The big bad wolf // Privado - Guerra [+18]

Recuerdo del primer mensaje :

Llevaba ya un par de semanas trabajando en aquel hospital y los sucesos extraños cada vez se acontecían con más frecuencia. Estrella era una muchacha con recursos y mucho recorrido en la vida y, a sus escasos veinticuatro años de edad, ya había visto multitud de enfermedades, dolencias, infecciones y mutaciones en humanos, incluso en animales. Pero lo que ocurría en aquel lugar, era algo nuevo para ella. Hombres y mujeres que parecían haber sido atacados por animales gigantescos como osos, pero cuyas garras eran más largas y laceraban más profundo, jóvenes tan pálidos que parecían haber sufrido una impresionante anemia y deberían yacer muertos, personas que se negaban a recibir asistencia cuando su vida pendía de un hilo y claramente estaban falleciendo en la cama o incluso en el suelo. ¿Y por qué allí? ¿Por qué en París? ¿A caso era algo así como un agujero del infierno donde se habían ido a reunir todas las extrañezas y muertes incongruentes posibles? La chica no le encontraba lógica alguna, no creía que fuera ningún tipo de plaga, porque aunque a veces los síntomas se asemejaban o en muy pocos casos incluso coincidían, las historias que los pocos que hablaban se dignaban a contar, no tenían ni pies ni cabeza. Parecían estar todos sujetos a los efectos del opio.

Resopló mientras se ataba a la espalda el cinturón de la bata y se lavó por enésima vez las manos cubiertas de sangre. ¿Cuántos muertos iban ya aquella madrugada? Hicieron sonar de nuevo la campana y a toda prisa con el mandil lleno de manchas oxidadas recorrió el pasillo hacia la zona de entrada, donde metían a un hombre inconsciente sin camisa y con los pantalones tan rotos que casi mejor ni los llevara, perdiendo mucho plasma y lleno de heridas extrañas, simétricas, como punzadas. Ella no era médico, sólo ayudaba, pero su curiosidad era demasiado grande y no dudó en tocar uno de los orificios. Parecía que le hubiesen atravesado con agujas de tejer, como las que había visto usar a su nana, aquella mujer que ejerció de abuela para ella y la cuidaba. Arrugó la frente, no tenía buena pinta, a este paso sería otro cadáver más a quemar más tarde en la pira.

Cogió un paño y lo empapó en agua tibia, con el frío que hacía por mucho que la calentaran al nada ya estaba helada, este paciente tenía suerte y estaría templada. Frotó de manera enérgica para limpiar las zonas secas de sangre y dejar a la vista todas las punciones y los arañazos que una vez despejada la dermis se veían. ¿Dónde diablos se había metido ese loco para terminar de aquella manera? Escurrió y volvió a pasar el paño, que ya no era blanco, sino entre rojo, marrón y negro. Porque además de líquido carmesí, el tipo estaba bien guarro. Cualquier diría que se había estado arrastrando por el fango. Al final le limpió un poco la cara y alzó una de sus cejas con incredulidad. Vaya, sería un chalado, pero uno muy atractivo.

Y en la mente de la castaña no cabían las preguntas más vitales, ¿por qué en aquel lugar, con aquel hombre y en aquel momento? Y era lógico que no se hiciera aquellos interrogantes, porque no tenían respuesta alguna. Sencillamente tenía que ser así, porque ambos lo deseaban. Se estaban dejando llevar por una pasión y un desenfreno dignos de la más salvaje naturaleza, porque aunque sólo Guerra fuera un lobo, ahora Estrella se sentía una fiera. Dejó que liberara sus pechos de la prisión de algodón y con el simple roce de sus senos desnudos contra la ardiente piel del muchacho, los pezones se le pusieron duros. Y por si aquello no fuera poco, él decidió torturarlos, los apretó entre sus dedos, tiró de ellos y los retorció ligeramente. La respiración de la española llegó un punto en el que quebró el ritmo, y es que era imposible que de su boca no escaparan los gemidos. Pero en ningún momento dejó de buscar los labios ajenos, ansiando morderlos, lamerlos, besarlos y saborearlos. Y en su lengua quedó sabor ambrosía, la saliva del licano ahora también era la suya.
 
Sentía arder cada milímetro de piel que las manos foráneas recorrían, y al mismo tiempo le parecía que era poco lo que ardía. Hizo descender ambas suyas por la espalda ajena y en cuanto no pudo hacerlas bajar más, clavó ahí las uñas. Arañó al tiempo en que el jinete le apartaba la prenda, resiguiendo el camino de vuelta. Y a pesar de saber lo que estaba por llegar, nada la hubiese podido preparar para el dolor y el placer que un solo empujón le provocaría. Gruñó, aferrándose al cuerpo que la tomaba, haciéndola suya, y en cuanto los dientes del muchacho marcaron la dermis de la chica, ésta tensó toda su figura, estrangulándole el falo que ya desde el principio se había movido con dificultad dentro de su húmeda vagina. Jadeó en busca de aliento, echando la cabeza hacia atrás al dejar más expuesto su cuello para que el sendero que marcaban los belfos del joven no se detuvieran. Y cuando sus paredes parecieron adaptarse a la forma de aquel ominoso falo, una corriente recorrió a Estrella de los pies a la cabeza, como si tiraran de ella hacia arriba. Buscó nuevamente la oreja foránea y la perfiló con la lengua, a la vez que sus caderas comenzaron a moverse de forma instintiva. Intentaba sentirse más cómoda y, al mismo tiempo, rozarse más con el torso caliente del hombre que entre sus brazos la sostenía. Inició formando lentos círculos que, sin previo aviso, cambiaban de sentido. Aquello causó en ella un placer que desconocía y, a medida que aumentaba la velocidad de su pelvis, le fueron temblando las piernas. Con las rodillas hincadas en la cama a ambos lados de las caderas ajenas, terminó por empujar el pecho de Guerra y dejarlo tendido en el catre. Sus ojos esmeralda centellearon con el brillo de la luna que se colaba a través de las cortinas y con una lascivia recién descubierta se pasó la lengua por las encías. Reclamó las manos que ahora descansaban en su cintura y con un movimiento exigente las llevó a que tomaran sus turgentes pechos. Se deslizó ligeramente hacia delante, momento en que su clítoris sintió el cosquilleo de la fricción con el vello púbico ajeno. Ladeó una sonrisa al recargarse hacia atrás con diestra y siniestra en los muslos del castaño, buscando el equilibrio y, sin saberlo de manera consciente, un nuevo ángulo para las embestidas.

Sus uñas se hundían en mi espalda, el cuerpo de la Estrella rugía preso de una necesidad que hasta esa noche no conocía. Mi aliento impactaba rabioso contra su boca ávida de mas besos, duelo de lenguas que pasaban de cueva a cueva lanzándonos a la inmensidad de un abismo desconocido.
El pecado rasgaba mi piel, infectaba mis entrañas pero sabia tan bien que mis colmillos surcaban cada centímetro perlado en sudor de la tez ajena paladeandolo. Sus piernas se abrían dándome mas cabida, las embestidas eran rudas como si pretendiera arrancarle las entrañas, quizás porque mi necesidad crecía y el fuego me corroía.
Brasa, en eso se convirtieron mis labios que torturaron los pilones de madera, mi lengua se perdido en su punta, tire de sus pezones, mordiéndolos con lascivia.

Tiró su espalda hacia atrás, mi polla rozaba en las paredes delanteras de su pubis, dentro ardía, la quemaba y lo noté cuando se contoneó apoyándose en mis piernas dejando que la cascada parda rozara la cama y su boca entreabierta como un volcán expulsara la lava de un aliento en llamas.
Cada vez, mas salvajes los movimientos delataban nuestras ganas, mis manso tomaron con rudeza sus nalgas dejándola caer sobre mi erguido falo metiéndoselo cada ves mas dentro.

Podía escucharla ronronear como una gata, gemía cerca de un orgasmo que pronto nos consumiría a ambos y antes de que eso pasara de un empujón se la saque de su interior.
Me relamí los labios cuando tumbada sobre la cama me miró con los ojos oscuros de pura pasión.
Me relamí tentado de paladear su esencia, no pedí permiso, ni pediría perdón.
Mi mano en su vierte se apoyo y con al diestra abrí con violencia sus piernas sumergiendo mi cabeza entre.
Un lametazo en su centro basto para paladear el fruto de la perdición, mis labios contra sus bajos, mi lengua se paseó ávida de su trinchera mientras me empujaba con su mano en mi pelo para que me hundiera mas en ella.

Mordí el botón, lo succione con ahincó, jugué con el escuchando los gemidos como si fueran música celestial para mis oídos.
Rugía calcinandola con el vaho que desprendía mi aliento, ella movía las caderas en un vaivén caliente como el mismo ron.

Primero un dedo, luego el otro, los sacudí enérgicos adueñandome de su gruta que mojada, caliente y abierta por completo chapoteaba contra mis dedos.
Un tercero se unió en aquel baile de desenfreno, ella no podía mas, lo notaba, estaba a punto de tocar el cielo y yo sin embargo sentía que esto me condenaba al puro infierno.

La boca del lobo siempre había sido utilizada como referencia de algo malo y, sin embargo, la española estaba comprobando que, para ella, todo lo que tenía era bueno. Con sus dientes la torturaba de un modo tan placentero que todo su cuerpo convulsionaba, en busca de consuelo, de descanso, de una pausa que, en el fondo, no anhelaba que llegara. Jadeó con la espalda arqueada en forma de puente, tan perdida en la lujuria que por poco no tocaba el colchón con la frente. Volvió a erguirse, buscando el rostro ajeno y, tras soltar los muslos, le sujetó de las mejillas y volvió a devorar aquellos labios con los suyos que estaban sedientos. Buscaban beber de los besos de Guerra y que con su saliva, calmara el fuego que él mismo prendía.

Sus caderas oscilaban, se movían en tantas direcciones que, de haberse buscado, se perdería. Pero eso no importaba, sus instintos mandaban y estaba bien claro que sabían cómo lograr el placer al que, Estrella, sin miedo alguno sucumbía. El falo dilataba sus paredes con cada embestida, friccionando a su vez el clítoris lo que a ella la enloquecía. Gimió el nombre de aquel que la poseía y cuando creyó que llegaba al clímax de unas sensaciones únicas, él la apartó y la dejó tendida. Quiso preguntar que por qué se detenía, pero en cuanto abrió la boca para hablar, la ajena se pegó a su sexo y con devoción lo lamió, succionó y mordió en un juego. La muchacha se deshacía en sus manos como si el jinete fuera puro fuego y ella una figura de hielo. Se contorsionó bajo aquella mano que del vientre la sostenía, como si con ella pretendiera evitar que buscara una salida. ¡Como si ella deseara escapar! Menuda tontería, menuda absurdidad. Llevó la diestra a la cabeza foránea, enredando los dedos en su melena castaña. Flexionó las rodillas, apoyó los pies en el catre y con ganas de más empujó hacia arriba la pelvis. Estaba descontrolada, ya no sólo la llenaba la lujuria, ahora también lo hacía el pecado de la gula o tal vez fuera la avaricia. -No pares…- Pidió en una súplica, sin sentir la vergüenza que, de haber sido en otro momento, ella sentiría. Notaba como se empapaba cada vez y el sonido lascivo que aquello generaba y el eco que se hizo en la estancia no hizo sino excitarla más. Encogió los dedos de los pies antes de poner estos de puntillas, levantando más el coxis de la cama. Los gemidos de la joven resonaban cada vez más altos, más furiosos, más cercanos a un cénit que, sin saberlo, la sorprendería. Ya nada podía detener lo que estaba por llegar, ni aunque la ardiente lengua del licántropo se separara de los labios de su sexo o sacara de su interior los dedos. Estaba desbocada, no tenía medida y, de un modo tan inesperado como sumamente deleitoso, se corrió, tensando los muslos, el vientre e incluso los glúteos, salpicando, al mismo tiempo, el rostro del guerrero con sus flujos.

Su pubis se alzo buscando el candor de mi lengua que ansiosa seguía deslizándose por su centro, paladeando el sabor de su flujo, atrapando su clítoris con mis dientes completamente engrosado.
Su cuerpo se tensó, sus muslos prietos como rocas atraparon mi cabeza, gruñó, suplicante, no quería que parara, estaba tan cerca de correrse, que solo necesité meterle los dedos tan al fondo como pude, gritó gimió y sus paredes se contrajeron contra mis dedos escurriendo el liquido de su placer por ellos.
Me relamí los labios alzando la cabeza para mirarla, sus ojos centelleaban como las estrellas del mismo firmamento.
Saqué mis dedos de su interior, mojados, su flujo resbalaba por ellos, ladeé la cabeza acercándoselos a su boca, manchandole los labios con su propia esencia.
-Abre la boca -pedí introduciendolos para sacudirlos en su interior observando con la mirada turbia como los engullía aun muy excitada.

Tomé con la diestra mi miembro caliente, duro que palpitaba entre mis dedos. Lo orillé a su centro, deslizando el glande por los mojados labios, torturando su clítoris sin darle tregua a recuperarse del orgasmo.
Me masturbé contra su trinchera mientras esta gemía completamente ofrecida, perdida el placer de la lujuria.

Las profundidades de su agujero negro se abrían, sus piernas me pedían a gritos que la embistiera que la devastara por dentro.
De un gruñido guié la punta a la entrada, un empujón bastó para que entrara hasta el fondo, la atraje por las caderas para embestirla con mas fuerza.
En ese momento estaba tan perdido que era incapaz de pensar en nada mas que en irme allí mismo, la empelé con fuerza, mis uñas se hundían en su carne y con un gemido convertido en aullido mi falo se sacudió en su interior con virulencia.
Sus paredes lo presionaban, los dos presos de la necesidad del momento la llene de mi dando las ultimas embestidas antes de dejarme caer laxo sobre su cuerpo.

Me relamí los labios resecos, los ojos cerrados, la respiración errática.
-Joder -dije moviendo su pelo con mi aliento.
Fue entonces cuando me di cuenta de que había pecado, sucumbido por la tentación de un cuerpo inmaculado.
-Génesis 3:6: 6 Y vió la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable á los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría, y tomó de su fruto, y comió, y dió también á su marido, el cual comió así como ella.

Y tras la tensión del cuerpo, que pareció agarrotarse al alcanzar el clímax, llegó la debilidad momentánea, unos segundos en los que el mundo pareció desvanecerse y, con la mirada vidriosas y las pupilas titilantes, las manos de la castaña cayeron a ambos lados del catre. Para cuando volvió a ser capaz de pensar mínimamente, o de actuar al menos, entreabrió más la boca, ya de por si sin cerrar ya que los jadeos no se lo permitían, y recibió los dedos del lobo que sabían ligeramente salados. Los recorrió con la lengua y atrapó los labios al succionar, dejándolos tan limpios como fue capaz, hasta que ya no notó que supieran a mar y los liberó.

Sus piernas habían permanecido flexionadas, descansando toda la planta de los pies sobre la cama. Así que el acceso estaba completamente libre cuando Guerra se colocó entre ellas y se dedicó a torturar el sexo de la enfermera, su clítoris que, dilatado, estaba hipersensible y al mínimo roce lograba arrancarle un gemido. Se sentía perdida, excitada de nuevo, y con cada pasada del glande entre sus labios vaginales, sentía que ardía de nuevo. El desespero se apoderó de Estrella una vez más y levantando una de las piernas, rodeó la cintura ajena y le instó a penetrarla. Arqueó la espalda en cuanto el licántropo la sujetó de las caderas para atraerla hacia sí, apoyándose en los antebrazos al despegarse del colchón, buscando otro punto de apoyo, porque de nuevo se deshacía bajo la firmeza de las manos foráneas que le quemaban la piel, dejando rojizas marcas con sus uñas en los muslos de la muchacha. Notó como el jinete se tensaba y ella misma reaccionó del mismo modo, estrangulándole el falo dentro de su cuerpo, drenándolo hasta que ya no quedó nada de esperma en la uretra. Y ambos cayeron tendidos, pesados como si ya no hubiera vida en ellos, agotados, jadeantes y satisfechos. La española soltó la colcha que con férrea fuerza antes aprisionaba entre sus dedos y cerró los ojos, agotada.

El peso del hombre sobre su cuerpo, extrañamente la reconfortaba, pero aquello duró poco, sólo hasta que escuchó como recitaba otra de sus frases bíblicas. Su mente seguía embotada, nublada por la sensación de placer que acababa de experimentar y, aún así, nació en su pecho la culpa, una culpa que en realidad no era suya, una que no debería estar ahí, pero Guerra acababa de plantar en ella aquella semilla. Y por mucho que estando lúcida supiera que ella no había forzado nada y que ambos se habían rendido a los deseos de la carne por voluntad propia, la única idea que martilleaba en su conciencia era que él volvería a llamarla Satanás. A señalarla. La acusaría de tentarle, de provocarle, de llamar a la lujuria con sus actos, sus esmeraldas y sus labios.

Nuestras respiraciones iba al unisono calmándose, aun con los ojos cerrados, como si temiera abrirlos y enfrentar la realidad, sentía su aliento golpear mis labios de forma frenética.
Por mi cabeza se pasaban muchas cosas, entre ellas que había sucumbido a mis instintos mas primarios.
Gálatas 5:19-21: 19 Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, disolución, 20 Idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, 21 Envidias, homicidios, borracheras, banqueteos, y cosas semejantes á éstas: de las cuales os denuncio, como ya os he anunciado, que los que hacen tales cosas no heredarán el reino de Dios.
Hubiera sido fácil culparla, decir que ella era la serpiente y su fruto la manzana, pedir perdón como lo hizo Adan y ser perdonado por Dios, mas francamente, lo deseaba, la deseaba mas que a nada y quizás en mi pecado fuera implícita mi penitencia pues mientras su cuerpo continuara ardiendo contra el mio, volvería a reclamarla.

Abrí los ojos encontrándome con sus dos estrellas, podía leer en ellas cierta decepción ¿miedo? Quizás una mezcla de sendas cosas
Mis labios atajaron la distancia hasta su frente, como si así este ángel de la guerra pudiera perdonar su afreta a un dios misericordioso.
-Tengo que irme -dije sin mas sentándome en le lecho buscando con mi mirada los pantalones.
Solo pensaba en una cosa, bañar mi cuerpo en sangre, ungirlo en el bilis de otros pecadores como si eso, cumplir mi obra fuera suficiente como para que padre de nuevo me escuchara.

Apuré la copa que había sobre la mesita de noche y me puse en pie sintiendo desnudo mi cuerpo.
Dios me había abandonado, su elegido, su preferido, necesitaba ir, crear el caos, la guerra y recuperar mi hegemonía.
Mis ojos volvieron a los suyos.
-Estrella, no soy un hombre, soy un jinete, mi sino no es compartir una vida mundana contigo, no fui creado para amar, aunque admito que por una noche he entendido lo que es el libre albedrío.

Era consciente de que cuanto mas prolongara esa despedida iba a ser peor para ambos, había cumplido con lo que debía hacer para con ella, salvarla de esa manada de licanos, estaba segura en casa y esto solo seria ..una anécdota mas que contar.
Besé su frente y le di la espalda dispuesto a abandonar la estancia.

El beso en la frente la sorprendió, estaba segura que después del orgasmo, volvería en sí, le echaría la culpa de todo, la llamaría Satanás, serpiente o algo peor y sin más desaparecería, se iría para siempre y sin siquiera una despedida. Y aunque se equivocó en parte, no lo hizo del todo, estaba claro que el jinete huía. Huía del pecado que con ella acababa de cometer, huía de sí mismo, del placer que junto a la muchacha había sentido. Mas ella no era quién para juzgarlo, ella misma se sentía en aquellos momentos perdida, confusa. Aunque, extrañamente, no se arrepentía. Aquella noche había descubierto lo que era el deseo, lo que era sentirse plena, dichosa, lujuriosa.

Se incorporó, viéndole de pie, parado, indeciso, perdido como ella. Y tenso, mucho. Se cubrió con la colcha, llevándola con su diestra hasta el pecho, no por pudor, sino porque sin la cercanía del lobo, la estaba consumiendo el frío. Acababa de separarse de ella y parecía que llevaba horas fuera. ¿Cómo podía desprender tanto calor? ¿Cómo había logrado hacerla arder de aquel modo? Y no sólo había sido algo sexual, ella creía que habían conectado. No sabía explicar el cómo, ni siquiera a partir de cuándo, tal vez desde el principio, desde que le viera tendido en la camilla del hospital. Su vista había descendido hasta el suelo, la ropa de pigmeo que había quedado tirada allí, junto a los pies del joven. Alzó de nuevo el rostro, buscándole con sus esmeraldas, encontrándose con la mirada ámbar de un alfa, de uno que, a pesar de haber ganado aquella noche la batalla, parecía derrotado. Escuchó sus palabras y, de algún modo, abrieron una herida en su pecho. Era ilógico, a penas se conocían y, sin embargo, le había confiado su vida, su cuerpo y, al parecer sin darse cuenta, su alma.

Apretó los labios, tragando saliva y sin desviar su mirada de la ajena, asintió muy despacio. -Claro, eres un jinete…- Le seguía pareciendo una locura y, en cambio, sabía que él no le mentía. Le vio alejarse hacia la puerta y en un impulso repentino salió tras él, aunque tropezó con la manta y cayó de rodillas, pero sin pensarlo ni un instante se volvió a levantar y le tomó del brazo, haciéndole girar para encontrarse cara a cara una vez más. -Dime una cosa antes de irte y responde con sinceridad…- Hizo una pausa, una en la que ella misma dudaba en si formular la pregunta o si era mejor no conocer la contestación jamás. Inspiró profundo pero rápido, con brevedad. -¿Te arrepientes?- Sus pupilas, dilatadas, titilaban expectantes. Estaba claro que aquella cuestión era un ara de doble filo, tanto para el lobo como para la chica. Fuera lo que fuera que Guerra respondiera, uno de los dos caería.

Su mano aferró mi muñeca, me giré para enfrentar su mirada, no parecía decidida ni a suplicar que me quedara, ni a pedirme mas explicaciones que una pregunta que podía significarlo todo y nada.
La respuesta ladearía la balanza y sabia que con esa respuesta condenaba mi alma, pero mentir ¿no era caso otro pecado?
-No, no me arrepiento -reconocí con sinceridad mientras le devolvía la mirada -el problema es que si me quedo nunca me iré.

Dejé escapar el aire un instante, como explicarle que lo que ella creía que era una locura para mi no lo era, que vivía con tres jinetes mas y que me unía con ellos no solo un sometimiento de hermandad si no mucho mas.
-Mi vida no es lo que mereces, no fui creado para algo mundano, mi recipiente es el de un licantropo, pero dentro albergo algo mucho mas complicado.
En ocasiones para vencer al mal has de tener su misma dualidad, soy guerra, soy caos y solo así podre hacer tambalearse los pilares de la tierra para que Dios nuestros padre pueda volver a crear en ella.
Ojala después de eso puede tener esa vida mundana que hoy me has mostrado, pero solo cuando finalice su obra seré liberado.

Como si nuestros cuerpos fueran imanes volvían a encontrarse, cerca, nos acariciábamos como si supiéramos que atesorar este instante implicara demasiado.
-Si alguna vez me necesitas, solo pronuncia mi nombre, te doy mi palabra de que acudiré.
Estaba huyendo, huyendo de ella, de lo que sentía mas bien, pero mi vida era una continua huida hacia delante, aquel que nos adoctrino, ahora pretendía darnos caza y muerte.
El único padre terreno que conocimos se había revuelto contra su obra, contra sus “hijos” y estaba dispuesto a aniquilarnos porque no era capaz de aceptar que el trabajo que ejercíamos no siempre era satisfactorio, si no complicado.
-Mis hermanos me necesitan, solo nos tenemos los unos a los otros y no puedo abandonarlos.

Al escuchar la contestación del castaño, sintió que le flojeaban las piernas, mas se mantuvo quieta, de pie, sin ceder a la debilidad que unas simples palabras le acababan de otorgar. Y, a pesar de todo, aunque sintiera que no lo quería dejar marchar, era consciente que no tenía derecho alguno a retenerlo y ella tampoco tenía intención de hacerle cambiar. Guerra era quien era, como lo era Estrella. Sus personalidades, sus obligaciones, sus deberes… Eran cosas que pesaban mucho en ambos, se habían hecho a sí mismos o, tal vez, los habían moldeado, pero ya era tarde para modificar nada y, aunque no lo fuera, los dos se habían atraído por los mismos motivos que ahora les separaban. -Un licántropo tampoco sería algo mundano…- Respondió, intentando añadir un toque de ironía a la situación. Sabía lo que el jinete le decía y, por incongruente que pareciera, lo comprendía.

Soltó la muñeca ajena, pero no para separarse, sino que, al contrario, lo hizo para pegarse más. Volvió a recorrer los brazos ajenos con la yema de los dedos, bajando desde los hombros hasta los codos y luego siguió hasta el dorso de sus manos. Mientras sus ojos esmeraldas seguían fijos en los ambarinos del muchacho, el cuál también la acariciaba.

Una promesa que en labios de otro hubiese sonado vacía, sin sentido, y en la que la española jamás creería, en boca del hombre que tenía delante le pareció completamente sincera. Y aunque por su propia seguridad deseaba no meterse nunca más en problemas, su corazón se desbocó ante la posibilidad de que el lobo volviera. Sacudió la cabeza, descartando tal idea y llevando la mano a la barba ajena, se puso de puntillas y le robó un beso. Uno casto, suave, breve y, a su misma vez, tierno. Asintió, no sólo a lo que le había prometido, sino a lo que le dijo de sus hermanos. Aquello lo entendía mejor que nadie, por ese motivo ejercía ella de voluntaria, para ayudar a aquellos que no tenían a nadie, que estaban solos, perdidos, desamparados y a los que, en muchos casos, se negaban a atender incluso los doctores. -Ve con ellos… Te necesitan.- Le dedicó una tenue sonrisa cargada de comprensión, pero teñida de tristeza. Dio un paso atrás, dejándole libertad. Era su manera de despedirse, quedando callada al final. Era una mujer fuerte y a penas se conocían, no podía impedir que se marchara, aunque tuviera en el pecho una presión gigante que le pidiera que le retuviera.

1. El amor es paciente y bondadoso; no es envidioso ni jactancioso, no se envanece; no hace nada impropio; no es egoísta ni se irrita; no es rencoroso; no se alegra de la injusticia, sino que se une a la alegría de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. 1 Corintios 13:4-7

Habían pasado dos semanas desde que encontré una estrella, no se si guió mi norte o me abocó a la oscuridad eterna, mentiría si dijera que no había pensado en ella y aunque me sumergí en la abogaren del caos, de propagar la guerra en los impíos volvía a casa cubierto de pecado en forma de ríos escarlata.

Mis hermanos me notaban algo mas taciturno de lo que acostumbraba, pero no hubieron preguntas ni reproches, supongo que estábamos demasiado ocupados cumpliendo la voluntad de nuestro padre y escapando de ese padre terreno que ahora perseguía su obra con saña.
Aquella noche mis pasos terminaron en el hospital, no se porque, no se quien me guió, pero allí llegue.
Desde la distancia la contemplé, con su uniforme, tratando de salvar vidas, era pura y no encontraba mas pecado en ella que el de sucumbir a mis caricias y a su vez, no había olor de otro hombre en su piel.

Era hora de poner distancia, mi decisión era la adecuada y aunque una parte de mi, la terrena, quería volver a verla, yo era algo mas que ese recipiente que me enclaustraba.
Una ultima mirada para ver sus faros, lejos de ella sentía que no existía puerto en el que anclar nada pero mis hermanos eran mi timón, los quería, ni siquiera tenia resuelto lo que sentía por alguno de ellos. Esto se me iba de las manos y lo sabia.

Fue entonces cuando escuche primero un grito ahogado, después mi nombre pronunciado, mis ámbar centellearon y de un salto bajé de la alta rama de aquel roble y corrí hacia el interior del edificio donde Estrella parecía correr algún peligro.

Habían pasado dos semanas, catorce días, demasiadas horas, desde que se despidiera de Guerra y sentía que su mente estaba llena de aquel hombre que ya no volvería. Pero en todas partes lo veía, lo sentía, lo olía. En los heridos, en las sombras, en quejidos de los moribundos. Y se preguntaba si estaría bien, si alguno de los que llegaban en camilla tendría que ver con él. Pero la última idea siempre la descartaba, el jinete no era de los que dejaba heridos, cuando empezaba algo, seguro que lo terminaba.
 
Uno de los doctores le llamó la atención, volvía a estar despistada. -Estrella, reacciona. Tráeme sangre del almacén, a no ser que quieras que perdamos a este.- La muchacha, rápidamente se disculpó con una leve reverencia y fue a toda prisa al depósito de muestras donde se guardaba el plasma para transfusiones. Bajó las escaleras hasta el sótano, abrió la puerta de hierro que mantenía la temperatura fría para la mejor conservación de aquel líquido carmesí que ayudaba a salvar vidas, cuando se topó con algo inesperado. -¿Qué hace usted aquí? Esta no es una zona apta para los pacientes o las visitas… Le rogaría que, por favor, salga de inmediato.- Se dirigió al hombre que rebuscaba entre las cajas donde se almacenaban las bolsas hechas de piel. Más no era un humano lo que allí estaba, lo que sisaba la sangre para alimentarse. Se trataba de un vampiro, el primero que la española veía, o al menos sabiéndolo. Aquellos ojos rojizos brillaron en la oscuridad como dos llamas y el siseo al mostrar los colmillos hizo que el vello de la nuca de la chica se erizara al tiempo en que daba varios pasos hacia atrás, topando con la pared, pues no había mirado hacia dónde iba de espaldas y la puerta había quedado a más de un metro a la izquierda.
 

Estaba acorralada y el ser se acercaba a ella, amenazante, a pasos lentos y extrañamente elegantes. Ella se tensó, pegando todo su cuerpo al muro que, ahora, parecía su único refugio. Vio una vara de hierro sobre uno de los estantes y la agarró para defenderse y en cuanto el inmortal se abalanzó sobre ella, le atizó con todas sus fuerzas pero sólo logró demorar lo inevitable y antes de poder esquivarlo, la tenía sujeta por el cuello y levitando en el aire. Era muy fuerte y los pies de la castaña quedaron colgando, intentando liberarse a base de patadas a un cuerpo que ni se inmutaba y por mucho que rasgó la pálida piel de aquel brazo que la mantenía en alto, ni con el rojizo tono que adquirieron sus uñas y los chorretones de líquido que por el antebrazo foráneo se derramaban, hubo logro alguno por parte de Estrella. Cerró los ojos, tragando como pudo, porque la palma le presionaba firmemente la garganta y con el máximo chorro de voz que alcanzó dada la situación, pidió auxilio. -¡¡GUERRA!!-

De un saltó caí sobre mi equino, un pura sangre bermejo que se elevó con brío sobre sus patas delanteras.
La media luna reflejaba en el filo de mi mandoble que rugió al ser desenvainado al tiempo que mi nombre era gritado.

No detuve el galope, ni siquiera cuando las puertas del hospital se interpusieron en mi camino. Por los pasillos lo cascos retumbaban, respiración agitada de las dos bestias guiadas por una promesa que mantendría costara lo que costara.
Abrí la puerta de una patada, mis mostaza resplandecieron delatando la violencia que me recorría y antes de que al vampiro le diera tiempo a reaccionar, mi espada se hundió en su lateral, ascendí con ella cortando su cuerpo por la mitad.
Mis ojos fijos en las estrellas que con una mezcla de incredibilidad, alegría y algo mas me miraba de forma fija.
Mi sádica sonrisa reflejaba la satisfacción de la muerte.
El cuerpo del inmortal al suelo cayó inerte cuando de una patada acabé de sacarlo de la espada , la sangre salpicaba la cámara, el pellejo de mi bermejo y mi cuerpo y eso no me detuvo para extender mi mano, tomar la ajena y de un tirón montarla hasta quedar pecho contra espalda.
-Nos vamos -atajé sin mas dando dos golpes a los costados del animal que de nuevo se encabrito antes de emprender la marcha.

Su espalda rozaba mi pecho, su pelo golpeaba con suavidad mi rostro mientras nuestras manos se enlazaban sobre las riendas.
-No podías estar sin meterte en problemas -aseguré meciendo su pelo con mi aliento dejando atrás el hospital para cambiar a un escenario mucho mas urbano.

La zona mas rica de la ciudad, el centro estaba bien iluminado, conocía una tasca no muy lejos, nos daría algo mas de intimidad, ademas hacían una buena carne a la brasa y al menos yo estaba hambriento.
-Te invito a cenar, matar siempre me ha dado hambre -ladeé la sonrisa por el juego de palabras -¿estas bien? Pregunté cayendo ahora que para los mundanos ver como partes a un hombre por la mitad podía suponerles algún tipo de “shok”

Mis hermanos y yo pocas veces nos permitíamos actos tan humanos como acudir a divertirnos a cualquier lugar.
Cenabamos de normal en casa, tras bendecir la mesa y dar gracias por los alimentos, Armagedon solía acompañarnos, aunque no probaba nada y Hambre daba buena cuenta de lo que este no tocaba.
Siempre estaría unido a mis hermanos...

Escuchó un extraño sonido que se aproximaba, algo que se asemejaba a una tormenta. Sus ojos se desviaron hacia la puerta cuando, de pronto, esta se abrió de golpe y pudo ver un fogoso caballo y encima, montando con la furia brillando sus ojos, estaba Guerra, blandiendo una espada con la que, sin miramientos, dividió al vampiro en dos y con ello la fuerza ejercida sobre el cuello de la española cedió, dejándola caer de pie al suelo, perpleja, sorprendida; más por la presencia del jinete que por la brutalidad de aquella muerte. Ni si quiera le impactó tanto la existencia de un caballo semejante dentro del hospital como el hecho de que el jinete acudiera, realmente, a su llamada de auxilio.
 
No se lo pensó, tomó aquella mano y ayudada por la fuerza ajena y el impulso que ella misma se dio, subió de un solo salto sobre el animal, sentada a horcajadas frente al castaño. En un primero se agarró a la crin, pero luego lo hizo a las riendas, sintiendo el calor del muchacho sobre sus manos, casi tanto como lo sentía a su espalda, a su cuello. Porque los cuerpos de ambos estaban pegados en estrecho espacio que dejaba las piernas foráneas y la cruz del equino. Había montado en el pasado, en su niñez y aquello era algo que no se olvidaba, así que enseguida de amoldó al galope, acompañando suavemente el paso. -Lo dices como si lo hubiese hecho expresamente.- En su tono se denotó cierto enfado, simplemente por que parecía que él la acusaba de buscarse lo que había pasado. En realidad le agradecía que hubiese acudido en su ayuda, que hubiera cumplido su palabra y con sólo pronunciar su nombre, de inmediato la hubiese rescatado.
 
Lo de la cena le sonó a ironía, a sarcasmo, no porque no fuera cierto, sino porque ella, en aquel momento, tenía el estómago completamente revuelto, y no por la escabechina, la sangre salpicando o el cuerpo partido en dos como si fuera un muñeco, sino por la tensión del momento, el haber estado, de nuevo, al borde de la muerte. ¿Por qué le ocurrían aquellas cosas? ¿A caso estaba maldita? Porque encima le venían todas las desgracias seguidas. -Siempre puedo verte comer.- Respondió y giró un poco el rostro, lo justo para verle por encima del hombro, oscilando con su figura sobre el lomo de la montura. -Sí, estoy bien… Gracias ti.- Regresó la vista al frente, sintiendo que si le seguía mirando acabaría por besarle.
 

El galope pasó a ser trote y al final el animal se detuvo. Estrella bajó primero con la ayuda de su acompañante y una vez en el suelo, se recolocó el uniforme que de ir sobre el caballo se le había descolocado. Observó el lugar frente al que se habían detenido. No conocía bien el barrio rico, sólo había estado alguna vez allí de pasada y siempre eran por visitas médicas, así que no tenía tiempo para beber ni comer nada. -¿Vamos a entrar aquí?- Inquirió con curiosidad, girándose a buscar los ámbar del hombre una vez más.

Enarqué una ceja sin entender, acababa de invitarla a cenar, había visto muchas parejas que entraban en ese local, ellas iban sonrientes y francamente creía que era eso lo que se hacia ¿que era lo que no funcionaba?
Ladeé la cabeza sin comprender porque me tenia que mirar a mi comer.
-¿te he ofendido? ¿Por eso no quieres comer conmigo? -pregunte tratando de buscar lógica a esta humanidad que en ocasiones me parecía demasiado complicada con ese libre albedrío que ostentaban.

La ayudé a desmontar tomando su cintura, nuestros cuerpos se rozaron atraídos por una extraña magia mientras nos mirábamos fijamente.
-¿no quieres entrar? Puedo cazar algo – mi desconcierto era tan evidente que me sentí un tanto ridículo y de nuevo quise irme mientras mi cuerpo se tensaba.
-¿te llevo a casa? -pregunté sin mas posando mi mano en el cuello de mi bermejo.

Mis ojos se posaron en sus labios, me relamí cuando vi como se lo mordía. Fue ella la que tomó la iniciativa y tiró de mi mano para llevarme al interior en un arranque de impulsividad y de valor.
Ladeé la sonrisa buscando con la mirada una mesa donde sentarnos.
Al fondo frente a una chimenea de piedra e iluminada por sendas velas que reposaban en unos candelabros metálicos había un sitio bastante intimo y hacia allí nos dirigimos.

Me senté en la mesa haciéndole un hueco junto a mi, una joven tabernera se acercó con sendas jarras de cerveza negra y nos dejó una carta con las distintas carnes que podíamos pedir para comer y las cosas con las que acompañarlas.
-¿que quieres? -le pregunté mirando la carta.

Di un trago de la jarra relamiendome después la espuma de los labios, estaba buena y yo sediento así que de nuevo le di un buen tiento.
-¿me vas a hacer comer solo? -pregunté dejando un mordisco suave en su hombro -¿eso es extraño no? -dije fijando mis ojos en sus dos enormes faros.

Ladeó la cabeza algo confusa ante las preguntas ajenas, ante sus dudas. ¿Por qué le preguntaba si la había ofendido? Acababa de darle las gracias por salvarle la vida, una vez más. Y ahora le hablaba de cazar él mismo algo. Sacudió la cabeza. -Ni me has ofendido ni hace falta que caces nada, no es eso…- Suspiró, intentando meditar en las palabras adecuadas para explicarle lo que ocurría, lo que ella pensaba, pero antes de que pudiera decir nada, él ya le sugería llevarla a casa. Arrugó la nariz, nada conforme con la idea y tras morderse el labio, le tomó de la mano y tiró del jinete hacia dentro, hacia el interior del local que visto ahora, ahora aún era más extravagante, más de ricos, menos para la española.
 
Se acomodaron en una de las mesas al fondo, casi parecía algo así como un reservado. Había oído hablar de ellos, pero era la primera vez que veía uno. Se sentó junto al castaño, al parecer no se usaban sillas en aquel lugar, sólo bancos con cojines mullidos, suaves y gruesos. Le costó un poco acomodarse por la falta de costumbre y su cuerpo quedó ligeramente inclinado contra el de Guerra. Cogió su jarra y la olió, sorprendida porque nada más llegar ya les sirvieran alcohol. Se pegó más al joven para leer la carta, observando que lo único que había era carne, pero había partes no sólo de ternera o cerdo, se servían animales que ella no se hubiese imaginado comer ni en mil años. Subió sus esmeralda a los ocelos foráneos, separándose lo justo para que no se rozaran sus alientos. -¿No puedo comer un poco de lo que te pidas tú? Es que no tengo mucha hambre y dudo que me terminase yo sola un plato.- No le gustaba desperdiciar la comida, recordaba a los niños que se morían de hambre en el mundo y eso la hacía sentir horrible.
 

Esperó a que el contrario pidiera la cena y le dio un trago a su cerveza, observando a su alrededor. La decoración, la iluminación, la gente que les rodeaba, incluso las meseras. Se notaba que era una taberna de categoría y no las que ella solía frecuentar para sus dietas ofrecidas por el hospital. Al final, regresó sus orbes a los ámbar del chico y le dedicó una sonrisa. -Gracias por salvarme, de nuevo… Bueno y por la cena.- De manera instintiva, dejándose llevar por la cercanía, le acarició la barba con la diestra, mientras su mirada bajaba a los labios del muchacho. Sacudió la cabeza, intentando que le regresara la razón al cerebro. -Oh, ya traen la carne.- Dijo al ver que regresaba la morena con el plato y el filete poco hecho que su acompañante había encargado. A ella no le hacía ascos la comida ligeramente sangrante, así que cuando la pidió de aquel modo, no tuvo objeción.

Estrella parecía tan fuera de lugar como yo, empezaba a pensar que esta no era la mejor de las ideas, pero dado que ya estábamos sentados supuse que con el paso de la noche empezaría esto a resultarnos mas cómodo a ambos.
Pedí un filete poco hecho, unas patatas como guarnición y en principio, una botella de vino para los dos.
Los faros de la enfermera se paseaban por la tasca, como si en el fondo para ella esto fuera tan nuevo como para mi. Yo había entrado solo en alguna ocasión para beberme una jarra, había visto  parejas besándose, cenando, riendo a la luz de las velas.

En ocasiones me llamaba la atención observar esa vida que mis hermanos y yo no habíamos tenido.
Creo que en el fondo y aunque no lo decíamos, el recipiente que eramos quería emerger, sentir, me preguntaba ¿que seria de mi si no fuera un jinete? No concebía otra vida, pero una parte de mi siempre estuvo disconforme, sobre todo en lo que a Deborah se refería.

Ensimismado en mis pensamientos sentí la mano cálida de la mujer deslizarse por mi barba, regresé a ella y ladeé la sonrisa contemplando sus esmeraldas.
Sabia que esto no podía llegar a nada, pero desde que peque con ella no había dejado de sentir la necesidad de volver a perderme entre sus piernas, creo que fue eso lo que me llevó de nuevo a ella,
Me relamí los labios cuando mis ojos bajaron hasta su boca, quería probarla de nuevo, embeberme de su sabor.

La carne llego, con ella el vino, un tinto de Château Cheval Blanc
Una vez acabadas las jarras, serví sendas copas.
Tomé cuchillo y tenedor para empezar a despedazar la carne, se notaba que si había sido formado en el protocolo de la mesa, padre se encargó no solo de cultivar nuestro cuerpo, si no también nuestra mente.
No eramos tontos, habíamos estudiado ciencias, letras y por supuesto conocíamos de memoria cada versículo de la biblia.

Llevé el tenedor a su boca para que cogiera un trozo, estaba jugosa, aunque francamente no había nada como comer una pieza cobrada.
-¿que has hecho en estas dos semanas? -pregunté dando un sorbo a mi copa de vino.
Mis ojos se iban hacia sus dos turgentes pechos y esos muslos semidesnudos
-El uniforme de tu trabajo no deja demasiado a la imaginación, asegure sin pensarlo, no era de los que meditaba lo que decía, mas bien lo soltaba sin mas.
Y por si no había quedado claro señalé sus tetas con la mano.

Se movió un poco, dejando despacio para que la muchacha dejara el plato, la botella de vino y las copas nuevas, junto a las jarras de cerveza para que ellos se sirvieran cuando quisieran. Agradeció el trabajo con un gesto de cabeza y una sonrisa, pues sabía lo que era pasarse tantas horas de pie de un lado a otro y que casi nadie apreciara tu labor, cosa que ella sí hizo en el caso de aquella chica. Dirigió entonces su mirada hacia el plato, al filete poco hecho. El castaño cortó como si fuera mantequilla y nada más clavar el tenedor, sangró simulando que la pieza aún estaba viva. Le dio un trago a su cerveza y en cuanto vio que el joven le acercaba un trozo, abrió la boca y probó el venado. Masticó despacio, con la boca cerrada y, aún así, se cubrió con una mano por si acaso. Estaba suculenta y se deshacía en la boca, realmente el lugar no sólo era elegante, también tenía buena calidad en la comida.
 
Esperó a tragar antes de decir nada, y de todos modos se limpió la boca con la servilleta de tela para dar un sorbo al vino, porque la cerveza ya se la habían terminado. -He hecho lo que ya hacía antes de conocerte, ayudar a salvar vidas. Bueno, las que se puede…- Puntualizó al final, porque ya ambos sabían lo que ocurría en aquel hospital y que a veces los pacientes llegaban ya demasiado tarde para sobrevivir a sus enfermedades o heridas.
 

Las palabras ajenas la encontraron desprevenida y se miró el uniforme, el cuál a ella no le parecía tan indecente. Era cierto que le iba ajustado, pero no tenía escote y de normal le cubría hasta debajo de las rodillas, aunque sentada sobre aquellos cojines como estaba, se le había subido bastante y se podía ver la mitad de sus muslos al aire. Tiró de la tela hacia abajo intentando taparse mejor, pues no pretendía exhibirse como si fuera una prostituta. -Es por la postura, en realidad no se enseña nada…- Estaba algo incómoda de repente y sentía como si todos en la taberna la miraran. Volvió a preocuparse por la bata y al girarse un poco para acomodar mejor la zona baja, le dio a la copa y se tiró todo el vino por encima, que no era tinto y no se manchó de rojo, pero se mojó y, aquello, no ayudó precisamente en su causa, pues empezó a transparentar el tejido en la zona izquierda del busto. -No fastidies, por favor…-

Tal y como ella iba hablando del ceñido uniforme mis ojos iban paseándose por sus curvas, es mas con cierta falta de inocencia me asomé a ese escote que ella no veía excesivo y yo por contra lujurioso.
-Aja – apunté ladeando la sonrisa con mis ojos puestos en sus dos alzados pechos.
Tiró de mi mentón para que enfrentara sus verdes, ambos sonreímos encontrando nuestras miradas.
-Estaba asegurándome de que todo estaba en su sitio -apunté como si mis palabras tuvieran algún sentido y ella se reía por la inocencia con las que las decía.

Ella tiraba de la falda, ahora alegando que tapaba suficiente una vez se ponía en pie, de nuevo mis ojos bajaron lamiendo con ellos sus muslos, mis labios se entreabrieron y mis ojos tomaron una ligera tonalidad ámbar que delataba que la bestia estaba de caza.
-También esto dando veracidad a tus palabras -aseguré esta vez antes de que la dama me hiciera mirarla.

Se puso nerviosa o es que era bastante patosa, pues se derramó la copa de vino por encima de los pechos humedeciéndolos. Mis ojos volvieron allí, se trasparentaba todo, era un despropósito si pensaba que podía dejar de mirarlos.
-Yo te ayudó -dije intentando sacudir con la mano las gotas que aun no habían impregnado en al tela del traje.
Estrella se puso nerviosa por la sobada de tetas que le estaba dando.
Abrí los ojos como platos viendo que aun agarbaba mas la situación.
-Ostia perdona -dije tomando la servilleta y ahora intentando secarlas sin dejar de tocarselas.
-¿así tampoco verdad? -pregunté estándome quietecito, algo me decía que así estaría mas guapo.

Claro que mi mente brillante pronto pensó en una solución, me alcé y de un tirón saqué el mantel sin tirar nada de lo que sobre la mesa había servido.
-Jugaba a esto de niño con mis hermanos -reconocí guiñándole un ojo.

Tiré el mantel a modo de pechito por encima de ella y ahora si, sonreí satisfecho.
-No te puedes quejar, lo he solucionado todo -dije tirando de su cintura para pegarla mas a mi y poder seguir comiendo los dos esa carne de venado que estaba deliciosa y que se deshacía en la boca.
-Creo merecer después de salvar tu alma de la lujuria que me des de comer -apunté dejando los cubiertos y abriendo la boca.

Ella me miraba creo que pensando que no podía tener mas cara, francamente si podía, era experto en eso de recibir...al menos con mis hermanas funcionaba.

Cuando el chico intentó ayudar, porque eso parecía aunque por cómo tocaba los pechos de la enfermera, nadie lo diría, la situación no mejoró, sino que por el contrario empeoró. Al ponerse él en medio la muchacha no pudo secarse mejor y para cuando Guerra dejó quietecitas sus manos, ya se le había empapado hasta el sujetador. La joven abrió la boca para decir algo, pero entonces se levantó su compañero e hizo algo que la dejó asombrada, sobre todo porque, al contrario que ella, él no tiró nada. Rio cuando fue cubierta con el mantel, sin saber si sentirse como un gusano de seda o, tal vez, un bebé. Aún así, el gesto había sido bonito, extraño, desmedido, muy jinete del apocalipsis seguramente, pero bonito. Asintió a su comentario, sonriendo, aunque en el fondo tenía ganas de reírse de nuevo. -Tienes razón, lo has solucionado, gracias…- Se cubrió la boca con el dorso de la diestra cuando le vino una carcajada, ahogándola como pudo, notando como a cambio se le taponaban unos segundos los oídos.

La petición que le hizo la sorprendió, en especial después de la negativa a hacer lo mismo el día en que se conocieron. Recordaba perfectamente lo ofendido que se sintió el castaño cuando, amarrado como estaba a la camilla, se negó a que Estrella le diera de comer a mano. Pero ahora, al parecer, las cosas habían cambiado, ya que era el propio Guerra el que le pedía que lo hiciera y a ojos cerrados abría la boca, esperando. La española cogió tenedor y cuchillo, cortando más pequeña la carne, porque aunque pulido, el joven era bastante bruto y aquellos pedazos eran enormes para su gusto. Pinchó un par y los acercó a la boca ajena, con cuidado de no tocar los labios con el cubierto. Rozó la lengua foránea con el venado tierno y jugoso, aguardando a que lo atrapara y comiera para retirar de nuevo su mano. Podría haberse estado callada y sólo hacer lo que le pedía, pero sentía curiosidad y la castaña nunca había sido precisamente comedida. -¿Por qué hoy sí quieres que te alimente cuando la vez anterior te sentó horriblemente?- Buscó los ocelos del jinete con sus esmeraldas, quería mirarle a los ojos cuando le contestara. Aunque, sin poderlo evitar, su vista se desviaba inconscientemente a los belfos de éste mientras masticaba. ¿Había sido alguna vez sensual ver comer a alguien? Estaba segura de que no y, sin embargo, ahora… Le resultaba más apetecible la ternera que antes. ¿A quién pretendía engañar la joven? Lo que deseaba probar de nuevo eran los besos de Guerra, la ternera era de lo más irrelevante.

Atrapé el trozo de carne empujándolo con los labios, me relamí después sin apartar mi mirada de su rostro, ciertamente me parecía una criatura fascinante.
Deslicé mi nariz por su cuello ,desprendía un olor propio, característico solo de ella que me volvía loco. Mis ojos se paseaban ansioso por sus dos verdes mares, barco a la deriva que sin timón, ni remos se dejaba llevar por las sensaciones que el cuerpo femenino en mi producía.
-¿Estas en celo? -pregunté mirándola fijamente como si acabara de hablarle del tiempo. Estaba claro que saber tratar a la humanidad con subterfugios no era mi fuerte, peor ¿que podía esperar de guerra? Un jinete venido a la tierra para sembrar el caos no la concordia.
-es que tengo ganas de fornicar contigo -me escudé como si eso justificara mi pregunta anterior

No se bien porque, supongo que porque el vino me desinhibia y me olvidaba de lo que era, un jinete y simplemente quedaba el licantropo que fiel a sus instintos la deseaba marcar como propia, el caso es que tiré de su cintura sentándola sobre mi regazo para que siguiera dándome de comer y de beber.
Mis mano se paseaba inquieta por su muslo sintiendo su calidez, en un principio tímidas mis caricias, pero poco a poco ascendía hambrienta mientras el tono ámbar de mis ojos me delataba confirmando mis anteriores conclusiones.

Reíamos, bebíamos y conversábamos cada vez mas cerca, creo que no existía demasiada diferencia entre esto y lo que hacían otras pareja que a nuestro alrededor se buscaban encendidas.
-Cuando me quisiste alimentar en el hospital apenas te conocía, no habíamos intimado y solo quería largarme de allí cuanto antes, ahora mismo... -medité que decir, quizás hablaban mas mis silencios que mis palabras – estoy bien aquí.

Mis palabras chocaron contra sus labios, la cascada de pelo caía a un lado, cubriendo ligeramente nuestros rostros dándonos cierta intimidad que a decir verdad no necesitábamos.
Sus brazos posados encima de mi cuello, había soltado los cubiertos y simplemente nos admirábamos en un silencio que fue roto por la dama cuando abrió la boca para preguntar bien no se que, porque decidido el lobo de mi interior tomó el control abriéndose paso por mis entrañas y como si lo necesitara, mi mano se enredó en su melena en un puño y mi boca impacto furiosa contra la ajena.
Mordí sus labios, lengua que cruzó su precipicio hasta adentrarse en lo mas profundo, gesta con la sierpe que allí anidaba, húmedo el encuentro, el placer nos corroía por completo.
Ella era combustible, yo maderos y la chispa la pusieron nuestros cueros al encontrarse de frete.