The big bad wolf // Privado - Guerra [+18]

Recuerdo del primer mensaje :

Llevaba ya un par de semanas trabajando en aquel hospital y los sucesos extraños cada vez se acontecían con más frecuencia. Estrella era una muchacha con recursos y mucho recorrido en la vida y, a sus escasos veinticuatro años de edad, ya había visto multitud de enfermedades, dolencias, infecciones y mutaciones en humanos, incluso en animales. Pero lo que ocurría en aquel lugar, era algo nuevo para ella. Hombres y mujeres que parecían haber sido atacados por animales gigantescos como osos, pero cuyas garras eran más largas y laceraban más profundo, jóvenes tan pálidos que parecían haber sufrido una impresionante anemia y deberían yacer muertos, personas que se negaban a recibir asistencia cuando su vida pendía de un hilo y claramente estaban falleciendo en la cama o incluso en el suelo. ¿Y por qué allí? ¿Por qué en París? ¿A caso era algo así como un agujero del infierno donde se habían ido a reunir todas las extrañezas y muertes incongruentes posibles? La chica no le encontraba lógica alguna, no creía que fuera ningún tipo de plaga, porque aunque a veces los síntomas se asemejaban o en muy pocos casos incluso coincidían, las historias que los pocos que hablaban se dignaban a contar, no tenían ni pies ni cabeza. Parecían estar todos sujetos a los efectos del opio.

Resopló mientras se ataba a la espalda el cinturón de la bata y se lavó por enésima vez las manos cubiertas de sangre. ¿Cuántos muertos iban ya aquella madrugada? Hicieron sonar de nuevo la campana y a toda prisa con el mandil lleno de manchas oxidadas recorrió el pasillo hacia la zona de entrada, donde metían a un hombre inconsciente sin camisa y con los pantalones tan rotos que casi mejor ni los llevara, perdiendo mucho plasma y lleno de heridas extrañas, simétricas, como punzadas. Ella no era médico, sólo ayudaba, pero su curiosidad era demasiado grande y no dudó en tocar uno de los orificios. Parecía que le hubiesen atravesado con agujas de tejer, como las que había visto usar a su nana, aquella mujer que ejerció de abuela para ella y la cuidaba. Arrugó la frente, no tenía buena pinta, a este paso sería otro cadáver más a quemar más tarde en la pira.

Cogió un paño y lo empapó en agua tibia, con el frío que hacía por mucho que la calentaran al nada ya estaba helada, este paciente tenía suerte y estaría templada. Frotó de manera enérgica para limpiar las zonas secas de sangre y dejar a la vista todas las punciones y los arañazos que una vez despejada la dermis se veían. ¿Dónde diablos se había metido ese loco para terminar de aquella manera? Escurrió y volvió a pasar el paño, que ya no era blanco, sino entre rojo, marrón y negro. Porque además de líquido carmesí, el tipo estaba bien guarro. Cualquier diría que se había estado arrastrando por el fango. Al final le limpió un poco la cara y alzó una de sus cejas con incredulidad. Vaya, sería un chalado, pero uno muy atractivo.

La muchacha escuchó cada cosa que le dijo el castaño, mientras ella recorría sus antebrazos con la yema de los dedos. Notaba el calor desprenderse de la piel ajena, traspasando la propia, llegándole hasta los huesos. La temperatura del jinete la reconfortaba más que cualquier fuego o manta, y estaba segura que no era sólo porque era calor vivo, sino porque provenía del italiano.

Notaba la insistencia que hacía en un mismo punto, el hincapié que hacía en la palabra hombre y en el hecho de que ella necesitara uno. Aguardó hasta que creó que había terminado y giró con cierta expresión de incredulidad que el lobo no pareció entender, y si lo hizo, no reaccionó como la muchacha hubiese querido. ¿Qué se fuera? ¿Creía que, a esas alturas, no sabía ya dónde se había metido? Y, lo que el licántropo parecía omitir, en más de la mitad de los encuentros peligrosos que habían tenido, el origen de ese riesgo había sido ella y no él. La manada de lobos que quería matarla por venganza, el vampiro en el almacén del hospital… Sólo el encuentro con Garion había sido originado por la presencia de Guerra y no al revés. Suspiró, negando y cuando terminó de recitar, selló los labios ajenos con un suave y breve beso. -Primero de todo, yo no NECESITO un hombre, no lo he hecho nunca y no voy a empezar a hacerlo ahora… Estoy contigo porque quiero, no por una necesidad social inculcada. Sino por decisión propia, porque me siento a gusto contigo, porque haces que vea las cosas desde otra perspectiva. Me haces pensar, sonreír, enfadar…- Todo podía sonar muy banal, pero para Estrella no lo era. Siempre había sido comedida en su comportamiento y con el castaño se dejaba llevar, sin preocuparse por el qué dirán. Giró más, hasta quedar sentada con ambas piernas por encima del muslo derecho del jinete. Llevó su zurda a acariciarle la mejilla una vez más. -Sé que te preocupas por mí, ¿pero te has parado a pensar en lo que hubiese sido de mí si no llegamos a cruzar nuestros caminos? Estaría muerta, Guerra. La manada aquella me hubiese sacrificado por no poder salvar a la madre y al hijo, algo de lo que, realmente, nadie tuvo la culpa.- Pegó su frente al mentón ajeno antes de seguir hablando. -Tal vez seas tú el que corre peligro a mi lado, el que se arriesga por algo ajeno a su misión... ¿Qué harían tus hermanos si te ocurriera algo por mi culpa?- Suspiró, rodeándole con los brazos por el pecho. Aunque sus labios dijeran una cosa, lo cierto era que no le quería soltar. No quería irse, ni que se fuera él.

Con mi boca entreabierta acogía el candor de su aliento, estaba enfadada o al menos eso era lo que percibía en su aura y en sus palabras.
Decía no necesitar a un hombre y que si estaba aquí, era exactamente porque así lo quería.
No lo dudaba, nunca dije lo contrario, ni que hubiera entrado en mi casa a la fuerza y no por su propio pie. Lo que me hacia debatirme entre lo que yo quería, y lo que pensaba debía hacer, era la conveniencia de Estrella a seguir uniendo su camino al mio.
Si bien era cierto por dos veces protegí su vida, bien cierto era ,que para mi, eso era el día a día, por contra su vida era algo muy distinto, hospital, salvar vidas y a mi lado solo había sido capaz de presenciar muerte y caos.

Cerré los ojos ante la presión de sus labios contra los mio, sintiendo sus palabras contra estos, apoyé mi frente en la ajena con el ceño fruncido.
¿Se creía que para mi esto era fácil?
-Yo soy Guerra, a mi no me ocurre nada y menos por tu culpa Estrella -aseguré -he nacido para ser un jinete, para purgar de la tierra a los infieles y que una nueva humanidad resurja de las cenizas.

Deslicé mis labios por su mandíbula, bajando por su cuello de forma ansiosa, marcando con mis dientes su piel entre gruñidos.
-No se como hacer -confesé contra su yugular – pero esto es muy complicado, esta pasando algo en mi familia. Haré un viaje no se exactamente cuando, no puedo contarte mucho, no sin inmiscuirte en este asunto...

Hablaba a medias, quizás porque no quería acabar de contarle todo lo que me preocupaba. Apenas nos conocíamos y estaba metiendola sin quererlo en la boca del lobo, nunca mejor dicho. Yo no sabia nada de las relaciones, pero una parte de mi, la del lobo que anidaba en mi la necesitaba a mi lado, mis instintos me exigían que no la dejara ir. Era la razón, la cordura la que me pedía algo muy distinto, mi familia, un miembro de esta estaba cayendo a un pozo muy oscuro y no sabia como sacarla, lo peor es que sabia que Armagedon apoyaría lo que hacia con tal de que los sellos de las reliquias fueran abiertos y el apocalipsis se desencadenara sobre la faz de la tierra.
En este juego del todo vale, no estaba dispuesto a perder a mi hermana y tampoco a Estrella, estaba confundido, cansado y ahora mismo abatido pero no podía demostrarlo, no me lo permitía mi orgullo.

Cerró los ojos cuando el cálido aliento del jinete rozó su cuello, seguido de los labios y dientes, arrancando éstos últimos un leve jadeo. El castaño era experto en hacerle perder la concentración, llevar su mente a un estado de perdición que le costaba horrores controlar o que, tal vez, no deseaba tener bajo control. Mas las palabras que salieron de la boca ajena, despejaron rápidamente la neblina de lujuria que segundos antes había despertado el chico con sus actos. -¿Un viaje?- No especificó más en la pregunta, porque el propio lobo le estaba diciendo que no quería darle más detalles. Y aunque la española sentía curiosidad, casi necesidad, por saber a dónde, cuándo o por cuánto tiempo, sabía que no debía insistir. Guerra tenía mucho carácter y ya llevaba un día de malas pulgas encima, sólo faltaba que ella le enfadara más.

Interpuso sus manos entre ambos cuerpos, tomando algo de distancia, sólo para poder mirar de nuevo con sus verdes orbes aquellos ámbar. -No tengo intención de interponerme en tu camino si es lo que temes…- Apretó los labios al tomar aire, sin saber muy bien cómo enfocar la situación, cómo expresarse. Ya se había encontrado en varias ocasiones con que el licántropo malinterpretaba sus palabras y ella no estaba acostumbrada a explicar lo que sentía, así que todo en sí se complicaba y de manera absurda. Dejó escapar el aire en un suave y silencioso suspiro, antes de proseguir. -Sé que tú tienes una misión y yo la respeto, aún cuando no la comprendo.- De nuevo hizo una pausa, pero ésta vez, para hacerle ver que no estaba molesta con él, por si lo había creído al separarse un poco de su pecho, le besó suavemente en los labios, rozando luego éstos con la punta de la nariz. Había visto que él la usaba constantemente para mostrar afecto, y quiso corresponderle de algún modo, aunque tal vez no lo hiciera como debiera. -Soy consciente que mi presencia es una carga para vosotros, no necesito un doctorado para darme cuenta… Especialmente para ti, soy una flaqueza, porque te arriesgas para protegerme.- No iba a irse, al menos no si él no se lo pedía directamente, pero sí le dejaría marchar cuando tuviera que hacerlo. -¿Puedo, al menos, quedarme hasta que debas partir?- Sus pupilas estaban dilatadas, el verde de sus ojos se veía más intenso. Temía la respuesta que pudiera darle, pero la aceptaría, fuera cual fuera.

No me escuchaba, no era eso, ella se empeñaba en pensar que quería deshacerme de ella porque complicaba mi vida y el problema era justo el contrario, mi miedo era complicar la suya.
Gruñí tirando de ella hasta subirla sobre mi a horcajadas.
Ladeé la cabeza ligeramente mirando las dos esmeraldas de su rostro, intentando pensar exactamente si lo que me estaba pidiendo era quedarse para irse después. Me desconcertaba esa mujer ¿quería irse acaso?
-¿una flaqueza? -negué gruñendo furibundo -¿eso crees eres para mi? ¿Una debilidad?

No sabia ni que decirle, porque no entendía nada de lo que estábamos viviendo en ese momento, yo no se lo que quería, o si, pero no podía tenerlo porque no era un hombre si no una bestia, un jinete destinado a purgar la tierra.
Posé mi frente contra al ajena vencido por el cansancio, por un sentimiento extraño que me abocaba a un abismo al que me estaban empujando.
-No se que hacer -confesé con toda la sinceridad posible.

No era capaz de expresar nada de lo que se me pasaba por la cabeza, quizás porque ni siquiera yo sabia que era lo correcto.
Dejé escapar el aire contra sus labios aun con los ojos cerrados.
-Para desatar el apocalipsis tenemos que conseguir unas reliquias ancestrales, algo que nos permitirá abrir los cielos y que los guerreros desciendan, solo así el apocalipsis culminara y nosotros guiaremos el ejercito.
Para encontrar algunas de esas reliquias hay que abrir ciertos sellos oscuros, que consumen a mi hermana y la llevan a un lado tan oscuro que n ose si podre traerla de vuelta conmigo. Usa a Garion para su fin, para dar con esas reliquias y para que le ayude a conseguirlas, peor cada sello conlleva un coste que ella y al parecer mis hermanos están dispuestos a pagar, pero yo, yo no estoy tan seguro de que perder a mi hermana en el intento sea lo adecuado.

Mis ojos ámbar se abrieron centrados en sus estrellas.
Se lo que me diría Armagedon, somos simplemente herramientas para un bien mayor, peor el problema es que es mi hermana y yo no estoy dispuesto a perderla, se cual es nuestro deber, pero mi mundo se tambalea y tu, tu estas aquí, conmigo y eres mi paz, mi calma, eres lo que necesito...

Mi mano se posó en su mentón alzándole la cara para besarla, al principio solo una ligera presión de nuestros labios, pero pronto me adentré en su abismo, humedeciendo así un beso hambriento, necesitado que se trasformo en un duelo de sierpes enredadas que se movían de una cueva a otra.

Dejó que la atrajera contra su cuerpo, pasando una pierna a cada lado de las ajenas hasta quedar sentada a horcajadas sobre el regazo del jinete. Los gruñidos del castaño no amedrentaron a la española, pero le hicieron darse cuenta que, de nuevo, había malinterpretado la situación. Estaba claro que era un hombre orgulloso y que decirle que tenía una debilidad le había sentado mucho peor de lo que la enfermera esperaba. Suspiró cuando las frentes de ambos se tocaron y llevó ambas manos a acariciarle la barba, ahuecando las mejillas foráneas contra las palmas. -Sé que tú eres un jinete del Apocalipsis y te crees invencible… Pero ya viste que te pueden herir.- Comentó, haciendo referencia a su encuentro con Garion y la tremenda cicatriz que ahora le cruzaba el pecho. Y ella, al igual que una herida abierta, podía exponer la vida del italiano. Tal vez no tenían un vínculo como el de sus hermanos, pero le había visto ponerse en riesgo por ella desde el principio, cuando ni siquiera se conocían. Y estaba convencida que cada minuto que pasaba a su lado, ese instinto protector de lobo hacia ella crecía. Aún así, no hizo mayor hincapié en aquello, pues le veía preocupado por otros motivos y el licántropo no tardó en decírselos.

Escuchó el relato de Guerra, que le hablaba de cosas que ella no comprendía del todo, aunque más o menos fue entendiendo la historia. No entendía lo de abrir sellos, pero sí lo que ello podía implicar para la hermana del muchacho. Quería decirle que él no era el único encargado en traer de vuelta a la chica, que había otros dos hermanos, que aunque de buenas a primeras parecían dispuestos a sacrificarlo todo, seguro que harían lo imposible por salvar a Deborah. Tal vez el instinto del lobo era más fuerte, pero se habían criado juntos como una familia, y por mucho que se creyeran herramientas, no se podía borrar una unión como aquella sin remordimiento alguno. Al menos era algo que no era capaz de concebir Estrella.

Sus ojos verdes seguían fijos en los ambarinos que la observaban como si buscaran en ella una solución o, al menos, un refugio en el que permanecer por un tiempo, ignorando lo que ocurría fuera o estaba por llegar. Y, en aquel instante, el jinete le pareció más humano que nunca, vulnerable, temeroso. No porque hubiese dejado de ser Guerra, sino porque temía perder a un ser querido en su contienda. Ella no podía decirle que todo saldría bien, porque no lo creía. La misión de aquellos cuatro jóvenes le parecía una auténtica locura que era imposible terminara bien para nadie. Aún así, había algo que sí podía hacer, y era ser ese remanso de paz temporal que necesitaba. Pasó a rodearle con los brazos por encima de los hombros, haciendo luego descender la yema de sus dedos por la espalda desnuda del castaño, al tiempo en que sus bocas se unían, una vez más, en un beso. Ejerció algo de fuerza para hacer que el lobo se tumbara, cayendo ella sobre el torso ajeno, mas no separó sus labios de los foráneos ni aminoró la fogosidad con la que se encontraban sus lenguas. Cerró los ojos, dejándose llevar por la pasión, por ese anhelo que ella misma sentía. Si se acercaba el final del mundo conocido, si la purga estaba a la vuelta de la esquina, aprovecharía hasta el último segundo que tuviera para compartir con Guerra.

Su cuerpo empujó con suavidad el mio hasta que mi espalda cayó sobre aquellas pieles de oso tupidas.
Nuestras bocas se acariciaban, beso húmedo de lenguas de fuego, fogoso el encuentro en el que nos convertimos en cíclopes y olvidé todo excepto el sabor de nuestros labios.
Mis manos se colaron hábiles por debajo de su camisola, alzándola mientras de mi garganta salían esos característicos gruñidos de pasión que sentía.

Saqué la camisa por su cabeza, solo en ese instante nuestras bocas tomaron aliento y colisionaron de nuevo como el mar contra las rocas.
Las llamas naranjas lamían nuestros cuerpos, una de mis manos en sus caderas, incitándola a bailar contra mi abultada hombría mojada.
Mi otra mano se restregaba por sus dos pechos, coronando sus cúspides, tirando de esas astas endurecidas.
Su cintura se arqueaba, el pelo caía lacio sobre sus nalgas como una violenta cascada, sexos que friccionaban estimulándose.

Tomé con mi diestra el tronco acariciando con mi glande su trinchera, masturbándonos mutuamente entre roncos gemidos que nos delataban.
Lujuria, pecado que desde que nos conocimos nuestros cuerpos necesitaban, nos consumíamos incapaces de ceder un ápice en aquel encuentro de boca contra boca, piel con piel.
Sus labios me dieron paso , mi glande se adentró en el abismo que se abría caliente y húmedo para darme cobijo.

Nuestros cuerpos se perlan en sudor por los míticos movimientos de nuestros cuerpos. Nuestra piel fricciona mientras ella me monta como una amazonas, salvaje, perfecta, cincelada por el demonio pues nadie puede si no este tentar a un jinete del Apocalipsis.
Mi vaho golpea rabioso su cuello, succionandolo, marcándolo con mis dientes preso del frenesí que siento en ese momento.

Cada vez gruñimos mas fuerte, no puedo evitar llevar mi mano a la parte trasera de su culo, acariciándolo., golpeándolo con un par de manotazos que me excitan.
La entrada de su vagina completamente abierta, empapada suena por el choque, mi polla resbala hundiéndose completamente en ella preso de las sacudidas de nuestros sexos.
Tomo sus nalgas entre mis manos y aprieto mas contra mi, incremento el ritmo, aquello sin duda es un baile con la muerte y los dos nos hemos perdido completamente.
Jinete y estrella se miran de frente porque he olvidado todo preso del hechizo de su mirada turbia y su boca hambrienta.

La empujó para que caiga sobre el lecho, me convierto en su escudo y la penetro con rudeza con mi acero, la embisto con violencia, sus manos empujan mis nalgas para que entre mas adentro enredando sus piernas a mi cintura quedando encajado en aquel torrente de sensaciones.
Nuestras bocas se muerden, se devastan enredando las lenguas en una salvaje danza.
Siento como me esparzo en su interior, mi falo da fuertes sacudidas que me hacen incrustarla mas dentro al tiempo que gruñidos guturales escapan de mi garganta.

Dejó que el jinete la desvistiera, sintiendo como el calor del cuerpo ajeno la envolvía, la atravesaba, terminando por anidar en su interior hasta prender una llama más intensa que las que bailaban en la chimenea. Una parte de la española era consciente, ahora, que lo que ella hacía con el castaño era un pecado que los jinetes condenaban y que, por lo tanto, podía traerle problemas a la larga, pero aún y con esa parte racional de su mente sabiendo eso, estaba dispuesta a caer a las brasas del infierno sin oponer resistencia, a cambio de pasar más tiempo en brazos de Guerra. No le podía poner nombre a eso que sentía, ni era capaz de describirlo, sólo podía dejarse llevar, porque con la cercanía ajena, ella se sentía bien y no sólo cuando se revolcaban desnudos como dos animales salvajes.

Tal vez fuera algo extraño, una locura, pero se sentía más ella que nunca. Como si hubiese estado reprimiéndose toda la vida, y no sólo por aquellas sonrisas afables que vestía en su rostro al tratar con pacientes complicados. Era como si una parte de ella misma estuviera despertando y la llenara de energía, de vitalidad. Sentía un candor en el pecho esparcirse por todo su ser hasta alcanzar la yema de los dedos y las puntas de las orejas.

Los gruñidos del lobo la regresaron al presente, a lo que estaba haciendo, a lo que tenía con el italiano. Jadeó contra la boca foránea cuando el glande se abrió paso entre los labios de su sexo, penetrándola. El licántropo no era precisamente cuidadoso, aunque a esas alturas la enfermera ya estaba acostumbrada. Gimió, acompañando el movimiento de las caderas para que las embestidas fueran al ritmo que ella marcaba y logró mantener el control por unos minutos, aunque casi desesperaba pues, al parecer, se había hecho ya al vaivén que utilizaba el jinete en sus estocadas y ella temblaba, ansiosa, arañándole la espalda cuando recibió aquel par de nalgadas. No supo si él la comprendió y si el motivo fue otro, pero en cuanto cambiaron de posición, no le costó nada alcanzar el orgasmo, como si con sólo tener al lobo encima, arrinconándola entre la piel de oso y su cuerpo, fuera suficiente para hacerla estallar en un clímax descontrolado. La mente de la chica se puso en blanco haciendo que perdiera la consciencia. La conversación que habían mantenido antes de unir de nuevo sus cuerpos, había despertado algo en ella, algo que ya no se podía volver a guardar o esconder. La temperatura que el licántropo había compartido con la joven, como una semilla había hecho mella en el cuerpo de la muchacha, despertando la verdadera alma que llevaba oculta durante veinticuatro años dentro de la humana, cuyo nombre tenía más significado del que nadie hubiera podido imaginar o creer posible. Pues en el pecho de la española, titilaba el alma de una estrella.

Al recobrar el sentido, abrió lentamente los ojos, encontrándose con los ámbar del castaño que la observaban. Dejó caer suavemente los párpados un par de veces, aunque sus orbes esmeraldas habían adquirido un cariz distinto al de siempre, se veían más claros y brillantes. -Creo que me he desmayado un momento...- Sonrió, besando una vez más a Guerra.

Aun respiraba de forma agitada contra su piel cuando la sentí desfallecer entre mis brazos, su cabeza cedió contra la alfombra dejando que el abanico que formaba su pelo quebrara su forma perfecta.
Me asusté, mi cuerpo se tensó sobre el suyo mientras su nombre, apenas audible y en un susurro escapaba de mis labios de forma etérea.

Tomé su mandíbula entre mis dedos para observarla, su corazón latía férreo, acompasado, quizás mis embestidas habían sido excesivas para tan bello y frágil cuerpo y por primera vez temblé por haber dañado a un ser humano.
Sus parpados pesados se abrieron, mis ámbar, asustados se hundieron en aquel iris cristalino ¿que demonios era eso? Brillaban con una tonalidad distinta y no por ello menos bella ante mis ojos.

Hechizado contemplé un instante su modo de mirarme, como si contemplara el mismo firmamento y pedir pedir un deseo fugaz, como lo fue el tono de sus ojos.
-¿Estas bien? -pregunté abrazándola como si mi Dios acabara de devolverme la vida.
Tiré de ella sentándola a horcajadas mías, nuestros cuerpos perlados en sudor quedaban lamidos por los haces naranjas de las llamas.
Candor en nuestros cuerpos, no solo por la cercanía de la lumbre si no por el lascivo acto de este encuentro.

Su aliento se adentraba en los confines de mi boca, escasa la distancia mientras mis dedos la llenaban de caricias y mis ojos de miradas.
-Me he asustado -confesé como lo hubiera hecho un niño perdido.
Mi nariz rozaba la suya, nos convertíamos en cíclopes cuando frente contra frente sentí sus manos en mi cara.

Primero silencio, solo el crepitar del fuego acompañaba ese idílico momento donde admirábamos al otro hasta reconocerlo.
Yo no sabia bien que demonios era eso que encendía mi pecho, ni porque mis brazos la aferraban con tanta fuerza que temía ahogarla, peor mas perderla, solo sabia que pasara lo que pasara, por esa noche al menos era mía.

Por unos segundos, su visión parecía envuelta en una densa neblina que rápidamente se fue disipando, hasta que el rostro del jinete, con una expresión que la española desconocía, fue lo único que tuvo ante sus ojos. Dejó que la abrazara e incorporara, hasta quedar de nuevo sentada a horcajadas sobre el regazo ajeno. Le notaba realmente intranquilo, algo que a la enfermera la tenía totalmente descolocada, pues sólo había conocido a un Guerra seguro de sí mismo, testarudo y directo en sus acciones, mientras que ahora parecía hasta dudar de la fuerza que debía usar al estrecharla contra su cuerpo. -Estoy bien, tranquilo. Sólo he perdido el conocimiento un par de segundos…- La muchacha llevó ambas manos a ahuecar las mejillas del castaño, acariciándolas con la yema de los pulgares, peinando lentamente su barba. -De hecho… estoy mejor que nunca.- Sonrió, pegando su frente a la foránea, disfrutando de aquel leve roce entre las narices de ambos.

La chica ladeó la cabeza poco a poco, hasta que las bocas de ambos se unieron de nuevo, mas no fue un beso de aquellos apasionados y fogosos a los que ya estaban acostumbrados, sino que fue muy suave, aunque no corto. Los labios de Estrella parecían estar algo fríos, pero pronto recuperaron su temperatura al encontrarse con los del italiano. Intercambiaron un breve suspiro, aliento cálido. Al separarse de nuevo los orbes verdes de ella brillaban como siempre y los ámbar del jinete parecían ya más calmados. -Siento haberte asustado, Guerra.- Susurró en tono sincero y bajo, al tiempo en que con la zurda peinaba aquellos rizos rebeldes, descubriendo el rostro aún preocupado del joven. Estaba claro que no había sido algo intencionado y, si lo mencionara en voz alta, seguro que el jinete se ofendería, pero al menos había conseguido que, por unos momentos, se olvidara de los problemas con Garion y su hermana, aunque ahora le preocupara otra cosa. -Me das más calor tú que la chimenea…- Comentó con una tierna sonrisa, no intentaba sonar lasciva, aunque conociendo al castaño, no le extrañaría que él sí se lo tomara de aquella manera.

Se sujetó con una mano al hombro ajeno y extendió la otra para alcanzar las copas que seguían por ahí cerca, fuera de la alfombra, en el suelo. Las atrajo y le ofreció una a su acompañante, al tiempo en que le daba un breve sorbo a la suya. El vino le subía rápido a la cabeza, pero unos pequeños tragos no le hacían mal a nadie. Y, estaba claro, que ambos necesitaban desconectar de la vida, aunque sólo fuera por una noche.

Me relamí los labios contemplando su mirada esmeralda, había recuperado su habitual fulgor que centelleaba mirando mis pardos. En su iris brillaba el fuego de las llamas, mi sonrisa se había ensanchado al escuchar que la calentaba mas que la hoguera, lo que me llevo a elevar de forma engreída dos veces la ceja.
Ambos estallamos en carcajadas, había olvidado los problemas, Garion, mi hermana y esos sellos que estaba dispuesta a abrir y ahora solo me centraba en divertirme, beber y dejar que las caricias se sucedieran entre ambos.
Estaba tranquilo, relajado, el licantropo descansaba en mi interior y también el jinete.
-Cuéntame algo de ti -susurré atrayendo su rostro contra mis labios. -no se nada de cuando eras pequeña ¿como llegaste a ser enfermera? ¿viven aun tus padres? ¿siempre has vivido en París?

Llené de nuevo sendas copas mientras esta iba hablándome de ella, hasta ahora, solo yo le había contado cosas, la mayoría sobre mi único propósito en la vida.
-Tengo hambre -aseguré mordiendo su hombro mientras esta sonreía por mi interrupción.
Nunca había tenido una cita, no era de los que sabia bien como se llevaban esas cosas.
-sigue, sigue, te estaba escuchando -dije excusándome mientras esta sonreía volviendo a llevar la copa a sus labios.

El ambiente fue calentándose por el alcohol, ya no quedaba ni una gota en la botella, yo estaba tumbado, ella desnuda quedaba recostada sobre mi cuerpo, con su pierna enredada entre las mías y con su barbilla apoyada en mi pecho, acariciando lentamente mi piel.
Estaba preciosa, era la primera vez que podíamos disfrutar de esto, de paz, no teníamos que huir de ningún enemigo, solo disfrutar de la compañía del otro.
-Estas borracha -le dije al verla reír por cada tontería que yo decía, esta negaba con las mejillas sonrosadas.

La volteé dejando que su pelo quedara esparcido sobre la alfombra de pelo como un abanico, mis labios buscaron su boca despacio, paladeando aquel sabor a licor.
-Si lo estas -susurré perfilando con mi lengua sus labios -pronto amanecerá ¿quieres que subamos al tejado y lo veamos? ¿crees que podrás ponerte en pie? -bromeé con picarda sin dejar de pasear mis dedos por su perfecta piel.
-hace poco fui con una inmortal a un sitio que cocinaban carne poco hecha, hacían un postre de chocolate muy bueno, podríamos ir alguna noche si quieres.
Repasé su boca con mi dedo sin poder dejar de mirar sus jugosos labios.
-¿subimos al tejado? Puedo coger otra botella.

Al regresar a su posición y ver aquel gesto con la ceja, no pudo sino reír, negando. Ese lobo era incorregible, lo tenía muy claro ya, pero formaba parte de su encanto, de eso que atraía a la española. Dejó que el jinete la atrajera y le escuchó hacerle preguntas mientras ella perfilaba su labio inferior con la yema del pulgar. Negó, respondiendo con aquel gesto únicamente a la última de las cuestiones antes de hablar. -Nací en España y me eduqué bajo la tutela de mis padres, en casa. Nunca fui a un colegio y no tengo realmente título para ejercer de enfermera… soy voluntaria, de hecho, ni siquiera cobro. Trabajo a cambio de la habitación que viste y raciones de comida.- Iba acariciando el rostro del castaño mientras le explicaba, perdiéndose en sus ojos, haciendo breves pausas para darle sorbos al vino que poco a poco se le iba subiendo a la cabeza y lograba que el tono de su voz sonara menos serio, más relajado. -Siempre fui muy curiosa y en cuanto me lo permitieron, empecé a viajar por Europa, aprendiendo idiomas, ayudando gente… Hasta terminar aquí, en París, donde llevo sólo unos meses.- Recibió entonces el mordisco y le regañó, aunque bromeando y terminó por sonreír, agarrando su copa recién llenada y le observó a través del cristal, riendo por como con las ondas del vino todo se desfiguraba de manera divertida. -Mis padres siguen vivos, pero están en España y hace varios años que no les veo.-

Después la conversación se volvió más distendida y muchas de las cosas que se dijeron, quedarían olvidadas, pues eran irrelevantes, tonterías, pero hicieron la noche más amena y terminaron recostados, desnudos y entre risas. -No estoy borracha...- Mintió, pero de manera inconsciente, porque el alcohol le tenía la mente turbia y atontada. Todo le parecía gracioso, incluso cuando una corriente fría le llegó por la espalda y erizó su piel, haciendo que la chica se aferrara más a Guerra.

Cuando éste la recostó, rio de nuevo al dejar caer la copa ya vacía que rodó hasta salirse de la piel de oso. Observó al italiano desde abajo, acariciando de nuevo su rostro y le besó la punta de la lengua cuando con esta él le perfiló los labios. -No sé ni si podré mantenerme sentada...- Bromeó, haciendo un gesto como si pretendiera morderle cuando el jinete se apartó nuevamente de su boca. La entreabrió al sentir la caricia, suspirando contra la yema con su aliento húmedo y cálido. -Creo que mejor sin la botella...- La cabeza le daba algunas vueltas y sus pupilas, muy dilatadas, bailaban casi al mismo son que las llamas. Se notaba que estaba algo ebria y al no estar acostumbrada, el efecto sería más torpe de lo que pudiera en alguien habituado a la toma de bebidas alcoholizadas. Estiró los brazos, agarrándose al cuello ajeno y sonrió ampliamente. -¿Me ayudas a incorporarme?- Ella lo intentó sola antes de que él actuara y rápidamente cayó de nuevo sobre la tupida piel de oso que detuvo el golpe de su espalda y cabeza. -Ups…-

Me eché a reír cuando la vi tratar de ponerse en pie, algo que me divierte enormemente pues de nuevo cae de culo sobre la alfombra.
-Cógete pequeña -le digo agachándome hasta que su brazo rodea con delicadeza mi cuello.
Sus dedos se deslizan por mis labios mientras su mirada turbia sigue aquel sendero que dibuja con ellos.
Su aliento bañado en alcohol impacta en la humedad de mi boca entreabierta, adentrándose entre mis labios.
-Estas preciosa borracha -aseguré mientras esta vuelve a negar acariciando con su nariz la mía negando la evidencia.

Se coge mas fuerte, como si temiera caerse, mis labios se entreabren acogiendo el fuego de su boca, mis pasos se detienen para paladear el sabor a frutado del vino que envuelto de su saliva sabe mucho mas cálido.
Mis ojos toman un tono ambarino, me delatan las ganas que siempre siento cuando nuestros cuerpos friccionan.

Las pieles envuelven sus curvas, su melena cae en cascada sobre estas dotándole de un aspecto salvaje, lujurioso y de nuevo, mirándonos a los ojos empiezo a caminar hacia la parte alta de la mansión.
Un pequeño ventanal en la parte mas alta, es nuestra salida, la sujeto y con una mano abro el postigo, después la cristalera.
El aire frio entra a través su piel se eriza mientras ríe contra mi cuello, la arropo mas y con mi agilidad salgo hasta apoyar mis pies en el alfeice de la ventana.

Empiezo a subir unas pequeñas escalinatas de hierro forjado hasta el tejado, la abrazo tomando asiento con ella como si fuera una niña en mi regazo.
El cielo todavía esta en tinieblas, luces platas que empiezan a desplazarse.
-En un par de días, la dama blanca coronará el cielo y seré una bestia de la noche -susurré deslizando mis labios por su cuello, mordiendo su mandibular hasta lamer el lóbulo de su oreja – te deseo.

Ella reía divertida por mis caricias hasta que como una niña, salta porque ve una estrella fugaz cruzar el firmamento, la señala con el dedo y mis ojos ámbar siguen la estela mientras mis brazos la atrapan para que no se caiga por su efusividad.
-¿Has pedido un deseo? -preguntó acariciando su boca -¿soy yo? -bromeo de forma engreida lamiendo sus labios, perfilándolos.
Me divierte ver como borracha me busca, me acaricia el cuerpo poniendo caras al notar mis músculos tensos pegarla contra mi cuerpo.
Estoy muy bien, demasiado bien junto a ella, nunca he experimentado estoy en parte tengo miedo a que termine lo que quiera que me de mi estrella.

Cuando el jinete le dijo que se sujetara a él, le rodeó por encima de los hombros con el brazo izquierdo, mientras llevaba la diestra a reseguir los labios del castaño, despacio, suavemente. Ella rio por las tonterías que él le decía sobre lo bonita que estaba ebria y ella negó, ya no por decirle que no a lo de estar borracha, sino por el halago que le había soltado. Las narices de ambos se rozaron y ella estuvo tentada a besarle de nuevo, pero justo en ese instante la alzó y ella se agarró con más fuerza, pues en el estado en el que se encontraba se sentía más insegura en cuanto al equilibrio y la posibilidad de caer. Entonces sus bocas se unieron, como si Guerra intentara distraerla de ese temor repentino que siente, y funcionó. Se perdió en el sabor ajeno, antes de que el italiano reanudara el paso y subiera por las escaleras. La enfermera suspiró, acurrucándose contra el cuerpo ajeno, hasta que el frío exterior se coló por uno de los pliegues de la piel de oso y le erizó el vello de la nuca, haciendo que toda ella temblara sensiblemente. Pronto suben de manera ágil, casi de un solo salto, ella ocultando el rostro en la curvatura del cuello del muchacho con ambas manos pegadas a su propio pecho para conservar el calor.
 
Una vez arriba, se acomodó en el regazo foráneo, observando el firmamento que aun se medio ocultaba entre la neblina parisina y las nubes que se movían hacia la izquierda empujadas por el viento. Escuchó las palabras del castaño, su referencia a la luna llena. Con la bebida subida a la cabeza no comprendió muy bien lo que podía implicar aquello que le dijo el contrario sobre convertirse en una bestia. Ella le había visto convertido en una, pero no sabía que había unos días en los que, además de su cuerpo, su mente era consumida por el licántropo.
 
De pronto, entre los algodones apareció una estrella fugaz y la española, impulsiva como era, saltó de pronto hacia delante, señalando la estela en el cielo. Se tambaleó, pero el lobo la agarró antes de que pudiera suceder una desgracia, apegándola de nuevo contra su cuerpo para sentarla. -Gracias…- Susurró, perdiéndose en los ambarinos ojos de Guerra que la observaban de una manera que a ella le pareció distinta a la de siempre, claro que con el vino recorriéndole las venas, lo que su mente le dijera tampoco era que fuera mucho de fiar. Sonrió al recordar la pregunta que le había formulado y asintió. -He pedido un deseo, pero si lo digo no se cumplirá…- Murmuró, rozando ésta vez la mejilla ajena con la punta de su nariz, recorriendo la mandíbula del chico con besos. Había deseado que la noche no terminara, aún y sabiendo que era algo imposible de cumplir, pero estaba siendo simple y egoísta, más humana que nunca. Más sincera consigo misma.

Ladeé la cabeza cerrando por un instante los ojos dejando que sus labios recorrieran húmedos mi mandíbula.
Mi boca se entreabrió cuando su sinhueso lamió mi cuello y succionó ligeramente hasta marcarme como suyo, aquel gesto, muy lobuno, me arrancó un gruñido, mi boca buscó la suya adentrándome en las marismas, paladeando su envolvente lengua con sabor a licor.
Sonreí contra su boca un instante.
-¿Así que no me vas a contar que es eso que has pedido? -pregunté arropándola mas con las pieles.

Nos quedamos allí, abrazados, admirando el inmenso firmamento, dedicándonos besos, caricias y conversaciones cómplices que poco a poco nos hacían ir conociéndonos un poco mas.
No quería hablar de las preocupaciones, que no eran pocas, yo era lo que era y no podía omitir que mi sino siempre estaría en llevar el caos, la purga en una humanidad corrupta.
Dios me había elegido para llevar su mandato y nada podía alejarme de mi sino.

Hundió su cabeza en mi cuello, el alcohol le daba sueño y sentía como poco a poco cedía entre mis brazos.
Me sentía tan bien en ese momento que no quería que la noche terminara, peor finalmente la española acabó sucumbiendo al sueño, así que la alcé y con esa velocidad y destreza que me caracterizaba de un saltó volví a encaramarme por la ventana con Estrella entre mis brazos.

La tumbé en el lecho de mi cámara, me acerqué al fuego colocando dos nuevos maderos para mantener templada la estancia.
Me acerqué al mueble bar, me serví una copa de bourbon acercándome después al ventanal para admirar el ajetreo de la bulliciosa París, el cenit colocaba el sol en el centro del cielo datando de luz aquel lugar donde ahora residíamos y que pronto abandonaríamos para ir en busca de una de esas reliquias necesarias para abrir las puertas al abismo.

Acabé tomando asiento copa en mano en un sofá de piel frente a la lumbre, mis ojos se perdieron en el lecho y el placido sueño de la española.
Lo nuestro ni de lejos iba a ser fácil, ni siquiera sabíamos bien que esperar del otro, pero tampoco estaba dispuesto a no descubrirlo.

Acabé sucumbiendo al sueño con mi cabeza apoyada en el respaldo y la copa entre mis dedos sobre el apoya-brazos.

Se relamió tras morder el cuello ajeno, un impulso que no sabía de dónde había nacido, pero que le había parecido muy apropiado en aquel momento. Tal vez fuera cosa del alcohol o de la compañía lobuna que tenía, pero se sentía un tanto salvaje y le gustaba. Negó ante la pregunta, acurrucándose de nuevo entre los brazos del castaño que la apegaba a su cuerpo, envuelta en la tupida piel de oso negro.

Se quedaron allí, hablando, diciendo tonterías, riendo, besándose y cubriéndose de caricias, mientras dejaban a un lato todo lo malo, al menos por el resto de la noche. Ambos sabían que era lo que les aguardaba cuando saliera el sol, pues el lucero más brillante pondría fin a la pausa que ellos habían creado para conocerse mejor, para sentirse, para dejarse llevar y desinhibirse. Y aunque la española quería aguantar, sus párpados parecían pesarle una tonelada y se empeñaban en caer una y otra vez con lentitud, apagando el firmamento con cada pausado parpadeo. Al final, y en contra de su propia voluntad, Estrella terminó por dormirse mientras aún sonreía, recordando alguna de las burradas que había soltado el jinete, como siempre muy en su línea.

Para cuando la muchacha logró despertar, ya era de día y un dolor le atormentaba las sienes. Se llevó la mano derecha a sostenerse la cabeza mientras con la zurda se empujaba para incorporar el torso, buscando a su alrededor pues en la cama se encontraba sola. Vio entonces a Guerra dormido en el sillón. Una sonrisa cruzo sus labios, pero un nuevo pinchazo en el cerebro la borró de inmediato. -No más vino…- Murmuró para sí misma y con torpeza y pesadez logró desplazarse hasta el borde del colchón, colocando entonces los pies en el suelo. Recuperó un vaso con algo de agua que había en la mesita de noche y le dio un par de sorbos mientras se rascaba el muslo, aún intentando terminar de despejar la mente. Dejó el objeto allí donde originalmente estaba, se envolvió mejor con la piel de oso que aún estaba rodeando parte de su cuerpo y se levantó, aproximándose despacio y casi arrastrando los pies hasta la posición en la que se hallaba el italiano. Le quitó la copa de entre los dedos, dejándola a salvo y se sentó ella en el apoyabrazos hasta dejarse resbalar y caer suavemente en el regazo del licántropo. Añoraba el calor que él desprendía, aquel que sólo el jinete era capaz de darle. -Buenos días…- Susurró al besarle en la mejilla, aunque por sus actos y voz, estaba claro que la enfermera no deseaba despertar del todo, sino volver a dormirse.

-Ummmmm -musité al sentir como dejaba caer su cuerpo sobre mi regazo. Mi sonrisa se ladeó aun con los ojos cerrados al sentir ese característico gesto que la española había desarrollado estando conmigo. Deslizó su nariz por la piel de mi cuello erizandolo por completo, me gustaba mucho sentir ese gesto tan lobuno, tan cariñoso.

Apoyó su cabeza en mi pecho envuelta en las pieles, acurrucada contra mi, con claros signos de pretender seguir durmiendo un poco mas al menos.
La abracé, adormilado y no se si llegaron a pasar unos minutos cuando de nuevo estaba con los labios entreabiertos roncando.
Esta vez me despertó su risa, enarqué una ceja abriendo un ojo.
-¿que pasa? -pregunté con la voz ronca por el sueño.

Ella susurró que con mis ronquidos no podía dormir, lo que hizo que abriera ambos ojos antes de fruncir el ceño.
-No ronco -dije mientras la risa de Estrella se perdía en la habitación alegando que parecía un niño enfadado.
Deslice mis dedos por su cintura haciéndole cosquillas mientras la española se revolvía entre mis brazos.
-¿Así que un niño eh? -dije buscando sus labios entreabiertos.

Aquel despertar empezaba a ser una constante a su lado, me sentía bien, era como si mi vida tuviera mas sentido ahora en el que no solo tenia que arrancar vida, si no que alguien quería compartir la suya conmigo.
Los dos íbamos muy perdidos en esto..no tenia ni idea de lo que hacinamos y pronto tendría que ir de viaje, pues había que encontrar las reliquias antes de que la inquisición las localizara y se apropiara de ellas.

Cada paso haca ellas implicaba romper sello y a su vez, implicaba perder un poco mas de mi hermana Deborah.
Pensar en ello ensombreció mi mirada, fueron las caricias de Estrella ,que ya empezaba a conocer mis gestos, lo que me trajo de vuelta a sus besos.
Su lengua se adentró entre mis labios, envueltas en una gesta épica nos besamos, la fricción de nuestros cuerpos nos hizo perdernos en la lujuria de la desnudez de ambos.
La cámara se inundo de roncos jadeos, de una explosión de éxtasis de la que me embriagaba con tan solo el roce de su cuerpo.

Con la sonrisa de aquel que saciado sale de n burdel me calcé la ropa sn dejar de mirarla, ella tenia que ir a trabajar, así que la acompañaría a casa para que cogiera lo necesario y después yo iría a investigar sobre la reliquia y ese sello que al parecer la custodiaba.

La trama continúa aquí http://www.victorianvampires.com/t41465-twinkle-twinkle-little-star-privado-guerra