The big bad wolf // Privado - Guerra [+18]

Recuerdo del primer mensaje :

Llevaba ya un par de semanas trabajando en aquel hospital y los sucesos extraños cada vez se acontecían con más frecuencia. Estrella era una muchacha con recursos y mucho recorrido en la vida y, a sus escasos veinticuatro años de edad, ya había visto multitud de enfermedades, dolencias, infecciones y mutaciones en humanos, incluso en animales. Pero lo que ocurría en aquel lugar, era algo nuevo para ella. Hombres y mujeres que parecían haber sido atacados por animales gigantescos como osos, pero cuyas garras eran más largas y laceraban más profundo, jóvenes tan pálidos que parecían haber sufrido una impresionante anemia y deberían yacer muertos, personas que se negaban a recibir asistencia cuando su vida pendía de un hilo y claramente estaban falleciendo en la cama o incluso en el suelo. ¿Y por qué allí? ¿Por qué en París? ¿A caso era algo así como un agujero del infierno donde se habían ido a reunir todas las extrañezas y muertes incongruentes posibles? La chica no le encontraba lógica alguna, no creía que fuera ningún tipo de plaga, porque aunque a veces los síntomas se asemejaban o en muy pocos casos incluso coincidían, las historias que los pocos que hablaban se dignaban a contar, no tenían ni pies ni cabeza. Parecían estar todos sujetos a los efectos del opio.

Resopló mientras se ataba a la espalda el cinturón de la bata y se lavó por enésima vez las manos cubiertas de sangre. ¿Cuántos muertos iban ya aquella madrugada? Hicieron sonar de nuevo la campana y a toda prisa con el mandil lleno de manchas oxidadas recorrió el pasillo hacia la zona de entrada, donde metían a un hombre inconsciente sin camisa y con los pantalones tan rotos que casi mejor ni los llevara, perdiendo mucho plasma y lleno de heridas extrañas, simétricas, como punzadas. Ella no era médico, sólo ayudaba, pero su curiosidad era demasiado grande y no dudó en tocar uno de los orificios. Parecía que le hubiesen atravesado con agujas de tejer, como las que había visto usar a su nana, aquella mujer que ejerció de abuela para ella y la cuidaba. Arrugó la frente, no tenía buena pinta, a este paso sería otro cadáver más a quemar más tarde en la pira.

Cogió un paño y lo empapó en agua tibia, con el frío que hacía por mucho que la calentaran al nada ya estaba helada, este paciente tenía suerte y estaría templada. Frotó de manera enérgica para limpiar las zonas secas de sangre y dejar a la vista todas las punciones y los arañazos que una vez despejada la dermis se veían. ¿Dónde diablos se había metido ese loco para terminar de aquella manera? Escurrió y volvió a pasar el paño, que ya no era blanco, sino entre rojo, marrón y negro. Porque además de líquido carmesí, el tipo estaba bien guarro. Cualquier diría que se había estado arrastrando por el fango. Al final le limpió un poco la cara y alzó una de sus cejas con incredulidad. Vaya, sería un chalado, pero uno muy atractivo.

Las palabras del muchacho le dolieron, no porque las dijera él o por el tono que utilizara, sino porque la estaba culpando de algo que no se había podido evitar como si ella hubiese blandido una espada y hubiese segado las vidas de aquellos quienes perecieron. Pero Estrella estaba acostumbrada a ocultar la ofensa y como mecanismo, sonrió, aunque lo dicho no le hubiera hecho ni pizca de gracia.

Agradeció que le devolviera la libertad, porque tener a un hombre desnudo aferrado a su cuerpo y con sus partes nobles pegadas al trasero, no era demasiado decoroso para una dama. Porque sí, ella lo era cuando le interesaba. Se separó de él dando dos pasos a la izquierda y en cuanto le volvió oír decir que ella mataba, bufó como una gata. -¿Qué clase de demente anota los nombres de quienes aniquila?- Le importaba bien poco que fuera su hermano o el mismísimo Papa de Roma a quien hacían referencia sus palabras. -En la morgue hay un registro de los difuntos identificados, pero no esperes tener mucha suerte, la mayoría llega como tú… moribundos e indocumentados.- Alzó las cejas al escuchar lo del plan B y sintió un sudor frío recorrerle la columna vertebral. -No sé si quiero saber lo que estás pensando...- Comentó, pero, al parecer, el chaval ignoró por completo su aportación y prosiguió con lo que tenía ideado. Con una carcajada se dejó caer sentada en la cama. -Debes estar de broma.- Sacudió la cabeza en una negación y se quitó la dichosa toalla que aunque mil mechones habían escapado aún tenía medio enroscada en la melena. Se la tiró al chico, como si con eso intentara sosegar las ganas que tenía de golpearle. En parte seguía pensando que todo aquello era culpa suya, los que la atacaron eran… como él, al menos a grandes rasgos.

Le quitó la botella cuando él se la ofreció, dando un tirón y aunque no era pródiga a la bebida y excepto el vino todo le sabía mal, le dio un buen trago, intentando olvidar el enfado. Tomó aire en profundidad y volvió a beber de la botella, sujetándola por la parte más ancha, denotando claramente su falta de práctica. -¿De verdad crees que eso funcionaría?- Inquirió al mirar de nuevo al desconocido que prometía protegerla. Extendió el brazo, regresándole la bebida. Si realmente iban a por ella y no localizaban el origen, cosa más que probable, ese plan B podía ser su única salida. -Dime al menos tu nombre.- Él conocía el de la enfermera, pero no viceversa. Al menos así, si moría, tendría a quién maldecir en su último suspiro; porque lo haría. Se recostó de nuevo, pero subiendo ésta vez los pies al catre y se cubrió con la colcha tras desarrugarla, pues seguía siendo una bola de cuando la dejara antes tirada por intentar huir. -¿Tú no vas a descansar?- Dudaba que quedarse en ese sillón viejo y roto dejara “descansar” a nadie, ni siquiera a los cadáveres.

La miré fijamente, no entendía bien porque veía descabellado tener un libro, teníamos una misión que cumplir y eso hacíamos.
-Aquel cuyo nombre no estaba escrito en el libro de la vida era arrojado al lago de fuego. Apocalipsis 20:15

La vi alejarse hacia el lecho un tanto desbordada por los acontecimientos, aseguraba que aunque en la morgue había un registro de todas las defunciones, pero que la mayoría llegaban indocumentados y moribundos como yo.
El plan b la hizo tambalearse de miedo, peor no se me ocurría otra opción y cuando me lo preguntó se lo dije tan claro como lo pensaba.
-Si no acabamos con ellos te mataran, los lobos somos buenos rastreando, también pecamos de egolatrías, así que usaremos eso a nuestro favor.
Van en manada y yo soy solo uno, pensaran que darme muerte y a ti caza será relativamente fácil.

Sus ojos verdes se hundieron en mis pardos mientras bebía escuchando mis palabras.
Creo que preguntándose como pensaba vencer a esas bestias yo solo.
-Simplemente, lo haré -dije con una seguridad pasmosa cogiendo la botella que me pasaba por el cuello y dándole un trago.

Dudaba, creo que temía que lo mio fuera una mera bravuconada y que llegado el momento me mataran y a ella tras de mi.
-Funcionará -aseguré -y ahora descansa -ordené.
Estrella quería saber mi nombre, supongo que eso le daba cierta confianza, los humanos eran así de extraños, si no conocían tu nombre eras un desconocido, por contra si lo sabían te convertías en su amigo.
-Guerra, mi nombre es Guerra -dije tajante mientras ella abría los ojos como platos supongo que de nuevo pensando que desvariaba.

Su siguiente pregunta me desconcertó, ella se había cubierto con la colcha tumbándose en el lecho y me preguntaba si yo no iba a descansa.
Asentí cerrando los ojos sentado en aquel sofá.
-Los dos debemos descansar, no estoy aun del todo recuperado de mi ultima misión, y mañana me enfrentaré a una manada, necesito ponerme fuerte lo antes posible y ya que no me has alimentado y estoy cubriendo mi sed a base de alcohol -dije mostrandole la botella -pues el descanso parece ser mi ultima esperanza.

La idea de un solo hombre, o lo que fuera, enfrentándose a un grupo y ganando, le resultaba sencillamente inverosímil. Le estudió con la mirada, entrecerrando ligeramente los ojos, allí postrada en la cama con la colcha cubriéndole desde los pies hasta el pecho, dejando así asomar solamente sus hombros con las tiras del sostén y la cabeza. El muchacho sonaba muy seguro de sí mismo, pero a fin de cuentas estaba loco. Ya le estaba recitando de nuevo el Apocalipsis, que al parecer debía haber sido el libro que le leían para dormir cuando era niño. Se masajeó la sien con dos dedos, hasta que escuchó el supuesto nombre del desconocido y se le escapó la risa, fue algo inevitable. -¿De verdad te llamas Guerra?- Ella era Estrella, sabía lo que era nombrar a la gente por objetos, plantas, sucesos… Pero llamar a un hijo como algo tan atroz, debía ser obra de un padre cruel y despiadado, uno que odiaba a los infantes, estaba claro. Asumió que era sincero de nuevo con lo de su nombre y decidió no insistir más en ese tema.

Viéndole tirado en el sillón y escuchando sus quejas, no dudó en recordarle que de lo que la acusaba, sólo era cierto a medias. -Te di de beber, pero rechazaste mis dos intentos. Y en cuanto te hablé de alimentarte, me echaste encima a los perros. Hizo un juego de palabras por su rechazo y la aparición inesperada de los invitados non gratos al hospital.

Miró a su lado, la cama era grande, podían compartirla. Ella tenía la ropa interior y siempre podían interponer una manta o la sábana misma. -¿Por qué no te recuestas aquí? Ahí no vas a descansar, eso lo sabemos perfectamente los dos.- No tenía nada de sexual el compartir el lecho si era para dormir, al menos así lo veía ella, y dado lo arraigado que tenía el chaval lo de llamarla Satanás, dudaba que le pusiera un dedo encima. Descubrió el otro lado del colchón, retirando la sábana. -Tú en ese lado y yo en este, ¿qué te parece?- Alzó ambas cejas, aguardando la respuesta. Seguro le soltaba otro versículo de los suyos hablando sobre la tentación, el pecado y todas aquellas bobadas. Al parecer no se daba cuenta que a ella el sexo no le interesaba. -Mientras te lo piensas, y razonas en vez de soltar lo primero que cruce tu cabeza, voy a por agua.- Se levantó de nuevo y fue al baño, donde abrió el grifo y con las manos como cuenco, dio varios tragos. No, no era la más sabrosa ni la más salubre, pero hidrataba y con las arcadas tras su chapuzón en el río, lo necesitaba.

Abrí los ojos cuando hizo ese juego de palabras sobre lanzarle a los perros, ladeé la sonrisa dispuesto a hacer un apunte (no eramos perros si no lobos), pero algo me decía que estaría mas guapo con la boca cerrada dado el caso, así que volví a dejar caer la cabeza hacia atrás cerrando nuevamente los ojos sin borrar esa picara sonrisa de mis labios que la hizo bufar.

No dejó de mirarme, como si estuviera pensando en algo y finalmente las palabras escaparon de sus labios, me ofreció acostarme con ella en el lecho, eso si, me dejo claro que para descansar.
Mi mirada buscó sus esmeraldas, era cierto que el sofá no era cómodo, la cama era grande...
-Mateo 26:41 Velad y orad para que no entréis en tentación. El espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil. “

Al escucharme recitar se puso en pie, mis labios se entreabrieron y mis ojos adquirieron un tono ambarino al verla pasearse semidesnuda ante mis ojos.
Pasó de largo para ir al baño mientras mi mirada seguía su estela consciente de como su cuerpo llamaba al mio.
Antes de que se girara yo estaba tras ella, casi chocó contra mi pecho sobresaltada, con los labios húmedos por el agua.
Allí fueron mis ojos, ínfima la distancia entre nuestros cuerpos cuando mis brazos apoyados en la pila la encerraron en una cárcel de piel hueso.

Me incliné ligeramente, nuestros ojos a la misma altura y el silencio abanderó el momento.
-Esta bien -susurré dejando que mi aliento impulsado por las palabras chocara contra su boca.
Aparté una mano para permitirle salir si así lo quería, seguíamos mirándonos, el pecado tomaba forma ante mis ojos y sucumbir era un error, pero no hacerlo era complicado.

La enfermera caminó hacia la cama, me moje la cara, el pelo y bebí un poco de agua antes de ir tras ella dejándome caer a su lado en el lecho.
-He pensado que quizás no seria necesario llevarte conmigo a esa trampa..tu olor puede quedar impregnado en algún objeto, algo de sangre bastará para sacarlos de su madriguera y yo los puedo esperar para darles muerte, caza, seras libre de volver al hospital después a seguir matando de hambre y sed a los pacientes -bromeé ladeando la sonrisa mientras giraba el rostro en su dirección para encontrarme con su ceño fruncido.

Ese joven era malditamente sigiloso, tanto, que Estrella ni se percató de su presencia hasta que al girar se topó de bruces con él, tan cerca, que pudo sentir como el calor que ese cuerpo ajeno emanaba la contagiaba y mermaba el frío que aún le calaba los huesos. La mirada de la chica viajó desde el pecho ajeno hacia los ojos color miel del contrario, sorprendida por la repentina invasión de espacio personal sin motivo, porque al menos en los anteriores casos había sido por protegerla, salvarla de ser ahogada o evitar que huyera, pero en aquel momento, ella no veía ningún por qué. La enfermera estaba acostumbrada a los hombres desnudos, a lavarlos, a tratarlos, a transportarlos a la pira… Pero aquello era distinto, y aunque ella no se había planteado el trato carnal en lo que llevaba de vida, por una ínfima fracción de segundo, sintió que le faltaba el aliento, que se le constreñía el pecho y movió una mano, la alzó un poco, de manera inconsciente quería tocar al muchacho. Pero rápido reaccionó en cuanto vio una salida, escapó de la trampa que el propio Guerra le había puesto.

Salió del baño en dirección a la cama y se escondió bajo la colcha, cubriéndose hasta la cara. Se tocó las mejillas con ambas manos, notando cómo le ascendía la temperatura del rostro. Se dio un par de palmadas dobles para despejarse, parpadeando rápidamente y terminó por acomodarse en el catre, haciendo ejercicios de respiración mientras se tomaba el pulso con los dedos índice y corazón. Aquello debía tener una explicación médica, seguro, se lo preguntaría a alguno de los doctores al día siguiente en el hospital.

De pronto sintió la caída del peso ajeno a su lado y le tuvo que mirar, aunque no quisiera. Alzó las cejas y se miró las manos, las muñecas. -¿No se necesitaría una cantidad muy elevada para engañarlos y que prefirieran seguirte a ti con la prenda antes que a mí misma?- Ella no era ninguna experta en aquello de los olores, pero había conocido perros de caza y no era fácil engañarlos, así que supuso que con los licántropos, sería aún más complicado.

Buscó los ambarinos ocelos del chico, fijando en ellos sus esmeraldas. No ocultaba su miedo, reflejado en sus dilatadas pupilas, ni en el temblor de sus dedos o el tacto poco suave de su piel de gallina. -Pero si tú crees que eso funcione, confiaré. Eres mi única salida, ¿no es cierto?- Las palabras estaban cargadas de un peso emocional que ni ella se dio cuenta que les infligía. En realidad, el jinete nada le debía, y aún así allí estaba. Lo que se preguntaba era si seguiría a su lado cuando al día siguiente ella despertara.

Negué con la cabeza mientras incorporaba ligeramente el torso para explicarle mirándole los ojos con sinceridad.
-no, bastara con una prenda manchada con tu sangre. Si permaneces en un lugar como este, lleno de fabricas que camufle tu olor, el único rastro que percibirán sera el que yo lleve encima como señuelo.
Si bien es cierto que si vinieras conmigo seria un olor mas fuerte, mas fácil de detectar, arriesgaría tu vida -aseguré hundiendo mis pardos en sus verdes que centelleaban -¿tienes frio? -pregunté al ver como su cuerpo temblaba como una hoja mecida por los gélidos vientos del otoño.

Desvié la mirada hacia la lumbre, sus llamas naranjas brillaban bailando ante nuestros rostros. La lumbre se mantenía encendida, los troncos aun no se consumían pero al parecer y pese que para mi la temperatura de la cámara era cálida, ella parecía seguir helada.
-¿es miedo? -pregunté casi afirmando lo único que tenia sentido para explicar su estado -no permitiré que te rocen, te doy mi palabra, morirán -aseguré con rotundidad -y después los dos volveremos a nuestras vidas...tu a salvar vidas y yo a arrancarlas.

Dejé caer mi torso de nuevo sobre el colchón, cerré los ojos como si esa conversación hubiera quedado clara, aunque en mi mente retumbaban sus palabras “eres mi única salida” lo era, pero no respondí a su pregunta porque encerraba demasiado esa respuesta.
Mañana todo acabaría, pero hoy solo había empezado una noche que se desdibujaba en mi mente con la voracidad de las mismas llamas.

Mi respiración iba tornándose mas pesada, allí sobre el mullido colchón fui sucumbiendo a los designios de mi creador.
Mi cuerpo se iba relajando, bostecé un par de veces antes de caer profundamente dormido.

No se el tiempo que dormí, solo que un ruido me alerto haciéndome saltar, incorporé mi torso, ladeé la cabeza tratando de escuchar de que se trataba mientras mis ámbar centelleaban.
Al parecer una pareja abría la puerta entre risas la habitación contigua dispuestos a sucumbir a una relación carnal sobre el lecho.
Me levanté de la cama, Estrella seguía durmiendo, me llené un vaso de whisky y me acerqué al ventanal para mirar hacia el exterior del edificio.

Comprendía lo que Guerra le estaba diciendo. Él sabía mejor cómo iba la cosa, compartía el mismo tipo de olfato que aquellos que la perseguían y, por las heridas que había visto en él cuando le trajeron al hospital, parecía acostumbrado a enfrentarse a otros monstruos. Intentaba mantenerle la mirada, pero su cuerpo reaccionaba ante la cercanía y el temblor de sus dedos se acentuaba, sumándole sensaciones al motivo por el que lo hacían.

Le escuchó de nuevo con atención y sus palabras le hicieron sentir un sudor frío bajándole por la espalda. No respondió a su pregunta, porque reconocerlo le hizo pensar que sólo acrecentaría el hecho. Tenía miedo, era una realidad, pero si se lo negaba al hombre y a ella misma, parecía que ese temor quedaría arrinconado y no crecería. -Claro, luego cada uno por su lado…- Se aferró a la colcha con ambas manos como si aquello le diera la vida y asintió, incapaz de decir nada más en aquellos momentos. Le observó dejarse caer y cerrar los ojos, al parecer el joven iba a poder dormir sin problemas, a ella le iba a costar más trabajo. Se recostó mejor y quedó mirando al techo. Estaba oscura la habitación tras apagar el candil de un soplido, pero no había cortinas en la ventana y se veía la luna. Y con esa luz perfilando su rostro, empezó a darle vueltas a lo ocurrido, a intentar buscar el origen de tanto odio hacia ella. Era fácil descartar algunos que ya habían llegado siendo casi fiambres, pero no siempre trataban casos así y decidió que, tal vez, debería centrarse en las causas de muerte más naturales. Repasó las defunciones más recientes, pero ninguna le parecía lo suficientemente relevante como para movilizar a toda una manada de lobos gigantes para matarla. Y pensando en cadáveres, al final, el agotamiento pudo con ella y sus párpados cedieron, hasta quedarse dormida.

Pasado Dios sabe cuánto, la española despertó de un sobresalto, soltando un grito ahogado y enseguida buscó al que había sido su compañero de cuarto con la mirada, casi consumida por el pánico. -¡El bebé!- Apartó la colcha y sábana de sobre su cuerpo y casi se abalanzó sobre el castaño que miraba por el ventanal. -Una cesárea…- Le faltaba el aliento, estaba claramente alterada. Se dio varios golpes en el pecho con la mano abierta, inspiró hondo y prosiguió. -Hace cuatro días vino una madre embarazada… El niño era demasiado grande para un parto natural. Ella insistió en que salváramos a su hijo y le hicieran una cesárea a pesar del alto riesgo…- Hizo una pausa, mirando un instante al suelo y de nuevo buscó los ojos ambarinos de Guerra. -El bebé nació fuerte y sano, pero la madre no lo consiguió…- Había tristeza en sus esmeraldas, pero también convicción. Algo le decía que ese era el motivo por el que la perseguían, aunque la decisión no había sido suya, ni tampoco la culpa.

Estrella se despertó sobresaltada, sus pies descalzos se posaron en el suelo escuchando sus pisadas raudas sobre el embaldosado.
Corría a mi lado como si lo que acabara de descubrir fuera de vital importancia, como si no hubiera otro refugio que mi cuerpo en esta cámara.

Abrí mis brazos arropándola entre ellos de un modo casi instintivo, mi mirada se centro en sus esmeraldas que relucían ante los haces plata de la dama blanca.
Esperaba el motivo de aquel viaje que la convirtió en mía por un instante.
-Un bebe -dije enarcando una ceja -podía tener sentido -los lobos nos emparejamos de por vida - Tengan todos en alta estima el matrimonio y la fidelidad conyugal, porque Dios juzgará a los adúlteros y a todos los que cometen inmoralidades sexuales.
Hebreos 13:4

El bebe era inocente de todo pecado, lo iba a dejar huérfano cuando acabara con su vengativo padre. -Sea como sea, mañana todo acabará -sentencié apartando los mechones de pelo que remarcaban su rostro. El miedo es un sentimiento mundano, pero necesario para manteneros vivos, produce adrenalina, os mantiene alertas.

Di otro sorbo de la copa que sostenía con mi diestra y se la tendí devolviendo mi mirada hacia el exterior del motel. Nuestra habitación daba a un callejón estrecho y mal iluminado donde unos cubos de basura y unos gatos comiendo sus restos eran los únicos protagonistas. Fue entonces cuando percibí el olor de otro alfa, mi cuerpo se tensó de inmediato, mis ojos adquirieron ese tono mostaza que me delataba
-métete bajo la cama y pase lo que pase, veas lo que veas no salgas.

Entre mis brazos negaba con la cabeza, pero de un empujón la lancé hacia el lecho alzando el dedo para que me obedeciera. No llevaba la espada, eso era un inconveniente pues en mi mano la pusieron para crear el caos en la faz de la tierra.  Por suerte, mis garras y colmillos no me abandonaban nunca.

De una patada la puerta de bario, cinco lobos entraron al interior de esa cámara, ladeé la cabeza mientras mi sonrisa se ensanchaba. Uno dio un paso hacia el lecho para sacar a lo que según ellos era la asesina por la que clamaban justicia, pero yo me interpuse en su camino mostrandole mis colmillos desafiante.

Se me daba bien entender la ira,, eso era lo que destilaba el alfa, quería venganza y yo era lo único que me interponía para alcanzarla. Mas también se me daba bien vislumbrar la avaricia y la soberbia y eso es justo lo que vi en el beta.
Mi sonrisa se ensanchó al tiempo que mi mordaz lengua se soltó. -¿obedecéis un alfa que os trae a una habitación en busca de una humana? Vaya, la debilidad en él es clara, acaso no puede darle muerte sin meter en conflicto a su manada. Sembré la semilla de la discordia, pude ver al beta como me miraba, como sus ojos centelleaban ante la oportunidad de destronar a su alfa -¿acaso vuestro alfa no es capaz de enfrentarse en singular duelo a otro de su especie? ¿se ha olvidado el alfa de las leyes de la manada?

Esa noche no quedaría en pie, alfa, ni beta, ni manada, claro que eso no lo sabían todavía, yo era Guerra.
-"Y vi a la bestia, a los reyes de la tierra y a sus ejércitos, reunidos para guerrear contra el que montaba el caballo, y contra su ejército. Y los demás fueron muertos con la espada que salía de la boca del que montaba el caballo, y todas las aves se saciaron de las carnes de ellos." (Apocalipsis 19:19

Por raro que pareciera, y aunque contradijera los propios actos de la enfermera, le sorprendió la calma que sintió cuando los brazos del joven la rodearon. A pesar del peligro que corría ella y de la propia cruzada encarnizada de Guerra, por un instante, por efímero que fuera, se supo a salvo. Le dejó hablar tras contarle sus sospechas, aquellas que tan claramente había rememorado durante el sueño, la pesadilla. Le sorprendió aquella confesión, emparejarse de por vida. Ni siquiera los humanos eran capaces de ello, porque, aunque muchos mantuvieran la farsa del matrimonio hasta la muerte, la sarta de amantes que pasaban por sus camas acababa siendo incontable. Lo sabía bien, era el caso de sus propios padres, que de cara a la galería formaban una familia unida, pero dentro de la casa, a penas se hablaban si no era para pedirse la sal durante la cena.

Tomó la copa cuando se la ofreció y dio un breve sorbo, aunque recién despertada le supo a rayos, demasiado fuerte. Arrugó la nariz y se mordió la punta de la lengua para no mostrar una mueca de asco. Notó de inmediato la tensión ajena cuando apretó de manera imprevista el abrazo sobre su cuerpo. Negó ante la petición, no le gustaba la idea. -¿Por qué no huimos?- No era lo mismo preparar ellos la trampas, la emboscada, que ser sorprendidos en un lugar que no conocían y encima pequeño, con sólo dos salidas, la puerta y la ventana. Pero aún ante su negativa, el lobo la empujó y cayó sentada en la cama al tiempo en que se derramaba el resto del contenido del vaso antes de impactar contra el suelo y hacerse añicos. Miró al muchacho, pero enseguida el portazo desvió su atención a la entrada. Apretó los dedos alrededor del colchón, aferrándose como si fuera a escurrirse del susto hasta las baldosas frías donde reposaban alerta sus pies, de puntillas, con los talones alzados y dispuestos a correr. Y algo parecido hizo cuando vio que uno se le acercaba, aunque Guerra se interpuso. No quería estar en medio, ella seguía siendo humana y aún no comprendía ni la mitad de lo que pasaba. Si la atrapaban sería cuestión de segundos que la mataran, eso si tenía la suerte de que no desearan torturarla. Empalideció enseguida, pero se dio ella misma una bofetada para espabilarse y de un salto se subió al catre para pasar al otro lado. Se agachó, aunque no llegó a meterse debajo, temiendo que, en mitad de la pelea, alguno de aquellos cinco monstruos aplastara la cama.

Desde su nueva posición prestó atención, arrugando la colcha con sus dedos, mirando sobre los pequeños montículos que la tela formaba al contornear el somier. Enseguida se percató de lo que el joven pretendía, les buscaba las cosquillas, intentaba enfrentarlos. Le pareció un plan astuto, aunque no tenía muy claro si funcionaría. Aunque estaba perdida con la jerga de los alfas, ¿era esa la manera de referirse a un líder? Y mientras meditaba aquello por una fracción de segundo, uno de los cinco licántropos, el que antes parecía haber estado más rezagado, se abalanzó sobre la cama, haciendo vencer las patas con un seco crujido que hizo saltas cientos de astillas, al tiempo en que la española se apartaba hacia atrás de un brinco, topando con la esquina del cuarto. Ahora sí que estaba jodida.

Sembrada la discordia podía ver los ojos centellear del uno y el otro. El alfa batido en duelo por otro lobo desconocido para la manada, no aceptar era reconocer su debilidad. Beta que mordaz esperaba que me lanzara a su yugular y lo hiciera flojear para dar el el golpe final y alzarse con el poder de una manada descabezada que ya paladeaba como suya.
-No volverá tu mujer -aseguré -es una lastima, de seguro sabia muy bien -me relamí los labios provocando su ira, solo necesitaba un empujón para que la venganza y la soberbia le hicieran cometer un error, un paso en falso que yo aprovecharía.

El joven intrépido, el mas joven de todos ellos, se creía un dios, saltó sobre el lecho para hacerse con ella, mi trofeo, mi hembra.
No dudé, salvaje en mis embestidas y con la velocidad que me caracterizaba lo atrapé por el cuello con una mano elevando ligeramente su cuerpo como si fuera un trofeo.
Sus ojos fijos en los de Estrella, creo que pedía clemencia, pero yo no era un cura de los que absolvía los pecados con un ave Maria, yo era el ejecutor.
Mi mano atravesó su espalda, las costillas se abrían crujiendo, su columna vertebral cedía mientras entre espasmos y gritos de dolor se revolvía.

No detuve mi sangriento ataque, uno que hizo que los lobos aullaran dando un paso adelante desafiantes.
Les mostraría que aquel que osara desafiarme pereceria, porque yo era Guerra y en mi sino estaba llevar la discordia.

Le saqué de cuajo el corazón ladeando la sonrisa como un demente. Palpitaba aun cuando el cuerpo cayó inerte a mis pies ante el estupor de aquellos lobos temerosos de la ira de dios.
El corazón al alfa se lo lancé como un guante que desafía al caballero orgullosos y soberbio ¿lo recogería? ¿acaso le quedaba otra opción a estas alturas?
-¿Alguien mas? -rugí desafiante con la mano, la muñeca y el brazo chorreando sangre en una sádica imagen.

El alfa por fin racionó, alzó su mano deteniendo a los otros, había caído en mi trampa, ahora le demostraría porque Dios me mandó para que se degollaran los unos a los otros en tierra sagrada.
Sus fauces crecieron, las garras y su envergadura se duplicó, mis ámbar centellearon de pura satisfacción.

Arrugue mi hocico mostrandole mis fauces y sin pensármelo me lance a la carrera contra su cuerpo musculado, que al impactar con el mio emitió un ruido sordo haciéndonos a ambos rodar estrepitosamente por el suelo.
Sangre, suya y mía se esparcía a mi paso, con cada mordisco, con cada zarpazo, ambos tratando de mantener nuestros cuellos a la distancia adecuada del otro mientras mordíamos rasgando la piel del resto del cuerpo.
Y de nuevo nuestras bestias se entrechocaban jadeantes, agotadas, pocos tenían el honor de presenciar la encarnizada pelea de dos alfas.
Ninguno cedía ni un paso en nuestros intentos por acabar desgarrando nuestras vidas, corrompiendo nuestras almas, allí bajo la madre luna,  que nos mecía y animaba.

Mordí su costado, sacudí la cabeza haciéndolo impactar contra una de las paredes, gruñí ocn la sangre resbalando por mi hocico. Aproveche con destreza, ahora si, su aturdimiento para hundir mis fauces en su yugular, poniendo mis patas sobre su lomo, sujetando con fuerza sus envestidas mientras la sangre fluía por mis dientes que arrancaban con cada sacudida jirones de su piel.
Aulló de forma apagada, despidiéndose de este mundo, dándome por vencedor, proclamando mi hegemonía, mi linaje.

Intentó darle un zarpazo y ella lo esquivó al agacharse por mero instinto, pero de no haberse lanzado sobre él Guerra, ella ya no lo hubiese contado. Lo único que pudo hacer la muchacha fue observar con los ojos muy abiertos, encogida en el suelo, allí en la que ahora era su esquina. La sangre le salpicó el rostro, el pelo, todo su cuerpo, y sólo porque estaba acostumbrada al olor, a las desgracias, a las enfermedades necróticas y las autopsias, fue que no se le revolvió el estómago y vomitó allí mismo, añadiendo un hedor más al encuentro.

La escena fue de lo más cruenta. La manera fría en la que el único al que la española conocía destripaba, desmembraba y arrancaba hasta las vértebras del que había intentando terminar con su vida, estremeció a la chica. El jinete sonreía a cada zarpazo que daba, disfrutando enormemente con su cometido. Saboreando los salpicones de vísceras, relamiéndose ante las miradas perplejas y, claramente, asustadas de los otros cuatro presentes en la sala. Pronto todo empeoró, porque lejos de amedrentarse, empezaron a mutar de nuevo, a crecer, a tener más pelo, y no sólo quienes pretendían acabar con ellos, sino que el propio Guerra igual.

Estrella se apoyó en la pared con ambas manos y fue ascendiendo, sin despegarse del muro en ningún momento. Dos de los licántropos quedaron como observadores, mientras el más feo de todos se ensañaba con el salvador de la muchacha. Los gruñidos, las babas, los mordiscos encarnizados, las garras sangrientas. Todo ocurrió muy deprisa, al menos para los ojos de una humana, que atónita observaba la pelea, la batalla, la lucha entre dos líderes que buscaban la victoria. Y a pesar de la rapidez de los movimientos, de los gestos, de las dentelladas, la muerte de uno de ellos se hizo de rogar, por suerte, la del lobo cuyo nombre no conocía. La joven se percató entonces de la tensión en la que había estado sumida, de la mano con la se había estado apretando en el pecho, dejando marcadas hasta las uñas cerca de la axila. Su corazón latía a una velocidad exagerada y llevaba minutos sin tragar, con la garganta tan seca que cuando carraspeó le dolió. Estaba asustada, pero no por ella misma, había temido que le hicieran daño a él, a un hombre al que a penas conocía. Si bien era voluntaria, cuidadora y enfermera, no pecaba de altruista desinteresada con aquellos que no consideraba se lo merecían. Y a pesar del espectáculo sádico que estaba presenciando, no quería que le pasara nada al castaño.

Un exagerado suspiro de alivio escapó de sus labios, tan descontrolado que al reaccionar para intentar ocultarlo se dio un buen manotazo en la boca. Ante tal gesto, los otros dos monstruos que se habían quedado observando, giraron a la vez sus hocicos y centraron su atención en la que había sido la causante de la caída de su alfa. No sabía si serían de esas manadas que sin jefe huían despavoridas o de los que en cambio, se volvían más fieros por vengar la muerte de aquel que les había guiado hasta entonces. Pero pronto lo averiguó, cuando el que antes había sido alentado por Guerra para alzarse contra su jefe dio un paso a un lado. No fue hacia atrás ni hacia delante, sino hacia un costado. Acercándose más al líder muerto y al vencedor. ¿Iba a retarle? Y, sin saber por qué, ni en qué diablos estaba pensando, Estrella hizo acopio de toda su fuerza para levantar la mesita de noche y lanzársela al bicho a la cabeza. -¡Lárgate a mandar en tu nueva manada!- La madera crujió y se hizo trozos, empujando al animal hacia un lado, pero obviamente no le dejó K.O. sino que sólo le enfureció.

Los dos lobos me miraron fijamente cuando su alfa cayó, no bajé la mirada, mi porte era regio, altivo, los evaluaba y podía ver miedo en sus lupinas miradas.
Ladeé la cabeza al ver como el beta avanzaba lento hacia su alfa, su actitud era difícil de descifrar hasta para mi.
Creo que se debatía entre el poder que sabia sobradamente que ostentara en su manada y hacer lo correcto, liderar, pero luchando por el honor de su alfa ¿que decisión tomaría el lobo me preguntaba?
-Mateo 23:12“Y cualquiera que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.

No acabé la frase cuando la humana le lanzó un mueble encima, el lobo gruñó en su dirección y ese gesto a mi me basto para arrancarle de cuajo la yugular hundiendo mis dedos en su cuello y tirando de sus venas con violencia sacándoselas del sitio.
Baño de sangre sobre mi rostro, la bestia emergía de las profundidades observando el único que quedaba en pie.

Un charco de orín en el suelo, sus pantalones se bañaron del amarillo liquido por el miedo y de rodillas cayó sobre el embaldosado pidiéndome clemencia juntando las manos en un rezo para que me apiadara de sus pecados.
-¿Por que? -pregunté con la voz ronca.
-Porque ese bebe recién nacido solo me tiene a mi, soy su tío y suplico clemencia para educarlo.
-Y lo educaras, en la fe, y ahora ve. Si eso no sucede, una noche encontraras la muerte.

El hombre trastabilló alzándose aterrado y corrió fuera de aquella habitación.
Mis ojos aun ambarinos regresaron hacia la humana que pegada a la pared miraba aquella escena desubicada.
Acostumbrado al caos, a la muerte y al dolor yo solo vivía una noche mas de mi apacible vida, pero ella...
-Todo a terminado Estrella -aseguré caminando hacia ella.
El chapoteo de la cálida y espesa sangre bajo mis pies descalzos, relamí mis labios sintiendo su férreo sabor.
-Todo a terminado -repetí

El gruñido le resonó en la cabeza como si se lo hubiese soltado junto a la oreja, mas lo que se le grabó en la memoria, lo que le quemó los oídos e hizo escocer sus ojos fue la manera en que el joven aprovechó la distracción para arrancarle de cuajo medio cuello y sesgarle la vida. Ella había contribuido a tal acto, aquello era lo que le dolía. No había apretado el gatillo, pero sí cargado la pólvora. Su cerebro parecía haber colapsado y sus manos volvieron a temblar al tiempo en que ella misma se las miraba. Su impulso había causado algo que, tal vez, de haberse estado quieta no hubiese pasado. Sacudió la cabeza apartando dichos pensamientos de ella, no podía ofuscarse en eso, aquellos monstruos habían venido a matarla y, de haber podido, hubiesen asesinado a Guerra también. Todo se había originado por un muerte imposible de evitar, al menos no a cambio de otra vida, la de aquel niño que de no ser por la piedad del alfa que ahora se dirigía hacia ella, ahora sería completamente huérfano.

En tan sólo unos segundos le habían revoloteado mil ideas de un lado a otro, se habían arremolinado alrededor de su conciencia, de su razón, de sus miedos. Muchas de ellas se contradecían unas a otras y no estaba lo suficientemente lúcida como para intentar discernir las que tenían lógica y las que no. De hecho, no quería pensar en nada, sólo quería dejarse caer, liberar toda la tensión acumulada que parecía tirar de su columna vertebral hacia el techo y matarle la espalda.

Fue el sonido húmedo de las pisadas ajenas lo que la hizo volver en sí, despertar del ínfimo e inútil letargo que con los ojos abiertos acababa de experimentar. Se acercaba el hombre a ella, repitiendo aquellas palabras como si fuesen un cántico, un hechizo, una hipnosis. Y a pesar de la sangre que cubría los brazos, el torso, la cara y el cuello foráneos, su voz destilaba seguridad y calma. Parecía una escultura esculpida en mármol, perfecto en cada rincón, en cada ángulo, mas un pintor la había manchado de rojo aquí y allá, uno enfurecido ante la creación impecable de una obra que no era suya. Y por extraño que pareciera, por muy loco que todo fuera dada la situación, aquel mantra pronunciado por el jinete que sembraría la discordia, funcionó. Y tal vez lo hizo demasiado bien, porque no sólo se esfumaron el malestar, el agobio, el nerviosismo y el miedo, sino que la consciencia de Estrella se fugó a rauda velocidad y con el peso de su propio cuerpo, cayó dormida de repente. Sencillamente, se desplomó.

Sus ojos brillaban como faros que anuncian tu llegada a puerto, me pregunté en ese momento si por contra a mi me harían naufragar antes de tiempo.
Podía escuchar en mi cabeza la voz de Deborah asegurándome que esto me convertía en alguien débil ¿seria cierto? Acababa de arrancar la vida a una manada y aun caminando sobre los mares escarlata era incapaz de asegurar que su canto de sirena no me precipitaría ante las rocas.

A escasa distancia, su cuerpo se tambaleó ante mis ojos y antes de que sucumbiera apagándose mis brazos acortaron la distancia tomándola en volandas.
Era ligera, frágil y admiré aquel cuerpo de tez clara que ciertamente me llamaba. Ambos teñidos de rojo mostrábamos una tétrica imagen del amor y del odio.
-Estrella- susurré esperando que despertara. Demasiadas emociones para una mujer acostumbrada a salvar vidas y no a sajarlas de forma despiadada.
Yo era lo que era, un instrumento de Dios para quebrar los cimientos de una humanidad descarrilada. No se puede construir si antes no se destruye.

La deposité sobre el lecho, mis ojos seguían fijos en sus labios, a ellos llevé la yema de mi dedo repasándolos, como si fuera el mayor pecado que pudiera permitirme en esos momentos.
Era una humana ¿que cojones estaba haciendo? Aparté mi mano al ver que despertaba.
-¿donde vives? -pregunté sin andarme con rodeos.

Estaba aturdida, aparté dos mechones de pelo bañados en sangre que caían rebeldes sobre su cara.
-Te llevaré a casa, estas a salvo -aseguré tirando de la colcha para envolver su cuerpo semidesnudo antes de alzarla en brazos.
Su cabeza quedaba recostada sobre mi pecho, sus brazos rodeaban mi cuello, parecía sumida en una debilidad, en un sueño del que no podía despertar.
Temblaba, no era para menos, acababa de verme liquidar a cuatro licantropos sin ningún escrúpulo.
-No me tengas miedo, no he encontrado en ti pecado para acabar contigo.

Me fue guiando como pudo, hasta alcanzar un edificio bastante sobrio en apariencia, una residencia de gente humilde con la fachada de ladrillo.
Sube las escaleras y en la puerta que ella me indicó me detuve bajándola al suelo para que abriera al puerta.
Supongo que ahí llegaba el momento de nuestra despedida.
-Cuídate Estrella -dije cuando la puerta rechinó al ser abierta

Todo se fundió a negro ante la mirada de la enfermera y mientras permanecía inconsciente, fue cargada en brazos hasta la cama. Ajena a lo que su cuerpo tendido provocaba en el hombre que le había salvado la vida, ella descansaba. Mas duró poco el reposo y los párpados de Estrella se despegaron con dificultad como si cada gota de sangre sobre su piel le pesara en el alma. Lo primero que vio fue el rostro borroso del licántropo y tardó un rato en reconocerlo, en recordarlo todo. Pero ahora, de pronto, se sentía distante con el tema, como si lo ocurrido hubiese sido la narración de un libro a la que ella hubiese asistido, en vez de un espectáculo en vivo.
 
La voz ajena era como un eco en sus oídos y en cuanto fue alzada de nuevo, envuelta para evitar el frío, se aferró al cuello del muchacho de inmediato como un reflejo. Su cabeza se tambaleaba y para darle estabilidad se apoyo en el hombro foráneo. Le fue dando indicaciones como pudo, medio ida aún, perdida en un extraño y confuso limbo. Ni se dio cuenta de que temblaba y mucho menos era capaz de encontrar un motivo.
 
Tardaron, paseándose por una París que en su mayoría dormía y las pocas gentes con las que se cruzaban estaban tan borrachas que ni se preguntaban por qué un joven paseaba desnudo con una mujer medio inconsciente en sus brazos, envuelta en la colcha como si fuera una oruga. Mas, al final, alcanzaron su destino, una vieja residencia destartalada casi a rebosar de inquilinos. Estrella no cobraba por su labor en el hospital, era voluntaria, aquí que su pago era el hospedaje en aquel lugar y las dietas fijas en una taberna a la vuelta de la esquina.
 
En cuanto sus pies tocaron el suelo, aflojó el abrazo con el que aún rodeaba el cuello del castaño, paladeó con la lengua antes de hablar, notando que tenía la boca ligeramente seca. Buscó los ojos y, por primera vez desde que se conocieran, le dedicó una verdadera y sincera sonrisa. -Cumpliste tu palabra, una vez tras otra…- Aferraba la manta con una mano para que esta no cayera y le otorgaba una imagen como si llevara sobre sus hombros una capa hecha de piel de alguna fiera. -No me mentiste, aunque a veces lo pareciera… Porque decías muchas locuras.- Puntualizó y cuando vio que él iba a decir algo, le puso el dedo índice de la zurda, la que tenía libre, en los labios para silenciarlo. -Sé que debes estar deseando perderme de vista, pero… No puedo permitir que te vayas sin darte las gracias.- Y dicho aquello, retiró el dígito de los belfos foráneos, llevando la mano hacia la barba en una caricia, se puso de puntillas y le besó en la mejilla. -Entra, te dejaré algo de ropa que había cuando llegué hace unas semanas. El anterior ocupante de la habitación era un hombre.- Porque ni siquiera era una residencia femenina, era mixta, lo que aún denotaba más su baja categoría.

La colcha cayó al suelo emitiendo un ligero sonido que no fue inaudible para mis sentidos, no esperé que su calor regresara contra mi incendiaria piel, menos que sus labios se posaran en mi mejilla, un beso solo recibido por los labios de mis hermanas y que me hizo entreabrir los labios fruto de un deseo que no me estaba permitido.
¿Quien tiene la desfachatez de besar a guerra? Al parecer, solo una estrella.

Ladeé la sonrisa cuando me invitó a pasar, dudé, mis ojos recorrieron su cuerpo de pecado ¿para eso había dejado que la colcha cayera sobre el embaldosado? Pues funcionaba, porque no se bien como acabé en el interior de la casa cerrando la puerta a mis espaldas con la escusa de tomar algo de ropa que cubriera una desnudez que ni de lejos me incomodaba.

Mis ojos se pasearon por la estancia, sobria, apenas amueblada, no se puede decir que salvar vidas te permitiera vivir en la opulencia.
Un camastro al fondo, sobre este una manta de piel blanca, supuse ese seria su cuarto. El salón apenas contaba con una chimenea, frente a esta una alfombra bastante roída por el paso de los años y un sofá de tela grisácea.

Tiró de mi mano llevándome hacia la habitación, allí abrió el armario ofreciéndome un pantalón y una camisa que miré frunciendo el ceño al desplegarlo.
-¿vivía un hombre o un pigmeo? -pregunté sin intención de usar ningún tono jocoso en esto.
Al parecer a ella si le divirtieron mis palabras pues su risa retumbó en la cámara y con ella, mi sonrisa la mía se ensanchó quedando de nuevo de frente ante ella.

Mi mano se deslizó por la piel de su hombro, bajando por su brazo, ladeé el rostro intentando descifrar lo que en mi producía el tacto de una piel que se erizaba a mi paso.
-No puedo quedarme, mis hermanos me esperan, si no vuelvo vendrán a buscarme y podría ser...peligroso -aseguré como si esconderla fuera mi única baza.

Los conocía lo suficiente como para saber que en mi verían debilidad, una noche distinta a las demás estaba pasando con ella y aun no entendía bien que me mantenía allí cuando debería haberla dejado y largarme para ponerle a esto fin.
Yo no era un hombre normal, ni siquiera un licantropo normal, quizás eso era mi recipiente, pero mi alma era la de un jinete del apocalipsis, yo era guerra y el caos era mi sino.
-De su boca salía una espada afilada para derribar a las naciones. Él las gobernará con vara de hierro y desatará el furor de la ira de Dios, el Todopoderoso, como el jugo que corre del lagar.

Dejó caer la colcha al suelo, porque ya estaba en casa y aquello apestaba a sangre, más incluso que ellos mismos y sus pieles manchadas, teñidas de muerte. Giró sobre los talones y abrió la puerta, allí no había llaves, así que nadie tenía realmente muchas pertenencias. Y así no podía haber sorpresas cuando se abrió la puerta y se pudo ver que dentro no había prácticamente nada. El catre era un desastre, de hecho hasta cojeaba, y el armario sólo tenía una puerta, por no hablar del sofá que si uno se sentaba se clavaba el armazón en el coxis y debía ir directo a urgencias.
 
Tomó la mano del castaño y le guió al interior de su dormitorio. Una vez dentro de la desangelada estancia, la chica fue a buscar algo de ropa al fondo del armario, una que tenía guardada dentro de una pequeña bolsa de arpillera, la sacó, la desdobló y se la tendió al muchacho, esperando a que se la pusiera. Mas al ver la cara que puso él al mirarla y escuchar su comentario, tuvo que cubrirse la boca porque le entró la risa y fue incapaz de contenerla. -Perdona, no sabía que el anterior inquilino hubiera sido un… pigmeo.- Y más risas escaparon de sus labios, negando ante lo gracioso que podía ser algo tan absurdo.
 

La mano foránea rozando su hombro, de pronto, la dejó muda. Sus risas se detuvieron y sus ojos, que por un instante viajaron al recorrido que aquellos dedos sobre su piel marcaron, regresaron al rostro de Guerra, a aquella sonrisa arrebatadora que por primera vez apreciaba a sus ojos color miel, intensos, penetrantes. Abrió la boca, pero no salió de ella ningún sonido, ni siquiera una sílaba. Volvió a cerrarla y tragó saliva. Y como se dio cuenta que tardaría en recuperar el habla, llevó la mano del lado opuesto a atrapar la muñeca cuyos dígitos la tocaban. Negó ante sus palabras, ante su anuncio con intención de irse. No sabía el por qué, pero quería retenerle. Y aún cuando empezó a recitarle de nuevo un pasaje de los suyos del Apocalipsis o de saber a qué libro, por fin su voz regresó y le cortó. -No puedes irte así, manchado de sangre. Si desnudo llamas la atención, cubierto de hedor a muerte será aún peor...- Y no esperó a que le respondiera, a que aceptara o a que, lo más seguro, se negara. Y como el baño era compartido, pero en el cuarto tenía un pequeño aseo, volvió a tirar de él y le obligó a sentarse en la cama. -Si te mueves, gritaré hasta reventar los cristales.- Le dejó un minuto, lo que tardó en llenar un barreño con agua y traerlo junto a una esponja. Se arrodilló junto al joven que permanecía sentado al borde del colchón y tras empapar en agua la esponja, empezó a limpiarle. Despacio, empezó por las rodillas y descendió humedeciendo su piel, lavándola, quitándole no sólo los restos carmesí, sino los de barro, los de polvo, los que fueran. Y tras cada pasada con la esponja, le seguía la mano libre para escurrir y secar la zona levemente. Y todo, bajo la atenta mirada de Guerra.

Ladeé la cabeza cuando esta aseguró no deber salir de su casa en el estado en el que iba. no era la primera vez, ni seria la ultima que la sangre bañaría mi cuerpo tras una noche en la que la palabra de Dios retumbara como el trueno sobre la faz de la tierra.
Tomé asiento sobre el lecho, me pedía un momento y creo que eso era algo que podía concederle.

Regresó con un barreño que puso a mis pies, un paño se sumergió en las cálidas aguas claras y despacio empezó a limpiar mis pies ascendiendo por las piernas,, yo no apartaba de ella la mirada con los labios entreabiertos y la respiración pesada.
-Lucas 10:39: 39 Y ésta tenía una hermana que se llamaba María, la cual sentándose á los pies de Jesús, oía su palabra.

El paño se escurría entre sus manos tiñendo el agua de rojo, pero ella no cesaba en su empeño de dejar limpio mi cuerpo, ¿quedaría también limpia mi alma si seguía con esto?
Sus ojos se alzaban inquietos buscando mis ámbar, su empeño era digno de admirar y cuando pasó por mi vientre la tela este se contrajo ligeramente.
Mi mano acortó la distancia hasta su nuca, en un puño atrapé su pelo y la alcé ligeramente hasta que nuestros rostros quedaron a la misma altura.

Sus faros se convirtieron en mi puerto, iba a la deriva y mi aliento furibundo impactó ansioso en sus labios.
Allí detuve mi mirada, estos eran la manzana, pecado que al hombre arrastra y la distancia fue acortada, un sutil mordisco en su inferior marcó como Adan pecó y no contento con eso abandoné el paraíso de mi Dios con un gruñido que delataba mi traición.

Mi otra mano en su cintura, la atraje despacio como si pudiera quebrarse subiéndola sobre mi a horcajadas.
Labios húmedos que se encontraban, lenta la caricia de nuestras lenguas que serpenteaban ávidas, paladeando esos nuevos senderos para mi desconocidos.
Cerré los ojos, sucumbí al sabor a fruta madura de sus besos mientras nuestra nariz friccionaba y una sonrisa de placer inundaba mis labios cada vez que separábamos nuestras bocas para contemplar al otro antes de volver a tomarnos.

Mi hombría dura, crecida y húmeda en la punta se perdía en su centro, el vaivén de sus caderas abrasaba, solo la tela negra de sus bragas separaba nuestros cuerpos de unirse por completo.

Y con cada centímetro de piel que sus manos recorrían, algo crecía en el interior de la chica. Y él la podía haber llamado diez veces Satanás, que para Estrella era él quien provocaba más. Con aquel cuerpo cincelado que incluso teñido de carmesí se veía perfecto y clamaba ser admirado, tocado, besado. Se mordió el labio inferior, dejando volar la imaginación a un lugar al que no había ido nunca con anterioridad. Porque a sus veinticuatro años, la enfermera seguía siendo virgen, nunca había sido mancillada por nadie, ni siquiera habían probado sus labios, pero en aquellos instantes, un calor la prendía en el centro del pecho y como si le hubiesen manchado de néctar los belfos, deseó devorar la boca de Guerra a mordiscos. Y sus fantasías parecieron ser escuchadas por el fino oído del lobo, porque la agarró de la nuca, obligándola a incorporarse para suspirar sobre sus cerezos. Los ocelos esmeralda de ella se prendaron de la luz titilante en los ámbar de él y sin que tuvieran que mediar palabra, la española supo que ambos estaban perdidos y que lo que los dos se empeñaban en proteger, iba a quedar destruido.
 
El mordisco fue como el disparo de salida y la meta, una total desconocida. Entreabrió sus pétalos para pedir más con un incontenible jadeo y para cuando se dio cuenta, ya estaba sentada en su regazo. Se acomodó la muchacha como pudo, dejando caer la esponja y con las manos aún mojadas, posó ambas en el bien formado pecho del joven y respiró contra su boca. Sus labios se encontraron de nuevo y no se atrevió ni tuvo motivo para llevar la cuenta de las veces en que se comieron y sus lenguas jugaron, pasando de una cueva a la otra. Sus dedos adquirieron conciencia propia y ascendieron hacia los hombros, donde separaron sus caminos, ya que mientras la zurda bajaba por el centro de la espalda, resiguiendo las vértebras de la columna ajena, la diestra ascendía a enredarse en el cabello del hombre, intentando contener su deseo al darle breves tirones, momentos en los que sus bocas se daban una tregua de segundos y sus orbes se encontraban de nuevo. Y es que en aquella mirada la estrella se perdía, olvidaba cuál era su firmamento y se prendía como un haz fugaz de luz, ardiente, presuroso, y cargado de deseos, mas no llevaba consigo los de aquellos que miraban al cielo, sino los suyos propios y los del licántropo.
 

Sintió el calor abrasador de la erección foránea entre sus muslos y aunque ella ya hacía horas que se había secado de la caída al río, de repente volvía a estar mojada y sin que siguiera la estimulara. Pero es que la simple cercanía del jinete y el modo en que la sujetaba, era suficiente para deshacer a una joven inexperta como ella. Ladeó ligeramente la cabeza, sin saber realmente lo que hacía, y dejó que sus labios perfilaran la mandíbula cubierta de barba, subiendo desde el mentón hacia la oreja. Inspiró profundamente, y aunque aún quedara hedor a sangre, lo que ella sintió fue el aroma de un alfa, el de un hombre que la llamaba como el lobo le aúlla a la luna. Se sintió desesperada y, dejándose llevar por la lujuria y el instinto, le mordió el lóbulo al pegar sus pechos, aún cubiertos por el sostén, al torso ajeno. Él le transmitía un calor inhumano, uno que le hacía perder la cordura. Y acrecentaba una imperiosa necesidad de sentirlo más, de quemarse en él hasta consumirse.

Su cuerpo tomaba calor bajo el tacto de mis mano, la diestra enredada en los largos mechones de su pelo castaño, la zurda ascendiendo despacio desde su cintura hasta alcanzar el cierre de su sujetador.
Ladeé la sonrisa contra su boca cuando cedió, la prenda cayó sobre su regazo y de nuevo nuestras bocas se buscaron hambrientas y se encontraron sedientas.

Mi lengua cruzó el precipicio de sus labios, caída libre cuando la ajena la acarició despacio y juntos jugamos al escondite besándonos.
El aliento nos quemaba, cada vez mas calientes, nuestros cuerpos empezaron a buscarse friccionando torso contra montañas y así llegó el deshielo entre jadeos. La aurora boreal asomaba entre las cúspides que mis dedos acariciaban tirando de las puntas, endureciéndolas., reclamándolas como mías.
Ladeé la cabeza al sentir su boca deslizarse por mi mandíbula, alcanzó mi oreja, allí expulso el aire logrando que un gruñido escapara por mi boca y el mordisco me volvió tan loco que mis dos manso apresaron sus caderas empujando hacia bajo.
La tela era lo único que impedía que me adentrara en su laberinto, que descubriera sus secretos entre aquellas paredes húmedas, calientes y oscuras que me prometían la luna. Y aullé para conseguirla porque mi deseo por ella no conocía parangón, su cuerpo era esculpido por dios o satan, la verdad, ahora mismo me daba igual, no era ni capaz de pensar.

Consumido por el deseo, mis dedos descendieron de sus caderas hasta su centro, a un lado hice su prenda dejando que la yema acariciara la trinchera deslizando por ella mis dedos.
Con la respiración acelerada me separe para mirarla, quería descubrir lo que sentía cuando mis dedos calientes como brasas jugaban con su botón.

Me fije en su rostro, sus estrellas turbias de deseo brillaban, me estaba volviendo loco sentir como sus boca entreabierta anhelaba mas la mía, como su cintura se arqueaba ofreciéndome los pechos que erguidos se alzaban.
Era preciosa, la humanidad era extraña, la envidia sin duda de cualquier otra criatura pues dios les dio albedrío y estaba allí, haciendo uso de este conmigo.

Nuestras bocas chocaron de nuevo, furtivas, hambrientas. Empujé sus caderas hacia mi pelvis escuchando el choque de los cuerpos , estaba ansioso, quería tomarla y cada vez mis caricias eran mas rudas incendiando su cuerpo.
Palpitante mi hombría se abrió paso entre las paredes que se dilataban amoldándose a mi gran tamaño.
Su cuerpo se arqueó con aquella primera embestida, gruño de forma salvaje y enloquecido por aquel gesto mi boca surco su mandíbula, su mentón descendiendo por la tersa piel de su cuello.
La marqué con mis dientes, un acto muy lobuno, mis instintos estaban completamente fuera de si ,ella era todo en ese momento para mi.
Sus caderas azuzadas por le viento bailaban trazando círculos, engullendo mi miembro.