No contaba con esto [Wesh]

Dios era consciente de que había intentado contenerse. Realmente, lo intentó. Pero aún así no pudo evitar estallar en carcajadas al escuchar la respuesta de la mujer. Que era capaz de hacerlo... ¡Maldita sea! Aquella mujer estaba completamente loca. Quería imaginársela blandiendo un delgado estoque, protegiéndose de sus enemigos. Pero una y otra vez volvía a su cabeza la imagen de la joven apoyada contra la pared con el hombre amenazándola por detrás. Y ella pensaba que podía hacerlo.

Nuevas carcajadas hicieron vibrar su pecho al ver su mirada ofendida y desafiante. Se inclinó para apoyar las manos sobre las rodillas. Con un poco de suerte recuperaría el aliento que la risa le había arrebatado.

-¡Madre de Dios! -jadeó divertido-. Usted no tiene ni una pizca de cerebro, ¿no es cierto? -La joven abrió la boca para protestar, pero Wesh se irgió de nuevo y la detuvo con un ademán de la mano-. No se moleste, muchacha. Aunque lo negara no la creería.

Tendría que aceptar el maldito encargo, caviló mientras se recuperaba de su estallido. Aquella loca seguiría preguntando por él hasta que acabaran matándola a ella también. Y, después de haberla conocido, no estaba seguro de querer tener aquella muerte tan obvia en su conciencia. La señora le miraba con los labios apretados, sin aceptar que la idea que había propuesto era del todo absurda. Su cuerpo se tensaba bajo la capa, las manos parecían estar agarrando algo. La pistola, casi con seguridad. Era muy probable que en ese instante estuviera tentándole la opción de dispararle, pero por mucho que dijera, no tenía agallas para hacerlo.

¡Diablos!, pensó, todavía divertido. Aceptaría lo que la mujer quisiera proponerle. Si algo tenía claro, era que no se aburriría el tiempo que tuviera que tratar con ella.

-En fin, señora -dijo al fin-, por lo visto le han podido contar mucho del hombre. ¿Le han informado de los honorarios que cobra por sus encargos?

Verla tan enojada casi le provocó otra oleada de hilaridad, pero pudo contenerla a tiempo, antes de que ella sacara definitivamente la pistola y le pegara un tiro entre las cejas.

-Yo no estaría tan seguro de eso. A veces el hombre decide no cobrar en metálico -explicó sin poder suprimir una sonrisa socarrona. A ver cómo le sentaba a aquella encorsetada lo que tenía que decirle-. Hay ocasiones en las que Wesh decide pedir algún que otro favor

El rostro de la mujer palideció ante sus palabras y él continuó con la explicación.

-¡Oh, sí! Y no revela la naturaleza del favor desde el principio. Se dice que él elige qué, cómo y cuándo sin previo aviso. Y tiene formas de hacer que la gente cumpla sus acuerdos, dicen que por medio de magia negra, ¿lo sabía usted? -no debería estar divirtiéndose con todo aquello, pero es que los ojos de esa mujer no ocultaban ni uno sólo de sus pensamientos y ahora le observaba como si le estuviera contando una increíble historia de terror-. ¿Se imagina qué podría querer de una mujercita tan bella como usted? ¿Estaría dispuesta a dárselo?

Dejó que creyera que iba a poder librarse tan fácilmente de él, ahora que había atraído su atención. Pero luego dio un par de zancadas largas para poder alcanzarla. Ella lo miró con disgusto cuando se puso a su paso y más aún cuando la sujetó del brazo para ayudarla a pasar por encima de la basura que llenaba la calle.

-El dinero puede mover el mundo, pero Wesh no es idiota. ¿Se cree que es la única de su clase que acude a contratar sus servicios? ¿Por qué cree que el hombre cambió su precio? Por lo visto le sale el dinero por las orejas. -la agarró por la cintura y la ayudó a pasar un pequeño muro que había en su camino-. Tenga cuidado con eso. Tenemos que llevarla sana y salva al señor West, ¿no está de acuerdo?

Le otorgó una semisonrisa de suficiencia que probablemente la alteraría aún más que sus palabras.

¡Diablos! Realmente se estaba divirtiendo esa noche.

-¿Enamorado? ¡Qué cosas tiene! Tengo muy claros hacia donde se dirigen mis gustos y el hombre al que busca, también, por cierto -se vio en la obligación moral de advertir.

Aprovechó un momento en que la capa se abrió para atisbar los más que generosos atributos de la mujer. Debió de permanecer más de un momento porque ella se cerró los extremos de la capa con furia y le reprochó con una colérica mirada. El se encogió de hombros y se mordió la mejilla por dentro para no ampliar aún más la sonrisa.

-Puede confiar en mi, bastante más que en el rufián que la trajo hasta aquí. Le aseguro que seré capaz de llevarle hasta él. De momento, sólo intento que no acabe en los pantanos -volvió a tomar su brazo para corregirle el rumbo-. ¿Puedo preguntarle una cosa? ¿Qué haría si Wesh se negara a coger su dinero?

Se adelantó con grandes zancadas para poder ponerse frente a ella y así detenerla. Cruzó los brazos sobre el pecho cuando la mujer le miró desafiante. Quizá si se mostraba un poco más serio, ella dejaría de tratarle como a un vulgar ratero. Además, sus palabras le habían desconcertado.

-¿Me está diciendo que le insultaría diciéndole que podría hablar con otras personas para cobrarse el precio? -frunció el ceño, algo molesto-. Wesh nunca aceptará eso. Lo que sea que le pida, se lo pedirá a usted y únicamente a usted. Y por descontado que nadie podría enterarse nunca de que llegaron a un acuerdo.

No sólo la reputación de la mujer quedaría hecha añicos. Él mismo procuraba mantener a todos sus clientes en secreto. En esos momentos no parecía tener ningún enemigo en la ciudad. Pero siempre podía encontrar alguno que amenazara a la gente que él conociera. No tenía intención de poner a nadie en peligro.

-No -fue su única respuesta.

Decidió dejar las chanzas para otro día. Estaba claro que la mujer había llegado a sus límites. No era capaz de mantener los ojos abiertos del todo y apreciaba las marcas oscuras bajo ellos. Apretaba los labios con fuerza, casi como si estuviera conteniendo las ganas de bostezar.

Parecía agotada y debía de estarlo. El delincuente que la había engañado la había hecho recorrer un buen tramo de ciudad a pie, antes de atacarla con un cuchillo. Ahora, todavía les quedaba la vuelta. Y los palacios donde vivía la flor y nata de la sociedad quedaba aún más lejos que su propia casa. A la señora todavía le quedaba una noche muy larga. Mejor acaban con todo aquello de una vez.

-No nos hemos presentado como Dios manda -empezó en un tono suave, muy alejado del bromista que había utilizado toda la noche con ella-. ¿Le importaría decirme su nombre? Quizá haya oído algo acerca de su marido -esto último lo dijo con intención de ablandar su expresión, que había vuelto a tornarse cautelosa.

Otra vez volvía a hacerlo; confiar en una persona que no conocía absolutamente de nada.

-Señora, Bennet, empiece a aprender un poco de todo lo que le ha sucedido esta noche. Si tiene intención de venir de nuevo a estos barrios, haga el favor de no dar información sobre usted absolutamente a todo aquel que le pregunte, ¿me ha entendido? -la miró con ferocidad y ella asintió después de tragar saliva de forma sonora-. Bien. Nunca vuelva a decir el nombre o el apellido del señor Bennet. Descríbale. Cuéntelo todo de él. Su forma de hablar, su forma de moverse, las manías que tenía, los gestos que puedan identificarlo, pero no diga su nombre y mucho menos diga que era su mujer. Su actuación de estos días ha alertado a Wesh y probablemente al hombre que mató a su marido. Sea discreta o no llegará muy lejos.

La mujer agachó la cabeza avergonzada. No quería ofenderla ni humillarla. Ella no tenía la culpa de haber nacido entre algodones, no podía hacer nada contra la estricta educación que le habían dado. Y no tenía ni idea de los peligros a los que se enfrentaba en la calle por no poder enmascarar su identidad. La observó de arriba abajo con ojo crítico y chasqueó la lengua con desagrado.

-Tiene que aprender a disfrazarse mejor -se fijó primero en su sedoso pelo. Adelantó una mano y sus dedos se perdieron entre sus mechones-. La próxima vez procure ensuciarse su hermosa cabellera. -ella alzó una mano para apartarle y él la cogió y la frotó con el pulgar-. Y las manos. Ya es bastante dudoso que una criada lleve el pelo tan cuidado, lo de las manos la delataría en el acto -bajó la mirada por sus ropas, abriéndole la capa a pesar de sus protestas. La observó detalladamente-. Hace bien en taparse tanto. ¿Quién le prestó el vestido? ¿Una ramera? Debe buscar algo que la tape más. Una mujer con sus encantos no duraría ni una hora en las calles.

La soltó y volvió a cruzar los brazos en el pecho, sacudiendo la cabeza como un profesor que ha pillado a su alumno con las tareas sin hacer.

-Tiene suerte de que vayamos a trabajar juntos, señora. Usted sola no encontraría una sola pista que la acercara a los asesinos -dicho esto, se volvió y encabezó la marcha.

Sin dejar de caminar a paso rápido se volvió a medias hacia ella, con una mueca divertida.

-Lo siento, se me olvidó presentarme. Soy Wesh -volvió la vista al frente para darle tiempo a recomponer la expresión de pasmo que en nada afeaba sus rasgos. Sólo lo suficiente antes de continuar-. He decidido aceptar su caso, pero únicamente porque presiento que no va a parar de hacer preguntas estúpidas en lugares que no debería pisar. Y sólo si usted está conforme con el precio que, en su caso, está más que claro que no será dinero

Hizo como que no prestaba atención a sus reacciones, pero no dejó de observarla por el rabillo del ojo. Pasaba de la palidez al rojo extremo en cuestión de segundos. Chasqueó la lengua. Iba a ser imposible ocultar esos sonrojos.

-¡Diablos! Por fin un poco de sentido común en esa cabecita -pasó un brazo sobre su cabeza y le golpeó la espalda a modo de aprobación. Cuando casi se cae de cabeza al suelo del impulso se dio cuenta de que en la alta sociedad, era más que probable que no se felicitaran de esa manera tan efusiva-. Lo lamento. En las barriadas la gente no es tan delicada.

La tomó de un brazo de nuevo, para ayudarla a recuperarse y mantener el ritmo. Ella intentó soltarse, pero esta vez no se lo permitió.

-Lo que le decía, me alegro de que haya captado algo del sentido de mis lecciones. Pero este no es momento de mostrarse escéptica. Realmente soy Wesh

El cansancio de la joven pareció evaporarse al comprender la realidad de la situación. Su espíritu emergió con fuerzas renovadas y no sólo se reflejó en sus enormes ojos castaños. Pudo sentirlo a través de las manos que lo asían con fuerza de la chaqueta. Las envolvió con las suyas y el calor corrió entre ambas pieles. Energía pura que le dejó desconcertado y, por un instante, descompuso su serenidad.

En ocasiones odiaba su don y esa bien podía ser una de ellas. Aquella muchacha era una humana sin habilidades que pudieran hacerla especial. Una ricachona de la alta sociedad. Había esperado encontrar indolencia en ella, una despreocupada necesidad de entretenerse con una aventura en los bajos fondos. Sin embargo, la determinación manaba de cada poro de su piel, una firmeza de carácter que no había encontrado en mucha gente. Esperanza. Esa era la segunda cualidad más fuerte que sentía en ella. La primera era la pasión, tan arrolladora que le obligó a soltarla y dar un paso atrás, evadiéndose de su contacto. Tanta pasión demostraba que la ponía en todos y cada uno de sus actos, por nimios que fueran. A él, en ese momento y esperaba que en sentido figurado, le había quemado.

Dudaba que incluso siendo un muchacho él hubiera albergado sentimientos tan nobles. Estaba convencido de que tansolo su ansia de venganza había sido equiparable en fuerza a los de la joven. Eso le daba cierta envidia, y también le provocaba desprecio hacia sí mismo. Nunca le había gustado mezclarse con gente que era mejor que él, capaz de exponer todas sus debilidades. Por eso, evitaba el contacto con la mayor parte de la gente. Por eso, a ella quería evitarla como la peste. Y sin embargo acababa de aceptar trabajar con ella. Aunque...

La mujer todavía no había aceptado el acuerdo. Quizá todavía podía disuadirla con un precio que no estuviera dispuesta a pagar.

-Antes no la conocía, señora Bennet -dijo al fin-. No sabía cuán... satisfactorio podría resultar un acuerdo entre los dos -obligó a sus labios a curvarse en una sonrisa lasciva, mientras recorría con los ojos las maduras curvas de su cuerpo, de nuevo visibles tras la capa abierta-. Quizá si hubiera sabido antes todo lo que tenía para ofrecerme, no habría esperado tanto para venir a su encuentro

El rostro de la joven se demudó al comprender el verdadero significado de sus palabras y durante un momento se arrepintió de ellas. Rechazó esa sensación en el acto. El trato que ella creía que le proponía lo consideraría sin duda alguna de la mayor bajeza. Era una SEÑORA con todas las letras. Sin duda lo rechazaría por considerarlo intolerable para alguien como ella. Pero Wesh se encontró imaginándose cómo sería pasar una noche entera entre sus brazos, con su cuerpo suave rodeándolo, con toda esa pasión rendida del todo a él y sólo a él. El sofoco que le recorrió fue aviso más que suficiente para que centrara sus pensamientos en algo menos comprometido.