos unos depredadores a lo que nos gusta la caza y la droga que consumimos nos lleva a cierta fingida alegría, un éxtasis que se apodera de ambos y hace que riamos cerca de la boca del otro.
-¿un precio? Si quiero pagar por sexo, voy a un burdel -apunto entre carcajadas.

No me cortó un pelo en decir lo que pienso, a fin de cuentas apenas la conozco y dada la situación que ostentamos los dos, lo de guardar las formas podemos relegarlo a un segundo plano.
Ella me contempla con sus dos faros, parece que mi respuesta no acaba de encajarle.
Creo que pocos son aquellos que se han negado a darle todo cuanto pidiera por colarse entre sus piernas.
Pero yo no soy todos, de echo la ausencia de sentimientos hace que vea las cosas con cierta perspectiva.

Me pide una palabra, sus labios contra mi boca, su aliento me acaricia, pero nuestros labios siguen retándose a no ser tocados.
-deseo -susurró dejando que el humo negro acaricie su boca mientras mis ojos la dibujan de forma tentadora.

Admito que es una mujer preciosa, posiblemente esta acostumbrada a ser deseada, mi actitud no la pilla desprevenida, mas bien parece que tiene asumido que caeré en sus redes si así ella se lo propone, claro que a mi me gusta jugar fuerte, quizás sea ella la que acabe pagándome a mi por una noche diferente.

—Algunas cosas no tienen un precio material, señor Sacro, ya debería saberlo. Está a tiempo...el Satine no cierra hasta las nueve de la mañana...— su sonrisa enigmática acompaña sus palabras, pero ya que el caballero es un jugador, un apostador que va con todo al negro, decide jugar la partida. Seguramente se salte las normas, pero también él lo hará, lo lee en sus ojos y en el tono de sus comentarios.

Una mano sobre el muslo, la otra sobre la pipa, otra calada y el humo descompone al Dragón que les lleva de viaje por los lejanos y desconocidos territorios de la felicidad. Erline se siente bien, no pletórica, pero cerca. La falsa felicidad es embriagadora, es engañosa y poderosa a la vez. Cuando Lucio le da su palabra "deseo", la viuda de seda se relame el labio inferior y le contesta.

—...abismo...

No encuentra mejor palabra para describir lo que es el deseo, esa oscura sensación que se apodera tu ser, que te engulle, te trastorna, te lleva a la locura y te empuja por el abismo oscuro tras el cual todo es paz, todo es felicidad y después... la nada otra vez. Sus labios siguen sin tocarse, y así continúan, pero Erline se mueve del asiento, se arrmanga las faldas y se sienta sobre el regazo de Lucio mirándolo de frente. Encaje contra pantalón, blackjack contra mentiroso,vacío sobre vacío.

Uno frente al otro nos medimos , ella asegura que podría ir al burdel, que a tiempo estoy de que una de sus furcias me abran sus piernas, me relamo con una sonrisa mientras mis ojos desafían sus faros.
-Me da la sensación de que siempre has conseguido algo, material o no a cambio de hacer a un hombre perder la razón.

Acogí el negro humo de la dama entreabriendo la boca, su risa feliz chocó con mis labios, es lo que tenia esta droga, te llevaba a un estado ficticio de felicidad, de éxtasis, bastante agradable y excitante.
-No pagaré nada por vuestro cuerpo, materia o no, porque yo no soy uno mas -la desafié.
Que mi hombría deseaba hundirse en ella era una evidencia, mas ¿acaso ella no deseaba que lo hiciera?
No habría contrato de por medio, o nos dejábamos llevar por la sustancia y nuestra embriagadora felicidad o poco mas del otro íbamos a sacar.

“Abismo” me relamo, cierto es que el deseo es algo parecido a eso, pues nunca hay luz mientras lo experimentas, y tras alcanzar la cúspide, el vació vuelve a instalarse en ti arrasando lo poco que has conseguido.
Tomó la manguera y doy otra calada, abro los labios cerrando los ojos dejando que el humo salga, mi cabeza contra el respaldo del sofá, mi espalda en ella, el viaje empieza.
Siento que ella sube a horcajadas, contempla como me siento y mis lobunos ojos se hunden turbios en sus esmeraldas.
-Os toca madam -susurró afianzando con mis manso sus caderas y moviendolas con sutileza sobre mi abultada entrepierna.
Nuestros sexos se acarician, el viaje nos hace mirarnos de cerca, estudiarnos y nuestras bocas juegan al escondite quebrándose, encontrándose.
La partida solo empieza y algo me dice que ninguno de los dos esta dispuesto a perder esta mano.

Erline cazó el extremo de la pipa tras usarla Lucio y también le dio una calada, sintiendo ese bienestar ascendiendo por su cuerpo hasta la cabeza, liberando la dopamina y las endorfinas necesarias para dejar de sentir la insatisfacción vital que le proporcionaba el vacío, la eterna búsqueda de algo. Esa droga era como una parada de tren, no era el destino final, pero ya producía un alto en esa incesante búsqueda de emociones que nunca llegaban y nunca llenaban.

Se acercó al cuello de Lucio y pegós sus carnosos labios a la piel, dándole un beso que humedeció con su lengua, soplando levemente la zona después. Al enfriarse el pequeño rastro de saliva se enfrió esa porción de piel sensible.

— Éxtasis...— esa era su palabra. Eso era lo que le prometía con sus labios y lo que pensaba tomar a cambio. Aquí ninguno era una hermanita de la caridad, eso iba a ser un quid pro quo, o no sería nada.

Desabrochó su camisa despacio, serpenteando sus dedos por la piel del hombre, bajando despacio, desgranando más besos húmedos por su piel sin perderlo de vista. Sus ojos brillaban en la semipenumbra como los de una gata vigilante, una acechadora nocturna, una errante sin nombre ni alma. En ningún momento sus labios se habían rozado, era como un tácito acuerdo de no compartir algo que pudiera significar otra cosa distinta del sexo esporádico sin complicaciones. No es que Erline no besara a sus clientes, lo hacía, no tenía problemas con eso, pero detectaba que Lucio no apreciaba en los besos sentimiento ninguno, de la misma forma que le sucedía a ella, le daba igual que la besaran ahi que en un pie. Había lugares mejores donde besar para excitar o sentir más placer. Mientras sólo se tratase de eso, de un polvo sin rostro, nombre ni alma, todo correcto.

Se apretó más contra su bragueta, su ropa interior apenas la separaba de la anatomía cubierta del brujo. Con una mano desabrochó con destreza los botones del pantalón y liberó su sexo de las capas de ropa. Rozó el encaje contra él, inflamando su deseo en un baile de cadera lento y tórrido.

Sus labios en la piel de mi cuello hicieron el efecto deseado, ladeé mi cabeza dándole acceso a ese beso que embriago mis sentidos, su aliento erizo mi piel, alzando mi respiración errática como la de un vendaval.
Aquella droga producía una liviana sensación de felicidad, euforia y cuando cerré los ojos me deje llevar por las hábiles manos de la dama que me daban un placer no escrito en contrato alguno, hoy seria mas bien un quid pro quo.

“Éxtasis” esa era su palabra, una promesa velada que expiro contra mi piel, mi boca buscó la ajena, mas de nuevo no la tomó, solo jugábamos a hechizarnos, a no sucumbir por completo ante el otro y dejar así que el mentirosa o el blackjac fueran los vencedores de una partida sin igual.
-Clímax -respondí al sentir como sus dedos desabrochaban mi camisa lentamente, sin prisa, sus ojos se tornaron los del depredador mas ávido, atento, mientras su boca calcinaba mi pecho en un reguero de besos que  se orillaban hacia mi abultada entrepierna.

Su cuerpo marco el ritmo, pegándose por completo a mi, apenas mi pantalón y su ropa interior separaban nuestros sexos,  mis manso acompañaron a sus caderas en ese voraz baile de la danza de los siete velos.
-Me toca -jadeé pidiendo que el juego continuara mientras humedecía mis labios frente a sus ojos de gata.

Mi hombría fue liberada por esos dedos serpenteantes que desabrocharon raudos los botones de mi pantalón sacando así a la bestia de las profundidades.
Sus dedos dibujaron mi glande, la droga nos embriagaba haciéndonos olvidar al resto de ocupantes de aquel jardín.
Mis dedos se deslizaron por debajo de su seda, acaricie su piel bajando las tela de encaje negro hasta que sus caderas recibieron la caricia de la prenda que las abandonaba para dejar su cuerpo a mi merced.
-¿dame mas? -pedí contra su boca con una ladeada sonrisa.

De nuevo la manguera acaparó sus labios mientras mi hombría jugaba con la entrada de su feminidad, recorriendo su hendidura de arriba a bajo, roce de nuestros sexos que se masturbaban humedeciéndose, preparándose para la batalla final.
Descargó el humo negro contra mi boca entreabierta, apenas un roce de labios provocador.

Ojos turbio que se analizaban mientras nuestras erráticas respiraciones chocaban por eñ juego que nos traíamos debajo de sus faldas.
-tentación -esa era mi palabra. Ladeé la sonrisa llevando una de mis manos a los pechos que sobresalían ligeramente del corseé, sacándolos para ofrecérmelos como regalo.
Mi boca atajó la distancia que la separaba de las cúspides, arrasando por completo la corona con mi lengua, mordiendo y succionando con fuerza para después calcinarla con mi aliento allí donde la saliva había dejado un reguero.

Nos gustaba apostar, alargar el momento, eramos dos buenos jugadores y se notaba que este instante queríamos degustarlo pues después del clímax vendría el vació de nuevo.
Ninguno era de esos que después finge necesitar cariño, así que sabíamos que terminado el acto nos separaríamos.
Nuestras miradas lo decían todo, húmedas por la droga y el deseo, mi hombría seguía torturando su sensible zona haciendo que el botón se engrosara con cada pasada mientras su cuerpo se arqueara contra el mio, buscándome, ofreciéndose.

—Muerte.— La palabra fue susurrada entre jadeos a la vez que se encajaba sobre el brujo, húmeda y caliente. Ninguno era nuevo en ese tema, se movió hábilmente arriba y abajo para lubricar el camino y asegurarse el placer mientras se inclinaba sobre él manteniendo la distancia entre sus bocas pero chocando los alientos en combustión. El clímax, el orgasmo, el éxtasis...todos ellos acababan en esa sensación de levedad, de inconsciencia, de muerte ya renacimiento. El juego de palabras iba mucho más allá, pero Lucio no lo averiguaría hasta un rato después.

Erline sabía moverse; no sabría de muchas otras cosas, pero sí de sexo, de complacer, de insinuar, de exigir lo que se merecía y dar a cambio más de lo que se esperaba. Le ofreció el cuello al hombre, que lo lamió y mordisqueó. En el jardín sólo había otra pareja más y estaban algo más drogados que ellos, estaban como pasmados contemplando la luna.

El roce de su interior contra la dura roca de la carne de Lucio aumentó el placer. No eran más que dos extraños retándose con las miradas y las palabras y llevando ese combate al terreno del deseo. Él la apretó de las caderas y se movió con brusquedad para darle profundidad a la embestida y ella arqueó un poco la espalda exponiendo más sus pechos, fuera del corsé y libres de esa cárcel. A esas alturas ya no recordaba lo que era el pudor, se había follado a medio París, no tenía importancia ninguna si alguien más la veía en cueros o haciendo ese tipo de cosas en un tugurio oriental. De todas formas, la alta sociedad a la que sí le importaba la moral no solía frecuentar esos sitios.

Hundió las manos en el pelo de Lucio y tiró de su cabello hacia atrás para morder y besar su cuello ascendiendo hasta el lóbulo de la oreja y después bajar por la línea de la mandibula hasta la boca. Sin dejar de moverse acercó los labios y los entreabrió, buscando los ajenos, hambrienta, sedienta de su boca.

Mientras se movían con más ahínco y se perdían en la boca del otro sacó un cuchillo pequeño y afilado de uno de sus botines de tacón y lo presionó contra las costillas del hechicero. Quería hacerlo. Iba a hacerlo. Lo hundiría en su carne y vería cómo la vida se escaparía de sus labios, pero esta vez...la que tendría sangre en las manos sería ella.

Peligroso cuando dos jugadores se sientan a la mesa dispuestos a no desvelar los ases que guardan en las mangas, el deseo, la tentación y la lascividad eran la sota, caballo y rey. Bocas hambrientas que delineaban la del otro, dibujando con hambruna los labios engrosados por los besos apasionados.
En ese momento nos habíamos abandonado a tomarnos por completo, igual nos daba el pudor cuando la droga y la pasión corrían por nuestras venas como un cálido veneno.
Ella no era una santa, ni yo un dios, así que..que importancia podía tener el pecado en este momento cuando hacerlo, entrar dentro era la única regla de este satánico juego.

Su boca repasaba mi mandíbula antes de perderse en mis labios de nuevo, aliento pesado, caliente que impactaba con mi vaho. En ese momento sentí el filo en mi costado, un puñal pequeño, mas suficiente para dañar mi órgano y desangrarme en poco tiempo.
Ladeé la sonrisa contra su boca, ahí venia el primer as de la partida, pero como buen jugador, yo guardaba algo en mi manga.
-¿lo vas a usar? -jadeé moviendo sus caderas contra mi entrepierna.

Sentía ese subidon de adrenalina, me gustaba el riesgo, el juego duro y con ella lo estaba sintiendo en este preciso momento.
Me excitaba saber que en cualquier momento podía hundir su acero en mi cuerpo.
La punta me hizo un rasguño ligero, exhalé un gemido lanzando hacia atrás mi cabeza con los ojos cerrados.
-Metetela -pedí con la voz ronca.

Sus ojos centelleaban, ibais muy colocados, pero ademas de eso, estábamos en un punto complicado, ella quería matarme y yo follármela.
-Clavis ut non pugione, collum et posuit eam super te plaga et ferro. (No me claves la daga, ponla en tu cuello y acariciate con su acero.)
Magia, dominación, algo que estaba seguro que no esperaba. Hundí mis ojos lobunos en sus pantanos para ver la reacción.

Escuchó las palabras del brujo sin comprender qué estaba diciendo pero al momento su mano subía hacia su propia garganta y colocó el cuchillo allí. ¿Cómo lo había hecho? su gesto se quedó petrificado un instante...¡¡Estaba manejando su voluntad!! ¿Cómo era posible? Oh! quizás fuera mago o algo así, porque vampiro no era, estaba caliente.

Obedeció sus órdenes y se estacó contra su miembro, acogiéndolo entre sus humedades, subiendo y bajando. No le daba miedo que le pidiera alguna excentricidad, estaba más que curada de espanto con 18 años de profesión a sus espaldas, pero sí que se le fuera de las manos, si no era un vampiro no podía curarla y entonces podría morir. Ahora no quería morir, todavía no había experimentado lo que era matar con sus propias manos.

Imprimió más movimiento a sus caderas, contoneándose sensualmente sobre él, sosteniendo el cuchillo sobre su cuello.

— Oh...¿te ha sentado mal que intentase matarte? no te lo tomes a pecho, no es personal, simplemente apareciste en mi camino esta noche...¿vas a matarme? sería una pena...creo que aún podemos divertirnos...juntos.

Con la mano libre recorrió su cuello y posó sus dedos sobre los labios de Lucio, repasando incluso su interior con lascivia. Se relamió el labio inferior, excitada por la adrenalina que empezaba a correr por sus venas ante el peligro.

— Vamos!... dame la noche que quiero...esto no es más que la antesala del jardín del edén...y puede ser todo tuyo si me ayudas a encontrar lo que venía buscando.

Aquella mujer se contoneaba contra mi hombría como si el cuchillo de su cuello solo fuera parte del juego, no se si era consciente de que el “mentiroso” se había apoderado de la mesa de juego y que ahora me pertenecía su voluntad.

Relamí mis labios al sentir como sus palabras los azotaban cálidas, cargadas de pecado, uno que yo no temía, mas bien todo lo contrario.
-Suelo tomarme a pecho cuando alguien me quiere matar, pero teniendo en cuenta que también me quieres follar, estoy viendo que parte de la balanza pesa mas -bromeé ladeando la sonrisa con cierta malicia.

Sus dedos acortaron la distancia que los separaba de mis labios, los recorrió de forma lasciva, sin apartar sus esmeraldas de ellos.
-¿por que no invitamos a alguien mas a la mesa de Blackjack? -pregunté acercando mi boca a su oído. Un mordisco en su lóbulo la hizo abrir mas sus piernas, el juego solo había empezado entre los depredadores y sus presas.
-Te contaré un secreto -susurré arrastrando cada una de las palabras -no es la primera vez que mato.

La atraje por la nuca, el acero seguía pendiendo de su mano, amenazando su cuello inmaculado.
Mi lengua dibujó sus labios, humedeciéndolos por completo. Aliento que era engullido por su vaho, choque de titanes en juego sádico.
-Dado que me has pedido sangre, te la voy a dar...-jadeé contra sus labios sintiendo las sacudidas de sus caderas cada vez mas voraces – sobre la tumba de tu fallecido marido ,allí cometeremos doble sacrilegio. Yo elijo el lugar, vos la victima...¿que me decís? -pregunté acariciando sus labios con los míos.

Tomé la manguera dándole una profunda calada, cerré los ojos dejando que la felicidad me embargara, el humo lo dejé escapar lento contra sus labios, esperando esa respuesta que no llegaba.
-Os aconsejo princesa que antes de elegir a vuestra victima os aseguréis de que sois capaces de destruirla.
Tenia cierta curiosidad en algo, mis ojos lobunos se perdieron en sus verdes.
-Me habéis elegido porque parezco ..¿débil? -pregunté con cierto sarcasmo -¿os atraigo o solo bailáis sobre mi polla porque eso es lo único que sabéis hacer sobre cualquier hombre que os lo proponga?

Matar a alguien requería pulso, pericia, fuerza, factor sorpresa...muchas cosas. había leido todo tipo de novelas criminales, periódicos de sucesos escabrosos y hasta boletines policiales. Quería saberlo todo sobre el acto de dar muerte, sobre el instante en el que se arrebataba una vida que no lo esperaba. Había pensado en sus opciones, pero todavía no había ejecutado ningún asesinato y el primero podía ser un fiasco, tal yc omo iba la noche.

Cuando Lucio le confesó que no era la primera vez que mataba, no se extrañó, la intuición ya se lo había gritado cuando lo vio a través del cristal y cuando espetó sus primeras palabras. Así que el brujito quería follar y matar sobre la tumba de Olivier.

— Me parece bien, pero para eso tendremos que ir a mi morada...¿está seguro de que quiere entrar en la guarida de la serpiente? Olivier yace en el panteón familiar, juego en casa.

Y luego estaba el asunto de encontrar una víctima...bueno, Montmatre estaba lleno de putas y traficantes, no sería difícil tentar a alguno y llevárselo con ellos. Había contratado nuevos jardineros que le aseguraban la discreción, pues eran putas que querían salir del negocio. Las putas no hacían preguntas, así que enterrarían los restos o abonarían su invernadero con ellos, eso le daba igual, pero nadie volvería a ver al infeliz que se cruzase en su camino.

El brujo aflojó el contro mental y Erline pudo soltar el cuchillo y dejarlo junto a la pipa del Dragón Rojo. Ante su pregunta de si le había escocgido por pafecer débil, ella esbozó media sonrisa.

— parecías el rival más endeble en esa taberna. Confieso que hubieras sido un bonito cadáver, la idea me atraía, y una lástima acabar con una cara tan bonita. Tengo múltiples talentos, pero contentar a los hombres es el que más he practicado. Si no estás conforme, no pasa nada.— se levantó de su regazo saliendo de él sin miramiento alguno.— no está hecha la miel para los cerdos.— Cogió el cuchillo y lo guardó en su bota. Le dedicó una amplia sonrisa.— ¿cualquiera que me lo proponga? no, ese tiempo quedó ya muy atrás. Siéntete afortunado, la Viuda de Seda quería follarte y matarte...eso no pasa todos los días. ¿Nos vamos? o te has rajado?